Meister
Eckhart:
DEL NACIMIENTO ETERNO (1)
Celebrarnos
aquí en esta vida temporal el nacimiento eterno que Dios Padre ha realizado y
realiza aun sin interrupción en la "eternidad" y que este mismo
nacimiento se ha producido también en el tiempo, en la naturaleza humana. Este
nacimiento se produce siempre, dice Agustín. Pero cuando no se produce "en
mí", ¿qué me importa? ¡Que, por el contrario se produzca en mi, es toda la
cuestión! Por tanto queremos hablar de este nacimiento, de la manera en que se
efectúa en nosotros o más bien en las almas buenas: ¿en qué lugar del alma
perfecta pronuncia el Padre su palabra eterna? Todo lo que he dicho aquí, sólo
es válido para un hombre perfecto que ha caminado y aún camina por los senderos
de Dios, pero no para un hombre natural e inexperto, pues para él este
nacimiento es algo completamente alejado y desconocido.
Un
dicho del hombre sabio esta expresado así: "Cuando todas las cosas
reposaban en un profundo silencio, descendió hacia mí desde lo alto, desde el
trono real, una palabra secreta". De esta palabra es de lo que se ocupará
este sermón.
"Tres
cosas" hay que observar aquí. Primeramente: ¿Dónde pronuncia Dios Padre
esta palabra en el alma, cual es el lugar para este nacimiento y esta obra? Es
preciso que esto ocurra en lo más puro que haya en el alma, en lo más notable y
en lo más fino. ¡En verdad! Si Dios Padre con toda su potencia tuviera aún algo
más noble con lo que pudiera gratificar al alma, como dote natural, ante lo
cual pudiera ir el alma para recibirlo, el Padre debería esperar para realizar
este nacimiento a que esta cualidad suprema estuviera allí. Por lo tanto es
preciso que el alma en la que el nacimiento ha de producirse se mantenga
perfectamente pura y viva con una perfecta nobleza, que esté completamente
unificada y completamente interior, que no vagabundee afuera, por los cinco
sentidos, en la diversidad de las criaturas, sino que esté por completo en el
interior y unificada en lo más puro que posee; ése es su sitio, cualquier otro más
modesto le repugna. La "segunda parte" de este sermón se refiere a la
manera en que el hombre ha de relacionarse con esta operación de Dios, o con
esta inspiración, con este nacimiento: si le es más beneficioso que colabore
con él, que obtenga por la lucha y por el mérito que se produzca en él este
nacimiento y que se realice, por ejemplo llamando a su conciencia una imagen de
Dios formada por sus representaciones y ejercitándose con ella, pensando para
sí: "¡Dios es sabio, todopoderoso, eterno!" y otras cosas por el
estilo que él imagine de Dios: si "esto" es más útil y más
beneficioso para este nacimiento del Padre, o si no es mejor mantenerse aparte
de todos los pensamientos, palabras y obras, de todas las imágenes de nuestro
entendimiento y quedarse vacío y libre de todas las representaciones y
perseverar en un estado de prueba donde se sufre a Dios de manera que uno se
mantenga ocioso y deje actuar a Dios: ¿con cuál de estos comportamientos sirve
mejor al hombre a este nacimiento? Y la "tercera" parte es el avance,
tan magnífico, que se produce con este nacimiento.
Unas
palabras, pues, sobre la primera parte. En mi discurso voy a utilizar la
conducta de la prueba natural, para que creáis por vosotros mismos que es así,
aunque yo crea más en la Escritura que en mí mismo; pero en un discurso
completamente demostrativo os irá mejor y os será más fácil de seguir.
Examinemos
primeramente la frase: "En medio del silencio me fue dicha una palabra
secreta". ¿Dónde está el silencio y dónde el lugar donde esta palabra es
pronunciada? Como he dicho más arriba: en la parte más pura que el alma puede
presentar, en su parte más noble, en su fondo, en resumen: en la
"esencia" del alma. Allí está el profundo silencio, pues allí no ha
penetrado nunca ninguna criatura ni ninguna imagen que, en este nacimiento,
corresponda a la plena unión con la naturaleza divina. Y es precisamente de
esta manera y no de otra como Dios Padre engendra a su Hijo en el fondo y la
esencia del alma y se une así con ella. Si hubiera aún allí alguna imagen la
plena unión no podría encontrar sitio y solamente sobre ella reposa toda la
bienaventuranza del alma.
