Abû 'Alî Ibn Sinâ (Avicena): RISÂLA DEL PÁJARO (1)
[I] ¿No habrá
nadie entre mis hermanos que quiera escucharme para que pueda confiarle algunas
de mis tristezas? Acaso así podría compartir fraternalmente mi pesada carga,
pues la amistad de un amigo sólo es perfecta, tanto en la buena fortuna como en
la mala, cuando se halla al abrigo de cualquier flaqueza. Pero ¿donde
encontraré un amigo tan puro y sincero en [este] tiempo (2) en que la amistad
se ha convertido en un comercio del que se echa mano cuando la necesidad del
negocio obliga a llamarlo y después se renuncia a su trato tras de haber
despreciado aquella urgencia? Sólo se visita a un amigo cuando tú has recibido
la visita de la desgracia; no se recuerda al amigo, salvo cualquier apremio nos
devuelve la memoria. Es cierto que hay hermanos unidos por un común parentesco
divino, amigos que se asemejan a la hermandad celestial, que contemplan las
Esencias Verdaderas (3) con la mirada de la visión interior, que han purificado
las entretelas de sus almas de toda sombra de duda; tal sociedad de hermanos
sólo puede convocarla el heraldo de la vocación divina. Doquiera que estén,
acojan el presente testamento (4).
¡Hermanos de la
verdad! (5). Comunicad vuestro secreto, reuníos y que cada uno ante su hermano
levante el velo que oculta el fondo de su corazón para que cada cual ilustre al
otro y así podáis realizar, unos por otros, vuestra perfección (6).
¡Hermanos de la
verdad! Retraeos como el erizo retrae [sus púas] mostrando en la soledad el ser
secreto y ocultando el ser aparente (7) ¡Lo juro por Dios! A vuestro ser oculto
le corresponde mostrarse y conviene que desaparezca el ser aparente.
¡Hermanos de la
verdad! Dejad vuestra piel como la serpiente suelta su camisa. Marchad como
camina la hormiga sin que nadie sienta el ruido de sus pasos. Imitad al
alacrán, que lleva el aguijón en la punta de su cola, pues por detrás es por
donde Satanás intenta sorprender al hombre (8). Tomad veneno para manteneros
vivos. Amad la muerte para guardar la vida (9). Permaneced en vela permanente,
sin buscar un cobijo concreto, pues en el nido es donde más y mejor se captura
a los pájaros. Si carecéis de alas, robadlas. Si es necesario, procuraos las
alas con astucia, que el mejor avizor es quien tiene fuerza para emprender el
vuelo. Sed como el avestruz, que engulle guijarros calientes; como los buitres,
que se tragan los huesos más duros; como la salamandra, que no teme al fuego;
como el murciélago, que jamás sale de día; pues sí: el murciélago resulta ser
el más listo de los pájaros.
¡Hermanos de la
verdad! El más valiente es el que se atreve a afrontar el mañana; el más
cobarde, el que siempre anda atrasado en su perfección.
¡Hermanos de la
verdad! No hay que asombrarse de que el Ángel huya del mal y que, al contrario,
la Bestia corneta maldades, pues el Ángel no posee órgano alguno de corrupción,
mientras que la Bestia carece de cualquier órgano de entendimiento. No; lo
asombroso es lo que le sucede al hombre dotado de poder contra sus malos
deseos: se deja dominar por ellos teniendo dentro de sí la luz de la
inteligencia. En verdad, se transforma en algo semejante al Ángel aquel que
aguanta a pie firme el asalto de los deseos perversos. Por el contrario, quien
carece de fuerza para resistir las tentaciones de los malos deseos, termina al
nivel de las bestias (10).
Mientras tanto,
lleguemos a nuestro relato y expliquemos nuestras tristezas.
[II] Relato.
