jueves, 1 de agosto de 2013

El Demiurgo (R.G.)


René Guénon

EL DEMIURGO

 

Título original: "Le Démiurge" (firmado como T. Palingénius).

Publicado inicialmente en la revista "La Gnose", noviembre y diciembre

de 1909 y enero de 1910. Forma el capítulo 1º de la I parte de

Mélanges, París, Gallimard, 1976. Utilizamos la traducción al

castellano realizada por Pedro Vela y Antonio Guri aparecida en la

revista SYMBOLOS, nº 8, Guatemala, 1994.

 

Hay unos cuantos problemas que constantemente han preocupado a los

hombres, pero el que se ha presentado generalmente como más difícil

de resolver es el del origen del Mal, con el que han topado, como si

fuera un obstáculo infranqueable, la mayoría de los filósofos y

sobre todo los teólogos: "Si Deus est, unde Malum? ¿Si non est, unde

Bonum?" (1). Este dilema es, en efecto, insoluble para aquellos que

consideran la Creación como la obra directa de Dios, y que, en

consecuencia, están obligados a responsabilizarle del Bien y del Mal.

Se dirá sin duda que esta responsabilidad es atenuada en cierta medida

por la libertad de las criaturas; pero, si las criaturas pueden escoger

entre el Bien y el Mal, es que uno y otro existían ya, al menos en

principio; y si las criaturas son susceptibles de decidirse a veces en

favor del Mal en lugar de hacerlo siempre hacia el Bien, es que son

imperfectas. ¿Cómo entonces Dios, si es perfecto, ha podido crear

seres imperfectos?

 

Es evidente que lo Perfecto no puede engendrar imperfección, ya

que, si esto fuera posible, lo Perfecto debería contener en sí mismo

lo imperfecto en estado principial, con lo que dejaría de ser lo

Perfecto. Lo imperfecto no puede entonces proceder de lo Perfecto por

vía de emanación; entonces no podría resultar más que de la

creación "ex nihilo", ¿pero cómo admitir que algo pueda proceder

de la nada, o, en otros términos, que pueda existir alguna cosa

carente de principio? Por otra parte, admitir la creación "ex nihilo"

sería admitir el aniquilamiento final de los seres creados, ya que lo

que ha tenido un comienzo debe también tener un final, y no hay nada

más ilógico que hablar de inmortalidad en tal hipótesis. Pero la

creación así entendida es un absurdo, puesto que es contraria al

principio de causalidad, que es innegable para todo hombre sincero y

medianamente razonable, con lo que podemos decir al igual que Lucrecio:

"Ex nihilo nihil, ad nihilum nihil posse reverti" (2).

 

No puede haber nada que carezca de principio; ¿pero cuál es este

principio?, y, ¿en realidad no hay más que un Principio único de

todas las cosas? Si se considera el Universo total, es evidente que

contiene todas las cosas, puesto que todas las partes están contenidas

en el Todo. Por otro lado, el Todo es necesariamente ilimitado, ya que,

si tuviera un límite, lo que hubiera más allá de este límite no

estaría comprendido por el Todo, siendo esta suposición

completamente absurda. Lo que carece de límite puede ser llamado

Infinito, y como lo contiene todo, es el principio de todas las cosas.

Por otra parte el Infinito es necesariamente "uno", porque dos Infinitos

que no fueran idénticos se excluirían el uno al otro; resultando de

esto que no hay más que un Principio único de todas las cosas, y

este Principio es lo Perfecto, pues el Infinito sólo puede ser tal si

es lo Perfecto.
 
 
 
Así lo Perfecto es el Principio supremo, la Causa primera, que
contiene todas las cosas y las ha producido todas; pero entonces, puesto
que no hay más que un Principio único, ¿de dónde salen todas las
oposiciones que normalmente se consideran en el Universo: el Ser y el
No-Ser, el Espíritu y la Materia, el Bien y el Mal? Nos encontramos
aquí con la misma pregunta del comienzo, y ahora podemos formularla de
una manera más general: ¿cómo ha podido la Unidad producir la
Dualidad?
 
