ANTONIO BONET CORREA: LA CONSTRUCCIÓN ILUSORIA DEL TEMPLO
DE SALOMÓN
A finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, en
los años 1596 y 1604, se publicaron en Roma los tres colosales volúmenes que
acerca del templo de Salomón, según la visión del profeta Ezequiel, habían
escrito los jesuitas españoles Jerónimo de Prado y Juan Bautista Villalpando. Felipe
II, monarca que, por su sabiduría y prudencia, era calificado por sus
contemporáneos de «nuevo Salomón», fue quien patrocinó tan magnífica y curiosa
edición romana. El padre Prado, teólogo y escultor, y, sobre todo, Villalpando,
matemático andaluz discípulo de Juan de Herrera, el artífice de El Escorial,
llevaron a cabo, tras una labor que duró casi toda su vida, la tarea de
reconstrucción hipotética de aquel edificio desaparecido. El Templo de Salomón,
por su planta y alzado, tal como lo imaginaron, ofrece gran paralelismo con el
monasterio-palacio-panteón construido por Felipe II en la sierra madrileña. El
clasicismo herreriano de las ilustraciones diseñadas por Villalpando es la
prueba palmaria de la identificación ideal de ambas excelsas construcciones,
conceptualmente consideradas como emanaciones de una idea absoluta de lo
arquitectónico.
Las plantas de la ciudad de Jerusalén y del Templo de
Salomón tenían la forma cuadrada. De igual figura geométrica es el tomo de
estudios que, coordinados por el profesor Juan Antonio Ramírez, acompaña, en
volumen aparte, esta nueva impresión del libro de los jesuitas realizada sin
escatimar medios y un lujo poco frecuente por Ediciones Siruela. Los
especialistas del tema, además de Ramírez, el español Antonio Martínez Ripolí,
el inglés René Taylor, el holandés Robert Jan Van Pelt y el suizo André Corboz,
analizan, respectivamente, las diversas facetas de un tema de tan variados y
complejos aspectos. A sus aportaciones científicas hay que añadir la gran
novedad bibliográfica de un «disquet» con el programa informálico de términos y
conceptos usados en el texto teológico-arquitectónico de los jesuitas. Idea del
profesor de la Universidad de Roma Eugenio Battisti, que no pudo realizaría a
causa de su fallecimiento, este «disquet» es obra de la profesora de la
Universidad de Murcia Cristina Gutiérrez Cortina.
Verdadero laberinto de espejos, tal como acertadamente lo
calificó Juan Antonio Ramírez, a quien se debe la exhumacion y recuperación de
este importantísimo libro, el tercer tomo, obra exclusiva de Villalpando,
resulta difícil de comprender sin el hilo conductor de la erudición.
Construcción ilusoria y arquitectura descrita, su genealogía es la de los
edificios soñados. No es extraño que interese a los aficionados a las utopias y
las fantasías arquitectónicas, los cuales saben unir a la abstracta precisión
intelectual la realidad onírica y peregrina de la imaginación. Villalpando, que
eludió la reconstrucción del templo de acuerdo con los datos históricos de la
Biblia, encontró a causa de ello la oposición de los escrituristas que, como
Arias Montano, basaban sus conocimientos en las fuentes fidedignas que
describían el templo real, no imaginario, construido por Salomón. La polémica
era lógica. Para Villalpando, el tema tenía una única dimensión especulativa.
El origen divino de la arquitectura domina su texto. Dios era el artífice
máximo, el supremo arquitecto del universo, quien había proporcionado a los
constructores los planos del templo. El Arca de la Alianza, primero; los planos
del Tabernáculo, después, y, por último, los del Templo, procedían de su
imaginación divina. Los hombres sólo fueron los encargados de darles la forma
concreta. La arquitectura sagrada se deriva, pues, del modelo diseñado por Dios
para el pueblo escogido.
