Meister Eckhart:
“DEL HOMBRE
PERFECTO”
(Ext. de Maître Eckhart, Traités et sermons, Aubier, Paris 1942.
Traduc. del alemán por F.A. y del francés al español por J.S.)
[1]Nuestro Señor dice en el Evangelio:
“Un hombre noble viajó a un lejano país para ganarse un reino y volver después”[2].
Con estas palabras nos indica Nuestro Señor toda la nobleza innata y natural
del hombre, y hasta qué punto la gracia puede divinizarlo. Estas palabras
también cubren gran parte de la Sagrada Escritura.
Hay que
saber por de pronto, lo que por otra parte nos enseña la Revelación, que hay en
el hombre dos naturalezas: el cuerpo y el espíritu. Por eso en las Escrituras
se dice: Quien se conoce a sí mismo conoce a todas las criaturas, porque todas
las criaturas son un cuerpo o un espíritu. Así la Escritura, hablando del
hombre, dice que hay en nosotros un hombre exterior, y un otro, el hombre
interior.
El hombre
exterior se compone de todo lo que, aunque inherente al alma, está ligado y
mezclado con la carne, y obra en cooperación corporal con cada miembro, ojo, oído,
lengua, mano, etc. Y todo esto es lo que la Escritura llama el hombre viejo, el
hombre terrestre, el hombre exterior, el hombre enemigo, el hombre esclavo.
El otro
hombre que hay en nosotros es el hombre interior; a éste la Escritura lo llama
un hombre nuevo, un hombre celeste, un joven, un amigo, un hombre noble[3].
De éste habla Nuestro Señor cuando dice que un hombre noble se fue al
extranjero, se conquistó un reino, y volvió a su país. En esto tenemos que
pensar, cuando san Jerónimo nos trasmite la enseñanza común de los maestros:
que todo hombre, por el hecho de ser hombre, posee un espíritu bueno, un ángel,
y un espíritu malo, un demonio.
El ángel
bueno aconseja y atrae al hombre continuamente hacia lo bueno y lo divino, a lo
virtuoso, celestial y eterno. El espíritu malvado aconseja y atrae sin cesar
hacia lo temporal y perecedero, a lo que es pecador, malvado y diabólico. Este
espíritu malvado está siempre cortejando al hombre exterior, por cuyo
intermedio acecha constantemente al hombre, Adán.
El hombre
interior es Adán, el hombre en el alma. Éste es el árbol bueno del que habla
Nuestro Señor, que siempre y sin interrupción da buenos frutos[4];
es también el campo donde Dios ha plantado su imagen y su semejanza, y donde
arroja la buena semilla, la raíz de toda sabiduría, de todo arte, de toda
virtud, de toda bondad, semilla de naturaleza divina. ¡Esta semilla es el Hijo
de Dios, el Verbo de Dios!
El hombre
exterior le es hostil, y allí ha sembrado y arrojado la cizaña con maldad. De
él dice s. Pablo: “Hay en mí algo que se opone y contraría lo que Dios manda y
aconseja”[5],
lo que Dios manda, lo que ha dicho y dice todavía en lo que hay de más noble,
en el fondo del alma. En otro lugar se lamenta y dice: “¡Desgraciado de mí, oh
infeliz! ¿quién me librará del cuerpo que me trae la muerte?”[6]
Y en otro pasaje escribe que el espíritu y la carne del hombre están siempre en
lucha entre sí. La carne aconseja el vicio y el mal, el espíritu de Dios el
amor de Dios, la paz, la alegría y todas las virtudes.[7]
Quien
obedece al espíritu y vive según sus consejos posee la vida eterna; pero el que
obedece a la carne, muere. El hombre interior es de quien Nuestro Señor dice
que un hombre noble se fue a un país lejano; es también el buen árbol del que
Dios dice que da siempre frutos buenos, y nunca malos; porque quiere el bien y
busca el bien y está suspendido en el mismo bien, insensible a esto o a
aquello. El hombre exterior es el árbol maligno que nunca puede dar buenos
frutos.
