jueves, 29 de julio de 2010

La muerte de Luís XVI (El libro negro de la Revolución francesa)

Capítulo VI LA MUERTE DE LUÍS XVI

PROCLAMACIÓN DE LA REPÚBLICA Y FIN DE LA REALEZA

Toda la Revolución puede así ser concebida como un largo regicidio. De 1789 a 1793, progresa a golpes, minando poco a poco una monarquía debilitada en si misma, mientras que la relación de fuerzas progresa en su favor. En un símbolo sorprendente, el rey se convierte poco apoco en rehén, luego la víctima de París, símbolo secular de la nación. Los días 8-9 de octubre de 1789, él se vio obligado a ganar el palacio de las Tullerías, mientras que el duque de Orleáns, que no se resolvió a tomar el poder, huyó a Inglaterra. Luís XVI, recluido en París. Rodeado Jacobinos hostiles, intenta vanamente escaparse el 21 de junio de 1791. Vienen entonces los acontecimientos del 10 de agosto, a consecuencia de los cuales se vio, bajo presión de la Comuna, encerrado en el Temple.

El 10 de agosto ha exacerbado la hostilidad hacia Luis XVI, pero sin poner en entredicho todavía la monarquía, que sigue siendo legítima a los ojos de la mayoría de los franceses. Danton, nuevo Ministro de Justicia puede así exclamar, en el momento de las masacres de Septiembre: “ el 10 de agosto dividió Francia en dos partidos, de los cuales uno se liga derechos y el otro quiere la República. Éste, del no podéis disimular la extrema minoría en el Estado, está el único en el que os podéis apoyarse para combatir. ” Esta minoría activa va entonces a poner todo en obra para llegar al poder en el momento en que van a celebrarse las elecciones para la Convención. Comienza por París, en adelante bajo las órdenes de las patrullas jacobinas (2) , esperando las masacres de Septiembre que hundirán la villa en el estupor e intimidarán fuertemente a los electores.

(2). Danton describe así observación de las masacres de Septiembre: “Es en Paris donde es necesario mantenerse por todos los medios. Los republicanos son una: ínfima minoría, y, para combatir, no podemos contar más que en ellos: el resto de Francia se unido a la realeza. Es necesario amedrentar a los monárquicos”, dan, Robimet Procé.s des dantonistes, p. 45 (palabras de Danton en el Comité de défensa), citado en Hippolyte Taine, Les Orígenes de la France conternporaine tIII 1901-1904 Paris


De hecho, se hace todo para falsear el juego de las elecciones de septiembre de 1792. La Comuna empujó a la Asamblea bajar la edad de voto y adoptar el sufragio universal (excepto los criados, sospechosos de seguir las opiniones de su amo) en dos grados: no se trata de hacer hablar la nación, sino de hacer intervenis las capas sociales más favorables a los Jacobinos. En cuanto a los otros, todo está ordenado de manera a desalentarlos. Los opositores son por lo demás inmediatamente excluidos del voto: los del club monárquico, del club: de la Sante-Chapelle, del club de Feuillant, los signatarios de de peticiones realistas. Las prensas de los Diarios realistas son confiscadas y transferidas a los patriotas. Los diputados deben ser republicanos (1). No son admitidos a votar más que aquéllos que han prestado juramento de ser fieles a la libertad y la igualdad (2). Por otra parte, la Comuna empujó a la Asamblea a rechazar el escrutinio secreto en favor de la votación nominal y del voto en voz alta. En París, la misma asamblea electoral presidida por el republicano Robert, se transfieren a la sala grande de los Jacobinos donde todo voto tendrá lugar bajo la mirada amenazante de los más extremistas (4). Por ello, por estos votos forzados, la Comuna impone Marat, Danton, Fabre d'Églantine, Camille Desmoulins, Billaud-Varennes, Manuel, Collot d’Herbois, Robespierre, Fréron, David, etc Siendo así que 5 ó 6.000 Jacobinos impondrán sus voluntades a 700.000 Parisienses. Esta medida no concierne solo a Paris. sino también una decena de otros departamentos. En Seine-et-Marne, por ejemplo, se la votación nominal se instaura bajo la presión a los Comisarios parisienes (5). Se niega a los constitucionales de La Legislativa los pasaportes para salir de París, con el fin de evitar que hicieran campaña en provincia y que informaran al público de los acontecimientos. En provincia, aunque menor grado, tuvieron lugar las misma maniobras de intimidación.

Las elecciones septiembre de 1792 se señalaron así por una débil participación. Se ha podido estimar que votaron alrededor de 600.000 electores sobre 7.000.000 inscritos (6), debido a los circunstancias muy particulares que acaban de mencionarse. El 20 de septiembre, por la tarde, la Convención se reunió en las Tullerías, mientras la Legislativa estaba reunida aún. Comportaba 759 diputados (7), de los cuales 200 de la antigua asamblea. Los salientes se adhieren al futuro régimen: la Legislativa, el 4 de septiembre, había ya jurado combatir los reyes y la realeza (8). En cuanto a los otros, fueron cuidadosamente seleccionados por los múltiples filtros impuestos por los Jacobinos; son un su mayor parte republicanos convencidos, incluso si sonen mayoría Girondinos.

