lunes, 5 de junio de 2017

RENÉ GUÉNON: CARTAS A GOFFREDO PISTONI

RENÉ GUÉNON: CARTAS A GOFFREDO PISTONI



                                               El Cairo, 25 de mayo de 1949

Distinguido Señor,

Acabo de recibir su carta transmitida por las ediciones Gallimard, pues la correspondencia entre Europa y Egipto es actualmente muy lenta y sobre todo muy irregular. No tiene ne­cesidad de disculparse por escribirme en italiano, pues, si no lo escribo por falta de hábito, lo comprendo al menos tan fácil­mente como el francés.... el abono a la revista "Etudes Traditionnelles" es de 750....; en cuanto a lo que ha aparecido desde la reanudación de su publicación después de la guerra (en octubre de 1945), me han dicho que hace bastante tiempo que los dos primeros años se habían agotado, pero no lo sé con exactitud. Como comprenderá fácilmente, la distancia a la que me encuentro no me permite ocuparme de estas cosas, y por otra parte, en realidad, solamente soy uno de los colaboradores... ... ... .... ... ... ... 
su administra­ción. Hace falta pues para todo ello que se dirija directamente al Sr. Paul Chacornac, librero-editor, 11, "quai Saint Michel", Paris (5º)

Por otra parte le señalaría, para  ... ... ... ... ... .... , la revista "Studi Iniziatici", dirigida por el Sr. Corrado Rocco y publicada en Nápoles, Via S. Bartolomeo, 47.

En cuanto a las ediciones Gallimard, el próximo volumen por aparecer en la colección "Tradition", y que por otra parte está ya casi listo en estos momentos, es "Hindouisme et Bouddhisme", por Ananda K. Coomaraswamy. A continuación vendrá una se­gunda obra de F. Schuon, "L´Oeil du Coeur", cuyo manuscrito ya ha sido remitido al editor; pero no sabría decirle cuando apare­cerá, pues, a causa de las dificultades debidas a la situación ac­tual, y que por otro lado son más o menos las mismas en todos los países, todas las ediciones van mucho más despacio de lo que se desearía.
Pienso que sin duda sabe que uno de mis libros, "Considera­zioni sulla via iniziatica" (traducción de las "Aperçus sur l'Initia­tion", ha aparecido hace algunos meses en las ediciones Bocca, en su misma ciudad; traducciones italianas de varias otras de mis obras.
         
Le ruego que reciba, Señor, mis saludos más distinguidos.







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                                               El Cairo, 19 de junio de 1949

Estimado Señor,
Acabo de recibir su carta del    ; entretanto, el Sr. Rocco me había dicho también que Vd. había ido a verle a Nápoles recien­temente; me alegro de que le haya conocido directamente, pues ciertamente él podrá darle información sobre muchas cosas.
Entre aquellos de mis libros que le gustaría tener ahora, hay varios que están agotados, y parece imposible encontrarlos ac­tualmente; pero "Orient et Occident", "Autorité spirituelle" (del cual el Sr. Rocco acaba en este momento la traducción) y los "Etats multiples de l'étre" han sido reeditados el año pasado, y el "Sym­bolisme de la Croix" debe serlo próximamente; en cuanto a la "Grande Triade", que es la última obra aparecida, todavía existe. Para procurarse todos mis libros, lo mejor es dirigirse siempre a la Librería Chacornac, que tiene en depósito los que han apare­cido en diferentes editoriales; en efecto es mucho más sencillo estar en relación con un solo librero.
Sólo puedo aprobar completamente lo que dice de la práctica del exoterismo católico, pues yo mismo he insistido sobre la ne­cesidad de un exoterismo tradicional, tanto para aquellos que quieren ir más lejos, como para los otros ... ... ... ... ... ... ... catoli­cismo, al menos en su estado actual, no parece dejar ninguna puerta abierta, si se puede decir así, al esoterismo y la iniciación. La interpretación que Vd. considera a propósito del Catolicismo estaría justificada si esta palabra pudiera ser tomada en su sen­tido etimológico, ya que ésta expresa una idea de universalidad; pero de hecho lo que lleva el nombre de Catolicismo es una cosa totalmente distinta: no es más que una forma particular de tradi­ción, y que además se limita estrictamente al punto de vista exotérico. Por otra parte, sólo hay que ver el exclusivismo que sus representantes demuestran frente a otras tradiciones; no creo que, salvo en el Judaísmo, se pueda encontrar en un grado tan acentuado. Ciertamente, no querría sustituir al Sr. Schuon en la interpretación de lo que él ha escrito, sobre todo en lo que con­cierne al Cristianismo, que a menudo plantea cuestiones difíciles y más o menos oscuras; pero en lo referente al pasaje que Vd. cita, me parece que está muy claro y que no hay que buscar más que lo que expresa formalmente y se aplica a todas las formas de exoterismo tradicional, tanto al Catolicismo como a las demás. Añado que el caso del Catolicismo está lejos de ser el único ejemplo de una palabra de la cual el uso que se ha hecho la ha apartado completamente de su significado original, de tal ma­nera que ya no es posible volver a él. No creo que pueda decirse que el Sr. Schuon conozca mejor el Cristianismo ortodoxo; pero la verdad es que piensa, y con razón según lo que he podido sa­ber, que ... ... ... ciertas cosas cuyo equivalente en la Iglesia latina, han dejado de existir desde hace mucho tiempo.

Le ruego, estimado Señor, que reciba mis más atentos saludos.



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                             El Cairo, 24 de julio de 1949

Estimado Señor,

Sus dos cartas me han llegado casi al mismo tiempo, y me excuso por no haber podido responderlas en seguida; tengo mucha correspondencia retrasada en este momento, y no siempre me es fácil tenerla al día como querría, pues demasiado a menudo me falta tiempo para llegar a todo.
Desgraciadamente me sería muy difícil darle una opinión so­bre las consideraciones que expone en su carta al Sr. Schuon, y ello por dos razones principales; la primera es que, como creo ya haberle dicho, no me corresponde contestar a preguntas planteadas acerca de lo que ha sido escrito por otro, y que, no sabiendo exactamente lo que el mismo Sr. Schuon podrá pensar al res­pecto, en verdad no me es posible ponerme en el lugar de él en este caso, o darle una respuesta, que quizás podría no concordar enteramente con la suya, a falta de ver ... a qué puntos precisos se refieren las objeciones por Vd. planteadas. La segunda razón es que las consideraciones por ellas mismas, no me pare­cen enteramente claras, quizás en parte porque se refieren a un punto de vista que no tengo la costumbre de considerar, pero sin duda también porque hay realmente en el Cristianismo, y sobre todo en lo que concierne a su carácter original, algo que es muy oscuro y difícil de precisar, y que incluso parece haber sido oscu­recido intencionalmente; por otro lado. Vd. debe haber notado que, cuando he tenido que tratar un poco estas cuestiones, siem­pre lo he hecho con la mayor reserva. Si bien no parece dudoso que el Cristianismo original tenía sobre todo los caracteres de un esoterismo, no es menos cierto que los perdió muy pronto, sean cuales hayan sido las razones, y que los ha llegado a perder de una forma tan completa que el Catolicismo, especialmente, en su estado actual, es el exoterismo más rígido y el más exclusivo que se pueda concebir, hasta tal punto que sus representantes niegan expresamente la existencia de todo esoterismo, de lo cual quizás no hay ejemplo en ninguna otra tradición (los mismos judíos no niegan la Kábala incluso cuando reconocen no comprender nada o no quererse ocupar de ella). Por supuesto que ello no impide que exista el sentido profundo y esotérico, pero está completa­mente fuera del dominio en que la religión cristiana como tal encerrarse voluntariamente... , y su forma occidental más exclu­sivamente todavía que sus formas orientales, las cuales dejan siempre al menos una posibilidad de sobrepasar el punto de vista exotérico, lo que el Catolicismo actual, por el contrario no quiere  
En cuanto a la distinción entre el exoterismo y el esoterismo, lo que Vd. dice en su última carta me parece justo en cierto sen­tido, pero se puede también señalar con mayor claridad su diferencia a la vez por su dominio y por su objetivo: el dominio del exoterismo es siempre el de la individualidad humana (con sus prolongaciones indefinidas), mientras que para el esoterismo al contrario, se trata esencialmente de sobrepasarla, aun tomándola como un punto de partida y un soporte necesario; el objetivo del exoterismo es la 'tsalvación" (estado todavía individual), mientras que el objetivo último del esoterismo es la "Liberación" o la "Identidad Suprema", es decir el estado absolutamente incondi­cionado.
La cuestión de las relaciones del Judaísmo y del Cristianismo es ciertamente mucho más compleja de lo que Vd. considera, pues esto no explicaría la existencia persistente de la tradición judaica hasta nuestros días, que sin embargo debe tener también su razón de ser; pero este es un tema que nos llevaría sin duda muy lejos.