Algunos han creído que debían admitir dos principios distintos,
opuestos el uno al otro, pero esta hipótesis está descartada por lo
dicho anteriormente. En efecto, estos dos principios no pueden ser ambos
infinitos, pues entonces se excluirían o se confundirían; si sólo
uno fuera infinito, éste sería el principio del otro; y, si ambos
fueran finitos, no serían verdaderos principios, ya que decir que
aquello que es finito puede existir por sí mismo, es admitir que algo
puede salir de la nada, puesto que todo lo finito tiene un principio
lógico, si no cronológico. En este último caso, en consecuencia,
uno y otro, siendo finitos, deben proceder de un principio común, que
es infinito, lo que nos vuelve a llevar a la consideración de un
Principio único. Además, muchas doctrinas que observamos como
dualistas no lo son más que en apariencia; en el Maniqueísmo, como
en la religión de Zoroastro, el dualismo no es más que una doctrina
puramente exotérica, cubriendo una verdadera doctrina esotérica de
la Unidad: Ormuz y Ahrimán son los dos engendrados por
Zervané-AkérEAné, y deben fundirse con él al final de los
tiempos.
 
La Dualidad es entonces necesariamente producida por la Unidad,
puesto que no puede existir por sí misma; pero, ¿cómo puede ser
producida? Para comprenderlo debemos considerar primeramente a la
Dualidad bajo su aspecto menos particular, que es la oposición del Ser
y del No-Ser; por otra parte, puesto que uno y otro están forzosamente
contenidos en la Perfección total, es evidente, en principio, que esta
oposición no puede ser más que aparente. Entonces valdría más
hablar únicamente de distinción; pero ¿en qué consiste esa
distinción? ¿existe, en realidad, independientemente de nosotros, o
no será simplemente más que el resultado de nuestra forma de ver las
cosas?
 
Si por No-Ser no entendemos más que la pura nada, es inútil
seguir hablando, pues ¿qué podemos decir de aquello que no es nada?
Pero otra cosa distinta sería considerar al No-Ser como posibilidad de
ser; con lo que el Ser sería la manifestación del No-Ser y,
entendido de este modo, el Ser estaría contenido en estado potencial
en el No-Ser. La relación entre el No-Ser y el Ser es entonces la
relación entre lo no-manifestado y lo manifestado, y podemos decir que
lo no-manifestado es superior a lo manifestado, puesto que es su
principio, ya que contiene en potencia todo lo manifestado más lo que
no es, ni jamás ha sido, ni jamás será manifestado. Al mismo
tiempo, vemos aquí la imposibilidad de hablar de una distinción
real, ya que lo manifestado está contenido en principio en lo
no-manifestado; sin embargo no podemos concebir lo no-manifestado
directamente, sino únicamente a través de lo manifestado. Esta
distinción existe pues para nosotros y sólo para nosotros.
 
Si es así concebida la
Dualidad en cuanto a la distinción entre
Ser y No-Ser, con mayor razón debe serlo igualmente en sus demás
aspectos. Con esto vemos el carácter ilusorio de la distinción entre
Espíritu y Materia, sobre la que se han edificado -sobre todo en los
tiempos modernos- gran cantidad de sistemas filosóficos, como si se
tratara de una base inquebrantable; y desapareciendo esta distinción,
de tales sistemas no queda nada. Además, podemos resaltar de paso que
la Dualidad no puede existir sin el Ternario, ya que si el Principio
supremo, al diferenciarse, da nacimiento a dos elementos -que por otra
parte sólo son distintos en tanto nosotros los consideremos como
tales-, éstos y su Principio común forman un Ternario. Y de tal
forma esto es así que, en realidad, es el Ternario y no el Binario lo
que es inmediatamente producido por la primera diferenciación de la
Unidad primordial.
 
