sábado, 20 de julio de 2013

ESTETICISMO E IDEALISMO EN LA OBRA DE JULIUS EVOLA


FRANCISCO MIÑARRO:
ESTETICISMO E IDEALISMO EN LA OBRA DE JULIUS EVOLA

 

 

    Julius Evola nació en Roma en el seno de una vieja familia cristiana el 19 de mayo de 1.898. Muy pronto se manifestaron en él dos disposiciones fundamentales, a las que el propio autor parece atribuir un origen prenatal. La primera es un impulso hacia la transcendencia, hacia la "elevación del individuo al rango de señor universal" (1), acompañada de un cierto distanciamiento con respecto a lo humano, cuya contrapartida fue una relativa insensibilidad y frialdad del alma, no exenta de desviaciones pseudo-místicas. La segunda predisposición es la de kshatriya, de guerrero, la cual coloca a Evola en condiciones de formular una afirmación desequilibrada del Yo y de exponer de manera especulativa una doctrina de potencia y autarquía. Pero fue también la base existencial que le hizo sentir como absolutamente evidentes, a pesar de su anacronismo, los valores y la realidad de otro mundo, el mundo de la civilización jerárquica, aristocrática y feudal (2). Evola lee en su juventud a Wilde, D'Annunzio, Michelstaedler, Otto Weininger, Stirner y Nietzsche. La lectura de este último le ofrece algunos de los elementos necesarios para su posterior revuelta contra la pequeña moral burguesa.

 

    Durante los años precedentes a la Primera Guerra Mundial, Evola es atraído por el grupo formado en torno a la revista de Papini y de Prezzolini, y se aproxima a los futuristas, en quienes descubre los primeros argumentos de la polémica antidemocrática y antiburguesa. Conoce las corrientes extranjeras del arte de vanguardia y toma contacto por primera vez con la obra de los místicos alemanes y las tradiciones esotéricas. A los veinte años participa en la Gran Guerra como oficial de artillería, aunque no tomó parte en ninguna acción bélica. De regreso a Roma, atraviesa una grave crisis interior, fruto de su voluntad de ruptura con los criterios e ideales modernos. En su búsqueda nihilista de una libertad superior, realiza varias experiencias con drogas y se adhiere al Dadaísmo, movimiento creado en Zurich por el rumano Tristan Tzara, al que no simplemente contempla como una tendencia más del arte de vanguardia, sino más bien como una "visión general de la vida en la cual el impulso hacia una liberación absoluta por la descomposición de todas las categorías lógicas, éticas y estéticas se manifiesta bajo formas paradójicas y desconcertantes" (3). Evola vive la experiencia de la pintura abstracta y escribe diversos poemas durante el período 1916-1920, "iluminaciones dispersas de lejanas resonancias cósmicas" (4) que dejan traslucir ciertas experiencias de apertura sutil hacia los fenómenos naturales. La inestabilidad se acentúa hasta el punto de contemplar la posibilidad del suicidio. Tenía entonces veintitrés años. La lectura de un fragmento del Majjhimanikâyo (5), una de las antologías del canon budista de los orígenes, provocó en él una especie de ruptura, de la que adquiere, según él mismo afirmó, una firmeza a prueba de crisis.

 