Ahora
podríais decir: "¡En el alma no hay sin embargo, por naturaleza, más que
imágenes!" ¡No, no es así! Si así fuera, el alma no sería nunca dichosa.
Pues una criatura en la que recibieras una completa bienaventuranza, Dios
tampoco podría crearla, pues entonces él ya no sería la bienaventuranza suprema
y el fin último: mientras que sin embargo su naturaleza y su voluntad es ser el
comienzo y el fin de todas las cosas. Una criatura nunca puede ser la
bienaventuranza. Y las mismas pocas posibilidades tiene de ser aquí la
perfección, pues la perfección o la virtud tiene también como consecuencia la
perfección de la vida. Es preciso pues que permanezcas y vivas ya en tu
"esencia", en tu "fondo" y ahí es donde Dios debe tocarte
con su simple esencia, sin que haya ninguna imagen como intermediaria. Una
imagen no se tiene a sí misma como propósito, no se propone a sí misma: siempre
te conducirá y te enviará hacia eso de lo que es imagen. Y como sólo se tienen
imágenes de lo que está fuera y es percibido por los sentidos, es decir de las
criaturas y que además ella te envía siempre hacia eso de lo que es imagen,
sería imposible que nunca pudieras llegar a ser feliz por no importa qué
imagen.
El
"segundo" punto es: lo que el hombre debe hacer para que este
nacimiento se produzca en él y se realice con éxito: si es mejor que haga por
su parte algo para esto, por ejemplo teniendo representaciones de Dios o
pensando en él, o que se quede tranquilo en un estado de reposo, de silencio, y
que entonces Dios hable y actúe en él y que él espere simplemente la operación
de Dios. Sobre esto repito: este hablar y este actuar de Dios sólo les ocurre a
hombres buenos y perfectos que se han asimilado tan bien la esencia de toda
virtud que emana de ellos, de toda su esencia sin que colaboren con ello; ¡y
antes que todas las cosas debe vivir en ellos la venerable vida y la noble
doctrina de Nuestro Señor Jesucristo! Ellos pueden saber que lo mejor y lo más
magnífico a lo que se puede llegar en esta vida es callarse y dejar entonces
actuar a Dios. Allí donde todas las potencias están completamente retiradas de
toda su actividad y de sus objetivos, allí es donde la palabra es pronunciada.
Por eso dice nuestro texto: "En medio del silencio me fue dicha la palabra
secreta". Cuanto más estás en estado de reabsorber las potencias y de
olvidar todas las cosas y todas las imágenes que desde siempre has acogido en
ti, cuanto más olvidas a la criatura, más próximo estás de esta palabra y más
preparado para recibirla. ¡Ah, si de una sola vez pudieras volverte ignorante
de todas las cosas, sí, caer en una ignorancia de tu propia vida! Como le
ocurrió a San Pablo, puesto que dice: "¡Si yo estaba dentro de mi cuerpo o
fuera, yo no sé nada, Dios lo sabe!". El espíritu había atraído hacia él
de tal forma a todas las potencias del alma que el cuerpo había desaparecido
para él: allí, ni la memoria ni la razón, ni los sentidos, ni las potencias a
las que corresponde conducir y alimentar a los sentidos, ninguna estaba ya
activa; el fuego y el calor vital estaban suspendidos y por esto no se
deterioró el cuerpo a pesar de no haber comido ni bebido en tres días. Lo mismo
le ocurrió a Moisés cuando ayunó cuarenta días en la montaña sin que por eso se
debilitara su cuerpo: el último día estaba exactamente igual de fuerte que el
primero. Así es pues cómo el hombre debe evadirse de sus sentidos, volverlos
hacia el interior y entrar en un olvido de todas las cosas y de sí mismo. Por
eso es por lo que un maestro increpa al alma en estos términos: ¡Retírate de la
agitación de las ocupaciones exteriores! y más adelante: ¡Huye y escóndete del
tumulto de la actividad exterior así como del de los pensamientos del interior,
pues sólo crean problemas!