Lamento no poder darle más completa satisfacción esta vez, y le ruego, estimado Señor, que reciba mis más atentos saludos.
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                                                    El Cairo, 5 de septiembre de 1949

Estimado Señor,

Hace ya algún tiempo que he recibido su carta del 8 de agosto, y lamento no haber podido responderle más pronto; tengo tanta correspondencia que a menudo tengo muchas dificultades para tenerla más o menos al día.
Vd. tiene ciertamente razón en querer profundizar lo más posible en el estudio de la tradición católica, pues es la suya; pero desgraciadamente, en lo que respecta a encontrar en el Catoli­cismo, tal como está en realidad actualmente, una posibilidad efectiva de sobrepasar el exoterismo, es algo que me parece extremadamente dudoso, por no decir más...
La objeción planteada por su amigo contra la necesidad de una vinculación iniciática regular, al menos en ciertos casos, muestra solamente una incomprensión de las leyes cíclicas y de las condiciones que resultan de ellas. Mientras dure el Kali-Yuga (y es evidente que todavía nos encontramos en él), el "descenso" continúa, e incluso de una manera más acentuada y rápida, hasta la catástrofe final. El regreso a los orígenes se produce, por una especie de "vuelta" instantánea, al principio del ciclo siguiente, y no de una forma gradual en el curso del ciclo actual. La posibili­dad de que se trata no existe, pues, en los últimos períodos de ésta e incluso la misma cualificación para la iniciación es cada vez más rara; esta es toda la respuesta a este argumento.
Me sorprende que no haya tenido ninguna respuesta sobre la cuestión de los libros y las revistas pero, si últimamente ha es­tado en París, como se proponía, espero que habrá podido en­contrar sin dificultad todo lo que quería tener.
Le ruego que re­ciba, estimado Señor, mis más atentos saludos.


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                       El Cairo, 22 de septiembre de 1949

Estimado Señor,

La semana pasada recibí su carta del 12 de septiembre.
Pienso a partir de lo que me dice, que ha comprendido bien que Él argumento de su amigo no era válido, por la razón misma que estamos todavía en el Kali-Yuga y que, mientras dure, el oscurecimiento espiritual sólo puede seguir aumentando. Está claro que, por el mismo motivo, los iniciados (naturalmente quiero decir los iniciados efectivos) serán cada vez menos numerosos, mo Vd. dice; pero no comprendo por qué algunos, estando verdaderamente cualificados, se encontrarían de hecho, aún en circunstancias más desfavorables, en la imposibilidad de recibir la iniciación en alguna de las formas tradicionales allá donde ella existe todavía...

En cuanto a encontrar en el Catolicismo un medio para sobrepasar el exoterismo, sería necesario para ello que existiera una iniciación que tomara por base esta forma exotérica que constituye ­el mismo Catolicismo; ello no tiene evidentemente nada de imposible en principio, y sin duda las ha habido en la Edad Media; pero desgraciadamente dudo mucho que todavía existan actualmente, o bien están tan escondidas y limitadas a un número de miembros tan restringido, que son prácticamente inaccesibles; esto no es más que una situación de hecho, claro es­tá, pero no por ello está uno menos obligado a tenerla en cuenta.

No veo en absoluto porqué ni cómo la dificultad sólo empeza­ría en lo que concierne a los "grandes misterios", pues sólo puede abordarlos quien primeramente ha recorrido por entero la vía de los "pequeños misterios". El "estado primordial" es la perfección y el término de los "pequeños misterios", y me parece muy evi­dente que, antes de llegar a él (y de pasar de ahí a los "grandes misterios"), hay que haber pasado necesariamente por los grados precedentes, y, primeramente y ante todo, haber recibido la, pri­mera iniciación que da la entrada a los "pequeños misterios". No veo pues cómo una cuestión que se relaciona con el "estado primordial" podría ser planteada por alguien que todavía no ha re­cibido esta primera iniciación, ni qué interés podría presentar en estas condiciones, pues, en esto como en todas las cosas, no se puede pretender comenzar por el final.

Lamento que mis respuestas no sean sin duda tan satisfacto­rias como Vd. lo hubiera deseado, y le ruego, estimado Señor, que reciba mis más atentos saludos.


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                                                El Cairo, 29 de septiembre de 1949

Estimado Señor,

He recibido su carta del 17 de septiembre... después de haber respondido a la precedente, y Vd. verá que precisamente me ha­bía sorprendido bastante la frase sobre la cual vuelve. Le agradezco las explicaciones que me da al respecto, pero debo decir francamente que me parecen lejos de estar completamente claras. Observo en primer lugar que, cuando habla de "tradiciones de familia, de raza, etc.", Vd. emplea el término tradición en un sentido que se le da a menudo en el lenguaje corriente, pero que me niego absolutamente a aceptar; para nosotros, en efecto, como lo he explicado a menudo, este nombre no puede aplicarse, legítimamente más que a lo que está esencialmente caracterizado, por la presencia de un elemento supra-humano, lo que aquí evi­dentemente no es el caso. Por otra parte, todo lo que Vd. dice de la integración de elementos tradicionales, incluso en la medida en que se trata realmente de tradición religiosa, permanece ente­ramente en los límites del dominio exotérico y no tiene, en consecuencia, absolutamente nada en común con los "pequeños mis­terios". Es posible que se llegue por ahí, en el caso más favorable, a obtener ciertos estados "místicos", o algo comparable a éstos, pero no, ciertamente, a la restauración del "estado primordial".

 Por otro lado es de temer que, en realidad, los resultados no sean lo más a menudo más que de orden psicológico o "subjetivo", es decir completamente inexistentes e ilusorios desde el punto de vista de una realización cualquiera. Hay sin duda en todo ello algo muy distinto que simples cuestiones de terminología; en el fondo, veo en ello sobre todo una confusión entre el exote­rismo y el esoterismo, que tendría Vd. que disipar antes que nada para que pudiéramos llegar a comprendernos mejor...
 
Le ruego, estimado Señor, que reciba mis más atentos saludos.