A este período sucede otro filosófico y especulativo, con la redacción de la Teoría y de la Fenomenología del Individuo absoluto (6), obras en las que ofrece una formulación de su propia intuición del mundo, un dramático análisis de la cultura oficial contemporánea que, en realidad, se reduce a una crítica del idealismo (y de las supuestas contradicciones del realismo) a partir de las propias premisas de éste, consideradas como absolutamente válidas. El idealismo afirma que la existencia de un mundo exterior, de un "objeto", no es pensable fuera del acto del sujeto que conoce. De ahí la definición del mundo como un límite interno del sujeto, del "Yo Trascendental", distinto aunque coincidente con los múltiples "yo" individuales, sujeto a la historicidad y dotado de una indefinible "voluntad" libre y espontánea. Veremos que estas concepciones acompañarán a Evola durante el desarrollo de toda su obra, pues ésta se basa en la solipsista y paradójica afirmación según la cual el propio yo es la única realidad, más allá y fuera del mismo no hay nada. La concepción evoliana del "Yo" como única certeza deriva de la insuficiencia práctica del individuo para superar la incógnita de su "representación" de cualquier otra realidad, lo que evidencia una ignorancia de la fundamental cuestión de la posibilidad de una realización efectiva por parte del ser humano. Además, según el mismo Evola, "la teoría del individuo absoluto reposa sobre una base radicalmente hipotética" (7); encontramos así, como fundamento de su elaboración, una actitud mental esencialmente arbitraria. La "realización del idealismo" implica el paso del abstracto y teórico "Yo Trascendental", en tanto que dominación y "potencia infinita y suficiente", al "Individuo absoluto". Es posible, pues, observar aquí una caricatura de la noción tradicional del "Sí" trascendente y no condicionado. Como afirmó Giovanni Ponte (8), hablar de un "Individuo absoluto" es una contradicción en sus propios términos, "dado que aquello que es verdaderamente absoluto está infinitamente más allá del dominio individual, cualquiera que sea la extensión que se le quiera dar a este último". Por lo demás, la mencionada realización del "Individuo absoluto" no está exenta de un cierto gusto por el experimentalismo, lo que implica una concreción práctica en el terreno de los "fenómenos", tal como más adelante intentará Evola con la creación del "Grupo de Ur" y con su concepción de la magia en tanto que "ciencia del Yo" (9). Haciéndose eco de una frase de Lagneau, citada por él mismo (10), la filosofía será para Evola "una reflexión que termina por reconocer su propia insuficiencia y la necesidad de una acción absoluta que parta del interior". Es a esta acción a la que Evola consagrará en adelante sus esfuerzos, y en la que reconocerá una primacía respecto al conocimiento. Las consecuencias de esta incomprensión de fondo no se limitarán a un ámbito exclusivamente académico, como veremos, sino que le llevarán a mantener una evidente solidaridad con corrientes políticas "imperialistas" y "activistas" típicamente modernas, así como a reivindicar una "cultura de Derecha" a la que tendenciosamente relacionará con las vías y doctrinas tradicionales.

 

Evola publicó posteriormente El Hombre como potencia (11), tras haber tomado contacto con las traducciones de John Woodroofe (Arthur Avalon). Arturo Reghini le introduce en los escritos de René Guénon, a cuya obra se adherirá aparentemente en lo sucesivo, aunque manteniendo, como veremos, serias discrepancias de fondo. El Hombre como potencia está dedicada al estudio de la disciplina tántrica; sus conceptos sobre el "Yo" y la acción le llevarán a asimilar de un modo muy particular las técnicas y los significados de la "vía de la mano izquierda", y, aunque ciertamente se despoje en mayor o menor medida de la influencia del romanticismo alemán en su complicada elaboración filosófica anterior, y a pesar de denunciar con razón algunos errores de las interpretaciones occidentales a este respecto, el libro presenta serias deficiencias de comprensión. La segunda edición, revisada y aumentada (12), subsana algunos defectos, pero en el fondo se observa la misma insistencia en aquellas concepciones propias, a las que suma una interpretación acusadamente dualista de la que jamás logrará desembarazarse. Siguiendo una conclusión impuesta desde el período filosófico, el "Yo" debe ser capaz de integrar la totalidad de sus representaciones, de modo que es necesaria una "acción mágica" que anule la propia ignorancia (avidya). El concepto de maya, entendido en tanto que ilusión cósmica que vela la Realidad y que en apariencia enfrenta al sujeto con los objetos de conocimiento, estableciendo así una fractura en la identidad del Brahman o el Absoluto, se transforma para Evola en la constatación de la inexistencia de cualquier objeto exterior al yo y de toda explicación causal, de donde extrae el ilogismo de deber reintegrar y reabsorber el mundo en la propia conciencia y en la propia potencia. Ciertamente, si, como dicen los Tantras, el mundo es maya frente a la Divinidad, pero realidad frente a la criatura manifestada, ésta no tiene posibilidad de superar la ignorancia si no es por medio de una transformación esencial de su propia condición de criatura (de "yo"). El Tat vam asi ("Tú eres Eso") de los Upanishads no indica, como parece entenderlo Evola, una afirmación de la identidad del individuo -por "absoluto" que se le considere- con Brahman, sino la trascendencia ilimitada del "Sí" en tanto que no condicionado por la ilusión de la individualidad (13). La idea de un reforzamiento de la potencia del yo en vistas a una realización efectiva de aquello que está más allá del estado humano es, de acuerdo con las doctrinas tradicionales, una completa inversión de lo que debe ser entendido en realidad como una negación del yo, o mejor dicho, como la desaparición de cualquier ilusión separativa y la sumisión "activa" frente al único Principio universal. El criterio de realidad no depende, pues, del grado de potencia del "espíritu", ni de una desenfrenada voluntad de poder, sino de la aniquilación de las condiciones limitativas que propiamente definen al individuo como tal.

