Orígenes:
DE LOS PRINCIPIOS
Versión basada en la edición catalana: "Tractat
sobre els Principis", traducció i edició a cura de Josep Ríus Camps, Laia,
Barcelona, 1988 (agotada). El Peri-Archon (De principiis) es la obra más
importante de Orígenes. Se trata del primer sistema de teología cristiana y el
primer manual de dogma. La escribió en Alejandría entre los años 220 y 230.
Todo lo que queda del texto griego son unos fragmentos en la Philocalia y en
dos edictos del emperador Justiniano I. En cambio, se conservó íntegra en la
traducción libre de Rufino. La obra comprende cuatro libros, cuyo contenido
puede resumirse bajo estos títulos: Dios, Mundo, Libertad, Revelación. El
título "fundamentos" o "principios" revela el objetivo de
toda la obra. Orígenes se propuso estudiar las doctrinas fundamentales de la fe
cristiana.
LIBRO 1
PREFACIO
1. Todos los que creen y están plenamente convencidos
de que "la gracia y la verdad han venido por medio de Jesús Mesías"
(Juan 1,17) y que Cristo es la Verdad, según aquello que dijo: "Yo soy la
Verdad" (Juan 14, 6), no sacan el conocimiento que estimula a los hombres
a vivir feliz y razonablemente de ningún otro lugar que de las mismas palabras
de Cristo y de su doctrina. Cuando decimos "palabras de Cristo" no
nos referimos solamente a aquellos a quienes enseñó él cuando se hizo hombre y
se encarnó; en efecto, ya antes Cristo, como Logos de Dios, era en Moisés y en
los Profetas. ¿Cómo, si no, habrían podido profetizar sobre el Mesías sin el
Logos de Dios? Para probarlo no sería difícil mostrar a partir de las divinas
Escrituras que tanto Moisés como los Profetas hablaron e hicieron todo llenos
del Espíritu de Cristo. Pero nuestra intención es precisamente componer la
presente obra de forma sucinta, cuanto más breve mejor. Por eso pienso que
habrá bastante con aducir este testimonio de Pablo, de la epístola que escribió
a los Hebreos, que dice así: "Por la fe, Moisés, el grande, rechazo ser
nombrado hijo de la hija del Faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo
de Dios que gozar del placer efímero del pecado, considerando una riqueza más
grande el oprobio del Mesías que los tesoros de Egipto" (Hebreos 11,
24-26). Y que tras su ascensión a los cielos habló por medio de los apóstoles,
Pablo lo indica así: "¿Por ventura buscáis una prueba de si el Mesías
habló por mí?" (2 Corintios, 13, 3).
2. Ahora bien, como muchos de los que se profesan
creyentes en Cristo están en desacuerdo no solamente en cuestiones
insignificantes, sino también en las de máxima importancia -es decir, sobre
Dios, sobre el Señor Jesús, el Mesías, o sobre el Espíritu Santo; y no
solamente sobre ellos, sino también sobre criaturas como las dominaciones o
sobre las santas potestades- por eso nos ha parecido necesario establecer
primero una pauta segura y una regla manifiesta sobre cada uno de estos puntos,
para examinar después las otras cuestiones. Porque, así como siendo muchos
entre los griegos y entre los bárbaros los que prometían la verdad, nosotros
renunciamos a buscarla cerca de aquellos que la afirmaban con falsas teorías,
después que creyéramos que el Mesías es el Hijo de Dios y nos convencimos que
es de él de quien debemos aprender: así también, siendo muchos los que creen
que piensan como Cristo, y dado que algunos de ellos piensan diferentemente de
los que nos han precedido, teniendo en cuenta que es necesario servirse de la
Predicación apostólica transmitida por vía de sucesión a través de los
Apóstoles y conservada hasta el presente en las iglesias, solamente ha de darse
fe a aquella verdad que no es en nada discordante con la tradición eclesiástica
y apostólica.
3. No es menos cierto que los Apóstoles, mientras
predicaban la fe en el Mesías, por lo que atañe a ciertas verdades que creyeron
imprescindibles, las transmitieron de manera bien manifiesta a todos los
creyentes, incluso a los que parecían más refractarios a la investigación de la
ciencia divina, dejando la tarea de buscar la razón de sus aserciones a los que
se hiciesen merecedores de los dones más excelentes del Espíritu y sobre todo
que hubiesen recibido del mismo Espíritu Santo el don de la palabra, de la
sabiduría y del conocimiento por experiencia (cfr. I Corintios, 12, 8); por lo
que concierne a los restantes, en cambio, no afirmaron su existencia, pero
silenciaron sus particularidades y procedencia, a buen seguro para que los más
despiertos de sus sucesores, que fuesen amantes de la sabiduría, pudiesen
ejercitarse y mostrar así el fruto de su ingenio -me refiero a los que se
hiciesen dignos y se capacitasen para recibir la sabiduría-.
