DIÁDOCO DE FÓTICE
Diadoco, obispo de Fótice, en el Epiro, es uno de los
grandes ascetas del siglo V. No se sabe casi nada de su vida. Focio (Bibl. cod.
231) menciona al "obispo de Fótice, Diadoco de nombre", entre los
adversarios de los monofisitas al tiempo del concilio de Calcedonia (451). Su
firma aparece en una carta dirigida al emperador León por los obispos del Epiro
después del asesinato del obispo Proterio de Alejandría, a manos de los
monofisitas, el año 457. Murió probablemente hacia el 468.
SUS ESCRITOS
1. "Capita centum de perfectione spirituali"
Su obra más importante es "Cien capítulos sobre
perfección espiritual", un manual de ascetismo que sigue teniendo gran
importancia para la historia de la espiritualidad y misticismo cristianos. No
sólo muestra el autor la verdadera vía hacia la perfección, sino que trata
también de distinguir entre los medios verdaderos y falsos para tender hacia
ella, clarificar conceptos y eliminar falsas ideas. De esta manera, su obra
resulta también un ataque contra el mesalianismo, el movimiento pietista
condenado en el concilio de Efeso (431), que mantenía que, a consecuencia del
pecado de Adán, todos tenían un demonio unido sustancialmente a su alma, y que
este demonio, que el bautismo no lograba expulsar, sólo podía ser exorcizado
completamente por medio de una oración incesante.
El autor se dirige a "los hermanos" y alude a
los ascetas una y otra vez, señal de que se trata de un padre espiritual que
está hablando a su comunidad monástica. Pero distingue entre cenobitas, ermitaños
y solitarios. La doctrina espiritual que se desarrolla en los cien breves
capítulos o máximas acusa influencias de Evagrio Póntico. El capítulo 1 basa
toda la contemplación mística en las tres virtudes teologales, especialmente en
la caridad, en términos que son a la vez paulinos y evagrianos: "La
apatheia conduce al amor, y el amor, al conocimiento". Los capítulos 2-5
contraponen a Dios y al hombre, el bien y el mal, la imagen natural de Dios y
la semejanza de Dios. Esta última es el desarrollo y enriquecimiento de la vida
de gracia comunicada en el bautismo, exige nuestra cooperación por medio de la
virtud y se consuma en la caridad perfecta. Toda la obra está penetrada de
optimismo y de una profunda confianza en el poder de la gracia de Dios, así como
en el poder del libre albedrío del hombre. El mal no existe, si no es por el
pecado. Aquí es claramente evidente la tendencia antimesaliana. Los capítulos
6-11 tratan del conocimiento y de la sabiduría, de la iluminación y de la
predicación, del silencio y de la oración. Los capítulos 12-23 están dedicados
al amor de Dios y a los pasos que conducen a él: la humildad (12-13), el deseo
ardiente (14), el amor del prójimo (15), el temor de Dios (16-17), el
desprendimiento del mundo (18-19), fe y buenas obras (20-21), pureza de
conciencia (22-23). Los capítulos 24-25 describen el cuerpo y el alma como los
dos componentes del hombre y la influencia del elemento espiritual sobre los
sentidos. Los capítulos 26-35 presentan una teoría del discernimiento de
espíritus. Los capítulos 36 y 40 tratan de las visiones, y los capítulos 37-39,
de las decepciones. Los capítulos 41-42 ensalzan la obediencia, porque crea la
humildad. Los capítulos 43-47 recomiendan la abstinencia de la comida, que es
necesaria por dos razones: la primera, porque el alma debe dominar al cuerpo, y
la segunda, porque la abstinencia nos da la posibilidad de dar a los pobres. No
hay alimento que sea en sí mismo malo, como pretenden los maniqueos. Aunque hay
que castigar al cuerpo y mantenerlo en servidumbre, debe conservar suficiente
energía para soportar el combate continuo. El ayuno es sólo un medio para
alcanzar una meta superior.
Aunque es útil, no hay que exagerar su importancia. Es
especialmente necesaria la moderación en la bebida (c. 48-51). Hay que
abstenerse del uso de vinos mezclados con condimentos. El capítulo 52 explica
que nadie tiene obligación de abstenerse del efecto refrescante del baño.