 

En 1.928 aparece Imperialismo pagano (14), obra polémica y violentamente anticristiana donde se encuentran expuestas sus concepciones sobre el Imperium como síntesis de espiritualidad y de realeza. De un anticristianismo de tipo nietzschiano, Evola pasa, en parte influido por las ideas sobre la "romanidad" de Arturo Reghini, a elaborar la referencia a una "tradición occidental", poniendo de relieve el fondo sacral de los diferentes aspectos del paganismo romano. Para ambos, el Cristianismo se revela como una creencia exótica, "fundada en una espiritualidad equívoca, que apela a las capas irracionales, sub-intelectuales y sentimentales del ser humano" (15). La concepción del Cristianismo como "religión proletaria", "asiática", inseparable del Judaísmo y extraña a la ética y al estilo de la "romanidad", sirve a Evola para emprender una quimérica tentativa de renovación de las corrientes político-culturales de la época, es decir, un intento de influir sobre el naciente fascismo de Mussolini aportándole la idea de un "imperialismo pagano como única orientación concebible para un fascismo coherente" (16). Si para Evola el Catolicismo es ante todo una "democracia del espíritu", no obstante se ve obligado a reconocer la inevitable necesidad para el racismo italiano de encontrar un acuerdo con el mismo. Se trataría entonces de trascender el Cristianismo para integrarlo en una disciplina más vasta, eliminando algunos de sus aspectos incompatibles con la espiritualidad nórdico-aria. En La doctrina del despertar (17), Evola elabora una visión deformada del Budismo, considerándolo como una ascesis eminentemente "olímpica", como la doctrina aria por excelencia, digna de una raza superior. Frente a los conceptos de pecado o redención, el Budismo aparece como una vía de voluntad, de virilidad indomable, indiferente a los dogmas e incluso a la creencia en Dios y en el más allá. Son evidentes en tales conclusiones las aportaciones anteriores de Hans F. K. Günther, con su "religiosidad nórdica", o de Walter Wüst, con sus referencias a la "fe indogermánica". Evola proclamará esta "religiosidad indo-europea" opuesta al Cristianismo como fundamento para su doctrina de la raza, coincidente en muchos aspectos a la desarrollada por Rosenberg; también de acuerdo con este último se formó una concepción dualista de las civilizaciones pre-modernas, eludiendo así la idea de la unidad de las tradiciones. Para él existieron dos tradiciones antagonistas: la nórdico-aria, solar y divina, y la meridional, telúrica y animal. Sobre este esquema se funda toda su morfología de las civilizaciones, especialmente desarrollada en su Rebelión contra el mundo moderno (18).