A propósito
de la nobleza del hombre interior y espiritual, y de la vulgaridad del hombre
exterior y carnal, los maestros paganos Cicerón y Séneca dicen así mismo que
ningún alma racional está privada de Dios. La semilla de Dios está en nosotros.
Si encontrara siempre un cultivador hábil y un jardinero diligente, crecería
muy bien y subiría hasta Dios, de quién es la semilla, e igualmente su fruto se
transformaría en una naturaleza de Dios.
La semilla
de pera se hace peral, y la de nuez nogal: ¡es la semilla de Dios que trepa
hacia Dios! Pero si la semilla encuentra un sembrador y un cultivador locos y
perversos, se mezcla la cizaña que cubre y ahoga la buena semilla, tanto que no
puede ni ver la luz ni madurar.
Pero un gran
doctor, Orígenes, nos dice: “Como es Dios mismo el que ha sembrado en nosotros
esta semilla, que la ha impreso en nosotros y nos la ha hecho connatural, podrá
cubrírsela y escondérsela, pero nunca destruirla totalmente ni alcanzarla:
sigue brillando y ardiendo sin cesar, luciente y resplandeciente, y sin cesar
tiende a elevarse hacia Dios”.
El primer
grado del hombre interior, del hombre nuevo, como dice san Agustín, es que el
hombre viva imitando a los hombres buenos y santos, pero camina todavía
tomándose de sillas y paredes, y se nutre todavía de leche.
El segundo
grado, es cuando en vez de fijarse únicamente en modelos o en hombres buenos,
corre y se apresura a las enseñanzas y consejos de Dios y de la Sabiduría
divina, vuelve las espaldas a los hombres y el rostro a Dios, suelta la falda
de su madre y sonríe a su Padre celeste.
En el grado
tercero, el hombre se sustrae más y más de la influencia de la madre, y se
aleja siempre más del seno maternal, huye de las preocupaciones y rechaza todo
temor. Aun cuando tendría la posibilidad de obrar el mal o de engañar a nadie
sin recibir a cambie ningún castigo, sin embargo no lo desearía nunca: por el
Amor, en efecto, está unido y confiado a Dios con celo constante, hasta que
Dios lo haya puesto y establecido en la alegría y la dulzura, allá donde resiste
a todo lo desemejante y extraño, todo lo que no conviene a Dios.
En el grado
cuarto, el hombre crece más y más, y hecha raíces en el amor de Dios, al punto
de estar siempre dispuesto a asumir, de buena gana y corazón, ávidamente y con
alegría, todo tipo de tribulaciones y pruebas, fastidios y penas.
En el quinto
grado, el hombre vive en paz siempre y en todo lugar, calmo y tranquilo en la
riqueza y el gozo de la más alta e indecible Sabiduría.
En el sexto
grado, el hombre está despojado de sí mismo y se ha revestido de la eternidad
de Dios, ha llegado a la perfección completa. Ha olvidado la vida del mundo con
todo lo que tiene de perecedero. Ha sido arrastrado y transformado en una
imagen divina: ha llegado a ser hijo de Dios. Y no hay otro grado, otro grado
superior: sigue el reposo eterno, la beatitud. Porque el fin del hombre
interior, del hombre nuevo, es la vida eterna.
