RENÉ GUÉNON: ALGUNAS
CONSIDERACIONES SOBRE EL HERMETISMO
Hemos dicho anteriormente que los
Rosacruces eran propiamente seres que habían alcanzado el término efectivo de
los "pequeños misterios", y que la iniciación rosacruciana, inspirada
por ellos, era una forma particular vinculada al hermetismo cristiano;
relacionando esto con lo que acabamos de explicar, se debe poder comprender ya
que el hermetismo, de manera general, pertenece al dominio de lo que es
designado como la "iniciación real". No obstante, será bueno ofrecer
aún algunas precisiones sobre este tema, pues, aún aquí, se han introducido
muchas confusiones, y la propia palabra "hermetismo" es empleada por
muchos de nuestros contemporáneos de una forma muy vaga e incierta; no queremos
hablar únicamente de los ocultistas, con
respecto a los cuales la cosa es muy evidente, sino también de otros
que, estudiando la cuestión de una manera más seria, parecen, quizá a causa de
ciertas ideas preconcebidas, no haberse dado cuenta muy exactamente de aquello
de lo que se trata en realidad.
Es preciso observar en principio que la
palabra "hermetismo" indica que se trata de una tradición de origen
egipcio, revestida después de una forma helenizada, sin duda en la época
alejandrina, y transmitida bajo esta forma, en la Edad Media, a la vez al mundo
islámico y al mundo cristiano, y, añadiremos, al segundo en gran parte por
mediación del primero(2), como lo prueban los numerosos términos árabes o
arabizados adoptados por los hermetistas europeos, comenzando con la propia
palabra "alquimia" (el-kimyâ)(3). Sería entonces completamente
abusivo extender esta denominación a otras formas tradicionales, tanto como lo
sería, por ejemplo, llamar "Kábala" a algo distinto al esoterismo
hebreo(4); por supuesto, no es que no existan equivalentes, y existen al igual
que la ciencia tradicional que es la alquimia(5) tiene su exacta
correspondencia en doctrinas como las de la India, el Tíbet y China, aunque con
modos de expresión y métodos de realización naturalmente muy diferentes; pero,
desde el momento en que se pronuncia la palabra "hermetismo", se
especifica con ello una forma claramente determinada, cuya procedencia no puede
ser sino greco-egipcia. En efecto, la doctrina así designada está relacionada
con Hermes, en tanto que éste era considerado por los griegos como idéntico al
Thot egipcio; esto presenta por otra parte a esta doctrina como esencialmente
derivada de una enseñanza sacerdotal, pues Thot, en su papel de conservador y
transmisor de la tradición, no es sino la representación misma del antiguo
sacerdocio egipcio, o, más bien, hablando más exactamente, del principio de
inspiración "supra-humana" del cual éste tenía su autoridad y en
nombre del cual formulaba y comunicaba el conocimiento iniciático. No se
debería ver la menor contradicción en el hecho de que esta doctrina pertenezca
propiamente al dominio de la iniciación real, pues debe quedar entendido que,
en toda tradición regular y completa, es el sacerdocio el que, en virtud de su
función esencial de enseñanza, confiere igualmente ambas iniciaciones, directa
o indirectamente, y el que asegura así la legitimidad efectiva de la propia
iniciación real, vinculándola con su principio superior, de la misma manera que
el poder temporal no puede obtener su legitimidad sino de una consagración
recibida de la autoridad espiritual(6).
