jueves, 24 de septiembre de 2015

Sacralidad, honor y política


Sacralidad, honor y política
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Desde su origen etimológico, el término «política» se encuentra indefectiblemente vinculado a la vida de la Comunidad, y con ésta su principal función debe ser, según la ortodoxia del término y sus orígenes, la regulación de las normas de convivencia más elementales, aquellas cuestiones que atañen al conjunto de la ciudadanía, y con éstas todas las problemáticas que afectan a la totalidad. La política era en sus orígenes la herramienta fundamental que permitía la vida gregaria de los hombres, la constitución de comunidades y Estados, y con ella una recíproca relación de beneficio entre quienes eran parte integrante de esas Comunidades.

Las Comunidades humanas deben hacerse acreedoras de una existencia superior, ir más allá de una reglamentación de las implicaciones contingentes de la existencia, para buscar una vida cada vez más pura y objetiva, un reflejo de las aspiraciones trascendentes y de perfeccionamiento mediante el mantenimiento del rito, los principios y la sacralidad a la que toda obra humana se debe. Las épocas de decadencia moral y espiritual están condenadas a la destrucción y el olvido, y son el precio que la imperfección humana debe pagar cuando se aleja de la luz de lo divino, para adentrarse en las tinieblas de lo prometeico y la horizontalidad de la existencia terrenal sin un soporte trascendental que le sirve de guía en sus empresas.

Al mismo tiempo, en el mundo antiguo la función política suponía la supeditación de la función administrativa ligada ésta a un principio superior, al que los mandatarios debían atenerse y que se presentaba como inviolable. Los atributos divinos eran el baluarte y fundamento de toda verdad, es la idea de consagración del poder, el revestimiento de la sanción divina, la que durante milenios ha legitimado todo tipo de regímenes, monarquías o imperios. Esas reminiscencias sacrales las podemos encontrar incluso en tiempos relativamente recientes, como en el Absolutismo con su monarca arquetípico Luis XIV, donde la sanción divina era una constante, la cual dignificaba también la autoridad política del rey, todo ello a pesar de que el legado simbólico y primordial que contenían sus referencias no eran sino una carcasa vacía y el eco de tiempos pasados, en los que la Tradición Primordial todavía mantenía en pie ciertos atributos.

Con el devenir de los últimos siglos, con la irrupción de la modernidad y la regresión máxima hacia formas de materialidad extrema, la degradación de lo político, las fuentes sagradas de donde extrae su vigencia y actualidad o la deriva hacia formas colectivistas e individualistas en todos los órdenes de las organizaciones y creaciones humanas se han convertido en una constante en la deriva descendente de lo humano hasta nuestros días. Enotros escritos precedentes hemos destacado la socavación de la idea dejerarquía y, como contrapartida, la preeminencia de la sociedad, considerada como demos, como un mero agregado de voluntades individuales, frente a la ortodoxia y el sentido de claridad que representa el órgano del Estado como vertebrador y guía en la configuración de toda forma de asociación humana.

Sin embargo, esta degradación y erosión de la primacía de lo espiritual en toda creación humana para dar paso a formas desbocadas e irracionales del poder y la organización en el mundo moderno, también ha venido acompañada de la destrucción de la esencia de lo político, donde elparlamentarismo liberal ha jugado en papel esencial: La política convertida en un nido de arribistas, embaucadores y profesionales de la mentira; aferrados a cualquier maniobra o triquiñuela, la mayor parte de las veces de una vulgaridad y zafiedad insultante, en la que lo más importante es el espíritu de facción o pertenencia a un grupo determinado frente a otro. No importa la verdad ni el bien o el interés del conjunto, ni la armonización de los contrarios bajo el poder de una síntesis superior, de una virtud iluminante capaz de resolver cualquier antítesis generada.

La política es el actuar inorgánico y autodestructivo de las voluntades de los particulares, expresadas a través de partidos políticos o de pretendidas personalidades en ese contexto, cuyo deseo es medrar materialmente, en lo individual, para integrarse, en un plano más amplio, en los grupos oligárquicos y plutocráticos que han convertido la política, en su sentido más originario y con sus antiguos atributos de sacralidad y divinidad, en una especie de vertedero ponzoñoso donde cualquiera puede conseguir sus objetivos personales —de éxito, poder o enriquecimiento— o integrarse en las élites invertidas de la democracia liberal en perjuicio de los intereses del conjunto del cuerpo político.

