sábado, 13 de julio de 2013

LA CONSTRUCCIÓN ILUSORIA DEL TEMPLO DE SALOMÓN


ANTONIO BONET CORREA: LA CONSTRUCCIÓN ILUSORIA DEL TEMPLO DE SALOMÓN

 

 

A finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, en los años 1596 y 1604, se publicaron en Roma los tres colosales volúmenes que acerca del templo de Salomón, según la visión del profeta Ezequiel, habían escrito los jesuitas españoles Jerónimo de Prado y Juan Bautista Villalpando. Felipe II, monarca que, por su sabiduría y prudencia, era calificado por sus contemporáneos de «nuevo Salomón», fue quien patrocinó tan magnífica y curiosa edición romana. El padre Prado, teólogo y escultor, y, sobre todo, Villalpando, matemático andaluz discípulo de Juan de Herrera, el artífice de El Escorial, llevaron a cabo, tras una labor que duró casi toda su vida, la tarea de reconstrucción hipotética de aquel edificio desaparecido. El Templo de Salomón, por su planta y alzado, tal como lo imaginaron, ofrece gran paralelismo con el monasterio-palacio-panteón construido por Felipe II en la sierra madrileña. El clasicismo herreriano de las ilustraciones diseñadas por Villalpando es la prueba palmaria de la identificación ideal de ambas excelsas construcciones, conceptualmente consideradas como emanaciones de una idea absoluta de lo arquitectónico.

 

Las plantas de la ciudad de Jerusalén y del Templo de Salomón tenían la forma cuadrada. De igual figura geométrica es el tomo de estudios que, coordinados por el profesor Juan Antonio Ramírez, acompaña, en volumen aparte, esta nueva impresión del libro de los jesuitas realizada sin escatimar medios y un lujo poco frecuente por Ediciones Siruela. Los especialistas del tema, además de Ramírez, el español Antonio Martínez Ripolí, el inglés René Taylor, el holandés Robert Jan Van Pelt y el suizo André Corboz, analizan, respectivamente, las diversas facetas de un tema de tan variados y complejos aspectos. A sus aportaciones científicas hay que añadir la gran novedad bibliográfica de un «disquet» con el programa informálico de términos y conceptos usados en el texto teológico-arquitectónico de los jesuitas. Idea del profesor de la Universidad de Roma Eugenio Battisti, que no pudo realizaría a causa de su fallecimiento, este «disquet» es obra de la profesora de la Universidad de Murcia Cristina Gutiérrez Cortina.

 

Verdadero laberinto de espejos, tal como acertadamente lo calificó Juan Antonio Ramírez, a quien se debe la exhumacion y recuperación de este importantísimo libro, el tercer tomo, obra exclusiva de Villalpando, resulta difícil de comprender sin el hilo conductor de la erudición. Construcción ilusoria y arquitectura descrita, su genealogía es la de los edificios soñados. No es extraño que interese a los aficionados a las utopias y las fantasías arquitectónicas, los cuales saben unir a la abstracta precisión intelectual la realidad onírica y peregrina de la imaginación. Villalpando, que eludió la reconstrucción del templo de acuerdo con los datos históricos de la Biblia, encontró a causa de ello la oposición de los escrituristas que, como Arias Montano, basaban sus conocimientos en las fuentes fidedignas que describían el templo real, no imaginario, construido por Salomón. La polémica era lógica. Para Villalpando, el tema tenía una única dimensión especulativa. El origen divino de la arquitectura domina su texto. Dios era el artífice máximo, el supremo arquitecto del universo, quien había proporcionado a los constructores los planos del templo. El Arca de la Alianza, primero; los planos del Tabernáculo, después, y, por último, los del Templo, procedían de su imaginación divina. Los hombres sólo fueron los encargados de darles la forma concreta. La arquitectura sagrada se deriva, pues, del modelo diseñado por Dios para el pueblo escogido.