 

También de esta época datan La tradición hermética (19) y Máscara y rostro del espiritualismo contemporáneo (20), obra donde sostiene con razón la existencia en la época moderna de un peligro espiritualista, exponiendo una dura crítica a diversas corrientes "metapsíquicas", como el espiritismo, la parapsicología, el teosofismo, el antroposofismo steineriano, el neo-misticismo e incluso el psicoanálisis freudiano. La materia del primero ya fue esbozada en algunos artículos de la Introducción a la magia. También en parte fue Reghini quien le puso en contacto con la literatura hermética. Se trataba de destilar el verdadero contenido iniciático de la tradición hermético-alquímica, de desvelar su sistema cosmológico y simbólico, separando los elementos secundarios del mismo. Evola tiene el mérito de haber puesto de relieve que los textos concernientes a las operaciones químicas y metalúrgicas constituían un lenguaje cifrado, y que en realidad concernían esencialmente a la transformación del ser humano. Aparece clara la inexactitud de las posteriores interpretaciones psicológicas y psicoanalíticas del simbolismo alquímico, debidas principalmente a Jung, pero es de destacar la insistencia del autor en concepciones excesivamente "mágicas" y "fenoménicas" (habla de "operaciones con poderes reales", de "capacidades extra-normales condicionadas por la real transformación interior del adepto"). Por lo demás, resulta evidente un intento de hacer prevalecer, también aquí, la superioridad de una línea real, activa, "solar" y viril opuesta a la línea sacerdotal, "lunar" y ascético-contemplativa, y la consideración del hermetismo alquímico como una tradición de espiritualidad no cristiana e incluso anti-cristiana, lo cual, sin dejar de ser cierto en varios aspectos, precisaría de algunas matizaciones concernientes a la propia ubicación del hermetismo en los esquemas de la espiritualidad medieval de Occidente. Poco después publica El misterio del Grial (21), libro en el que expone la presencia de una corriente espiritual caballeresca en el seno de la Edad Media europea.

 

El 8 de septiembre de 1943 Italia se pasa a los aliados. Evola se encuentra en Alemania, y pocos días después viaja a Rastemburgo, en Prusia, al cuartel general de Hitler; es uno de los primeros en saludar a Mussolini una vez liberado por los comandos del comandante Skornezy. A la mañana siguiente, Mussolini proclamó la República Social. Evola se hallaba elaborando una historia de las sociedades secretas que jamás concluyó. Viajó a Roma pero pronto abandonó la capital y se estableció provisionalmente en Viena. Allí fue víctima de un bombardeo poco antes de la ocupación rusa, lo que le ocasionó una grave lesión en la médula espinal que tuvo como consecuencia la parálisis parcial de los miembros inferiores. No obstante, su actividad intelectual no se vio en absoluto modificada o comprometida por tales acontecimientos. Tras pasar dos años en una clínica austriaca, volvió a Roma y se dedicó a la redacción de Orientaciones (22), un pequeño opúsculo en el que indica las posiciones políticas y existenciales a mantener en un mundo "en ruinas". Orientaciones aparece como una especie de guía para los sectores más jóvenes de la extrema derecha europea. Prueba de ello son sus constantes reediciones, en gran parte piratas, y la influencia que ejerció en la formación de grupos como Ordine Nuovo. El esquema fundamental del mismo está basado en una cierta identificación de las fuerzas del Eje con las corrientes espirituales y ascético-guerreras de las "civilizaciones tradicionales" según el ya conocido concepto del autor, opinión ésta que pierde de vista el carácter esencialmente profano, moderno y anti-tradicional de tales fuerzas. En Los hombres y las ruinas (23), nuestro autor define con una cierta rigurosidad conceptos fundamentales de su visión del mundo (el Estado orgánico, la Soberanía, el Imperio, la Jerarquía, la Romanidad, la Derecha auténtica...), formulando además las condiciones posibles para desplegar la vía de la acción en un mundo carente de principios. Expone además su particular concepto de "élite" identificada a una aristocracia política, asunto sobre el que más adelante volveremos, y la referencia al Estado como "Orden", como organismo portador de valores políticos y espirituales contrapuesto a la esfera social del demos. Debe evitarse, no obstante, cualquier asimilación de Evola con un tradicionalismo de tipo burgués o conservador, como ya habrá quedado claro por su exclusión de todo tipo de aceptación de las tendencias sociales contemporáneas, si bien en ocasiones se atiene a referencias "reaccionarias" que parecen enfocar a la restauración de etapas reconocibles en el contexto de la reciente historia europea. Por otra parte, es evidente, para quien sepa reconocerlo, que tras toda esta "ascética guerrera" se halla un trasfondo esencialmente dominado por premisas y concepciones de tipo estético y más o menos "ornamental".

