lunes, 30 de octubre de 2017

Energías Increadas (Vladimir Lossky)


Energías Increadas

Vladimir Lossky



La teología de la Iglesia de Oriente distingue, pues, en Dios:

las tres hipóstasis, procesiones personales; la naturaleza o esencia;

las energías, procesiones naturales, Las energías son inseparables de

la naturaleza; la naturaleza es inseparable de las tres personas,

Esto tiene gran importancia para la vida mística en la tradición

oriental:



1º La doctrina de las energías inefablemente distintas de la

naturaleza es el fundamento dogmático del carácter real de toda

experiencia mística, Dios, inaccesible en su naturaleza, está pre-

sente en sus energías «como en un espejo», permaneciendo invisi-

ble en lo que él es; «así es como nuestro rostro se hace visible

en el espejo, aunque permanece invisible para nosotros mismos»,

según la comparación de san Gregorio Palamas (38) Totalmente in-

cognoscible en su esencia, Dios se revela, pues, totalmente en sus

energías, que no dividen la naturaleza en dos partes, conocible e

incognoscible, sino que señalan dos diferentes modos de la existencia

divina, en la esencia y fuera de la esencia.



2.º) Esta doctrina da a entender cómo la Trinidad puede exis-

tir en su esencia incomunicable y, al mismo tiempo, venir a habitar

en nosotros, según la promesa de Cristo (Jn 14,23). No es una

presencia causal, como la omnipresencia divina en la creación; no

es, tampoco, la presencia según la esencia misma, incomunicable

por definición; es un modo según el cual la Trinidad permanece

en nosotros realmente por lo que de comunicable tiene, por las

energías comunes a las tres hipóstasis, es decir por la gracia, pues

así se llama a las energías deificantes que el Espíritu Santo nos

comunica. Aquel que tiene al Espíritu que confiere el don tiene

al mismo tiempo al Hijo, por medio del cual todo don nos es

transmitido; tiene también al Padre, del cual proviene todo don

perfecto. Al recibir el don, las energías deificantes, se recibe al

mismo tiempo la habitación de la Santísima Trinidad, inseparable

de sus energías naturales, presente en ellas de otro modo, pero tan

realmente como en su naturaleza.



3.º) La distinción entre la esencia y las energías —funda-

mental para la doctrina ortodoxa sobre la gracia — permite que

conserve su sentido real la expresión de san Pedro: «partícipes de

la naturaleza divina». La unión a la que estamos llamados no es

ni hipostática como para la naturaleza humana de Cristo, ni subs-

tancial como para las tres personas divinas: es la unión con Dios

en sus energías o la unión por la gracia que nos hace participar

en la naturaleza divina, sin que nuestra esencia se convierta por

ello en la esencia de Dios. En la deificación se posee por la gracia,

es decir en las energías divinas, todo lo que Dios tiene por na-

turaleza, salvo la identidad de naturaleza nuc67Fi), según la

enseñanza de san Máximo (39) Se permanece criatura,

convirtiéndose simultáneamente en Dios por la gracia, como

Cristo siguió siendo Dios al convertirse en hombre por la encar-

nación.



Las distinciones que la teología de la Iglesia de Oriente admite

en Dios no van en contra de su actitud apofática con respecto a las

realidades reveladas. Por el contrario, esas distinciones antinómicas

son dictadas por el cuidado religioso en salvaguardar el misterio,

expresando simultáneamente los datos de la Revelación en el dogma.

Así, como hemos visto con el dogma de la Trinidad, la distinción

entre las personas y la naturaleza revelaba una tendencia a repre-

sentar a Dios como mónada y tríada a la vez, sin que la unidad de

naturaleza prevalezca sobre la trinidad de las hipóstasis, sin que

el misterio inicial de esta identidad-diversidad fuese eliminado o

aminorado. Del mismo modo, la distinción entre la esencia y las

energías se debe a la antinomia de lo incognoscible y lo conocible,

de lo incomunicable y lo comunicable a la que se enfrenta el pen.

samiento religioso y la experiencia de las cosas divinas. Estas dis-

tinciones reales no introducen ninguna composición en el Ser divi-

no, sino que señalan el misterio de Dios, absolutamente uno en

cuanto a la naturaleza, absolutamente trino en cuanto a las personas,

tinidad soberana e inaccesible, que vive en la profusión de la

gloria que es su luz increada, su Reino eterno en el que han de

entrar todos cuantos heredarán el estado deificado del siglo futuro.



La teología occidental, que aun en el dogma de la Trinidad

pone el acento en la esencia una, admite aún menos una distinción

real entre la esencia y las energías. Pero, en cambio, establéce

otras distinciones, ajenas a la teología oriental: entre la luz de

la gloria, creada, la luz de la gracia, igualmente creada, así como

entre otros elementos del «orden sobrenatural» tales como los do-

nes, las virtudes infusas, la gracia habitual actual. La tradición

oriental ignora un orden sobrenatural entre Dios y el mundo creado

que se añada a este último como una nueva creación. No conoce

aquí otra distinción o, mejor dicho, división que la de lo creado

y lo increado. Lo sobrenatural creado no existe para ella. Lo que

la teología occidental designa con el nombre de sobrenatural sig-

nifica para el Oriente lo increado, las energías divinas inefablemente

distintas de la esencia de Dios. La diferencia consiste en el hecho

de que la concepción occidental de la gracia implica la idea de 

causalidad, presentándose la gracia como un efecto de la causa

divina, lo mismo que en el acto de la creación; mientras que para

la teología oriental es una procesión natural, las energías, la irra-

diación eterna de la esencia divina. Sólo en la creación actúa Dios

en cuanto causa, produciendo un nuevo sujeto llamado a participar

en la plenitud divina, conservándolo, salvándolo, concediéndole la

gracia, guiándolo a su fin último, En las energías él es, existe, se

manifiesta eternamente. Es un modo de ser divino al que accedemos

al recibir la gracia. Es, también, en el mundo creado y perecedero,

la presencia de la Luz increada y eterna, la omnipresencia real de

Dios en todo, que es más que su presencia causal; «la luz brilla en

las tinieblas y las tinieblas no la han recibido» (Jn 1,5).



Las energías divinas están en todo y fuera de todo. Hay que

elevarse por encima del ser creado, dejar todo contacto con las

criaturas, para alcanzar la unión con «el rayo de la divinidad»,

según la frase de Dionisio Areopagita. Y, sin embargo, esos rayos

divinos penetran el universo creado, son la causa de su existencia.

«La luz estaba en el mundo y el mundo fue hecho por ella y el

mundo no la ha conocido» (Jn 1,10). Dios creó todo por sus ener-

gías. El acto de la creación establece una relación de las energías

divinas con lo que no es Dios. Es una limitación una determinación

 de la irradiación infinita y eterna de Dios lo que se

convierte en la causa del ser finito contingente. Porque las ener-

gías no producen el mundo creado por el hecho mismo de que

existen, por el hecho de que son las procesiones naturales de la

esencia. De otro modo, o bien el mundo sería infinito y eterno como

Dios o bien las energías no serían más que manifestaciones limitadas

y temporales de Dios. Así pues, las energías divinas en sí mismas no

son relaciones de Dios con el ser creado, pero entran en relación

con lo que no es Dios, traen el mundo a la existencia, por la

voluntad de Dios. Ahora bien, según san Máximo, la voluntad es

siempre una relación activa con otro distinto de uno mismo, con

algo exterior al sujeto actuante. Esta voluntad ha creado todo por

las energías a fin de que el ser creado acceda libremente a la unión

con Dios en las mismas energías. Porque, dice san Máximo, «Dios

nos ha creado para que nos hagamos partícipes de la naturaleza

divina, para que entremos en la eternidad, para que aparezcamos

semejantes a él, siendo deificados por la gracia, que produce todos

los seres existentes y trae a la existencia a todo lo que no existía» (40)



Notas

38 Sermón sobre la presentación de la Santísima Virgen en el Templo. Ed sophocles, Atenas             1981 pp. 176-177

39 De ambiguis. P.G. t.91 col. 1308B

40 Epist. 43 Ad Joannem cubicularium P.G. t.91, col 640BC


domingo, 29 de octubre de 2017

"Significado profundo de los Anales de primavera y otoño". (Tung Chung-shu)

Tung Chung-shu (179?-104? a. C.), Ch'un-ch'iu fan-lu, 30:

 "Significado profundo de los Anales de primavera y otoño". 