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                                    El Cairo, 8 de noviembre de 1949



Estimado Señor,

He recibido su carta del 25 de octubre; veo que no ha podido realizar su proyecto de ir a París, pero cabe esperar que, sin ne­cesidad de hacer este viaje, podrá hacerse enviar aquéllos de mis libros que le faltan, o al menos los que sea posible procurarse ac­tualmente, pues los hay que están agotados y que todavía no han ido reeditados.
Comprendo que las cuestiones de las que me ha hablado re­luieren reflexión y meditación, y no es sorprendente que haya en todo ello cosas que no le parezcan aun perfectamente claras.
Aunque no me pida respuesta esta vez, hay sin embargo uno dos puntos sobre los que me gustaría llamar su atención. Prim­ero, por el sentido que se da comúnmente a la palabra "tradición", y especialmente cuando se habla de "tradiciones de familia, de raza, etc." como Vd. hacía en una carta anterior, me parece muy dudoso que aquello a lo que se refiere pueda ser considerado como representante de los restos ni siquiera degenerados de la verdadera tradición; son más bien simples "costumbres", es decir algo puramente humano y que nunca ha sido nada más que eso. Los restos o los "despojos" de la tradición son lo que de­signa propiamente la palabra "superstición" entendida en su sen­tido etimológico, lo cual es algo completamente diferente. Por otra parte, es verdad que hay que atravesar, en cierto modo, el dominio psíquico para ir más allá; pero esto no puede ser consi­derado realmente como una preparación con vistas a alcanzar lo espiritual, sino únicamente como algo inevitable de hecho, y en todo caso donde es peligroso detenerse en ello. Al contrario, hay que apuntar constantemente más allá, sin dejarse apartar de la vía que debe conducir a lo espiritual; sólo es a continuación cuando se podrá abordar lo psíquico por arriba y descender sin que haya ningún peligro a temer, si es que ello presenta todavía algún interés por cualquier razón.

Le ruego que reciba, estimado Señor, mis más atentos saludos.


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                        El Cairo, 26 de marzo de 1950

Estimado Señor,

Hace bastante tiempo que recibí su carta del 14 de febrero, pero esta vez no me ha sido posible responderle antes, pues he estado continuamente ocupado en varias cosas urgentes. Me ha satisfecho saber que su salud ha mejorado, y quiero creer que durante este tiempo se ha restablecido completamente.
Lo que he dicho en mis artículos respecto a la permanencia del carácter iniciático en los ritos respondía directamente a una objeción que había sido presentada bajo esta forma por una de las personas con quien mantengo correspondencia. Está claro que no se trata más que de un aspecto de la cuestión; pero, por otra parte, debo hacerle notar que no he dicho que el carácter original del Cristianismo se hubiera "perdido", ya que se trata de un cambio que, en razón de las condiciones del mundo occiden­tal, presentaba un carácter claramente providencial. Para que los iniciados transmitan lo que han recibido, hace falta evidente­mente que tengan la intención (y ello, incluso en el caso en que se trate de ... iniciados virtuales que no tienen claro...la ver­dadera materia de que se trata); a partir de cierto momento, muy bien han podido dejar los iniciados cristianos de tener esta in­tención, y esto no por su propia iniciativa, puesto que ahí hubo una acción providencial, pero, siguiendo... ... de la tradición cristiana, bajo la inspiración del Espíritu Santo ... ... ... que los mismos ritos no hayan sufrido entonces ciertas modificaciones más o menos importantes; es esta una cuestión muy difícil de re­solver de una manera precisa, pero hay al menos indicios de que tales modificaciones se produjeron de hecho durante los prime­ros siglos del Cristianismo. Añadiría a este respecto que el cese voluntario de una transmisión iniciática no es algo absoluta­mente excepcional; actualmente ciertas iniciaciones están preci­samente a punto de extinguirse como consecuencia de una deci­sión de no transmitirla a nadie más, por razones que están en relación con las condiciones del periodo cíclico en que nos en­contramos; conozco particularmente un caso aquí, mismo entre los Coptos.
Entre la "exteriorización" del Cristianismo, o lo que se podría llamar su "descenso" al dominio exotérico, y la aparición del misticismo han transcurrido bastantes siglos, de manera que la cuestión que Vd. considera al respecto no puede ponerse...

El ser que ha obtenido la "salvación" nada realiza efectivamente; solamente ha adquirido una virtualidad que le permitirá llegar a una cierta realización en el transcurso de sus estados póstumos; esta realización, que se sitúa en las prolongaciones del estado humano, debe naturalmente conducir al "estado primordial", pero puede diferirse hasta el fin del ciclo actual.

La "divinización", para retomar la expresión que Vd. emplea, implica necesariamente la salida del Cosmos (es decir del mundo manifestado); no puede pues consistir en una armonización con el ritmo cósmico, que no puede ser en ningún caso más que una simple etapa preparatoria. Por otro lado, lo que Vd. dice respecto a la presencia de seres que tienen en cierta manera por función restaurar el equilibrio" es ciertamente justo, y yo incluso añadiría que, si no los hubiera constantemente, el mundo acabaría enseguida. Según la tradición islámica, hay un ser tal que ... ... ... él mismo los tres cuartos de los males que deben sobrevenir en este Mundo...

Le ruego que reciba, estimado Señor, mis más atentos saludos.

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                                                   El Cairo, 9 de mayo de 1950

Estimado Señor,

He recibido ya hace una semana su carta del 17 de abril pero hasta el momento no he podido encontrar unos instantes para responderle. Respecto a las observaciones hechas por su amigo, estoy de acuerdo con él en pensar que la iniciación es más nece­saria que nunca, pero con la condición de añadir: para aquéllos que están realmente cualificados para recibirla; ahora bien, es un hecho que éstos son cada vez menos numerosos, y es por lo cual es natural que las organizaciones iniciáticas se cierren cada vez más, sobre todo si se considera que aquéllas que han permane­cido demasiado fácilmente accesibles han sufrido por eso mismo cierta degeneración más o menos acentuada según los casos. Por otro lado, si es posible ahora exponer ciertas cosas más fácilmente que en otros tiempos, es porque entonces habrían sido quizás mal comprendidas por muchos, mientras que hoy sólo corren el peligro de no ser comprendidas en absoluto, lo que el mucho menos grave y menos peligroso, ya que la mayoría de la gente no les presta ninguna atención y son para ellos como si no existieran; es pues completamente erróneo hablar de "divulgación", estando estas cosas por el contrario exclusivamente destinadas a servir de indicaciones ... ... ... ... ninguna contradicción en realidad. Ya que el nombre de J. Evola ha sido mencionado incidentalmente, Vd. sabe sin duda que, a pesar del interés incontestable de sus trabajos, me he visto siempre obligado a expresar muy serias reservas sobre ciertos puntos de sus obras que no están de acuerdo con la ortodoxia tradicional.     
Refiriéndome a su propia pregunta, no es en absoluto dudoso que ha habido un esoterismo específicamente cristiano durante toda la Edad Media (es posible que existan todavía algunos vestigios, sobre todo en las Iglesias orientales); tenéis toda la razón al citar a este respecto al Maestro Eckhart; como él hay otros que también se toman erróneamente hoy por "místicos". Esta coexistencia del exoterismo y el esoterismo en una misma tradición es perfectamente normal, y tenemos otro ejemplo en el caso del Islam; lo que no es normal, es la negación del esoterismo por parte de los representantes del exoterismo. Pero veo que conviene disipar una confusión: el objetivo del esoterismo es conducir más allá de todas las formas (objetivo que por el contrario, no es y no puede ser el del exoterismo); pero el esoterismo en sí no está más allá de las formas, pues, si lo estuviera, evidentemente no se podría hablar de esoterismo cristiano, esoterismo islámico, etc.; además, incluso la existencia de ritos iniciáticos es una prue­ba suficiente de ello. Como esto modifica forzosamente las consideraciones del final de su carta... ... ... más, pues será prefe­rible que Vd. retome la cuestión teniendo ello en cuenta.