Sobre el
tema del hombre interior, de este hombre noble, en el cual se ha impreso la
imagen de Dios y sembrado la semilla de Dios, cómo esta semilla y esta imagen
de la naturaleza divina y de la esencia divina, que son el Hijo mismo de Dios,
se revelan y cómo se toma conciencia de ellas, cómo ocurre a veces que estén
escondidas, todo ello el gran maestro Orígenes nos lo expone en una parábola:
El Hijo de Dios, dice, imagen de Dios, es, en el fondo del alma, como una
fuente de agua viva. Cuando se le echa
tierra, es decir los deseos terrestres, queda recubierta y escondida hasta
hacerse irreconocible y pasar desapercibida. Pero en sí misma tiene vida. No
bien se le quite la tierra que cubre su superficie, reaparece y se la ve. Dice
también que esta verdad está indicada en el primer libro de Moisés, donde está
escrito que Abraham había cavado en su campo pozos de agua viva, pero que malintencionados
lo habían tapado con tierra; pero sacada la tierra, las fuentes revivieron.[8]
Sobre el
tema hay aún otras parábolas. El Sol brilla siempre; pero si una nube o una
bruma viene a interponerse entre nosotros y el Sol, dejamos de ver su luz. Lo mismo el ojo, que cuando está enfermo y
débil se le oculta la claridad. Inclusive yo a veces me he referido a una
comparación sorprendente: cuando un artista crea una estatua de madera o
piedra, no la introduce en la materia, antes al contrario quita los sobrantes
que la escondían y cubrían. Nada agrega a la madera mas bien algo le quita:
bajo el cincel cae todo lo exterior y se eliminan las rugosidades para que
entonces pueda resplandecer lo que estaba oculto adentro. Tal el tesoro oculto
en el campo, del que habla Nuestro Señor[9].
Dice san
Agustín, que cuando el alma del hombre se vuelve enteramente hacia la
eternidad, allá arriba, hacia sólo Dios, la imagen de Dios se muestra en ella y
brilla, pero cuando el alma se vuelve a lo exterior, inclusive en ejercicios de
virtud, la imagen se esconde por completo. Por ello es que según san Pablo, las
mujeres deben cubrirse la cabeza y los hombres tenerla descubierta[10];
porque la parte del alma que tiende hacia abajo busca el objeto hacia el que
va: un velo, una mantilla; pero la otras parte del alma que se eleva, se
desnuda para recibir la imagen de Dios y para que Dios se una a ella; Dios está
sin velo y sin impedimento en el alma pura del hombre noble.
Igualmente,
la imagen de Dios, el Hijo de Dios, la semilla de la naturaleza divina, nunca
se destruye en nosotros aunque pueda estar escondida. David dice en uno de sus
salmos: “La verdadera luz brilla en las tinieblas aunque no se lo perciba[11].
En el Cantar
de los Cantares se dice: “No miréis que soy morena, porque soy bella y
codiciable, es solo que el Sol me ha bronceado”[12].
El Sol es la luz de este mundo: significa que todo lo que hay de más elevado,
de mejor en la creación, recubre y descolora en nosotros la imagen de Dios. “Quita
las escorias de la plata - dice Salomón -y brillará y lucirá el más puro vaso,
la imagen de Dios en el alma[13].
Es
precisamente la intención de Nuestro Señor cuando dice que un hombre noble se
fue. Es necesario en efecto que el hombre salga de todas las imágenes de si
mismo, que se haga totalmente extraño y distinto de todas las cosas, si en
verdad quiere venir a ser el Hijo de Dios y recibir la filiación en el seno y
en el corazón del Padre. Porque toda mediación le es extraña a Dios.
Dios dice:
“Yo soy el Primero y el Ultimo”[14]
No hay ninguna diferencia ni en la naturaleza de Dios ni en las personas
divinas, consideradas en la unidad de su naturaleza. La naturaleza divina es
Unidad, y cada persona es igualmente Unidad, la misma Unidad que es su
naturaleza. La distinción entre esencia y existencia está aquí reabsorbida en
la Unidad: ambas son unidad e identidad.
Solo cuando la Unidad deja de descansar en se misma llega a una
distinción, y por tal destrucción actúa.
Por eso es en la Unidad donde encontramos a Dios, y debe hacerse Unidad
quienquiera encontrar a Dios. Nuestro Señor dice: “Un hombre se fue”. En lo que
comporta destrucción no hay Unidad, ni Ser, ni Dios, ni reposo, ni felicidad,
ni satisfacción. ¡Hazte unidad para que puedas encontrar a Dios! En verdad, si
enteramente fueras unidad, seguirías siendo igualmente unidad en medio de la
distinción, las distinciones serían unidad por ti y dejarían de ser obstáculo.