4. Las verdades, pues, que han sido transmitidas de
forma manifiesta por la predicación apostólica son las siguientes:
En primer lugar, que hay un sólo Dios, que todo lo
ha creado y organizado, que de la nada ha hecho existir el universo; Dios desde
la primera criatura y desde la creación del mundo, Dios de todos los justos:
Adán, Abel, Set, Enós, Noé, Sem, Abraham, Isaac, Jacob, y doce Patriarcas,
Moisés y los Profetas; y que este Dios en los últimos días, tal como lo había
prometido por sus Profetas, ha enviado al Señor Jesús Mesías, primeramente para
llamar a Israel, en un segundo momento también las naciones paganas, después de
la traición del pueblo de Israel (cf. II, 4). Este Dios, justo y bueno, Padre
de nuestro Señor Jesús Mesías, él mismo ha dado la Ley, los Profetas y los
Evangelios, Dios también de los Apóstoles, así como del Antiguo y del Nuevo
Testamento (cf. II, 5).
Seguidamente, que el Mesías Jesús, el mismo que ha
venido, nació del Padre antes que toda criatura. Él, que había colaborado con
el Padre en la creación del universo -"mediando él", en efecto,
"existió todo" (Juan, I, 3)-, en los últimos tiempos se anonadó a sí
mismo, se hizo hombre y se encarnó, aun siendo Dios (cf. Flp. 3, 6-7); y una
vez hecho hombre, permaneció siendo lo que era, Dios. Ha asumido un cuerpo
semejante al nuestro, diverso solamente en el hecho de que nació de una Virgen
y del Espíritu Santo. Y que este Jesús Mesías padeció realmente y no en
apariencia y que murió realmente de la muerte común y por ello también resucitó
de entre los muertos y, tras la resurrección, habiendo convivido con sus
discípulos, fue llevado al cielo (cf. Actos I, 2) (cf. II, 6, 1-2, 7).
Seguidamente transmitieron que el Espíritu Santo
está asociado al Padre y al Hijo en honor y en dignidad. Referente a esto ya no
se discierne de modo manifiesto si ha sido engendrado o es ingénito, si también
él ha de ser considerado Hijo de Dios o no. Todo eso se ha de investigar en la
medida de nuestras fuerzas a partir de la santa Escritura y analizar
cuidadosamente (cf. I, 3,1-4). Asimismo, que este Espíritu Santo inspiró a cada
uno de los santos Profetas o Apóstoles y que no hubo un Espíritu en los
antiguos y otro en aquellos que fueron inspirados cuando la venida del Mesías,
y que se predica en la Iglesia de forma bien manifiesta (cf. II,7).
5. Después de eso viene ya que el alma, dotada de
esencia y de vida propia (cf. II 8,1-2a), será retribuida según sus
merecimientos cuando se vaya de este mundo: o bien obtendrá en herencia la vida
eterna y la beatitud, si sus acciones le hacen merecerlo (cf. II, 11); o bien
será librada al fuego perpetuo y a los suplicios, si la culpa de los delitos
apunta en esta dirección (cf. II, 10, 4-8). Igualmente, que vendrá el momento
de la resurrección de los muertos, cuando este cuerpo que ahora "es
sembrado corruptible, resucitará incorruptible" y que ahora "es
sembrado en la miseria, resucitará glorioso" (1 Corintios, 15, 42-43) (cf.
II, 10, 1-3).
Se encuentra también definido en la predicación
eclesiástica que toda alma intelectual está dotada de libre albedrío y de
voluntad (cf. III, 1,1-21.24); igualmente, que mantiene un combate con el
diablo y sus ángeles y las potencias adversas, desde el momento que éstas
pugnan por inducirla al pecado, mientras que nosotros, viviendo con rectitud,
luchamos por desprendernos de tales máculas (cf. III, 2, 1-3,4). De aquí se
sigue consecuentemente que no estamos sometidos al destino de manera que nos
veamos constreñidos a hacer el bien o el mal tanto si queremos como si no. Si,
efectivamente, estamos dotados de libre albedrío, puede darse el caso de que
unas potencias nos impulsen hacia el pecado y que otras colaboren en nuestra
salvación; en ningún caso, sin embargo, somos obligados por el destino a obrar
bien o mal. Piensan así los que aseguran que el curso y los movimientos de los
astros son causa de las acciones humanas, no solamente de las que no dependen
del libre albedrío, sino también de las que se encuentran en nuestro poder (I,
5,3; 8,1).
Por lo que concierne, en cambio, a si el alma se
transmite por medio de un semen, hasta el punto que sus razones seminales
("logos spermatikos") estén insertadas en las mismas semillas
corpóreas, o bien tiene otro origen, o si este origen es engendrado o ingénito,
o bien si ella es introducida en el cuerpo desde fuera o no, todo eso no se
distingue suficientemente en la predicación expresa (cf. I, 7,3-4a).
