Julius Evola:
¿QUÉ ES LO BURGUÉS?
Tomado de la Revista chilena "Ciudad de los Césares", N° 11, Marzo- Abril 1990.
El burguesismo tiene tres aspectos fundamentales: social el primero, moralista el segundo, sentimental el tercero. Digamos brevemente algo sobre cada uno de ellos. Socialmente, el burguesismo recibe su definición a través de la misma palabra. En efecto, burguesía equivale a "tercer estado", más precisamente a la clase de los mercaderes y los artesanos reunidos en las ciudades medioevales. Ahora bien, es cosa a todos evidente que el "progreso" de la historia desde el Medioevo se resume esencialmente en un desarrollo anormal del elemento burgués y de los intereses y actividades propias solamente de él, y no de los otros, superiores elementos de la jerarquía medioeval: desarrollo que ha asumido el carácter invasor de un verdadero cáncer.. Es el burgués el que ha lanzado a manos llenas el ridículo sobre los ideales de la precedente ética caballeresca. Es el burgués el que, como aquella "gente nueva" despreciada por Dante, ha dado la señal de la revuelta antitradicional, usurpando el derecho de las armas, fortificando los centros de una impura potencia económica, alzando estandartes propios, oponiendo -con las Comunas- una anárquica pretensión de autonomía a la autoridad imperial. Es el burgués quien, poco a poco, ha hecho que parezca natural aquello que en otros tiempos -en tiempos de normalidad- habría valido como absurda herejía: esto es que la economía es nuestro destino, el lucrar es la finalidad, el mercar y traficar es "actuar", el traducir todo en términos de "rendimiento", de "prosperity", de "comfort", de cosas susceptibles de especulación, de compra y de venta, es la esencia de la civilización.
Al advenimiento al poder del burgués, el Occidente, que las revoluciones primero y luego las constituciones y las democracias habían definitivamente desvinculado de los residuos "medioevales", debe su ilusoria grandeza, pero al mismo tiempo la espantosa destrucción espiritual que le es propia.
El segundo aspecto del burguesismo es el moralismo. Es su aspecto más moderno, en el fondo, de lo que se ha subrayado, tanto más porque su carácter negativo escapa a la gran mayoría de las personas cuanto porque el proceso de aburguesamiento de los valorer ha terminado por imponer una "forma mentis" general a sus usos. En un texto tradicional, de nada menos que dos mil quinientos antes de Nietzsche, se lee: "Perdida la Vía (es decir, la adhesión inmediata a la espiritualidad pura) resta la Virtud; perdida la Virtud, resta el moralismo. El moralismo es sólo la exterioridad de la ética y marca el principio de la decadencia. En él se dan concisa y exactamente las varias etapas del proceso de caída que ha llevado hasta el ídolo burgués: el moralismo. Un ídolo tal no fue jamás conocido en las grandes civilizaciones tradicionales: jamás fue conocido un sistema de domesticación y de conformismo basado sobre convención, compromiso, hipocresía y cobardía, y justificado s6lo en función de un mezquino utilitarismo socializado, esto es, sobre un sistema de "tabúes" para protección del propio comer y traficar imperturbados, ni siquiera de grandes fieras solitarias, sino directamente de pequeños animales coaligados. Por otra parte, el moralismo se ha formado precisamente en correspondencia al desarrollo parasitario e insolente de la civilizaci6n burguesa en Occidente, y seria bastante fácil reconectar sus actitudes más características a los exponentes ideológicos más representativos de tal civilización. Por lo demás, si antes del advenimiento del moralismo burgués estaba vigente una ética, es necesario reconocer que la misma ética, a su vez, es nada más que espiritualidad secularizada y religión laicizada. Aquello que hoy tiene valor de "moral" convencional y que ayer tenía valor de ética íntima, tradicionalmente poseía una justificación "sacra" como, bajo forma de símbolo, lo que dice ya el hecho de que en la antigüedad todo sistema de leyes fue considerado o "sobrenaturalmente" revelado, o de origen "divino", o procedente de legisladores de naturaleza no simplemente humana: Menes, Minos, Manu, Numa, y así. Esto se vincula a la esencia misma de toda cultura tradicional, qule siempre entiende reunir al hombre a una fuerza de lo alto, capaz, en su intensidad, de arrastrar, plegar y organizar todo elemento de la naturaleza inferior; o sea, todo elemento puramente humano, para propiciar adecuadas posibilidades de transfiguraci6n, y no para enredar y encerrar todo arrojo, toda manifestaci6n de fuerza y de ardor, hasta la producci6n en serie de pequeños seres y de pequeñas vidas ordenadas por binarios conformistas.