Pero, por razones de autodisciplina, el autor aconseja a
sus lectores privarse de este placer, que enerva el cuerpo. Los capítulos 53-54
discuten la enfermedad. El que está enfermo puede llamar al médico, pero
solamente debería poner su confianza en Cristo, el médico verdadero. Si uno
acepta la enfermedad con alma agradecida v la soporta con paciencia y valor,
está cerca del estado ideal de la apatheia. Los capítulos siguientes (55-57)
recomiendan la indiferencia hacia las comodidades de la vida. Es mejor no verse
envuelto en las cosas del mundo y no estar buscando honores y diversiones, sino
vivir como un extranjero aquí en la tierra, esperando la vida eterna venidera.
Si cedemos a uno de los sentidos -no tiene importancia a cuál de ellos-,
resulta un obstáculo para la vida espiritual. El capítulo 58 enseña cómo vencer
la sensación de fastidio, agotamiento y desidia que sobreviene muchas veces al
alma después que han sido conquistadas las pasiones del cuerpo, y cómo volver a
nuevo fervor. Los capítulos 59-61 describen las condiciones para la verdadera
alegría, que consiste en tener presente a Dios e invocar el nombre de Jesús. El
capítulo 62 da una valoración positiva de la naturaleza colérica. Los capítulos
63-64 exhortan a los lectores a no dejarse envolver en pleitos y a no entablar
juicio contra nadie, aun cuando nos quite los vestidos de encima. Sería mucho
mejor vender de golpe todas las posesiones y distribuir el producto de la venta
entre los pobres (c. 65-66). Aunque esto quita la posibilidad de hacer limosnas
en el futuro, quedarán compensadas con la oración ferviente, la paciencia y la
humildad. La pobreza voluntaria es la mejor preparación para los que quieren
enseñar a los demás las riquezas del reino de Dios, es decir, para los
"teólogos". Los capítulos que siguen (67-68) tratan del concepto de
"teología" y de sus privilegios. Como la teología nutre la
contemplación (68), el capítulo 69 describe sus dificultades y el capítulo 70
habla del silencio y del recogimiento. El capítulo 71 trata de la ira santa. El
capítulo 72 distingue entre los dones del conocimiento y de la sabiduría; el
capítulo 73, entre oración vocal y oración mental; el capítulo 74, entre fervor
natural y fervor espiritual; el capítulo 75, entre el hálito purificante y
vivificante del Espíritu Santo y el hálito malsano del espíritu falso, que
seduce a pecar. Los capítulos 76-89 presentan una teología de la gracia, donde
Diadoco refuta la herejía mesaliana sobre la coexistencia de la gracia y del
pecado en el alma. La presencia de la gracia divina en el bautizado y la
liberación del pecado no significan que no ha de haber más combate. La vida
espiritual es una guerra continua, y el verdadero cristiano está comprometido
en una lucha que durará toda su vida. Es una lucha contra las pasiones y contra
los demonios. La apatheia no consiste en verse libre de asaltos, sino en no
dejarse vencer por los demonios. La virtud no se puede conseguir si no es
mediante el sufrimiento y la tentación, y la perfección, solamente mediante el
martirio. Como ya no se le presenta la oportunidad del martirio sangriento, el
cristiano debe aceptar el martirio incruento y espiritual de la vida ascética
(c. 90- 100).
Los "Capita centum" gozaron de gran popularidad
en sucesivas generaciones, como lo prueban los numerosos manuscritos que han
llegado hasta nosotros. Los citan Máximo Confesor, Sofronio de Jerusalén, el
compilador de la "Doctrina Patrum", Talasio y Focio, y se inspiraron
en ellos Juan Clímaco y Simeón el Nuevo Teólogo. Fueron editados en la
Philocalia rusa, florilegio espiritual griego del siglo XVIII, y su influencia
se extiende a la literatura rusa moderna. Muchos principios contenidos en esta
reducida obra muestran notable parecido con los de Ignacio de Loyola y Teresa
de Ávila. Diadoco es uno de los autores espirituales que recomienda la Compañía
de Jesús a los maestros de novicios en las "Regulae magistri
novitiorum".
