domingo, 28 de julio de 2013

LOS ANIMALES SIMBÓLICOS Y EL ESPACIO SAGRADO


 

Raimon Arola:
 
LOS ANIMALES SIMBÓLICOS Y EL ESPACIO SAGRADO

APUNTES PARA LA INTERPRETACIÓN DEL SIMBOLISMO DEL TETRAMORFO (*)

 

 

Las representaciones de animales y de otras bestias en el arte románico tiene múltiples funciones y sentidos interpretativos, como se puede comprobar en este ciclo de conferencias; pero es en la representación de los cuatro animales que envuelven la mandorla del Maiestas Domini, en el ábside de las iglesias románicas, donde adquiere el sentido simbólico más propio, pues, como todo auténtico símbolo, representa la unión del cielo y la tierra. Estos cuatro animales se conocen con el nombre del Tetramorfo, palabra de origen griego que significa las cuatro formas, porque representan las cuatro formas en las que se manifestó la divinidad, como veremos más adelante. Cada uno de estos animales se identifica con un evangelista: San Juan se representa con la forma de un águila, San Lucas con la de un toro, San Marcos con la de un león y San Mateo con la de un ángel.

 

Existen muchas maneras de representar estos cuatro animales alrededor de Cristo (1), desde las primeras representaciones en las basílicas romanas del siglo V, hasta las formas del románico catalán. Pero el aspecto del análisis propio de la historia del arte, en el sentido de las variantes estilísticas o iconográficas, no es el tema que aquí nos interesa. Lo que nos interesa es averiguar el significado de estas figuras como símbolos dentro del espacio sagrado en el que estaban ubicadas, en detrimento de los posibles significados ideológicos que como imagen del poder indiscutiblemente podían tener.

 

Para un espectador del siglo XX la contemplación de estos animales produce una mezcla de placer estético y a la vez una extrañeza que nos atrae sin saber muy bien por qué, pero no era así en el espíritu de los hombres del siglo XII; por el contrario, para ellos estos animales formaban parte del universo sagrado, de otra realidad que para ellos era tan existente y real como el mundo que podemos ver con los ojos y tocar con las manos. Para poder entender la importancia y significado de estas imágenes es necesario considerar el sentimiento y la mentalidad de los hombres que los realizaron. Hoy podemos no compartir sus creencias, pero para comprender el simbolismo del Tetramorfo no se puede prescindir de la mentalidad, profundamente sagrada, de los creadores de estas magníficas obras de arte.

 

Los cuatro animales simbólicos ilustran el fragmento del Apocalipsis de San Juan, cuando, desterrado en la isla de Patmos, ve el cielo abierto y la gloria de Cristo, y escribe: "Vi una puerta abierta en el cielo y aquella voz como de trompeta, que al principio había oído como si me hablara, decía: "Sube aquí, y te mostraré las cosas que han de pasar después de estas". A continuación me encontré llevado por la inspiración del Espíritu y he aquí que había un sitial puesto en el cielo, y en el sitial uno que estaba sentado… y alrededor del sitial cuatro animales, llenos de ojos por delante y por detrás..." (Ap. 4,1-6).

 

Por los símbolos utilizados, la visión de Juan es muy parecida a la visión que tuvo Ezequiel durante el exilio del pueblo judío en Babilonia (2). Es realmente interesante a nivel simbólico que los dos profetas reciban la misma visión cuando están fuera de su tierra, lo cual podría significar que están fuera del cuerpo físico, llevados "por la inspiración del Espíritu". En la figura primera del Beatus (Figura 1) que representa la escena del pasaje de Juan que hemos citado, se ve una especie de mar que el espíritu del santo atraviesa para llegar al lugar de la gloria, donde está la Maiestas Domini. La visión de Juan se relaciona también con el comienzo de la vocación profética de Isaías, cuando contempla la gloria de Dios (Is.6, 1-4) (3).