Así
pues, si Dios debe decir su palabra en el alma, es preciso que ésta haya
llegado a la paz y al reposo: ¡entonces él dice su palabra y se dice a sí mismo
en el alma, no una imagen, sino él mismo! Dionisio dice: Dios no tiene ni
imagen ni figura de él pues él es en sí esencialmente "todo" bien,
toda verdad y toda esencia. Dios efectúa todas sus obras, tanto en él como
fuera de él, en un instante. No te imagines que cuando Dios hizo el cielo, la tierra
y todas las cosas, hacía hoy una cosa y otra mañana. Es cierto que esto es lo
que escribió Moisés: ahora bien, él sabía mejor como había sido, pero lo
escribía para unas gentes que de otra forma no podrían comprenderlo. Por su
parte Dios sólo hizo una cosa: ¡quiso y fueron! Dios actúa sin intermediario y
sin imagen. Cuanto más libre de imágenes estás, más preparado estás para
recibir su acción y cuanto más vuelto hacia el interior y más olvidadizo, más
cerca estas de él. A propósito de esto, Dionisio exhortaba a su discípulo
Timoteo diciéndole: "¡Querido hijo Timoteo, con el espíritu libre de
preocupaciones debes elevarte por encima de ti mismo y por encima de las
potencias de tu alma, por encima de toda forma y de toda esencia, en la
silenciosa obscuridad escondida, para llegar a un conocimiento del Dios
desconocido supradivino! Para esto es preciso un desapego de todas las cosas: a
Dios le repugna actuar entre toda clase de imágenes."
Ahora
preguntarás: ¿Qué hace pues Dios sin ninguna imagen en el fondo y esencia del
alma? Yo no estoy en estado de saber esto, pues las potencias del alma sólo
pueden percibir en imágenes, por lo que deben coger cada cosa y reconocerla en
su imagen particular: no pueden conocer a un pájaro a través de la imagen de un
hombre; y como las imágenes siempre llegan del exterior, eso les permanece
escondido. Y eso es lo más beneficioso para ellas: la ignorancia las atrae como
hacia algo maravilloso y las lanza en su búsqueda. Pues el alma siente bien qué
es, pero no sabe cómo es ni lo que es. En cuanto el hombre conoce la naturaleza
de las cosas, se cansa de ellas y vuelve la mirada hacia algo nuevo: siempre
tiene nostalgia por conocer esas cosas y sin embargo no tiene constancia. Sólo
este conocimiento no conocedor mantiene al alma en semejante suspensión y sin
embargo la lanza a la búsqueda.
Por
eso dice el hombre sabio: "En medio de la noche, como todas las cosas se
callaban en un profundo silencio, me fue dicha una palabra secreta. Vino
furtivamente como los ladrones". ¿Qué quiere decir por "una palabra
que sin embargo parecía oculta", pues es la naturaleza de la palabra
revelar lo que está oculto? Se abrió y se me apareció con un resplandor, para
significar que quería revelarme algo y me dio un mensaje de Dios; por eso es
llamada una palabra. Pero lo que era, eso estaba oculto para mi; por eso ha
dicho: "Esto vino en un cuchicheo, en un silencio, para revelarse."
¡Mirad! Precisamente porque está escondido, es preciso y se debe guardar en lo
íntimo. Eso apareció y sin embargo estaba escondido: ¡eso quiere decir que
nosotros aspirábamos y suspirábamos hacia él! San Pablo dice: ¡Tenemos que
buscar hasta que hayamos encontrado sus huellas y no cesar nuestra búsqueda
antes de habernos impregnado de ello! Cuando estuvo maravillado en el tercer cielo
donde Dios debía manifestarse a él y donde había contemplado todas las cosas y
cuando volvió en sí no había olvidado nada de todo esto, había entrado tan
profundamente en él, en el fondo del alma, que su razón no podía conseguir
juntarse de nuevo con él: estaba oculta para él. Por eso fue preciso que se
pusiera a perseguirlo y siguiera sus huellas, en sí mismo, no fuera de él. ¡Es
completamente en el interior, no en el exterior, sino totalmente dentro! Y
porque estaba completamente seguro de ello es por lo que dijo: "Estoy
seguro de que ni la muerte, ni ningún tormento puede separarme de lo que
encuentro en mí."
Un
maestro pagano dijo una hermosa sentencia sobre este tema a otro maestro:
"Observo algo en mí que resplandece en mi razón: siento bien que es algo,
pero lo que es no puedo aprehenderlo; ¡solamente me parece que si pudiera
aprehenderlo, sabría toda la verdad!" El otro maestro le respondió
entonces: "¡Y bien! ¡agárrate a eso! pues si pudieras aprehenderlo
encontrarías ahí la idea de toda bondad y tendrías la vida eterna!". San
Agustín se expresa también en este sentido: "Observo algo en mí que va
delante de mi alma y la ilumina de antemano: ¡si este algo se hiciera perfecto
y estable, debería ser la vida eterna! Sin embargo se esconde y se muestra".