Volvamos ahora a la distinción entre el Bien y el Mal, que no es
en sí más que un aspecto particular de la Dualidad. Cuando oponemos
Bien y Mal, consideramos generalmente el Bien como Perfección o, al
menos, en un grado inferior, como una tendencia a la Perfección, con
lo que el Mal no es otra cosa que lo imperfecto. Pero ¿cómo lo
imperfecto podría oponerse a lo Perfecto? Hemos visto que lo Perfecto
es el Principio de todas las cosas, y que, por otra parte, no puede
producir lo imperfecto; de lo que resulta que lo imperfecto no existe, o
que, al menos, lo imperfecto sólo puede existir como elemento
constitutivo de la Perfección total, y, siendo así, no puede ser
realmente imperfecto, y lo que llamamos imperfección no es más que
relatividad. Así, lo que llamamos error es verdad relativa, ya que
todos los errores deben estar comprendidos en la Verdad total, sin lo
que ésta, estando limitada por algo que estaría fuera de ella, no
sería perfecta, lo que equivale a decir que no seria la Verdad. Los
errores, o, mejor dicho, las verdades relativas, no son sino fragmentos
de la Verdad total; es pues la fragmentación la que produce la
relatividad, y en consecuencia, podríamos decir que, si relatividad
fuera realmente sinónimo de imperfección, podría considerarse como
causa del Mal. Pero el Mal sólo es tal cuando se lo distingue del
Bien.
 
Si llamamos Bien a lo Perfecto, realmente lo relativo no es algo
distinto, ya que en principio está contenido en Él; entonces, desde
el punto de vista universal, el Mal no existe. Existirá únicamente
si consideramos las cosas bajo un aspecto fragmentario y analítico,
separándolas de su Principio común, en lugar de considerarlas
sintéticamente como contenidas en este Principio, que es la
Perfección. Así es creado lo imperfecto; el Mal y el Bien son
creados al distinguirlos el uno del otro, y, si no hay Mal, no hay
motivo para referirse al Bien en el sentido ordinario de esta palabra,
sino únicamente a la Perfección. Es pues la fatal ilusión del
Dualismo la que realiza el Bien y el Mal, y que, considerando las cosas
bajo un punto de vista particularizado, sustituye a la Unidad por la
Multiplicidad, y encierra así a los seres sobre los cuales ejerce su
poder en el dominio de la confusión y de la división. Este dominio
es el Imperio del Demiurgo.
 
 
 
 
 
Lo que hemos dicho respecto a la distinción del Bien y el Mal
permite comprender el símbolo del Pecado original, al menos en la
medida en que estas cosas pueden llegar a expresarse. La fragmentación
de la Verdad total, o del Verbo -pues son lo mismo en el fondo-, produce
la relatividad y es idéntica a la segmentación del Adam Kadmon,
cuyas partes separadas constituyen al Adam Protoplastas, el primer
formador. La causa de esta segmentación es Nahash, el Egoísmo o el
deseo de la existencia individual. Este Nahash no es algo externo al
hombre, sino que está en él, primero en estado potencial, y sólo
deviene externo en la medida en que el hombre mismo lo exterioriza. Este
instinto de separatividad, por su naturaleza, que es provocar la
división, empuja al hombre a probar el fruto del Arbol de la Ciencia
del Bien y del Mal, es decir, a crear la distinción entre Bien y Mal.
Entonces sus ojos se abren, pues aquello que le era interior se ha
convertido en exterior, a consecuencia de la separación que se ha
producido entre los seres. Estos están ahora revestidos de formas, que
limitan y definen su existencia individual, y así el hombre se ha
convertido en el primer formador. Pero, en lo sucesivo, también él
se encuentra sometido a las condiciones de esta existencia individual,
está revestido de una forma, o, siguiendo la expresión bíblica, de
una túnica de piel, y está encerrado en el dominio del Bien y del
Mal, en el Imperio del Demiurgo.
 
A través de esta exposición abreviada y muy incompleta, vemos
que el Demiurgo no es en realidad una potencia externa al hombre; en
principio no es más que la voluntad del hombre en tanto realiza la
distinción entre Bien y Mal. Pero seguidamente el hombre, limitado
como ser individual por esa voluntad que es la suya propia, la considera
como algo externo a él, y así deviene distinta de él. Además,
como dicha voluntad se opone a los esfuerzos necesarios para salir del
dominio en que él mismo se ha encerrado, la ve como una potencia
hostil, y la denomina Satán o el Adversario. Remarquemos que este
Adversario, que hemos creado nosotros mismos y que creamos a cada
instante -ya que esto no debe considerarse como algo que ocurrió en un
tiempo determinado-, no es malo en sí mismo, sino que constituye
únicamente el conjunto de todo lo que nos es contrario.
 