Sabed, Hermanos de la Verdad, que un grupo de cazadores salieron en partida al
desierto; tendieron sus redes, colocaron los cebos y se ocultaron entre la
maleza; en cuanto a mí, estaba en la bandada de pájaros. Cuando los cazadores
nos avistaron, para atraernos hicieron sonar un reclamo tan agradable que nos
sumió en la duda. Nos mirábamos unos a otros, veíamos un lugar tan apacible y
placentero, nos sentíamos tan bien acompañados que no experimentábamos
inquietud alguna, ni ninguna sospecha nos impidió encaminarnos hacia aquel
lugar, volando hacia allá. Al momento caímos en las redes, las anillas ciñeron
nuestros cuellos, las mallas aprisionaron nuestras alas, los cordeles anudaron
nuestros pies; cualquier movimiento que intentábamos sólo servía para amarrar
más fuertemente nuestros lazos y agravar nuestra situación (11).
Acabamos por
resignarnos a nuestra suerte; cada cual sólo hacía cuenta de su propio daño,
olvidando el de su hermano; sólo procurábamos buscar alguna astucia que nos libertara.
Más tarde, acabamos por olvidar a qué degradación había llegado nuestra
situación, perdimos la conciencia de nuestras cadenas y de la angostura de
nuestra cárcel y nos abandonamos a la inoperancia (12).
Pero he aquí
que un día, mientras miraba entre las mallas de las redes, vi una bandada de
pájaros que habían sacado las cabezas y alas de la jaula y se preparaban para
el vuelo (13). En sus pies aún se veían los nudos de las cuerdas, no tan
apretadas para impedirles el vuelo, ni tan sueltas como para permitirles una
vida tranquila y sin cuidados. Viéndolos, recordé mi anterior estado, del que
ya había perdido la conciencia. Lo que en el pasado fue mi vida familiar, me
hizo sentir la miseria de mi actual condición (14). Hubiera querido morir de tan
gran tristeza o que mi alma se escapara sin ruido de mi cuerpo cuando los viera
partir.
Los llamaba;
les gritaba desde el fondo de mi jaula:
- ¡Venid!
¡Acercaos! Enseñadme con qué estrategia puedo libertarme; compadecedme, pues en
verdad estoy en las últimas (14).
Pero ellos
recordaban la astucia y trucos de los cazadores. Mis gritos sólo sirvieron para
asustarlos y alejarlos de mí. Entonces les conjuré en nombre de la fraternidad
eterna, en nombre de la camaradería limpia de toda mancha, en nombre del pacto
no roto, para que confiaran en mis palabras y borrasen de su corazón cualquier
duda. Entonces se me acercaron. Cuando yo les pregunté por su situación me
dijeron lo siguiente:
- También
nosotros fuimos cautivos del mismo mal que el tuyo; igualmente sufrimos
desesperación, fuimos familiares de la tristeza, de la angustia y del dolor.
Acto seguido me
enseñaron su medicina. El lazo cayó de mi cuello, mis alas se libraron de las
cuerdas (16), la puerta de mi jaula se abrió. Me dijeron:
- Aprovéchate
de tu liberación.
Pero yo les
pedí de nuevo:
- Quitadme
también esta traba que me queda en el pie.
Me
respondieron:
- Si tuviéramos
fuerza para ello habríamos empezado por retirar la que estaba a nuestro pie. ¿Cómo
un enfermo podría curar a otro? (17).
Salí, pues, de
mi jaula y con ellos emprendí el vuelo. Me dijeron:
- A lo lejos,
delante de ti, se encuentra una región, y no estarás a salvo de cualquier
peligro hasta que hayas atravesado todo el espacio que te separa de ella.
Sigue, pues, nuestra estela para que podamos salvarte y te conduzcamos por el
buen camino hasta la meta que deseas (18).
Nuestro vuelo
nos condujo entre las dos laderas de una montaña por un valle fértil lleno de
vegetación. Volamos agradablemente hasta que sobrepasamos todos los peligros
sin hacer caso del reclamo de cazador alguno (19). Por fin llegamos a la cima
de una primera montaña desde la que divisamos otras ocho cumbres (20) tan altas
que la vista no llegaba a distinguirlas. Unos a otros nos dijimos:
- Detengámonos.
