miércoles, 17 de julio de 2013

Del nacimiento eterno (Meister Eckhart)


Meister Eckhart:
 
 DEL NACIMIENTO ETERNO  (1)



Celebrarnos aquí en esta vida temporal el nacimiento eterno que Dios Padre ha realizado y realiza aun sin interrupción en la "eternidad" y que este mismo nacimiento se ha producido también en el tiempo, en la naturaleza humana. Este nacimiento se produce siempre, dice Agustín. Pero cuando no se produce "en mí", ¿qué me importa? ¡Que, por el contrario se produzca en mi, es toda la cuestión! Por tanto queremos hablar de este nacimiento, de la manera en que se efectúa en nosotros o más bien en las almas buenas: ¿en qué lugar del alma perfecta pronuncia el Padre su palabra eterna? Todo lo que he dicho aquí, sólo es válido para un hombre perfecto que ha caminado y aún camina por los senderos de Dios, pero no para un hombre natural e inexperto, pues para él este nacimiento es algo completamente alejado y desconocido.

 

Un dicho del hombre sabio esta expresado así: "Cuando todas las cosas reposaban en un profundo silencio, descendió hacia mí desde lo alto, desde el trono real, una palabra secreta". De esta palabra es de lo que se ocupará este sermón.

 

"Tres cosas" hay que observar aquí. Primeramente: ¿Dónde pronuncia Dios Padre esta palabra en el alma, cual es el lugar para este nacimiento y esta obra? Es preciso que esto ocurra en lo más puro que haya en el alma, en lo más notable y en lo más fino. ¡En verdad! Si Dios Padre con toda su potencia tuviera aún algo más noble con lo que pudiera gratificar al alma, como dote natural, ante lo cual pudiera ir el alma para recibirlo, el Padre debería esperar para realizar este nacimiento a que esta cualidad suprema estuviera allí. Por lo tanto es preciso que el alma en la que el nacimiento ha de producirse se mantenga perfectamente pura y viva con una perfecta nobleza, que esté completamente unificada y completamente interior, que no vagabundee afuera, por los cinco sentidos, en la diversidad de las criaturas, sino que esté por completo en el interior y unificada en lo más puro que posee; ése es su sitio, cualquier otro más modesto le repugna. La "segunda parte" de este sermón se refiere a la manera en que el hombre ha de relacionarse con esta operación de Dios, o con esta inspiración, con este nacimiento: si le es más beneficioso que colabore con él, que obtenga por la lucha y por el mérito que se produzca en él este nacimiento y que se realice, por ejemplo llamando a su conciencia una imagen de Dios formada por sus representaciones y ejercitándose con ella, pensando para sí: "¡Dios es sabio, todopoderoso, eterno!" y otras cosas por el estilo que él imagine de Dios: si "esto" es más útil y más beneficioso para este nacimiento del Padre, o si no es mejor mantenerse aparte de todos los pensamientos, palabras y obras, de todas las imágenes de nuestro entendimiento y quedarse vacío y libre de todas las representaciones y perseverar en un estado de prueba donde se sufre a Dios de manera que uno se mantenga ocioso y deje actuar a Dios: ¿con cuál de estos comportamientos sirve mejor al hombre a este nacimiento? Y la "tercera" parte es el avance, tan magnífico, que se produce con este nacimiento.

 

Unas palabras, pues, sobre la primera parte. En mi discurso voy a utilizar la conducta de la prueba natural, para que creáis por vosotros mismos que es así, aunque yo crea más en la Escritura que en mí mismo; pero en un discurso completamente demostrativo os irá mejor y os será más fácil de seguir.

Examinemos primeramente la frase: "En medio del silencio me fue dicha una palabra secreta". ¿Dónde está el silencio y dónde el lugar donde esta palabra es pronunciada? Como he dicho más arriba: en la parte más pura que el alma puede presentar, en su parte más noble, en su fondo, en resumen: en la "esencia" del alma. Allí está el profundo silencio, pues allí no ha penetrado nunca ninguna criatura ni ninguna imagen que, en este nacimiento, corresponda a la plena unión con la naturaleza divina. Y es precisamente de esta manera y no de otra como Dios Padre engendra a su Hijo en el fondo y la esencia del alma y se une así con ella. Si hubiera aún allí alguna imagen la plena unión no podría encontrar sitio y solamente sobre ella reposa toda la bienaventuranza del alma.

