lunes, 22 de febrero de 2016

10 PRINCIPIOS ESENCIALES DEL DESPERTAR

Constituida en Valencia Junta contra el proyecto sincretista de la "Catedral de la Natura" en Vallada (Agencia Faro)


Enviado por: Agencia FARO <agenciafaro@carlismo.es>


Constituida en Valencia Junta contra el proyecto sincretista de la "Catedral de la Natura" en Vallada

Ha quedado constituida en Valencia una Junta contra el proyecto sincretista de una "Catedral de la Natura" en Vallada, con mezquita, sinagoga y ágora incluídas.

Este proyecto apóstata y sincretista, o "interreligioso y ecuménico" como dicen los medios vaticanosegundistas, está impulsado entre otros por el presunto sacerdote natural de Vallada, Jesús Belda, y bendecido explícita y físicamente por el titular de la archidiócesis de Valencia, Antonio cardenal Cañizares, anteriormente de Toledo y exprefecto de un dicasterio romano. Pretende ocupar nada menos que diez hectáreas de campo y bosque en el paraje conocido como "Pinar dels Sants". El "templo interreligioso" sería construido por inmigrantes africanos negros, mahometanos en su mayoría, con la financiación y el apoyo de Cáritas y de la cooperativa COTASA. La finca fue cedida a la "Asociación Valenciana de Solidaridad con África" (AVSA) y se encuentra a un kilómetro de Vallada en dirección a Moixent, en la llamada "Granja de l'Ombria".

Con lo que los supuestamente católicos vuelven no ya a colaborar, sino a promover activamente la apostasía y el sincretismo, a la par que la invasión migratoria, la judaización y la islamización de España.

El mismo Antonio Cañizares (a quien, incomprensiblemente, algunos tienen por un "prelado tradicional") presidía el pasado día 10 de febrero una "jornada interreligiosa de oración por la paz", convocada por él en la Facultad de Teología "San Vicente Ferrer", en la que rezó e invitó a rezar (no se sabe a quién) junto con judíos, mahometanos, budistas (que son, estrictamente hablando, ateos), hinduístas, anglicanos, luteranos, cismáticos orientales y sectas aún más risibles. Además de mentir sobre las falsas religiones para defenderlas y alabarlas: Cañizares llegó a afirmar que "ninguna religión [sic] fomenta ni alienta la violencia".

sábado, 20 de febrero de 2016

El budismo zen japonés y la 2ª guerra mundial



El budismo zen japonés y la 2ª guerra mundial


Continuando con la serie de escritos sobre el asunto de la guerra, se trae aquí a colación el comportamiento de los más conspicuos representantes del budismo zen japonés –aunque no todos- en una guerra especialmente injusta como fue la 2ª guerra mundial y su cortejo de asesinatos, violaciones, destrucción masiva e incluso enterramiento masivo de personas vivas como ocurrió en China


Pasos Verano 2000-nº 70  pp. 17-18




lunes, 15 de febrero de 2016

El Budismo y la Guerra

El problema de la defensa propia y la guerra no solo la ha planteado el cristianismo, aunque el término "guerra justa" solo se ha tratado dentro del cristianismo. Otras tradiciones han tratado sobre este asunto, entre ellas el budismo. Es cierto que han existido posturas de pacifismo radical dentro del budismo -v.g. Thich Nhat Hanh- tan ingenuas como insostenibles.Esta actitud no sólo es simplista, sino también hipócrita: ellos confían tácitamente en todo tipo de violencias de estado (ejércitos, policía, cárceles) para proteger a sus personas queridas y sus posesiones, y seguro no se someterían pasivamente a muchas de las condiciones contra las que reprochan a otros rebelarse. El pacifismo acaba siendo en la práctica más tolerante con el orden dominante que con sus oponentes. Los mismos organizadores que rechazan a cualquier participante que pueda echar a perder la pureza de sus manifestaciones no violentas se jactan a menudo de haber desarrollado acuerdos amistosos con la policía. No resulta extraño que los disidentes que han tenido experiencias diferentes con la policía no estén demasiado impresionados con esta suerte de “perspectiva budista”.



El Budismo y la Guerra


¿Qué dicen los Sutras sobre la Guerra?