 

Tanto en la descripción de Isaías como en la de Juan en el Apocalipsis, los animales, junto con los ángeles que envuelven al Cristo en Majestad: "no paran de decir noche y día: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso" (Ap. 4, 8). En el texto griego el término empleado para decir Todopoderoso es Pantocrátor, por eso al conjunto de los ábsides románicos los historiadores del arte lo han denominado con este nombre griego (4). En algunas iglesias entre los animales del Tetramorfo y los ángeles, arcángeles, serafines y querubines que acompañan a Dios Todopoderoso, se encuentran las letras SCS, repetidas tres veces, que son una abreviatura del latín Sanctus. Difícilmente podemos acercamos al significado del Tetramorfo en la época románica si no escuchamos resonar por toda la Iglesia el Trisagio de los cuatro animales simbólicos, tal como escribieron el profeta Isaías y San Juan. A este canto se añadía el toque de las campanas, puntuando cada uno de los tres Sanctus.

 

Este himno se cantaba en el momento de la liturgia conocido como Prefacio, al principio de la misa de los fieles, cuando el sacerdote invita a todos los catecúmenos a abandonar el recinto sagrado y comienza la celebración reservada a los iniciados por el bautismo; entonces, después del ofertorio del pan y el vino, el sacerdote invoca a todas las fuerzas celestiales para que lo acompañen en la consagración. En este momento mágico, los hombres y los ángeles cantan la misma cosa, todo el edificio de la iglesia se llena con una sola voz que aclama la cercana venida del Señor Todopoderoso; es cuando los cielos se abren, el velo se descorre y se prepara para la consagración.

 

En la consagración, el Señor Todopoderoso baja de su trono celestial para participar en la vida de los hombres. El simbolismo más profundo, más exacto y precioso del Cristianismo se producía en este acto central, pues es cuando el cielo, atraído por los cantos y los ritos practicados por los sacerdotes, los monjes y los fieles, se une a la tierra. Por eso no puede entenderse el significado del Tetramorfo sin vivir, si se puede decir así, ese momento mágico.

 

Según la exégesis hebrea, el hecho de repetir tres veces la palabra Santo en el Trisagio es debido a que la primera vez "designa la Corona suprema, la segunda la raíz del árbol y la tercera a aquel que se encuentra ligado y unido a todo" (5); lo cual debe entenderse como que el universo de los ángeles, representado por la Corona suprema, y el universo de los hombres, denominado raíz del árbol, se unen en un mismo canto con el Señor del centro. Un comentarista cristiano de la liturgia explica el mismo sentido: "Los ángeles y los hombres se han convertido en una sola iglesia, uno coro único, por la manifestación de Cristo, que es a la vez del cielo y de la tierra" (6). Simbólicamente esta triple repetición representa el triple componente del hombre: el cuerpo del hombre representa la parte terrenal, los ángeles la parte psíquica y la unión de ambas es la parte divina.

 

El sentido simbólico de los animales del Tetramorfo está completamente vinculado al espacio sagrado, por eso hemos titulado nuestra conferencia como: Los animales simbólicos y el espacio sagrado. Como hemos dicho, la representación del Pantocrátor sobre el altar del sacrificio no era, para los hombres del siglo XII, una mera decoración de un tema religioso, un recurso pictórico para hacer bonito o para imponer a los pobres una ideología del poder. La obra de arte formaba parte del conjunto litúrgico, mostrando la presencia de Dios en la celebración de la eucaristía. La representación de la imagen de Cristo permitía recordar a los creyentes de la época medieval que el Dios Todopoderoso estaba presente en el espacio sagrado de la misa. Por eso el arte era un reflejo del magnum mysterium, admirabile sacramentum. Hoy se ha perdido el sentido de lo sagrado.

 

