miércoles, 31 de julio de 2013

DOS CARTAS A RODOLFO MARTÍNEZ ESPINOSA (R.G.)


RENÉ GUÉNON:  DOS  CARTAS A  RODOLFO MARTÍNEZ  ESPINOSA
 

 

                                                                          El Cairo, 24 de agosto de 1930

 

 

Apreciado señor:

 

Debe haber pensado que no contestaría a su carta, que recibí en París hace ya casi un año. La verdad es que durante este tiempo he padecido mucho y que después diferentes traslados y ocupaciones de las más diver­sas me han obligado continuamente a aplazar la atención de cualquier co­rrespondencia que no fuese absolutamente urgente. El tiempo pasa muy rápido y nunca se llega a cumplir con todo lo que se quisiera. Aprovecho este momento en el que me encuentro bastante estabilizado para por fin escribirle, rogándole me disculpe por tan dilatada tardanza. Debo confe­sarle ante todo lo agradable que me ha resultado conocer el interés con que ha emprendido la lectura de mis libros. Es claro que el punto de vis­ta en el que se coloca es bastante particular y que no puede ser exacta­mente el mío, pero me alegra comprobar que él no le ha impedido des­pojarse del prejuicio antioriental, el que segun sus mismas afirmaciones dominaba también anteriormente en usted. Deseo que muchos otros, en Occidente, estén en un caso similar y que alcancen a comprender las vie­jas doctrinas orientales.

Se refiere al  Sr. Maritain. Personalmente siempre he mantenido con él relaciones amistosas. En lo referente a las ideas estamos de acuerdo principalmente en un punto de sentido negativo, o sea, en el sentido "anti­moderno". Respecto de otras cuestiones, lamentablemente, también él está colmado de prejuicios contra el Oriente; lo estaba al menos, puesto que parece que sus prevenciones se han atenuado desde hace un tiempo; pero, cosa extraña, existe en él como una especie de temor hacia cuanto no conoce, lo que es" de lamentar, pues esto le es obstáculo para ampliar sus puntos de vista.

Me permito indicarle, ya que lee todas mis obras, que después de La crisis del mundo moderno, se ha publicado otra, Autorité spirituelle et pouvoir temporel, aparecida el año pasado. En este momento preparo un volumen sobre Le symbolisme de la Croix que seguramente saldrá a la luz hacia el final del corriente año.

Discúlpeme la brevedad de la carta. Me gustaría de una vez por todas poner mi correspondencia casi al día.

Reciba, señor, la seguridad de mis sentimientos más distinguidos.

    

                          R. Guénon

 

Correos, Oficina Central, El Cairo (Egipto).

 

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                El Cairo, 23 de febrero de 1934

 

 

Distinguido señor:

 

Le pido disculpas por haberme demorado tanto también en esta opor­tunidad en responder a su carta, que tuve el gusto de recibir después de un silencio tan largo, pero me he sentido afectado de un cansancio visual bastante serio y su carta llegó a mis manos precisamen te en ese período, de manera que no la he podido leer sino mucho tiempo después. La canti­dad de asuntosde toda clase que se me han ido acumulando mientras que me encontraba inhabilitado para trabajar es de tal envergadura que desde entonces todavía no he conseguido superarlos y recuperar el tiempo per­dido.

 

Le agradezco cuanto me testimonia sobre el contenido de mis trabajos y pienso, efectivamente, que podemos estar plenamente de acuerdo, sobre todo, en lo que concierne al estado del mundo actual y a la necesi­dad de una vuelta a la tradición y a la espiritualidad, si, no obstante, ello resulta todavía posible para el Occidente, teniendo en cuenta los extre­mos a los que la situación ha llegado al presente. Aunque, viviendo lejos de Europa, no pueda quizás dar cuenta con exactitud de determinadas tendencias, debo confesar que no tengo una confianza excesiva en una "renovación" que, hasta donde tengo informaciones, es hasta ahora bas­tante superficial y más bien caótica. Existen sobre todo, salvo excepciones contadas, aspiraciones vagas y mal definidas y es muy difícil decir en qué terminara todo esto. Pero lo que resulta cierto es que se comprue­ba con suficiente generalidad que los hombres no están ya tan satisfechos de su "civilización" moderna y que comienzan a dudar del pretendido "progreso". Por poco que sea, al menos es algo...