Hacer política en democracia liberal es una tarea muy compleja para quienes, como organizaciones o particulares, creen que ésta, la política, debe estar guiada por un código de valores, por una ética del honor y unos principios fundamentales que nos mantengan firmes sobre un objetivo. Y mucho más complicado es, cuando se comprueba que al final prevalecen los intereses electorales, las estrategias contingentes del momento y un proceder, en general, bastante vulgar.

La política, como todas las acciones que puedan ser emprendidas en la vida, precisa de un estilo, de una ética del honor y los valores, así como un referente superior que no nos haga caer en comportamientos infrahumanos, de los cuales no pecan solamente aquellos que controlan los resortes del Estado y las democracias liberales, sino también aquellos que, desde su pasividad, permiten y sancionan la perversión y regresión máxima. Proporcionar un estilo significa dignificarse, buscar en el esfuerzo y la autodisciplina formas de superación a través de una vía ascendente y actuar en consonancia con la organicidad y universalidad de las cosas, en una palabra: centralidad.

La lucha metapolítica, la que trata de cambiar el mundo transformando interiormente al hombre, debe dignificar la función política en la medida que es capaz de restaurar su equilibrio interior y reintegrarlo en el sentido cósmico de lo divino, en su síntesis armoniosa que asegura una existencia plena desde la perennidad y atemporalidad de su centro.


martes, 22 de septiembre de 2015

Providencia, Voluntad, Destino: (ALBANO MARTÍN DE LA SCALA)


ALBANO MARTÍN DE LA SCALA


 

 
Providencia, Voluntad, Destino:
una interpretación simbólica del
Teorema de Pitágoras
(Letra y Espíritu nº 38 https://letrayespiritu1.wordpress.com/16-2/ )
 
 
René Guénon en su obra Le Roi du Monde en el Capítulo VIII,
escribe:1
 
El período actual es, pues, un período de oscurecimiento y
confusión; sus condiciones son tales que mientras persistan,
el conocimiento iniciático debe permanecer necesariamente
oculto, de ahí el carácter de los ‘Misterios’ de la antigüedad
llamada ‘histórica’ (que no remonta siquiera al principio
de este período) y de las organizaciones secretas de todos
los pueblos: organizaciones que dan una iniciación efectiva
allí donde todavía subsiste una verdadera doctrina tradicional,
pero no ofrecen más que una sombra de ella cuando
el espíritu de esta doctrina ha dejado de vivificar los símbolos
que no son más que su representación exterior, y ello
porque, por diversas razones, todo vínculo consciente con
 
1 Las notas que se refieren a la cita son del propio René Guénon.
 
el centro espiritual del mundo ha terminado por romperse,
lo cual es el sentido más particular de la pérdida de la tradición,
aquel que concierne más especialmente a tal o cual
centro secundario, que deja de estar en relación directa y
efectiva con el centro supremo.
 
Se debe hablar pues, como ya dijimos anteriormente,
de algo que está oculto más que verdaderamente perdido,
puesto que no está perdido para todos y que algunos lo
poseen todavía íntegramente; y, de ser así, otros siempre
tienen la posibilidad de volver a encontrarlo, siempre que
lo busquen como conviene, es decir, que su intención esté
dirigida de tal manera que, por las vibraciones armónicas
que despierta bajo la ley de ‘acciones y reacciones concordantes’
2 puede ponerlos en comunicación espiritual efectiva
con el centro supremo.3 Esta dirección de la intención
tiene, además, su representación simbólica en todas las
formas tradicionales; nos referimos a la orientación ritual:
en efecto, ésta es propiamente la dirección hacia un centro
espiritual, que, sea cual sea, es siempre una imagen del
verdadero ‘Centro del Mundo’.4
 
7
2 Esta expresión se toma de la doctrina taoísta, por otra parte, se entiende aquí la
palabra “intención” en un sentido que es muy exactamente el del árabe niyah, que se traduce
habitualmente de esta manera, y este sentido es, por otra parte, conforme a la etimología
latina (de in-tendere, tender hacia).
3 Lo que acabamos de decir permite interpretar en un sentido muy preciso estas palabras
del Evangelio: “Buscad y encontraréis, pedid y se os dará, llamad y se os abrirá”.
De forma natural uno deberá remitirse aquí a las indicaciones que ya hemos dado a propósito
de la “recta intención” y de la “buena voluntad”; y sin esfuerzo podrá completarse
con ello la explicación de la fórmula: Pax in terra hominibus bonæ voluntatis.
4 En el Islam, esta orientación (qiblah) es como la materialización, si se puede
expresar así, de la intención (niyah). La orientación de las iglesias cristianas es otro caso
particular, que remite esencialmente a la misma idea.
 