Cit. en W. Th. de Bary (ed.), Sources of Chinese Tradition (Nueva York, 1960), p. 187.

Las criaturas del Cielo y de la Tierra muestran en ocasiones cambios desacostumbrados a los que se llama portentos. Los menores se consideran prodigios ominosos. Muchas veces se presentan primero los prodigios y luego vienen los portentos. Los prodigios son advertencias del Cielo, mientras que los portentos son amenazas del Cielo. El Cielo envía primero los prodigios, y si no se presta atención a éstos, trata de infundir temor por medio de los portentos. Esto es lo que da a entender el Libro de las Odas cuando dice: "¡Temblamos ante el terror y el espanto del Cielo!". La génesis de todos estos prodigios y portentos es el resultado directo de los errores del Estado. Cuando en el Estado comienzan a manifestarse los primeros indicios del error, el Cielo envía prodigios ominosos y calamidades para advertir a los hombres y poner de manifiesto el hecho. Si, a pesar de estas advertencias y anuncios, los hombres no caen en la cuenta de su error, entonces el Cielo envía portentos y espantos para aterrorizarlos. Si, después de estos terrores, los hombres aún no sienten temor o espanto, cae sobre ellos la desgracia y la calamidad. Por todo esto podemos entender que la voluntad del Cielo es benévola, pues no es su deseo poner trampas a la humanidad o engañarla.

Si examinamos cuidadosamente estos prodigios y portentos, acertaremos a discernir la voluntad del Cielo. La voluntad del Cielo es que hagamos determinadas cosas y que no hagamos otras. En cuanto a las cosas que el Cielo desea o no desea, si un hombre busca en su interior, seguro que encontrará advertencias al respecto en su corazón, y si observa a su alrededor en los negocios diarios, hallará en el Estado una verificación de tales advertencias. Podemos, por consiguiente, discernir la voluntad del cielo en estos prodigios y portentos. No hemos de odiar tales signos, sino guardar el temor ante ellos, considerando que el Cielo quiere reparar nuestras faltas y salvarnos de nuestros errores. En consecuencia, elige este modo de advertirnos.

sábado, 28 de octubre de 2017

A propósito del exoterismo cristiano (Catolicismo) (Nikos Vardhikas)



A propósito del exoterismo cristiano (Catolicismo)

NIKOS VARDHIKAS

 
Generalmente se analiza, cuando se mezcla con la metafísica, con el tema opuesto (Véase el estudio correspondiente de Guénon). Sin embargo, no es el esoterismo cristiano quien tenga necesidad de ser elucidado; es el  exoterismo cuya sola existencia separada constituye un escándalo.
Se habla, tranquilamente, de los “tres monoteísmos” abrahámicos, del  “origen judío” de la tradición cristiana - de donde la noción de “judéo-cristianismo”, del sostén debido por los esoteristas al exotérismo necesario de la “renovación” vivida por la Santa Sede bajo Juan Pablo II, y  se aflige de la mala pendiente  seguida por el 0ccidente “después de la  Edad Media”.
Así pues, se puede distinguir el cristianismo de su pietismo dominante, EL judaísmo de su nacionalismo obtuso y el Islam de su fanatismo, sin querer examinar del  todo el papel del exoterismo en todo eso, como si estos fenómenos  fueran nuevos, y  en consecuencia imputables a este ómnibus del Kali-Yuga, Esta separación, sin embargo, verdadera en la medida en que un exoterismo decadente puede a pesar de todo - pero no a pesar suyo, sin embargo - haber salvaguardado una influencia espiritual, no debe ser tomado como absoluto: desde el momento que el exoterismo desnaturaliza el sentido de su tradición, sería simplemente idiota decir que esto es natural “para un exoterismo”.
Me baso sobre una experiencia ortodoxa, y comienzo por admitir que nuestra relajación espiritual (a pesar de las “buenas razones” de las que la occidentalización no es la menor) debe estar allí por alguna cosa en la marxistización de nuestros países; es esta misma aproximación que me propongo aplicar al cristianismo occidental, que, él, no ha sido nunca subyugado, ni aislado.
El cristianismo se distingue de cualquier otra religión viva y  sobre todo de los dos monoteísmos, por su “mito” fundador:
Un Maestro ungido, dios y hombre a parte entera, nacido de una Virgen, que deja como principal enseñanza el desprecio de la letra en provecho del espíritu y esta doble palabra:
- mi reino no es de este mundo (dad… etc)
- el reino está dentro de vosotros  
Y como rito central el reparto  de Su cuerpo y de Su  sangre, después de su muerte redentora (sobre una cruz) y Su resurrección.
Todo eso no tiene a nada que ver, ni con el  judaísmo ni con  el Islam, si no es el concepto del Dios Único Padre del Ungido. Que esto pueda, en el límite no constituir una ruptura con el judaísmo, sea. Pero de allí a lo que de ahí proviene, a pesar de la espera del Mesías, hay una gran distancia. Por otra parte, el número-clave del cristianismo no es EL uno sino EL Tres-en-Un, lo que tiene importantes implicaciones teológicas.
Por el contrario, todas estas características del cristianismo, que escandalizan, justamente, los dos monoteísmos restantes, se puede encontrarlas tal cual en tradiciones antiguas: Osiris, Dionisos, Shiva (Ish). (1) EL hecho de que el cristianismo refiera al judaísmo, sobre todo para hablar de complementariedad o de transformaciones (universalización, abolición del Pecado Original) y el hecho que Jesús era él mismo judío no pueden y no deben obscurecer este hecho de una “originalidad” cristiana que vuelve a reanudar con las tradiciones más antiguas (2).
EL monoteísmo “absoluto”  y olvidadizo de la Trinidad es un absurdo para el cristianismo; por otra parte, los templos de “Dios” no existen, para él; un monoteísmo absoluto, incluso “temperado ” por los dos aspectos de la divinidad, inmanente y trascendente, no concluye inevitablemente en la unicidad del existencia, que es una doctrina esotérica y como tal tenida por varias tradiciones, sino en la confusión de niveles que caracteriza el cristianismo éxoterico, y a la humanización; se vuelve demasiado fácil - y eso nunca ha faltado- saltar del  Dios UNO (celoso, paternal etc)  al Emperador.
El islam exotérico, reacción semítica contra el “politeísmo” cristiano (o, al menos, el ” asociacionismo” cristiano) entre otras cosas, aplica la conquista y el reduccionismo, así como su célebre fanatismo; no es una casualidad. Es demasiado fácil separar tales evoluciones del exoterismo que las genera o que las germina; si no el marxismo debe también tenerse como inocente de lo que se hace “en su nombre”
EL judaísmo degenera demasiado fácilmente en su no menos célebre confusión entre estado”, “nación” y  “religión”. El catolicismo procede a la conquista  y degenera en pietismo.
Todo eso, a causa de un monoteísmo reductor que no es inexcusable más que para el catolicismo, siendo la esencia misma de las dos otras tradiciones. Se objetará, aquí, que los esoterismos de estas tradiciones no son reductores y que se unen a la Tradición Primordial. Ninguna objeción. Lo que decimos es que, en el caso preciso del cristianismo, la separación (demasiado grande, hasta el punto que no se ve más que ella) es artificial y no cristiana. EL cristianismo es a la vez exotérico y esotérico, o no es (con la precisión, ciertamente, que los no cualificados no perciben más que el exterior).
No es necesario contar con los activos del exoterismo desnaturalizado y, en el caso del cristianismo, es necesario decirlo por fin, muy insuficiente, el hecho de que el esoterismo que llega hasta perseguir es válido.
EL odio del cuerpo no es un flaco error para una tradición cuyo fundador se distingue de los fundadores de los otros monoteísmos precisamente porque ¡se ha encarnado!
La infantil insistencia en querer afirmar que el mensaje del Crucificado puede contenerse en sus “palabras” relatadas en los Evangelios (extremadamente poco numerosas, estas palabras), sin ver la enseñanza vehiculada por la historia misma del Cristo, no es nada menos que una ceguera.
Es consternante, para una tradición fundada por un 'hijo de Dios”, un “jivan-mukti”, un iniciado realizado que llama  a la “deificación”; para los católicos, nada más que esta palabra, central en la ortodoxia, constituye un “olvido” inaceptable de la “Caída”. Si, de acuerdo con nuestra concepción iniciática del cristianismo, exponemos a los defensores del exoterismo esta observación que no quita nada a cualidad de “verdadero Dios” de Jesús, ¿no seríamos acusados de sacrilegio? Con todo, esta reacción de horror traiciona una incomprensión fundamental, abisal.
Las sabias construcciones en Torno al tema de la “necesidad” de limitar el discurso exotérico a “salvación” no bastan, en esta Edad Oscura. Al contrario, contribuyen a precipitar la muerte de la tradición cristiana, en su forma exterior al menos. Esta tradición no solamente no se” identifica ” a la historia del  0ccidente, sino que es no occidental en su esencia.
1 - VoirAlain Daniélou, Shiva et Dionysos, Paris (Haya), 1979
2 - El papel de la tradición griega fue significativo, en esta “renovación”, en gran perjuicio, seguramente, de Judíos nacionalistas que se habían batido contra los Griegos (Macabeos).
Por otra parte (pero no a causa de este papel de la tradición griega), Jesús  ha sido condenado por sedición, habiendo preferido Caifás “que un hombre perezca más bien que la nación”; esta es la razón por la que se condena a muerte por los romanos y no por los Judíos que habrían tenido el derecho, si se trataba de sacrilegio, de poderlo matar por  lapidación.