Dicho esto, la principal cuestión que se
plantea es esta: lo que se ha conservado bajo el nombre de
"hermetismo", ¿puede ser considerado como constituyendo una doctrina
tradicional completa en sí misma? La respuesta no puede ser sino negativa, pues
no se trata aquí estrictamente más que de un conocimiento de orden no
metafísico, sino solamente cosmológico, entendiendo esta palabra en su doble
aplicación "macrocósmica" y "microcósmica", pues es
evidente que, en toda concepción tradicional, existe siempre una estrecha
correspondencia entre estos dos puntos de vista. No es entonces admisible que
el hermetismo, en el sentido que esta palabra ha tomado desde la época
alejandrina y mantenido constantemente hasta ahora, represente, aunque no sea sino
a título de "readaptación", la integridad de la tradición egipcia,
tanto más cuanto que esto sería claramente contradictorio con el papel esencial
desempeñado en ésta por el sacerdocio y que acabamos de indicar; aunque, a
decir verdad, el punto de vista cosmológico parece haber sido particularmente
desarrollado, al menos en la medida en que todavía es posible actualmente saber
algo un poco preciso, y es en todo caso lo más aparente en todos los vestigios
que subsisten, ya se trate de textos o de monumentos, no debe olvidarse que
jamás puede ser más que un punto de vista secundario y contingente, una
aplicación de la doctrina principial dirigida al conocimiento de lo que podemos
denominar el "mundo intermedio", es decir, del dominio de la manifestación
sutil donde se sitúan las prolongaciones extra-corporales de la individualidad
humana, o las posibilidades cuyo desarrollo concierne propiamente a los
"pequeños misterios"(7).
Podría ser interesante, aunque sin duda muy
difícil, investigar cómo esta parte de la tradición egipcia ha podido
encontrarse en cierto modo aislada y conservarse de una manera aparentemente
independiente, para después incorporarse al esoterismo islámico y al esoterismo
cristiano de la Edad Media (lo que por otra parte no hubiera podido hacer una
doctrina completa), hasta el punto de convertirse verdaderamente en parte
integrante de ambos, y de suministrarles todo un simbolismo que, por una
transposición adecuada, ha podido incluso servir a menudo de vehículo para
verdades de un orden más elevado(8). No deseamos entrar aquí en consideraciones
históricas demasiado complejas; sea como sea esta cuestión particular,
recordaremos que las ciencias del orden cosmológico son efectivamente las que,
en las civilizaciones tradicionales, han sido especialmente el patrimonio de
los Kshatriyas o de sus equivalentes, mientras que la metafísica pura era
propiamente, como ya hemos dicho, el de los Brâhmanes. Por este motivo,
mediante un efecto de la revuelta de los Kshatriyas contra la autoridad espiritual
de los Brâhmanes, se han podido constituir a veces corrientes tradicionales
incompletas, reducidas a estas únicas ciencias separadas de su principio
trascendente, e incluso, tal como hemos indicado más arriba, desviadas en
sentido "naturalista", por la negación de la metafísica y el desconocimiento del carácter subordinado
de la ciencia "física"(9), así como (estando ambas cosas
estrechamente unidas, como deben hacer comprender suficientemente las explicaciones
que ya hemos dado) del origen esencialmente sacerdotal de toda enseñanza
iniciática, incluso de las más particularmente destinadas al uso de los
Kshatriyas. Esto no significa, con seguridad, que el hermetismo constituya en
sí mismo tal desviación o que implique algo ilegítimo, lo que evidentemente
habría tornado imposible su incorporación a formas tradicionales ortodoxas;
pero es preciso reconocer que se puede prestar fácilmente a ello por su propia
naturaleza, si se le presentan circunstancias favorables a esta desviación(10),
y éste es por lo demás, muy generalmente, el peligro de todas las ciencias
tradicionales, cuando son cultivadas en cierto modo por sí mismas, lo cual hace
que se exponga a perder de vista su vinculación con el orden principial. La
alquimia, a la que se podría definir como siendo la "técnica" del
hermetismo, es realmente "un arte real", entendiendo con ello un modo
de iniciación más especialmente apropiado a la naturaleza de los
Kshatriyas(11); pero incluso esto indica precisamente su lugar exacto en el
conjunto de una tradición regularmente constituida y, además, no deben
confundirse los medios de una realización iniciática, sean cuales puedan ser,
con su objetivo, que, en definitiva, es siempre de puro conocimiento.