Cuando esta fuerza de lo alto no está más presente, por cierto tiempo resta todavía su huella, vale decir, resta una ética en sentido clásico, esto es, el ethos como íntima formación de carácter y estilo tradicional de vida, con un espontáneo amor por el dominio de sí, la disciplina, el riesgo, la fidelidad o el mando. El Centro se fija sobre el filisteo con sus varias máscaras: de la del puritano fanático a la del Candide o del Babbit. Entonces la emasculación interior, la normalización a toda costa, la estandarización obligatoria, se imponen en toda la línea. Así, de la época burguesa se resbala, según la lógica continuidad, a un nivel todavía más bajo, en cuanto la liberación racional de aquellos "prejuicios burgueses" que son la "persona", el "yo" y el "libre arbitrio", a mayor gloria de un conglomerado social comunista mecanizado y estatizado, después del estandarismo puritano, ha sido la vez de orden del nuevo evangelio soviético. Porque aquí, como en otros campos (por ejemplo, en la economía, donde el capitalismo burgués ha llamado contrapuntísticamente en contra de sí la antítesis marxista), una especie de némesis o justicia inmanente ha venido a golpear a los subvertidores del orden antiguo.
El tercer aspecto del burguesismo es el sentimentalismo. El sentimentalismo es una característica típicamente burguesa, como el mismo romanticismo. En el sentimental y en el romántico culmina la pequeña alma burguesa domesticada y "buena", conmoviéndose hasta el fondo ante empalagos políticos, heroísmos melodramáticos, patéticas complicaciones de amores, contaminaciones oleográficas de la naturaleza: todo, por lo demás, sirviendo s6lo como compensación psíquica para mantener -prácticamente- bien firmes e imperturbables, sus "routines" sociales, profesionales y familiares cotidianas.
A esta altura no es en absoluto una paradoja afirmar que el idealismo, es decir, la abusiva retórica de los "sagrados ideales", de las "ideas sublimes", de la "fe" y cosas por el estilo, es algo en todo y por todo burgués; algo fumoso y vano que enmascara la ausencia de una silenciosa y verdadera fuerza creativa. Diremos, entonces, que no la ausencia, sino la presencia de los "ideales" y de la "fe", tomados en tal sentido, caracteriza la época burguesa.
"Ideales" y "fe", en cambio, estuvieron verdaderamente ausentes allí donde fueron sentidos como demasiado poco, allí donde el hombre es central respecto de sí mismo, allí donde está vigente la fuerza pura, la potencia, la verdadera creación. Culturas ascéticas, culturas guerreras, culturas creadoras tienen tan poco lugar para los "ideales" y la "fe", como para la "moralidad" y el "sentimentalismo". En ellas hay, esencialmente, formas superiores de vida, o más bien, formas de supervida, sin expresionismos retóricos ni sentimentales, sin domesticación, sin las transposiciones inherentes a quien es externo respecto de sí mismo, a quien oscila y vacila respecto de sí mismo. Y esto vale tanto en el plano individual y "tipológico", cuanto en el de las razas y de las varias fases de los ciclos históricos.
lunes, 1 de julio de 2013
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