Entre las virtudes requeridas para el desarrollo espiritual, quizás no
haya una más importante y actualmente menos valorada que la de la “Fe”.
Expresiones como “fe del carbonero” o “fe ciega” parecen asimilar esta
cualificación a una convicción absoluta del individuo, pero incapaz de
orientar la aspiración al conocimiento efectivo. Intentaremos mostrar por
el contrario que la Fe se encuentra en estrecha relación con la intelectualidad
más elevada, siendo un elemento central para la correcta orientación
de la intención y, según la cita que abre nuestro artículo, establecer una
“comunicación espiritual efectiva con el centro supremo”.
 
Refiriéndose a la doctrina pitagórica a través de Fabre d'Olivet,5
René Guénon señala que “la Voluntad 'reforzada'6 por la Fe (así pues asociada
por ello mismo a la Providencia) podía subyugar la propia
Necesidad, gobernar la Naturaleza, y operar milagros”.7 Esta frase viene
cargada de significados. De entrada se pone de manifiesto la vinculación
estrecha entre Fe y Providencia, es decir, la Voluntad del Cielo. De hecho,
las dos primeras, podrían tomarse como las dos caras de la segunda; la Fe
sería la Voluntad del Cielo vista desde una perspectiva ascendente, mientras
que la Providencia sería lo mismo pero en una perspectiva “descendente”,
siempre en relación a la percepción del hombre. La Fe podría considerarse
entonces como el punto de unión entre la Voluntad del Cielo y
la del hombre, a través del cual la primera actúa sobre la segunda, o más
exactamente, como la virtud que permite la identificación de ambas (destruyendo
la ilusión de separatividad).
 
En la Fe tenemos por tanto la llave para la victoria sobre el Destino
del hombre. En la medida en que éste ceda a su Voluntad humana (o Libre
Albedrío), se verá atrapado por la fatalidad; en la medida en que tenga Fe,
podrá hacerse “transparente” a la Voluntad del Cielo para que gobierne
 
5 A. Fabre d’Olivet, Les Vers Dorés de Pythagore expliqués, Paris, Treuttel & Würtz,
1813.
6 El término utilizado por Fabre d'Olivet, 'evertuée', remite a la idea de “dotar de virtud”.
7 R. Guénon, La Grande Triade, Revue de la Table Ronde, Paris/Nancy, 1946, cap.
XXI. Cf. también A. Fabre d’Olivet, ibid., Examens des Vers Dorés (Verso 12).
 
sus pasos y así “subyugar la propia Necesidad, gobernar la Naturaleza, y
operar milagros”, o lo que es lo mismo, liberarse de las ataduras de su
Destino de humano mortal.
 
La expresión de esta relación en la vida del hombre viene dada por
un símbolo al que el Pitagorismo concede gran importancia y que fue
heredado por Occidente, siendo custodiado en nuestros días por la
Masonería. Se trata del triángulo rectángulo de proporciones 3-4-5, cuyo
desarrollo geométrico viene expresado en la proposición número 47 de
Elementos l de Euclides, conocida habitualmente con el nombre de
Teorema de Pitágoras. Esta figura constituye la “joya” o insignia propia
del Past Master8 y, sin la hipotenusa, del Venerable Maestro de una Logia.
 
La doctrina tradicional nos indica que este triángulo representa el
equilibrio entre la Providencia (lado 3), la Voluntad humana (lado 4) y el
Destino (lado 5), y esta relación de equilibrio es la que permite avanzar
armoniosamente en el camino espiritual (cf. fig. 1).9
 
En efecto, la Tradición por medio de sus textos sagrados nos enseña
que el hombre, “creado a imagen y semejanza de Dios”, por derecho está
situado en el Centro de nuestro mundo, o en un vocabulario más técnico, de
nuestro Estado de manifestación.10 Desde esta posición privilegiada su función
es la de ejercer como intermediario entre el resto de seres, de los que
 