Por otra parte, es necesario desconfiar de
cierta asimilación que a veces se tiende a establecer entre el hermetismo y la
"magia"; incluso si se quiere entonces tomar a ésta en un sentido
diferente al que de ordinario tiene, es muy de temer que esto, que es en suma
un abuso del lenguaje, no pueda sino provocar confusiones más bien molestas. La
magia, en su sentido propio, no es en efecto, como ampliamente hemos explicado,
sino una de las más inferiores entre todas las aplicaciones del conocimiento
tradicional, y no vemos que pueda tener la menor ventaja evocar esta idea
cuando en realidad se trata de cosas que, incluso siendo todavía contingentes,
son de un nivel notablemente más elevado. Por lo demás, puede que aquí haya
algo distinto a una simple cuestión de terminología mal aplicada: la palabra
"magia" ejerce sobre algunos, en nuestra época, una extraña
fascinación, y, como ya hemos hecho notar, la preponderancia otorgada a tal
punto de vista, aunque no sea más que de intención, está unida a la alteración
de las ciencias tradicionales separadas de su principio metafísico; sin duda
éste es el principal escollo con el cual corre el riesgo de tropezar toda
tentativa de reconstitución o de restauración de tales ciencias, si no se
comienza por lo que verdaderamente es el inicio bajo todos los aspectos, es
decir, por el principio mismo, que es también, al mismo tiempo, el fin con
vistas al cual todo el resto debe estar normalmente ordenado.
Otro punto sobre el cual hay lugar para
insistir es la naturaleza puramente "interior" de la verdadera
alquimia, que es propiamente de orden psíquico cuando se la toma en su
aplicación más inmediata, y de orden espiritual cuando se la transpone en su
sentido superior; esto es, en realidad, lo que le da todo su valor desde el
punto de vista iniciático. Esta alquimia no tiene entonces absolutamente nada
que ver con las operaciones materiales de una "química" cualquiera,
en el sentido actual de la palabra; casi todos los modernos sienten un raro
desprecio por este asunto, tanto aquellos que han querido erigirse en defensores
de la alquimia como quienes, por el contrario, se han hecho sus detractores; y
este desprecio es aún menos excusable entre los primeros que entre los
segundos, quienes, al menos, ciertamente jamás han pretendido la posesión de un
conocimiento tradicional cualquiera. Sin embargo es fácil ver en qué términos
los antiguos hermetistas hablan de los "sopladores" y
"quemadores de carbón", en los cuales es necesario reconocer a los
verdaderos precursores de los químicos actuales, por poco lisonjero que sea
para estos últimos; e, incluso todavía en el siglo XVIII, un alquimista como
Pernéty no deja de señalar en toda ocasión la diferencia entre la
"filosofía hermética" y la "química vulgar".
De este modo, como ya muchas veces hemos
afirmado al mostrar el carácter de "residuo" que tienen las ciencias
profanas con respecto a las ciencias tradicionales (aunque éstas son cosas de
tal manera extrañas a la mentalidad actual que nunca se acaba de insistir sobre
ello), lo que ha dado nacimiento a la química moderna no es la alquimia, con la
cual no tiene en suma ninguna relación real (no más que con la
"hiperquímica" imaginada por algunos ocultistas contemporáneos)(12);
es solamente una deformación o una desviación, surgida de la incomprensión de
quienes, profanos desprovistos de
toda cualificación
iniciática e incapaces de penetrar en cualquier medida el verdadero sentido de
los símbolos, lo toman todo al pie de la letra, según la acepción más exterior
y vulgar de los términos empleados, y, creyendo por consiguiente que no se
trataba en todo ello más que de operaciones materiales, se lanzaron a una
experimentación más o menos desordenada, y en todo caso muy poco digna de
interés en más de un aspecto(13). Igualmente en el mundo árabe, la alquimia
material ha sido siempre muy poco considerada, a menudo incluso asimilada a una
especie de hechicería, mientras que, por el contrario, se honraba mucho a la
alquimia "interior" y espiritual, frecuentemente designada con el
nombre de kimyâ es-saâdah o "alquimia de la felicidad" (14).
