PLOTINO
Enéada : SOBRE EL BIEN O EL UNO
1.Todos los seres tienen su existencia por el Uno, no
sólo los seres así llamados en el primer sentido, sino los que se dicen
atributos de esos seres[i]. Porque, ¿qué es lo que podría existir que no fuese
uno? Si lo separamos de la unidad deja inmediatamente de existir. Ni el
ejército, ni el coro, ni el rebaño tendrían realidad alguna si no fuesen ya un
ejército, un coro o un rebaño. Del mismo modo, la casa y la nave carecen de
existencia si no poseen unidad; porque tanto la una como la otra son una unidad
y, si ésta se pierde, dejan también de ser nave y casa
Las magnitudes
continuas no tendrían razón de ser si no poseyesen la unidad. Ahí tenéis un
ejemplo: dividís una magnitud, y perdida ya su unidad, cambia necesariamente de
ser. Igual acontece con las plantas y con los animales; cada uno de ellos es un
cuerpo; pero un cuerpo que, si pierde su unidad, se descompone en múltiples
partes, dejando de ser lo que antesera. Lo que surge entonces son tantos seres
cuantas partes haya y cada uno de ellos presenta a su vez una unidad.
Se da la salud cuando hay en el cuerpo unidad armónica,
la belleza cuando la unidad mantiene unidas las partes, y la virtud en el alma
cuando la unión de las partes resulta de un acuerdo. Pues bien, dado que el
alma, fabricando y moldeando el cuerpo y concediéndole la forma y el orden,
lleva todo a la unidad, ¿convendrá acercarse hasta ella y decir que es ella misma
la que dirige este coro de la unidad o incluso que es ya el Uno? O, puesto que
el alma otorga a los cuerpos unas cualidades que no posee, como la forma y la
idea que son algo diferente a lo que ella es, y asimismo la unidad, que del
alma proviene, ¿ha de creerse que esa unidad que el alma da es diferente de
ella, y que lo que hace realmente el alma es que cada ser sea uno por la contemplación
del Uno, no de otro modo que como ocurre con el hombre, donde se recoge y
plasma la unidad por la contemplación del hombre ideal?
De los seres de los que decimos que son un ser hacemos
esta afirmación con una referencia concreta a su propia realidad. De modo que
cuanto menos ser menos unidad, y cuanto más ser más unidad. Así también el
alma, que es diferente del Uno, tiene más unidad en la medida en que posee más
ser; pero eso no quiere indicar que ella sea el Uno. Naturalmente que el alma
es una, mas la unidad es para ella como un accidente. Alma y uno debemos considerarlos,
pues, como dos cosas distintas, como si fuesen cuerpo y uno.La magnitud
discontinua, cual es el caso del coro, está muy lejos de la unidad; la magnitud
continua, en cambio, está muy cerca. El alma, por su parte, aún tiene ahí una
participación mayor. Si, puesto que el alma no puede existir sin ser una, se
quisiera identificar el alma y la unidad, habría que hacer notar ante todo que
lo que ocurre con el alma acontece con todos los demás seres, esto es, que no
pueden existir sin la unidad y; sin embargo, la unidad es algo diferente de
ellos, porque el cuerpo, por. ejemplo, no es lo mismo que la unidad,aunque
participe desde luego de ella. Además, el alma, que nosotros consideramos una,
es múltiple, aunque no se advierten en ella partes componentes. Es múltiple,
porque se encuentran en ella diversas facultades, como la facultad de razonar,
o la de desear, o la de percibir, todas enlazadas entre sí por el vínculo de la
unidad. He aquí por consiguiente, que el alma da una unidad a los seres, que, a
su vez, ella recibe de otro ser[ii].
2. ¿No es acaso cierto que en cada ser particular su
esencia y su unidad son una misma cosa, y que, en lo que atañe a la totalidad
del ser y de la esencia, esencia del todo y unidad del todo son también
idénticas? Así es que basta descubrir el ser para descubrir igualmente su unidad.
Veamos: si, por ejemplo, la esencia es la Inteligencia, el Uno será también la Inteligencia,
como primer ser y primera unidad que es, por la cual las demás cosas participan
en el ser y, según esto, en la unidad .¿Qué podría decirse del Uno sino que es
el ser mismo? Porque es realmente idéntico al ser.
Decir "hombre" y decir "un hombre" es
afirmar lo mismo. Aunque también podría ocurrir que cada cosa tuviese su número
y que así como de una pareja digo dos, así de una sola cosa digo que es una.