6. Igualmente, en lo referente al diablo, a sus
ángeles y a las potencias adversas, la predicación eclesiástica, si bien ha
afirmado su existencia, no ha expuesto con suficiente claridad su naturaleza y
particularidades. Hay muchos, sin embargo, que opinan que el diablo fue un
ángel y que, convertido en apóstata, habría convencido a numerosísimos ángeles
a extraviarse junto a él; y a estos se les considera hasta hoy como sus ángeles
(cf. I, 5,4-5).
7. Se encuentra aún en la predicación eclesiástica
que este mundo ha sido hecho y ha tenido inicio en un tiempo determinado y que,
por ser corruptible, ha de disolverse (cf. III, 5, 1-3, 68). Ahora bien, qué
había antes de este mundo o qué habrá después del mundo, a muchos no les parece
lo bastante manifiesto, pues sobre estas cuestiones no se ha pronunciado con
evidencia la predicación eclesiástica (cf., II, 1, 1a. 3ª; 3,1.4-6).
8a. Como también que las Escrituras han sido
compuestas por obra del Espíritu de Dios y que no contienen solamente el sentido
que aparece en el exterior, sino otro que escapa a la mayoría. En efecto, lo
que se ha escrito es figura de determinados misterios e imagen de realidades
divinas. Sobre esto el sentir de toda la Iglesia es unánime: que toda la Ley es
espiritual (Romanos, 7, 14), pero que aquello que la Ley quiere revelar no es
conocido de todos, sino solamente de aquellos a los que se ha otorgado la
gracia del Espíritu Santo acopiando palabras sabias y plenas de experiencia
(cf., 1 Corintios, 12, 8) (cf. IV, 1, 1-3,14).
8b. Del mismo modo, el término
"incorpóreo" es inusitado y desconocido no solamente por muchos
autores, sino incluso por nuestras Escrituras. Ahora bien, si se nos aduce un
pasaje del opúsculo conocido como "Doctrina de Pedro", donde el
Salvador dice supuestamente a los discípulos: "No soy un demonio
incorpóreo", en primer lugar hay que responder que este libro no ha sido
admitido entre los libros de la Iglesia y hacerle ver que este escrito no es de
Pedro ni de ningún otro escritor inspirado por el Espíritu de Dios. Y en caso
de que fuera aceptado, el sentido que tiene aquí la palabra
"incorpóreo" no es el mismo que el que aparece entre los autores
griegos o paganos cuando los filósofos discuten sobre la naturaleza incorpórea.
Efectivamente, en este opúsculo "demonio incorpóreo" significa que la
figura o el aspecto externo, sea el que fuere, del cuerpo demoníaco, no es
semejante a éste nuestro más denso y visible; sino que se ha de entender
aquella frase según el sentido que le quiso dar el autor del escrito, a saber,
que el Salvador no tenía un cuerpo como el que tienen los demonios (que es como
de una naturaleza sutil, como un aura tenue, y que por ello es considerado por
muchos o es denominado "incorpóreo"); bien al contrario, que (el
Salvador) tiene un cuerpo sólido y palpable. Efectivamente, es una costumbre
humana extendida entre los simples y los ignorantes el denominar
"incorpóreo" a todo aquello que no tenga estas características; es
como si alguien dijese que el aire que respiramos es incorpóreo, dado que no es
un cuerpo tal que se pueda retener y que ofrezca resistencia a la presión.
9. Asimismo, nos preguntamos si aquello que los
filósofos llaman "incorpóreo" se encuentra con otro nombre en las
santas Escrituras. Se ha de indagar igualmente cómo Dios mismo ha de ser
concebido, corpóreo y definido por cierta forma, o de una naturaleza diversa de
la corporeidad, cosa que no está manifestada con certeza en nuestra predicación
(cf. I, 1). Las mismas cuestiones han de plantearse a propósito de Cristo y del
Espíritu Santo (cf. I, 2, 1-3, 4). Esta indagación ha de extenderse a todas las
almas y a toda la naturaleza inteligible (cf. I, 7, 1).
10. Consta también en la predicación eclesiástica
que existen ángeles de Dios y potencias buenas que le asisten en la tarea de
llevar a término la salvación de los hombres; no se distingue, en cambio, de
forma manifiesta, cuándo fueron creados y qué naturaleza tienen o cuáles son
sus particularidades. Tampoco se ha transmitido expresamente si el Sol, la Luna
y las estrellas son seres animados o inanimados. Hará falta, pues, de acuerdo
con el precepto que dice: "Haced que la luz sapiencial os ilumine"
(Oseas, 10, 12), que se sirva de tales elementos y fundamentos todo aquel que
desee construir con la razón un cuerpo que los organice todos. Así, apoyándose
en afirmaciones manifiestas y vinculantes, ha de investigarse a fondo lo que
hay de verdad en cada una de las cuestiones hasta constituir, como hemos dicho,
un cuerpo orgánico, en el cual se integren ejemplos y afirmaciones, al
descubierto los unos en las santas Escrituras y brotando los otros de la
búsqueda de las concatenaciones y del rigor lógico.
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