Esta asamblea, elegida para redactar una nueva Constituciónantes de someterlo al pueblo, no va con todo a tardar en proclamar la República. El 21 de septiembre, se reúne en la sala de picadero de Tullerías . Era una sala más larga que amplio, bastante incómoda, rodeada de galerías donde toda una población desocupada visitaba como el teatro. Al final de esta primera sesión, mientras que el presidente iba a decretar el aplazamiento, Collot de Herbois, un antiguo actor, cargo electo de París y dotado, como tal, de un mandato imperativo para la instauración de la República, plantea la cuestión de la abolición de la realeza. Ante algunas vacilaciones, el abad Grégoire, obispo constitucional por Blois, tan farsante como demagogo, vence las resistencias con estas fórmulas bien sentidas que hacen exultar las galerías e intimidan a los reticentes: “Todas las dinastías no han sido nunca más que razas devoradoras que sólo vivían de carne humana”; “Es necesario destruir este talismán mágico cuya fuerza sería propia para asombrar aún muchos hombres”; “Los reyes son en el orden moral lo que los monstruos son en el orden físico. Las cortes son el taller de los crímenes y la guarida de los tiranos, la historia de los reyes es el martirologio de las naciones. ” La Asamblea se levantó entonces como un solo hombre, protestando su odio hacia la realeza después del 10 Agosto. Por ello después de un breve voto , “La Convención nacional decretó por unanimidad, , que la realeza está abolida en Francia “. Las galerías exultan, así como las secciones. Se advierte que la realeza está abolida sin que sea declarada la Republica. Es porque la palabra, equívoca e inquietante para la mentalidad de la época, reenvía sobre todo a las pequeñas ciudades-Estado de la Antigüedad o a las oligarquías plutocráticas como Venecia u Holanda -. Pero la idealización de la Antigüedad grecorromana, asociada a las esperanzas de un cambio de época y al ejemplo americano, triunfa. El término de República finalmente es insertado por rectificación al acta, el día siguiente, la sesión del sábado 22 de septiembre. El calendario en adelante se data de primer Año de la libertad y el sello de los Archivos nacionales es modificado .

La proclamación de la República no se hizo pues en el clima sereno y entusiasta que le presta generalmente, sino con precipitación y febrilidad, bajo la mirada de las galerías y de la Comuna, por diputados elegidos según procedimientos ilegales. Por su parte, la Comuna había iniciado el movimiento empujando a la Asamblea, el 14 de agosto, a excluir el nombre del rey de la lista de los funcionarios públicos, y, del 15 de agosto, dictar sus sentencias y sus leyes en nombre de la nación. Por otra parte, la República fue proclamada por un reducido mismo número de diputados, que, inquietos por la poco popularidad de las ideas republicanas, hicieron pasar la moción entre la exaltación y la amenaza, sin esperar incluso que, para una materia tan importante, la Asamblea estuviera reunida al completo, siendo muy largo el tiempo de transporte, en la época, para los diputados venidos de provincia. El 20 de septiembre, Pétion, Girondino, había sido elegido sobre la base de 253 votantes; no debía allí haber mucho más el día siguiente.

He aquí cómo un diputado, Fockedey, describe la instauración de la República: “Yo partí de Dunkerque el 21 de septiembre de 1792. Me informé de la abolición de la realeza y del establecimiento de la República el 22. El Sr. Merlin, de Douai, diputado como yo en la Convención, mi compañero de viaje, no pudo creerlo, dado que se habían pronunciado todos los decretos antes de la reunión general de todos los diputados recientemente elegidos. Nuestras dudas se cambiaron en realidad al día siguiente, día de nuestra llegada a París; el decreto se había pronunciado por la mayoría de los miembros presentes y durante la ausencia de cerca de 500 diputados aún no llegados. ” Los dos hombres llegan a París en la mañana del 24. “El Sr. Calon [presiden del Comité de la inspección], su Presidente, me expidió mi carta de entrada en la Asamblea con el n° 304 [sobre entendido: El Sr. Fockedey es el 304 miembro inscrito de la Asamblea]. - Sin ninguna duda, el 22 y 23 de septiembre había llegado un buen número de diputados. La Asamblea convencional contaba en total con 749 diputados. Por tanto se la realeza fue abolida y la República fue decretada y proclamada por a lo sumo los dos quintos de sus miembros. ¿ Este procedimiento precipitada fue legal? La respuesta es simple y fácil; el temor de los innovadores de no conseguir sustituir un Gobierno monárquico por un Gobierno republicano y constitucional si la totalidad de los diputados hubiera tomado parte en este cambio mayor y tan importante, los determinó tomar este decreto. [… ] Era evidente para todo el hombre reflexivo y bien pensante que el Gobierno republicano votado antes de la llegada de todos los diputados llamados el Convenio y por los dos quintos solamente era ilegal: y no lo era menos que no sería sólo más que un Gobierno transitorio y transitorio y que Francia retornaría un poco más tarde al Gobierno monárquico y probablemente la Constitución de 1791 publicada, sancionada por el rey y aceptada con reconocimiento por la gran mayoría del Franceses. ” Para evitar esta perspectiva, una única solución se impone: dar muerte el principio monárquico asesinando el rey y a su familia.

(1). La asamblea electoral de París, en efecto, retenida por los Jacobinos. Impone a los diputados un mandato imperativo: deben votar “1) la abolición absoluta de la realeza y pena de muerte contra los que propongan restablecerlo 2) la forma de un gobierno republicano” (A. AULARD, Histoire polítitique de la Révolution franÇaise p. 238).
(2). Ibid., p. 229. De mismo Albert MAXHIEZ, le Bolchevisme y le Jacobinisrne: librairie du Parti socialiste y de l ' Humanité 1920. p. 12: “La Convención fue elegida en el período perturbado de las masacres de Septiembre. La mayor parte de las asambleas electorales que nombraron los diputados sufrieron la ley los clubes. Debieron proceder al voto alta voz. Es un hecho bien conocido que los Jacobinos y sus partidarios fueron aproximadamente los únicos en presentarse a las urnas. ”
(3). A. AULARD, , Histoire polítitique de la Révolution franÇaise p. 239.
Establece un juramento prestado por los miembros de la Asamblea electoral de París de establecer la República, implicando en consecuencia el club del Jacobinos.
(4). Sucede a menudo lo mismo en provincia. Una sección de Troyes. el 26 de agosto excluye del voto los padres de emigrados y los signatarios de peticiones monárquicos: “El pueblo soberano, reunido en asamblea primaria, no puede admitir en el número de sus miembros más que a ciudadanos puros sobre los cuales no pueda recaer la menor sospecha” (TAINE: La Révolution: la conquête jacobine, p. 425 n 2).
(5). Louvet, queriendo impugnar la candidatura de Marat, se ve entonces “rodeado de esos hombres grande bastones y sables de los que el futuro dictador iba siempre rodeado, los guardias de corps de Robespierre. Me amenazaron, me llamaron en estos términos: “Dentro de poco, pasarás.” Así se era libreen esta asamblea en que , bajo los puñales, votaba alta voz 1” (LOUVET DE COUVRAY Memorias, citado en TAINE, La Révolution: la conquiste jacobine, p. 358),