Le ruego que reciba, estimado Señor, mis más atentos saludos.


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                             El Cairo, 25 de julio de 1950

Estimado Señor,

 Sus 3 cartas del 7, 14 y 19 de junio me han llegado hace algún intervalo, pero no en el orden de sus fechas, pues es la primera la que he recibido en último lugar. Hay que decir que ha habido durante todo este tiempo en el correo un desorden extraordina­rio y del todo inexplicable: cartas enviadas por avión han permanecido hasta 2 y 3 meses en camino, y he acabado recibiendo de una sola vez una cincuentena que se podrían haber creído perdidas; todavía no he llegado a poner al día toda esta corres­pondencia arribada...
Por la objeción hecha por su amigo a propósito de la "vul­garización" o de la "divulgación", veo que Vd. y yo estamos de acuerdo; me parece que, cuando él habla de una tan gran can­tidad de gente que en la actualidad se interesa por el esoterismo, se confunde pues, en realidad, la mayoría de esta gente no se siente atraída más que por caricaturas o falsificaciones del esote­rismo, que son totalmente de su gusto y están a su alcance, mientras que si se les presenta el verdadero esoterismo, son in­capaces de comprender nada. La multiplicación de pseudo-eso­terismos en nuestra época es, por otra parte, también una de las razones por las que conviene presentar ciertas nociones tradicio­nales auténticas, para evitar que aquéllos que merecen algo me­jor, tan poco numerosos como sean, se dejen engañar y desorien­tar por todas estas cosas; y si estas nociones son expuestas tal como son y sin deformación ni simplificación abusiva, como no está en su naturaleza el estar "al alcance de todo el mundo", no se puede hablar de "vulgarización en ello. No es poniendo una, cosa bajo los ojos de todos que es mejor comprendida; los anti­guos hermetistas usaban en sus escritos, a veces incluso voluntariamente, un procedimiento que consistía en poner en evidencia precisamente aquello que se proponían disimular más particu­larmente... Por otro lado, si en la Edad Media no había necesidad de dar ciertas indicaciones por escrito, es que aquéllos que bus­caban y que estaban realmente cualificados podían encontrar, en Occidente mismo, organizaciones iniciáticas que respondían a sus aspiraciones, pero no ocurre lo mismo hoy en día. En cuanto al Cristianismo actual, seguramente sería deseable que su amigo no se engañara, pero creo que se hace muchas ilusiones; además, no veo más que Vd. lo que podría significar una "reconstrucción" del esoterismo si hubiese una iniciación cristiana todavía viva, la cual debería, por definición misma, haber conservado este esoterismo intacto.
En cuanto a su propia pregunta, debe quedar claro que la constitución del Cristianismo en exoterismo no ha tenido el efecto de hacer desaparecer el esoterismo, el cual, al contrario, se ha mantenido todavía durante muchos siglos con las organizaciones correspondientes, aunque la Iglesia exterior lo haya ignorado "oficialmente", ya que estas son cosas que no dependen de su ámbito, siendo éste exclusivamente el del exoterismo. En cuanto a los "rayos" de intuición de que me habla, fuera de toda transmisión regular, estoy bien lejos de discutirlos, pero no pienso puedan dejar de ser fragmentarios y dispersos ni, por consiguiente, que puedan reemplazar la iniciación; en tanto que se permanezca en el exoterismo, no puede haber nada más que esto; por otro lado, siempre hay casos excepcionales, de los que no se puede hacer una regla, y entre los cuales nadie está en el derecho de pensar que se podrá encontrar, pues en ello no hay nada voluntario.

Para volver a su amigo, sobre lo que me cita de él en su segunda carta, no hay gran cosa que añadir, pues insiste mucho en las mismas cosas; sólo puedo mantener que no hay "divulgación", y me pregunto en qué puede consistir esta "avalancha de  publicaciones" de que habla, pues yo sólo conozco un número ínfimo que tengan realmente un valor tradicional. Además es evidente que, por la misma marcha del ciclo, los iniciables deben ser cada vez menos numerosos, y esto hasta el mismo  fin del Kali-Yuga, pues es sólo entonces cuando el "descenso" se habrá consumado (hay que comprender que el ascenso, para reunirse con el origen, se efectúa por un "enderezamiento" repentino y no gradualmente). No me explico qué es lo que él puede encontrar que no esté suficientemente claro en todo esto; si él no compren­de mis explicaciones, yo nada puedo verdaderamente... Lo que acabo de decir responde ya en parte a las preguntas que Vd. mis­mo ha añadido; por otra parte es posible que como Vd. dice, la necesidad de "anticipar" sea en cierto sentido menor al final de ciclo, pero no hay que olvidar que también hay otra necesi­dad, la de que al menos algunos guarden hasta el final el depó­sito integral de la tradición para transmitirlo al ciclo futuro. Lo que no comprendo bien es que Vd. piense que el exoterismo sea preferible en ciertos casos al esoterismo, puesto que no son del mismo orden, y parece considerar una vía esotérica al margen de las organizaciones iniciáticas, mientras que ésta sólo puede tra­tarse entonces de un simple estudio teórico del cual no veo el pe­ligro. En fin, está claro que todo exoterismo tiene forzosamente un lado "social" (esto no sólo es propio del Cristianismo), y se puede decir efectivamente que esto explica en parte sus limita­ciones.
Le agradezco el haberme comunicado también en su tercera carta, las nuevas precisiones ofrecidas por su amigo; natural­mente, ello no varía nada de lo que ya he dicho, a pesar de la dis­tinción que intenta hacer entre diferentes tipos de iniciación; las "cualificaciones" iniciáticas son una cosa totalmente distinta de las "cualidades" profanas con las que parece tener tendencia a confundirlas. Solamente añado que ciertas similitudes exteriores entre el lenguaje de los místicos y la terminología iniciática no debe confundir; las misrnas palabras, como "unión" por ejemplo, no están tomadas en absoluto en el mismo sentido, y además creo haberlo señalado en diversas ocasiones.

Le ruego que reciba, estimado Señor, mis más atentos saludos.


(Publicadas en "Symbolos", nº 9-10: René Guénon, Guatemala, 1995).

domingo, 4 de junio de 2017

ZOHAR 3,128




Vivimos en la corteza de la realidad y
raramente alcanzamos su núcleo.

Lo secreto habita en el corazón de la
apariencia, lo conocido no es más que
un aspecto aparente de lo desconocido.

Ningún hecho acontecido en el
mundo permanece aislado de su
contexto universal. Nada, aquí abajo,
tiene su fin en sí mismo.

El misterio no se encuentra solamente
lejos de nosotros y más allá del mundo,
sino que nos envuelve y es nuestro
destino, pues la suerte del universo
está unida al misterio.