Los cuatro animales santos que rodean la mandorla eran, si se puede hablar así, los encargados de conducir a Cristo desde su trono en el cielo hasta el altar donde se producía la unión santa del Creador con las criaturas. Esta relación de los cuatro animales simbólicos con el carro que conduce el Señor de todos los ejércitos está confirmada por la tradición hebrea, pues el capítulo primero de Ezequiel, cuando al lado del río Kebar describe los cuatro animales santos, es considerado uno de los pasajes más importantes y misteriosos del Antiguo Testamento, motivo de estudios repetidos y continuados que dieron pie, según Gershom Scholem (7), a toda la mística judía, en especial a la Cábala, que es justamente la recepción del don del Señor. Este pasaje de Ezequiel se conoce con el nombre de Mercabá que significa "el carro", pues los cuatro animales simbólicos, juntamente con la descripción de unas extrañas ruedas que van en todas las direcciones (que en Sant Climent de Taüll parecen los círculos que rodean las figuras interiores) constituyen el vehículo del Señor, tanto para ascender hasta la luz del principio, como para que ésta descienda al corazón de los hombres. Por eso los hebreos hablan del misterio de la Mercabá en relación con lo que en hebreo se denomina la Shekiná, que quiere decir "presencia", es la presencia de Dios entre los hombres. Para hacer un estudio mínimamente completo del Pantocrátor románico habría que compararlo con la Mercabá y la Shekiná de la tradición cabalística, pero eso escapa del marco de esta conferencia.

 

Si intento situar a los animales simbólicos dentro del espacio sagrado es porque toda su significación simbólica original se encuentra, sin duda, relacionada con el espacio y el rito. Por eso, Geroges Duby, el más importante historiador de la sociedad, el arte y la cultura de la época medieval, ha demostrado que las creaciones artísticas y litúrgicas, en el siglo XII, eran obras hechas por monjes iniciados en los misterios de la epifanía de Cristo; escribe al respecto: "los monjes no construyeron sus iglesias con sus manos. Utilizaban obreros asalariados. De todas maneras, los creadores, los que concibieron el edificio, escogieron sus ornamentos, eran sabios iniciados" (8), y en otro lugar: "Debemos reconocer en la arquitectura y las artes figurativas del siglo XI, como en la música y en la liturgia, un poder iniciático. Por esta razón sus formas no tuvieron nada de popular" (9). Cuando Duby habla de iniciados está describiendo a aquellos hombres, guerreros del espíritu, que consiguieron atravesar las fronteras del mal para poder recibir la sabiduría que proviene del primer firmamento. Solamente ellos conocían estos misterios, y como un misterio concibieron las representaciones de los cuatro animales santos sobre los que está sentado el Cristo Todopoderoso (10).

 

Los animales del Tetramorfo son símbolos en tanto que reflejan la visión que tienen los iniciados del cielo abierto, pero lo son como una manera de explicar algo que, según los videntes, no se puede explicar. Esta es la idea básica que desarrolla Beato de Liébana en su comentario al Apocalipsis (11), pues cuando comenta este pasaje se pregunta: "¿cómo puede ser que un animal de seis alas sea parecido a un águila, pues el águila tiene dos alas?, o ¿ cómo aquellos tres animales, el león, el toro y el hombre, dice que tienen alas, cuando vemos que estas especies no tienen? Por eso no debemos creerlo tal como está escrito, sino como un misterio" (12).

 

El misterio del que habla Beato de Liébana no es otro que la reunión de los fieles con la luz del origen de la creación. Según la concepción del mundo en la época medieval, la realidad que nos rodea es imperfecta, y esta imperfección es causada por la mezcla contradictoria que, proviniendo de los astros, hace actuar a los hombres. Nos estamos refiriendo a la teoría básica de la astrología, según la cual los hombres y todas las partes del mundo terrenal están regidos por las energías que provienen de los astros (seguramente muchas representaciones de animales y bestias en el románico indicaban estas fuerzas, pero eso sería el tema de otro estudio). Mas, según esta concepción del mundo, por encima de los astros hay un cielo de pureza, conocido como el éter, palabra que en griego significa "espíritu ardiente". Allí no hay mezclas heterogéneas, y por tanto no hay más que vida eterna. Sería el Espíritu de los Universos, es decir, la fuerza motriz de toda la creación.