(6). Gustave BORD, en su artículo “la proclamación del Républica de la Revista de la Revolución, describió sus investigaciones, que indican 630.000 electores sobre 7.580.000 inscritos. Observando que un 25% de los electores desegundo grado no participaron, y que cada convencional había sido elegido, en media, con dos tercios de los votos, concluye que la Convención representa en realidad 315.000 electores, lo que representa un 4% de la totalidad de los ciudadanos activos. Taine da cifras similares.
(7). Según HOURRTOULLE, Franc-maÇonnerie et Révolutión. sobre 749 elegidos 249 estaban francmasones inscritos (cde los que 29 llegarán después de la muerte del rey)

(8). Mientras que París se abandonaba a las masacres, el viento de amenaza y de sospecha que precede los asesinatos políticos había franqueado las puertas la Legislativa. Respondiendo a Chabot, que había informado de algunas sospechas hacia ella,” la Asamblea, con un movimiento general, se levanta entera, se jura que ella combatirá hasta la muerte los reyes y la realeza” (Acta citada en A. AULARD Histoire politique de la Révolutión franÇaise, p. 228). Frente a algunos restos de duda se empujó a la Asamblea jurar en dos o tres veces. Así Lariviére “ juremos por lo que hay de más sagrado, sobre la salud del pueblo, sobre la felicidad del pueblo, morir mil de veces, antes de que un monarca, príncipe o rey, sea el jefe de la nación francesa” (Ibid., p. 229).

EL PROCESO DE LUIS XVI

La idea de un proceso al rey es en realidad una vieja idea. Ya en los día siguiente del 10 de agosto, tres requisitorias son levantadas, redactadas por un grupo de una treintena de diputados que trabajan a la búsqueda de “pruebas” contra Louis XVI'. Inmediatamente después del proclamación de la República, el 30 de septiembre, se nombra a una comisión especial para instruir su proceso. Es verdad que Jacobinos y Girondinos permanecieron divididos: los primeros quieren la ejecución inmediata, y los segundos se proponen dar formas legales un asesinato premeditado. ¿Por qué estas formas legales, por lo demás muy rudimentarias? Es que el pueblo francés, a pesar del curso de los acontecimientos, permanece apegado a la monarquía. Como ha escrito el filósofo Michael Walzer: “La nación, en su conjunto [...] estaba todavía bajo el encanto realista. ” Una señal es el vehemencia con la cual los Montagñards rechazaron la' llamada al pueblo, Saint-Just insinuando, no sin alguna razón: “Se habló de una llamada al pueblo. ¿No es para recordar la monarquía?”

”¡En teoría sin embargo, el rey seguía siendo inviolable, según los términos de la Constitución de 1791.Será necesario, en un informe famoso apoyando la idea de proceso al rey, todas las acrobacias verbales de un Mailhe para torcer el sentido de la palabra “inviolabilidad” de manera que el rey no se beneficie ya, sobre todo teniendo en cuenta que, según Mailhe, ¡la reunión de los representantes del pueblo en Convención nacional suspende la Constitución de facto! El informe va, por otra parte, más lejos que el juicio; anuncia ya la muerte del rey, amenaza sordamente a la reina y el delfín, y concluye: “Todo anuncia la próxima caída de reyes y el restablecimiento de las sociedades sobre sus bases primitivas” (Informe Mailhe del 7 de noviembre de 1792) – es decir las de la nueva religión de la naturaleza y la nación que se desarrolló progresivamente el final del siglo xvIII en el contexto de las Luces, de un iusnaturalismo descristianizado y de un esoterismo a menudo asociado franc-masonería.

¿Un proceso? Pero el proceso de Luis XVI no habría incluso seguido las formas usuales. Uno de los defensores de Luís XVI, de Séze, verá aquí “irregularidades fragrantes” que generaciones de juristas revelarán después de él: la instrucción y el juicio están confundidos, la instrucción se hace contra el acusado solamente, sin recusación posible de jueces y jurados, no hay mayoría calificada para la condena a muerte, no hay deliberaciones secretas, ausencia total de debate oral contradictorio, etc.

Además todo el proceso se desarrolla según una curiosa puesta en escena, en que se suceden las denuncias lacrimeantes de viudas, de huérfanos, de heridos del 10 de agosto venidos a enmarañar la barra, y la lectura de peticiones vengativas (ya que cuidadosamente filtradas) llegados de provincia, todo ello bajo los clamores furibundos de las tribunos compuestos de figurantes asalariados por los Jacobinos. Haciendo fondo sobre todo este teatro, los convencionales montañeses se alarman repentinamente de la bestialidad salvaje de un rey cuya mala reputación de debilidad y de indecisión desaparece brutalmente por necesidades de la causaaparece ahora como un “tigre” (Julien, de la Drôme), un “ogro”, una “bestia [...] a exterminar lo más pronto” (Thirion, de la Moselle), un “cocodrilo coronado” (Vadier, de l’Ariège), un monstruo” (Dufriche-Valazé), un “monstruo social” (Lakanal), un “monstruo sanguinario” que, “ puñal en mano”, “está cubierto de la sangre de mis hermanos” (Morisson), un “rinoceronte jadeante de la sed de la sangre”, superviviente de la “casa de fieras” del Temple y de las Tullerías (Hébert). Cartas indignadas de Jacobinos apoyan el discurso de los futuros regicidas; un Jacobino du Moulins escrbe: “Matar a un hombre es un crimen, pero Capet no debe ser mirado como un hombre. Es para creer, añade, que su madre tuvo comercio con alguna bestia salvaje. ” Un cierto Bentabole, el 26 de octubre, , habla a los Jacobinos de “guillotinar a toda la familia arriba real “ familia resultante de una “raza degenerada. ”

Es que Luis XVI ha cometido un gran crimen: es culpable de ser lo que es. No solamente por su equívoca subhumanidad, sino también por las funciones intrínsecamente perversas de las cuales permanece impregnado a pesar de su caducidad. Frente a él, los convencionales favorables la muerte se instauran como sacerdotes autoproclamados de la justicia inmanente y como defensores de la naturaleza y la nación, fuera de todo marco jurídico o constitucional. Su veredicto queda claro: Luis XVI tiene la culpa de ser rey – o de haber sido rey -, en un lapso rindiendo un homenaje involuntario la majestad de Luis XVI. Como tal merece la muerte. Robespierre califica a Luis XVI de “criminal hacia la humanidad”; Santo-Just, reclamándose de la naturaleza, dice: “La realeza […) es un crimen eterno contra el cual todo hombre tiene el derecho a elevarse y de armarse.” Bajo los ojos admirativos de los tribunos, es quien se volverá el Brutus que matará de nuevo al César.