No significa esto decir, por otra parte,
que se deba negar la posibilidad de las transmutaciones metálicas, que
representan a la alquimia ante los ojos del vulgo; pero es preciso reducirlas a
su justa importancia, que no es en suma mayor que la de cualquier otra
experiencia "científica", y no confundir cosas que son de orden
totalmente diferente; no se ve a priori por qué no podrían tales
transmutaciones ser realizadas mediante procedimientos pertenecientes
simplemente a la química profana (y, en el fondo, la "hiperquímica" a
la que hace un momento aludimos no es más que una tentativa de este
género)(15). No obstante hay otro aspecto de la cuestión: el ser que ha llegado
a la realización de ciertos estados interiores puede, en virtud de la relación analógica entre el
"microcosmos" y el "macrocosmos", producir exteriormente
efectos correspondientes; es entonces perfectamente admisible que aquel que ha
alcanzado un cierto grado en la práctica de la alquimia "interior" sea
capaz por ello de efectuar transmutaciones metálicas u otras cosas del mismo
orden, pero ello a título de consecuencia por completo accidental, y sin
recurrir a ninguno de los procedimientos de la pseudo-alquimia material, sino
únicamente mediante una especie de proyección al exterior de las energías que
lleva en sí mismo. Hay que hacer todavía aquí, por otra parte, una distinción
esencial: puede que no se trate sino de una acción de orden psíquico, es decir,
de la actuación de influencias sutiles pertenecientes al dominio de la individualidad
humana, y entonces se trata aún de alquimia material, aunque operando a través
de medios por completo diferentes a los de la pseudo-alquimia, que se refieren
exclusivamente al dominio corporal; o bien, para un ser que haya alcanzado un
grado de realización más elevado, puede tratarse de una acción exterior de
verdaderas influencias espirituales, como la que se produce en los
"milagros" de las religiones y de los cuales ya hemos hablado
anteriormente.
Entre ambos casos, hay una diferencia comparable
a la que separa la "teúrgia" de la magia (aunque, repitámoslo, no sea
de magia de lo que aquí propiamente se trata, de modo que no indicamos esto más
que a título de similitud), puesto que esta diferencia es, en suma, la que hay
entre el orden espiritual y el orden psíquico; si los efectos aparentes son a
veces los mismos en ambos casos, las causas que los producen no dejan de ser
total y profundamente diferentes. Añadiremos además que quienes realmente
poseen tales poderes(16) se abstienen cuidadosamente de hacer gala de ellos
para asombrar a los demás, e incluso no hacen generalmente ningún uso de los
mismos, al menos fuera de ciertas circunstancias particulares donde su
ejercicio se encuentra legitimado por otras consideraciones (17).
Sea como sea, lo que jamás hay que perder
de vista, y que está en la base misma de toda enseñanza verdaderamente
iniciática, es que toda realización digna de este nombre es de orden
esencialmente interior, incluso aunque sea susceptible de tener repercusiones
de cualquier género en el exterior. El hombre no puede encontrar los principios
sino en sí mismo, y puede porque lleva en él la correspondencia de todo lo que
existe, pues no debe olvidarse que, según una fórmula del esoterismo islámico,
"el hombre es el símbolo de la Existencia universal"(18); y, si
alcanza a penetrar hasta el centro de su propio ser, alcanzará con ello el
conocimiento total, con todo lo que por añadidura implica: "aquel que
conoce a su Sí conoce a su Señor" (19), y conoce entonces todas las cosas
en la suprema unidad del Principio, en el cual está contenida
"eminentemente" toda realidad.
NOTAS:
1. Cap. XLI de Aperçus sur l'Initiation.
2. Esto se relaciona con lo que hemos dicho
acerca de los contactos que tuvo el Rosacrucianismo, en su origen, con el
esoterismo islámico.
3. La palabra es árabe en su forma, pero no
en su raíz; probablemente deriva del nombre kêmi o "Tierra negra"
dado al antiguo Egipto, lo que indica también su origen.
4. El significado de la palabra Qabbalah es
exactamente el mismo que el de la palabra "tradición"; pero, siendo
esta palabra hebrea, no hay ninguna razón, cuando se emplea una lengua distinta
al hebreo, para aplicarla a otras formas tradicionales que aquella a la cual propiamente
pertenece, y esto sólo podría dar lugar a confusiones. También la palabra Taçawwuf,
en árabe, puede ser tomada para designar todo lo que tiene un carácter
esotérico e iniciático, en la forma tradicional que sea; pero, cuando nos
servimos de otra lengua, conviene reservarla a la forma islámica, a la que
pertenece por su origen.