Desde un punto de vista más general, el Demiurgo, convertido en
una potencia distinta y considerado como tal, es el Príncipe de este
Mundo del cual se habla en el Evangelio de Juan. No es, propiamente
hablando, ni bueno ni malo, más bien es lo uno y lo otro, puesto que
contiene en si mismo el Bien y el Mal. Se considera su dominio como el
Mundo inferior, en oposición al Mundo superior o Universo principial
del que ha sido separado. Pero hay que tener en cuenta que esta
separación jamás es absolutamente real, sólo lo es en la medida en
que la realizamos, pues este Mundo inferior está contenido, en estado
potencial, en el Universo principial, y es evidente que ninguna parte
puede realmente salir del Todo. Por otra parte, esto es lo que impide
que la caída continúe indefinidamente; pero esto no es sino una
expresión totalmente simbólica, y la profundidad de la caída mide
simplemente el grado de separación realizada. Con esta restricción
el Demiurgo se opone al Adam Kadmon o a la Humanidad principial,
-manifestación del Verbo-, pero solamente como un reflejo, ya que no
es una emanación, y no existe por sí mismo; eso es lo que está
representado por la figura de los dos ancianos del Zohar, y también
por los dos triángulos opuestos del Sello de Salomón.
 
Esto nos lleva a considerar al Demiurgo como un reflejo tenebroso e
invertido del Ser, ya que en realidad no puede ser otra cosa. Por tanto
no es un ser; pero después de lo dicho, puede considerarse como la
colectividad de los seres en la medida en que son distintos, o si se
prefiere, en tanto tienen una existencia individual. Somos seres
distintos en tanto que creamos nosotros mismos la distinción, que
sólo existe en la medida en que la creamos; y en tanto que lo hacemos
somos elementos del Demiurgo, y, como seres distintos, pertenecemos al
dominio de este Demiurgo, que es lo que se conoce como la Creación.
 
Todos los elementos de la Creación, es decir las criaturas,
están pues contenidas en el Demiurgo, y, en efecto, sólo las puede
extraer de sí mismo, puesto que la creación ex nihilo es imposible.
Considerado como Creador, el Demiurgo produce primero la división, y
no es realmente distinto de ella, ya que sólo existe en tanto que la
división misma existe; después, como la división es la fuente de
la existencia individual y ésta viene definida por la forma, el
Demiurgo debe ser considerado como formador y entonces es idéntico al
Adam Protoplastas, tal como hemos visto. Podemos decir también que el
Demiurgo crea la Materia, entendiendo por esta palabra el caos
primordial que es la reserva común de todas las formas; después
organiza esta Materia caótica y tenebrosa donde reina la confusión,
haciendo surgir de ella las múltiples formas cuyo conjunto constituye
la Creación.
 
¿Debemos decir entonces que esta Creación es imperfecta?
Seguramente no se la puede considerar como perfecta; pero, desde el
punto de vista Universal, no es más que uno de los elementos
constitutivos de la Perfección total. Sólo es imperfecta cuando la
consideramos analíticamente, como separada de su Principio, y lo es en
la misma medida que constituye el dominio del Demiurgo. Pero, si lo
imperfecto sólo es un elemento de lo Perfecto, no es verdaderamente
imperfecto, y de ahí resulta que en realidad el Demiurgo y su dominio
no existen desde el punto de vista universal, al igual que la
distinción entre Bien y Mal. Igualmente resulta que, desde el mismo
punto de vista, la Materia no existe: la apariencia material es una
ilusión, de donde no hay que sacar la conclusión de que los seres
que tienen esta apariencia no existan, pues sería caer en otra
ilusión: la de un idealismo exagerado y mal entendido.

Si la Materia no existe, la distinción entre Espíritu y Materia

desaparece; en realidad todo debe ser Espíritu, pero entendiendo esta

palabra en un sentido bien diferente del que le han atribuido la mayor

parte de los filósofos modernos. Éstos, en efecto, oponiendo el

Espíritu a la Materia, no lo consideran como independiente de toda

forma, con lo que podríamos preguntarnos en qué se diferencia de la

Materia. Si afirmamos que es inextenso, mientras que la Materia es

extensa ¿cómo es que lo inextenso puede estar revestido de una

forma? Por otra parte, ¿por qué definir el Espiritu? Ya sea con el

pensamiento o de otra manera, es siempre a través de una forma como se

lo quiere definir, y entonces ya no es Espíritu. En realidad el

Espíritu universal es el Ser, y no tal o cual ser particular; es el

Principio de todos los seres, y así los contiene a todos. Por eso todo

es Espíritu.

