miércoles, 31 de julio de 2013

Algunas consideraciones sobre el hermetismo (R.G.)


RENÉ GUÉNON: ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL HERMETISMO

   

   

    Hemos dicho anteriormente que los Rosacruces eran propiamente seres que habían alcanzado el término efectivo de los "pequeños misterios", y que la iniciación rosacruciana, inspirada por ellos, era una forma particular vinculada al hermetismo cristiano; relacionando esto con lo que acabamos de explicar, se debe poder comprender ya que el hermetismo, de manera general, pertenece al dominio de lo que es designado como la "iniciación real". No obstante, será bueno ofrecer aún algunas precisiones sobre este tema, pues, aún aquí, se han introducido muchas confusiones, y la propia palabra "hermetismo" es empleada por muchos de nuestros contemporáneos de una forma muy vaga e incierta; no queremos hablar únicamente de los ocultistas, con     respecto a los cuales la cosa es muy evidente, sino también de otros que, estudiando la cuestión de una manera más seria, parecen, quizá a causa de ciertas ideas preconcebidas, no haberse dado cuenta muy exactamente de aquello de lo que se trata en realidad.

    Es preciso observar en principio que la palabra "hermetismo" indica que se trata de una tradición de origen egipcio, revestida después de una forma helenizada, sin duda en la época alejandrina, y transmitida bajo esta forma, en la Edad Media, a la vez al mundo islámico y al mundo cristiano, y, añadiremos, al segundo en gran parte por mediación del primero(2), como lo prueban los numerosos términos árabes o arabizados adoptados por los hermetistas europeos, comenzando con la propia palabra "alquimia" (el-kimyâ)(3). Sería entonces completamente abusivo extender esta denominación a otras formas tradicionales, tanto como lo sería, por ejemplo, llamar "Kábala" a algo distinto al esoterismo hebreo(4); por supuesto, no es que no existan equivalentes, y existen al igual que la ciencia tradicional que es la alquimia(5) tiene su exacta correspondencia en doctrinas como las de la India, el Tíbet y China, aunque con modos de expresión y métodos de realización naturalmente muy diferentes; pero, desde el momento en que se pronuncia la palabra "hermetismo", se especifica con ello una forma claramente determinada, cuya procedencia no puede ser sino greco-egipcia. En efecto, la doctrina así designada está relacionada con Hermes, en tanto que éste era considerado por los griegos como idéntico al Thot egipcio; esto presenta por otra parte a esta doctrina como esencialmente derivada de una enseñanza sacerdotal, pues Thot, en su papel de conservador y transmisor de la tradición, no es sino la representación misma del antiguo sacerdocio egipcio, o, más bien, hablando más exactamente, del principio de inspiración "supra-humana" del cual éste tenía su autoridad y en nombre del cual formulaba y comunicaba el conocimiento iniciático. No se debería ver la menor contradicción en el hecho de que esta doctrina pertenezca propiamente al dominio de la iniciación real, pues debe quedar entendido que, en toda tradición regular y completa, es el sacerdocio el que, en virtud de su función esencial de enseñanza, confiere igualmente ambas iniciaciones, directa o indirectamente, y el que asegura así la legitimidad efectiva de la propia iniciación real, vinculándola con su principio superior, de la misma manera que el poder temporal no puede obtener su legitimidad sino de una consagración recibida de la autoridad espiritual(6).