(Vers la Tradition nº 27)

viernes, 27 de octubre de 2017

Nuevo Curso (Pietro Nutrizio)

RIVISTA
DI
STUDI TRADIZIONALI

N. 65                                               JULIO - DICIEMBRE 1986

<NUEVO CURSO>
 PARA <ETUDES TRADITIONNELLES>

No habrá escapado a los lectores que en un artículo precedente de este mismo número se habla en un cierto punto de la revista Etudes Traditionnelles como de aquella que fue el órgano a través del cual se expresó una gran parte de la obra de René Guénon[1]; este pasado remoto, por el que nadie más que nosotros siente tanta aflicción al leer, tuvo, como se puede imaginar fácilmente, una precisa  razón de ser que vale la pena indagar y que, creemos, no dejará de interesar a todos aquellos que de la obra de René Guénon han obtenido claridad intelectual para orientar su existencia y fuerza para oponerse, al menos interiormente, al avance de la invasión del desorden y de la oscuridad.
            El uso de este tiempo verbal que indica algo que existió hace un tiempo, pero que ahora no es más, no se refiere evidentemente a la presencia física de Guénon, desaparecido hace más de treinta años, sino al espíritu de su obra, cuya influencia parece haberse retirado de las páginas de la revista Etudes Traditionnelles siguiendo un proceso que, iniciado inmediatamente después de su muerte en el 1951, no ha dejado de desarrollarse, a través de sucesos alternados y temblores, algunas veces incluso subversivos[2], hasta llegar al último episodio de verdadera y propia falsificación del cual se trata en el artículo ya mencionado por nosotros.
            Liberada hacia fines de 1984, de la que parecía entonces la última de una serie de presencias más o menos conscientes y profundamente hostiles a la obra de Guénon, incluso en virtud de un gesto de coraje y de probidad intelectual por parte de quien ya en el pasado había participado en su redacción, la revista renovaba con el último número de aquel año (486) el propósito de su dirección de <mantener la idea tradicional mientras las circunstancias no tornaran absolutamente imposible un trabajo de este tipo>[3]. En esta ocasión se recordaba que los dos directores precedentes, Charconac y Villain, se habían sucesivamente <esforzado en hacer esto de manera estrictamente conforme a las directivas que se deducen de la obra de René Guénon por lo que respecta a la ortodoxia doctrinal y a la universalidad tradicional> y se reafirmaba que <las páginas de Etudes Traditionnelles deberían ser, y permanecer, el soporte privilegiado de todos aquellos que, habiendo percibido la importancia excepcional del mensaje que Guénon ha transmitido al mundo moderno, son capaces de dar a su obra las prolongaciones tradicionales que él mismo había siempre auspiciado>.
            Era una reacción positiva ante el shock provocado por la aparición entonces reciente en el Dossier H dedicado a René Guénon, de un artículo firmado por uno de los colaboradores habituales de Etudes Traditionnelles, <cuyo tono polémico y cuyas aserciones> estaban <en total oposición con la orientación fundamental de la (...) revista>[4]. Para la revista francesa se trataba evidentemente de un momento de <crisis>, que como tal también habría podido preludiar  a uno de aquellos temblores  subversivos que señalábamos hace poco. Para peor, grande era además el peligro de que las cosas se desarrollasen de un modo totalmente distinto, y justamente en esta revista[5] G. Manara afirmaba a este propósito: <Encontramos aquí expresada una intención ciertamente muy apreciable, y también, a decir verdad,  muy ardua de realizar, siendo en general, en las condiciones actuales, muy difícil no caer en posiciones dictadas por tendencias individuales y por corrientes interesadas, incluso para quien se refiera a la obra de Guénon y, con un neologismo contra el cual Guénon se había expresado en su correspondencia en términos totalmente negativos, se califique eventualmente como “Guenoniano”>.
            A decir verdad, el número 486 con el artículo <33 ans après > de Denys Roman, que, si así puede decirse, inauguraba la nueva fase de la revista de la que bajo ciertos aspectos emanaba un encomiable entusiasmo por los posibles desarrollos de esta última, desafortunadamente también ya portaba en sí los gérmenes de algo menos positivo. Daban por descontado, aceptándolos como un hecho y sin siquiera  señalar la posibilidad de que pudieran parecer tales a causa de las limitaciones de los intérpretes de más o menos buena fe, aquello que habían llamado <algunos errores que se pueden encontrar en ciertas obras> de Guénon[6], se mostraba una complaciente satisfacción por el hecho de que los que se ocupaban de la obra guenoniana fueran ahora (a diferencia de lo que ocurriera en un pasado relativamente reciente) también universitarios investidos de cargos oficiales, se hacía resaltar con mal disimulado placer la concordancia de ciertos datos producidos por investigaciones efectuadas por disciplinas profanas con aquellas de las ciencias tradicionales que tenían relación con los <ritmos cósmicos> y, en fin, se llamaba insistentemente la atención sobre los beneficios de la publicación de la correspondencia privada de Guénon.
            Si los tres primeros puntos relevantes pueden a primera vista parecer impropios, aunque sea en alguna medida, para una revista que intentaba renovar su inspiración en los principios formadores de la obra de Guénon, no salta a los ojos tan evidentemente, incluso para los de un lector serio de tal obra, lo inoportuno de un procedimiento del género de aquel considerado en el último punto[7]. Y de hecho la revista francesa cayó en el error de imitar aquello que con manifiesta envidia había visto hacer en Dossier H y en Cahier de l’Herne dedicados a Guénon, y diera inicio, después de algún número de preparaciones, a la publicación de una serie de cartas de su antiguo inspirador a distintos corresponsales. 
            En el número 491 (Enero - Marzo 1986) esta iniciativa había comenzado <con la primera carta de una larga serie, de la cual cada lector apreciará su importancia>; la satisfacción por este resultado (veremos más adelante que significado viene al caso atribuirle) era mitigada por la contemporánea desaparición de Denys Roman, presentado como el principal artífice de la iniciativa, la cual, como quiera que sea, era descripta como un medio, por los Etudes Traditionnelles, de cumplir su <deber (...) de proseguir incansablemente el trabajo emprendido respecto a René Guénon>.
            La publicación de las cartas (que eran hechas pasar por extractos, pero que en realidad excluían casi solamente las fórmulas de introducción y despedida...) continuaba en los números 492 y 493 de 1986, después se interrumpen bruscamente en el número 494 de Octubre - Diciembre de 1986 sin que fuera dada a los lectores ninguna explicación de este imprevisto, en tanto que inesperado, silencio. El presentador de las cartas en cuestión, que firmaba Régor Amadeus, había hecho preceder la primera carta publicada por una introducción en la cual se buscaba de algún modo ilustrar los criterios que habían antecedido a la iniciativa, iniciativa que, se decía entre otras cosas, pretendía <responder a la expectativa de todos los lectores que buscaban en los escritos del Maestro una enseñanza tradicional (¿y que cosa si no...?) y que tal vez esperarían encontrar en forma más accesible>; además, para defenderse anticipadamente de posibles críticas que vagamente intuía que afectarían su obrar, agregaba en fin: < Por lo demás estamos convencidos de que la Verdad, así como es presentada por René Guénon en sus libros, y como está usualmente formulada en su correspondencia, no debe ser considerada como la propiedad o prerrogativa de quien quiera que sea, y nosotros consideramos por esto que es justo que todos aquellos que son capaces, puedan aprovecharla de un modo u otro>.
            Vemos cuan poco se justifican las ilaciones contenidas en estos dos pasajes si queremos situarnos verdaderamente en un punto de vista tradicional, o sea conforme a las consideraciones inspiradas en las enseñanzas de R. Guénon. Ante todo, quien quiera que no esté irremediablemente enceguecido por prejuicios individualistas no puede dejar de aceptar una distinción muy elemental, pero fundamental: aquella existente entre la obra <pública> de Guénon y su vida privada; se sabe que Guénon no perdió jamás la ocasión de subrayar cómo esta última le correspondía solamente a él[8], y nadie podrá ciertamente desconocer que las cartas por él escritas forman parte de ella (así como de los destinatarios, obviamente); poner <a alcance de todos> aquello que por su naturaleza es reservado, no es ciertamente un procedimiento recomendable bajo ningún punto de vista y se justifica solamente en un  caso, esto es, cuando sea entendido como procedimiento extremo en defensa de una verdad que se ve tergiversada o comprometida.
            Ahora bien, las razones esgrimidas por el supuesto Amadeus no son, según él mismo admite, de este tipo; como habíamos visto, él sostiene que las cartas deben publicarse por lo que los lectores pueden encontrar en ellas sobre la enseñanza tradicional de Guénon <claramente en forma más accesible>. Se trata, de toda evidencia, ó de una ingenua ilusión (como si Guénon, en privado, se expresara en términos de <divulgador>, mientras en público estuviera obligado de un lenguaje más inaccesible), ó de una increíble confusión entre el conocimiento profundo de las concepciones tradicionales, por propia naturaleza incomunicable (y, en cambio, considerado aquí transmisible en un escrito, para desmentir el propio parecer contrario dado por Guénon), y la exposición de este último bajo la forma lógica, con todas las limitaciones que Guénon jamás despreció poner en evidencia[9].