Zohar - 3,128.

jueves, 1 de junio de 2017

EL ESOTERISMO DEL GRIAL (René Guenon)

RENÉ GUÉNON: 

EL ESOTERISMO DEL GRIAL


Cuando hablamos del esoterismo del Grial, no entendemos sólo por ello que, co­mo todo símbolo verdaderamente tradicional, presenta un lado esotérico, es decir, que a su significado exterior y generalmente conocido se superpone otro significado de un orden más profundo, que no es accesible mas que para aquellos que han accedido a un cierto grado de comprensión. En realidad, el símbolo del Grial, con todo lo que se relaciona con él, es de aquellos cuya misma naturaleza es esencialmente esotérica e iniciática; esto es lo que explica muchas de sus particularidades que de otro modo aparecerían como enigmas insolubles, y la difusión exterior que tuvo la leyenda del Grial, en una determinada época y en determinadas circunstancias, no cambia nada este carácter. Esto requiere algunas explicaciones; pero, en principio, debemos destacar que esta difusión se sitúa enteramente en un período muy breve, que, sin duda, apenas sobrepasa medio siglo; parece tratarse, por consiguiente, de la súbita manifestación de alguna cosa que no intentaremos definir de una manera precisa, y que habría entrado luego, no menos súbitamente, en la sombra; cua­lesquiera que hubieran podido ser las razo­nes para ello, tenemos aquí un problema his­tórico del que nos asombramos que parez­ca que nunca se haya pensado en exami­narlo con la atención que merecería.
Las condiciones en las que se produjo esta manifestación requieren algunas obser­vaciones importantes; en efecto, las novelas del Grial parecen, a primera vista, contener elementos bastante entremezclados, y algu­nos, sin llegar no obstante hasta negar la existencia de un significado de orden es­piritual, han creído poder hablar de este res­pecto de «invenciones de poetas». A decir verdad, estas invenciones, cuando se en­cuentran en cosas de este orden, lejos de refe­rirse a lo esencial, no hacen más que disi­mularlo, voluntariamente o no, bajo las apa­riencias engañosas de una «ficción» cual­quiera; y en ocasiones lo llegan a disimular incluso demasiado bien, porque, cuando ellas se hacen demasiado usurpadoras, acaba por llegar a ser casi imposible descubrir el sentido profundo y original. Este peligro es de temer, sobre todo, cuando el mismo poeta no tiene conciencia del valor real de los símbolos, porque es evidente que este ca­so puede presentarse; el apólogo del «asno que lleva las reliquias» se aplica aquí como en tantas otras cosas; y el poeta, entonces, podrá transmitir sin saberlo datos iniciáticos cuya auténtica naturaleza se le escape. La cuestión se plantea aquí muy particular­mente: ¿fueron de éstos, los autores de las novelas del Grial, o, al contrario, fueron conscientes, en un grado u otro, del sentido profundo de lo que expresaban? Desde luego no es fácil responder a ello con certeza, porque las apariencias pueden engañar: en presencia de una mezcla de elementos insig­nificantes o incoherentes uno está tentado de pensar que el autor no sabia lo que ha­blaba; sin embargo, no es forzosamente así, porque ocurre a menudo que las obscuri­dades e igualmente las contradicciones son perfectamente intencionadas, y los detalles inútiles tienen expresamente por fin desviar la atención de los profanos, de la misma manera que un símbolo puede ser disimulado intencionadamente en un motivo de orna­mentación más o menos complicado; en la Edad Media, sobre todo, abundan los ejemplos de este tipo, como ocurre con Dante y los «Fieles de Amor». El hecho de que el significado superior trasluzca menos en Chré­tien de Troyes, por ejemplo, que en Robert de Boron, no prueba pues, necesariamente, que el primero fuera menos consciente del mismo que el segundo; y aún menos habría que concluir que este significado estuviese ausente en sus escritos, lo que sería un error comparable a aquel que consiste en atribuir a los antiguos alquimistas preocupaciones de orden únicamente material, por la única razón que ellos no juzgaron conveniente es­cribir con todas las letras que su ciencia era en realidad de naturaleza espiritual. Por lo demás, la cuestión de la «iniciación» de los autores de las novelas tiene quizá menos importancia de lo que se podría creer en un principio, porque, de todas formas, no cam­bia nada los aspectos bajo los cuales el tema es presentado; puesto que se trata de una «exteriorización» de datos esotéricos, pero que, por otra parte, en modo alguno puede ser una «vulgarización», es fácil  com­prender que deba ser así. Iremos más lejos: un profano puede muy bien, igualmente, por una «exteriorización» así, haber servido de portavoz de una organizacion iniciatica, que lo habría escogido a este efecto simplemente por sus cualidades de poeta o de escritor, o por cualquier otra razón contingente. Dan­te escribía con perfecto conocimiento de cau­sa; Chrétien de Troyes, al igual que Robert de Boron y tantos otros, fueron probable­mente mucho menos conscientes de lo que expresaban, y, quizá incluso, algunos de ellos no lo fueron en absoluto; pero poco importa en el fondo, porque, si había detrás de ellos una organización iniciática, cual­quiera que fuese, el peligro de una deforma­ción debida a su incomprensión quedaba, por ello mismo, descartado; esta organiza­ción podía guiarlos constantemente sin que ellos mismos ni siquiera se enterasen, ya fue­se por que algunos de sus miembros les suministrasen los elementos a poner en la obra, ya fuese por las sugerencias o por in­fluencias de otro tipo, más sutiles y menos «tangibles», pero no por ello menos reales ni menos eficaces. Por otra parte, esto no es más que un aspecto de la cuestión: por el he­cho de que la leyenda del Grial se presente bajo una forma propiamente cristiana, en la que sin embargo, se encuentran elemen­tos de otra procedencia y cuyo origen es ma­nifiestamente anterior al Cristianismo, se ha querido a veces considerar estos elementos de alguna manera como «accidentales», co­mo si se hubieran añadido a la leyenda «des­de fuera» y que no poseyeran más que un carácter simplemente «folklórico». A este respecto, debemos decir que la concepción misma del «folklore», como más habitual­mente se la entiende en nuestra época, des­cansa sobre una idea radicalmente falsa, la idea de que existen «creaciones populares», productos espontáneos de la masa popular; es evidente que esta concepción está estrecha­mente ligada a ciertos prejuicios modernos, y no insistiremos aquí en todo lo que hemos dicho al respecto en otras ocasiones. En rea­lidad, cuando se trata, como ocurre casi siempre, de elementos tradicionales, en el verdadero sentido de la palabra, por más deformados, menguados o fragmentados que puedan estar a veces, y de cosas poseedoras de valor simbólico real, aunque, a menudo, disimulado bajo una apariencia más o menos «mágica» o «fantástica», todo esto, lejos de tener un origen popular, no es, en definitiva, ni siquiera de origen humano, porque la tradición se define precisamente, en su misma esencia, por su carácter suprahuma­no. Lo que puede ser popular es únicamente el hecho de la «supervivencia», cuando estos elementos pertenecen a formas tradicionales desaparecidas; y, a este respecto, el término «folklore» adquiere un significado bastante próximo al de «paganismo», teniendo sólo en cuenta la etimología de este último y qui­tándole la intención polémica e injuriosa. El pueblo conserva así, sin comprenderlos, los residuos de tradiciones antiguas, que se remontan incluso a veces a un pasado tan lejano que sería imposible determinarlo exac­tamente y que nos contentamos con remitir, por esta razón, al terreno nebuloso de la «prehistoria»; cumple en esto la función de una especie de memoria colectiva, más o menos «subconsciente», cuyo contenido proviene manifiestamente de otra parte. Lo que puede parecer más asombroso es que, cuando se va al fondo de las cosas, se comprueba que lo que se ha conservado de ese modo con­tiene sobre todo, bajo una forma más o me­nos velada, una suma considerable de datos de orden propiamente esotérico, es decir, precisamente lo que es menos popular por naturaleza. De este hecho sólo existe una explicación plausible: cuando una forma tra­dicional está a punto de extinguirse, sus úl­timos representantes pueden muy bien con­fiar voluntariamente a esta memoria colec­tiva de la que acabamos de hablar lo que de otro modo se perdería irremisiblemente; éste es, en suma, el único modo de salvar lo que puede serlo en una cierta medida; y, al mis­mo tiempo, la incomprensión natural de la masa es una garantía suficiente de que lo que poseía un carácter esotérico no por ello será desposeído del mismo, permaneciendo solamente, como una especie de testimonio del pasado, para aquellos que, en otros tiem­pos, serán capaces de comprenderlo.