    Dicho esto, la principal cuestión que se plantea es esta: lo que se ha conservado bajo el nombre de "hermetismo", ¿puede ser considerado como constituyendo una doctrina tradicional completa en sí misma? La respuesta no puede ser sino negativa, pues no se trata aquí estrictamente más que de un conocimiento de orden no metafísico, sino solamente cosmológico, entendiendo esta palabra en su doble aplicación "macrocósmica" y "microcósmica", pues es evidente que, en toda concepción tradicional, existe siempre una estrecha correspondencia entre estos dos puntos de vista. No es entonces admisible que el hermetismo, en el sentido que esta palabra ha tomado desde la época alejandrina y mantenido constantemente hasta ahora, represente, aunque no sea sino a título de "readaptación", la integridad de la tradición egipcia, tanto más cuanto que esto sería claramente contradictorio con el papel esencial desempeñado en ésta por el sacerdocio y que acabamos de indicar; aunque, a decir verdad, el punto de vista cosmológico parece haber sido particularmente desarrollado, al menos en la medida en que todavía es posible actualmente saber algo un poco preciso, y es en todo caso lo más aparente en todos los vestigios que subsisten, ya se trate de textos o de monumentos, no debe olvidarse que jamás puede ser más que un punto de vista secundario y contingente, una aplicación de la doctrina principial dirigida al conocimiento de lo que podemos denominar el "mundo intermedio", es decir, del dominio de la manifestación sutil donde se sitúan las prolongaciones extra-corporales de la individualidad humana, o las posibilidades cuyo desarrollo concierne propiamente a los "pequeños misterios"(7).

    Podría ser interesante, aunque sin duda muy difícil, investigar cómo esta parte de la tradición egipcia ha podido encontrarse en cierto modo aislada y conservarse de una manera aparentemente independiente, para después incorporarse al esoterismo islámico y al esoterismo cristiano de la Edad Media (lo que por otra parte no hubiera podido hacer una doctrina completa), hasta el punto de convertirse verdaderamente en parte integrante de ambos, y de suministrarles todo un simbolismo que, por una transposición adecuada, ha podido incluso servir a menudo de vehículo para verdades de un orden más elevado(8). No deseamos entrar aquí en consideraciones históricas demasiado complejas; sea como sea esta cuestión particular, recordaremos que las ciencias del orden cosmológico son efectivamente las que, en las civilizaciones tradicionales, han sido especialmente el patrimonio de los Kshatriyas o de sus equivalentes, mientras que la metafísica pura era propiamente, como ya hemos dicho, el de los Brâhmanes. Por este motivo, mediante un efecto de la revuelta de los Kshatriyas contra la autoridad espiritual de los Brâhmanes, se han podido constituir a veces corrientes tradicionales incompletas, reducidas a estas únicas ciencias separadas de su principio trascendente, e incluso, tal como hemos indicado más arriba, desviadas en sentido "naturalista", por la negación de la metafísica y el     desconocimiento del carácter subordinado de la ciencia "física"(9), así como (estando ambas cosas estrechamente unidas, como deben hacer comprender suficientemente las explicaciones que ya hemos dado) del origen esencialmente sacerdotal de toda enseñanza iniciática, incluso de las más particularmente destinadas al uso de los Kshatriyas. Esto no significa, con seguridad, que el hermetismo constituya en sí mismo tal desviación o que implique algo ilegítimo, lo que evidentemente habría tornado imposible su incorporación a formas tradicionales ortodoxas; pero es preciso reconocer que se puede prestar fácilmente a ello por su propia naturaleza, si se le presentan circunstancias favorables a esta desviación(10), y éste es por lo demás, muy generalmente, el peligro de todas las ciencias tradicionales, cuando son cultivadas en cierto modo por sí mismas, lo cual hace que se exponga a perder de vista su vinculación con el orden principial. La alquimia, a la que se podría definir como siendo la "técnica" del hermetismo, es realmente "un arte real", entendiendo con ello un modo de iniciación más especialmente apropiado a la naturaleza de los Kshatriyas(11); pero incluso esto indica precisamente su lugar exacto en el conjunto de una tradición regularmente constituida y, además, no deben confundirse los medios de una realización iniciática, sean cuales puedan ser, con su objetivo, que, en definitiva, es siempre de puro conocimiento.