            Bajo este perfil, las cosas están en modo exactamente opuesto a cuanto imagina el negligente presentador; desde que la obra <pública> de R. Guénon es de algún modo el fruto de una <iniciativa> referida a Occidente tomada por el autor, o mejor, como justamente Amadeus subraya, por la voluntad <providencial> que se expresa a través de él, y por eso ha sido concebida en modo de adaptarse en su forma a las capacidades intelectuales de todos los potenciales lectores que R. Guénon sabía que existían en el área geográfica occidental[10], las cartas de las cuales está constituida su correspondencia son en cambio su respuesta a iniciativas de seres determinados que se dirigieron a él como producto de la lectura de sus libros. Como tal, esto no puede ser sino una adecuación posterior ad personam, calibrado sobre la posibilidad intelectual y sobre la situación particular de un ser singular, y,  a su vez, sobre sus reacciones a la carta precedente del autor.
            Considerarlas como una <prolongación> de su obra pública (tal como son presentadas en Etudes Traditionnelles) y exponerlas indiscriminadamente a todos los lectores, además sin el control de las cartas que las habían ocasionado, en lugar de contribuir a clarificar los argumentos considerados sólo puede acrecentar las dificultades de su correcta profundización[11] (que solamente puede ser el fruto de un esfuerzo personal y no el resultado de una mayor o menor cantidad de información) y por lo demás prestarse al riesgo de que el lector saque una impresión de, al menos, aparente incoherencia a causa de los diferentes puntos de vista desde los cuales son considerados los argumentos, diversidad naturalmente ocasionada por la misma variedad de los <horizontes intelectuales> de los interlocutores. Por esto decíamos hace poco que es una ingenua ilusión aquella de pretender encontrar, en la correspondencia privada de Guénon, las cosas <claramente en forma más accesible>.
            En cuanto a la afirmación de que <la verdad, como está presentada por R. Guénon en sus libros, y como es usualmente formulada en su correspondencia> no debería <ser considerada como la propiedad o pertenencia de quien quiera que sea> y por esta razón es justo <que todos aquellos que son capaces puedan aprovecharla de un modo u otro>, se trata de un sofisma explicable nuevamente sólo con la superficialidad y la falta de preparación de Amadeus, el cual no está, evidentemente, capacitado para captar la distinción, pese a ser fundamental y haber sido expuesta reiteradamente por Guénon, entre la verdad o la esencia de la doctrina, de naturaleza informal,  y los medios o soportes a través de los cuales es expresada, en la medida en que es posible, tal verdad (en este caso la obra íntegra escrita por R. Guénon). Si este modo vago de proponer las cosas fuese válido, incluso solamente en un plano contingente, habría podido publicar cualquier escrito de este autor sin tener que solicitar los derechos al autor mismo, o a sus herederos, o a las casas editoriales de sus obras, lo que afortunadamente todavía está lejos de ser practicable, a no ser por personajes o grupos que de este modo se auto califican inmediatamente a sí mismos y a sus intenciones. Por lo demás, a este propósito, tenemos razones para creer que la imprevista interrupción en la presentación de las cartas no carezca de relación con alguna intervención por parte de los representantes de los herederos de R. Guénon en lo que respecta a la publicación de sus escritos; y esto nos induce a pasar a otro orden de consideraciones, que hacen atender a una afirmación  ya contenida en el artículo <33 ans après> del número 486 de Etudes Traditionelles, y sobretodo a sus tendenciosos desarrollos en un Avis de la Direction del número 491, en el cual aparece la primera carta.
            Hacia el final del artículo, el autor, con el evidente objetivo de anticipar a los lectores la iniciativa de la publicación de la correspondencia, señala a aquel que él llama <el fiel entre los fieles> de R. Guénon, diciendo de él que le <había confiado, al día siguiente de la muerte del Maestro, que había conseguido, hacía poco, una parte importantísima de esta correspondencia>. El pasaje prosigue con una ilación totalmente gratuita y consistente en su creencia de que este <fiel entre los fieles> <había recibido de Guénon la misión (?) de reunir la totalidad de estas misivas, tarea a la cual debía dedicar toda la vida>. Sobre la gratuidad de semejante deducción y ante todo sobre su extraña y hasta grotesca <restrictividad>, G. Manara ya se había expresado aquí en su artículo <Etudes Traditionnalles 33 anni dopo>; de todos modos, como habíamos dicho, el concepto era retomado en el Avis de la Direction del número 491 de Etudes Traditionnelles, y ampliado de este modo: <R. M., uno de los corresponsales en los cuales R. Guénon tenía mayor confianza, le ha sido confiada [obviamente por Guénon mismo] la misión de “reunir”, a los fines de una eventual publicación, las numerosísimas misivas del Maestro “esparcidas” en los países más diversos>.
            Con el anterior pasaje, subrayado por nosotros (no presente, nótese, en el artículo <33 ans après>) se buscaba atribuir al <fiel entre los fieles> de R. Guénon (y en el fondo a Guénon mismo) la intensión original de la iniciativa, y de comprometerlo, a diez años de su muerte, en un patente acto de infidelidad hacia lo que, habíamos visto, eran los principios del adab[12] tradicional que R. Guénon había reclamado incansablemente a los verdaderos destinatarios de sus escritos[13].
            En realidad, aquel a quien Etudes Traditionnelles sindican como <el fiel entre los fieles>, no pensó jamás en publicar las cartas de Guénon que él poseía; él fue en efecto, por más de doce años, el mandatario de los herederos de Guénon para la publicación de su obra, y, si ellos lo permitieran, el encargado de hacer aparecer, según la voluntad del mismo Guénon, los últimos seis conjuntos de artículos esparcidos; por el contrario, cualquiera puede constatar que durante este largo lapso de tiempo no hizo aparecer jamás, con ningún editor europeo, alguna colección de aquellas cartas que, como se recuerda con alguna exageración en el artículo <33 ans aprés>, <si hubieran sido publicadas habrían conformado un conjunto cuatro veces mayor que la obra  actualmente en venta de Guénon>. Un comportamiento muy extraño, si se admite que <se le había confiado la misión de “reunir”, a los fines de una eventual publicación, las numerosísimas misivas del Maestro esparcidas en los países más diversos... >; ¿o no será tal vez que, justamente por la fidelidad a Guénon y a su obra ya recordadas en el artículo de Etudes Traditionnelles, y profundamente consciente, por demás, de los motivos que empujaban a Guénon en querer que fuese siempre mantenida la más rigurosa distinción entre su obra pública y su vida privada, él había reunido la mayor parte posible de las cartas accesibles para hacer que al menos ellas no sufrieran aquel tratamiento profanador (en el sentido estrictamente técnico del término) al cual nos hace asistir ahora, por lo demás en buena compañía, aquella que muchos lectores creen todavía <la revista de Guénon>?.
            En este punto se podrá contestar que la <Rivista di Studi Tradizionali> también se sirve de tanto en tanto (y lo hace varias veces en este mismo artículo), de pasajes extractados de cartas de R. Guénon en su posesión. Ya habíamos indicado cuales eran las razones que justifican intervenciones de este género, pero además hacemos notar que una cosa es presentar en modo sistemático cartas de tal autor como si se inscribieran indiscerniblemente  en su obra pública, induciendo así a los lectores a sacar deducciones genéricas de aquello que en cambio era específico en tanto que destinado a un solo corresponsal, y otra cosa es citar, cuando la ocasión lo requiera, un parecer de Guénon (cuya autenticidad será eventualmente probada con una reproducción del original manuscrito) sobre una temática que se esté tocando.
            La distinción que estamos haciendo puede parecer rebuscada, pero en realidad es de la mayor importancia, aunque se pueda admitir que no todos sean capaces de aprehenderla de manera inmediata. Aunque pudiera parecer extraño, el primer procedimiento es casi siempre ocultar los intereses de tipo individual (algunas veces colectivos: en el caso que estamos examinando, en efecto, es manifiesto un interés de <prestigio>, eventualmente monetizable, por Etudes Traditionnelles al presentar los escritos inéditos de Guénon), incluso cuando invariablemente, al menos para quien sepa ir un poco más allá de la letra, los intereses individuales sean traducidos después en algunos <detalles> reveladores de su cualidad particular; algunos ejemplos podrán ilustrar mejor el alcance de cuanto estamos diciendo.