 

Pues bien, los animales simbólicos del Tetramorfo son los habitantes del éter; tal como lo explica el profeta Ezequiel: "Vi que venía del norte un viento de tempestad con una gran nube, rodeada de un brillo, un fuego fulgurante, y en el medio, como el estallido de una incrustación metálica. En el centro, discernía una cosa como cuatro animales" (Ez..1, 4). El Zohar, el libro más importante de la mística judía, desarrolla este concepto que identifica los cuatro animales con el propio éter y dice así: "Los animales son seres de fuego que habitan el fuego, son un fuego que habla, son un resplandor brillante que sube y baja, un fuego ardiente" (13). Pensemos también que los cuatro animales están acompañados de querubines y serafines, que son ángeles ígneos (14). El Tetramorfo es pues un fuego muy puro que ocupa el firmamento por encima de los astros y que rodea el trono de Cristo en Majestad. Beato de Liébana habla de este fuego y escribe: "De este fuego dice nuestro Salvador: 'he venido a traer fuego a la tierra' (Lc. 12, 49)". Y es por este hecho que los animales santos y los hombres cantaban: "Santo, santo, santo es el Señor Tzabaot (15), el cielo y la tierra están llenos de su gloria", es decir, el fuego puro del origen lo llena todo, y las fuerzas del mal, que son el destino de los astros, han sido vencidas gracias a las plegarias y los cantos de los monjes. Según esta interpretación los animales simbólicos se convierten en las semillas que provienen del éter y permiten la regeneración de los hombres, pues, como dice el Zohar, los animales del Tetramorfo son "como un árbol cuyas ramas abundan por todos lados y están llenas de frutos y siembran su semilla en el mundo" (16).

 

Siguiendo las traducciones bíblicas protestantes, actualmente para traducir el término griego Zôa, que en el Apocalipsis designa a los seres del Tetramorfo, así como el término hebreo Haiots de la visión de Ezequiel, se utiliza la palabra "vivientes", que es del todo correcta lingüísticamente, pero para los hombres medievales la palabra empleada era siempre "animales", siguiendo la traducción latina de San Jerónimo. Es en esta traducción en la que los padres de la Iglesia se apoyaron para hacer su exégesis. Un animal, en latín clásico y en medieval, indicaba todo individuo "animado por un espíritu", en tanto que vive y respira, y no como se puede entender hoy en día que viene a significar "bestia", es decir, todo individuo animado contrapuesto a hombre. Los seres que vio San Juan eran animales santos en el sentido que estaban animados por el espíritu proveniente del éter, y no por la energía mezclada de los astros.

 

A partir de la etimología de la palabra "animal" se explica por qué los padres de la Iglesia relacionaron a los cuatro Evangelistas con los cuatro animales de las visiones proféticas; en este sentido se entiende el siguiente comentario de San Isidoro de Sevilla: "Se representan como animales porque el Evangelio de Cristo se predica teniendo como finalidad el alma de los hombres (...) pues, con la venida de Cristo se revelaron al mundo los misterios que se mantenían ocultos hasta entonces (17). Que esta idea estaba viva en la época medieval nos lo demuestra el hecho que Beato de Liébana utiliza exactamente la misma cita (18).

 

A partir de este juego etimológico se puede comprender por qué los cuatro animales del Tetramorfo se relacionaron con los cuatro Evangelistas, ya que, como dice San Isidoro, éstos fueron los encargados de transmitir la palabra de Cristo hasta el alma de los hombres; son cuatro porque la palabra santa se expandió por las cuatro direcciones del mundo, es decir, por todas partes. En las representaciones románicas los cuatro Evangelistas siempre llevan el Libro, lo cual demuestra que son los que transmiten la palabra, que es una simiente de fuego.

 

Vemos así que utilizar el término "vivientes" para referirse al Tetramorfo es desde la filología del todo correcto, pero según la exégesis pierde el sentido, como pasa siempre que se sale de la tradición y se acaba no entendiendo nada del simbolismo originario.

 

Los cuatro Evangelios canónicos describen una sola realidad, que es la vida de Jesucristo, pero cada uno de ellos incide más en un aspecto de esa vida, resalta alguna cosa que en los demás permanece velada. Cada evangelista incidió en uno de los momentos básicos de la vida de Jesucristo: su nacimiento, su pasión, su resurrección y su ascensión al cielo. Por eso, desde el prólogo de San Jerónimo a su traducción de los Evangelios, se considera cada animal del Tetramorfo a la vez un evangelista y un momento de las cuatro formas (tetramorfo) de la vida de Cristo. Beato de Liébana recoge esta tradición, muy importante en la Iglesia ortodoxa y también en el arte románico de la manera siguiente: "Que los cuatro animales son la figura de los cuatro evangelistas lo testimonia el mismo comienzo de cada uno de los libros del Evangelio. Pues aquel que comienza por la genealogía humana, Mateo, con razón está representado por un hombre. El que comienza por la voz que dama en el desierto, Marcos, en justicia se lo representa por un león; Lucas, que comienza por un sacrificio, está representado por un toro. Y el que comienza por la divinidad del Verbo, Juan, está justamente identificado con un águila" (19).