    Por otra parte, es necesario desconfiar de cierta asimilación que a veces se tiende a establecer entre el hermetismo y la "magia"; incluso si se quiere entonces tomar a ésta en un sentido diferente al que de ordinario tiene, es muy de temer que esto, que es en suma un abuso del lenguaje, no pueda sino provocar confusiones más bien molestas. La magia, en su sentido propio, no es en efecto, como ampliamente hemos explicado, sino una de las más inferiores entre todas las aplicaciones del conocimiento tradicional, y no vemos que pueda tener la menor ventaja evocar esta idea cuando en realidad se trata de cosas que, incluso siendo todavía contingentes, son de un nivel notablemente más elevado. Por lo demás, puede que aquí haya algo distinto a una simple cuestión de terminología mal aplicada: la palabra "magia" ejerce sobre algunos, en nuestra época, una extraña fascinación, y, como ya hemos hecho notar, la preponderancia otorgada a tal punto de vista, aunque no sea más que de intención, está unida a la alteración de las ciencias tradicionales separadas de su principio metafísico; sin duda éste es el principal escollo con el cual corre el riesgo de tropezar toda tentativa de reconstitución o de restauración de tales ciencias, si no se comienza por lo que verdaderamente es el inicio bajo todos los aspectos, es decir, por el principio mismo, que es también, al mismo tiempo, el fin con vistas al cual todo el resto debe estar normalmente ordenado.

    Otro punto sobre el cual hay lugar para insistir es la naturaleza puramente "interior" de la verdadera alquimia, que es propiamente de orden psíquico cuando se la toma en su aplicación más inmediata, y de orden espiritual cuando se la transpone en su sentido superior; esto es, en realidad, lo que le da todo su valor desde el punto de vista iniciático. Esta alquimia no tiene entonces absolutamente nada que ver con las operaciones materiales de una "química" cualquiera, en el sentido actual de la palabra; casi todos los modernos sienten un raro desprecio por este asunto, tanto aquellos que han querido erigirse en defensores de la alquimia como quienes, por el contrario, se han hecho sus detractores; y este desprecio es aún menos excusable entre los primeros que entre los segundos, quienes, al menos, ciertamente jamás han pretendido la posesión de un conocimiento tradicional cualquiera. Sin embargo es fácil ver en qué términos los antiguos hermetistas hablan de los "sopladores" y "quemadores de carbón", en los cuales es necesario reconocer a los verdaderos precursores de los químicos actuales, por poco lisonjero que sea para estos últimos; e, incluso todavía en el siglo XVIII, un alquimista como Pernéty no deja de señalar en toda ocasión la diferencia entre la "filosofía hermética" y la "química vulgar".

    De este modo, como ya muchas veces hemos afirmado al mostrar el carácter de "residuo" que tienen las ciencias profanas con respecto a las ciencias tradicionales (aunque éstas son cosas de tal manera extrañas a la mentalidad actual que nunca se acaba de insistir sobre ello), lo que ha dado nacimiento a la química moderna no es la alquimia, con la cual no tiene en suma ninguna relación real (no más que con la "hiperquímica" imaginada por algunos ocultistas contemporáneos)(12); es solamente una deformación o una desviación, surgida de la incomprensión de quienes, profanos desprovistos de

toda cualificación iniciática e incapaces de penetrar en cualquier medida el verdadero sentido de los símbolos, lo toman todo al pie de la letra, según la acepción más exterior y vulgar de los términos empleados, y, creyendo por consiguiente que no se trataba en todo ello más que de operaciones materiales, se lanzaron a una experimentación más o menos desordenada, y en todo caso muy poco digna de interés en más de un aspecto(13). Igualmente en el mundo árabe, la alquimia material ha sido siempre muy poco considerada, a menudo incluso asimilada a una especie de hechicería, mientras que, por el contrario, se honraba mucho a la alquimia "interior" y espiritual, frecuentemente designada con el nombre de kimyâ es-saâdah o "alquimia de la     felicidad" (14).