8 Maestro que ha completado la Veneratura, máxima responsabilidad en una Logia.
9 «El equilibrio entre la Voluntad y la Providencia por una parte y el Destino por la
otra estaba simbolizado geométricamente por el triángulo rectángulo cuyos lados son
proporcionales respectivamente a los números 3, 4 y 5, triángulo al cual el Pitagorismo
concedía una gran importancia, y que, por una coincidencia muy notable, no es menor
en la tradición extremo-oriental. Si la Providencia está representada por el 3, la Voluntad
humana por el 4 y el Destino por el 5, se tiene que en este triángulo: 3^2 + 4^2 = 5^2; la elevación de los números a la segunda potencia indica que esto se refiere al dominio de las
fuerzas universales, es decir, propiamente al dominio anímico, el que corresponde al
Hombre en el 'macrocosmos', y en cuyo centro, en tanto que término medio, se sitúa la
voluntad en el 'microcosmos'». Cf. R. Guénon, La Grande Triade, ibid., cap. XXI.
 
es responsable, y el Principio Universal del cual todo toma origen. Esta
situación, verdaderamente paradisíaca, pertenece a la del hombre plenamente
realizado,11 y se enmarca en lo que la tradición grecorromana denominaba
Edad de Oro. Sin embargo, un mal uso del mayor don que Dios ha
concedido al hombre (la Voluntad o Libre Albedrío) provocó lo que en términos
bíblicos se denomina como “Caída”, es decir, la pérdida efectiva de
esta centralidad a la que hacíamos referencia. A partir de ese momento, el
hombre, desplazado de su lugar natural, empujado por esta propia voluntad
de afirmación individual, entra en una pendiente que le arrastra cada vez
más abajo, más alejado de la Providencia divina, encontrándose sujeto en
consecuencia a las vicisitudes del Destino y al sufrimiento.
 
 
 
Figura 1
 
10 Para una comprensión cabal de la doctrina de los estados múltiples del ser ver R.
Guénon, Le Symbolisme de la Croix, Éditions Véga, Paris, 1950.
11 Y por lo tanto también a la del Hombre Universal, indistinguible del Hombre
Verdadero para los seres individuales (cf. R. Guénon, La Grande Triade, ibid., Cap.
XVIII «[...] quien ha superado el estado humano, elevándose por el eje a los estados
superiores, por ello mismo es “perdido de vista”, si podemos expresarnos así, por todos
aquellos que están en este estado y todavía no han alcanzado su centro, incluidos aquellos
que poseen grados iniciáticos efectivos, pero inferiores a los del “hombre verdadero”.
Éstos no tienen ya desde ese instante ningún medio para distinguir al “hombre trascendente”
del “hombre verdadero”, ya que, desde el estado humano, el “hombre trascendente”
no puede ser percibido más que por su “huella”, y esta “huella” es idéntica a la
figura del “hombre verdadero”; desde este punto de vista, uno es pues realmente indiscernible del otro»).
12 Es importante aclarar que, cuando hablamos de Voluntad nos referimos aquí al
Libre Albedrío y no a lo que conocemos como fuerza de voluntad”, esta última imprescindible
para cualquier iniciado y que, al contrario, se refuerza y unifica con el desarrollo
espiritual.
13 Para más información acerca de la Iniciación y sus condiciones ver nuestro artículo
La aspiración iniciática y el Centro del Mundo en Letra y Espíritu nº 32, Junio
2012, Editorial Librería Pardes, Barcelona.
 
El vértice superior del triángulo representa el Centro del Estado
humano, es decir, el lugar que por derecho pertenece al Hombre
Verdadero, culminación de la restauración humana. El cateto vertical que
nace del vértice y que se figura como el lado 3 de nuestro triángulo, representa
a la Providencia, y el cateto horizontal la Voluntad humana. Se ve
fácilmente que la ruptura de este equilibrio 3-4-5 a causa de un mal uso
del Libre Albedrío y del desarrollo de la Voluntad aumenta proporcionalmente
el peso del Destino con el alejamiento de la dirección axial, es
decir de la Providencia, y en definitiva del Estado central. La mentalidad
moderna, ignorando la existencia de un Orden que resulta de la expresión
en la manifestación de un Principio Universal de carácter supra-humano,
lleva a la Voluntad humana a entregarse a un proceso de afirmación de la
individualidad, única realidad existente según su percepción, alimentando
el ego en un proceso indefinido. Ahora bien, esta fuerza de Voluntad
puede aplicarse también en sentido contrario, aunque para ello es necesario
reconocer la acción de la Providencia. Cuando ello ocurre, cuando el
individuo se da cuenta de la existencia de una “Voluntad del Cielo”, de la
que la suya propia no es más que un simple destello, y toma la determinación
de reconocerla primero y someterse a ella después, el sentido de
la Voluntad en el cateto horizontal se invierte: en lugar de proyectarse
hacia el exterior en una carrera sin fin, se dirige hacia el centro de su propio
ser, la Voluntad12 se reduce y se reduce por tanto la influencia del
Destino, acercándose a la Providencia. Este cambio de orientación, para
hacerse efectivo y no quedar en un simple ejercicio mental, precisa ineludiblemente
de la Iniciación, que establecerá el vínculo entre la
Providencia y el individuo.13
 