 

Estos cuatro momentos de la vida de Cristo son un arquetipo de la realidad de todos los sabios que llegan a contemplar directamente la Gloria de Dios; en este sentido continúa explicando Beato de Liébana: "Todo escogido y perfecto en el camino del Señor es al mismo tiempo hombre, toro, león y águila" (20). Es decir, ha realizado todo un proceso que es denominado "camino del Señor".

 

La identificación de cada animal con una de las cuatro formas de la manifestación divina acumula importantes relaciones simbólicas que se repiten en prácticamente todas las culturas de la Antigüedad, mediante las que se crean cadenas de correspondencias que relacionan a los cuatro animales con las diferentes partes del universo. Para intentar ordenarlas creemos que lo más importante, como era costumbre en la época medieval, es comenzar por la estructura del cosmos tal como la entendía la astrología. Los cuatro animales del Pantocrátor corresponden a cuatro figuras zodiacales, las que se conocen como signos fijos, es decir, las que están en el centro de cada una de las estaciones del año. Así el toro de Lucas corresponde a Tauro, en medio de la Primavera, el león de Marcos corresponde a Leo, en medio del verano, el águila de Juan era el símbolo identificado con Escorpión, en medio del otoño, y el hombre que representa a Mateo se identifica con el signo de Acuario, en medio del invierno.

 

Estos signos fijos marcan también las cuatro direcciones en las que se expande la palabra de Cristo por toda la tierra, por eso normalmente en las exégesis se relacionan los animales con los diferentes vientos.

 

Pero la relación que simbólicamente es más importante viene dada por la correspondencia entre los signos zodiacales, relacionados con los evangelistas, y los cuatro elementos. Pues, cada uno de los cuatro signos fijos corresponde a un elemento, Tauro a tierra, Leo a fuego, Escorpión a agua y Acuario a aire. Los cuatro elementos son las semillas de toda la creación. Según la concepción medieval del mundo, todo sale de la combinación de los cuatro elementos ya que, como dice un hermetista contemporáneo: "Los cuatro elementos forman el alfabeto con el que Dios enseña a los hombres clarividentes" (21).

 

El ciclo del año reproduce la vida de Cristo, ya que se encarna corno un hombre durante el invierno, en la fiesta de Navidad, es sacrificado como un toro durante la Pascua en la primavera, resucita como león en el verano y desaparece, transmitiendo la semilla, corno un águila en otoño.

 

Cabe discernir ahora por qué cada animal se identifica con un momento de la vida de Cristo, con una de sus cuatro formas. Las relaciones simbólicas están próximas al sentido de los antiguos jeroglíficos egipcios, donde las figuras de animales sirven para mostrar los misterios de la divinidad, tal como podemos leer en el famoso Bestiario medieval conocido como el Fisiólogo.

 

La identificación de San Juan con un águila para mostrar la ascensión de Cristo al cielo después de la resurrección, se explica en tanto que el águila se consideraba como el pájaro que vuela más alto y más próximo al sol y, además, puede mirarlo directamente sin quedar ciego, por eso el Fisiólogo dice que el águila "subiendo hacia las alturas, llega al sol de justicia" (22); el águila, como Juan contemplando la gloria de Dios, retorna al sol de donde ha salido. La relación entre San Marcos y el león, para explicar la resurrección de Cristo, viene establecida por la creencia ancestral de que cuando una "leona pare un cachorro, éste nace muerto y lo cuida durante tres días, hasta que al tercero llega el padre, lanza su aliento sobre el rostro del leoncito y lo resucita" (23). El símbolo de San Lucas como un toro, para explicar el sacrificio en la cruz del Salvador, se explica porque según el pensamiento pagano antiguo el toro era el animal sacrificado más perfecto y su ofrenda era la más efectiva. Finalmente, la identificación entre San Mateo y la figura humana para representar la genealogía carnal de Cristo, parece perfectamente lógica.