 

Cuando el hombre alcanza el conocimiento real de esta verdad, se

identifica e identifica todas las cosas con el Espíritu universal.

Entonces para él toda distinción desaparece, de tal forma que

contempla todas las cosas como estando en él mismo y no como siendo

exteriores a él, pues la ilusión se desvanece ante la Verdad como la

sombra ante el sol. Así, por ese mismo conocimiento, el hombre es

liberado de las ataduras de la Materia y de la existencia individual, ya

no está sometido al dominio del Príncipe de este Mundo, ya no

pertenece al Imperio del Demiurgo.

 

 

III

 

 

De lo que precede resulta que el hombre puede, desde su existencia

terrestre, liberarse del dominio del Demiurgo o del Mundo hílico, y

que esta liberación se opera por la Gnosis, es decir, por el

Conocimiento integral. Señalemos que este Conocimiento nada tiene en

común con la ciencia analítica y no la supone de ningún modo. Es

una ilusión muy extendida en nuestros días creer que no se puede

llegar a la síntesis total más que a través del análisis; al

contrario, la ciencia ordinaria es totalmente relativa y, limitada al

Mundo hílico, tiene la misma existencia que éste desde el punto de

vista universal.

 

Por otra parte, debemos indicar también que los diferentes Mundos,

o, según la expresión generalmente admitida, los diversos planos del

Universo, no son lugares o regiones, sino modalidades de la existencia o

estados del ser. Esto permite comprender cómo un hombre viviendo en la

tierra puede pertenecer en realidad, ya no al Mundo hílico, sino al

Mundo psíquico o incluso al Mundo pneumático. Es lo que constituye

el segundo nacimiento. Sin embargo, propiamente hablando, éste no es

más que el nacimiento al Mundo psíquico, por el cual el hombre se

hace consciente de los dos planos, pero sin alcanzar todavía el Mundo

pneumático, es decir, sin identificarse con el Espíritu universal.

Esta identificación sólo es alcanzada por aquel que posee

íntegramente el triple Conocimiento, por el cual es liberado para

siempre de los nacimientos mortales; es lo que se expresa diciendo que

solamente los Pneumáticos son salvados. El estado de los psíquicos

no es más que un estado transitorio; es el del ser que ya está

preparado para recibir la Luz, pero que todavía no la percibe, que no

ha tomado consciencia de la Verdad una e inmutable.

 

Cuando hablamos de nacimientos mortales, entendemos las

modificaciones del ser, su paso a través de las formas múltiples y

cambiantes; no habiendo en ello nada que se parezca a la doctrina de la

reencarnación tal como la admiten los espiritistas y los teosofistas,

doctrina que algún día tendremos la ocasión de explicar. El

Pneumático está liberado de los nacimientos mortales, es decir,

está liberado de la forma, y por lo tanto del Mundo demiúrgico; ya

no está sometido al cambio y, en consecuencia, carece de acción;

éste es un punto sobre el que hablaremos más adelante. El

Psíquico, por el contrario, no sobrepasa el mundo de la Formación,

que es designado simbólicamente como el primer Cielo o la esfera de la

Luna; de allí regresa al Mundo terrestre, lo que no significa que tome

un nuevo cuerpo en la Tierra, sino simplemente que debe revestirse de

nuevas formas, sean cuales fueren, antes de obtener la liberación.

 

Lo que acabamos de exponer muestra el acuerdo -podríamos incluso

decir la identidad real, a pesar de ciertas diferencias en la

expresión- de la doctrina gnóstica con las doctrinas orientales y

más particularmente con el Vedanta, el más ortodoxo de todos los

sistemas metafísicos fundados en el Brahmanismo. Es por este motivo

que podemos completar lo dicho anteriormente respecto a los diversos

estados del ser, reproduciendo algunas citas del Tratado del

Conocimiento del Espíritu de Sankarâchârya.

 

"No hay otro medio de obtener la liberación completa y final que

el Conocimiento; es el único instrumento que desata los lazos de las

pasiones; sin el Conocimiento no se puede obtener la Beatitud".

