RENÉ GUÉNON: DOS
CARTAS A RODOLFO MARTÍNEZ ESPINOSA
El Cairo, 24 de agosto de 1930
Apreciado señor:
Debe haber pensado que no contestaría a su carta, que
recibí en París hace ya casi un año. La verdad es que durante este tiempo he
padecido mucho y que después diferentes traslados y ocupaciones de las más
diversas me han obligado continuamente a aplazar la atención de cualquier correspondencia
que no fuese absolutamente urgente. El tiempo pasa muy rápido y nunca se llega
a cumplir con todo lo que se quisiera. Aprovecho este momento en el que me
encuentro bastante estabilizado para por fin escribirle, rogándole me disculpe
por tan dilatada tardanza. Debo confesarle ante todo lo agradable que me ha resultado
conocer el interés con que ha emprendido la lectura de mis libros. Es claro que
el punto de vista en el que se coloca es bastante particular y que no puede
ser exactamente el mío, pero me alegra comprobar que él no le ha impedido despojarse
del prejuicio antioriental, el que segun sus mismas afirmaciones dominaba
también anteriormente en usted. Deseo que muchos otros, en Occidente, estén en
un caso similar y que alcancen a comprender las viejas doctrinas orientales.
Se refiere al
Sr. Maritain. Personalmente siempre he mantenido con él relaciones
amistosas. En lo referente a las ideas estamos de acuerdo principalmente en un
punto de sentido negativo, o sea, en el sentido "antimoderno".
Respecto de otras cuestiones, lamentablemente, también él está colmado de
prejuicios contra el Oriente; lo estaba al menos, puesto que parece que sus
prevenciones se han atenuado desde hace un tiempo; pero, cosa extraña, existe
en él como una especie de temor hacia cuanto no conoce, lo que es" de
lamentar, pues esto le es obstáculo para ampliar sus puntos de vista.
Me permito indicarle, ya que lee todas mis obras, que
después de La crisis del mundo moderno, se ha publicado otra, Autorité
spirituelle et pouvoir temporel, aparecida el año pasado. En este momento
preparo un volumen sobre Le symbolisme de la Croix que seguramente
saldrá a la luz hacia el final del corriente año.
Discúlpeme la brevedad de la carta. Me gustaría de
una vez por todas poner mi correspondencia casi al día.
Reciba, señor, la seguridad de mis sentimientos más
distinguidos.
R. Guénon
Correos, Oficina Central, El Cairo (Egipto).
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El Cairo, 23 de febrero de 1934
Distinguido señor:
Le pido disculpas por haberme demorado tanto también
en esta oportunidad en responder a su carta, que tuve el gusto de recibir
después de un silencio tan largo, pero me he sentido afectado de un cansancio
visual bastante serio y su carta llegó a mis manos precisamen te en ese
período, de manera que no la he podido leer sino mucho tiempo después. La cantidad
de asuntosde toda clase que se me han ido acumulando mientras que me encontraba
inhabilitado para trabajar es de tal envergadura que desde entonces todavía no
he conseguido superarlos y recuperar el tiempo perdido.
Le agradezco cuanto me testimonia sobre el contenido
de mis trabajos y pienso, efectivamente, que podemos estar plenamente de
acuerdo, sobre todo, en lo que concierne al estado del mundo actual y a la
necesidad de una vuelta a la tradición y a la espiritualidad, si, no obstante,
ello resulta todavía posible para el Occidente, teniendo en cuenta los extremos
a los que la situación ha llegado al presente. Aunque, viviendo lejos de
Europa, no pueda quizás dar cuenta con exactitud de determinadas tendencias,
debo confesar que no tengo una confianza excesiva en una "renovación"
que, hasta donde tengo informaciones, es hasta ahora bastante superficial y
más bien caótica. Existen sobre todo, salvo excepciones contadas, aspiraciones
vagas y mal definidas y es muy difícil decir en qué terminara todo esto. Pero
lo que resulta cierto es que se comprueba con suficiente generalidad que los
hombres no están ya tan satisfechos de su "civilización" moderna y
que comienzan a dudar del pretendido "progreso". Por poco que sea, al
menos es algo...
En cuanto a as dificultades que me presenta en su
carta, me permito decirle con franqueza que ellas me parecen provenir sobre
todo de que usted no hace una distinción suficientemente clara entre el punto
de vista religioso, por un lado, y el punto de vista metafísico e iniciático,
por otro. Cualesquieras puedan ser sus relaciones en algunos aspectos, jamás se
los debe conflindir o mezclar, puesto que tienen que ver con dominios
totalmente diferentes y no pueden, por lo tanto, perturbarse. Cuanto usted enuncia
como verdades religiosas pertenece a lo que la doctrina hindú conoce como el
conocimiento "no supremo"; es suficiente con colocar cada cosa en su
lugar y en su orden para que sea imposible todo conflicto. Ante todo no se debe
olvidar que el misticismo pertenece por entero a la esfera religiosa; por
consiguiente no es posible establecer ninguna comparación entre la mística y
la metafísica. Ambas vías, dejando a un lado las diferencias bien conocidas de
sus modalidades, no están conformadas, en realidad, para alcanzar el mismo
fin; y la "unión mística" no es idéntica a la "jivan
mukta", como tampoco la "salvación" a la "Liberación".