De la edición príncipe (Florencia 1578) no se conserva
ningún ejemplar. Una traducción latina que publicó el jesuita Fr. Turrianus
(Torres) en Florencia, el año 1570, fue reimpresa en Migne. El texto griego con
la traducción latina de Torres fue editado por J. Weis-Liebersdorf en 1911. En
1955 apareció una nueva edición crítica por obra de E. des Places.
2. "Homilía sobre la Ascensión
El cardenal Mai publicó en 1840, del "Codex
Vatic.", 455, una homilía sobre la Ascensión. Con sus frases
redondeadas y su estilo rítmico, tiene mucho parecido con
los "Capita centum" -rasgo que confirma la paternidad de Diadoco, a
quien se le atribuye el manuscrito-. El sermón defiende con gran elocuencia las
dos naturalezas en Cristo. La Resurrección y la Ascensión del Señor refutan las
ideas de los judíos y de los "sofistas del mal". La deificación del
hombre es una consecuencia de la Encarnación, donde el Hijo de Dios asumió una
naturaleza humana verdadera. El autor termina con una confesión cristológica
que contiene una enérgica refutación del monofisitismo.
3. "La Visión"
La "Visión" es, en cuanto a la forma, un
diálogo que el autor entabla en sueños con San Juan Bautista. Una serie de
preguntas y respuestas va explicando la naturaleza de la contemplación, de las
apariciones divinas y de la visión beatífica. Sigue una angelología que
recuerda a la de Pseudo-Dionisio el Areopagita.
Los once manuscritos que contienen esta
"Visión", ninguno anterior al siglo XIII, la atribuyen unánimemente a
Diadoco de Fótice.
4. "La Catequesis"
La "Catequesis", que en su texto original
griego sólo se conoce desde 1952, es una obrita que consiste en una serie de
preguntas y respuestas acerca de las relaciones de Dios con el mundo,
especialmente su omnipresencia, que no debería llevarnos a confundir a Dios con
el universo. Otras cuestiones se refieren a los ángeles y su conocimiento de
Dios, al hombre y a la visión beatífica. Dios aparece en un halo de luz y sobre
un trono de gloria. La "Catequesis" tiene ciertos rasgos comunes con
la "Visión". E des Places opina que es uno mismo el autor de la una y
de la otra; en efecto, algunos manuscritos atribuyen la "Catequesis"
a Diadoco. Sin embargo, la mayoría de los manuscritos se la atribuyen a Simeón
el Nuevo Teólogo (fallecido el 12 de marzo de 1022). Es posible que la
compusiera Simeón, pero que la publicara bajo el nombre de Diadoco, su padre espiritual.
(ext. de Johannes Quasten, "Patrología", vol.
II, Madrid, B.A.C., 1977).
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Diádoco de Fótice: "CAPITA CENTUM DE PERFECTIONE
SPIRITUALI" (extractos)
3. El mal no está en la naturaleza, y nadie es malo por
naturaleza, pues Dios no hizo nada malvado. Cuando alguien, por su ambición,
lleva al estado de forma aquello que carece de sustancia, esto comienza a ser
lo que su voluntad le hace ser. Es importante entonces, en una preocupación
constante por el recuerdo de Dios, despreciar el hábito del mal, ya que la
naturaleza del bien es mucho más fuerte que el hábito del mal, puesto que una
es, mientras que la otra sólo tiene existencia en el acto.
5. El libre arbitrio consiste en la disposición de la
voluntad razonable a moverse hacia su objetivo. Persuadámosla, entonces, a no
tener disposición más que hacia el bien, a fin de destruir en todo momento,
mediante los buenos pensamientos, el recuerdo del mal.
9. La ciencia es fruto de la oración y de una gran paz, unidas
a una completa ausencia de inquietud; la sabiduría es fruto de la humilde
meditación sobre la palabra de Dios y, sobre todo, de la gracia del dispensador,
Cristo.
11. Reconoceremos entonces, sin riesgo de equivocación,
la calidad de la palabra divina, cuando nos consagramos, durante las horas en
que no debemos hablar, a un silencio libre de preocupaciones, acompañados por
un ardiente recuerdo de Dios.