 

Si la máxima perfección arquitectónica procede de la máxima sabiduría divina, esta premisa es razón suficiente para que la arquitectura clásica de los griegos y romanos sea una derivación de lo sagrado. Para Villalpando, los órdenes clásicos y Vitruvio tienen sus precedentes en el Templo de Salomón, cuyas columnas Yaquin y Boaz, a cada lado de la puerta, ostentaban un capitel que llama «mosaico». El famoso orden salomónico, tan usado en el barroco, tendría también su origen en estas fantásticas reconstrucciones. Villalpando, que en la cuestion de las proporciones sigue la concepción numérica de Pitágoras y que, en lo relativo a la armonía, sabe conciliar Platón con la Biblia, se convierte, gracias a sus especulaciones morfológicas, en el máximo teórico de la arquitectura de la Contrarreforma. Jesuita que ponía en práctica la «composición del lugar» y la «imagen mental» propugnadas por San Ignacio de Loyola en sus «Ejercicios Espirituales», fue también autor de una maqueta, hoy perdida. El estupor y la admiración que Juan de Herrera tuvo ante la visualización del templo llevada a cabo por Villalpando no resulta extraña en un arquitecto, autor del «Discurso del Cubo» y que estaba tan interesado por la filosofía de Raimundo Lulio y conocía tan a fondo la Kábala. De igual manera se justifica el interés de Felipe II, muy enterado de arquitectura y mecenas artístico, por un libro que era como el reflejo de la ideas fundamentales de El Escorial, Octava Maravilla del Mundo y remedo del Divino Templo de Salomón.

 

Para Villalpando, en el Templo de Salomón «dejó Dios estampada con maravilloso arte la semejanza de todo cuanto existe bajo la inmensa cubierta del universo». Auténtico microcosmos, el templo encierra en sí mismo, no sólo el sentido simbólico, sino también anagógico. La buenaventuranza, la elevación y el enajenamiento del alma que proporciona su contemplación entraña toda una Pansofía, es como un compendio de la sabiduría divina. La dimensión hermética del texto tiene que ver con el significado de un edificio-enigma que refleja la divinidad en su estructura arquitectónica y en la totalidad de su mobiliario y piezas litúrgicas. El oro y la riqueza de su conjunto son paradigmas del papel sagrado que le corresponde. El Templo de Salomón interpretado por Villalpando obsesionó a los arquitectos, teóricos y pensadores del barroco León Judá Hebreo, Fray Juan Rizi, Fischer von Erlach, Wren, Newton o John Wood, por citar a los más célebres. Su relación con las logias masónicas y las sinagogas holandesas, al igual que con los falansterios decimonónicos, es una muestra del interés que ha despertado tan apasionante y arcana especulación arquitectónica.

 

Los cientos de páginas que tiene que leer aquel que quiera tener una idea de lo que fue el Templo de Salomón tiene al final su compensación indudable. Tras haber penetrado en la selva literaria del «delirio objetivo» de los padres jesuitas y haber seguido los textos eruditos de los especialistas, en los cuales, además del análisis del templo, se estudian otros edificios relacionados con su existencia, como el Santo Sepulcro, la cúpula de la Roca y su plataforma, además de los planos y vistas de la Jerusalén Celeste, acabará pensando que sólo el método paranoico crítico de Salvador Dalí podrá proporcionarle las claves para la interpretación del tema. Nadie debe desesperar. No se equivocaba Ramírez al calificar el libro de los jesuitas de un laberinto de espejos. Texto caleidoscópico, en el que se reflejan las mil facetas de sus páginas, tiene la fortuna de encontrarse ante el áureo y deslumbrante umbral de un secreto edif¡cio al que sólo tienen acceso los iniciados. Penetrar en su interior es poseerla luz de la inteligencia, apresar el reflejo de la sabiduría divina.

 

Publicado en "ABC", 31 de noviembre de 1991.

 

 

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