 

Creemos que esta exégesis medieval sobre el significado de los cuatro momentos de la vida de Cristo tiene que ver con la tradición clásica cuando explica el mito del dios Sol, identificado por los primeros cristianos con Jesucristo. Según la mitología, el Sol viaja cada mañana con un carro desde Oriente hasta los remotos rincones del Océano. El vehículo que transporta al dios solar está tirado por cuatro caballos, el primero es rojo, como el Sol de la mañana, el segundo es blanco, como el Sol ascendente al mediodía, el tercero es inflamado, como el Sol en el momento de máximo esplendor y el cuarto es casi negro como el Sol cuando se pone (24).

 

El simbolismo de los animales santos del Tetramorfo que conducen la cuádriga divina se corresponde directamente con el carro del Sol de la tradición pagana, pues, en definitiva, la vida de Cristo, como la de los otros justos, se ha comparado siempre con el despertar y desarrollo del sol interior que tiene cada hombre: nace en Oriente, desaparece por Occidente. La propia disposición arquitectónica de las iglesias sigue este viaje, ya que el ábside siempre está situado en dirección a Oriente.

Siguiendo esta línea interpretativa, es posible entender por qué, según los primeros Padres de la Iglesia, había una unidad profunda entre los cuatro Evangelios y era necesario leerlos todos, no era suficiente uno sólo, para comprender la realización del mensaje, pues en la suma de los cuatro momentos de la vida de Cristo está ya el propio Cristo, o bien la Iglesia unida a Cristo (25).

 

En este punto de la investigación se haría inevitable comenzar la interpretación directa del Cristo en Majestad que está en el centro de los cuatro animales, pero eso ya es motivo de otro estudio.

 

* [No nos ha sido posible contactar con el autor de la presente conferencia, que nos ha llegado por vías diferentes y cuya publicación en catalán está prevista en breve plazo. Es por ello que no se difunde por "Difusión Traditio", pues tan sólo va dirigido a algunos selectos componentes de la lista. Rogamos, pues, se respete extremadamente la confidencialidad del documento. No se trata, por otra parte, de un estudio excepcional, pero hemos querido repartirlo "entre amigos" porque puede ser un buen complemento a uno de los futuros envíos de DT, el comentario de Beato de Liébana al Apocalipsis de san Juan, Libro III, punto 3, en el que el autor explica el significado de los "Cuatro vivientes". Recibid un tradicional saludo y que tengáis buen fin de semana. Como suele decir un gran amigo mío, Pax tibi].

1. Para profundizar en este aspecto cf Y. Christe, L 'Apocalypse de Jean. Sens et développements de ses visions synthétíques, Paris, Picard, 1996, que es un magnifico estudio del tema.

2. Sobre la relación de las figuras del Tetramorfo con las posibles fuentes babilónicas cf. E. Manso y M. A. Sanchez-Rubio, "Orígenes y fuentes de la iconografía del Tetramorfos", en Cuadernos de Arte, 1989, vol. II., núm. 3.

3. También tiene cierta relación con el sueño de Daniel descrito como una visión profética en los primeros versículos del capítulo siete (Dan. 7).

4. El nombre de Pantocrátor se relaciona también con un icono de la Iglesia Oriental que representa el busto de Cristo.

5. Le Bahir. Le Livre de la clarté, Lagrasse, Verdier, 1983, p. 97. Cf. en el mismo sentido El Targum Jsaías, Valencia, Institución San Jerónimo, 1988, p. 83.