 

Cabe distinguir en Evola varias concepciones de carácter problemático. En primer lugar, su teoría de la raza, a la que se propone dotar de rasgos espiritualistas, aunque de hecho se trate de un materialismo traspuesto y casi "zoológico". Existe para él una raza del espíritu, superior a la raza del alma y a la raza del cuerpo, de la cual el varón es portador (24). Esta cualidad de "transmisión" le conduce a examinar la conveniencia de un "metódico y paciente trabajo de educación" (25) y la necesidad de una selección interna y de una consolidación de la raza, considerando como "evidentemente esencial" la elección de la mujer por el hombre "en conformidad con leyes raciales bien definidas". En definitiva, para Evola el racismo es una de las bases de la tradición, y comprende los ámbitos físico, psíquico y espiritual. Sería lícito preguntarse por el significado otorgado por el autor al término "espíritu", pues en ocasiones parece no haber podido evitar cierta ambigüedad en el uso de la palabra. En la doctrina evoliana de la raza, el término permanece indiferenciado e indeterminado. Más que una realidad supra-racional y supra-individual, es para él el elemento sobre el que se apoya toda "ascesis viril" y toda "elevación heroica". Según algunas de sus indicaciones, el espíritu se opone al cuerpo como la realidad metafísica a la realidad física, y la super-vida a la vida (26), de modo que desembocamos nuevamente en esa típica irreductibilidad en la que está ausente cualquier referencia a un Principio de orden superior; el esquema dualista es constante en Evola, incluso, como él mismo afirmó, "como último término de referencia" (27): es para él un "escenario metafísico" el marco de la oposición entre las "fuerzas del cosmos" y las "fuerzas del caos", lo que inevitablemente convierte su pensamiento en una suposición arbitraria carente de fundamento.

 

La mencionada "selección interna" de la raza no podía dejar de sugerir, en el pensamiento de Evola, la premisa necesaria para la constitución del nuevo tipo del hombre fascista. La purificación y la potenciación racial daría por resultado el nacimiento de la "elite" italiana, entendida como nórdico-aria y ario-romana (28), que no simplemente debería adoptar la forma de una clase dirigente o de un partido, sino de una Orden ascético-guerrera, en posesión de una indefinible "liturgia de la potencia". Nos hallamos pues ante una interpretación unilateral y capciosa de la doctrina guénoniana de la élite; para René Guénon, ésta no consistía en una categoría sociológica definida por la posesión o la conquista del poder político, sino que pertenecía al orden de la intelectualidad, ya que, por definición, no puede ser sino espiritual e iniciática. Estamos lejos de la analogía militarista, "olímpica" y "solar" de la "guardia del espíritu" basada en precisas condiciones raciales.