Ciertamente, se juzga a Louis también por sus actos. Once cargos de acusación le son imputados por Barére el 11 de diciembre de 1792. Aparecen menos como los actos de una persona libre que como la emanación necesaria de un carácter radicalmente malo e irremediablemente corrompido. En realidad, la mayoría de los males de los que se le acusa tienen para autores los revolucionarios, que se sirven del rey como uno chivo expiatorio mientras que la situación financiera, militar y política de Francia sigue siendo frágil. Luis XVI es convocado a la Convención, luego preguntado de improviso, sin defensores. Se le acusa la guerra contra la Austria, sin embargo sobre todo imputable al jefe del Girondinos, Brissot, que se reclama explícitamente: “Era la abolición de la realeza lo que tenía en vista haciendo declarar la guerra.” Se le acusan las violencias del 23 de junio de 1789 en Versalles, como si los miembros del tercer estado no estuvieran reunidos. Se le acusa de haber enviado las tropas en París el 13 de julio de 1789, como si no hubiera tenido derecho. Se le acusa ha querido huir al' extranjero, mientras que sólo quería ir Montmédy; se le acusan de diversas masacres en las cuales nunca ha tomado parte; se le acusa la protección de los sacerdotes , a la cual estaba ligado por juramento sagrado, la conspiración del 10 de agosto, la especulación sobre el azúcar y el café, el uso de su derecho de veto, reconocido sin embargo por la Constitución, etc Como eso no es suficiente, se producen misteriosos papeles extraídos de un “armario de hierro” descubierto en noviembre en las Tullerías, de los que Luis XVI afirma no haber nunca oído hablar. Por su parte, Luís responde viva y dignamente: “Mi corazón está desgarrado por encontrar en Pacto de acusación la imputación de haber querido hacer extender la sangre del pueblo… Reconozco que las pruebas multiplicadas que había dado en todos los tiempo de mi amor para el pueblo, y la manera con la que siempre me había conducido me parecían deber probar que temía poco exponerme para ahorrar su sangre, y para alejar de mi para siempre una similar imputación” Sus defensores, tardíamente nombrados, Malesherbes, Tronchet, Target, apoyaron su argumentación sobre el carácter legal de los distintos artículos de la Constitución de 1791.

Cualquiera que sea la irrealidad de estos crímenes “contra la nación” y la “libertad”, se encuentran automáticamente imputados Louis XVI, en adelante marginado de la sociedad, lo que estaba ya, por otra parte, debido a su persona y sus funciones. Pasa a ser ahora un “enemigo extranjero”, un “bárbaro”, un “extranjero prisionero de guerra” (Santo-Just); no puede beneficiarse de los derechos cívicos: “la sociedad vuelve a entrar en el estado de naturaleza con respeto del tirano. ¿Cómo podría alegar él el pacto social? ” (Robespierre, 3 de diciembre 1992)- es decir, claramente, la Constitución y los Derechos del hombre con todo lo protegen. Y luego, finalmente, cortos de argumentos,Los tenores montagnards afirman con aplomo que los acontecimientos han ido tan lejos en el sentido de la destrucción de la monarquía que no puede más que ser condenado a muerte: “Debe morir para garantizar el descanso del pueblo, (Saint-Just. el 13 de noviembre de 1792); “Es necesario que Louis se muera para que la Patria viva” (Robespierre) - y que los patriotas sobrevivan.

Sin embargo, si todos están convencidos, al menos exteriormente, de la culpabilidad de Luís, según una de las numerosas acepciones que este término parece tener en su espíritu, no parece que la mayoría de los convencionales se resolviera a dar muerte a Luís XVI. Un cierto número de entre ellos, en efecto, no desea llegar a tal extremo, permaneciendo al mismo tiempo críticos sobre los actos del rey. Es entonces cuando, repentinamente, los futuros regicidas, que, hasta entonces, se reclamaban ruidosamente de democracia y representación popular, descubren su propio valor infalible e inspirado de representante, minoritarios, pero verídicos, de la República y la nación: “la virtud estuvo siempre en minoría sobre esta tierra”, se lamenta Robespierre frente a las tergiversaciones de ciertos Girondinos. Y Legros, de los Jacobinos, el 1º de enero, afirma por su parte: “Los patriotas no se cuentan, se pesan… Un patriota, en la balanza de la justicia, debe pesar más que 100.000 aristócratas. Un Jacobino debe pesar más que, 10.000 Feuillants. Un republicano debe pesar más que 100.000 monárquicos. Un patriota de Montaña debe pesar más que 100.000 brissotins. De donde yo concluyo que el gran número de votantes contra la muerte de Luís XVI no debe detener a la Convención, (y eso) cuando incluso (no hubiera más que) la minoría de la nación para querer la muerte de Capet. ” Desgraciadamente, el voto, en la Convención, se hace por mayoría absoluta. Veamos cómo la virtud va a triunfar.