            En la colección de artículos sobre Guénon de los Cahiers de l’Herne se sirven profusamente de la técnica de la publicación de cartas de Guénon para alcanzar objetivos aparentemente distintos; una de estas cartas está dirigida a F. Schuon, y evidentemente fue publicada con el único objetivo (que probablemente haya pasado inadvertido a los mismos coordinadores de la compilación) de guiar la atención de los lectores sobre la fórmula de la dirección de la misiva, en la cual el nombre del destinatario está precedido del apelativo Shaykh[14]; es significativo que quien hizo insertar esta carta no haya, de paso, percibido todo el alcance  <pedagógico> de la fórmula de encabezamiento, donde el nombre árabe del escritor (o sea del mismo Guénon) está precedido de la expresión Min al-faqîr ilâ rabbihi (del indigente frente a su Señor), cosa que, a la luz de los desarrollos de la carrera <iniciática> del destinatario, la carta, contra toda intención de este último, adquiere el significado de una inocultable y trágica advertencia.
            Otro ejemplo elocuente está constituido por una serie de cartas publicadas hace años por J. Evola en la revista <La Destra>; siendo pública la existencia de su correspondencia con Guénon, el escritor italiano buscaba de modo tan ingenuo como descubierto, constituirse a los ojos de un cierto género de lectores, de una <credibilidad> tradicional, mirando como segundo objetivo <apropiarse> de la figura de R. Guénon a los fines de una anhelada y no menos definida <cultura de derecha>. También aquí, para verificar la validez del dicho popular que expresa <el diablo hace la olla pero no la tapa>, había sido <descuidadamente> citado también un párrafo en el cual Guénon le explicaba con todas las letras, cómo su parecer (el de Evola) sobre la cuestión que más le importaba en su corazón era exactamente lo opuesto de una correcta concepción tradicional[15].
            Después de estos ejemplos, que se podrían multiplicar a gusto examinando todos los casos en los cuales han sido hechas públicas las cartas de Guénon[16], surge espontáneamente preguntarse sobre cuál puede ser la particular motivación por la que han sido movilizados los protagonistas de las iniciativas que estamos considerando.
            Ya habíamos señalado cual era tal motivación para el órgano que las hospedaba; a este propósito solamente se puede agregar que el género de errores cometidos por los responsables de la revista francesa no hace más que probar la justeza de aquello que Guénon había repetido tantas veces en sus escritos, y esto es que en el campo tradicional las intenciones, por cuan buenas pudieran ser, no pueden por sí solas tomar el lugar de algo más <positivo>. Incluso sin poner en duda  la sinceridad y la honestidad de los propósitos expresados por la dirección de Etudes Traditionnelles en el n. 486, cualesquiera que hayan sido hasta ahora los frutos, en ausencia de una efectiva asimilación de ciertos principios tradicionales, ¿cómo conceptuarla si en la primera ocasión ella ha <abierto las páginas> de la revista a auténticos contra iniciados?.
            Por lo que concierne en cambio al presentador de las cartas, las dificultades para individualizar sus movimientos no son muchas para quien sabe, como nosotros sabemos hasta demasiado bien, que en realidad él está ligado (o al menos lo estaba al momento de la publicación) con el autor del pseudo comentario a la qasîdah del Shaykh at-Tâdili: birds of a feather flock together, como dice un proverbio inglés que no debería ser de difícil interpretación para este último. De modo que, se podría decir que la iniciativa no había tenido un solo autor sino dos, y para convencerse de que los intereses de entre ambos son también en este caso pesadamente individuales, se puede recurrir a la información que poseemos, sobre que las cartas presentadas han sido cedidas a la revista francesa por una suma no insignificante de dinero.
            Este particular, si por un lado confirma en nuestra hipótesis que la dirección de Etudes Traditionnelles hubo pecado en esta ocasión sobre todo de incompetencia (la puesta en venta de tal <bien> debería por lo menos hacerla sospechar sobre la verdadera naturaleza de los oferentes...), por el otro arroja una luz siniestra sobre semejantes protagonistas del <hecho>, que parecen haber olvidado cómo R. Guénon, tenía un verdadero horror por el comercio de las cosas inherentes a la tradición, y que para dar su obra a Occidente sufrió largos períodos de indigencia, entre otros a causa del hecho que los ingresos que se derivaban de sus libros le eran apenas suficientes para pagar las estampillas de las cartas que enviaba a sus corresponsales...            
            Además, en esta circunstancia tampoco faltan los particulares (esta vez son más de uno) que revelan la intención oculta de los presentadores (¿o no sería más adecuado a los hechos llamarlos <vendedores>?); ¿el nombre propio que fue elegido para firmar esta bella empresa no es tal vez el anagrama <al revés> de aquel a quien, como también ha sido hecho por el supuesto Mostagh Firou, se estuvo buscando imitar con una abismal carencia del sentido de las proporciones?.  Pero probablemente sería más provechoso para los intereses de la verdad deducir las cualidades del entendimiento de ellos desde el hecho de que quienes se han <olvidado> de haber substraído a la redacción de nuestra revista las cartas, después las han ofrecido a Etudes Traditionnelles (y sobre la procedencia de las cuales no les deben haber sido hechas demasiadas preguntas... ). Por lo tanto es oportuno tener en cuenta, incluso para los lectores de la revista francesa, cómo han hecho su aparición estas cosas, estas cartas no sólo han sido publicadas sin que fuese solicitada la autorización a los herederos de R. Guénon, ni a sus destinatarios ni a sus herederos, sino que incluso la misma posesión por parte de los presentadores es de origen fraudulento, por lo tanto ellos no tenían el mínimo derecho de disponer de modo autónomo de la reproducción de documentos con los que se han encontrado entre las manos, pero que pertenecen al archivo de la <Rivista di Studi Tradizionali>.
            Como se ve, diversos son los hechos que confirman, a una distancia de no mucho tiempo, lo fundado de los temores que G. Manara expresaba en el párrafo citado por nosotros al inicio, y además las dos iniciativas particulares de Etudes Traditionnelles que son puestas en examen en este número no son las únicas en contener elementos sospechosos  desde un punto de vista realmente tradicional. Pero si las iniciativas que hemos relevado pueden ser consideradas en una primera aproximación como la consecuencia, desplegada entre ellos, por una marcada incapacidad de la dirección actual de la revista francesa para elegir colaboradores seguros, y como tales han sido tratados por nosotros, destacándose principalmente la incoherencia intrínseca de los puntos de vista expresados por sus autores, hay una constatación posterior que hacer,  la cual lamentablemente hace presagiar que aquello que se presentaba  hace tres años como un <nuevo curso> para Etudes Traditionnelles esté en cambio probablemente destinado a ser solamente una fase más avanzada en el proceso de alejamiento del espíritu de la obra de Guénon que recordábamos en la apertura del artículo.       
            Desde diversas partes están manifestándose los síntomas de una maniobra antitradicional de un nuevo género, cuya característica principal es que se traen hipótesis y se presentan hechos referentes a la personas que estuvieron de algún modo ligadas a las sugerencias dadas por Guénon para la constitución de una élite intelectual en Occidente, pero de un modo totalmente contrario a la verdad, incluyendo la <histórica>. Evidentemente se confía en el hecho de que la desaparición natural  de los testimonios de aquellos hechos habría debilitado el recuerdo correcto y se busca así <neutralizarlos>, instrumentándolos después, si es posible, para aumentar el desorden que ya se está esparciendo[17].
            Y bien, cuanto está acaeciendo en Etudes Traditionnelles con el llamado inesperado y rebuscado al Shaykh at-Tâdilî y a aquel que es sindicado como el <fiel entre los fieles> de R. Guénon, vale decir a dos personajes de los cuales hasta ahora no se había sentido jamás la necesidad de hablar en público, y esto justamente en virtud de la naturaleza profunda y por lo tanto esencialmente invisible de su acción, nos parece que se inserta plenamente en esta maniobra, además con el agravante de <profanar> cuanto fue hecho en modo único e irrepetible, y sobre todo siguiendo escrupulosamente  la indicaciones más directas de René Guénon.
            Esta es la razón por la cual es necesario antes que nada rectificar con una cierta abundancia de particularidades aquello que se está haciendo en este sentido en aquella que fue la revista en la cual escribía René Guénon[18], y es esta también la razón  que nos induce, según el único principio válido recordado por nosotros, a reportar en el cierre de este artículo un último extracto de una carta que Guénon dirigía a uno de sus corresponsales a pocos meses de su muerte (30 de Agosto de 1950) y que concernía entre otros a la oportunidad de continuar después de su desaparición con la publicación de la revista Etudes Traditionnelles: <Evidentemente, está siempre el peligro de que algunos busquen de apropiársela y utilizarla a los propios fines; ésto es necesario poderlo evitar, porque de otro modo sería mejor que dejara de ser publicada>. (<Evidemment, il y aurait toujours le danger que des gens en cherchent à s’en emparer et à l’utiliser à leurs propes fins; c’est là ce qu’il faudrait pouvoir empêcher, car alors il vaudrait mieux qu’elle cesse de paraître>).