 

"La acción, no oponiéndose a la ignorancia, no la puede alejar;

pero el Conocimiento disipa la ignorancia, como la Luz disipa las

tinieblas".

 

La ignorancia es aquí el estado del ser envuelto en las tinieblas

del Mundo hílico, atado a la apariencia ilusoria de la Materia y a las

distinciones individuales; mediante el Conocimiento -que no pertenece al

dominio de la acción, sino que le es superior- todas las ilusiones

desaparecen, tal como hemos dicho anteriormente.

 

"Cuando la ignorancia que nace de los afectos terrestres es alejada,

el Espíritu, por su propio esplendor, brilla a lo lejos en un estado

indiviso, como el Sol difunde su claridad cuando las nubes se

dispersan".

 

Pero, antes de llegar a este grado, el ser pasa por un estado

intermedio, el que corresponde al Mundo psíquico; entonces cree ser,

ya no el cuerpo material, sino el alma individual, puesto que para él

no ha desaparecido toda distinción, porque todavía no ha salido del

dominio del Demiurgo.

 

"Imaginándose que es el alma individual, el hombre se asusta, como

alguien que toma por error un trozo de cuerda por una serpiente; pero su

temor es alejado por la percepción de que él no es el alma, sino el

Espíritu universal".

 

Quien ha tomado conciencia de los dos Mundos manifestados, es decir

del Mundo hílico -conjunto de manifestaciones groseras o materiales-,

y del Mundo psíquico, -conjunto de las manifestaciones sutiles-, es

nacido dos veces, Dwidja; pero aquel que es consciente del Universo no

manifestado o del Mundo sin forma, es decir del Mundo pneumático, y

que ha llegado a la identificación de sí mismo con el Espíritu

universal, Atmâ, éste y sólo éste puede ser llamado Yogui, que

quiere decir unido al Espíritu universal.

 

"El Yogui, cuyo intelecto es perfecto, contempla todas las cosas

como morando en él mismo, y así, por el ojo del Conocimiento,

percibe que todo es Espíritu".

 

Notemos de paso que el Mundo hílico se compara al estado de

vigilia, el Mundo psíquico al estado de sueño, y el Mundo

pneumático al estado de sueño profundo. Debemos recordar a este

propósito que lo no
-manifestado es superior a lo manifestado, por ser

su principio. Por encima del Universo pneumático no hay más -según

la doctrina gnóstica- que el Pleroma, que puede considerarse como

constituido por el conjunto de los atributos de la Divinidad. No se

trata de un cuarto mundo, sino del Espíritu universal mismo, Principio

supremo de los Tres Mundos, ni manifestado ni no-manifestado,

indefinible, inconcebible e incomprensible.

 

El Yogui o el Pneumático, ya que en el fondo es lo mismo, se

percibe, no ya como una forma grosera ni como una forma sutil, sino como

un ser sin forma; se identifica entonces con el Espíritu universal, y

estos son los términos con que Sankarâchârya describe ese estado:

 

"Es Brahma, tras cuya posesión no hay nada que poseer; tras el

gozo de su felicidad, ya no hay felicidad que pueda ser deseada; y tras

la obtención de su conocimiento, ya no hay conocimiento que obtener".

 

"Es Brahma, el que una vez visto, no deja otro objeto que

contemplar; habiéndose identificado con Él, ya ningún nacimiento

es experimentado; habiéndolo percibido, no hay nada más que

percibir".

 

"Es Brahma, esparcido por todas partes, en todo: en el espacio

medio, en lo que está por encima y lo que está por debajo; el

verdadero, el viviente, el dichoso, sin dualidad, indivisible, eterno y

uno".

 

"Es Brahma, sin tamaño, inextenso, increado, incorruptible, sin

rostro, sin cualidades o características".

 

"Es Brahma, el que ilumina todas las cosas; su luz hace brillar el

sol y todos los cuerpos luminosos, pero que no se hace manifiesto por su

luz".

 

"Penetra Él mismo su propia esencia eterna, y contempla el Mundo

entero apareciendo como Brahma".

 

"Brahma no se parece en nada al Mundo, y fuera de Brahma no hay

nada; todo lo que parece existir fuera de él es una ilusión".

