martes, 22 de febrero de 2011

Los famosos diez justos (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila 20-2-2011)

JOSE JIMÉNEZ LOZANO
A LA LUZ DE UNA CANDELA
(Diario de Ávila 20-2-2011)

Los famosos diez justos

Quizás nunca han pesado las des­gracias del mundo sobre nues­tros hombros como en estos momentos en que nos llega su noticia casi en tiempo real, y es ciertamente desolador tener que reaccionar cer­tificando puramente nuestra impo­tencia; y quizás por eso se nos dis­para nuestra solidaridad. Pero la so­lidaridad no es cosa fácil ni sencilla. En absoluto.

Conocí a un gobernador civil de la dictadura que, a punto de ser des­bordado en su despacho por la in­tensidad de una manifestación a fa­vor de la integración en España de Gibraltar -manifestación organizada naturalmente como siempre ocurre con estas cosas, antes de entonces y después de entonces-, tuvo una ocu­rrencia magnífica que le evitó tener que emplear la fuerza que nunca se sabe con qué consecuencias se ha­ce. Ordenó instalar, en el amplísimo portalón del Gobierno Civil, cuatro mesas provistas de papel y corres­pondiente recado de escribir, y aten­didas por burócratas muy recepti­vos; y, dirigiéndose a aquella masa vociferante, dijo que, en vista del fer­vor con que se reclamaba Gibraltar había dispuesto en los bajos del edi­ficio una oficina de alistamiento, vo­luntario y provisional, por la que podían desfilar en perfecto orden para dar sus nombres. Y fue como mano de santo, porque el frenesí de la mul­titud amainó de inmediato y más tarde pudo comprobarse que no lle­gó ala treintena el número de los que desahogaron su fervor con el alista­miento. De modo que la solidaridad con la soberanía española sobre Gi­braltar se vino abajo en cuanto tuvo que encarnarse en algo verdadera­mente serio o que tenía todos los vi­sos de ser la hora de la verdad.

Porque solidarios somos, de otro modo, de todo lo que nos echen encima porque no nos cuesta un duro y menos po­ner la piel en ello. Es pura retórica o hasta mero engaño, y, des­de luego, un buen tranquilizador de conciencias. Pero el concepto jurídico de so­lidaridad o responsabi­lidad in solidum o res­ponsabilidad solidaria quería decir que de una deuda, por ejemplo, no solo era responsable el deudor sino también los que con él eran solidaríos; y, desde el punto de vista moral, las cosas son de manera similar pero mucho más radicales. La solidaridad es algo mucho más serio quedecir «contigo pan y cebolla»; en realidad consiste en ponernos a pan y cebolla con aquel del que nos sentimos solidarios; de modo que no cabe duda de que ser solidario de una desgracia o de una causa justa es no solamente algo moralmente muy elevado, que nos hace olvidarnos de nosotros mismos, sino con frecuencia una pura obligación moral, que no acaba y ni siquiera comienza con la afirmación de que somos solidarios, pongamos por caso con un torturado, sino que implica que hacemos todo lo posible para lograr impedir tal barbarie. O, mejor, nos callamos.

Diez seres hu­manos verdadera­mente solidarios constituyen un ver­dadero dique contra el mal, hoy exactamen­te como ayer; pero no es tan fácil encontrarse en­tre ellos.

jueves, 10 de febrero de 2011

Los viejos arbitristas (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila 6-2-2011)

A LA LUZ DE UNA CANDELA
José Jimenez Lozano, Premio Cervantes
(Diario de Ávila 6 febrero 2011)

LOS VIEJOS ARBITRISTAS




Durante un amplio período de nuestros tiempos barrocos, los españoles que no se habían colocado en una de las tres empresas en que un español podía colocarse, Iglesia, Mar o Casa Real, eran aboga­dos, hidalgos, mendigos o arbitris­tas. Y los señores de estas profesio­nes o estamentos se estaban de or­dinario día tras día, mano sobre mano, a la solana y bajo los soporta­les, o en tertulias en torno a la lum­bre o al brasero, lugares todos en los que proponían fervientemente su propia solución o arbitrio para el eterno malgobierno del país.

Algunos sujetos eminentes en es­tas artes escribieron libros acerca de esos asuntos, arbitrando la política del dinero o la de los mendigos, la política militar o eclesiástica, y ha­ciendo girar la historia universal, desde Noé en adelante, en apoyo de sus sueños, por los que estaban dispuestos a poner el propio honor en su verdad y a defenderlo con la es­pada. Como ocurría a veces con las tesis académicas, por ejemplo entre sumulistas y antisumulistas, y desde luego para defender el propio a cuenta de las mujeres y a veces con resultado de muerte.