El Budismo muchas veces es mostrado como una religión totalmente pacifista, y en gran medida esto es cierto. Pero no se puede confundir el pacifismo con la inacción. Una cosa es abogar, promover y trabajar por la paz, y otra cosa es no tomar acción cuando claramente, la acción -aún cuando está lejos de ser pacífica- es el único recurso que queda.
Para los budistas, la guerra es "akusala" - inhábil, negativa. El Budismo se ha visto envuelto en guerras. ¿Acaso la guerra siempre es mala? ¿Existe tal cosa como una teoría de "guerra justa" en el Budismo?
Son pocos los Sutras que tratan sobre temas políticos. Existen dos o tres Suttas pali del Canon Theravada, pero el Canon Mahayana incluye varios episodios que tratan sobre la política: el Sutra de la Luz Dorada muestra el comportamiento ideal de un gobernante, y cómo las deidades protegen al gobernante que gobierna de acuerdo con el Dharma; igualmente este tema es tratado en el Sutra de los Reyes Benevolentes. Pero el Sutrs que entra de lleno en este tema es el Arya Satyakaparivarta.
El Arya-Bodhisattva-gocara-upayaisaya-vikurvana-nirdesa-nama-mahayana-sutra - el Sutra Arya Satyakaparivarta para abreviar --que se traduce como "La Revelación de las Actividades Transformacionales del Bodhisattva" es un budista Mahayana Sutra escrito algún tiempo en el siglo quinto EC, o posiblemente antes. Pero este Sutra no se encuentra en el Canon Chino -por eso nunca se tocó el mismo en Japón- y parece ser canónico sólo dentro del Budismo Tibetano.
Este Sutra no se encuentra en la misma clase que los grandes Sutras Mahayana - el Sutra del Loto, el Sutra del Corazón, el Sutra del Diamante, el Sutra de la Guirnalda de Flores, el Sutra de Vimalakirti, etc. - la mayoría de las cuales datan del siglo segundo de la EC.
En resumen, este Sutra habla sobre un personaje llamado Satyavaca, quien es llamado también como Aggivessana, haciendo referencia a su clan o familia. Satyavaca había estado discutiendo que los Skandhas son el "yo", y el Buda enseñó que los Skandhas no son lo que llamamos un "yo". Así, Satyavaca y Buda debaten sobre este punto. En el Sutra el Buda le preguntó:
"¿Un consagrado y noble rey guerrero - como el rey Pasenadi de Kosala o King Ajātasattu Vedehiputta de Magadha - ejercen el poder en su propio dominio para ejecutar a los que merecen la ejecución, para multar a los que merecen ser multados, y para desterrar a los que merecen ser desterrados? "
Satyavaca dijo que por supuesto, un rey tiene ese poder. Entonces el Buda dijo: "¿Qué piensa usted, Aggivessana, cuando dices: 'La forma es mi yo,' ¿de verdad ejerce el poder sobre esa forma?". El punto del Buda es que los Skandhas no son el yo, ya que no están sujetos al dominio de uno. Lo que no se puede poner bajo un completo dominio o control, no puede ser identificado como "mi yo".
En este punto, Satyavaca se dió cuenta de que había perdido el argumento, y se negó a responder. Cuando se negó a responder una tercera vez, un espíritu llamado Vajrapani apareció y le dijo a Satyavaca que si él no respondía a la pregunta, su cabeza sería cortada en siete pedazos. Con esto, Satyavaca tomó refugio en el Buda y aceptó sus enseñanzas.
Tenga en cuenta que cuando el espíritu dice que le cortará la cabeza en siete pedazos no se refiere a la muerte; en los textos antiguos, por lo general, esto se refiere a algún tipo de crisis mental. El espíritu Vajrapani eventualmente pasó a ser uno de los primeros Bodhisattvas trascendentes emblemáticos del Budismo Mahayana, y en el Budismo Tibetano es también un Dharmapala, o Protector del Dharma.
Entonces, ¿qué dice el Arya-Bodhisattva-gocara-upayaisaya-vikurvana-nirdesa-nama-mahayana-sutra sobre la guerra?
Este Sutra es controversial ya que hay ciertos pasajes que hacen referencia a la tortura. En el Sutra, un sabio llamado Satyavadin, informa que un rey debe castigar a la gente de una manera benevolente, y se explica de esta manera:
"Cuando un gobernante debe de infligir un castigo [a los impíos], no puede dejarse llevar por meras calumnias, entonces, concentrándose en el amor y la compasión, y sin recurrir a matar, dañar los órganos de los sentidos, o cortar las extremidades. El debe de estar alerta, y al regañarlos, ya sea al reprenderlos, o golpearlos, o la confiscar sus bienes, o al exiliárlos del estado, atarlos o encarcelarlos, un gobernante debe de ser firme, pero no debe de ser injusto o cometer actos en contra de la vida o las facultades de los mismos".
Ahora en el siglo 21, no catalogamos el atar a la gente y golpearlos como "tortura", pero no estoy seguro de que la gente que vivía cuando este Sutra fue escrito lo hubiera visto de la misma manera. Hoy hemos visto la amplia gama de elementos y métodos de tortura que existen, pero en ese tiempo, la "tortura consistía en golpear o atar a una persona. Pero eso es lo más cercano a la "tortura" descrito en el Sutra.
Y luego, si el individuo castigado enmienda sus actos y se comporta de forma responsable, el rey obtiene mérito. El castigo en sí no es lo que gana el mérito.
En cuanto a la guerra, el Sutra niega explícitamente cualquier mérito obtenido a partir de las guerras de conquista o agresión. Un gobernante puede usar las armas para defender a su reino y proteger a su pueblo, pero sólo podrá utilizar la fuerza necesaria para expulsar a los invasores. Una vez que son expulsados​​, no debe tratar de castigar a los invasores, sino que debe de tratar de hacer las paces con ellos. Aún mejor, se debe hacer lo que se pueda para evitar la guerra en primer lugar, intentando solucionar los conflictos o de hacer alianzas con otros reinos para que un rey extranjero agresivo lo piense dos veces antes de iniciar una guerra.
Si otra nación invade el reino, se aconseja que el rey despliegue sus fuerzas de una manera ventajosa para asegurar la victoria. Se aconseja evitar el herir o matar a los invasores si es posible, aunque se reconoce que esto es muy difícil.
Pero si el rey ha hecho sinceramente todo lo que pudo para evitar la guerra, y si la defensa propia se lleva a cabo de manera que no hay castigo o venganza posterior sobre los invasores, y si el rey "se compromete a ejecutar medidas para la protección de las personas y para el bien de su familia, esposa e hijos, sin preocuparse por sí mismo o su propiedad y posesiones, en gran medida va a aumentar su mérito inconmensurablemente".
No es la guerra lo que hace que uno gane mérito, sino el defender un reino haciendo el menor daño posible - incluyendo el daño a los invasores - lo que genera mérito.
La sección de la guerra es sólo una pequeña parte de la Aria-bodhisattva-gocara-upayaisaya-vikurvana-nirdesa-nama-mahayana-sutra. Otros capítulos cubren las seis perfecciones, el concepto de upaya o los medios hábiles, entre otras cosas. Existe una traducción hecha al inglés por Lozang Jamspal, que es muy clara y legible y merece ser leída.
* * *
Son pocas las veces en las que un país verdaderamente budista se va a la guerra con otro país. Cabe mencionar el ejemplo del Rey Ashoka: quien una vez fué un rey con ansias de expansión por medio de la guerra y la aniquilación -se dice que literalmente corrían ríos de sangre. Una vez el Rey Ashoka se convirtió al Budismo, dejó a un lado todo deseo de expandir, remuneró a los ciudadanos de los países invadidos, instituyó el Budismo como religión oficial de su reino y promovió el vegetarianismo y la diversidad cultural y religiosa, convirtiéndose en el ejemplo mismo de un gobernante benevolente.
Otro ejemplo es la existencia del Templo Shaolín y su historia. Los monjes shaolín han ayudado a su gobierno muchas veces a mantener la paz y han ayudado en la formación de varias dinastías, en otras, han peleado contra el gobierno para salvar la seguridad de los campesinos y ciudadanos. El Templo Shaolín cuenta con miles de los mejores guerreros entrenados que existen hoy día.
Esto contrasta gravemente con la historia del Budismo en Japón. En el medioevo japonés feudal, las rivalidades familiares y políticas que caracterizaron la época tuvieron su impacto en los principales centros de enseñanza budista, y los monasterios tuvieron que instituír su propia clase de guerreros, quienes luego formaron un ejército de monjes guerreros - los Sohei. Los Sohei fueron usados posteriormente para liderar guerras religiosas budistas, en un intento por parte de las escuelas budistas del momento mantener su hegemonía religiosa sobre el país. El Monte Hiei contaba con los monjes guerreros más capaces. Existe un dicho común en el Budismo Tendai de la época que decía: "Existen tres cosas contras las que uno no puede combatir: el tiempo, el clima, y los sohei de Hiei".
Los vínculos entre el Budismo Zen y la cultura samurai fueron en parte responsables de la colusión impactante del Zen y el militarismo japonés en los años 1930 y 1940. Las instituciones Zen no sólo apoyaron la agresión militar japonesa, sino que recaudaron dinero para la fabricación de aviones de guerra y armas.
El Budismo constantemente nos desafía a mirar más allá de nuestra dicotomía cotidiana. A veces, los budistas han tenido que luchar para defender a sus naciones, hogares y familias. Esto no es "malo". Sin embargo, incluso en estas circunstancias, el albergar odio por los enemigos sigue siendo un veneno. Y cualquier acto de guerra que siembra las semillas de un futuro mal karma sigue siendo akusala.
La moral budista se basa en principios, no reglas. Nuestros principios son expresados ​​en los Preceptos y los Cuatro Inconmensurables - bondad, compasión, alegría altruista y ecuanimidad. Nuestros principios son también la bondad, la compasión, la misericordia y la tolerancia. Pero la violencia existe, y esto es un hecho humano, del cual no podemos escapar. Hay veces donde matando a uno, salvamos a miles. Esto también es parte del rol del Boddhisattva.
Esto es algo relevante en el mundo en el que vivimos hoy día, y sigue siendo un tema taboo en el Budismo Occidental, pero es uno que debemos de tocar, pues es algo que nos pertiene a todos.