Pietro Nutrizio
 





[1] Se trata del artículo de J. -B. L., titulado <Una Parodia de la Ayuda de Oriente>, Pág. 180.
[2] De alguno de los síntomas más característicos de este alejamiento  ha sido  tratado en esta revista en distintas ocasiones por G. Manara. Se pueden ver, por ejemplo, los artículos: <Le voile du temple> (en el n. 15, de Abril - Junio 1965), <Etudes Traditionnelles  tra divergenti tendenze> (en el n. 16, de Julio - Septiembre de 1965), <Sempre piú confusione: Planète Plus e i pretesi “discépoli” di René Guénon> (en el n. 33, de Julio - Diciembre de 1970), <Etudes Traditionnelles ringrazia Planète> y <Etudes Traditionnelles rinnega Planète (en el n. 34 de Enero - Junio 1971), <Sui parassiti dell’opera di Guénon: qualque aggiornamento> (en el n. 60, de Enero - Junio 1984). 
[3] Se trata, como por lo demás se refiere en el n. 486  de la <Orientación> de la dirección de Etudes Traditionnelles, tras un  <pensamiento expresado por R. Guénon en una de sus últimas cartas>.
[4] Sobre este artículo, que en realidad es más bien una larga recolección de anotaciones en la cual se expresan <un ensañamiento y un desprecio excepcional contra la obra y la persona misma de Guénon>, ver la nota de G. Manara <F. Schuon: eufemisticamente “qualche critica”>, comprendida en el artículo ya citado en el Nro. 60 de esta revista.
[5] <Rivista di Studi Tradizionali> n. 61 (Julio - Diciembre 1984): <Etudes Traditionnelles 33 ans après >.
[6] En particular  se hacía referencia a los <dos (errores) que tenían verdadera importancia y de los cuales se podía extraer alguna enseñanza> (?), y eran aquellos, según el autor del artículo, <referentes al Budismo y a la relación entre la autoridad espiritual y el poder temporal>.  Ahora bien, a pesar de que también fuera dicho que <en Guénon, absolutamente nada es sin significado, e incluso un significado frecuentemente muy importante> (¡incluido el error!), este nos parece un modo singular de defender, aunque sea con buena fe, la integridad global de los puntos de vista expresados por Guénon. No pretendemos abordar en una simple nota cuestiones que requerirían de largos desarrollos para ser clarificados, sin embargo podemos al menos sugerir que en ambos casos existe una explicación que para ser tal no tiene necesidad de recurrir a la... <teoría del error>.
[7] A los cuatro puntos dudosos que destacamos se agrega una singular comparación de la importancia respectiva de los roles de Guénon, de Shankarâchâria y del Dante en base a datos puramente exteriores: sobre este argumento ver el artículo de G. Manara <Etudes Traditionnelles 33 ans après > ya recordado.
[8] Una brusca reprensión en este sentido está contenida en el compte-rendu en la Revista, en el número de Noviembre de 1932 (155), el Voile d’Isis, compte-rendu reimpreso en la edición de 1965 del Théosophisme, histoire d’une pseudo-religion: <Pedimos a nuestros lectores tomar nota: <(...) 3° que es igualmente inútil buscar informaciones biográficas sobre nosotros, entendido que nada de aquello que nos refiere personalmente pertenece al público, y que por el resto estas cosas no pueden tener el mínimo verdadero interés para nadie: sólo la doctrina cuenta, y, frente a ella, las individualidades no existen>.
               Como se puede constatar, es exactamente aquello que se está haciendo por todas partes...