La Unidad continua plenamente siendo unidad en miles de millares de piedras lo
mismo que en cuatro, y un millar de miles es en verdad un número tan simple
como cuatro.
Un maestro
pagano dice que la Unidad nació del Dios supremo. Su propiedad es ser unidad en
la unidad. Quien busca esta unidad abajo de Dios se engaña a si mismo. El mismo
maestro (a quien cito aquí por cuarta vez) destaca también que esta Unidad no
se liga de amistad sino con espíritus vírgenes y castos. En fin, el mismo san Pablo dice: “Como
vírgenes castas yo os he esposado con el Uno”[15]
Así es como el hombre debería estar unido al Uno, que no puede ser otra cosa
que Dios.
“Un hombre
se fue” dice Nuestro Señor. ¡Un “hombre”!
Si adoptamos el sentido apropiado de la voz latina, el término designa,
al menos de acuerdo a cierta interpretación, a quien se somete enteramente a
Dios, con todo lo que tiene, que eleva los ojos a Dios en vez de abatirlos a lo
que posee y que sabe que está detrás y debajo suyo; tal es la perfecta, la
verdadera humildad. Su nombre viene de la tierra (no diré más nada aquí). Pero
la voz “hombre” significa igualmente algo que está por encima de la naturaleza
y del tiempo, de todo lo que es espacio o materia, de todo lo que está sometido
al tiempo y tiene el sabor de la inestabilidad, en tanto que espacial y corporal.
Pero cuando
el hombre ha progresado más todavía, nada tiene en común con la nada. En primer lugar, en el sentido de que no está
formado según tal o cual modelo, que no se asemeja sino a la totalidad, que
nada conoce de lo vacío y perecedero, que en él no se hay ni el menor rastro de
la nada, que no se ve en él sino el ser puro, verdad, bondad. Y quien se ha
constituido así, solo él, es un hombre noble, y nadie sino él.
Hay otra
forma de entender y enseñar lo que Nuestro Señor comprende por “hombre noble”.
Hay que saber en efecto que los que conocen a Dios sin velos, conocen al mismo
tiempo la criatura. Si el conocimiento es la luz del alma, hacia la cual todos
los hombres naturalmente tienden, con seguridad no hay nada mejor. Conocer es
un bien. Ahora bien, los maestros nos enseñan que cuando se conocen las
criaturas tal como son en sí mismas - lo que yo llamaría conocimiento
vespertino - no se ve la creación sino en imágenes diferenciadas. Pero cuando
se conocen las criaturas en Dios - lo que llamaría conocimiento matutino - se
ve a las criaturas sin la menor diferenciación, sin ninguna de las imágenes que
las representan y sin semejanza con lo que sea, en la Unidad que es Dios mismo.
Y así es lo que Nuestro Señor quiere decir cuando dice que un hombre noble se
fue. Noble, porque es uno, y en la Unidad conoce tanto a Dios como a la
criatura.
Voy a
interpretar todavía en otro sentido la doctrina del hombre noble, y digo ésto:
cuando el hombre (alma, espíritu) ve a Dios, tiene conciencia de la visión e
igualmente se conoce como siendo el que conoce; es decir que conoce su propia
contemplación y su propio conocimiento de Dios.
Ahora bien a algunos se les ha ocurrido - lo que parece completamente
creíble - que la flor y el corazón de la
beatitud reside en el conocimiento, cuando el hombre tiene conciencia de
conocer a Dios. Podría yo, dicen, poseer
todas las delicias del mundo sin darme cuenta, y ¿de qué me serviría, cómo
serían delicias para mí? No puedo
adscribirme a esta forma de pensar.