El Budismo nos muestra el camino para liderar a una sociedad por el camino del bien, pero también provee consejos para actuar correctamente en tiempos de guerra.

martes, 9 de febrero de 2016

domingo, 7 de febrero de 2016

El final de la democracia cristiana. Agencia Faro

  • Nº 10 de FUEGO Y RAYA, revista semestral hispanoamericana de historia y política


​Madrid / Mendoza, enero 2016. ​Los suscriptores de FUEGO Y RAYA, Revista semestral hispanoamericana de historia y política, ya habrán recibido el número 10 de la misma, correspondiente a noviembre de 2015.

Como es costumbre abre la revista la sección Artículos. El primero de ellos, obra de los profesores Miguel Ayuso y Juan Fernando Segovia (respectivamente presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, editor de la publicación, y director de la misma), hace un balance y traza una perspectiva comparada de los estudios sobre la "Democracia Cristiana" publicados en los cuatro números anteriores. Los dos últimos párrafos dicen así:


La impronta cristiana de estos partidos demócratas es tal vez su elemento más discutible: por su origen, están en contradicción con el magisterio de la Iglesia; en su formación intelectual se alimentan de las ideas descristianizantes del personalismo y el humanismo; en su desenvolvimiento van acogiendo las modas radicales del modernismo e incluso algunas extrañas como el marxismo y sus variantes. Finalmente, se tiene la impresión de que lo de "cristiano" es lo mismo que "democrático" pues la democracia es evangélica --como afirmaban ya los liberales católicos--. La identificación lisa y llana de democracia y democracia cristiana es una muestra más de la confusión moderna en el campo católico.

Varios de los colaboradores han sugerido que las mutaciones de los últimos años importarían el final de la democracia cristiana, como si hubiera alcanzado el pico de su evolución y comenzado un acelerado agotamiento. Es posible que así sea si nos atenemos a los datos electorales que indican su franco retroceso. Empero, parece haber ganado la batalla de las ideas: ha sido factor vital en la licuación de las fuerzas católicas más ortodoxas y se ha reproducido insensiblemente en la mentalidad católica, al punto que no es extravagante decir que hoy son mayoría los que piensan como democristianos aunque no tengan actividad política partidaria.

  "Agencia FARO agenciafaro@carlismo.es [FAROagencia]" <FAROagencia-noreply@yahoogroups.com> escribió:

jueves, 4 de febrero de 2016

¿QUÉ ES LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO? (Joaquín Sama)




  ¿QUÉ  ES  LA   IDEOLOGÍA  DE  GÉNERO?