5. Digamos desde ahora que no se deben
confundir o identificar pura y simplemente alquimia y hermetismo: propiamente
hablando, éste es una doctrina, y aquella solamente una aplicación.
6. Cf. Autorité spirituelle et pouvoir
temporel, cap. II.
7. El punto de vista cosmológico comprende
también, por supuesto, el conocimiento de la manifestación corporal, pero lo
considera especialmente en tanto que se vincula con la manifestación sutil como
su principio inmediato, en lo cual difiere completamente del punto de vista
profano de la física moderna.
8. Tal transposición es en efecto siempre
posible, desde el momento en que el vínculo con un principio superior y
verdaderamente trascendente no está roto, y hemos dicho que la "Gran
Obra" hermética puede ser considerada como una representación del proceso
iniciático en su conjunto; únicamente que no se trata entonces de hermetismo en
sí mismo, sino en tanto que puede servir de base a algo de otro orden, de una
forma análoga a aquella en que el propio exoterismo tradicional puede ser
tomado como base de una forma iniciática.
9. Es evidente que tomamos aquí la palabra
en su sentido antiguo y estrictamente
etimológico.
10. Tales circunstancias se han presentado
especialmente, en occidente, en la época que señala el paso de la Edad Media a
los tiempos modernos, y esto es lo que explica la aparición y la difusión, que
señalábamos antes, de ciertas desviaciones de este género durante el período
del Renacimiento.
11. Hemos dicho que el "arte
real" es propiamente la aplicación de la iniciación correspondiente; pero
la alquimia tiene en efecto el carácter de una aplicación de la doctrina, y los
medios de la iniciación, si se los considera situándose bajo un punto de vista
en cierto modo "descendente", son evidentemente una aplicación de su
principio, mientras que a la inversa, desde el punto de vista
"ascendente", son el "soporte" que permite acceder a éste.
12. Esta "hiperquímica" es más o
menos, con respecto a la alquimia, lo que es la astrología moderna llamada
"científica" con respecto a la verdadera astrología tradicional (Cf. Le
Règne de la Quantité et les Signes des Temps, cap. X).
13. Existen aún aquí y allá pseudo-alquimistas
de esta especie, y nosotros hemos conocido a algunos, tanto en oriente como en
occidente; pero podemos asegurar que jamás hemos encontrado a ninguno que haya
obtenido cualquier resultado que merezca la suma prodigiosa de esfuerzos
dispensados en investigaciones que terminaban por absorber toda su vida.
14. Existe un tratado de El-Ghazâli que
lleva este título.
15. Recordaremos a propósito de esto que
los resultados prácticos obtenidos por las ciencias profanas no justifican ni
legitiman en modo alguno el punto de vista de estas ciencias, al igual que no
prueban el valor de las teorías formuladas por éstas y con las cuales no tienen
en realidad sino una relación puramente "ocasional".
16. Puede aquí emplearse sin abuso la
palabra "poderes", ya que se trata de consecuencias de un estado
interior adquirido por el ser.
17. Se encuentran en la tradición islámica
ejemplos muy claros de lo que indicamos: así, Seyidnâ Ali tenía, se dice, un
perfecto conocimiento de la alquimia en todos sus aspectos, comprendiendo el
que se refiere a la producción de efectos exteriores tales como las
transmutaciones metálicas, aunque se negó siempre a hacer el menor uso de ello.
Por otra parte, se cuenta que Seyidi Abul-Hassan Esh-Shâdili, durante su
estancia en Alejandría, transmutó en oro, a petición del sultán de Egipto que
tenía entonces una urgente necesidad, una gran cantidad de metales vulgares;
pero lo hizo sin haber recurrido a ninguna operación de alquimia material ni a
ningún medio de orden psíquico, y únicamente por efecto de su barakah o
influencia espiritual.
18. El-insânu ramzul-wujûd.
19. Este es el hadîth que anteriormente
hemos citado: Man arafa nafsahu faqad arafa Rabbahu.
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