 

"De todo lo que se ve, de todo lo que se oye, sólo existe Brahma,

y por el conocimiento del principio, Brahma es contemplado como el Ser

verdadero, viviente, feliz, sin dualidad".

 

"El ojo del Conocimiento contempla al Ser verdadero, viviente,

feliz, que todo lo penetra; pero el ojo de la ignorancia no lo descubre,

no lo percibe, al igual que un hombre ciego no ve la luz".

 

"Cuando el Sol del Conocimiento espiritual se levanta en el cielo

del corazón, expulsa las tinieblas, penetra todo, abarca todo e

ilumina todo".

 

Observemos que el Brahma del que aquí se trata es el Brahma

superior; hay que tener cuidado en distinguirlo del Brahma inferior,

pues éste no es otra cosa que el Demiurgo, considerado como el reflejo

del Ser. Para el Yogui, sólo hay el Brahma superior que contiene todas

las cosas y fuera del cual no hay nada; el Demiurgo y su obra de

división ya no existen.

 

"El que ha realizado el peregrinaje de su propio espíritu, un

peregrinaje en el cual no hay nada que concierna a la situación, al

lugar o al tiempo, que está en todo, en el que ni el calor ni el

frío se experimentan, que constituye una felicidad perpetua y una

liberación de toda penalidad; éste está por encima de la acción,

conoce todas las cosas, y obtiene la eterna Beatitud".

 

IV

 

 

Después de haber caracterizado los tres Mundos y los estados del

ser que les corresponden, y de haber indicado dentro de lo posible en

qué consiste la liberación de la dominación demiúrgica, debemos

retomar todavía el tema de la distinción entre el Bien y el Mal, con

el fin de sacar algunas consecuencias de lo expuesto anteriormente.

 

Para empezar, se podría estar tentado de decir lo siguiente: si la

distinción entre el Bien y el Mal es ilusoria, si en realidad no

existe, lo mismo debe suceder con la moral, pues es evidente que la

moral está basada en esta distinción, a la que considera esencial.

Esto seria ir demasiado lejos; la moral existe, pero en la misma medida

que la distinción entre el Bien y el Mal, es decir, para todo lo que

pertenece al dominio del Demiurgo; desde el punto de vista universal, no

tendría ninguna razón de ser. En efecto, la moral no puede aplicarse

más que a la acción; la acción supone el cambio, y éste sólo

es posible en lo formal o manifestado. El Mundo sin forma es inmutable,

superior al cambio, por lo tanto a la acción, y es por lo que el Ser

que ya no pertenece al Imperio del Demiurgo es no-actuante.

 

Esto indica que hay que tener mucho cuidado en no confundir los

diversos planos del Universo, pues lo que se dice de uno podría no ser

verdadero para el otro. Así, la moral existe necesariamente en el

plano social, que es esencialmente el dominio de la acción; pero no

cuando se considera el plano metafísico o universal, puesto que

entonces ya no hay acción.

 

Establecido este punto, debemos señalar que el ser superior a la

acción posee sin embargo la plenitud de la actividad; pero es una

actividad potencial, una actividad no actuante. Este ser no es inmóvil

-como se podría decir erróneamente-, sino inmutable, es decir,

superior al cambio. En efecto, se identifica con el Ser que siempre es

idéntico a sí mismo: según la fórmula bíblica, "el Ser es el

Ser". Esto está relacionado con la doctrina taoísta, según la cual

la Actividad del Cielo es no actuante. El Sabio, en quien se refleja la

Actividad del Cielo, observa el no actuar. Sin embargo, este Sabio -que

hemos designado como el Pneumático o el Yogui- puede actuar

aparentemente, como la Luna parece que se mueve cuando las nubes pasan

delante de ella; pero el viento que aparta las nubes no tiene influencia

sobre la Luna. Igualmente, la agitación del Mundo demiúrgico no

tiene influencia sobre el Pneumático; y a este respecto podemos citar

lo que dice Sankarâchârya:

 

"El Yogui, habiendo atravesado el mar de las pasiones, está unido

a la Tranquilidad y se regocija en el Espíritu".

 

"Habiendo renunciado a los placeres que nacen de los objetos

externos perecederos, y gozando de las delicias espirituales, está en

calma y sereno como la llama bajo un apagavelas, y se alegra en su

propia esencia".