El voto tiene lugar en condiciones probantes, extendiéndose el 16 y 17 de enero. En París, circulan listas de “realistas” que han votado por la apelación al pueblo. En la Asamblea, las tribunas están abarrotados de criaturas a sueldo de los Jacobinos, que no vacilan en colmar de injurias y de amenazas los más vacilantes; les hace eco Le Peletier de Saint-Fargeau, al pie de la Montaña, cuyos ladridos siniestros recuerdan todos que están bajo vigilancia. Es así que mucho convencionales hostiles al regicidio hacen una brusca vuelta de cara. Vergniaud, que, la víspera, había prometido que no votaría nunca la muerte del rey, revisa repentinamente su opinión en el momento de comparecer en la tribuna. Fouché, futuro Ministro de Policía general de Napoleón, había jurado a Daunou que él no votaría la muerte de rey; la vota a pesar de todo, reconociendo más tarde haber tenido miedo de represalias sobre su mujer o sus niños “. Philippe Égalité, por su parte, había prometido en todo su entorno, en particular, a su hijo, futuro Luis-Philippe, que no votaría nunca la muerte de Luis XVI, dando su palabra de honor que él no iría incluso a la Convención. El 15 de enero de 1793, recibe entonces la visita de Merlin de Drouai y Treilhard, que le anuncia crudamente: “Si no va a la Convención, se afirmará que usted no está de acuerdo sobre la puesta en juicio de Luis XVI: tenga cuidado de usted. ” Se afirmó a Charles Villette que si no votaba la muerte de Louis, sería masacrado. En cuanto a Bollet, del Pas-de-Calais,es amenazado a bastonazos en la tribuna por Duquesnoy que le tomó por el cuello. Vota la muerte, aterrorizado. Jean Debry, futuro prefecto del Doubs, reconocerá más tarde, por su parte: “Había ido a mi casa, con la intención formal de de votar el destierro del rey y no su muerte; yo lo había prometido a mi mujer. Llegado a la Asamblea, se me recordó con un señal el juramento de las logias. Las amenazas de las tribunas acabaron de perturbarme: voté la muerte. ”

De 712 votantes, 366 se declaran por la muerte sin condición, 26 por la muerte a reserva examinar la cuestión del aplazamiento (enmienda Mailhe), 39 por la muerte con aplazamiento, 290 para la detención seguida del destierro en la paz. Eso hace 366 votos por la muerte sin condición - entre los cuales doce son en realidad nulos (1), y 355 para las otros penas. Los Jacobinos se indignan por un resultado tan escaso - la mayoría absoluta requerida es con 361 votos - y exigen un nuevo punteo. En realidad, Manuel, recientemente convertido al realismo, había contado en favor del rey las voces de la enmienda Mailhe, lo que no era en si ilegítimo. El resultado da entonces 387 votos por la muerte y 334 votos por la detención o la muerte con aplazamiento. El 18 de enero, un nuevo escrutinio exigido por los moderados da 360 voces contra la muerte del rey y 361 votos a favor - milagro ¡es justo la mayoría absoluta!

La muerte del rey está pues votada. Los partidarios de Luis XVI se presentan una última vez en el estrado. Malesherbes llora, suscitando en Robespierre un atisbo de humanidad que le hace brevemente entrever los derechos de la defensa. Él suelta en efecto: “Perdono a los partidarios de Luís las reflexiones que se han permitidos; les perdono sus observaciones sobre un decreto que era necesario rendir para la salud pública; les perdono todavía haber hecho un planteamiento que tiende consagrar la demanda de apelación. ” El perdón será sin embargo de corta duración: de Séze se encarcelado, Tronchet seguido por el Comité de seguridad general y Malesherbes terminará en la guillotina. El 18 de enero, la esperanza vuelve de nuevo al campo realista con la puesta en voto de un posible aplazamiento. Pero se dirige de nuevo Robespierre, silbando nuevas amenazas: “experimentaría un dolor demasiado vivo si una parte de la Convención se viera obligada a hacer violencia a la otra.” Para apoyar mejor estos sentimientos delicados, hace guardar la sala de la Asamblea por federados marselleses y de Brest . El aplazamiento es así es rechazada por 380 votos contra 310.

El rey va pues a morir. ¿Qué ocurrirán con los regicidas ? De los 380,31 serán guillotinarán, dos se volverán locos, dieciocho morirán de muerte violenta, seis se suicidarán. Y un 40% de los supervivientes se incorporarán a la alta función pública bajo Napoleón.

(1). Algunos historiadores. como G. BORDE, la Verdad sobre la condena de Luis XVI, revelaron estas irregularidades en el escrutinio. Borde señala (p. 14) que al rehacer los punteos, ¡se parte de 754 miembros en vez de los 749 inscritos! Destaca a continuación que 12 votos por la muerte eran nulos: 3 votando después de haberse recusado, 4 no inscritos, 4 suplentes sin derecho de voto. y el de un diputado de París, Robert, que no era francés.

La Revolución intermitente (El libro negro de la Revolución francesa)

EL LIBRO NEGRO DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Una pequeña selección de textos de El libro negro de la Revolución francesa permite una incursión por el terreno vedado de una visión crítica radical de aquel evento histórico, tan admirado y reverenciado por liberales y progres de todo pelaje, hasta el punto de ser la parodia de un icono sagrado ante el cual se cae postrado de hinojos.

El Capítulo IV LA REVOLUCIÓN INTERMITENTE FRAGMENTOS INTEMPESTIVOS DE HISTORIOGRAFÍA POST REVOLUCIONARIA describe la confusión igualitaria y la confusión liberal origen respectivo del comunismo y del liberalismo que retrotraen sus orígenes al jacobinismo con las secuelas de cárcel generalizada del uno y acumulación implacable de poder del otro.

El Capítulo VI LA MUERTE DE LUÍS XVI nos refiere sumariamente las ilegalidades fragrantes con las que se proclamó la República, mediante todo tipo de ilegalidades: exclusión de la oposición, amendrantamiento y amenazas de los representantes, mínima representación del cuerpo electoral saltándose todo tipo de quórum. Bastante más irregular fue el proceso a Luis XVI pleno de irregularidades jurídicas, calumnias, mentiras, amenazas, dudosos conteos de votos y otros etc. Se trataba de los primeros balbuceos de la moderna democracia.

El capítulo XI LA GUERRA DE VENDÉE GUERRA CIVIL, GENOCIDIO MEMORICIDIO es sin duda el más escalofriante del libro, se refiere aquí a la cruel guerra civil desatada en la Vendée y perdida por los vendeanos a la que siguió el primer genocidio o populicidio de la era moderna con fusilamientos, torturas, ahogamientos masivos, incendios de haciendas, hornos crematorios, desollamiento de cadáveres para hacer pantalones de montar y otras serie de eventos que constituyen todo un timbre de gloria de la Revolución francesa y nos descubre unos franceses capaces de de igualar si no superar las peores barbaries de los nazis.