22. Escuchad el abismo de la fe y él alzará sus olas, consideradlo
en una disposición de simplicidad, eso es la alabanza. El abismo de la fe, el
Leteo donde se olvidan los pecados, no tolera ser considerado por pensamientos indiscretos.
Naveguemos en sus aguas con simplicidad de espíritu y así arribaremos al puerto
de la voluntad divina.
23. Purificándonos por una oración ardiente entraremos en
posesión del objeto deseado; gracias a Dios, con una experiencia más plena.
26. El combatiente debe en todo tiempo conservar quieta su
inteligencia a fin de que el espíritu pueda discernir los pensamientos que la sostienen,
encerrar aquellos que son buenos y enviados por Dios en los tesoros de la
memoria y rechazar fuera de los depósitos de la naturaleza, los pensamientos
funestos y demoniacos...
27. Muy raros son aquellos que conocen exactamente sus
propias caídas y cuyo intelecto jamás deja de embelesarse con el recuerdo de
Dios...
29. Si su divinidad (la del Espíritu santo) no ilumina poderosamente
los tesoros de nuestro corazón, es imposible que podamos gozarlos con un
sentimiento indecible, es decir, con una total disposición.
30. El sentimiento es la captación segura, por el
intelecto, del objeto discernido...
31. Cuando nuestro intelecto comienza a percibir el consuelo
del Espíritu santo, entonces, durante el reposo nocturno, en el momento en que
tendemos hacia una especie de sueño muy ligero, Satanás consuela al alma con un
sentimiento de falsa dulzura. Si el intelecto se encuentra vigorosamente
fortalecido por un recuerdo ardiente del santo nombre del Señor Jesús, y si hace
de ese santo y glorioso nombre un arma contra la ilusión, el artesano de la
mentira se retira para emprender una guerra abierta contra el alma. El
intelecto reconoce entonces el fraude del maligno, sin tomar en cuenta que progresa,
también, en la experiencia del discernimiento.
32. El buen consuelo se produce, sea que el cuerpo vele, sea
que se disponga a entrar en una especie de sueño, cuando alguien adhiere, por
así decir, al amor de Dios con un ardiente recuerdo. El consuelo engañoso se produce
siempre, ya lo he dicho, cuando el combatiente es tomado por un ligero sueño
sin tener más que un semirecuerdo de Dios. El primero, siendo de Dios, viene, evidentemente,
para un alivio profundo, para invitar al amor al alma del combatiente de la
devoción. El segundo, cuya naturaleza consiste en soplar sobre el alma una
brisa engañosa, intenta despojarla, a favor del sueño del cuerpo, de la
experiencia que vive aquel que conserva intacto el recuerdo de Dios.
Si el intelecto se encuentra, como he dicho, en un recuerdo
atento del Señor Jesús, armado de la gracia y de la fiereza que le da su
experiencia, disipa esta brisa de falsa dulzura del enemigo y, alegre, emprende
el combate contra él.
33. Si el alma, con un movimiento seguro y sin imágenes, se
inflama de amor por Dios llevando, por así decirlo, al cuerpo mismo hasta las
profundidades de ese amor indecible -ya sea que el cuerpo del que está movido
por la santa gracia, vele o entre en el sueño- sin otro pensamiento que el
término del movimiento que lo lleva, sabed que esto es obra del Espíritu santo.
Pues, colmado totalmente por esta inexpresable suavidad, le es imposible concebir
nada, en tanto que es raptado por una alegría inexpresable.
Si el intelecto concibe, en esta moción, la menor duda o algún
pensamiento impuro, incluso si recurre al santo nombre para rechazar el mal y
no únicamente por amor de Dios, es necesario concluir que este consuelo, bajo
su apariencia de alegría, viene del mentiroso. Esta alegría indecisa y
desordenada es la del que viene para llevar el alma al adulterio. Cuando él ve
el intelecto fuerte hundirse en esa experiencia sensible, por ciertos consuelos
engañosos conduce al alma, para que, relajada por esta vana y cómoda dulzura,
no reconozca la mezcla de mentira. Nosotros debemos discernir el espíritu de
verdad del espíritu de mentira. Pues es imposible gustar íntimamente la bondad
divina y experimentar conscientemente la amargura del demonio si no se tiene la
certidumbre absoluta de que la gracia estableció su morada en lo profundo del
intelecto, mientras que los espíritus malvados circulan alrededor de los
miembros del corazón (1). Esto es lo que los demonios ocultan a los hombres a
cualquier precio, a fin de que el intelecto, debidamente informado, no pueda
precaverse contra ellos con el recuerdo de Dios.
