Santiago
Dotor:
LA ENEIDA (LIBRO VI)
(Publicado
en: "Virgilio", Compañía Bibliográfica Española, Madrid,1966).
El
libro VI transcurre en una dimensión superior, metafísica, donde no cuentan
tiempo ni espacio, y las relaciones y problemas humanos habituales, reflejados
en la sociedad y en la historia, quedan minimizados o relegados a un segundo
término. El libro VI constituye realmente la culminación de la Eneida y de toda
la obra virgiliana, y contiene la esencia del mensaje espiritual del Vate
mantuano. Desde el punto de vista de su relación orgánica con los demás libros
de la grandiosa epopeya, es un verdadero resumen sustancial de la misma, y, al
propio tiempo, el eje alrededor del cual gira y gravita toda la máxima obra de
Virgilio.
Fundamentalmente,
el libro VI de La Eneida describe el viaje suprasensible y simbólico realizado
por el héroe protagonista. Ninguna otra parte de la total producción escrita
virgiliana -a excepción, quizá, de la IV Bucólica- ha suscitado tantas
discusiones, críticas y encendidas polémicas sobre su interpretación, así como
sobre cuáles sean las doctrinas filosóficas, religiosas o iniciáticas en que se
fundamente. Problema este último de difícil elucidación. Se ha venido
insistiendo en que el fondo doctrinal del libro VI era pitagórico u
órfico-pitagórico; en tal sentido, E. Norden (1) lo considera como una
adaptación de un tratado escatológico órfico-pitagórico, hoy perdido. También
se han querido ver sus fundamentos en la doctrina ecléctica
(estoico-pitagórica) de Posidonio de Apamea, una de las grandes figuras
espirituales descollantes en la primera mitad del siglo de Virgilio. Otros
estiman como más probable que Virgilio haya recogido y armonizado, en lo
posible, diferentes doctrinas escatológicas, tomando como base las tradicionales
del pitagorismo y platonismo -así, la catábasis del propio Pitágoras,
divinizado como avatar de Apolo, que nos narra el enigmático Abaris; el mito de
Er, en el libro X de la República, de Platón, así como los diálogos Fedro,
Gorgias y Fedón, del mismo Platón; el Somnium Scipionis, de Cicerón, etc.-,
combinándolas con otros elementos de las proveniencias más dispares, como son
la Nekyia homérica (del libro XI de la Odisea), las creencias y doctrinas
escatológicas etruscas, y, sobre todo, la tan antigua concepción suprasensible
de los órficos, la cual habría influido posteriormente en las diferentes
escuelas y doctrinas mistérícas, especialmente Eleusis (2). Esto en cuanto al
fondo doctrinal, pero en sí mismo y como experiencia espiritual el viaje de
Eneas constituye el relato simbólico, expresado en términos poéticos, de una
Iniciación; en tal sentido, Bellessort afirma terminantemente que es una
transposición poética libre de la iniciación a los misterios eleusinos (3). En
efecto, la iniciación a los Misterios (de Eleusis u otros) era con frecuencia
representada simbólicamente como un viaje que había de realizar el aspirante al
adeptado, viaje en el cual había de superar sucesivos peligros, reales o
simbólicos, verdaderas pruebas iniciáticas. Por otra parte, en el decurso
narrativo del libro VI se hacen patentes determinadas situaciones, así como
ritos y símbolos que apoyan la tesis según la cual se describe en él, más o
menos veladamente, una autentica iniciacion a los Misterios. Siguiendo la tradición
escatológica latina, Virgilio situa los inferi en una zona subterránea que hay
debajo del lago Avernus, cerca de Pouzzoli, en la Campania y no lejos de su
amada Nápoles. Eneas debe ser guiado en el viaje por la Sibila de Cumas, que
reside en una gran caverna, la cual contiene un laberinto al que se entra por
cien puertas, que se abren al comenzar los vaticinios. Para penetrar en el
mundo suprasensible, simbólicamente configurado como un inmenso espacio
subterráneo en forma de caverna, es preciso atravesar antes un espeso bosque y
encontrar en él la rama dorada, símbolo que corresponde al ramo de los
iniciados en Eleusis y que en el libro VI de la Eneida constituye una especie
de pasaporte en el mundo de las sombras. Todos estos son claros símbolos y motivos
iniciáticos, ya que en el simbolismo esotérico tradicional el lugar sagrado
donde se efectúa, mediante el ritual apropiado, la iniciación, se configura
como una caverna o gruta debajo de la superficie terrestre (inferus, de donde
procede infierno por transposición demótica, que ha privado al término de su
primordial sentido superior); el laberinto simboliza el largo camino a recorrer
por el neófito y las pruebas iniciáticas que ha de superar, y el bosque,un