No estaremos seguros sino después de haber cruzado sanos y salvos dichas
cumbres, pues en cada una de las montañas hay gente interesada por nuestra
[captura]; si nos interesáramos por ello y nos distrajésemos con el encanto de
sus placeres y el reposo de sus lugares, jamás llegaríamos.
Mucho hubimos
de sufrir para atravesar, una tras otra, seis montañas y llegar a la séptima
(21). Cuando hubimos sobrepasado sus límites, algunos de los nuestros dijeron a
los otros:
- ¿Acaso no ha
llegado ya la hora de descansar? Estamos agotados por la fatiga, y entre nosotros
y los cazadores hay un buen espacio, pues hemos atravesado una distancia
considerable. Una parada de una hora nos vendría bien para llegar a la meta,
pues si aumentamos nuestra fatiga vamos a perecer (22).
Hicimos, pues,
un alto en la cumbre de la montaña; vimos allí jardines frondosos, hermosos
palacios y pabellones elegantes, árboles frutales y corrientes de agua viva;
delicias tantas que alegraban la vista. Teníamos el alma confusa y el corazón
turbado ante tanta hermosura. Escuchábamos cantos admirables y música de
instrumentos que conmovían. Se respiraban perfumes que dejaban pálidos al ámbar
y el almizcle más exquisitos. Comimos de sus frutos, bebimos de las corrientes
de agua viva, descansamos hasta que repusimos nuestras fuerzas (23). Entonces
nos dijimos unos a otros:
¡Apresurémonos!
No hay trampa más peligrosa que la falsa seguridad, sin vigilancia no es
posible la salvación, fortaleza alguna iguala a la desconfianza que nos
mantiene en guardia. Nuestros enemigos nos siguen los pasos buscando el sitio
en que nos encontramos. ¡Vámonos! (24).
Renunciamos,
pues, a nuestro lugar; por bueno que fuera, más valía aún nuestra salvación.
Tras de habernos puesto de acuerdo para la partida, nos separamos de aquellos
lugares y llegamos a la séptima montaña (25). Su cima era tan elevada que se
perdía en el Cielo; sus laderas estaban pobladas de pájaros. Jamás había
escuchado una música tan brillante, ni contemplado colores tan espléndidos,
formas tan graciosas, ni encontrado compañía tan dulce (26). Cuando nos posamos
cerca de ellos, nos mostraron tanta gentileza, delicadeza y amabilidad que cosa
alguna pudiera describirlas ni comprenderlas. Cuando nos hallamos tan
completamente a gusto con ellos, les referimos los sufrimientos que habíamos
padecido, que comprendieron con la mayor solicitud. Después nos dijeron:
- Más allá de
esta montaña hay una ciudad en la que vive el Rey Supremo. Cualquier oprimido
que llega a implorarle su protección y confia plenamente en él, el Rey aparta
de él la injusticia y el sufrimiento mediante su poder y su ayuda.
Confiando en
sus consejos hicimos propósito de llegar a la Ciudad del Rey. Alcanzamos, pues,
su corte y esperamos su audiencia. Al fin llegó la orden de que los recién
llegados fueran introducidos ante él y penetramos en el castillo. Nos
encontramos en un recinto cuyo esplendor no podría ser expresado por
descripción alguna. Tras de haberlo atravesado, una cortina se desplegaba ante
nosotros, que al desvelarse mostraba una sala tan espaciosa y brillante que nos
hizo olvidar la primera; mejor aún, comparada con ésta, aquella nos parecía
bien poca cosa. Llegamos, al fin, al trono (27) del Rey. Cuando se descorrió el
último velo y la hermosura del Rey resplandeció ante nuestros ojos, quedaron en
suspenso nuestros corazones y fuimos presa de estupor tal que no pudimos ni
formular nuestras quejas. Sin embargo, él se dio cuenta de nuestro desmayo, nos
devolvió la confianza con su amabilidad; y así nos atrevimos a hablarle y a
contarle nuestra historia. Entonces nos dijo:
- No hay nadie
que pueda deshacer el nudo que traba vuestros pies, salvo aquellos mismos que
los anudaron. He aquí, pues, que envío un mensajero a ellos que les impondrá el
deber de daros satisfacción y quitaros la traba. Partid, pues, felices y
contentos (28).