 

Por lo demás, la acentuada vinculación a un ideal "viril", consecuencia de la vía del reforzamiento de la individualidad, excluye en principio la concepción del perfecto equilibrio entre los aspectos masculinos y femeninos del ser, es decir, la neutralización de las oposiciones en una síntesis superior, objetivo éste propio de toda realización iniciática o sapiencial dirigida a la restauración del estado primordial. Se trata del yin y el yang de la tradición taoísta, o de la figura hermética del andrógino. En este sentido, las referencias a "técnicas de utilización de la mujer" con objetivos exclusivamente "mágicos" deben ser concebidas más como un síntoma de desequilibrio que como medios para alcanzar "determinadas experiencias traumáticas" en vistas a un desplazamiento efectivo de los propios límites (29).

Otro aspecto que merece atención es la opinión de Evola de que las formas tradicionales actualmente accesibles han perdido su eficacia, al menos en cuanto a los fines de una realización iniciática, y su negación de la necesidad de una vinculación ritual como condición previa y esencial para la transmisión de la enseñanza. Tal consideración, para él, dependería ante todo de un punto de vista "burocrático" y carente de validez en el mundo moderno. En cuanto a Occidente, la postura antimasónica de Evola (30) demuestra con claridad que incurrió en el mismo error superficial que aquellos a quienes pretendidamente quiso oponerse. El carácter más o menos nefasto de las tendencias de gran número de masones es algo ajeno a la iniciación y, por lo tanto, a la estructura tradicional de la Masonería, a sus símbolos y a sus ritos.

 

En 1973, la revista italiana "Arthos" publicó el esquema propuesto por Evola para la constitución de una "Orden", de acuerdo con la petición que algunos medios dirigieron al autor (31). En él se ofrecen los rasgos que deben poseer sus futuros componentes, las cualificaciones exigidas, la jerarquía interna deseable y los principios de organización. No carecería de interés un análisis del mismo, y puede verse aquí la consecuencia práctica de diversas conclusiones ya mantenidas en otro de sus libros, Cabalgar el tigre (32). En éste intenta describir una "vía" para los "seres diferenciados" en la época y el ambiente contemporáneo, que, desligados de todo vínculo tradicional, deberían remitirse directamente a su propia "trascendencia". Tras una crítica del existencialismo y de algunas de las características disolutivas del mundo moderno, como el sentimiento de vacío y el mito económico-social, Evola define la fórmula que debe regir los actos del hombre "diferenciado": la impersonalidad activa, una especie de ethos de libertad y sacrificio, de exaltación vital y de superación del individualismo burgués, que invierta los valores negativos de la modernidad utilizando sus "venenos" como auténticos antídotos. Pero en su aguda y penetrante crítica del mundo moderno encontramos siempre la misma tendencia: el enardecimiento de la persona absoluta, la culminación del ser soberano, la particular acentuación del aspecto "guerrero", de la "voluntad de potencia", del estilo "olímpico" y "viril", conceptos todos ellos que se sitúan en las antípodas de la anulación del individuo y de la "pobreza" de los verdaderos maestros espirituales. En suma, su rechazo del aspecto "receptivo" y contemplativo, su tendencia a una desenfrenada afirmación del aspecto "activo" con la pretensión de alcanzar así lo "incondicionado", presupone una completa confusión de planos y no se corresponde en absoluto con ninguna enseñanza tradicional (33). Es más, la supuesta "diferenciación" espiritual referida por Evola y las consecuencias que de ella se derivan, pese a llegar a confundirse en ocasiones con una cierta adhesión a puntos de vista tradicionales, representan, en definitiva, una apertura a influencias externas de un orden ciertamente sospechoso.