No importaba para nada que Pla­tón, Hobbes, Spinoza o Maquiavelo hubieran pensado sobre los asuntos de la cosa pública, porque los arbi­tristas nunca necesitaron estudios ni pensares para nada; estaba el sue­ño. Los había, en aquella España, quienes pensaban que, para los cua­tro días que se vivían, el diseño polí­tico debía ser que el Rey corriera con los gastos de cada cual, haciendo monedas del oro que se traía de las Indias y repartiéndolas equitativa­mente. Otros proponían la elimina ción de los cítricos y las verduras, que no eran cosa de gran sustentación y debilitaban la naturaleza de la raza; y todavía otros decían que el cilantro o culan­trillo, que se echaba en el cocido como la menta o hierbabue­na, volvía delirantes a los pobres espa­ñoles, porque no explicaban de otro modo los tan repetidos brotes de insania indivi­dual y colectiva en la Pe­nínsula. Mientras que los más precavidos aconse­jaban no hacer nada, al menos hasta comprobar cómo evolucionaba la situación por sí sola, como los pru­dentes médicos de la época confia­ban en que la naturaleza obraría por sí misma.

La mayoría pensaba lo mismo, porque estaba segura de que la polí­tica no era un ámbito en el que se pudiera respirar una sola verdad mucho tiempo, no solo por la natu­raleza misma de aquélla, sino tam­bién porque los gobernados no que­rían nada con la verdad, sino con recetas y delirios. Y había un verso de Góngora en el que se calificaba a España diciendo: «Mentiras, arbitreras, abogados», y otro que aludía a los altos e inútiles cargos de Corte: «ilustre cavaglier, llaves doradas».Pero España misma era un planeta, según decían los poetas aúlicos,y había, además, la sopa boba y la ronda nocturna de«Pan y huevo»; y entonces, ¿de qué podrían quejarse
los españoles?

Sueños, y juegos de espejos y de nadas, pro­siguen.

martes, 1 de febrero de 2011

¿ Quien no ha sido alguna vez heterodoxo? (José Belmonte Díaz, Diario de Ávila 30-102011)

OPINIÓN
DIARIO DE ÁVILA
DOMINGO 30 DE ENERO DE 2011


¿Quién no ha sido alguna vez heterodoxo?

(Ávila en la memoria,
José Belmonte Díaz)

El pasado verano acompañé con Adolfo Yáñez de inimaginable guía, a la profesora y pedagoga pa
lentina María Pescador Grajal, en una ruta inolvidable. Destino: Arenas de San Pedro, capital de la Andalucía de Ávila. María desconocía la belleza de las tie­rras de Ávila. Adolfo fue nuestro anfi­trión. Es capaz de improvisar y llenar los oídos de músicas celestiales con su ver­bo fácil y trenzado de bellas e insospe­chadas florituras. Es un gran conversa­dor, y capaz hasta de improvisar una conferencia -ya ha sucedido- cuando el conferenciante se ha visto impedido de acudir a la cita.

Bajando el Puerto del Pico, entre to­millos y jaramas, a través del barranco de las Cinco Villas, nos habló de su obra Heterodoxos y olvidados, a la que daba los últimos retoques, volvimos a hablar sobre aquel ensayo, a la sombra del Cas­tillo de la Triste Condesa.

Allí, en Arenas, aprovechó para ob­tener un testimonio gráfico del Conven­to de Carmelitas con la sierra de Gredos al fondo. En su cementerio reposan las cenizas de Carmen Díez de Rivera, «la musa de la transición», bella y excepcio­nal, que Yánez describe como «mujer de latir convulso y generoso.». Adolfo Yáñez, la considera heterodoxa de nues­tro tiempo yen verdad lo fue. En Arenas, duerme el último sueño, reposa «arro­pada por los murmullos de piñas y em­balsamada por aromas de jara».