En cuanto a as dificultades que me presenta en su carta, me permito decirle con franqueza que ellas me parecen provenir sobre todo de que usted no hace una distinción suficientemente clara entre el punto de vis­ta religioso, por un lado, y el punto de vista metafísico e iniciático, por otro. Cualesquieras puedan ser sus relaciones en algunos aspectos, jamás se los debe conflindir o mezclar, puesto que tienen que ver con dominios totalmente diferentes y no pueden, por lo tanto, perturbarse. Cuanto usted enuncia como verdades religiosas pertenece a lo que la doctrina hindú conoce como el conocimiento "no supremo"; es suficiente con colocar cada cosa en su lugar y en su orden para que sea imposible todo conflicto. Ante todo no se debe olvidar que el misticismo pertenece por entero a la esfera religiosa; por consiguiente no es posible establecer nin­guna comparación entre la mística y la metafísica. Ambas vías, dejando a un lado las diferencias bien conocidas de sus modalidades, no están con­formadas, en realidad, para alcanzar el mismo fin; y la "unión mística" no es idéntica a la "jivan mukta", como tampoco la "salvación" a la "Li­beración". Cuanto es religioso, comprendido en ello el misticismo, toca a las posibilidades individuales, en la extensión indefinida de las que son susceptibles, y no va más allá. Tal es, por otra parte, su razón de ser, co­mo, por el contrario, la de la realización metafísica consiste en ir más allá, y éste es precisamente el motivo por el que uno no puede servir de base al otro. Así ha sucedido en el esoterismo cristiano de la Edad Media y lo es siempre también en el esoterismo islámico. Le citaré de éste un aforismo que creo que se adapta perfectamente al tema: "En la medida en que un hombre desea el paraíso o teme al infierno, no puede aspirar al menor grado de iniciación".

 

Debo asimismo hacerle presente que la perspectiva religiosa está por necesidad relacionada a determinadas contingencias históricas, mientras que el punto de vista metafísico se refiere exclusivamente al orden prin­cipial. Si habla de "avataras múltiples", es porque se mantiene en el dominio de las apariencias; pero, eh la realidad absoluta, son "el mismo". El Cristo-principio no es varios, por más que lo puedan ser sus manifestacio­nes terrestres o de otro tipo. El "Mediador", según todas las tradiciones, es el "Hombre Universal", que es igualmente el Cristo, cualquiera sea el nombre que se le aplique, el hecho en sí nada" cambia y no percibo qué dificultad pueda haber en esto.

La vía "ascética", en su orden, podría compararse a la vía iniciática mejor que el misticismo, en vista de que aquélla sobreentiende un méto­do y un esfuerzo positivo. El misticismo se encuentra con preferencia en una situación opuesta, debido a su carácter pasivo. La vía ascética por lo tanto puede ser una preparación para una realización de otro orden, mu­cho más que la vía mística, que se presenta incluso como incompatible con ella. Pero tampoco creo que sea lícito sostener que todo lo que su­pera a la religión elemental esté abierto para todas las personas. El asce­tismo se adapta sólo a algunos y el misticismo a otros. En cuanto a lo que está más allá del dominio religioso se Presupone que se dirige incluso a un número mucho más pequeño. Quien encontró su satisfacción en un determinado plano cometería el mayor de los errores queriendo superarlo. Es este un asunto de jerarquía necesaria, contra el que nada pueden todos los sofismas del igualitarismo democrático del que tantos católicos desgraciadamente están hoy impregnados e incluso los que menos dudan de ello.

En Io que se refiere a la objeción que trata sobre el predominio de la intelectualidad pura ¿Es ésta ciertamente la que entra en cuestión? Aquí también debe hacerse una distinción esencial: los textos citados por us­ted se dirigen contra el saber profano, no contra el conocimiento sagrado y no es lícito confundir lo que es simplemente racional con lo que es puramente intelectual. Cuando digo saber profano, entiendo por ello, por supuesto, cuanto pertenece al ámbito de la filosofía. Mientras menos se tenga la mente atada por todas estas cosas, mucho mejor, con toda seguridad, y desde el punto de vista iniciático con mucha más razón que desde el religioso. Sería necesario incluso agregar a esto una buena por­ción de la teología, en la medida en que ella contiene muchas sutilezas inútiles y hasta semi-filosóficas. En todo caso, cuanto es discusión y controversia pertenece a una mentalidad íntimamente profana. Dicho esto debe agregarse que la intelectualidad pura escapa por su parte al dominio religioso. Este es algo diferente y, cae de suyo, que el sentimiento y la acción tienen en ello su parte. Aquí, una vez más, es necesa­rio dar a cada cosa el puesto que le corresponde, sin permitirles que se deslicen sobre dominios que no les corresponden

Finalmente, la intelectualidad pura es tan indiferente al orgullo co­mo a la humildad, puesto que estos dos términos opuestos son de nivel sentimental; quienes pretenden lo contrario muestran con claridad con ello que carecen de la menor idea de lo que es realmente la intelectualidad.

Me doy cuenta que distingue adecuadamente la incomprensión del P. Allo. Sería muy difícil encontrar una mente más limitada que la suya. Realmente, ¡qué hermosa forma de defender al cristianismo es esa de afe­rrarse en negar que su doctrina encierre un sentido superior a las vulgari­dades morales y sociales que corrientemente se conviene ver en él! No me explico para qué toda esta "mediocridad" necesitaría la intervención de un principio suprahumano. Felizmente, en lo que a mí respecta, tengo del Cristianismo una idea que es superior a la suya. Es triste comprobar que las personas de esta clase tratan de ensuciar todo lo que las supera; pero es trabajo inútil.

La Verdad es demasiado alta para recibir el mínimo gol­pe.

 

Tenga, señor, se lo ruego, la seguridad de mi más alta y distinguida consideración.

 

 

                               R. Guénon

 

(Publicadas en:  P.M. Sigaud, Dossier H: René Guénon y traducidas en García Bazán y otros, René Guénon o la Tradición viviente, Hastinapura, Buenos Aires, 1985).

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