 

Ahora podríais decir: "¡En el alma no hay sin embargo, por naturaleza, más que imágenes!" ¡No, no es así! Si así fuera, el alma no sería nunca dichosa. Pues una criatura en la que recibieras una completa bienaventuranza, Dios tampoco podría crearla, pues entonces él ya no sería la bienaventuranza suprema y el fin último: mientras que sin embargo su naturaleza y su voluntad es ser el comienzo y el fin de todas las cosas. Una criatura nunca puede ser la bienaventuranza. Y las mismas pocas posibilidades tiene de ser aquí la perfección, pues la perfección o la virtud tiene también como consecuencia la perfección de la vida. Es preciso pues que permanezcas y vivas ya en tu "esencia", en tu "fondo" y ahí es donde Dios debe tocarte con su simple esencia, sin que haya ninguna imagen como intermediaria. Una imagen no se tiene a sí misma como propósito, no se propone a sí misma: siempre te conducirá y te enviará hacia eso de lo que es imagen. Y como sólo se tienen imágenes de lo que está fuera y es percibido por los sentidos, es decir de las criaturas y que además ella te envía siempre hacia eso de lo que es imagen, sería imposible que nunca pudieras llegar a ser feliz por no importa qué imagen.

 

El "segundo" punto es: lo que el hombre debe hacer para que este nacimiento se produzca en él y se realice con éxito: si es mejor que haga por su parte algo para esto, por ejemplo teniendo representaciones de Dios o pensando en él, o que se quede tranquilo en un estado de reposo, de silencio, y que entonces Dios hable y actúe en él y que él espere simplemente la operación de Dios. Sobre esto repito: este hablar y este actuar de Dios sólo les ocurre a hombres buenos y perfectos que se han asimilado tan bien la esencia de toda virtud que emana de ellos, de toda su esencia sin que colaboren con ello; ¡y antes que todas las cosas debe vivir en ellos la venerable vida y la noble doctrina de Nuestro Señor Jesucristo! Ellos pueden saber que lo mejor y lo más magnífico a lo que se puede llegar en esta vida es callarse y dejar entonces actuar a Dios. Allí donde todas las potencias están completamente retiradas de toda su actividad y de sus objetivos, allí es donde la palabra es pronunciada. Por eso dice nuestro texto: "En medio del silencio me fue dicha la palabra secreta". Cuanto más estás en estado de reabsorber las potencias y de olvidar todas las cosas y todas las imágenes que desde siempre has acogido en ti, cuanto más olvidas a la criatura, más próximo estás de esta palabra y más preparado para recibirla. ¡Ah, si de una sola vez pudieras volverte ignorante de todas las cosas, sí, caer en una ignorancia de tu propia vida! Como le ocurrió a San Pablo, puesto que dice: "¡Si yo estaba dentro de mi cuerpo o fuera, yo no sé nada, Dios lo sabe!". El espíritu había atraído hacia él de tal forma a todas las potencias del alma que el cuerpo había desaparecido para él: allí, ni la memoria ni la razón, ni los sentidos, ni las potencias a las que corresponde conducir y alimentar a los sentidos, ninguna estaba ya activa; el fuego y el calor vital estaban suspendidos y por esto no se deterioró el cuerpo a pesar de no haber comido ni bebido en tres días. Lo mismo le ocurrió a Moisés cuando ayunó cuarenta días en la montaña sin que por eso se debilitara su cuerpo: el último día estaba exactamente igual de fuerte que el primero. Así es pues cómo el hombre debe evadirse de sus sentidos, volverlos hacia el interior y entrar en un olvido de todas las cosas y de sí mismo. Por eso es por lo que un maestro increpa al alma en estos términos: ¡Retírate de la agitación de las ocupaciones exteriores! y más adelante: ¡Huye y escóndete del tumulto de la actividad exterior así como del de los pensamientos del interior, pues sólo crean problemas!