Dicho esto, no vemos por qué se atribuiría indistintamente al «folklore», sin un examen más amplio, todos los elementos «precris­tianos», y más particularmente célticos, que se encuentran en la leyenda del Grial, pues la distinción que conviene hacer a este res­pecto es la de las formas tradicionales desa­parecidas y las que están vivas actualmente, y, por consiguiente, la pregunta que se debe­ría hacer es la de saber si la tradición cél­tica había realmente cesado de vivir cuando se constituyó la leyenda de que se trata. Esto es, cuando menos, dudoso: por una parte, esta tradición pudo mantenerse por más tiempo de lo que de ordinario se cree, con una organización más o menos oculta, y, por otra parte, esta misma leyenda, en sus elementos esenciales, puede ser mucho más antigua de lo que piensan los «crí­ticos», no porque hubiera forzosamente tex­tos hoy en día desaparecidos, sino, antes bien, por una transmisión oral que puede haber durado varios siglos, lo que está lejos de ser un hecho excepcional. Por nuestra parte vemos ahí la señal de una «unión» entre dos formas tradicionales, una antigua y otra entonces nueva, la tradición céltica y la tradición cristiana, unión por la cual, lo que debía conservarse de la primera fue, de alguna forma, incorporado a la segunda, modificándose sin duda hasta cierto punto, por adaptación y asimilación, pero no hasta el extremo de transponerse sobre otro plano como lo quisieran algunos, pues existen equi­valencias entre todas las tradiciones regula­res. Tenemos pues aquí algo muy distinto que una simple cuestión de «fuentes», en el sentido en que lo entienden los eruditos. Sería quizá difícil precisar exactamente el lu­gar y la fecha en que se produjo esa unión, pero esto no posee más que un interés secun­dario y casi únicamente histórico; es fácil, además, concebir que estas cosas son de aquellas que no dejan vestigios en «docu­mentos» escritos. El punto importante para nosotros, y que no nos parece de ningún modo dudoso, es que los origenes de la le­yenda del Grial deben relacionarse con la transmisión de ciertos elementos tradiciona­les, de orden más propiamente iniciático, del Druidismo al Cristianismo; habiéndose efectuado esta transmisión regularmente, y, fueran cuales fueren, por otra parte, sus modalidades, esos elementos formaron des­de entonces parte integrante del esoterismo cristiano. La existencia de éste en el Medievo es absolutamente cierta; abundan pruebas de todo tipo para quien sepa verlas, y las negaciones, debidas a la incomprensión mo­derna, ya provengan de partidarios o adver­sarios del Cristianismo, nada prueban contra este hecho. Conviene fijarse bien en que de­cimos «esoterismo cristiano» y no «Cristia­nismo esotérico»; porque no se trata, en absoluto, de una forma especial de Cris­tianismo, se trata de la vertiente «interior» de la tradición cristiana, y es fácil comprender que en ello hay más que una simple dife­renciación. Además, cuando conviene dis­tinguir en una forma tradicional dos facetas, una exotérica y otra esotérica, debe enten­derse bien que ellas no se refieren al mismo terreno, de modo que no puede haber entre ellas conflicto u oposición de ningún tipo; en particular, cuando el exoterismo reviste un carácter específicamente religioso, como es aquí el caso, el esoterismo correspondiente, aun teniendo necesariamente en él su base y su apoyo, no tiene en sí mismo nada que ver con el terreno religioso, y se sitúa en un orden totalmente distinto. De esto resulta inmediatamente que ese esoterismo no puede en ningún caso ser representado por «Igle­sias» o «sectas» cualesquiera, las cuales, por definición misma, son siempre religiosas, luego exotéricas; bien es verdad que algunas «sectas» han podido nacer de una confusión entre la dos esferas y de una «exteríorización» errónea de datos esotéricos mal com­prendidos y mal aplicados; pero las organi­zaciones iniciáticas verdaderas, mantenién­dose estrictamente en el terreno que les es propio, permanecen forzosamente ajenas a tales desviaciones, y su misma «regularidad» las obliga a no reconocer más que lo que pre­senta un carácter de rigurosa ortodoxia, aun­que sólo fuera en el aspecto exotérico. Se puede estar bien seguro por este motivo que aquellos que quieren relacionar con «sectas» lo que concierne al esoterismo o a la ini­ciación, Siguen un camino equivocado y no pueden mas que perderse; no es necesario examinar las cosas de más cerca para descartar toda hipótesis de este tipo, y, si en algunas «sectas» se encuentran elementos que parecen ser de naturaleza esotérica, hay que concluir de ello de que de ningún modo tienen en ellas su origen, si no que, bien al contrario, han sido desviados en ellas de su verdadero significado. Puesto que esto es así, algunas aparentes dificultades a las que hacía alusión al princi­pio se encuentran al punto resueltas, o, mejor dicho, se aprecia que son inexistentes: no hay motivos para preguntarse, por ejem­plo, cual puede ser la situación con relación a la ortodoxia cristiana, entendida en su sen­tido ordinario, de una línea de transmisión al margen de la «sucesión apostólica», como aquella que encontramos en algunas versio­nes de la leyenda del Grial; se trata aquí de una jerarquía iniciática, la jerarquía religio­sa o eclesiástica no puede de ninguna manera ser afectada por su existencia, que no le con­cierne, y que, por otra parte, ella no tiene por qué conocer «oficialmente», si podemos de­cirlo así, porque ella misma no tiene compe­tencia y no ejerce jurisdicción legítima más que en el terreo exotérico. Igualmente, cuan­do se trata de una fórmula secreta relaciona da con ciertos ritos, hay una singular inge­nuidad en preguntarse si la pérdida u omi­sión de esta fómrula no corre el riesgo de im­pedir que la celebración de la misa pueda ser contemplada como válida; la misa, tal como es, es un rito religioso, mientras que en aquel caso, se trata de un rito iniciático, lo que indica suficientemente su carácter secreto; cada uno es válido dentro de su orden, e in­cluso, si uno y otro tienen en común un ca­rácter «eucarístico», como ocurre también en el caso de la cena rosacruciana, esto no cambia nada de esta distinción esencial, co­mo tampoco el hecho de que un mismo sím­bolo pueda ser interpretado a la vez desde los dos puntos de vista, exotérico y esotéri­co, no impide que éstos sean profundamente distintos y se refieran. como ya lo hemos dicho, a terrenos completamente diferentes; cualesquiera que puedan ser a veces las se­mejanzas exteriores, que se explican, por otra parte, por algunas correspondencias reales, el alcance y la finalidad de los ritos iniclatico son completamente distintos que los de los ritos religiosos.