36. Que nadie espere. a través del sentimiento o del intelecto,
una visión de la gloria de Dios. Decimos que el alma, una vez purificada, siente,
con una sensación inexpresable, el consuelo divino; no decimos que se le aparecen
objetos invisibles, pues "caminamos en la fe y no en la clara visión"
(2 Cor. 5, 7). Si alguno de los combatientes ve una forma ígnea o una luz, que
no acepte esa visión ya que es un engaño del enemigo, del que muchos, por
ignorancia, han sido víctimas y que los ha apartado del camino recto.
40. Es imposible dudar que el intelecto, cuando comienza a
ser frecuentemente tocado por la luz divina, deviene transparente por entero,
hasta el punto de ver su propia luz en alto grado. Esto se produce cuando la
potencia del alma se adueña de las pasiones. Pero todo lo que se muestra al
intelecto bajo una forma cualquiera, luz o fuego, proviene de las maquinaciones
del adversario. El divino Pablo nos lo enseña claramente cuando dice que "él
se disfraza de ángel de luz" (2 Cor. 11, 14). Que nadie abrace la vida
ascética impulsado por una esperanza de tal naturaleza... que su fin único sea
llegar a amar a Dios en la intimidad y con toda la plenitud del corazón...
56. La vista, el gusto y los otros sentidos debilitan la memoria
del corazón cuando nos servimos de ellos sin discreción. Nuestra madre Eva nos
lo enseña. En tanto ella no mira con complacencia al árbol prohibido, guarda cuidadosamente
el recuerdo del mandato divino. Es que, todavía al abrigo de las alas del amor
divino, ella ignoraba su desnudez. En cambio, cuando ella miró al árbol con complacencia,
lo tocó con ambición y, finalmente, gustó su fruto con vivo placer; al instante
fue presa del deseo de la unión carnal, entregándose con pasión al hecho de su
desnudez. Ella se abandonó al deseo de gozar de las cosas presentes, mezclando
a Adán en su propia caída por la dulce apariencia del fruto.
He aquí por qué el intelecto humano debe recordar a Dios
y a sus mandamientos. En cuanto a nosotros, no dejemos de fijar nuestros ojos
sobre el abismo del corazón en un recuerdo incesante de Dios, recorriendo esta
vida amiga del engaño como si fuéramos ciegos. Es propio de la sabiduría
verdaderamente espiritual cortar sin cesar las alas de nuestro deseo de ver.
Job, el hombre que sufrió mil pruebas, nos lo enseña: "Mi corazón corrió
tras de mis ojos" (Job 31, 7). Esta disposición es un indicio de perfecta
temperancia.
57. Aquel que. en todo tiempo. habita en su corazón, se aparta
por entero de los encantos de esta vida. Marchando según el espíritu, no puede
conocer la codicia de la carne. Hace sus idas y venidas en la fortaleza de las
virtudes, y las virtudes son las guardianas de la fortaleza de su pureza. Por
eso las maquinaciones de los demonios son impotentes contra él...
58. Escaparemos a las tibiezas y a la molicie si
imponemos a nuestro pensamiento limites muy estrechos, fijándolo únicamente en
Dios. Sólo apoyándose en su fervor el intelecto podrá liberarse de toda
agitación irrazonable.
59. El intelecto, cuando hemos cerrado todas sus salidas por
el recuerdo de Dios, exige, absolutamente, una actividad que ocupe su
diligencia. Se le dará entonces el "Señor Jesús" por única ocupación
y para que responda por entero a su fin. Está escrito: "Nadie puede decir
Jesús es el Señor si no es en el Espíritu" (1 Cor. 12, 3). Que ella no
deje de considerar con todo rigor estas palabras en su morada interior para no
desviarse en imaginaciones. Pues cualquiera que repita sin descanso ese nombre
santo y glorioso en las profundidades de su corazón, llegará a ver, algún día,
la luz de su intelecto. Reteniéndolo con cuidadosa severidad en su interior él
consumirá todas las manchas en la superficie de su alma con un sentimiento poderoso.