El capítulo XII EL VANDALISMO REVOLUCIONARIO nos recuerda el gran amor a la cultura en que desembocó finalmente la ilustración francesa del XVIII, con robos, expolios y destrucciones de todo tipo y clase, cuyos motivos variaban desde el odio antirreligioso hasta el miedo a los procedimientos del terror, pasando por la expropiación y nacionalización de bienes con su posterior venta. Menciona de paso la exportación del vandalismo por las tropas francesas tanto revolucionarias como napoleónicas, de la que en España sabemos algo

El capítulo XVI EL REPARTO REVOLUCIONARIO DEL TERRITORIO, ENTRE UTOPÍA Y TECNOCRACIA básicamente se refiere a la moderna cuadriculación del territorio administrativo que destruyó las antiguas provincias históricas y que acabó con las libertades locales que fueron contrapoderes del poder central , sustituidas finalmente por un sistema de elección partidaria aun parlamento central omnímodo en su poder y carente de contrapoderes; en suma la partitocracia, que durante demasiado tiempo se ha hecho pasar por democracia.

El capítulo XXIV “LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD” O LA IMPOSIBILIDAD DE SER HIJO es una interesante visión demoledora de los inmortales principios de la Revolución francesa, hijos de la ilustración que algunos consideran consecuencias del cristianismo, que más bien habría que considerar, como decía Chesterton, como ideas cristianas que se han vuelto locas .

El Capítulo XXV ¿SE FESTEJARÄ EL TRICENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN? Tantea el futurible de una permanencia de los valores (o mejor no valores) republicanos en una Francia descristianizada o tal vez mayoritariamente islámica.

Todos los temas y autores de este libro están convenientemente proscritos y ninguneados en Francia, pero contribuyen en no pequeña medida a experimentar una ligera desazón con un asomo de asco al tratar de esa Francia cuna de Terror, del genocidio, precursora del nazismo y del sistema carcelario y exterminador soviético y que sin embargo a varias generaciones de españoles se les enseñó como cuna de la moderna civilización alumbrada por la Revolución, del progreso y de la democracia.

Capítulo IV LA REVOLUCIÓN INTERMITENTE FRAGMENTOS INTEMPESTIVOS DE HISTORIOGRAFÍA POST REVOLUCIONARIA.

Gregory Woimbé
Doctor en Historia

1. REVOLUTIO PERENNIS. EL OBJETO EN EL ACONTECIMIENTO

El jacobinismo entre la libertad y la igualdad.

La historia de la Revolución ha cedido bajo el peso de su propia historia, y el historiador “debe anunciar sus colores”. El análisis liberal no ha sido recobrado más que contra el análisis social. ¿Se debe elegir entre libertad e igualdad, entre Estado y sociedad? El problema viene de una “doble” confusión del Estado y de la sociedad: la confusión igualitaria que se funda sobre la paradoja de una disolución de la sociedad a través de su abstracción estatal (en el estado) y su inscripción partisana (en partidos políticos); la confusión liberal que se funda sobre la paradoja utilitarista de una disolución del estado a través de la particularización de los intereses sociales y su inscripción corporatista (con la producción de nuevos cuerpos intermediarios privilegiados) . Esta doble paradoja, esta doble confusión, es la misma matriz jacobina de una cantidad de tendencias. Estructura la sociedad en sindicatos y en partidos y el debate público en programa y en reivindicación, en promesas y en decepciones. El jacobinismo es el mismo plan de inmanencia que se constituye luego en pluralismo ilusorio. Los que se enfrentan o debaten son las especies de un mismo género jacobino fundado sobre la disolución de las diferencias Estado-sociedad en el derrocamiento del concepto político, en el pasaje del bien común (que es un fin) al interés general (que es un medio), el la instrumentalización de la política por la ideología.

La Revolución “Jacobina” fue el mito de una igualdad considerada de producir, por la virtud generalizada, libertad y sociedad y, queriendo una realidad que las produzca todas (las libertades individuales y colectivas), ella celebra su divorcio. El comunismo estima que la felicidad social legitima una tiranía “de transición” y acaba por preferir la tiranía al mismo bienestar que ella supuestamente edifica; el liberalismo, juzga al contrario, que la felicidad está mediatizada por una libertad de indiferencia y el también acaba por preferir el medio al fin. Se podría reenviar el uno al otro espalda contra espalda, mientras que no han estado en la historia más que frente a frente, y es incluso este frente afrente cínico quien ha determinado los dos siglos que nos preceden. La Revolución ha puesto los jalones de esta oposición, que es su polaridad, su movimiento dialéctico, su coincidentia oppositorum . La libertad del liberal es toda psicológica, no es más que una voluntad de poder y su desregulación esconde de hecho la supresión de un derecho protector de los más débiles, es la supervivencia de una oligarquía adaptada a la jerga democrática . La sociedad del comunismo no es más concreta ya que ella se resume históricamente en la puesta en escena de un sistema carcelario generalizado. Entre la prisión y el derecho del más fuerte, el contemporáneo está aplastado: la tiranía y la oligarquía, incluso revestidas la una y la otra del nombre de democracia que ellas reivindican a la vez (liberal o popular), son temibles regresiones políticas, como si el hombre dotado de su larga experiencia no hubiera sabido producir más que regímenes ciertamente sofisticados en cuanto al funcionamiento, pero terriblemente primitivos en cuanto al principio

Los tiempos de la Revolución

La Revolución no será nunca más el monolito que ha sido y que es aun a veces en el alma colectiva de los pueblos. Esto es religión, no historia. Cuando la Revolución se hace Revelación, pretende ser un nuevo fundamento de la vida social, y sus historiadores se hacen teólogos cumpliendo la función teológica en el seno del cuerpo social. Estas teologías acumuladas no son más que una utopía a estudiar para el historiador de las representaciones o el sociólogo de la cultura. Sin embargo está la irreducible materialidad de un pasado infranqueable, el misterio de un hecho que dura indefinidamente y que se comunica de generación en generación, continuando a inflamar a los que se determinan por o contra lo que ellos reciben, por o contra (1).