Por Joaquín Sama


        Un siglo después de que Carlos Marx creyera descubrir que “Toda la Historia de la sociedad humana es una historia de lucha de clases” entre ricos y pobres, feministas radicales norteamericanas formadas en universidades alemanas, creyeron descubrir que las verdaderas clases sociales en  lucha eran los hombres contra las mujeres, actuando los primeros como clase dominante y explotadora, mientras las mujeres eran las víctimas explotadas y oprimidas por los hombres.
      A esta base conceptual se le añadió a continuación una serie de principios doctrinarios, entre los que destacan los siguientes:
       1.- La sexualidad no es algo que nos venga dado por la naturaleza, sino por la cultura.
       2.-Los varones han dividido a la Humanidad arbitrariamente en femenino y masculino, siendo la feminidad un invento del varón para tener a la mujer como esclava.
      3.-El matrimonio es una institución creada por los hombres con el fin de someter a la mujer mediante el embarazo y los hijos.
      4.-Para conseguir una sociedad justa hay que suprimir las dos clases sociales en pugna, pero estas no  son  proletarios y burgueses  como  dijo  Carlos  Marx,  sino el hombre y la mujer, así que es necesario olvidar la palabra “sexo” y sustituirla por “género”.
       La ideología de género está impregnada de fobia hacia la maternidad y el matrimonio, que según esta ideología genera violencia machista contra las mujeres.
      Llegados a este punto conviene recordar las tres vías por las que se puede llegar a conclusiones erróneas: 1ª.-Por desconocimiento; 2ª.-Porque el fanatismo  ofusque el entendimiento; y 3ª.-Por ambos motivos a la vez. La ideología de Género es un buen ejemplo de conclusiones erróneas por la tercera vía.
       Todo el cuerpo doctrinal de la Ideología de Género carece de concordancia con  la naturaleza de los hechos. Y sin embargo, está consiguiendo extenderse por numerosos países. Por un lado, los grupos de gays y  lesbianas, se han dado cuenta de que con la Ideología de Género ser homosexual “es normal”. Por otro, los gobiernos y las Naciones Unidas han visto en la Ideología de Género  una manera eficaz de controlar el crecimiento de la población. Y por otra parte, los poderosos lobbys abortistas y de reproducción asistida, encuentran en esta ideología una magnífica forma de incrementar el volumen de sus negocios.
      A diferencia del marxismo clásico que aspiraba a transformar  la sociedad, la Ideología de Género va más allá e intenta cambiar a  la misma naturaleza humana en su identidad, a través  del lenguaje, la moral, las costumbres, las leyes, las instituciones, de siempre asociadas a la dualidad hombre-mujer.
      En ESPAÑA hubo un furibundo seguidor de esta ideología, traducida en leyes durante ocho años, sin que hayan sido derogadas:
             -Ley Integral de Violencia de Género. Discrimina al hombre en razón de su sexo, lo hace sospechoso de violencia, lo criminaliza. Una simple denuncia lo convierte en  reo.
          En torno a esta Ley se ha montado en nuestro país un negocio de 23.000 millones de euros en el 2015, el llamado por las mismas feministas el negocio del maltrato, en forma de subvenciones a organizaciones feministas, Juzgados de Familia, procuradoras, abogadas, casas de acogidas, pagas a maltratadas, psicólogas y asistentes sociales, etc, negocio que culmina con lo que ellas mismas denominan la bala de plata, consistente en  despojar a los hombres de sus bienes en un proceso de divorcio.         
         Se silencia intencionadamente el número de hombres fallecidos a manos de mujeres: en el 2015, veintinueve, sin que sepamos cuántos fallecimientos más pudieron darse  por envenenamientos o por sobredosis farmacológicas,  el método más usado por las mujeres para eliminar a sus parejas, muertes que normalmente pasan desapercibidas.
        A lo anterior hay que añadir el número de suicidios acaecidos en ESPAÑA. El año pasado se acercó a 9.000, la mayoría de hombres, mil de ellos en proceso de divorcio, privados de sus hijos, de su honor, de su  patrimonio… y llevados por esta Ley a la desesperación.
        Y todo ello sin que la Ley haya sido útil para disminuir el lamentable número de mujeres fallecidas a consecuencia de crímenes pasionales,  intencionadamente divulgados y magnificados por los colectivos feministas para continuar justificando el flujo de dinero público.
            -Ley del Matrimonio homosexual. Se iguala por ley lo que es diferente,  violentando por ignorancia y fanatismo ideológico el resultado de 3.500 millones de años de Evolución, cual es lo femenino y masculino: en el caso de la mujer, una sola célula reproductora cada 28 días, el óvulo, de tamaño 250.000 veces mayor que el espermatozoide, la célula reproductiva masculina, 400 millones de ellas en cada eyaculación, realidades biológicas que determinan las diferencias conductuales de complementariedad entre hombres y mujeres, y de cuya percepción se ven privados por esta Ley los hijos adoptados por parejas de homosexuales.
         Arbitrariamente se sustituye al padre-madre por padre 1-padre 2, o bien madre 1- madre 2, experimento de ingeniería social avalado por dudosos informes elaborados por psiquiatras y psicólogos homosexuales, propulsores de la Ideología de Género.
         Bajo la excusa de extender supuestos derechos, al igualar la unión de dos hombres –virimonio-, o dos mujeres –femimonio-, con el matrimonio entre un hombre y una mujer, se desdibuja intencionadamente el matrimonio tradicional  como el pilar básico de donde surge la vida, la crianza y la educación de los hijos en la complementariedad de hombres y mujeres, abriéndose además la puerta a posibles nuevos tipos de uniones legales en aras de una mayor libertad: hombre-cabra, mujer-perro, etc. ¿Por qué no?
        -Ley del Divorcio “Exprés”. Esta medida legal arrebata el valor que tiene la continuidad del matrimonio de cara a la educación y estabilidad emocional de los hijos. El desprecio de la Ideología de Género hacia la institución matrimonial, lleva a la frivolización de este lazo que  puede romperse ante cualquier desencuentro.
        El resultado es un enorme volumen de separaciones matrimoniales que saturan los Juzgados de Familia creados exprofeso, abogados tramitadores, mediadores matrimoniales, etc,  y, lo que es peor, miles de niños criándose en familias desestructuradas, hombres y mujeres con hijos de dos o más parejas diferentes que,  unidos por nuevos lazos, conforman verdaderos batiburrillos inevitablemente conflictivos.
        -Ley Orgánica de Educación. Aparece la asignatura “Educación para la Ciudadanía” por medio de la cual se les  imponía a los estudiantes la visión doctrinaria de la moral del Gobierno. Se repite continuamente la palabra “género”, se presentan como normales tendencias sexuales que estadísticamente no lo son ya que la homosexualidad afecta a un 2% de la población, cifra que los lobbys de gays y lesbianas exageran deliberadamente.
         -Ley Reguladora de la Transexualidad. En realidad, lo que viene es a permitir que se cambie la inscripción en el Registro Civil, sin necesidad de cambiar el aspecto sexual de la persona, contribuyendo de esta forma a difuminar la diferenciación masculino -femenino, en aras al igualitarismo totalitario de género.
         -Ley  de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (Ley del Aborto). Se le concede a la mujer el derecho a  cercenar una nueva vida en desarrollo, una nueva vida que ha concebido con otra persona, a la que no se  considera,  aunque a él pertenezca la mitad de esa nueva vida que se gesta. El “derecho a la maternidad”, como hipócritamente invoca la Ley, es en realidad el derecho a no ser madre, a desligar el amor y la sexualidad de la maternidad.
         Se banalizan las relaciones sexuales como una irrefutable muestra de progreso, cuando los encuentros sexuales con la única motivación de la satisfacción física nos aproxima a especies menos evolucionadas que la nuestra, alejándonos de los logros conseguidos por la Humanidad en cuanto a la formación del vínculo amoroso para la procreación y cuidado de la descendencia, lo que ha sido reconocido y potenciado por todas las Culturas.
         Se fomenta la frivolidad y falta de responsabilidad en las relaciones sexuales, cuyas consecuencias debe sufragar con sus impuestos el resto de la sociedad,  que abona el gasto ocasionado en clínicas abortistas concertadas y  en el propio Sistema Nacional de Salud, así como el coste añadido a consecuencia de los numerosísimos tratamientos de tipo psicoterapéutico y/o psicofarmacológico destinados a reparar el indeleble desgarro emocional que provoca el aborto en la mujer.
           La Ideología de Género está introduciendo un poderoso factor de infelicidad en la sociedad occidental, sobre todo en la juventud, al convertir en presuntos maltratadores y asesinos al 50% de la población. La desconfianza que generan las noticias sesgadas sobre violencia pasional, demostrado por la Ciencia que es bidireccional, ha introducido un factor de sospecha generadora de inquietud, que se suma a la  producida por los propios postulados de esta ideología, contradictorios con los más íntimos sentimientos naturales de las personas. 
          En la Historia abundan los ejemplos de cómo un reducido grupo de exaltados es capaz de arrastrar a millones de personas al desastre, partiendo de su propia e intensa emotividad en forma de resentimiento, agresividad, sexualidad anormal, ambición de poder o cualquier otro tipo de emociones e intereses vinculantes de grupo, que muestran disfrazados como ideología liberadora.  La dictadura que impuso Lenin, con millones de muertes y 70 años de falta de libertad, o la toma del poder por el nacionalsocialismo de Hitler, son claros ejemplos de lo que antecede. Hagamos lo posible para que la llamada Ideología de Género no llegue a convertirse en un ejemplo más de totalitarismo aberrante a lo largo de los últimos cien años.

