jueves, 4 de julio de 2013

Giovanni Ponte. ¿ Preparación teórica o premisa ilusoria?

Giovanni Ponte:

 ¿PREPARACION TEORICA O PREMISA ILUSORIA?

Algunos lectores habrán notado la insistencia con la cual varios colaboradores de esta revista suelen insistir en la afirmación de la importancia, como requisito indispensable, de la preparación doctrinal, o de una clarificación intelectual, o, más aun, de una asimilación adecuada del conocimiento teórico (1). Pero tal insistencia puede dar la impresión de una repetición excesiva, pareciendo en el fondo bastante obvia y casi banal la consideración de que antes de actuar es necesario entender qué cosa se trata de conseguir.

Por nuestra parte, sabemos por experiencia cuán fácilmente es posible caer en equivocaciones sobre este argumento fundamental, y cómo, bajo la presión de la mentalidad moderna, es todavía más fácil ceder a la tentación de olvidarlo, mientras que, por otra parte, no es nada sencillo comprender el significado y las implicaciones de la preparación teórica de que se trata.


Refiriéndonos a la obra de René Guénon, podemos observar que, respecto a este argumento, él usaba la típica expresión "no insistiremos nunca demasiado" ("nous n'y insisterons jamais trop"), en un contexto ya por otros recordado en esta revista y que consideramos oportuno repetir textualmente: "La adaptación a tal o cual situación determinada es siempre extremadamente delicada y es necesario poseer datos teóricos firmes y muy extensos antes de hacer siquiera la más mínima tentativa de realización. La misma adquisición de tales datos no es una empresa fácil para los occidentales; en todo caso, y puesto que no insistiremos nunca demasiado, tal preparación es aquello por lo cual es necesario comenzar y constituye la única preparación indispensable, en ausencia de la cual no se podrá hacer absolutamente nada, y de la que depende esencialmente, en cualquier campo que sea, toda realización posterior" (2).

Respecto a la adquisición y el contenido del "elemento teórico" al cual Guénon se refería, pueden sin duda intervenir malentendidos de diversa naturaleza.
Un primer aspecto de dificultad está relacionado con la modalidad misma de comunicación de los datos teóricos, comunicación que se sirve de una elaboración mental, la cual, sin embargo, debería ser esencialmente el instrumento para una respuesta y un asentimiento de un orden mucho más profundo y, en sí mismo, propiamente inexpresable.
Puede en cambio suceder que el contacto con una exposición tradicional, o en particular con la obra de Guénon, produzca espontáneamente una recepción entusiasta, más tal de reducirse después a una exaltación mental que termina en sí misma. Se puede pensar, a este propósito, en la parábola de la semilla caída sobre un terreno superficial en el que no puede echar raíces.

Es necesario decir que la hipertrofia cerebral propia del hombre instruido moderno favorece la perpetuación de esta disociación entre la actitud mental y una facultad intelectual más profunda que ha quedado, por así decir, atrofiada; tal disociación, excluyendo una intervención eficaz del centro ordenador del ser humano, se refleja también en una incapacidad de guiar los diversos aspectos de la propia vida y de sustraerla de las determinaciones provenientes del ambiente y de las propias tendencias no dominadas.
Ya en otra ocasión (3) aludimos, a este propósito, al caso típico de personas que se consideran persuadidas de una enunciación tradicional del orden más profundo y fundamental, pero que se muestran después incapaces de extraer consecuencias que vayan más allá del especialísimo ámbito puramente mental. Observamos también que este estado de cosas puede ser agravado por una actitud de falsa seguridad que se refuerza apoyándose en los aspectos más elevados y puramente metafísicos de las doctrinas tradicionales, mal asimiladas y peor aplicadas: con una extraña confusión de planos, la misma idea de la inalterabilidad del Sí trascendente puede ser, de algún modo, referida a la propia condición psicológica presente, alimentando una impresión de indiferente superioridad del todo ilusoria y fundada en realidad sobre una separación artificial y anormal respecto a los otros aspectos de la propia individualidad.