Por fin, he
aquí que estamos en camino marchando en compañía del Mensajero del Rey. Pero
mis hermanos me insistían pidiéndome que les descubriese la hermosura del Rey.
La expondré en pocas palabras que concretan y bastan, a saber: cualquiera que
fuera la belleza sin brizna de fealdad que tu corazón pudiese imaginar, sea
cual fuese la perfección sin pizca de deficiencia que pudieses soñar, el Rey es
el único en que he encontrado su posesión plena, pues en él se ha realizado de
un modo absoluto toda la hermosura, sin nada de imperfección, ni siquiera en
sentido metafórico. Es todo Rostro por su belleza, para que lo contemples; todo
Mano abierta, por su generosidad. Quien a Él se acerca, alcanza la felicidad
suprema; quien de Él se aparta, pierde este mundo y el futuro (29).
Pero ¿cuántos
de mis hermanos, soliviantados por mi relato, no van a decirme:
"Advierto
que tu mente anda un tanto descarriada, si no es que andas enajenado? ¡Vamos!,
jamás has levantado el vuelo, lo que ha volado es tu razón; ningún cazador te
ha tomado por blanco, lo que te ha sido cazado y requetebién es tu caletre. Mas
¿cómo podría volar un hombre? Se diría que la bilis ha inundado tu temperamento
y se te ha secado la mollera. Convendría que te pusieses a régimen; bébete una
infusión de tomillo, toma con frecuencia baños calientes, mójate la cabeza con
agua templada, inhala vapores de aceite de nenúfar; después, sigue un régimen
alimenticio ligero; prescinde del trasnochar excesivo; en fin, evita que se te
recaliente la sesera. Pues antes siempre te habíamos tenido por hombre
razonable, de sano juicio y agudo; sepa Dios qué preocupación nos va a caer
encima por culpa de tu estado; al verte tan desquiciado hasta nosotros nos
sentimos enfermos" (30).
¿Qué les iba a
decir y para qué triste resultado? No hay peor discurso que esos sermones que
la gente te endilga por nada. Pero mi auxilio está en Dios; frente a los
hombres, mi libertad. Aquel que profese otra creencia perderá su vida así en
este mundo como en el futuro; pues los que se esfuerzan por ser los primeros,
un día sabrán del terremoto que los derribará (31).
NOTAS:
1. Ext. de Avicena, Tres escritos esotéricos, Madrid,
Tecnos, 1998. Traducción y notas de Miguel Cruz Hernández.
2. La Risâla del pájaro está escrita sea en la fortaleza
de Fardagân, donde estuvo preso Avicena, o bien más probablemente en la casa
del 'Alawî, en la que permaneció confinado. Tal es, a mi entender, los tiempos
dificiles a que se refiere.
3. Como ha expuesto antes en la Risûla Hayy b. Yaqzân
cuya continuación es la del pájaro. Las esencias verdaderas (haqâ'iq) son las
ideas esenciales del Logos divino.
4. Recuérdese que Avícena escribió una obra titulada asi,
'Ahd (testamento).