6. N. Cabasilas, Explication de la divine liturgie, París, Du Cerf, 1967, p. 149.

7. Cf. Les grands courants de la mystique juive, París, Payot, 1983, capítulo primero.

8. Europa en la Edad Media. Arte románico, arte gótico, Barcelona, Blume, 1981, p. 55.

9. Tiempo de catedrales. El arte y la sociedad 980-1420, Barcelona, Argot, p. 106.

10. La lectura de Duby sobre el arte religioso medieval propone el encuentro entre el sentido artístico del Cristianismo medieval con los propios orígenes del cristianismo como religión mistérica. Este origen parece fuera de dudas cuando los historiadores de las religiones han comparado objetivamente el origen del Cristianismo con otras formas culturales; así, por ejemplo, M. Eliade escribe: "La liturgia se desarrolló como un misterio reservado a los iniciados. El Pseudo-Areopagita advierte a quien haya experimentado la mistagogía divina: Guárdate de divulgar sacrílegamente unos misterios que son santos entre todos los misterios, sé prudente y haz honor al secreto divino". (Historia de las creencias y de las ideas religiosas, Madrid, Cristiandad, 1983, vol. III,1, p. 69).

11. Beato de Liébana vivió a finales del siglo VIII en el norte de España. Escribió un comentario al Apocalipsis In Apocalypsis, donde recogió las interpretaciones de los antiguos padres de la Iglesia, sin aportar novedades. Asimismo, su comentario fue copiado e iluminado innumerables veces durante toda la época medieval, son los famosos códices conocidos como Beatos, tan importantes en la historia del Arte. Las referencias que citaremos provienen de la edición bilingüe Obras completas del Beato de Liébana, preparada por J. González Echegaray, A. Del Campo y L. G. Freeman, Madrid, B. A. C., 1995.

12. Beato de Liébana, op. cit., p. 299.

13. Zohar Jadash, fol. 61b, citado por C. Del Tilo, "La visión de la Merkabah y el Hashmal" en La Puerta. Cábala, Barcelona, Obelisco, 1989, p. 71.

14. El nombre serafín significa en hebreo "quemar" y en relación al carácter ígneo de los querubines debemos recordar que en el capítulo segundo del Génesis se dice que llevan la espada flameante.

15. En la visión de Isaías el nombre utilizado es Tzabaot, que se mantiene tanto en la traducción griega de los Setenta como en la liturgia hasta el último concilio. Tzabaot significa propiamente: "Señor o Maestro de las armadas (de la tierra y del cielo, de todos los espíritus y de todos los poderes)" como apunta A. Elmaleh, Nouveau dictionnaire complet hébreu-français, Tel-Aviv, Yavneh, 1974, ad. loc.

16. Le Zohar, Lagrasse, Verdier, 1981, vol. 1, p. 111, (1, 19).

17. Etimologías, B.A.C., Madrid, 1982, p. 575 (VI, 2, 41, 42).

18. Beato de Liébana, op. cit., p. 294.

19. Beato de Liébana, op. cit., p. 301.

20. Beato de Liébana, op. cit., p. 301.

21. Louis Cattiaux, El missatge retrobat, Barcelona, Obelisco, 1988, p. 78, (5, 49).

22. El Fisiólogo. Bestiario medieval, Buenos Aires, EUDEBA, 1971, ad. loc.

23. Idem, ad. loc.

24. Cf. G. Boccaccio, Genealogía de los dioses paganos, Madrid, Editora Nacional, 1983, p. 227.

25. Cf. Beato de Liébana, op. cit., p. 301. Los cuatro animales santos están íntimamente ligados con el Dios Todopoderoso que ocupa el centro como si fuese la quintaesencia; en el lenguaje teológico esta unión se denomina el casamiento entre la Iglesia y Cristo, por eso la explicación sobre el Tetramorfo más extensa en los comentaristas eclesiásticos de la época relaciona directamente los cuatro animales con la Iglesia, como si fuese el trono sobre el cual se sienta el Señor. Sin la Iglesia el Dios del cielo no se podría manifestar y hacerse conocer sobre la tierra y llegar al alma de los hombres. La Iglesia de Cristo son las columnas que forman el lugar de la manifestación divina. Cuatro columnas identificadas en el arte del siglo XII con los cuatro animales simbólicos del Tetramorfo, que permiten la manifestación crística, propiamente son la misma Iglesia. Dice Beato: "Estos cuatro animales son una sola cosa que es la Iglesia".

 

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