    No significa esto decir, por otra parte, que se deba negar la posibilidad de las transmutaciones metálicas, que representan a la alquimia ante los ojos del vulgo; pero es preciso reducirlas a su justa importancia, que no es en suma mayor que la de cualquier otra experiencia "científica", y no confundir cosas que son de orden totalmente diferente; no se ve a priori por qué no podrían tales transmutaciones ser realizadas mediante procedimientos pertenecientes simplemente a la química profana (y, en el fondo, la "hiperquímica" a la que hace un momento aludimos no es más que una tentativa de este género)(15). No obstante hay otro aspecto de la cuestión: el ser que ha llegado a la realización de ciertos estados interiores puede, en     virtud de la relación analógica entre el "microcosmos" y el "macrocosmos", producir exteriormente efectos correspondientes; es entonces perfectamente admisible que aquel que ha alcanzado un cierto grado en la práctica de la alquimia "interior" sea capaz por ello de efectuar transmutaciones metálicas u otras cosas del mismo orden, pero ello a título de consecuencia por completo accidental, y sin recurrir a ninguno de los procedimientos de la pseudo-alquimia material, sino únicamente mediante una especie de proyección al exterior de las energías que lleva en sí mismo. Hay que hacer todavía aquí, por otra parte, una distinción esencial: puede que no se trate sino de una acción de orden psíquico, es decir, de la actuación de influencias sutiles pertenecientes al dominio de la individualidad humana, y entonces se trata aún de alquimia material, aunque operando a través de medios por completo diferentes a los de la pseudo-alquimia, que se refieren exclusivamente al dominio corporal; o bien, para un ser que haya alcanzado un grado de realización más elevado, puede tratarse de una acción exterior de verdaderas influencias espirituales, como la que se produce en los "milagros" de las religiones y de los cuales ya hemos hablado anteriormente.

    Entre ambos casos, hay una diferencia comparable a la que separa la "teúrgia" de la magia (aunque, repitámoslo, no sea de magia de lo que aquí propiamente se trata, de modo que no indicamos esto más que a título de similitud), puesto que esta diferencia es, en suma, la que hay entre el orden espiritual y el orden psíquico; si los efectos aparentes son a veces los mismos en ambos casos, las causas que los producen no dejan de ser total y profundamente diferentes. Añadiremos además que quienes realmente poseen tales poderes(16) se abstienen cuidadosamente de hacer gala de ellos para asombrar a los demás, e incluso no hacen generalmente ningún uso de los mismos, al menos fuera de ciertas circunstancias particulares donde su ejercicio se encuentra legitimado por otras consideraciones (17).

    Sea como sea, lo que jamás hay que perder de vista, y que está en la base misma de toda enseñanza verdaderamente iniciática, es que toda realización digna de este nombre es de orden esencialmente interior, incluso aunque sea susceptible de tener repercusiones de cualquier género en el exterior. El hombre no puede encontrar los principios sino en sí mismo, y puede porque lleva en él la correspondencia de todo lo que existe, pues no debe olvidarse que, según una fórmula del esoterismo islámico, "el hombre es el símbolo de la Existencia universal"(18); y, si alcanza a penetrar hasta el centro de su propio ser, alcanzará con ello el conocimiento total, con todo lo que por añadidura implica: "aquel que conoce a su Sí conoce a su Señor" (19), y conoce entonces todas las cosas en la suprema unidad del Principio, en el cual está contenida "eminentemente" toda realidad.

   

NOTAS:

    1. Cap. XLI de Aperçus sur l'Initiation.

    2. Esto se relaciona con lo que hemos dicho acerca de los contactos que tuvo el Rosacrucianismo, en su origen, con el esoterismo islámico.

    3. La palabra es árabe en su forma, pero no en su raíz; probablemente deriva del nombre kêmi o "Tierra negra" dado al antiguo Egipto, lo que indica también su origen.

    4. El significado de la palabra Qabbalah es exactamente el mismo que el de la palabra "tradición"; pero, siendo esta palabra hebrea, no hay ninguna razón, cuando se emplea una lengua distinta al hebreo, para aplicarla a otras formas tradicionales que aquella a la cual propiamente pertenece, y esto sólo podría dar lugar a confusiones. También la palabra Taçawwuf, en árabe, puede ser tomada para designar todo lo que tiene un carácter esotérico e iniciático, en la forma tradicional que sea; pero, cuando nos servimos de otra lengua, conviene reservarla a la forma islámica, a la que pertenece por su origen.