Evola murió el 11 de junio de 1974. A finales de agosto, sus cenizas fueron depositadas en el glaciar del monte Rosa, a 2.500 mts. de altura, en la frontera italo-suiza, de acuerdo con sus últimas indicaciones. Dejó tras de sí una obra extensa y digna de atención por su combativa crítica a la modernidad, por su intento por poner al descubierto la verdadera situación de un "mundo en ruinas", espiritual e ideológicamente hablando, y por su severa advertencia de los peligros de la actual situación de Occidente... Sin embargo, es preciso hacer notar, en suma, cuáles son los defectos de su particular "rebelión", qué consecuencias se ocultan en ella y, lo que es más importante, hasta qué punto refleja un alejamiento de cualquier fundamento trascendente válido y cómo el "tradicionalismo" puede, a pesar de las apariencias, desembocar en una neutralización de las únicas fuerzas que serían capaces de suscitar una modificación efectiva en los pilares de la mentalidad moderna.

 

1. Evola, "Saggi sull' idealismo magico", Todi-Roma, Atanòr, 1925.

2. Cf. Philippe Baillet: "Introduction à Evola".

3. Evola, "Il cammino del cinabro", Milano, Vanni Scheiwiller, col. "La primula rosa", 1963.

4. Cit. Adriano Romualdi, "Julius Evola: l'uomo e l'opera", Roma, Volpe, 1968. -"Todos esos extraños cristales negros perdidos en la noche / fragmentos caídos de mundos lejanos..." (Cf. Evola, "Raâga Blanda. Composizioni 1916-1922", Milano, Vanni Scheiwiller, 1969).

5. "Quien toma la extinción como extinción, y, una vez tomada la extinción como extinción, piensa la extinción, piensa en la extinción, piensa sobre la extinción, piensa: "la extinción es mía" y se une a la extinción -éste, yo digo, no conoce la extinción" (Majjhimanikâyo, I, 1).

6. Evola, "Teoria dell'Individuo assoluto", Torino, Bocca, 1927, y "Fenomenologia dell'Individuo assoluto", Torino, Bocca, 1930.

7. Evola, "Teoria dell'Individuo assoluto", cit., p. 308. La expresión de "individuo absoluto" ya fue usada por Michelstaedler en contraposición con la individualidad ilusoria. Por lo demás, la utilización de un concepto por completo moderno en la filosofía de Evola es claramente extraña a la idea de tradición.

8. "Julius Evola o il rinoceronte sull'asfalto", en la Rivista di Studi Tradizionali, nº 8 y 9, Torino.

9. Evola, y otros, "Introduzione alla magia quale scienza dell'io", Roma, Gruppo di Ur, 1927-29 (trad. cast.: "La Magia como ciencia del Espíritu", Buenos Aires, Heracles, 1996 [tres volúmenes publicados, aunque el proyecto original lo forman ocho]). En las referencias a las traducciones al castellano de las obras mencionadas utilizaremos la fecha de la última edición conocida.

10. Evola, "Saggi sull'idealismo magico", cit.

11. Evola, "L'uomo come potenza. I Tantra nella loro metafisica e nei loro metodi di autorealizzazione magica", Todi-Roma, Atanòr, 1925.

12. Publicada con el título "Lo yoga della potenza. Saggio sui Tantra: lo yoga del sesso", Milano, Bocca, 1949 (trad. cast.: "El yoga tántrico. Un camino para la realización del cuerpo y el espíritu", Madrid, Edaf, 1991).

13. El propio autor reconoció que en la edición original de la obra era evidente "una exaltación casi nietzschiana de la visión de la vida del adepto tántrico" (Cf. "Il cammino del cinabro", cit.).

14. Evola, "Imperialismo pagano. Il fascismo dinanzi al pericolo euro-cristiano, con una appendice sulle reazioni di parte guelfa", Todi-Roma, Atanòr, 1928.