 

"Durante su residencia en el cuerpo, no es afectado por sus

propiedades, como el firmamento no es afectado por lo que flota en su

seno; conociendo todas las cosas permanece no afectado por las

contingencias".

 

A partir de ahí podemos comprender el verdadero sentido de la

palabra Nirvana, de la cual se han dado tantas falsas interpretaciones;

esta palabra significa literalmente "extinción del soplo o de la

agitación", o sea, el estado de un ser que ya no está sometido a

ninguna agitación, que está definitivamente liberado de la forma. Es

un error muy extendido, al menos en Occidente, creer que no hay nada

cuando no hay forma, cuando en realidad es la forma lo que no es nada y

lo informal lo es todo. Así, el Nirvana, muy lejos de ser el

aniquilamiento como han pretendido algunos filósofos, es por el

contrario la plenitud del Ser.

 

De todo lo que precede, podríamos sacar la conclusión de que no

hay que actuar; pero sería inexacto, si no en principio, al menos en

la aplicación que quisiéramos hacer. En efecto, la acción es la

condición de los seres individuales, pertenecientes al Imperio del

Demiurgo; en el Pneumático o el Sabio en realidad no hay acción,

pero en tanto que reside en un cuerpo, tiene las apariencias de la

acción; exteriormente, es en todo parecido a los demás hombres, pero

sabe que no es más que una apariencia ilusoria, y esto es suficiente

para que esté liberado de la acción, puesto que es a través del

Conocimiento como se obtiene la Liberación. Por eso mismo, el que

está liberado de la acción ya no está sujeto al sufrimiento, ya

que el sufrimiento es un resultado del esfuerzo, y por tanto de la

acción, y esto es en lo que consiste lo que llamamos la

imperfección, aunque en realidad no haya nada imperfecto.

 

Es evidente que la acción no puede existir para aquel que

contempla todas las cosas en sí mismo como existiendo en el Espíritu

universal, sin ninguna distinción de objetos individuales, tal como

expresan estas palabras de los Vedas: "Los objetos difieren simplemente

en designación, accidente y nombre, como los utensilios terrestres

reciben diferentes nombres, aunque solamente sean diferentes formas de

tierra". La tierra, principio de todas esas formas, es en sí misma sin

forma, pero las contiene a todas en potencia; tal es también el

Espíritu universal.

 

La acción implica cambio, es decir, la destrucción incesante de

formas que desaparecen para ser reemplazadas por otras; son las

modificaciones que llamamos nacimiento y muerte, los múltiples cambios

de estado que debe atravesar el ser que todavía no ha alcanzado la

liberación o la transformación final, empleando esta palabra

transformación en su sentido etimológico, que es el de pasaje fuera

de la forma. El apego a las cosas individuales, o a las formas

esencialmente transitorias y perecederas, es propio de la ignorancia;

las formas no son nada para el ser que se ha liberado de ellas, y por

eso, incluso durante su residencia en el cuerpo, no le afectan en nada

sus propiedades.

 

"Así se mueve libre como el viento, pues sus movimientos no

están afectados por las pasiones".

 

"Cuando las formas son destruidas, el Yogui y todos los seres entran

en la esencia que todo lo penetra".

 

"Es sin cualidades y sin acción, imperecedero, sin volición;

feliz, inmutable, sin rostro; eternamente libre y puro".

 

"Es como el éter, expandido por todas partes, y que penetra al

mismo tiempo el exterior y el interior de las cosas; es incorruptible,

imperecedero; es el mismo en todas las cosas, puro, impasible, sin

forma, inmutable".

 

"Es el gran Brahma, que es eterno, puro, libre, uno, incesantemente

feliz, no dual, existente, perceptivo y sin fin".

 

Tal es el estado al que llega el ser por el Conocimiento espiritual;

así es liberado para siempre jamás de las condiciones de la

existencia individual, liberado del Imperio del Demiurgo.

 

 

NOTAS

 

1. "Si Dios es, entonces, ¿de dónde el Mal?, si no es, entonces,

¿de dónde el Bien?" (n. de los tt.)

2. "De la nada, nada surge; y a la nada, nada puede retornar" (n. de los

tt.).