                       Joaquín   Sama
                        Psiquiatra

miércoles, 3 de febrero de 2016

Legítima defensa y guerra justa

Legítima defensa y guerra justa

D.B.P.L.


De este extenso artículo tan solo traemos aquí la segunda parte referida a la Guerra Justa, que vuelve a usar los argumentos de Santo Tomás de Aquino, y de numerosas encíclicas papales que en el fondo se retrotraen a las mismas fuentes. Menciona, como en todos los escritos sobre la guerra justa anteriormente aparecidos, al pecado como causa de la guerra, lo que está en directa oposición a las opiniones progresistas que consideran el pacifismo, que no la paz en sentido profundo,  como una aspiración meramente humana, sin relación con el pecado, noción que ignoran por considerarla propia de etapas oscuras de la humanidad, que consideran superadas hoy día


Guerra justa.

La guerra, es el enfrentamiento humano que ha arrebatado la existencia al mayor número de seres a través de los siglos. La guerra es, por ello, una cuestión obsesionante, jamás agotada, que desasosiega al hombre, y hasta tal punto que posiblemente el sustantivo guerra, considerado una y otra vez, sea el que más adjetivos calificativos pueda mostrarnos para identificar sus variedades o facetas. Se habla así de guerra justa, de guerra divinas, de guerra santa, de guerra ofensiva y defensiva, de prevención y de agresión, de movimientos y de posiciones, de guerra sin cuartel, total, a muerte, de aniquilación y de exterminio, de guerra convencional, de guerra nuclear, de guerra a.b.c. (atómica, bacteriológico y química), de guerra de las galaxias, de guerra civil, de guerra de liberación, de guerra fría, subversiva y revolucionaria, de guerra de guerrillas y de guerra sucia.

La guerra, en todo caso, decía Juan Pablo II el 1 de enero de 1980, «va contra la vida (y) se hace siempre para matar», y en Hiroshima, el 25 de febrero de 1981, afiadió que «la guerra es la destrucción de la vida humana..., es la muerte». Por eso el Papa pide «una nueva conciencia mundial contra la guerra (y hace) un llamamiento a todo el mundo en nombre de la vida».

Ahora bien, si la guerra, en frase de Pío XII, es una «indecible desgracia» (24 de diciembre de 1939), será preciso examinar si, ello no obstante, no sólo se impone como una necesidad biológica, como un corolario de la naturaleza humana decaída de su estado original, sino también como un medio, por terrible que sea, para mantener el derecho que la comunidad política tiene a subsistir. Si la posibilidad de un injusto agresor no puede descartarse y la legítima defensa es un derecho del hombre, y hasta un derecho-deber, ¿no será también un derecho y hasta un derecho-deber de la comunidad política apelar a la legítima defensa, es decir, a la guerra, para oponerse a la guerra como agresión injusta de otra u otras comunidades políticas? Por el contrario, siendo la guerra en sí misma injusta, ¿no será, recurrir a ella, en ningún caso posible, ni siquiera para rechazar la que injustamente ha promovido el adversario? El dilema girará, en última instancia, en torno a uno de estos dos postulados: «Si vis pacem para bellum» y «paz a cualquier precio y a toda costa». Ahora bien, como en uno y otro caso lo que se pretende haciendo la guerra o negándose a hacerla es la paz, conviene que nos detengamos en dos temas fundamentales: en el concepto exacto de paz y en la guerra como derecho -«ius ad bellum» para conseguirla.

Por lo que se refiere a la guerra como derecho, se pueden registrar tres posiciones distintas, a saber: la que estima que hay, en determinadas circunstancias, un derecho natural a la guerra; la que entiende que toda comunidad política, por el hecho de serlo, goza de un derecho legal para hacer la guerra, y la que asegura que la guerra es siempre un crimen y jamás un derecho.

La guerra como un derecho natural o «bellum justum»: Royo Marín (ob. cít., pág. 690) escribe que «una nación injustamente atacada tiene un derecho natural de legítima defensa». Por su parte, Ives de la Briere, S. J. («El derecho de la guerra justa», Jus., México, 1944, pág. 87) explicita este punto de vista al afirmar que ese ataque injusto puede producirse no sólo en caso de invasión, en cuyo caso «vim vi repellere omnia jura permittunt», sino también cuando, sin que haya invasión, se viola el derecho de manera cierta, grave y obstinada, con manifiesta culpabilidad moral e injusticia voluntarias.