5. Esta expresión, cinco veces repetida, hace pensar. Las
tradiciones ísma'îlíes y los autores contemporáneos filoisma'îlíes señalan el
paralelismo con los Ijwân al-safâ' (Hermanos sinceros) de los famosos Rasâ'il
de su nombre filofâtimíes, acaso manejados por el padre de Avicena y el hermano
de éste, y ciertamente por los predicadores fâtimíes que catequizaron al padre
y el hermano del Sayj al-Ra'îs. Sin embargo, ateniéndose a los términos de la
exclamación, pienso que se trata simbólicamente de los solitarios emigrantes al
Reino de la Santidad y literalmente del círculo de amigos y discípulos de
Avicena. Recuérdese que éste, pese a su confinamiento final en Hamadân, dispuso
de cinco hábitos sufíes para disfrazarse él, su hermano, el Gowzgâni y dos
esclavos, y así pasar inadvertidos en su fuga.
6. Las místicas cristiana e islámica han señalado siempre
el sentido de comunión entre los espirituales, a veces hasta en formas
materiales estentóreas, como el grito.
7. Una vez más me remito a Santa Teresa, que tantas veces
se recluía en su retrete, cuarto retirado, pues no era entonces la
"necesaria", que se decía antes de ella, o el "escusado"
que se diría después. (No aparece ni en S. Covarrubias, ni en el Diccionario de
Autoridades)
8. El Embaucador siempre le busca las vueltas al hombre.
9. "En verdad, en verdad os digo: si el grano de
trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho
fruto. El que ama su alma [= la vida] en este mundo, la pierde; pero el que
aborrece su alma en este mundo, la guardará para la vida eterna" (Juan,
12, 24-25).
10. "Porque no entiendo lo que hago, pues no pongo
por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco [...]. Pero entonces ya no soy yo
quien obra esto, sino el pecado que mora en mí [...]. La ley del espíritu de
vida en Jesucristo me libró del pecado y de la muerte [...]. El apetito del
espíritu es vida y paz" (Romanos, 7, 15, 17; 8, 2 y 6). Cito este texto no
sólo por el paralelismo, sino también por su antiguedad, pues puede fecharse
hacia el 57 de nuestra era. Otros paralelismos paganos, cristianos y judíos
podrían multiplícarse a placer. Santa Teresa escribe literalmente: "Clara
está la pieza, más él [pecador o imperfecto] no la goza por el impedimento u
cosas de estas fieras y bestias" (Las Moradas o Castillo interior, ed. T.
Navarro Tomás, Clásicos Castellanos, vol. 1, 8ª ed. Madrid, 1968, p. 21, 2-4.)
Obsérvese el paralelismo con las bestias y fieras tantas veces aparecidas antes
en la Risâla Hayy b. Yaqzân; en otras ocasiones utiliza sus afortunados
diminutivos: bestezuelas y sabandijas.
11. El pájaro como signo y símbolo del alma es tan viejo
como las más antiguas cosmogonías; recuérdese al menos la egipcia. Corbin ha
señalado un texto paralelo verdaderamente sorprendente: el de los salmos
maniqueos (C. R. Allberry, A Manechaean Psalm-Book, Stuttgart, 1938, pp.
181-182). Sabido es que el maniqueísmo se extendió entre las tribus turcas de
los hoy llamados Turkmenistán y Uzbekistán antes de la llegada del Islam, y
Avicena nació en Bujârâ, entonces capital del reino samânî. En el salmo citado,
los cazadores rompen las alas de los pájaros-almas.
12. El alma, en su condición carnal, puede entender que
tal situación es la natural y que nada puede hacer para salir de ella.
13. La bandada libre son los iniciados en la vida
espiritual, aunque aún llevaban la señal de su situación anterior: los nudos
semidesatados en los pies, pero sus alas eran ya libres. ¿De cuántos era la
bandada? No es una pregunta ociosa; Sohravardî titulará después una de sus
obras Safir-i Sîmorg (El encanto de Simorg); pero en persa Sî-morg son treinta
pájaros. Recuérdese que Sohravardî tradujo al persa la Risâlat al-Tayr
aviceniana. En el Zend-Avesta el pájaro místico se llama Saêna Merega.
14. Recuérdense los pasajes paralelos del Fedón, Fedro y
República de Platón, suficientemente conocidos.