El “equilibrio” del triángulo pitagórico se encuentra en la perfecta
armonía de las proporciones de sus tres elementos. La tensión y el progreso
de la Voluntad hacia aquél permiten al iniciado acercarse a la
Providencia gradualmente reduciendo la influencia del Destino.14 Llevar
al iniciado a alcanzar primero, y luego estabilizar esta proporción, es precisamente
el trabajo de una organización iniciática. A cada individuo
corresponde una figura triangular propia que refleja su condición (no
existen dos seres iguales), y en un trabajo iniciático operativo las indicaciones
que recibirá serán adecuadas a su naturaleza propia, la situación
personal que atraviesa y el medio ambiente vital en el que se desenvuelve.
Aunque puede parecer contradictorio con lo señalado anteriormente,
puede darse el caso de que estas indicaciones apunten en el sentido de un
trabajo de fortalecimiento de la Voluntad, evidentemente cuando ésta se
encuentre por debajo de la condición de equilibrio por demasiado débil.
En cualquier caso, es importante señalar que el comienzo de este
proceso de “retorno” a la Providencia, signado por el cambio de orientación
en la aplicación de la Voluntad, está determinado por la capacidad de
reconocer un Principio trascendente y de someterse a él, capacidad que no
es otra cosa que la Fe, y esto da la medida exacta de su grado de importancia
como elemento de realización.
 
No era nuestra intención realizar un estudio exhaustivo de todas las
posibilidades simbólicas contenidas en el triángulo pitagórico 3-4-5, cosa
imposible dada la naturaleza del símbolo, con indefinidas interpretaciones
posibles, sino sólo poner en evidencia la profundidad de uno de los
significados que le son propios. Quizá no estaría exento de interés el estudio
de su relación con la representación simbólica de la manifestación,
 
14 «La Voluntad humana, uniéndose a la Providencia y colaborando conscientemente
con ella, puede equilibrar al Destino y llegar a neutralizarlo1 - 1 Colaborar así con la
Providencia, es lo que, en la terminología masónica, se llama propiamente trabajar en la
realización del “plan del Gran Arquitecto del Universo” (cf. Consideraciones sobre la
Iniciación, Cap. XXXI).» Cf. R. Guénon, La Grande Triade, ibid., cap. XXI.
 
magistralmente descrita en Le Symbolisme de la Croix.15 Esperamos que estas breves notas puedan contribuir a devolver a la Fe el puesto que consideramos le corresponde, así como a arrojar algo de luz sobre la importancia
del legado Pitagórico, según René Guénon, en la única iniciación
de carácter propiamente occidental que ha sobrevivido hasta nuestros
días.16 Dejemos al lector interesado el profundizar en las cuestiones referentes
a tal estudio, limitándonos sólo a señalar aún cómo la “joya” del
Past Master en una Logia masónica no pueda ser otra figura diferente al
propio triángulo pitagórico.17
 
15 R. Guénon, Le Symbolisme de la Croix, Edizioni Véga - Guy Trédaniel, Paris,
2007.
16 Cf. R. Guénon, Consideraciones sobre la Iniciación, ibid., Cap. XIV.
17 «[...] la posibilidad de extravío subsiste en tanto que el ser no está reintegrado
todavía en el “estado primordial”, pero deja de existir en cuanto ha alcanzado el centro
de la individualidad humana; y es por eso por lo que se puede decir que aquel que ha
alcanzado este punto, es decir, la finalización de los “pequeños misterios”, está ya virtualmente “liberado”, aunque no pueda estarlo efectivamente hasta que haya recorrido
la vía de los “grandes misterios” y realizado finalmente la “Identidad Suprema”.» Cf. R.
Guénon, Consideraciones sobre la Iniciación, ibid., Cap. XXXIX.