bosque sacro, separa al iniciado, o al pretendiente a la iniciación, del mundo
profano (4). Comienza Eneas asistiendo al vaticinio de la Sibila (versos
45-102), escena impresionante entre las que más de la Eneida. Luego, tras el
pequeño intervalo de las exequias de Miseno, da comienzo, acompañado de la
Sibila -verdadero psicopompo o "guía anímico"-, a la catábasis
simbólica. En el recorrido de la primera parte parte de los inferi -que, en su
significación más profunda, constituye una recapitulación y superación de los
estados existenciales inferiores o subhumanos, como estadio previo a la
realización espiritual que supone la iniciación-, el héroe Eneas pasa
sucesivamente todas las pruebas, representadas por los monstruos y entes
mitológicos que, en realidad y desde un punto de vista metafísico, no son sino
símbolos de las fuerzas psiquicas inferiores, tendentes a la disolución de la
personalidad, el gran peligro que arrostra el aspirante al adeptado en todas
las iniciaciones al recorrer psíquicamente, internamente, el mundo
intermediario o sutil que enlaza el cosmos exterior, profano, con el dominio
espiritual o trascendente, y durante cuyo trayecto se verifica en su ser una
verdadera catharsis o eliminación purgativa de los elementos profanos aun
adheridos a él.
Pasajes
al parecer simplemente episódicos, como el muy notable del encuentro con la
sombra de Dido (versos 450-476), encajan perfectamente y sirven de ilación como
parte de la trama. Llega así Eneas al punto crucial de su decurso simbólico,
verdadero itinerarium spiritualis: la bifurcación del camino (5). De un lado,
el sombrío y horrísono Tartaro, simbolo del triunfo de las fuerzas psíquicas
inferiores, con la subsiguiente disolución de la personalidad. De otro, un
nuevo sendero simbólico conduce a los Campos Elíseos, nuevo grado o nivel dentro
del mundo intermediario o "intramundo", superior en jerarquía
ontológica al precedente. Es éste un hermoso mas extraño lugar, bañado por una
luz indecisa, una "entreluz" que, no obstante, hace resplandecer los
campos; mundo de imágenes, en él residen los Vates de la tradición grecolatina,
Orfeo en lugar preeminente, lo que ha hecho afirmar a algunos exégetas la
fundamentación órfica del Libro VI en su totalidad. Reina allí el ocio, todos
los residentes se entregan a sus distracciones favoritas, música, canto,
juegos, y fácilmente se aprecia que nos encontramos ante una transposición del
tema de la Arcadia, o de su análoga la desaparecida edad de oro, ambos
favoritos, como se ha visto, del genial mantuano, y que le obsesionaban
continuamente. En ese mundo o "intramundo", Eneas y la Sibila ya no
se encuentran "bajo la tierra", sino "flotando en el aire"
-sic tota passim regione vagantur aeris in campis latis atque omnia lustrant,
se expresa en los versos 886-887-. En tal insólita región tiene lugar el expresivo
y conmovedor encuentro de Eneas y Anquises, con el cual Virgilio cierra el
encendido elogio que ha venido haciendo, a lo largo de los seis primeros libros
del poema, del amor -o, quizá mejor dicho, pietas- paterno-filial. Eneas
intenta abrazar al padre, pero éste, mera imagen, se le escapa de los brazos
por tres veces, "como un sueño" (versos 700-702), lo cual vuelve a
evidenciar que nos hallamos en un mundo intermediario, esfera puramente
psíquica o sutil, adimensional, o, cuando menos, de dimensiones diferentes a
las físicas. Sigue un pasaje que puede considerarse como entre los que más
hayan suscitado controversias en la entera obra virgiliana: la alusión que hace
Virgilio a la palingenesia o transmigración. En un valle que rodea el rio
Leteo, Anquises muestra a Eneas una inmensa multitud de extraña gente, que
revoloteaban como abejas, y que serían, de acuerdo con la literalidad del
texto, "las almas que han de volver, en nuevos cuerpos, a la existencia
terrenal" (versos 703 y siguientes), después de cumplido el plazo de mil
años y bebido el agua del Leteo, que hace olvidar las vidas pasadas. Anquises
hace ver a Eneas la larga serie de almas que encarnarán nuevamente y serán
miembros de su estirpe, como descendientes de él y fautores de la grandeza romana
(versos 751-885), entre ellos Augusto, al que se hace una breve alusión (versos
791 y ss.). Finalmente, Eneas y la Sibila "regresan" de nuevo a este
mundo exterior por la puerta de marfil de los Sueños, pasaje que, como el
anterior, referente a la transmigración (6), comporta un evidente simbolismo
más o menos esotérico, y ha dado lugar a múltiples interpretaciones (7).