"Tu Dios, dice la Escritura, es fuego abrasador" (Dt. 4, 24). Por eso
es que el Señor invita a un poderoso amor a su gloria. Ese nombre glorioso, totalmente
deseable, fijado en el corazón, ardiente por la memoria del intelecto, hace
nacer una disposición para amar en todo tiempo su bondad, sin encontrar impedimentos.
He aquí la perla preciosa que se puede comprar vendiendo todos los bienes y
cuyo descubrimiento procura una alegría inenarrable.
60. La alegría del principiante es distinta de la de
aquel que llegó a la perfección. La primera no está exenta de imaginación, la
segunda tiene el poder de la humildad. A mitad de camino se encuentra el
apesadumbrado, amado de Dios, y las lágrimas sin dolores... Es porque el alma debe
ser, en primer lugar, llamada al combate por la alegría inicial, después
retomada y probada por la verdad del Espíritu santo, por los pecados que ha
cometido v por las disipaciones de las que todavía se siente culpable. Probada,
por así decirlo, en el crisol de la divina reprimenda, el alma adquirirá, en un
ferviente recuerdo de Dios, la operación de la alegría sin fantasmas.
61. Cuando el alma es turbada por la cólera, oscurecida por
los vapores de la ebriedad o atormentada por una tristeza malsana, el intelecto
es incapaz, aunque se lo violente, de dominar (2) el recuerdo del Señor Jesús. Cegado
totalmente por la violencia de las pasiones, se convierte en un extraño a sus
propios ojos. Su deseo de Dios no encuentra dónde aplicar su sello para que el intelecto
conserve así, presente, la imagen de su meditación, pues el alma se ha endurecido
por la presión de las pasiones.
Sin embargo, aun cuando el objeto de su deseo le ha sido arrebatado
al alma por el olvido, muy pronto el intelecto, con su diligencia acostumbrada,
retorna a la búsqueda de ese objeto soberanamente deseado y salvador; entonces llega
al alma la gracia que la impele a clamar: "Señor Jesús"; tal como
ocurre con el niño a quien su madre enseña a repetir, mientras toma su
alimento, la palabra "papá" hasta que la criatura adquiere el hábito
de llamar a su padre aun cuando duerme y de preferencia a cualquier otro
balbuceo. Como dice el apóstol: "Igualmente, el Espíritu viene en ayuda de
nuestra flaqueza cuando nosotros no sabemos qué pedir para orar según conviene;
porque es el mismo Espíritu quien intercede por nosotros con gemidos
inefables" (Rom. 8, 26). Nosotros también estamos en la infancia respecto
a lo que es la virtud de la oración y necesitamos siempre su ayuda para que
todos nuestros pensamientos sean contenidos y conducidos por su suavidad
inexpresable, para que volquemos enteramente nuestro corazón hacia el recuerdo
y el amor de Dios, nuestro Padre. En él clamamos sin tregua: "¡Abba!
¡Padre!" (Rom. 8, 15).
68. Muy a menudo nuestro intelecto soporta difícilmente la
oración, a causa de la extrema limitación de la virtud de la oración; en cambio
se entrega con alegría a la teología, dada la inmensidad de los espacios
librados a la contemplación divina. Para impedirle que caiga en el deseo de
hablar en exceso y no permitirle, en su alegría, volar más allá de sus
posibilidades, apliquémonos más a menudo a la oración, a la salmodia, a la
lectura de las santas Escrituras, sin desdeñar las investigaciones de los sabios
cuyas palabras dan garantía de su fe. Haciendo esto no mezclaremos nuestras
propias palabras en el lenguaje de la gracia y no dejaremos por vanagloria que nuestro
espíritu se comprometa en la agitación de una verbosidad excesiva. Por el
contrario, en el momento de la contemplación, le mantendremos al abrigo de toda
imaginación y acompañaremos con lágrimas casi todos nuestros pensamientos. El
intelecto entonces, a la hora del retiro, descansado y penetrado sobre todo por
la dulzura de la oración, no solamente escapará a todas las desviaciones, sino
que se renovará cada vez más para entregarse a los pensamientos divinos
prontamente y sin pena, al mismo tiempo que progresará en la contemplación en
una disposición de muy humilde discernimiento. Es necesario saber, sin embargo,
que existe una oración más allá de toda libertad: es la de aquellos que han
sido colmados por la santa gracia en un sentimiento de certidumbre absoluta.