(1) Leon Daudet , Deux idoles sanguinaires: la Revolution et son fils Bonaparte, Paris, Albin Michel 1939: “ La mayor parte de los historiadores que han hablado de la Revolución de 1879, salvo los Goncourt, se han expresado por su cuenta con una mezclas de temor y respeto. Michelet ha escrito en términos magníficos, la apología absurda de la Revolución y sus hombres . El liberalismo ha concluido que había en ella algo muy bueno, muy nuevo y malo, con un final muy malo, el Terror. A continuación Taine, al que había impresionado la Comuna de Paris, insistió sobre la ausencia de lo muy bueno, el conjunto legislativo de los más mediocres y la ferocidad bestial de los jefes, que él llamo ‘ los cocodrilos’. Lenôtre, hostil a la Revolución, decía poco antes de su muerte, a Octave Aubry: ‘He estudiado la Revolución en los archivos, desde hace cuarenta años. No comprendo nada de ella.’ Gaxotte en fin, el último historiador a la fecha de eta funesta crisis política y moral, ha vuelto atraer talla de los ‘cocodrilos’ y señalar su mediocridad intelectual y moral. Por mi parte quiero mostrar, que conforme a la palabra de Clemanceau, la Revolución es un bloque…un bloque de necedad – de burradas hubiera dicho Montaigne- de estiércol y de sangre. Su forma virulenta fue el Terror. Su forma atenuada es la democracia actual con su parlamentarismo y el sufragio universal, y su elección, como fiesta nacional, del inmundo 14 de julio, donde comenzó con la mentira de la Bastilla, el paseo de las cabezas en la punta de las picas. El catorce de julio, verdadero comienzo del periodo terrorista y completado por el gran miedo. Fecha fatal para el país.

La sangre del terror

El episodio del Terror es la gran rugosidad de la Revolución francesa. Para unos, es un daño colateral, un resbalón, una deriva, un accidente intolerable debido a circunstancias intolerables ellas mismas, una subversión del ideal; para otros, es la verdadera faz de 1789, el movimiento de su lógica interna, una subversión por el ideal ¿Pero como circunstancias tan excepcionales podrían explicar un basculamiento tal de la humanidad en el asesinato y la violencia? ¿Pero como una lógica interna que se haría remontar a la misma monarquía y porqué no a la misma idea de Francia podría resolverse en el drama del Terror? El terror no es ni subversión del ideal, ni subversión por el ideal. Es la violencia misma del ideal, de todo ideal, pues el ideal no puede no poner la cuestión del mal y de la salvación.

El terrorismo es en primer lugar preventivo: suscita el espanto; a continuación es represivo, pero no reprime lo que sería el fracaso de su ‘prevención’. Es justamente porque su terror triunfa, es cuando el miedo triunfa cuando se activa la violencia. En el fondo el Terror se ha encarnizado sobre adversarios que no existían, sobre fantasmas, pero matando seres bien reales. Su violencia no fue funcional. Fue el culto necesario del miedo. La violencia es la ritualización del miedo que ella suscita. En el fondo para ser eficaz y para evitar la rebelión, es preciso representar concretamente lo virtual. La guillotina, los ahogamientos o las columnas infernales ritualizaron lo que el discurso estaba estilizando.

Si la democracia es principio de auto-conservación y el terrorismo principio de auto-referencialidad, sería interesante enfocar la relación (al menos teórica) entre los dos términos.

Pero el acontecimiento contingente nos muestra al menos que hay combinaciones paradójicamente posibles especialmente cuando la pasión de la igualdad toma la forma de aniquilación de una población porque ella está construida por su asesino en representación de lo que le hace obstáculo.

La nación comenzó por una integración de todos para acabar en la eliminación de ciertos. La verdadera cesura separa la libertad fundada sobre la igualdad (inmanencia) de la libertad fundada sobre la fraternidad (trascendencia). Estas fueron las dos líneas de los actores de la Revolución.

La Revolución francesa ha querido las dos.

Ciertamente los hombres que ahogaban hombres concretos en Nantes no eran los que imaginaban el hombre ideal en Paris, pero los unos y los otros eran productos de un mismo sistema.

lunes, 26 de julio de 2010

Como buscarse la ruina (Arturo Pérez Reverte)

COMO BUSCARSE LA RUINA


Me despierta un ruido y miro el reloj de la mesilla de noche. Ha sonado en la planta de abajo. Así que cojo la linterna y el cuchillo K-Bar de marine americano –recuerdo de Disneylandia– y bajo las escaleras intentando ir tranquilo y echar cuentas. Cuántos son, altos o bajos, nacionales o de importación, armados o no. Si estuviera en un país normal, este agobio sería relativo. Bajaría con una escopeta de caza, y una vez abajo haría pumba, pumba, sin decir buenas noches. Albanokosovares al cielo. O lo que sean. Pero estoy en la sierra de Madrid, España. Tampoco me gusta la caza ni tengo escopeta. Sólo un Kalashnikov –otro recuerdo de Disneylandia– que ya no dispara. Por otra parte, una escopeta no iba a servirme de nada. Estoy en la España líder de Occidente, repito. Aquí el procedimiento varía. Mientras bajo por la escalera –de mi casa, insisto– con el cuchillo en la mano, lo que voy es haciendo cálculos. Pensando, si se lía la pajarraca, si no me ponen mirando a Triana y si tengo suerte de esparramar a algún malo, en lo que voy a contar luego a la Guardia Civil y al juez. Que tiene huevos.

Lo primero, a ver cómo averiguo cuántos son. Porque si encuentro a un caco solo y tengo la fortuna de arrimarme y tirarle un viaje, antes debo establecer los parámetros. Imaginen que descubro a uno robándome las películas de John Wayne, le doy una mojada a oscuras, y resulta que el fulano está solo y no lleva armas, o lleva un destornillador, mientras que yo se la endiño con una hoja de palmo y pico. Ruina total. La violencia debe ser proporcionada, ojo. Y para que lo sea, antes he de asegurarme de lo que lleva el pavo. Y de sus intenciones. No es lo mismo que un bulto oscuro que se cuela en tu casa de madrugada tenga el propósito de robarte Río Bravo que violar a tu mujer, a tu madre, a tus niñas y a la chacha. Todo eso hay que establecerlo antes con el diálogo adecuado. ¿A qué viene usted exactamente, buen hombre? ¿Cuáles son sus intenciones? ¿De dónde es? ¿A qué dedica el tiempo libre?… Y si el otro no domina el español, recurriendo a un medio alternativo. No añadamos, por Dios, el agravante de xenofobia a la prepotencia.