Como
el héroe protagonista de toda auténtica epopeya tradicional (8), Eneas regresa
transformado, magnificado tras superar la tremenda aventura de su viaje
iniciático al mundo trascendente. Aplicará las facultades de que ahora se halla
investido, de consuno con la certidumbre que tiene de su misión, en la
realización del designio que le ha señalado el supremo poder numinoso o "fatum",
esto es, echar las raíces del poderío y grandeza de la futura Roma.
(1)
Norden, E., Publius Vergilius Maro Aeneis Buch VI, Leipzig, 1920, págs. 6 y ss.
(2)
Para el conocimiento de los Misterios de Eleusis, son fundamentales las obras
de Foucart, Uxküll, y, sobre todo, V. Magnien.
(3)
Bellesort, A., Virgilio, su obra y su tiempo, Madrid, 1965.
(4)
Para todas estas cuestiones de simbolismo iniciático, ver especialmente W. F.
Jackson Knight, Cumean Gates, a reference of the sixth Aeneid to Initiation Pattern,
Oxford, 1936; René Guénon, Symboles fondamentaux de la Science Sacrée, París,
1962 (trad. española: Símbolos de la Ciencia Sagrada, Paidós, Barcelona, 1996);
P. Gordon, L´image du monde dans l´Antiquité, París, 1949, y J. P. Bayard, Le
Monde soutterrain, París, 1961.
(5)
Esta bifurcación simbólica en el mundo suprasensible se halla en el Gorgias y
en el mito de "Er", de Platón, y a ella hace alusión el símbolo de la
Y pitagórica.
(6)
La doctrina de la palingenesia o transmigración -a la que indebidamente se
asimila la vulgar reencarnación- tal como es expuesta por Virgilio en el libro
VI (versos 703-751), resulta aparentemente bastante compleja, por haber querido
armonizar en ella diversas doctrinas escatológicas de origen órfico, pitagórico
y de la tradición etrusca, así como de la helénica, que admite el doble destino
suprasensible (Hades y Elíseo). En la interpretación más corrientemente
admitida (Norden y otros autores), las almas, después de su separación del
cuerpo respectivo, son sometidas a una purificación en el Averno o Hades por
medio de uno de los elementos y luego son distribuidas por el Elíseo - que no
es propiamente el Elíseo helénico,
morada de los héroes, seres superhumanizados, divinizados mediante la
apoteosis-, según se dice en el verso 743 (exinde par amplum mittimur Elysium).
Allí se verifica una distinción (versos 743-751). Unas almas, las en menor
número, permanecen establemente hasta
que, concluido el giro del Gran Año cósmico (diez mil años terrestres) readquieren su pureza
Primitiva y se elevan a una región superior, etérea (purumque relinquit
aetherium sensum atque aurai simplicis ignem, versos 746-747). Otras, en número
mayor, deben permanecer en esa región (aeris in campis, verso 887), hasta que,
despues de mil años, beben el agua del
Leteo y nacen en un nuevo cuerpo. Pero esta "reencarnación",
así entendida, es una concepción
meramente popular y no tiene lugar en toda auténtica doctrina tradicional,cuyo
núcleo intelectual es de esencia esotérica o metafísica. Así, hemos de entender
que la explicación virgiliana, según se ha expuesto, es tan sólo simbólica. En
la auténtica enseñanza superior de la tradición clásica se distingue
cuidadosamente entre "ánima" (psyche) y spiritus (nous). El ánima no
es subsistente "post mortem" sino por un determinado período o ciclo,
más o menos amplio, transcurrido el cual se disuelve (segunda muerte) o se
reintegra al espíritu, de naturaleza supraindividual. A este doble destino
haría referencia sin duda Virgilio con los dos ciclos -cuya duración es
simbólica, por otra parte, y no real-, y con las dos regiones descritas, la
etérea o espiritual (v. 746-747) y la simbólicamente expresada como atmosférica
(aeris in campis, v. 887), correspondiente al mundo intermediario o esfera
sutil de todas las tradiciones.
(7)
Para esta cuestión, es de capital importancia el libro de Highbarger, the Gates
of Dreams, Baltimore, 1940.
(8)
El héroe particular de cada epopeya es una manifestación, en determinado
momento y ambiente espiritual, del Héroe arquetípico primordial y único. Véase Campbell, The hero with a thousand faces, Nueva York, 1948.
No hay comentarios:
Publicar un comentario