Así pues, si Dios debe decir su palabra en el alma, es preciso que ésta haya llegado a la paz y al reposo: ¡entonces él dice su palabra y se dice a sí mismo en el alma, no una imagen, sino él mismo! Dionisio dice: Dios no tiene ni imagen ni figura de él pues él es en sí esencialmente "todo" bien, toda verdad y toda esencia. Dios efectúa todas sus obras, tanto en él como fuera de él, en un instante. No te imagines que cuando Dios hizo el cielo, la tierra y todas las cosas, hacía hoy una cosa y otra mañana. Es cierto que esto es lo que escribió Moisés: ahora bien, él sabía mejor como había sido, pero lo escribía para unas gentes que de otra forma no podrían comprenderlo. Por su parte Dios sólo hizo una cosa: ¡quiso y fueron! Dios actúa sin intermediario y sin imagen. Cuanto más libre de imágenes estás, más preparado estás para recibir su acción y cuanto más vuelto hacia el interior y más olvidadizo, más cerca estas de él. A propósito de esto, Dionisio exhortaba a su discípulo Timoteo diciéndole: "¡Querido hijo Timoteo, con el espíritu libre de preocupaciones debes elevarte por encima de ti mismo y por encima de las potencias de tu alma, por encima de toda forma y de toda esencia, en la silenciosa obscuridad escondida, para llegar a un conocimiento del Dios desconocido supradivino! Para esto es preciso un desapego de todas las cosas: a Dios le repugna actuar entre toda clase de imágenes."

 

Ahora preguntarás: ¿Qué hace pues Dios sin ninguna imagen en el fondo y esencia del alma? Yo no estoy en estado de saber esto, pues las potencias del alma sólo pueden percibir en imágenes, por lo que deben coger cada cosa y reconocerla en su imagen particular: no pueden conocer a un pájaro a través de la imagen de un hombre; y como las imágenes siempre llegan del exterior, eso les permanece escondido. Y eso es lo más beneficioso para ellas: la ignorancia las atrae como hacia algo maravilloso y las lanza en su búsqueda. Pues el alma siente bien qué es, pero no sabe cómo es ni lo que es. En cuanto el hombre conoce la naturaleza de las cosas, se cansa de ellas y vuelve la mirada hacia algo nuevo: siempre tiene nostalgia por conocer esas cosas y sin embargo no tiene constancia. Sólo este conocimiento no conocedor mantiene al alma en semejante suspensión y sin embargo la lanza a la búsqueda.

 

Por eso dice el hombre sabio: "En medio de la noche, como todas las cosas se callaban en un profundo silencio, me fue dicha una palabra secreta. Vino furtivamente como los ladrones". ¿Qué quiere decir por "una palabra que sin embargo parecía oculta", pues es la naturaleza de la palabra revelar lo que está oculto? Se abrió y se me apareció con un resplandor, para significar que quería revelarme algo y me dio un mensaje de Dios; por eso es llamada una palabra. Pero lo que era, eso estaba oculto para mi; por eso ha dicho: "Esto vino en un cuchicheo, en un silencio, para revelarse." ¡Mirad! Precisamente porque está escondido, es preciso y se debe guardar en lo íntimo. Eso apareció y sin embargo estaba escondido: ¡eso quiere decir que nosotros aspirábamos y suspirábamos hacia él! San Pablo dice: ¡Tenemos que buscar hasta que hayamos encontrado sus huellas y no cesar nuestra búsqueda antes de habernos impregnado de ello! Cuando estuvo maravillado en el tercer cielo donde Dios debía manifestarse a él y donde había contemplado todas las cosas y cuando volvió en sí no había olvidado nada de todo esto, había entrado tan profundamente en él, en el fondo del alma, que su razón no podía conseguir juntarse de nuevo con él: estaba oculta para él. Por eso fue preciso que se pusiera a perseguirlo y siguiera sus huellas, en sí mismo, no fuera de él. ¡Es completamente en el interior, no en el exterior, sino totalmente dentro! Y porque estaba completamente seguro de ello es por lo que dijo: "Estoy seguro de que ni la muerte, ni ningún tormento puede separarme de lo que encuentro en mí."