El arevalenseYáñez es un excepcio­nal poeta. ¡Qué gran libro Playas interio­res! que, en noches de soledad -en mí son todas- nos aquieta, nos hace encon­trar o añorar sueños perdidos. Ahora, la compartiremos, en noches en blanco, con Heterodoxos y olvidados que, en vi­sión casi cinematográfica , cuidada pro­sa y precisión léxica impecable, refleja, mejor diríamos nos transporta o nos su­merge en las vidas de tantos y tantos he­terodoxos que están en el baúl de los ol­vidos. De todos y cada uno, y de otros que no retrata, como Baruch Spinoza y su impronta en Amsterdam, quisiéra­mos saber más. Nos conformaremos con los olvidados personajes que nos brinda. Su olvido se ha producido, en gran parte, por su disconformidad con el mundo que les circundaba, extorsio­nador, impenitente. Ellos, cruzaron o atravesaron, o gozaron- ¿por qué no de­cirlo?- el mundo de la heterodoxia en España y singularmente en Ávila.

En el ensayo no ha de tomarse su tí­tulo como un tratado sobre herejes o que sustentaran doctrinas no conformes con el mundo católico, aunque existan algu­nos encasillados en este sentido, sino en el sentido más amplio de disconformi­dad con la doctrina fundamental de cual­quier sistema. Yen esta acepción, hete­rodoxos seríamos legión. Emite sem­blanzas de hombres y mujeres, marginados en el tiempo en que les tocó vivir y hoy muchos de ellos, olvidados.

En su obra, desfilan desde «Masones abulenses» que «tuvieron el coraje de remar contracorriente», hasta el último, Daniel González Linacero, asesinado en
Arévalo durante nuestra guerra. ¿Cómo es posible que este brillante pedagogo fuese asesinado solo por ser maestro y por atreverse a censurar la enseñanza que se daba en su tiempo? Y que aquel «activista» de la cultura muriese acribi­llado por la delación de un sacerdote pa­lentino.

Adolfo Yánez no reduce el mundo de los heterodoxos a hombres y mujeres contemporáneos. En su ensayo desfilan también figuras como Prisciliano, el mancebo de Arévalo, la beata de Pie­drahíta, el judío arevalense afincado en Ámsterdam Abraham Gómez Silveira, Sagasta, Ciges Aparicio, los hermanos Cuesta... y no podía estar ausente la fi­gura de Jorge Ruiz de Santayana, «alma de Ávila, filósofo del mundo».

La descripción que hace Yáñez del Santayana universal de Boston es una maravilla.
En reciente conferencia presentada por la Asociación de Vecinos Puerta del Alcázar bajo el título 'Personajes de Ávila en el Siglo XX' nos detuvimos en el pro­fesor de Harvard. Y desde allí, pese a su lejanía de Ávila, la ciudad fue para él un poderoso imán.Y con este señuelo o aro­ma embriagador, el abulense trenzó su extensa e inigualable obra filosófica: Per­sonas y lugares, Mi anfitrión el mundo. . .

Ávila sirvió para Santayana de esce­nario de fondo de sus escritos: Catedral, plazas, callejas, Sonsoles, Valle de Am­blés... Santayana -decíamos- se explaya y se pregunta y se contesta a sí mismo sobre las cosas de los abulenses, e inclu so intenta tratar de desentrañar su ata­vismo, el porqué de su religiosidad, su estoicismo. Son profundas reflexiones sobre el alma de los moradores de esta ciudad , como lo eran su inhóspito vivir, su arraigado conformismo, sus penas y sus miserias y sus contadas alegrías y, hasta sus convencionalismos. Ávila des­pertó en él emociones: «por naturaleza -escribía- Ávila es esencialmente un «oppidum», una ciudad amurallada, una ciudad catedralicia, toda grandiosi­dad y granito...».

Ávila le acogió en su regazo una de­cena de años, y siguió habitándola en espíritu desde todas las lejanías. En fin, mejor que mis palabras sobre Santaya­na, son las de Adolfo Yánez en la sem­blanza que de él hace en su obra. A su muerte en Roma, en un hospital de reli­giosas, El Diario de Ávila publicó sobre este gran genio un comentario: 'Límites de un elogio'. No le cita Yáñez. Posible­mente no conoce aquella triste necro­lógica -valga la redundancia- porque es cruel y despiadada. Yo, humildemente, hoy a mas de medio siglo de su muerte -lo hace Adolfo magistralmente- quiero recordar su figura. La obra deYánez ten­drá la acogida que merece. Los tiempos han cambiado. Dijo Eugenio d'Ors, co­mo la inmortalidad, siempre ha sido precedida por el sacrificio. Es el caso de Jorge de Santayana y el de tantos y tan­tos heterodoxos y olvidados. Nos queda el consuelo de Pericles: «Los hombres ilustres, tienen por sepulcro la tierra eterna».