73. Cuando el alma se encuentra en la abundancia de sus
frutos naturales prefiere la oración vocal e inflama su salmodia. Cuando está
movida por el Espíritu santo, salmodia, con dulzura y total entrega, únicamente
en su corazón. La primera disposición está acompañada por una alegría mezclada
con imaginación; la segunda, por lágrimas espirituales y una alegría profunda,
ávida de silencio. Pues el recuerdo (de Dios), conservando su fervor gracias a
la discreción de la voz, prepara el corazón para producir pensamientos
mezclados con lágrimas y dulzura. Es entonces cuando se siembran con lágrimas,
en la tierra del corazón, las semillas de la oración en la esperanza de
cosechas futuras. De todos modos,cuando estamos agobiados por una gran
tristeza, es necesario elevar un poco el tono de nuestra salmodia haciendo
vibrar el alma bajo el arco feliz de la esperanza, hasta que esa pesada nube se
disipe gracias a los acentos de la melodía.
81. La palabra de ciencia nos enseña que existen dos razas
de espíritus malvados. Unos son sutiles, los otros, más materiales. Los más
sutiles atacan al alma. los otros cautivan la carne por medio de abundantes
consuelos. Sin embargo, existe una hostilidad recíproca y constante entre los
demonios que atacan al cuerpo y aquellos que atacan al alma aun cuando
comparten el mismo designio de perjudicar a la humanidad. Cuando la gracia no
habita en el hombre, ellos anidan en las profundidades del corazón, como
serpientes, y no permiten que el alma dirija la mirada hacia su deseo del bien;
cuando la gracia se esconde en el intelecto, ellos atraviesan las partes del corazón
semejantes a nubes con el aspecto de pasiones pecaminosas y multiformes, a fin
de arrancar al intelecto de su familiaridad con la gracia distrayendo la
memoria.Cuando los demonios para turbarnos enciendan las pasiones del alma, en
especial el orgullo, padre de todos los pecados, debemos humillar la exaltación
de la vanagloria considerando la futura disolución de nuestro cuerpo. Del mismo
modo debemos actuar cuando los demonios enemigos del cuerpo se dediquen a
despertar en nuestro corazón la fermentación de los deseos malvados. Ese solo
pensamiento, unido al recuerdo de Dios, basta para anular todos los tipos de
malos espíritus...
83. En lo profundo del corazón se generan los buenos pensamientos
y aquellos que no lo son. No es que él lleve en su naturaleza los pensamientos
que no son buenos, pero ocurre que ha contraído, como continuación del primer
extravío, el hábito del recuerdo del mal, recibiendo la mayor parte de los
malos pensamientos de la malicia de los demonios... Pues en aquel que se
complace en las ideas que le sugiere la malicia de Satanás y que graba, por así
decir, su recuerdo en el corazón, se producirán luego, es evidente, esos malos
pensamientos.
85. La gracia, al comienzo, esconde su presencia al bautizado
aguardando la resolución del alma (3). Una vez que el hombre está enteramente
convertido al Señor, entonces, por un sentimiento inefable, manifiesta al corazón
su presencia. Después, nuevamente, espera el movimiento del alma; ella permite
a los intentos del demonio penetrar hasta lo íntimo de sus sentidos para hacerle
buscar a Dios con una resolución más ardiente y en una disposición más humilde.
Cuando el hombre comienza a progresar en la práctica de sus
mandatos y a invocar incansablemente al Señor Jesús, entonces el fuego de la
santa gracia gana los sentidos más externos del corazón consumiendo la cizaña de
la tierra de los hombres con un sentimiento de certidumbre. En adelante, los
ataques de los demonios no llegarán sino a distancia de estos parajes, casi sin
herir, arañando apenas la parte apasionada del alma.