Pero la cosa no acaba ahí. Incluso si establezco con luz y taquígrafos los móviles exactos y el armamento del malo, un juez –eso depende del que me toque– puede decidir que encontrártelo de noche en casa, incluso armado de igual a igual, no es motivo suficiente para el acto fascista de pegarle una puñalada. Además hay que demostrar que se enfrentó a ti, que ésa es otra. Y no digo ya si en vez de darle un pinchazo, en el calor de la refriega le pegas tres o cuatro. Ahí vas listo. Ensañamiento y alevosía, por lo menos. En cualquier caso, violencia innecesaria; como en el episodio reciente de ese secuestrado con su mujer que, para librarse de sus captores, les quitó el cuchillo y le endiñó seis puñaladas a uno de ellos. Estaría cabreadillo, supongo, o el otro no se dejaba. Pues nada. Diez años de prisión, reducidos a cinco por el Tribunal Supremo. Lo normal. Por chulo.

Imaginemos sin embargo que, en vez de cuchillo, lo que esta noche lleva el malo es una pistola de verdad. Y que en un alarde de perspicacia y de potra increíble lo advierto en la oscuridad, me abalanzo heroico sobre el malvado, desarmándolo, y forcejeamos. Y pum. Le pego un tiro. Ruina absoluta, oigan. Sale más barato dejar que él me lo pegue a mí, porque hasta pueden demandarme los familiares del difunto. Otra cosa sería que el malo estuviese acompañado. En tal caso, nuestra legislación es comprensiva. Sólo tengo que abalanzarme vigorosamente sobre él, arrebatarle el fusco, calcular con astuta visión de conjunto cuántos malos hay en la casa, qué armamento llevan y cuáles son las intenciones de cada uno, y dispararle, no al que lleve barra de hierro, navaja empalmada, bate de béisbol o pistola simulada –ojito con esto último, hay que acercarse y comprobarlo antes–, sino a aquel que cargue de pistolón o subfusil para arriba. Todo eso, asegurándome bien, pese a la oscuridad y el previsible barullo, de que en ese momento el fulano no se está dando ya a la fuga; porque en tal caso la cagaste, Burlancaster. En cuanto al del bate de béisbol, el procedimiento es simple: dejo la pistola, voy en busca de otro bate, bastón o paraguas de similares dimensiones y le hago frente, mientras afeo su conducta y le pregunto si sólo pretende llevarse las joyas de la familia o si sus intenciones incluyen, además, romperme el ojete. Luego hago lo mismo con el de la navaja. Y así sucesivamente.

El caso es que, cuando llego al final de la escalera, comiéndome el tarro y más pendiente de las explicaciones que daré mañana, si salgo de ésta, que de lo que pueda encontrar abajo, compruebo que se ha ido dos o tres veces la luz, y que el ruido era del deuvedé y de la tele al encenderse. Y pienso que por esta vez me he salvado. De ir a la cárcel, quiero decir. Traía más cuenta dejar que me robaran.

lunes, 12 de julio de 2010

Los reclamos de España (José Jiménez Lozano)

A la luz de una candela

José Jiménez Lozano

Diario de Ávila 4 julio 2010

Los reclamos de España

Lo que durante siglos, desde el XVIII-XIX para acá, ha atraído a los extranjeros a España, ha sido la literatura romántica, que llenó el mundo entero de fantasías sobre nuestro país.

Sobre todo desde la época román­tica, en efecto, los europeos venían aquí a ver lo que no se veía en ningu­na parte; y sería suficiente recordar que poblado, grande o chico, que no aportara su parte a ese turismo de bandoleros o gitanos perseguidos por la Guardia Civil, y, desde luego, asegu­raba una vieja bodega llena de dese­chos de cadenas, ruedas, trozos de hierro, cepos, sogas, sacos y agujas de hacer punto o alambres retorcidos y oxidados, era que la cárcel antigua de la Inquisición. Y como hasta hubo ex­cavaciones para descubrir sus horro­res -que los hubo y no hacía falta in­ventarlos- y en esa excavaciones se encontró la cosa más rara del mundo: la trenza de una niña supuestame­mente quemada en Madrid, que lue­go dio mucho juego nada menos que a Echegaray para conmover hasta las lágrimas a los señores diputados. Y el turista en entonces también venía a conmoverse de los horrores que se mostraban.

Así que la cosa comenzó como un trapacero negocio, pero algunos es pañoles llegaron a creerse sus pro­piar trapacerías y fraudes, y, desde que Cánovas dijo aquello de que era español el que no podía ser otra cosa, se extendió la convicción de que los españoles estábamos condenados a dedicamos a este sector servicios ven­diendo nuestro atraso y nuestros ho­rrores. Y en éstas estamos.

Se montó el cuento aquél de las dos Españas cada vez que unos españoles se hacían la vida imposible o se mataban unos a otros, y tal invento funcionó hasta dar en aquello otro de que la historia de España ha­bía reescribirla de nue­vo mientras a otros es­pañoles les gustaba hablar de la anti-España.

Anteriormente, había habido des­de luego mucho arbitrista que aseguraba tener el secreto de la ra­zón de nuestras desgracias y de la fabricación de nuestra felicidad. Algunos de estos arbitris­tas echaban la culpa de todo a que los españoles echaban cilantro en el cocido, y otros pensaban que comían demasiado pan y ello era un impedi­mento para el progreso de las cien­cias. Pero nadie puede negar que hu­bo siempre una élite ciertamente preclara, aunque tenida también por gentes poco realistas. Era Europa la que nos tenía que salvar, y la receta era que España tenía que dejar de ser España y convertirse en otra cosa, hacer otra España, que no tuviera que ver nada con España, y este de­seo de tantos españoles de ahora mismo es precisamente nuestra gran diferencia con los demás países que no son tan modernos o futu­ristas como para tirar la casa y hacerla nueva.

Pero quizás es éste aho­ra nuestro reclamo: el espectáculo de la disolución de una de las más viejas naciones europeas, o una estancia en Babel. No lo sé, pero no deja de ser notable el que a diario estemoscomo casa en reformas donde todo está patas arriba, y no se ve el fin de las obras.