Si la máxima perfección arquitectónica procede de la
máxima sabiduría divina, esta premisa es razón suficiente para que la
arquitectura clásica de los griegos y romanos sea una derivación de lo sagrado.
Para Villalpando, los órdenes clásicos y Vitruvio tienen sus precedentes en el
Templo de Salomón, cuyas columnas Yaquin y Boaz, a cada lado de la puerta,
ostentaban un capitel que llama «mosaico». El famoso orden salomónico, tan
usado en el barroco, tendría también su origen en estas fantásticas reconstrucciones.
Villalpando, que en la cuestion de las proporciones sigue la concepción
numérica de Pitágoras y que, en lo relativo a la armonía, sabe conciliar Platón
con la Biblia, se convierte, gracias a sus especulaciones morfológicas, en el
máximo teórico de la arquitectura de la Contrarreforma. Jesuita que ponía en
práctica la «composición del lugar» y la «imagen mental» propugnadas por San
Ignacio de Loyola en sus «Ejercicios Espirituales», fue también autor de una
maqueta, hoy perdida. El estupor y la admiración que Juan de Herrera tuvo ante
la visualización del templo llevada a cabo por Villalpando no resulta extraña
en un arquitecto, autor del «Discurso del Cubo» y que estaba tan interesado por
la filosofía de Raimundo Lulio y conocía tan a fondo la Kábala. De igual manera
se justifica el interés de Felipe II, muy enterado de arquitectura y mecenas
artístico, por un libro que era como el reflejo de la ideas fundamentales de El
Escorial, Octava Maravilla del Mundo y remedo del Divino Templo de Salomón.
Para Villalpando, en el Templo de Salomón «dejó Dios
estampada con maravilloso arte la semejanza de todo cuanto existe bajo la
inmensa cubierta del universo». Auténtico microcosmos, el templo encierra en sí
mismo, no sólo el sentido simbólico, sino también anagógico. La
buenaventuranza, la elevación y el enajenamiento del alma que proporciona su
contemplación entraña toda una Pansofía, es como un compendio de la sabiduría
divina. La dimensión hermética del texto tiene que ver con el significado de un
edificio-enigma que refleja la divinidad en su estructura arquitectónica y en
la totalidad de su mobiliario y piezas litúrgicas. El oro y la riqueza de su
conjunto son paradigmas del papel sagrado que le corresponde. El Templo de
Salomón interpretado por Villalpando obsesionó a los arquitectos, teóricos y
pensadores del barroco León Judá Hebreo, Fray Juan Rizi, Fischer von Erlach,
Wren, Newton o John Wood, por citar a los más célebres. Su relación con las
logias masónicas y las sinagogas holandesas, al igual que con los falansterios
decimonónicos, es una muestra del interés que ha despertado tan apasionante y
arcana especulación arquitectónica.
Los cientos de páginas que tiene que leer aquel que
quiera tener una idea de lo que fue el Templo de Salomón tiene al final su
compensación indudable. Tras haber penetrado en la selva literaria del «delirio
objetivo» de los padres jesuitas y haber seguido los textos eruditos de los
especialistas, en los cuales, además del análisis del templo, se estudian otros
edificios relacionados con su existencia, como el Santo Sepulcro, la cúpula de
la Roca y su plataforma, además de los planos y vistas de la Jerusalén Celeste,
acabará pensando que sólo el método paranoico crítico de Salvador Dalí podrá
proporcionarle las claves para la interpretación del tema. Nadie debe
desesperar. No se equivocaba Ramírez al calificar el libro de los jesuitas de
un laberinto de espejos. Texto caleidoscópico, en el que se reflejan las mil
facetas de sus páginas, tiene la fortuna de encontrarse ante el áureo y
deslumbrante umbral de un secreto edif¡cio al que sólo tienen acceso los
iniciados. Penetrar en su interior es poseerla luz de la inteligencia, apresar
el reflejo de la sabiduría divina.
Publicado en "ABC", 31 de noviembre de 1991.
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