La guerra como derecho legal «bellum legale»: la doctrina del «bellum justum» quedó maltrecho y vicíada en su misma raíz cuando fue sustituida por la del «bellum legale», conforme a la cual la guerra sigue siendo un medio, pero no para defender la justicia e imponerla restaurándola, sino como un medio de política internacional del Estado. En esta línea de pensamiento Hugo Grocio concedió al Estado el derecho a hacer la guerra, no exigiendo otro requisito para su licitud que el de su previa declaración por el Príncipe, y Maquiavelo fijó como único criterio a que el Príncipe debería atenerse al declararla,el de la utilidad o interés. Utilidad y estricta legalidad, sin planteamientos morales de ningún género, dieron origen de consuno a la formulación de los contrarios aparentes que rezan así: «la guerra es la continuación de la política por otros medios» (Clausevitz) y «la política es la continuación de la guerra por otros medios» (Alfred Kraus).

La guerra como crimen o «bellum delictum»: siendo la paz un valor supremo, la guerra no puede ser un derecho. Tal es la postura del pacifismo integral, mantenida en ambientes cristianos, no sólo protestantes, sino incluso católicos. En favor de esta tesis, San Basilio afirmó que la guerra no puede ser un medio al servicio de la justicia, porque es en sí un acto contra la justicia misma, y Tertuliano entendió que Cristo, desarmando a Pedro, desarmó a todos los soldados: «Con verte gladium tuum in locum suum» (Mt. 26,52). Erasmo, por su parte, dijo que «la guerra está condenada por la religión cristiana y que no hay paz, aun injusta, que no sea preferible a la más justa de las guerras».

Más recientemente -y siempre dentro del campo católico-, la Declaración de Friburgo, de 19 de octubre de 1931, declaró que «la guerra moderna es inmoral», el cardenal Otraviani aseguró que «la guerra no es ya un instrumento de justicia», el cardenal Alfrink, a la cabeza del movimiento «Pax Christi», sostiene que «ya no hay guerras justas», y monseñor Ancel, más claro y contundente todavía, proclama que «incluso la guerra defensiva es ilícita».

A favor de la guerra-crimen se alega, como en tantas ocasiones, la exigencia absoluta, universal y perenne del «no matarás», añadiendo aquí la bienaventuranza de los pacíficos del Sermón de la Montaña, que deroga la posible licitud de la guerra que pudiera deducirse de los libros de los Macabeos. En tales alegatos se apoya la objeción católica de conciencia a la prestación del servicio militar.

Se olvida, sin embargo, por los objetores católicos de conciencia y por los defensores doctrinales de la guerra como crimen en todo supuesto, que la trasposición de textos no es lícita, y que tampoco es lícita la desfiguración del genuino concepto de paz.

Si es cierto que el Señor ordena a Pedro que guarde su espada, la verdad es que, ordenándoselo en Getsemaní, no ordena lo mismo a todos los soldados, y ello por las siguietes consideraciones: porque algún alcance tendrán, si es que no se aspira a borrarlas del Evangelio, las frases del propio Cristo «Non veni pacem mittere, sed glaudium» (Mt., 10,34), y «qui non habet vendat tunicam suam et emat gladium» (Luc., 22,36); porque no cabe la menor duda que el Señor alude, sin reproche, al «rey que debe hacer la guerra» (Luc., 14,3 l); porque Cristo no pide al centurión que abandone las armas (Mt., 8,10/13); porque Juan el Bautista tampoco censura la milicia, sino la posible malicia de su ejercicio (Luc., 3,14); porque Pedro nada reprocha a Cornelio, el centurión, por serlo (Hechos, 10, 112); porque Pablo hace el elogio de lo que «fortes facti sunt in bello» -de los que fueron valientes en la guerra y «castra verterunt exterorum» -y desbarataron ejércitos extranjeros (Hechos, 11,34). Jesús, por lo tanto, que no quiso que Pedro le defendiese con la espada, reconoce al César, al que hay que reconocer lo suyo (Mt., 22,21; Mc., 12,17, y Luc., 20,24), el derecho a hacer uso legítimo de la espada (Rom., 13,4).

En este sentido, Karl Hörmann, en una análisis del precepto cristiano del amor, concluye que dentro del mismo hay una categoría de valores, y que es precisamente el amor el que obliga a los dirigentes del Estado, no a dejar indefensos a los amenazados o agredidos, que deben proteger, sino a defenderlos de la amenaza o de la agresión injusta que puede victimarlos.

Por otra parte, si, como sostienen los pacifistas integrales, la paz es un valor supremo, según se deduce de la bienaventuranza de los pacíficos, «beati pacifici» (Mt., 5,9), la guerra que destruye la paz ha de ser forzosamente un crimen. Lo que ocurre, sin embargo, cuando se contesta de forma tan radical, es que se soslaya el segundo de los temas que antes planteábamos, es decir, el de qué se entiende por paz. Por ello, antes de saber si la guerra destruye la paz, hay que preguntarse qué es la paz. En este sentido, la constitución pastoral«Gaudium et spes» (núm. 78) señala que «la paz no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica,., sino que con toda exactitud y propiedad se llama obra de la justicia» (Is., 32,7). Pues bien, si la paz es obra de la justicia, «opus iustitiae pax», si la paz es la tranquilidad en el orden, como dice San Agustín, pero del orden querido en la sociedad humana por su divino Fundador, que nos da su paz, una paz distinta de la que da el mundo (Ju., 14,27), la paz no sólo será el resultado de la justicia, sino también del amor, que sobrepasa la justicia («Gaudium et spes», núm. 78, pág. 2), y de la confianza mutuas. Por eso, Juan XXIII, en «Pacen in terris» (11 de abril de 1963), dice que «la paz ha de estar fundada sobre la verdad, construida con las armas de la justicia, vivificada por la caridad y realizada en libertad».

Sentado esto, no cabe la menor duda que la tesis que descalifica la guerra en términos absolutos, calificándola sin más de crimen, no es aceptable. «Bellum non est per se inhonestum». La guerra, decía Suárez, no es un mal absoluto.