[9] Ver, por ejemplo, este pasaje de Oriente y Occidente, pág. 165 de la edición italiana: <Obviamente, es necesario distinguir entre la concepción de la verdad metafísica y su formulación, en la cual la razón discursiva puede intervenir secundariamente (a condición, entiéndase bien, que ella reciba un reflejo directo del intelecto puro y trascendente) para expresarla en la medida de lo posible; tal verdad sobrepasa inmensamente su esfera y su alcance, y de ella, en virtud de su universalidad, cualquier forma simbólica o verbal podrá solamente y siempre ofrecer una traducción incompleta, imperfecta e inadecuada, llegando más bien a constituir un “soporte” para la concepción, que, en cambio, representar efectivamente aquello que por naturaleza es en su mayor parte inexpresable e incomunicable, y a lo cual no se puede  sino “asentir” directa y personalmente>.
[10] A este propósito, ver nuestro artículo <Ilegitimidad de la vulgarización>, en el n. 48 de esta revista.
[11] Un pequeño ejemplo, pero bastante significativo, aparece en el n. 493 (presentación de la tercera carta); el comentador cree oportuno llamar la atención del lector sobre el hecho de que Alberto Magno y Tomás de Aquino (de los cuales se dice en la carta haber estado vinculados a una organización hermética) <hubieran (según Guénon) llegado a un  estado espiritual análogo a aquellos que más tarde fueron indicados con la denominación de “Rosa-Cruz”>, hecho que, según él <explicaría muchas cosas>. Ahora bien, el texto de la carta quiere decir solamente que ¡en aquella época las organizaciones herméticas no se llamaban todavía <rosacrucianas> !.  
[12] Nos servimos voluntariamente de este <término técnico> sacado de la tradición islámica para traer un concepto ya expresado en el artículo de J. -B. L. publicado en este número. En realidad con esta palabra (sobre todo si está aplicada, como aquí, a los escritos de R. Guénon), intentamos denominar de modo extensivo todo acto correcto relativo a aquello que Guénon llamaba el <el manejo de las influencias espirituales>. En el fondo, el mismo adjetivo <tradicional> usado propiamente, sobrentiende el mismo concepto; se puede deducir, de cuanto estamos diciendo, cual es el abuso que se hace de este término en los escritos con pretensiones de este tipo, que se ven hoy enormemente multiplicados.
[13] Encontramos afirmado este principio particular en una carta de René Guénon del 12 de Abril de 1936: <[...] tal vez me decida pronto a escribirle a este propósito, pero precisando bien que mi carta no está destinada a la publicación, porque veo que tiene el hábito de publicar casi todo aquello que le escriben; naturalmente podrá, por el contrario, hacer el uso que quiera de las observaciones que formularé en mis compte-rendus...>(<[...] je vais peut-étre me décider à lui écrire à ce sujet , mais en  précisant  bien que mi lettre n’est pas destinée à la publication, car je vois qu’il a l’habitude de publier à peu près tout ce qu’on lui écrit; il pourra naturellement, par contre, faire l’usage qu’il voudra des observations que je formulerai dans mes compte-rendus...>).
               Por lo demás, para ilustrar posteriormente cual fuese el tipo de reserva del todo particular que R. Guénon mantenía respecto a su vida privada y de aquella de su correspondencia, podemos señalar que estos dos (que además se conocían entre ellos) no supieron el uno del otro que estaban en relación con él si no cuando él quiso, por razones bien precisas, ponerlos personalmente al corriente de las cosas. Y este silencio había durado por diez años.
[14] Confrontar, a propósito del peso a dar a este título, según los casos, con el artículo de J. -B. L. <Una penosa conferma> en el n. 64 de la <Rivista di Studi Tradizionali>. Entre otros, el ejemplo del cual el autor del artículo se sirve para ilustrar la diferencia que es necesaria hacer al propósito es propiamente aquel de F. Schuon, y de su título de shaykh tal como era visto por Guénon. 
[15] Ver nuestro artículo <Implicacioni polítiche dell’opera di René Guénon ?> en el n. 39 de la <Rivista di Studi Tradizionali>.
[16] En un artículo recientemente aparecido en una revista francesa <de derecha> se anuncia la próxima publicación, a cargo de una casa editorial italiana, de una reunión de escritos de Guido de Giorgio; esta reunión comprenderá, se dice en el artículo, también la reproducción integral de una serie de cartas de R. Guénon dirigidas al poco conocido tradicionalista italiano. Después de todo lo que hemos visto hacer en este campo, y con lo cual estamos distrayendo a los lectores de lo que solamente respecta a los Etudes Traditionnelles, la última cosa que nos sorprendería sería llegar a saber que en ocasión de esta nueva empresa ...<tradicional> no se ha pensado solicitar a los herederos del autor francés una autorización previa a la publicación... Y porque  en el caso de Etudes Traditionnelles las cartas (además de haber sido objeto de un cambio venal, como diremos dentro de poco, en el texto) han tenido casi ciertamente la función de <mercancía barata> para dar a los presentadores la introducción de sus propios escritos en las páginas de la revista francesa, lo que les apetecía en gran medida, tenemos razones para sospechar  que algo del género se está verificando también  en esta ocasión; sobre todo porque algunos detalles hacen pensar en una identidad de presentadores... 
[17] Como era de esperarse, la maniobra antitradicional de la cual estamos hablando se articula en formas variadas para tocar los <estratos> diversos de destinatarios. Además de los dos aspectos a los cuales se hace referencia en este número, relevamos otro, de un tipo particular, pero también significativo por su modo insidioso ya que, confirmando aquello que apenas habíamos terminado de decir, su objetivo es nuevamente  confundir las ideas en mérito a la función conferida por el Shaykh at-Tâdilî a la única persona que debía ejercitar regularmente el papel de Murshid para los Occidentales (ver el artículo de J. -B. L. en este número, ya citado por nosotros repetidas veces).
               En el número de Septiembre de 1986 de la revista Connaissance des Religions, en buena parte dedicado a las necrológicas de su jefe de redacción muerto a los inicios de 1986, encontramos que se habla de su pérdida como de un <maestro que se anulaba frente a la maestría> y termina, refiriéndose a él, con la evocación de <puntos de comparación con la vida y la misión de René Guénon>. Incluso cuando se trata solamente de un periódico de vagas tendencias literarias y misticoides, no pensamos que tal límite (por lo demás claramente enunciado en la misma denominación de la revista) justifique que se juegue con términos que deben ser solamente <técnicos>, sobre todo cuando se hace una referencia explícita a Guénon.
               Ni es menos revelador de ciertas intenciones <proselitistas>, un <homenaje> al desaparecido, consistente  en la reproducción de una du’â (plegaria) recibida por éste del Shaykh at-Tâdilî en el curso de una visita a este último hecha <en ocasión de un viaje que realizó (el personaje del que se trata) en automóvil, con algunos amigos, atravesando España y con permiso de visitar numerosas ciudades del norte de Marruecos>...