15. Evola, "Il cammino del cinabro", cit.

16. Evola, "Il cammino del cinabro", cit. No obstante, las relaciones de Evola con el fascismo y el nazismo alemán presentan ciertas complejidades; cf. "Julius Evola nei documenti segreti del Terzo Reich", a cargo de Nicola Cospito y Hans Werner Neulen, Roma, Europa, 1986, y, del propio Evola, "Il fascismo. Saggio di una analisi critica dal punto di vista della destra", Roma, Volpe, 1964 (trad. cast.: "Más allá del fascismo", Buenos Aires, Heracles, 1995). En este intento de influir sobre el ambiente político italiano se enmarca la creación de la revista "La Torre", en 1930, que desapareció tras haber publicado únicamente diez números.

17. Evola, "La dottrina del risveglio. Saggio sull'ascesi buddhista", Bari, Laterza, 1943 (trad. cast.: "La Doctrina del despertar", Buenos Aires, Heracles, 1997).

18. Cf. Piero di Vona, "Evola, Guénon, De Giorgio", Borzano, SeaR, 1993, y Evola, "Rivolta contro il mondo moderno", Milano, Hoepli, 1934, la obra más importante del autor (trad. cast.: "Rebelión contra el mundo moderno", Buenos Aires, Heracles, 1994).

19. Evola, "La tradizione ermetica nei suoi simboli, nella sua dottrina e nella sua "Ars Regia"", Bari, Laterza, 1931 (trad. cast.: "La tradición hermética en sus símbolos, en su doctrina y en su Arte Regia", Barcelona, Martínez Roca, 1975).

20. Evola, "Maschera e volto dello spiritualismo contemporaneo. Analisi critica delle principali correnti moderne verso il sovrasensibile", Torino, Bocca, 1932 (trad. cast.: "Máscara y rostro del espiritualismo contemporáneo", Tlacoquemecatl, México, Diana, 1974).

21. Evola, "Il mistero del Graal e la tradizione ghibellina dell'impero", Bari, Laterza, 1938 (trad. cast.: "El misterio del Grial", Palma de Mallorca, Olañeta, 1997).

22. Evola, "Orientamenti", Roma, Imperium, 1950.

23. Evola, "Gli uomini e le rovine", Roma, Ed. dell'Ascia, 1953 (trad. cast.: "Los hombres y las ruinas", Buenos Aires, Heracles, 1994).

24. Evola, "Sintesi di dottrina della raza", Milano, Hoepli, 1941 (trad. cast.: "La raza del espíritu", Buenos Aires, Heracles, 1996), y también Evola, "Indirizzi per una educazione razziale", Napoli, Conte, 1941. La formulación de una doctrina de la raza se debió principalmente al hecho de haber escrito en 1937 una historia del racismo por encargo del editor Hoepli: "Il mito del sangue. Genesi del razzismo", en el que examinaba los antecedentes del racismo en el mundo antiguo, las formas modernas de la "doctrina" (Gobineau, Woltmann, Vacher de Lapouge, Chamberlain), las teorías de la antropología, de la genética, de la herencia y de la tipología, la concepción racista de la historia y las bases del antisemitismo. En cuanto a este último, la posición de Evola es confusa; más bien se trataría de antihebraísmo.

25. Evola, "Indirizzi per una educazione razziale", cit.

26. Evola, "Sintesi di dottrina della raza", cit.

27. Evola, "Gli uomini e le rovine", cit.

28. Cf. Piero di Vona, op. cit.

29. Evola, "Metafisica del sesso", Roma, Atanòr, 1958 (trad. cast.: "Metafísica del sexo", Barcelona, Paidós, 1997).

30. Evola, "Scritti sula Massoneria", Roma, Il Settimo Sigillo, 1984. Contiene ocho artículos publicados entre 1937 y 1942.

31. Evola, "L'orden della Corona di Ferro", Pontremoli, Centro Studi Evoliani, Arthos, nº 2, enero de 1973.

32. Evola, "Cavalcare la tigre", Milano, Vanni Scheiwiller, 1961 (trad. cast.: "Cabalgar el tigre", Barcelona, Nuevo Arte Thor, col. "El Laberinto", 1987).

33. G. Ponte, artículo citado.

 

 

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