Ahora bien, que los escritos que conciernen a la leyenda del Grial emanaran, directa o indirectamente, de una organización iniciá­tica, esto no quiere decir, en absoluto, que constituyan un ritual de iniciación, como al­gunos lo han supuesto bastante caprichosa­mente; y es curioso notar que nadie ha emi­tido jamás una hipótesis semejante, por lo menos que sepamos, para obras que, sin em­bargo, describen de forma mucho más ma­nifiesta un proceso iniciátíco, como la Divina Comedia o el Roman de la Rose; es bien evidente que todos los escritos que pre­sentan un carácter esotérico no por ello son rituales. En el presente caso, esta suposición tropieza con cierto número de inverosimilitu­des: tal es, en particular, el hecho de que el pretendido candidato tenga que formular una pregunta, en lugar de tener, por el con­trario, que responder a las preguntas del ini­ciador, como ocurre en general; las divergen­cias que existen entre las diferentes versio­nes son igualmente incompatibles con el ca­rácter de un ritual, que tiene necesariamente una forma fija y bien definida; pero creemos poco útil insistir más sobre este punto. Por otro lado, cuando hablamos de organizacio­nes iniciáticas, debe quedar bien claro que no hay que imaginárselas en modo alguno, siguiendo un error muy extendido que a me­nudo hemos tenido que señalar, como sien­do, más o menos, lo que hoy día se deno­mína «sociedades», con todo el aparato de formalidades exteriores que esta palabra im­plica; si algunas de entre ellas, en Occidente, han llegado a tomar tal forma, esto no es más que el efecto de un tipo de degeneración muy moderno. Allí donde nuestros contem­poráneos no encuentran nada que se asemeje a una «sociedad», muy a menudo parecen no ver otra posibilidad que la de una cosa vaga e indeterminada, que no tiene más que una existencia simplemente «ideal», es decir, en suma, para quien no se para en palabras, puramente imaginaria; pero las realidades iniciáticas no tienen nada en común con es­tas concepciones nebulosas, y, al contrario, son algo muy «positivo». Lo que interesa saber ante todo es que ninguna iniciación puede existir fuera de toda organización y de toda transmisión regular; y, precisamente, si se quiere saber donde se encuentra verdade­ramente lo que se ha llamado a veces el «se­creto del Grial», hace falta referirse a la constitución de los centros espirituales de donde emana toda iniciación, porque, bajo la cobertura de los relatos legendarios, de es­to es esencialmente de lo que se trata en rea­lidad.
Hemos expuesto en nuestro estudio sobre el Roi du Monde las consideraciones que se refieren a esta cuestión y no podemos hacer aquí otra cosa que resumirías; pero conviene que indiquemos al menos lo que es el simbo­lismo del Grial en si mismo, dejando de la­do los detalles secundarios de la leyenda, por significativos que puedan ser. A este respec­to, debemos decir en primer lugar que, aun­que hayamos hablado hasta aquí de la tra­dición céltica y de la tradición cristiana, porque ellas son las que nos conciernen di­rectamente cuando se trata del Grial, el símbolo de la copa o del vaso es, en realidad, de los que bajo una forma u otra, se en­cuentran en todas las tradiciones y de los que se puede decir que pertenecen verdade­ramente al simbolismo universal. También nos hace falta precisar que, a pesar de lo que puedan pensar aquellos que se atienen a un punto de vista exterior y exclusivamen­te histórico, esta comunidad de símbolos, entre las formas tradicionales más diversas y más alejadas unas de otras, en el espacio y en el tiempo, de ningún modo es debida a «préstamos», que, en muchos casos, serían completamente imposibles; la verdad es que estos símbolos son universales porque pertenecen ante todo a la tradición primordial de la que todas estas formas diversas han derivado, directa o indirectamente. Las asi­milaciones que algunos «historiadores de las religiones» han contemplado respecto al «vaso sagrado», son, pues, completamente jus­tificadas en sí mismas; pero lo que hay que rechazar es, por una parte, sus explicaciones de la «migración de los símbolos», que pre­tenden que no hacen referencia más que a simples contingencias históricas, y también, por la otra, las interpretaciones «naturalis­tas» que no son debidas más que a la in­comprensión moderna del simbolismo y que no podrían ser válidas para ninguna tradición. Es particularmente importante llamar aquí la atención sobre este último punto, porque algunos, aceptando sin discusión tal interpretación para el «vaso de abundancia» de las tradiciones antiguas, céltica y otras, han creído que en ellas no había ninguna vinculación real con el significado «eucarístico» de la copa en el Cristianismo, de ma­nera que la similitud establecida entre uno y otra en la leyenda del Grial no seria más que uno de esos elementos supuestamente «folklóricos» que ellos consideran como sobreañadidos y cuyo carácter y alcance desconocen enteramente; por el contrario, para quien comprende bien el simbolismo, no solamente no hay aquí ninguna diferencia radi­cal, sino que, incluso puede decirse que en el fondo es exactamente la misma cosa. En to­dos los casos, aquello de que se trata es siem­pre el recipiente que contiene el alimento o la bebida de la inmortalidad, con todos los sig­nificados que están implicados en ello, com­prendido aquel que lo asimila al conoci­miento tradicional mismo, en cuanto éste es el «pan bajado del cielo», conforme a la afir­mación evangélica según la cual «no sólo de pan -terreno- vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios», es decir, de una manera general, que emana de un origen suprahumano, y que, bajo cual­quier forma exterior con que se revista, es siempre y en definitiva una expresión o una manifestación del Verbo divino. Por esto es por lo que, por otra parte, el Grial no es sólo una copa, sino que aparece también al­gunas veces como un libro, que es propia­mente el «Libro de Vida», o el prototipo celeste de todas las Escrituras sagradas; am­bos aspectos pueden incluso encontrarse reu­nidos, pues, en algunas versiones, el libro es reemplazado por una inscripción trazada sobre la copa por un ángel o por Cristo mismo. Recordaremos también a este respec­to el lapsit exilis de Wolfram von Eschen­bach, la piedra caída del Cielo sobre la que aparecían en determinadas circunstancias inscripciones de origen asimismo «no huma­no»; pero no podemos insistir más sobre estos aspectos, menos conocidos general­mente que aquel en el que el Grial es re­presentado bajo la forma de una copa. Se­ñalaremos únicamente, para mostrar que, a pesar de las apariencias, estos diferentes as­pectos no son de ningún modo contradicto­rios entre sí, que incluso cuando es una copa, el Grial es también, al mismo tiempo, una piedra, e incluso una piedra caída del Cielo, porque, según la leyenda, habría sido tallada por los ángeles de una esmeralda despren­dida de la frente de Lucifer cuando su caída. Este origen es particularmente destacable, porque esta esmeralda frontal se identifica con el «tercer ojo» de la tradición hindú, que representa el «sentido de la eternidad», lo que nos devuelve, por lo demás, a la idea del «alimento de inmortalidad», pues es evi­dente que la verdadera inmortalidad está esencialmente vinculada a la posesión de ese «sentido de la eternidad»; y, como éste vie­ne dado por el conocimiento efectivo de la verdad tradicional, vemos que todo esto es en realidad perfectamente coherente.