Ahora bien, si la guerra no es de por sí inmoral, es preciso saber en qué circunstancias se atiene a las exigencias de la moral y, por tanto, constituye, por ser justa, un verdadero derecho. Vamos, pues, a ocuparnos de:

La guerra justa, como derecho. La guerra como «ultima ratio» será un derecho tan sólo cuando se haga por razón de justicia y pretendiendo que con la justicia se logre la paz verdadera. La Teología clásica y la doctrina católica tradicional, desarrollando esa afirmación, exigen para que la guerra, por ser justa, constituya un derecho de la comunidad política, determinados requisitos. Santo Tomás señalaba que, siendo la «ultima ratio», sea declarada por autoridad competente («auctoritas principis»), que la causa sea justa («iusta causa») y que haya recta intención («intentio recta»).

En cuanto a la previa declaración de guerra «ex praedieto», conviene advertir, como dice Enrique Valcarce, que cuando la autoridad competente no tenga posibilidad de declararla, por las circunstancias que la hacen precisa, el pueblo mismo, como ocurrió con el de Móstoles en tiempo de la invasión napoleónica, puede declararla. También, y en este orden de cosas, se apunta por Eduardo de No («Nueva enciclopedia jurídica española», t. X, pág. 724), que «la declaración de guerra (como) medida formal... tiene (la) desventaja de hacer perder al Estado que inicia las hostilidades el fruto de la sorpresa. (Por ello) el paso del estado de paz al estado de guerra se determina por el hecho (sin más) de la ruptura de las hostilidades», como ocurrió en 107 de las guerras producidas entre 1700 y 1870. En el supuesto de que se cumpla con el requisito formal de la declaración de guerra, esta declaración puede ser simple, con el comienzo inmediato de las operaciones bélicas, o condicionada, para el caso de no conseguir la satisfacción requerida, en cuyo supuesto se denomina«ultimátum».

Por lo que se refiere a la causa justa, San Isidoro de Sevilla especificaba las de «rebus repetendis», recuperar bienes, y «propulsandorum hostium», rechazar a los enemigos. En general, el castigo de una injusticia (violación cierta, grave y obstinada, decía Vitoria), y el recobro de un derecho, por ser considerado como agresiones, se equiparan a la invasión del territorio nacional.

Tratándose de la recta intención, definida como «ut bonorum promoveatur, ut malum vitetur», se requiere, para que exista, una valoración seria de los motivos y de las circunstancias que evite la adopción de un medio que para la prudencia, y no sólo la justicia, no sea desproporcionado. Además, la recta intención, para hacer justa la guerra, no debe concurrir tan sólo en el momento de iniciarla, sino también en el modo de llevarla a cabo («iustus modus»). En este aspecto, jamás pueden ser lícitas las matanzas de no combatientes o de prisioneros (recuérdense los genocidios de Hirohisma y Nagasaki, los bombardeos con fósforo de Dresden y Colonia, y los cementerios de Katin y Paracuellos del Jarama). Por eso, una guerra justa por su causa puede transformarse en injusta, por el modo de conducirla («modus bellandi»), como puede suceder cuando «las acciones bélicas produzcan destrucciones enormes e indiscriminadas, que traspasen excesivamente los límites de la legítima defensa» («Gaudium et spes», núm. 80). Pío XII ya había dicho tajantemente en 1954 que «toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra Dios y la humanidad, que hay que condenar con firmeza y valentía».

Lo que acabamos de exponer sobre la guerra, y que parece reducirse a los conflictos bélicos entre Estados, se aplica también a las guerras civiles y a la guerra que impone el terrorismo. Al terrorismo, «nuevo sistema de guerra» («Gaudium et spes», núm. 79, pág. l), «guerra verdadera contra los hombres inermes y las instituciones, movida por oscuros centros de poder», aludía Juan Pablo II dirigiéndose al Sacro Colegio Cardenalicio, el 22 de diciembre de 1980, llamando la atención sobre la «paz del cementerio» que nace de «las ruinas y de la muerte» (que causa) su violencia.

Por lo que se refiere a las guerras civiles, reconocido el derecho de resistencia al poder público (León XIII, «Sapiantiae Christianae»), cuando el poder público es causa del caos moral y político del pueblo, no cabe duda que tal resistencia, que puede iniciarse con la llamada desobediencia civil, puede legitimar, en su caso, el alzamiento en armas. Así se afirma por el cardenal Pla y Deniel, en «Las dos ciudades» (30 de septiembre de 1936), y Pío XI, en su encíclica «Firmisiman constantiam», justifica que «los ciudadanos se unieran en Méjico para defender la nación y defenderse a sí mismos con medios lícitos y apropiados contra los que se valen del poder público para arrastrarlos a la ruina». En tal supuesto, señalaba Balmes, no hay sedición.... «porque la sedición es la revolución contra el bien, y en este caso extremo el verdadero sedicioso es el poder, que usa de su soberanía para arrancar a las almas el respeto de la verdad, del orden y de la justicia». De aquí que Pío XI enviara una «bendición especial a cuantos, se impusieron la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la religión».

Se trate de guerra entre Estados o de guerra civil dentro del Estado, no puede olvidarse, según copiamos a la letra de la famosa carta colectiva del Episcopado español, publicada a raíz de la Cruzada, que no obstante ser «la guerra uno de los azotes más tremendos de la humanidad, es, a veces, el remedio heroico (y) único para centrar las cosas en el quicio de la justicia y volverlas al reinado de la paz». 

Pero así y todo, vuelve a insistiese, ¿no será la guerra un remedio bárbaro y cruel, origen de desastres sin cuento, de muerte de miles de personas a las que no cabe ninguna responsabilidad en el litigio? ¿Acaso no hay contradicción entre el propósito de defender la justicia y la utilización para tal fin de un remedio que es a todas luces injusto? ¿No quedará ¡legitimado el quehacer bélico, no por razón de su fin, sino por razón del medio?

A mi juicio, no, si concurren los requisitos de la guerra justa y se pone en juego la virtud de la prudencia al adoptar la decisión de emplearla. Si se hace apelación a la prudencia es, sin duda, porque antes se ha reconocido la licitud de la guerra misma, pues la prudencia, lógicamente, no puede actuar en el vacío. En éste, como en tantos temas, Pío XII, en momentos de la máxima tensión internacional, el 24 de diciembre de 1939, se pronunciaba así: «El anhelo cristiano de paz... es de temple muy distinto del simple sentimiento de humanidad, formado las más de las veces por una mera impresionabilidad, que no odia a la guerra, sino tan sólo por sus horrores y atrocidades, por sus destrucciones y consecuencias, pero no, al mismo tiempo, por su injusticias».