Fuera verdad que el alma no puede ser feliz si no tiene conciencia de su
felicidad, no está allí la condición de la felicidad; porque el fundamento
primero de la beatitud espiritual consiste en que el alma contemple a Dios sin
velos; de allí le viene todo su ser y toda su vida; de allí obtiene el alma
todo lo que ella es, en el fondo mismo de Dios, y nada sabe del saber ni nada
del amor, ni nada en absoluto de ninguna cosa. Se calma enteramente en el Ser
de Dios; todo lo que sabe es que está allí, y no conoce otra cosa sino a
Dios. Si sin embargo toma conciencia de
la visión de Dios, de su amor y de su saber, vedla que cae enseguida y que es
rechazada al más alto grado de la jerarquía natural. Porque nadie sabe que es
blanco si no lo es realmente. Tanto como quien se sabe blanco agrega ya una
superestructura y añade algo a la esencia de su blancura; su saber, en efecto,
no le viene sin mediación ni conciencia del color, pero el alma recibe este
conocimiento y este saber de algo que es ahora blanco; no obtiene el conocimiento
únicamente del color tal como es en si,
sino que obtiene este conocimiento y este saber de algo que ha tenido
color y se ha hecho blanco, y es así como se conoce como blanca. Saberse blanco
es muy inferior y mucho más extrínseco que se blanco. La pared difiere
totalmente de los fundamentos sobre los cuales está construida.
Los maestros
enseñan que una es la potencia por la que el ojo ve, y otra por la que sabe que
ve. Lo primero, el hecho de ver, adviene
al ojo pura y simplemente por el color, y no por aquello que posee el color.
Poco importa pues que lo colorado sea una piedra o un leño, un hombre o un
ángel: lo único que importa es que el objeto tenga color.
Igualmente,
digo yo, el hombre noble toma y obtiene todo el ser y toda la vida, toda su
beatitud, únicamente de Dios, por Dios y sólo en Dios, pero no en el
conocimiento, ;a contemplación y el amor de Dios, etc. Por ese muy bien dice
Nuestro Señor que toda la vida eterna consiste únicamente en conocer a Dios
como el único y verdadero Dios[16],
y no en conocer que uno conoce a Dios. ¿Cómo podría el hombre conocer su
conocimiento de Dios cuando ya ni se conoce él mismo! Una cosa es cierta: si el hombre llega a ser
bienaventurado, si es bienaventurado hasta el fondo y la raíz de la beatitud,
no se conoce más a si mismo y no conoce más nada; no conoce nada sino y solo a
Dios. Pero desde el momento que el alma conoce que conoce a Dios, tiene
conocimiento de Dios y de si misma. Ahora bien la potencia por la que el ojo ve
es, como explique más arriba, una potencia distinta de aquella por la que el
ojo sabe y reconoce que ve. Hay que
agregar que por el momento y aquí abajo, la potencia que produce en nosotros la
conciencia de nuestra visión es más noble y elevada que la potencia que produce
la visión misma; porque la naturaleza comienza a obrar por más ínfimo. Pero
Dios comienza su obra por lo más perfecto. La naturaleza hace salir el hombre
del niño, y el pollo del huevo, pero Dios hace al hombre antes que al niño, y
al pollo antes que al huevo. La naturaleza comienza por calentar y quemar el
leño, y sólo después le hace arder. Pero Dios comienza por dar a toda criatura
el ser, y sólo después, en el tiempo, pero a la vez fuera del tiempo y sin nada
que pertenezca al tiempo, todas las propiedades que corresponden a su
naturaleza corporal. Igualmente, dios da el Espíritu Santo antes de dar los
dones del Espíritu Santo.
Por eso digo
yo ahora: Ciertamente, no hay beatitud sin que el hombre tome conciencia plena
de que ve a Dios y que conoce a Dios, pero Dios no quiere de ninguna manera que
tal sea el fundamento de la beatitud. Quien prefiera otra cosa que se las
arregle como pueda; a mi me da pena. El calor del fuego y la esencia del fuego
son dos cosas muy diferentes, es admirable ver cuánto estas realidades están
alejadas una de la otra en la naturaleza, aunque en el tiempo y en el espacio estén muy
próximas entre si. La vista de Dios y mi vista están totalmente alejadas y
desemejantes entre sí.