Hemos recordado este tipo de ejemplos justamente porque representan un caso extremo y particularmente evidente de concepciones erróneas del conocimiento teórico: en efecto, la evidencia del error que caracteriza estos casos extremos puede ayudar a discernir errores mucho menos evidentes aunque, al menos bajo un cierto aspecto, similares, que en condiciones distintas se podrían presentar y a los cuales se correría el riesgo de ser inducido. En particular, la exaltación de la facultad mental, y la falsa referencia a ella de atribuciones que no le competen, convirtiéndola en una barrera en lugar de un instrumento de mediación con aquello que es de orden más elevado, todo lo cual puede concernir no solamente a quien sea extraño a cualquier vía tradicional, sino también a quien esté vinculado a una forma tradicional y haya obtenido un vínculo auténtico a una iniciación. Es posible observar, por el contrario, que una comprensión implícitamente equivocada de la metafísica puede estar en la base de una actitud capaz de utilizar la misma fuerza ritual para reforzar un error de orientación, tanto hasta poder, incluso, conducir a una desviación irremediable.

En las consideraciones que preceden, hemos supuesto que la premisa indispensable, constituida, según René Guénon, por la preparación teórica, está en todo caso referida ante todo a la metafísica pura, al menos en la intención de quien se plantee tal cuestión. En efecto, esta referencia absolutamente preeminente a la metafísica pura resulta obvia para cualquiera que intente apoyarse en la obra de Guénon, teniendo presente sus inequívocas explicaciones y su insistencia sobre este punto. Pero la mentalidad occidental es tal que puede obstaculizar inclusive aquello que sería más obvio a este respecto.
Es así que, al contrario de los ejemplos antes citados, una tendencia preponderante a las aplicaciones con comparaciones puede, de hecho, inducir a tomar o a considerar la obra de Guénon solamente en el aspecto descriptivo y justificativo de la tradición en sus múltiples y concordantes manifestaciones.

Algunos lectores de la obra de Guénon fueron comprensiblemente conquistados por la excepcional capacidad de coordinación y por la extraordinaria riqueza de los datos suministrados a propósito de las diversas formas tradicionales, de su estructura, de sus medios de realización y de las jerarquías en ellas consideradas. Es así que, ya sea porque se afirma este aspecto dejando de lado la metafísica pura, o porque en el fondo no se arriesga a ver en ella más que una parte de la doctrina del todo abstracta y para ellos privada de implicaciones de verdadero interés, termina mutilando la esencia de aquella "preparación indispensable" a la que Guénon se refería. En semejantes condiciones de anormalidad, aquello que se pueda obtener será entonces necesariamente de una naturaleza totalmente distinta de la realización a que Guénon aludía: a falta de aquello que es de un orden más profundo, la actitud con que se afronta cualquier cosa será completamente diferente de aquella necesaria; y no podrá sacar de ella, en la mejor de las hipótesis, sino una suerte de "tradicionalismo" extendido incluso a la noción de tradición primordial y a toda forma tradicional auténticamente catalogada como tal.

A este propósito, es preciso notar que, en la situación de desorden de cuanto queda de tradicional en occidente, cualquiera que hubiese hallado una ubicación más normal y más acorde a sus posibilidades en un ámbito doctrinal más limitado e inclusive en un exoterismo religioso, ya que pudo no haber encontrado en otra parte la ocasión de su búsqueda en sentido tradicional, pudo encontrarla, en cambio, a través de los libros de Guénon.
En tales casos podría, sin duda, obtenerse un desarrollo favorable en un cierto campo de posibilidades relativas, pero es comprensible que, más allá de un cierto límite, se produciría también una falsa comprensión susceptible de provocar nuevas confusiones para sí y para otros. Así, no obstante el aprendizaje y la terminología utilizada, para quien se apoya en el fondo en una mentalidad que no sobrepasa la esfera religiosa, el esoterismo terminará siendo considerado, en el mejor de los casos, como una especie de super-religión, la doctrina metafísica como una super-teología, el "Cero metafísico" como un "Super- Dios" o un "Super-Ser" (4).