    5. Digamos desde ahora que no se deben confundir o identificar pura y simplemente alquimia y hermetismo: propiamente hablando, éste es una doctrina, y aquella solamente una aplicación.

    6. Cf. Autorité spirituelle et pouvoir temporel, cap. II.

    7. El punto de vista cosmológico comprende también, por supuesto, el conocimiento de la manifestación corporal, pero lo considera especialmente en tanto que se vincula con la manifestación sutil como su principio inmediato, en lo cual difiere completamente del punto de vista profano de la física moderna.

    8. Tal transposición es en efecto siempre posible, desde el momento en que el vínculo con un principio superior y verdaderamente trascendente no está roto, y hemos dicho que la "Gran Obra" hermética puede ser considerada como una representación del proceso iniciático en su conjunto; únicamente que no se trata entonces de hermetismo en sí mismo, sino en tanto que puede servir de base a algo de otro orden, de una forma análoga a aquella en que el propio exoterismo tradicional puede ser tomado como base de una forma iniciática.

    9. Es evidente que tomamos aquí la palabra en su sentido antiguo y  estrictamente etimológico.

    10. Tales circunstancias se han presentado especialmente, en occidente, en la época que señala el paso de la Edad Media a los tiempos modernos, y esto es lo que explica la aparición y la difusión, que señalábamos antes, de ciertas desviaciones de este género durante el período del Renacimiento.

    11. Hemos dicho que el "arte real" es propiamente la aplicación de la iniciación correspondiente; pero la alquimia tiene en efecto el carácter de una aplicación de la doctrina, y los medios de la iniciación, si se los considera situándose bajo un punto de vista en cierto modo "descendente", son evidentemente una aplicación de su principio, mientras que a la inversa, desde el punto de vista "ascendente", son el "soporte" que permite acceder a éste.

    12. Esta "hiperquímica" es más o menos, con respecto a la alquimia, lo que es la astrología moderna llamada "científica" con respecto a la verdadera astrología tradicional (Cf. Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps, cap. X).

    13. Existen aún aquí y allá pseudo-alquimistas de esta especie, y nosotros hemos conocido a algunos, tanto en oriente como en occidente; pero podemos asegurar que jamás hemos encontrado a ninguno que haya obtenido cualquier resultado que merezca la suma prodigiosa de esfuerzos dispensados en investigaciones que terminaban por absorber toda su vida.

    14. Existe un tratado de El-Ghazâli que lleva este título.

    15. Recordaremos a propósito de esto que los resultados prácticos obtenidos por las ciencias profanas no justifican ni legitiman en modo alguno el punto de vista de estas ciencias, al igual que no prueban el valor de las teorías formuladas por éstas y con las cuales no tienen en realidad sino una relación puramente "ocasional".

    16. Puede aquí emplearse sin abuso la palabra "poderes", ya que se trata de consecuencias de un estado interior adquirido por el ser.

    17. Se encuentran en la tradición islámica ejemplos muy claros de lo que indicamos: así, Seyidnâ Ali tenía, se dice, un perfecto conocimiento de la alquimia en todos sus aspectos, comprendiendo el que se refiere a la producción de efectos exteriores tales como las transmutaciones metálicas, aunque se negó siempre a hacer el menor uso de ello. Por otra parte, se cuenta que Seyidi Abul-Hassan Esh-Shâdili, durante su estancia en Alejandría, transmutó en oro, a petición del sultán de Egipto que tenía entonces una urgente necesidad, una gran cantidad de metales vulgares; pero lo hizo sin haber recurrido a ninguna operación de alquimia material ni a ningún medio de orden psíquico, y únicamente por efecto de su barakah o influencia espiritual.

    18. El-insânu ramzul-wujûd.

    19. Este es el hadîth que anteriormente hemos citado: Man arafa nafsahu faqad arafa Rabbahu.

 

 

 

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