Por eso
Nuestro Señor dice con toda propiedad que un hombre noble se fue a un país
lejano para ganarse un reino y volver a su casa. Porque el hombre debe ser uno
en si mismo; esta unidad, es necesario que la vaya a buscar en si mismo y en la
Unidad; es necesario que la reciba en la Unidad y, en consecuencia, no debe
contemplar sino solo a Dios. Luego tiene que “volver”, es decir saber y conocer
que conoce a Dios, que sabe algo de El.
Todo lo que
yo digo aquí, ya lo había indicado el profeta Ezequiel con estas palabras: “Un
águila poderosa de grandes alas de múltiples plumas vino a la montaña pura,
atrapó el corazón y la médula del árbol más alto, arrebató la cima y la hizo
caer”[17]
Aquel que Nuestro Señor llama hombre noble, el profeta lo llama grande águila.
¿Hay alguien más noble que aquel que ha nacida por lo más alto y mejor en la
creación, por las entrañas de la naturaleza divina y de su soledad?
Nuestro
Señor dice por boca del profeta Oseas: “Conduciré a las almas nobles a un
desierto y allí les hablaré al corazón”[18],
la Unidad con la Unidad, la Unidad saliendo de la Unidad, la Unidad en la
Unidad, y, en la Unidad, la Unidad eternamente!
Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å
[1]Von dem
edlen Menschen, herausgegeben von Philipp Strauch, Berlin, 1933.
[2] Luc.
19,12
[3] Efes.
4,21 “que vosotros habéis sido instruidos...”, 4,22 “a despojaros ... del
hombre viejo ...”, 4,24 “y vestir el hombre nuevo”. Cor. 4,16 “así como se corrompe nuestro
hombre exterior, nuestro hombre interior se renueva día a día”.
[4] Mat.7,
17
[5] Rom. 7,18
“Sé que el bien no habita en mí ... yo puedo querer, pero no tengo el
poder de cumplir. No hago el bien que quiero, y hago el mal que no quiero.”
[6] Rom.
7,24-25
[7] Gal. 7,
17
[8]Gén.
20,15-19 “Todos los pozos que habían cavado los servidores de su padre, del
tiempo de su padre Abraham, los Filisteos l os cegaron rellenándoles tierra....
Isaac de nuevo cavó los pozos que habían sido cavados en tiempos de Abraham, su
padre, y que los Filisteos había cegado después de la muerte de Abraham. Los
servidores de Isaac cavaron también en
el valle y encontraron un pozo de agua viva. “
[9] Mat. 13,
44.
[10]I Cor.
11,4-5: Todo hombre que ora o profetiza a cabeza cubierta deshonra su cabeza.
Toda mujer que ora o profetiza no velada su cabeza, deshonra su cabeza. ... 13:
¿es bueno que una mujer ruegue a Dios sin estar cubierta?
[11]Jn, 1,5.:
Y la luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no lo recibieron.
[12]Cnt.1,
5-6.
[13]Prov.,
25,2-4 “La gloria a Dios es encubrir las
cosas...Quitad las escorias de la plata, y saldrá vaso al fundidor”.
[14]Is.
41,4 “Yo, Jehová, soy el primero y yo
mismo estaré con los postreros”.
[15]II Cor.
11,2: “Os he desposado a un sólo marido para
presentaros como una virgen pura a Cristo”.
[16]Jn. 17,3.
: “Esta empero es la vida eterna que te conozcan a ti, el solo Dios verdadero”.
[17]Ezeq.
17,3-4 “Una grande águila, de grandes alas y de grandes miembros, llena de
plumas de diversos colores, vino al Líbano, y tomó el cogollo del cedro;
arrancó el principal de sus renuevos y llevólo a tierra de Canaán”.
[18]Os. 2, 14
“Empero, he aquí yo la induciré, y la llevaré al desierto, y hablaré a su
corazón”.
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