Se ha dicho también que el Grial fue con­fiado a Adán en el Paraíso terrenal, pero que, después de su caída, Adán lo perdió a su vez, pues no pudo llevárselo consigo cuando fue expulsado del Edén; con el signi­ficado que acabamos de indicar, esto se comprende inmediatamente. En efecto, el hombre, separado de su centro original, des­de entonces se encontraba encerrado en la esfera temporal; ya no podía, por consi­guiente, alcanzar el punto único desde el que todas las cosas son contempladas bajo el aspecto de la eternidad. En otras palabras, esta posesión del «sentido de la eternidad», del que acabamos de hablar, pertenece, pro­piamente dicho, a lo que todas las tradicio­nes denominan el «estado primordial», cuya restauración constituye el primer estadio de la verdadera iniciación, siendo la condición previa para la conquista efectiva de los esta­dos suprahumanos, pues la comunicación con éstos no es posible más que a partir del punto central del estado humano; bien enten­dido que lo que representa el Paraíso terre­nal no es otra cosa que el «Centro del Mun­do». Así, el Grial corresponde, al mismo tiempo, a dos cosas, una doctrina tradicio­nal y un estado espiritual, que son estrecha­mente solidarios una de otro: aquel que posee íntegramente la tradición primordial y que ha llegado al grado de conocimiento efecti­vo que implica esencialmente esta posesión queda, en efecto, por ello mismo, reintegra­do en la plenitud del «estado primordial», lo que equivale a decir que, en lo sucesivo, estará restituido en el «Centro del Mundo». Por otro lado, la copa es, por ella misma, uno de los símbolos cuyo significado es esencialmente «central», al igual que la lanza que acompaña al Grial, que es, de algún mo­do, complementaria de éste, siendo una de las representaciones tradicionales del «Eje del Mundo», el cual, pasando por el punto central de cada estado, une entre sí todos los estados del ser. Este significado de la copa resulta inmediatamente de su asimilación simbólica con el corazón; no deja de tener interés señalar, a este respecto, que en los antiguos jeroglíficos egipcios el corazón mis­mo era representado por un vaso; por otra parte, el corazón y la copa tienen, tanto el uno como la otra, por esquema geométrico el triángulo, cuya punta está dirigida hacia abajo, tal como se encuentra, en particular, en algunos yantras de la India. Por lo que se refiere más particularmente al Grial, bajo la forma específica cristiana de la leyenda, su conexión con el corazón de Cristo, cuya sangre contiene, es demasiado evidente para que sea necesario insistir más en ello. En todas las tradiciones, «Corazón del Mundo» y «Centro del Mundo» son expresiones equi­valentes; no habiendo aquí, por otra parte, nada contradictorio con lo que hemos dicho antes respecto del «tercer ojo», pues, en la medida en que el corazón es considerado como centro del ser, es también en él donde reside realmente «el sentido de la eternidad». Pero naturalmente no podemos pensar en ex­tendernos aquí sobre la concordancia de es­tos diversos símbolos, ni sobre su relación con ciertas «localizaciones» que se corres­ponden con diferentes grados o estados espi­rituales del ser humano.
Hemos de hablar todavía un poco de la «demanda del Grial», que se vincula también a un simbolismo muy general, pues, en casi todas las tradiciones, se alude a un algo que, a partir de una determinada época, ha­bría sido perdido o cuando menos ocultado, y que la iniciación debe permitir encontrar de nuevo; este «algo» puede ser representa do de muy diferentes formas según los casos, pero, en el fondo, el sentido es siempre el mismo. Cuando se dice que Set logró volver a entrar en el Paraíso terrenal y pudo así recuperar el precioso vaso que otros poseye­ron después de él, debe comprenderse que se trata del establecimiento de un centro espíritual destinado a reemplazar al Paraíso per­dido, y que era como una imagen de éste; y entonces esta posesión del Grial representa la conservación íntegra de la tradición pri­mordial en un centro espiritual así. La pérdi­da del Grial o de alguno de sus equivalentes simbólicos es, en suma, la pérdida de la tra­dición con todo lo que ésta comporta; por otra parte, a decir verdad, esta tradición está oculta más que perdida, o al menos, no pue­de nunca estar perdida más que para algu­nos centros secundarios, cuando éstos dejan de estar en relación directa con el Centro Su­premo. En cuanto a este último, conserva siempre intacto el depósito de la tradición y no es afectado por los cambios que ocurren en el mundo exterior en el transcurso del desarrollo del ciclo histórico; pero, al igual que el Paraíso terrenal se ha vuelto inaccesible, el Centro Supremo, que es, en suma, su equivalente, puede, en el transcurso de un cierto período, no ser manifestado exterior­mente, y entonces se puede decir que la tra­dición estará perdida para el conjunto de la humanidad, pues ella no se conserva más que en algunos centros rigurosamente  ce­rrados, y el grueso de la humanidad, aunque reciba todavía de ella ciertos reflejos por me­diación de las formas tradicionales particula­res, que han derivado de ella, ya no partí­cipa de ella de un modo consciente y efecti­vo, contrariamente a lo que tenía lugar en el estado original. La pérdida de la tradición puede ser entendida en este sentido general, o bien ser relacionada con el obscurecimien to del centro espiritual secundario que regía, más o menos visiblemente, los destinos de un pueblo en particular o de una civilización determinada; por consiguiente, hace falta, cada vez que se encuentre un simbolismo que se relacione con ella, examinar si debe ser interpretado en uno o en otro de estos dos sentidos. Además, hay que significar que la constitución misma de los centros secun­darios, correspondientes a formas tradicio­nales particulares, cualesquiera que sean, indica ya un primer grado de oscurecimiento respecto de la tradición primordial, pues­to que el Centro Supremo, desde entonces, deja de estar en contacto directo con el exte­rior y el vínculo sólo se mantiene a través de los centros secundarios, que son los únicos que se conocen; por este motivo es por el cual encontramos a menudo cosas «substi­tuidas», que pueden ser palabras u objetos simbólicos. Por otra parte, si un centro se­cundario llega a desaparecer, se puede decir que, de alguna manera, es reabsorbido en el Centro Supremo, del que no es más que una emanación; aquí, como en el caso del obscu­recimiento general que se produce conforme a las leyes cíclicas, hay además que advertir grados: puede darse el caso de que un centro así pase a ser sólo más oculto y más cerrado, lo cual puede ser representado por el mismo simbolismo que su desaparición completa, pues, todo alejamiento del exterior es, al mismo tiempo, y en una medida equivalente, un retorno al Principio. Queremos hacer alu­sión aquí, más particularmente, al simbolis­mo de la desaparición final del Grial: que éste fuera arrebatado al Cielo, según algunas versiones, o transportado al «Reino del Pres­te Juan», según otras, esto significa exacta­mente lo mismo, aun cuando los «críticos», que ven contradicciones por todas partes, sin duda ni lo sospechan. Se trata siem­pre de esta misma retirada del exterior ha­cia el interior, en razón del estado del mun­do en una determinada época o, para hablar más exactamente, de esa parte del mundo que está en relación con la forma tradicional considerada; esta retirada no se aplica aquí, por otra parte, más que al lado esotérico de la tradición, mientras el lado exotérico, en un caso como el del Cristianismo, perma­nece sin ningún cambio aparente; pero es precisamente por el lado esotérico por el que se establecen y mantienen los vínculos efec­tivos con el centro supremo, por cuanto estos vínculos implican necesariamente la con­ciencia de la unidad esencial de todas las tradiciones; lo cual no puede ser competencia del exoterismo, cuyo horizonte está siempre limitado exclusivamente a una forma par­ticular. Que subsista, no obstante, cierta re­lación con el Centro Supremo, pero de alguna manera invisible e inconscientemente, mien­tras la forma tradicional considerada perma­nece viva, esto debe darse, forzosamente, a pesar de todo; pues si fuera de otro modo, esto equivaldría a decir que el «espíritu» se habría retirado enteramente de la misma y que ella ya no es verdaderamente más que un cuerpo muerto. Se ha dicho que el Grial ya no fue visto más como antes, pero no se dice que nadie lo viera más; cierto es, al menos en principio, que siempre está presen­te para aquellos que están «calificados»; pero, de hecho, éstos son cada vez más es­casos, hasta el punto de no constituir más que una ínfima excepción; y, desde la época en la que se dice que los verdaderos rosa­cruces se retiraron a Asia, es decir, sin duda, también simbólicamente, al «Reino del Pres­te Juan», ¿qué posibilidades de llegar a la iniciación afectiva pueden todavía encontrar abiertas antes ellos en el mundo occidental?

Publicado en "Cahiers du Sud": Lumière du Graal, Paris, 1950. Traducido en "Cielo y     
Tierra": El Graal y la búsqueda iniciática, Barcelona, 1985.