Cuanto es religioso, comprendido en ello el misticismo, toca a las
posibilidades individuales, en la extensión indefinida de las que son
susceptibles, y no va más allá. Tal es, por otra parte, su razón de ser, como,
por el contrario, la de la realización metafísica consiste en ir más allá, y
éste es precisamente el motivo por el que uno no puede servir de base al otro.
Así ha sucedido en el esoterismo cristiano de la Edad Media y lo es siempre
también en el esoterismo islámico. Le citaré de éste un aforismo que creo que
se adapta perfectamente al tema: "En la medida en que un hombre desea el
paraíso o teme al infierno, no puede aspirar al menor grado de
iniciación".
Debo asimismo hacerle presente que la perspectiva
religiosa está por necesidad relacionada a determinadas contingencias
históricas, mientras que el punto de vista metafísico se refiere exclusivamente
al orden principial. Si habla de "avataras múltiples", es porque se
mantiene en el dominio de las apariencias; pero, eh la realidad absoluta, son
"el mismo". El Cristo-principio no es varios, por más que lo puedan
ser sus manifestaciones terrestres o de otro tipo. El "Mediador",
según todas las tradiciones, es el "Hombre Universal", que es
igualmente el Cristo, cualquiera sea el nombre que se le aplique, el hecho en
sí nada" cambia y no percibo qué dificultad pueda haber en esto.
La vía "ascética", en su orden, podría
compararse a la vía iniciática mejor que el misticismo, en vista de que aquélla
sobreentiende un método y un esfuerzo positivo. El misticismo se encuentra con
preferencia en una situación opuesta, debido a su carácter pasivo. La vía
ascética por lo tanto puede ser una preparación para una realización de otro
orden, mucho más que la vía mística, que se presenta incluso como incompatible
con ella. Pero tampoco creo que sea lícito sostener que todo lo que supera a
la religión elemental esté abierto para todas las personas. El ascetismo se
adapta sólo a algunos y el misticismo a otros. En cuanto a lo que está más allá
del dominio religioso se Presupone que se dirige incluso a un número mucho más
pequeño. Quien encontró su satisfacción en un determinado plano cometería el
mayor de los errores queriendo superarlo. Es este un asunto de jerarquía
necesaria, contra el que nada pueden todos los sofismas del igualitarismo
democrático del que tantos católicos desgraciadamente están hoy impregnados e
incluso los que menos dudan de ello.
En Io que se refiere a la objeción
que trata sobre el predominio de la intelectualidad pura ¿Es ésta ciertamente
la que entra en cuestión? Aquí también debe hacerse una distinción esencial:
los textos citados por usted se dirigen contra el saber profano, no contra el
conocimiento sagrado y no es lícito confundir lo que es simplemente racional
con lo que es puramente intelectual. Cuando digo saber profano, entiendo por
ello, por supuesto, cuanto pertenece al ámbito de la filosofía. Mientras menos
se tenga la mente atada por todas estas cosas, mucho mejor, con toda seguridad,
y desde el punto de vista iniciático con mucha más razón que desde el
religioso. Sería necesario incluso agregar a esto una buena porción de la
teología, en la medida en que ella contiene muchas sutilezas inútiles y hasta
semi-filosóficas. En todo caso, cuanto es discusión y controversia pertenece a
una mentalidad íntimamente profana. Dicho esto debe agregarse que la
intelectualidad pura escapa por su parte al dominio religioso. Este es algo
diferente y, cae de suyo, que el sentimiento y la acción tienen en ello su
parte. Aquí, una vez más, es necesario dar a cada cosa el puesto que le
corresponde, sin permitirles que se deslicen sobre dominios que no les
corresponden
Finalmente, la intelectualidad pura es tan
indiferente al orgullo como a la humildad, puesto que estos dos términos
opuestos son de nivel sentimental; quienes pretenden lo contrario muestran con
claridad con ello que carecen de la menor idea de lo que es realmente la
intelectualidad.
Me doy cuenta que distingue adecuadamente la
incomprensión del P. Allo. Sería muy difícil encontrar una mente más
limitada que la suya. Realmente, ¡qué hermosa forma de defender al cristianismo
es esa de aferrarse en negar que su doctrina encierre un sentido superior a
las vulgaridades morales y sociales que corrientemente se conviene ver en él!
No me explico para qué toda esta "mediocridad" necesitaría la
intervención de un principio suprahumano. Felizmente, en lo que a mí respecta,
tengo del Cristianismo una idea que es superior a la suya. Es triste comprobar
que las personas de esta clase tratan de ensuciar todo lo que las supera; pero
es trabajo inútil.
La Verdad es demasiado alta para recibir el mínimo
golpe.
Tenga, señor, se lo ruego, la seguridad de mi más
alta y distinguida consideración.
R. Guénon
(Publicadas en: P.M. Sigaud, Dossier H: René Guénon y
traducidas en García Bazán y otros, René Guénon o la Tradición viviente,
Hastinapura, Buenos Aires, 1985).
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