15. Llamada al maestro espiritual.
16. La vía purgativa libera al asceta de los lazos
carnales.
17. El final del camino purgativo y la perseverancia en
la oracion exigen el esfuerzo personal.
18. Empieza el mi 'rây, la ascensión al mundo celeste.
Salvo excepciones señeras, entre ellas la de Corbin, los que se ocupan de este
tema suelen olvidar el libro de Asín Palacios, La escatología musulmana en la
Divina Comedia, 2ª ed. corr. y amp., Madrid, 1943, pese a que sus hallazgos en
unos casos e intuiciones en otros fueron confirmados por la obra de mi admirado
colega y amigo, ya desaparecido, E. Cerulli, Il "Libro della Scala" e
la questione delle fonti arabo espagnole della "Divina Commedia",
Roma, 1949. Asín no conoció o no reparó lo suficiente en el mi 'rây aviceniano;
y la muerte le llegó cuando yo empezaba a leer a Avicena. Pero él siempre supo
que el sufí en su ascenso espiritual revive el mi 'rây del Profeta.
19. Sin caer en las tentaciones.
20. Desde la montaña escalada se ven ocho más. Por tanto,
se trata de nueve esferas celestes.
21. Este séptimo cielo se presenta como la sexta morada
teresiana.
22. El místico no puede apresurarse; necesita ascender la
escala de morada en morada. Así escribe Santa Teresa: "Mas habéis de
entender que va mucho de estar a estar; que hay muchas almas que se están en la
ronda del castillo, que es donde están las que lo guardan, y que no se les da
nada de entrar dentro, ni quién está, dentro, ni qué piezas tiene" (op.
cit., ed. cit., p. 9, 2-7).
23. Idem: "El trabajo es que para llegar a ellas,
como he dicho, se habrá de decir muchas cosas sabidas" (op. cit., ed.
cit., p. 16, 10-12).
24 ¿Es ya un anuncio de la ffitura renuncia a los
carismas?
25. Como antes he subrayado, en Santa Teresa es la sexta
morada: "Parécele que toda junta ha estado en otra región muy diferente de
en ésta que vivimos, adonde se muestra otra luz tan diferente de la de acá, que
si toda su vida ella lo estuviese fabricando junto con otras cosas, fuese
imposible alcanzarlos" (op. cit.., ed. cit., p. 161, 2-6).
26. San Juan de la Cruz lo ha descrito maravillosamente:
[...] Las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos.
La noche sosegada,
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora [...]
27. El texto árabe parece decir oratorio; pero el
contexto se explica mejor sustituyéndolo por trono.
28. El gnósofo o místico alcanza la visión de Dios en
esta vida como el sabio puede llegar a la más alta sabiduría; ello en momentos
determinados, pero Dios los devuelve de la visión al mundo. La visión
permanente sólo se alcanzará tras de la muerte.
29. La felicidad suprema del hombre es la visión
beatífica de Dios.
30. Antes, p. 52, me he referido a este irónico párrafo.
31. Los ecos religiosos bien antiguos son evidentes.
Buscar el auxilio o el refugio en Dios aparece en numerosas aleyas; y Avicena
ha comentado bellamente la aleya 1 de la azora 113, una de las dos llamadas del
refugio. El final del párrafo presenta paralelismos con varios textos
evangélicos contra los que reclaman el primer puesto. Mateo, 20, 27, y Marcos,
10, 44. La vibrante frase "frente a los hombres, mi libertad" es la
expresión que puede explicar mejor la postura religiosa y social de Avicena.
Desde ella deben verse: su actitud global ante los pensadores que pondera o
pospone, su no alineación con su padre y su hermano en la ismâ 'îlîya fatimí,
el madhâb hânafî (aunque dudo que el "rito" o escuela imâmî estuviese
ya estructurado en su época), su actitud anti-gaznawî y su silencio sobre su
adscricion sî 'î o sunnî.
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