               Como se puede constatar fácilmente, aquí la <trampa> está montada sobre dos mecanismos: ó los lectores desprevenidos serán inducidos a pensar que, como consecuencia de un viaje turístico, el personaje en cuestión ha devenido realmente en un maestro espiritual (y serán de tal modo desviados de búsqueda de aquello que ellos habrán eventualmente dejado...), o podrán pensar que el Shaykh at-Tâdilî operase en un nivel exclusivamente <religioso> o exotérico (y estarán impedidos de buscar en esa dirección...). En realidad, para arribar a un juicio correcto, será suficiente que consideremos el hecho de que el desaparecido era un (supuesto) moqqaddem de F. Schuon (y también aquí rogamos a nuestros lectores creer que se trata de una constatación <técnica>).
               ¾ Un síntoma posterior de esta nueva acción antitradicional, aunque de alcance menor, está también contenido en la revista  Etudes Traditionnelles. En la presentación  de la <Bibliografía completa de los escritos de Denys Roman aparecida en Etudes Traditionnelles> (n. 492, pág 67), la redacción presenta a D. Roman (M. Maugy) como uno de los <cuatro depositarios>  del <deseo formulado por R. Guénon en las vísperas de su muerte> sobre la orientación de la revista. Esta información está caracterizada por una inexactitud doble, que, aunque sea solamente <histórica> no deja de tener su peso, en particular frente a los nuevos lectores de la revista francesa. Documentos de los cuales disponemos comprueban en cambio que: 1) René Guénon no discutió jamás sobre la <orientación> de la revista, incluso aquella póstuma, si no con M. Clavelle (J. Reyor), todavía jefe de redacción del periódico; 2) el grupo de los <cuatro depositarios> (que aunque existió) no había sido sindicado por Guénon para ser garante de la <orientación> de la revista, sino para precisar los criterios a seguir en la publicación de las recopilaciones póstumas de artículos esparcidos en publicaciones diversas. 
               Este grupo, el único del cual hay huellas, estaba compuesto por Clavel, Vâlsan, Maridort y Madero (ex embajador de Argentina en el Cairo y en París, en el primero después de la Guerra y frecuentador de la familia de Guénon en Egipto). En los documentos que poseemos no se señala el nombre de M. Maugy (Denys Roman). Esta rectificación no está hecha por cierto  para atacar ¾ ni siquiera mínimamente¾ la figura de M. Maugy; ella tiene sin embargo, como los lectores comprenderán fácilmente, su importancia desde el punto de vista <histórico>, sobre todo en presencia de la maniobra que estamos denunciando.  
[18] Si decimos que estamos decididos a rectificar antes de todo cuanto se está haciendo en este sentido en Etudes Traditionnelles, es por un orden de consideraciones que están lejos de ser meramente <sentimentales>, como tal vez podría pensar quien no haya deducido de la obra de Guénon las consecuencias más profundas. Estas consideraciones nos inducen a exponer una observación, por lo demás muy justa, que hemos leído en la sección <Les Revues> del n. 489-490 de Etudes Traditionnelles, con la firma de Denys Roman. Este, después de haber señalado el papel positivo de <difusión necesaria de la obra del Maestro desaparecido> que el articulista cuyos escritos él examina atribuye a tal revista, comenta del modo siguiente: <No nos es dado saber [si esto corresponderá o no a la realidad]. (...)Pero sería ya mucho que nuestros colaboradores, conscientes de sus límites y de su insuficiencia, pero confiados sobre toda otra cosa en la acción de la “influencia espiritual” ejercitada durante tanto tiempo en la cabeza y en el corazón de nuestra revista, dedicaran todos sus esfuerzos a fin de que jamás sean olvidados el nombre y la obra de René Guénon>.
También nosotros pensamos que la revista Etudes Traditionnelles fue el <lugar> en cuyo centro se ejercitó la <influencia espiritual> de la cual era vehículo René Guénon, y es justamente por esto que, viendo aquello que sucede ahora y sabiendo quienes son algunos de sus colaboradores actuales, irresistiblemente nos viene a la memoria este pasaje del capítulo XXVII del Reino de la Cantidad:  <(...) es necesario darse cuenta que también la influencia espiritual, para entrar en acción en nuestro mundo, debe necesariamente asumir los soportes apropiados, antes de todo en el campo psíquico, y después en el mismo campo corpóreo (...). Si la influencia espiritual a continuación se retira por cualquier razón, sus antiguos “soportes” cuerpos, lugares u objetos (...),  quedarán no menos cargados de elementos psíquicos, los cuales serán tanto más fuertes y más persistentes cuánto más potente haya sido la acción para la cual ellos hayan servido como intermediarios e instrumentos>... <Además, estas influencias están a disposición quienquiera que sepa “captarlas”, del mismo modo que las fuerzas “físicas”; será por lo tanto natural que tanto las unas como las otras puedan servir a los fines más diversos y hasta opuestos, a continuación de la intención de quien se las apodere y las dirija según la propia voluntad>... <De todos modos, ya sea que se trate de los lugares en sí mismos, de las influencias que permanecen ligadas a ellos, o también de conocimientos del tipo de aquellos a los cuales hemos señalado recientemente, es el caso de recordar a este propósito el antiguo adagio: “corruptio optimi pessima”, el cual tal vez se aplica mejor en esta ocasión que en cualquier otra (...)>.
Evidentemente se podrá objetar que con estas palabras  Guénon intentaba referirse a los <residuos> de verdaderas y propias tradiciones, pero, aparte de hecho de que quien hiciera tale objeción demostraría no ser capaz de valorar en sus proporciones reales la función de René Guénon, si el mismo Guénon no hubiese pensado en estos términos sobre el destino Etudes Traditionnelles después de su muerte, ¿habría tal vez dado el consejo que reportamos al cierre de nuestro artículo, sobre la oportunidad de <demolir> tal revista en el caso de <infiltraciones> sospechosas?.
De todos modos, para que sea completa la exposición de nuestro modo de ver a este propósito, es necesario agregar una última observación. Aquello que habíamos descripto es un estado de cosas que corresponde a un momento de Etudes Traditionnelles, y, teniendo en cuenta la posición totalmente especial de este periódico, estaba en cierto modo descontado que una tentativa de infiltración del género tuviese lugar contra ella; a la revista francesa, que, como habíamos dicho al inicio, había demostrado en su tiempo saber reaccionar en modo positivo a otras contaminaciones, queda todavía abierta la posibilidad de mantener los óptimos propósitos manifestados a fines del 84.
Pero para hacer esto es necesario antes de todo que se den cuenta de que aquello que Guénon desarrollaba desde las páginas de Etudes Traditionnelles no era ciertamente una acción pacífica, ni mucho menos de tipo... <literario>.