Pero viene a la manera de los ladrones y se propone desvalijar el alma y
robarle todo. A propósito de esto ha dicho el profeta: "Señor, cógeles su
espíritu y en su lugar dales tu espíritu". Esto es también lo que quería
hacer la desposada (del Cantar) cuando decía: "Mi alma se fundió y se
licuó cuando el bienamado me dijo su palabra: cuando él llegó fue preciso que
yo me fuera". También Cristo quería decir esto cuando decía: "El que
renuncie a algo por amor a mí lo recibirá al céntuplo; el que quiera poseerme
ha de despojarse de su yo y de todas las cosas y el que quiera servirme es
preciso que me siga, ya no puede seguir ocupándose de sus propios
asuntos".
Sin
duda tú dirás: ¡Oh! Querido Señor, queréis volver del revés el curso natural
del alma. Su naturaleza es percibir por los sentidos y en imágenes: ¿Queréis
trastornar este orden? ¡Y bien! ¿Qué sabes tú de las capacidades que Dios ha
comunicado a la naturaleza humana? ¡Que sin embargo no están descritas aun en
todo detalle sino que más bien están ocultas! Pues los que han escrito sobre
las capacidades del alma, no han ido sin embargo más allá del punto que a su
razón natural los ha llevado: nunca han ido al fondo. Y como consecuencia
muchas cosas estaban escondidas para ellos y han permanecido desconocidas. Por
eso ha dicho el profeta: "Yo quiero quedarme sentado y callarme y escuchar
lo que Dios dice en mí". Y es porque está tan escondida por lo que esta
palabra llegó durante la noche, en la oscuridad.
San
Juan dice: "La luz lucía en las tinieblas; vino en su propia heredad y
todos los que la recibieron se volvieron hijos de Dios". ¡Consideremos
aquí qué exigencia y qué fruto emanan de esta palabra secreta y de esta
oscuridad! El hijo del padre celestial no ha nacido solo en esta oscuridad que
es su heredad; tú también has nacido ahí como hijo del mismo Padre celestial y
de nadie más; y el también te da a ti la fuerza. Ved cuán magnífico es este
anticipo: pensad en toda la verdad que todos los maestros han enseñado hasta
ahora por su propia razón, o que enseñaran alguna vez, hasta el día del juicio
final, ¡y sin haber entendido lo más mínimo de este saber, de este fondo!
Incluso si a esta cosa se la llama una ignorancia, un no-conocimiento, hay sin
embargo en ella más que en cualquier saber o en cualquier conocimiento fuera de
ella. Pues esta ignorancia te conduce y te saca fuera de toda cosa conocida y
fuera de ti mismo. Es lo que Cristo quería decir cuando decía: "El que no
niega su propio yo y no deja a su padre y a su madre y no se mantiene aparte de
todo eso, no es digno de mí". Como si dijera: ¡El que no renuncie a todo
lo exterior de las criaturas, no puede ser ni concebido ni engendrado en este
nacimiento divino! Que tú te prives a ti mismo y de todo lo que está fuera,
solamente eso te lo da verdaderamente. Y el hombre que en esto esté
correctamente dispuesto, yo creo que nunca podrá ser separado de Dios. Afirmo
que es incapaz de caer en el pecado mortal. Semejantes hombres sufrirán mejor
la más ignominiosa muerte antes que cometer aunque fuera el más pequeño pecado
mortal; como por lo demás han hecho muchos santos. Sí, ni siquiera pueden
cometer un pecado venial, ni dejarlo pasar conscientemente en ellos o en otros
hombres cuando podrían impedirlo. De tal forma están seducidos y atraídos por
esta vía, tan acostumbrados están a ella, que nunca querrían volverse hacia
otra: dirigen todos sus sentidos y sus potencias por este único camino.
Que
el Dios que ha nacido de nuevo como hombre nos ayude a este nacimiento, para
que nosotros, pobres hijos de la tierra, nazcamos en él en tanto que Dios; ¡que
nos ayude a ello eternamente! Amén.
NOTAS:
1.
Tomado de Maestro Eckhart, Obras escogidas, Barcelona, Visión Libros, 1980.
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