Cuando la guerra, es decir, la agresión injusta, se produce, «el verdadero anhelo cristiano de paz -continuaba Pío XII- es fuerza (y) no debilidad ni causa de resignación. Un pueblo amenazado o víctima ya de una agresión injusta, si quiere pensar y obrar cristianamente, no puede permanecer en una indiferencia pasiva». Más aún, calificada «toda guerra de agresión contra aquellos bienes que la ordenación divina de la paz obliga a respetar y a garantizar incondicionalmente y, por ello, también a proteger y defender (como) pecado (y) delito contra la majestad de Dios creador y ordenador del mundo.... la solidaridad de los pueblos, les prohíbe comportarse (ante la agresión injusta) como meros espectadores en actitud de impasible neutralidad».

Cuando los tanques soviéticos ocuparon Hungría, Pla y Deniel hizo aplicación de la doctrina expuesta. «No intervenir en ayuda de Hungría y de los pueblos que sufren, dejar sin socorro a las víctimas inocentes es hoy una falta grave contra la justicia y la caridad»; y el propio Pío XII, con vibrante energía, exclamó entonces: «Cuando en un pueblo se violan los derechos humanos y armas extranjeras con hierro y con sangre abrogan el honor y la libertad, entonces la sangre vertida clama venganza, entonces -con frases de Isaías ¡ay de ti, devastador!; ¡ay de ti, saqueador que confías en la muchedumbre de los carros, porque el Señor se levanta contra aquellos que obran la iniquidad!»

Es cierto que, como los padres conciliares observaron, «las nuevas armas nos obligan al examen de la guerra con una mentalidad totalmente nueva» («Gaudium et spes», número 86, pág. 2), pues «en nuestro tiempo, que se ufana de la energía atómica, es irracional pensar que la guerra sea medio apto para restablecer los derechos violados» (Juan XXIII, «Pacem in terris»).

Pero, aun así, mientras haya valores que son más fundamentales que el hombre por sí mismo; mientras consideremos al hombre como algo más que un «robot» o un esclavo, mientras la libertad y la dignidad de los hijos de Dios esté por encima de la paz falsa y de la vida, mientras no haya un desarme total y una fuerza que lo garantice, los pueblos no pueden evitar que otros les impongan la guerra, y tienen el derecho y el deber de defenderse de la guerra misma, prepa rándose para ella y luchando contra aquellos que se la imponen.

No nos engañemos. El profeta Isaías dejó escrito que en la mancha del pecado está la raíz de la guerra en el hombre, y entre los hombres y la Constitución «Gaudium et spes», en idéntica línea de pensamiento, concluye: «En cuanto los hombres son pecadores les amenaza el peligro de la guerra y les seguirá amenazando hasta la venida de Cristo» (número 78, p. 116).

De aquí que, como el texto conciliar dice (número 79, p.' 4), «mientras persista el peligro de guerra y falte una autoridad internacional competente dotada de fuerza bastante, no se podrá negar a los Gobiernos el que, agotadas todas las formas posibles de tratos pacíficos, recurran al derecho de legítima defensa. A los gobernantes y a todos cuantos participan de la responsabilidad de un Estado in cumbe por ello el deber de proteger la vida de los pueblos puestos a su cuidado».

Por su parte, Pablo VI, en su discurso a la ONU de 4 de octubre de 1965, afirmó: «Si queréis ser hermanos, dejar caer las armas. Sin embargo, mientras el hombre sea el ser débil, cambiante e incluso a menudo peligroso, las armas defensivas serán desgraciadamente necesarias», y en 21 de abril de 1965 especificaba: «El centurión demuestra que no hay incompatibilidad entre la rígida disciplina del soldado y la disciplina de la fe, entre el ideal del soldado y el ideal del creyente.» Por su parte, la misma Constitución «Gaudium et spes» (número 79, p." 5), dice que «los que al servicio de la patria se hallan en el ejército, considérense instrumentos de la seguridad y libertad de los pueblos, pues desempeñando bien esta función contribuyen realmente a estabilizar la paz».

El repudio de la guerra total y de exterminio, el deseo de que la humanidad se libere de la guerra no implican, pues, la condenación en todo caso de la guerra, ni mucho menos identificar la paz con el mantenimiento de la injusticia.

A título de conclusiones, podemos formular las siguientes:

1ª) que la guerra de agresión es inmoral e injusta, un verdadero crimen o delito grave, que debe ser castigado internacionalmente (Pío XII, radiomensaje de Navidad de 1948; 30 de septiembre de 1954 y 3 de octubre de 1953);

2ª) que la guerra defensiva contra un agresor injusto es lícita y puede constituir una obligación cristiana para la defensa de la justicia y de la paz (Pío Xil, 3 de octubre de 1953, radiomensaje de Navidad de 1956: «Este derecho a mantenerse a la defensiva no se le puede negar ni aun en el día de hoy a ningún Estado»);

3ª) que la guerra defensiva lícita puede ser una guerra preventiva para impedir que la amenaza se consume;

4ª) que «no sólo frente a la invasión clamorosa y armada, sino también frente a aquella agresión reticente y sorda de la que ha venido en llamarse guerra fría -que la moral absolutamente condena-, el atacado o atacados pacíficos tienen no sólo el derecho, sino el sagrado deber de rechazarla, porque ningún Estado puede aceptar tranquilamente la ruina económica o la esclavitud política» (Pío XII, 19 de septiembre de 1952);

5ª) que aun en el supuesto de que existiera «una autoridad internacional competente y prevista de medios eficaces» («Gaudium et spes», número 79, p." 4) la coacción armada ejercida sobre el injusto agresor, legitimado, además en este caso, por una instancia superadora de la identificación del juez y de la parte, sería también una guerra, aunque, por supuesto, justa;

6ª) que el drama humano consiste en que no obstante la brutalidad de la guerra, cuando se quiere luchar contra la guerra, por injusta, no cabe más, agotados los otros medios, que recurrir a la misma guerra, que en este caso sería justa. Por eso, hasta los pacifistas, desde el subconsciente, no tienen otra solución que gritar: ¡guerra a la guerra!
•- •-• -••• •••-•
D.B.P.L.