Hay todavía otro peligro: como a veces lamentablemente sucede, a todo aquel que posee una buena dosis de presunción y una tendencia, en fin, de un corte individualista bastante acentuado, el hecho de haber aprendido la noción de iniciación como acceso al esoterismo podrá aparecérsele como la puerta de una carrera superior y, por consiguiente, como una meta a conseguir de cualquier modo y lo más rápidamente posible. Y, en todo caso, si llegara a la adquisición (real o imaginaria) de la iniciación virtual, podrá entonces moverse en una satisfecha complacencia, tanto más satisfecha cuánto que todo esto podrá ser obtenido incluso por medio de un esfuerzo notable sobre el plano práctico y afrontando difíciles circunstancias, más sobre todo sin renunciar a la propia, tranquilizante y efectiva superficialidad de partida. Después de esto, aquel que haya atravesado por una experiencia de este género podrá, siguiendo su propensión, continuar considerándose "guenoniano", o bien llegar a la conclusión de que la enseñanza de Guénon debe ser sometida a la propia corrección, o todavía podría ser tranquilamente olvidada (5), habiendo agotado su función al permitir el uso de ciertos contenidos referibles a la forma tradicional deseada (aplicada quizás con el mismo erróneo discernimiento).

Debe quedar claro que, en realidad, no hay medida común entre ejemplos de este género y la profundidad de la intención con la cual la obra de Guénon ha sido concebida (6).
Por otra parte, también la tendencia a un "tradicionalismo" en el cual los principios más esenciales se han perdido de vista puede asumir formas mucho menos evidentes, a veces más sutiles e insidiosas, pero que quizá ocasionalmente (y es esto lo que más interesa en la búsqueda de dar claridad a estos argumentos) sea también más remediable. En ciertos casos, bastaría reflexionar más sobre ciertos puntos fundamentales, bien presentes en la obra de Guénon, pero tales que un concurso de circunstancias desfavorables puede haber impedido ver con la debida evidencia, o puede no haber permitido divisar las implicaciones más decisivas.

A este propósito, quien esté interesado en tales argumentos podrá, sin duda, encontrar por su propia cuenta motivos útiles de reflexión en aquellos aspectos más cercanos a él. Y nos reservamos para otra ocasión -si nos fuera permitido- desarrollar todavía estas consideraciones, bien conscientes de que la ardua persecución de aquello que René Guénon ha llamado "brújula infalible" y "coraza impenetrable" (7) requiere con seguridad del máximo empeño posible.

NOTAS:
1. Cfr. por ejemplo, en el número 52 de esta revista, pp. 25 y 64 ("Rivista di Studi Tradizionali").
2. Cfr. "Orient et Occident", 2ª parte, cap. III: "Constitution et rôle de l'élite".

3. En el nº 5 de esta revista, pp. 220-221.
4. Esta expresión puede parecer grotesca, pero recordemos que no es una invención nuestra y que no por casualidad viene siendo usada por Frithjof Schuon (en francés: "Sur-Être") en su especial reelaboración de las nociones doctrinales tradicionales.
5. Se podría decir que, bajo cierto aspecto, sería éste, en el fondo, el caso más favorable, al menos en el sentido de que, excluyendo toda referencia a la obra de Guénon, excluye también su compromiso en errores de semejante género. (Y es apenas necesario hacer notar que los errores de los presuntos "sostenedores" podrían ser no menos nocivos que los de sus detractores).
6. Debemos precisar que, por otra parte, no intentamos aquí cuestionar mínimamente la legitimidad de cualquier aplicación tradicional, en cualquier nivel y bajo cualquier forma. Lo que intentamos poner en evidencia es solamente el equívoco y la ilusión consistente en considerar casos tales como los que hemos mencionado como la manifestación de aquellos que René Guénon tuvo en vista dedicar su obra; sobre el resto, habrá que remitirse también a las precisiones del propio Guénon según el cual en sus escritos intenta siempre referirse "exclusivamente" al "pequeño número de aquellos que están destinados, en una medida u otra, a preparar el germen del ciclo futuro" (cfr. "Le Règne de la Quantité et les Signes del Temps", Prefacio).
7. Cf. "Orient et Occident", p. 170.

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