Una vez que el combatiente ha revestido todas las virtudes,
sobre todo la perfecta pobreza, la gracia ilumina por doquier toda su naturaleza
con un sentimiento aún más profundo, inflamándola de un gran amor de Dios. Los ataques
del demonio se extinguen entonces antes de haber alcanzado los sentidos
corporales y la brisa del Espíritu santo conduce al corazón hacia los vientos pacíficos
deteniendo los dardos del demonio mientras todavía están en el aire.
88. Si vosotros os mantenéis, una mañana de invierno, en un
lugar expuesto y miráis hacia el oriente, la parte delantera de vuestro cuerpo
será calentada por el sol, mientras vuestra espalda no recibirá ningún calor,
ya que el sol no cae a plomo. Igualmente, aquellos que están todavía al
comienzo de la operación del Espíritu sólo tienen el corazón parcialmente
calentado por la santa gracia.
Asimismo, mientras el intelecto comienza a producir el fruto
de los pensamientos espirituales, las partes visibles del corazón continúan
pensando según la carne, ya que los miembros del corazón no están todavía
totalmente iluminados por la luz de la santa gracia, en lo intimo y sensiblemente.
He aquí por qué el alma concibe, al mismo tiempo, pensamientos buenos y
pensamientos malos tal como el individuo de mi comparación experimenta, al mismo
tiempo, el golpe del frío y la caricia del calor.Pues, desde el día en que nuestro
intelecto se orienta hacia una doble ciencia se encuentra, necesariamente, produciendo,
al mismo tiempo, pensamientos buenos y malos, sobre todo si ha llegado a la
sutileza del discernimiento: como se esfuerza siempre en pensar bien, el
malvado le lleva a su memoria el hecho de que, a partir de la desobediencia de
Adán, la memoria se escindió en un doble pensamiento.
Por consiguiente, si nos dedicamos a ejercitar con fervor
los mandamientos de Dios, la gracia iluminará nuestros sentidos con un
sentimiento muy profundo, consumirá nuestros pensamientos y aliviará nuestro
corazón por la paz de una inexpresable amistad, disponiéndonos a pensar cosas
espirituales y no ya camales. Es lo que no cesa del producirse en aquellos que
se acercan a la perfección y guardan ininterrumpidamente en el corazón el
recuerdo de Jesús.
96. El intelecto debe en todo tiempo dedicarse a la práctica
de los divinos mandatos y al recuerdo profundo del Señor de la gloria.
97. Cuando el corazón recibe con una especie de dolor acuciante
los dardos de los demonios, hasta el punto de sentirlos clavados en sí, el alma
debe borrecer las pasiones, pues está en el comienzo de su purificación, y si
ella no sufre vivamente la impudicia del pecado no podrá conocer la alegría
desbordante inspirada por la belleza de la justicia.
Por consiguiente, aquel que quiere purificar su corazón
no cese de abrasarlo con el recuerdo de Jesús. Que sea ese su único ejercicio y
su trabajo ininterrumpido. Cuando se quiere rechazar la propia miseria no puede
haber un momento de oración y un momento de no oración; es necesario dedicarse
a ella en todo instante, guardando el intelecto incluso cuando se encuentra
fuera de la casa de oración. Si aquel que purifica el mineral de oro tan solo
apartara un tiempo su hoguera, el mineral que quiere purificar retomaría su
dureza. Igualmente, aquel que a veces se acuerda de Dios y a veces no, pierde
por la interrupción aquello que creyó obtener por la oración. El hombre que ama
la virtud es aquel que no cesa de purificar, mediante el recuerdo de Dios, el
elemento terrestre de su corazón, a fin de que, poco a poco, lo malo se consuma
en el recuerdo del bien y el alma vuelva perfectamente a su esplendor natural y
glorioso.
(Ext. de "La Filocalia de la oración de Jesús",
Salamanca, Ed, Sígueme, 1994)
NOTAS:
(1). En opocisión al Pseudo-Macario, que los hace
"anidar" en los rincones más profundos del corazón.
(2). Tal vez sea mejor utilizar "tomar", como
se toma a alguien por el faldón de su vestido. Orígenes habla de "tomar a
Jesús".
(3). Idea familiar a toda la tradición: cf. Marco el
Ermitaño y Gregorio el Sinaíta.
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