 

Un maestro pagano dijo una hermosa sentencia sobre este tema a otro maestro: "Observo algo en mí que resplandece en mi razón: siento bien que es algo, pero lo que es no puedo aprehenderlo; ¡solamente me parece que si pudiera aprehenderlo, sabría toda la verdad!" El otro maestro le respondió entonces: "¡Y bien! ¡agárrate a eso! pues si pudieras aprehenderlo encontrarías ahí la idea de toda bondad y tendrías la vida eterna!". San Agustín se expresa también en este sentido: "Observo algo en mí que va delante de mi alma y la ilumina de antemano: ¡si este algo se hiciera perfecto y estable, debería ser la vida eterna! Sin embargo se esconde y se muestra". Pero viene a la manera de los ladrones y se propone desvalijar el alma y robarle todo. A propósito de esto ha dicho el profeta: "Señor, cógeles su espíritu y en su lugar dales tu espíritu". Esto es también lo que quería hacer la desposada (del Cantar) cuando decía: "Mi alma se fundió y se licuó cuando el bienamado me dijo su palabra: cuando él llegó fue preciso que yo me fuera". También Cristo quería decir esto cuando decía: "El que renuncie a algo por amor a mí lo recibirá al céntuplo; el que quiera poseerme ha de despojarse de su yo y de todas las cosas y el que quiera servirme es preciso que me siga, ya no puede seguir ocupándose de sus propios asuntos".

 

Sin duda tú dirás: ¡Oh! Querido Señor, queréis volver del revés el curso natural del alma. Su naturaleza es percibir por los sentidos y en imágenes: ¿Queréis trastornar este orden? ¡Y bien! ¿Qué sabes tú de las capacidades que Dios ha comunicado a la naturaleza humana? ¡Que sin embargo no están descritas aun en todo detalle sino que más bien están ocultas! Pues los que han escrito sobre las capacidades del alma, no han ido sin embargo más allá del punto que a su razón natural los ha llevado: nunca han ido al fondo. Y como consecuencia muchas cosas estaban escondidas para ellos y han permanecido desconocidas. Por eso ha dicho el profeta: "Yo quiero quedarme sentado y callarme y escuchar lo que Dios dice en mí". Y es porque está tan escondida por lo que esta palabra llegó durante la noche, en la oscuridad.

San Juan dice: "La luz lucía en las tinieblas; vino en su propia heredad y todos los que la recibieron se volvieron hijos de Dios". ¡Consideremos aquí qué exigencia y qué fruto emanan de esta palabra secreta y de esta oscuridad! El hijo del padre celestial no ha nacido solo en esta oscuridad que es su heredad; tú también has nacido ahí como hijo del mismo Padre celestial y de nadie más; y el también te da a ti la fuerza. Ved cuán magnífico es este anticipo: pensad en toda la verdad que todos los maestros han enseñado hasta ahora por su propia razón, o que enseñaran alguna vez, hasta el día del juicio final, ¡y sin haber entendido lo más mínimo de este saber, de este fondo! Incluso si a esta cosa se la llama una ignorancia, un no-conocimiento, hay sin embargo en ella más que en cualquier saber o en cualquier conocimiento fuera de ella. Pues esta ignorancia te conduce y te saca fuera de toda cosa conocida y fuera de ti mismo. Es lo que Cristo quería decir cuando decía: "El que no niega su propio yo y no deja a su padre y a su madre y no se mantiene aparte de todo eso, no es digno de mí". Como si dijera: ¡El que no renuncie a todo lo exterior de las criaturas, no puede ser ni concebido ni engendrado en este nacimiento divino! Que tú te prives a ti mismo y de todo lo que está fuera, solamente eso te lo da verdaderamente. Y el hombre que en esto esté correctamente dispuesto, yo creo que nunca podrá ser separado de Dios. Afirmo que es incapaz de caer en el pecado mortal. Semejantes hombres sufrirán mejor la más ignominiosa muerte antes que cometer aunque fuera el más pequeño pecado mortal; como por lo demás han hecho muchos santos. Sí, ni siquiera pueden cometer un pecado venial, ni dejarlo pasar conscientemente en ellos o en otros hombres cuando podrían impedirlo. De tal forma están seducidos y atraídos por esta vía, tan acostumbrados están a ella, que nunca querrían volverse hacia otra: dirigen todos sus sentidos y sus potencias por este único camino.

 

Que el Dios que ha nacido de nuevo como hombre nos ayude a este nacimiento, para que nosotros, pobres hijos de la tierra, nazcamos en él en tanto que Dios; ¡que nos ayude a ello eternamente! Amén.

 



NOTAS:

1. Tomado de Maestro Eckhart, Obras escogidas, Barcelona, Visión Libros, 1980.


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