Pero es claro que si el número es un ser, también naturalmente lo será la unidad
y convendrá entonces averiguar lo que es. Ahora bien, si el número no es otra
cosa que un acto del alma, que recorre los seres contándolos, la unidad pierde
ya todo valor. Masla razón nos decía que un objeto que pierde su unidad no es
en absoluto. Habrá que ver, 'por tanto, si la unidad y el ser se identifican en
lo particular y en lo universal. Porque, si el ser de un objeto no es otra cosa
que una multiplicidad de partes y si, por otra parte, es imposible que la
unidad sea una multiplicidad, el otro y el ser son realmente cosas diferentes.
El hombre es un animal racional y, además, muchas otras
cosas, enlazadas todas ellas por la unidad. Así pues, el hombre es distinto de
la unidad dado que él es divisible y la unidad no lo es. El ser universal, que
reúne en sí todos los seres, es, con mucha más razón, un ser múltiple y
diferente de la unidad, y ello aunque participe de esta misma unidad. Porque el
ser universal posee, en efecto, la vida y la inteligencia, ya que sabemos que
no es algo muerto; es por consiguiente, un ser múltiple. Si fuese sólo
inteligencia, también sería necesariamente un ser múltiple; y lo es con más
motivo si se trata de una inteligencia que contiene ideas, puesto que la idea
no puede en modo alguno ser una. Antes bien, la idea es un número, tanto la
idea particular como la idea total; esa unidad que se le atribuye es la misma
que se concede al mundo. Por tanto, hablando ya de una manera general, el Uno
es lo primero, y no lo son en cambio la Inteligencia, las ideas y el ser. Cada
idea está compuesta de varias cosas y es, por añadidura, posterior a ellas o lo
que es lo mismo, las cosas de que está compuesta tienen precedencia sobre
ella[iii].
El que la inteligencia no puede ser el término primero
aparecerá claro con lo que ahora vamos a exponer: la Inteligencia superior, la
que no contempla objetos que le son exteriores,ésa conoce lo que tiene realidad
antes que ella; y es que, ya al volverse hacia sí misma se vuelve en realidad
hacia su principio. Mas, si ella misma es ser pensante y objeto pensado, entonces
es un ser doble y no simple; no es, en fin, una. O en otro caso, contempla un objeto
distinto, un objeto que es superior y anterior a ella; o es posible aun que se
contemple a sí misma y que contemple este otro sujeto superior, lo que quiere
decir que es posterior a él.
De todos modos, hemos de establecer que, por una parte,
la Inteligencia es un ser próximo al Bien y al Primero de los seres, al que
desde luego mira, y que, por otra parte, está reunida consigo misma y se piensa
a si misma, pensándose a la vez como si fuese todas las cosas.Ha de
encontrarse, pues, bien lejos del Uno, ya que presenta tal variedad de
aspectos. El Uno, por consiguiente, no constituye todos los seres, porque en
ese caso ya no sería uno: ni es la Inteligencia, dado que así implicaría
también todos los seres por el carácter de totalidad de aquélla; ni es
igualmente el ser, porque el ser realmente lo es todo.
3. ¿Qué es, por tanto, el Uno y cuál es su naturaleza? No
puede sorprender naturalmente que no sea fácil decirlo, puesto que tampoco es
fácil decir lo que es el ser o la idea, aun cuando nuestro conocimiento se
apoye en las ideas, Otro tanto ocurre con el alma, que si se dirige hacia algo
privado de forma, es incapaz de aprehenderlo por su misma indeterminación al no
verse ayudada por ninguna impronta; resbala entonces fuera de ese objeto y teme
no poseer nada. No es extraño, pues, que se fatigue en tal circunstancia y que anhele
descender con frecuencia al mundo de las cosas; y así, no cejará hasta llegar
al dominio de lo sensible en el que hallará descanso como si estuviese en un
terreno sólido. Del mismo modo, cuando la vista se cansa de las cosas pequeñas
encuentra verdadero placer en acercarse a las cosas grandes. Mas, cuando el
alma quiere ver por sí misma, como realmente tan sólo puede ver identificándose
con su objeto y haciendo prevalecer su unidad, gracias precisamente a esa
identificación, piensa que no posee todavía lo que busca al no advertir
diferencia alguna con el objeto de su pensamiento.
Es así, sin embargo, cómo deberá filosofarse acerca del
Uno. Y dado que es el Uno lo que indudablemente buscamos y en esa búsqueda
examinamos el principio de todas las cosas, esto es, el Bien y lo que es
primero, no convendrá que nos alejemos de aquellos objetos que son vecinos de
los primeros, cayendo por ejemplo en los que están al final de la serie. Muy al
contrario, hemos de levantarnos a nosotros mismos desde las cosas sensibles,
que son las últimas en la escala de los seres, para quedar con ello libres de
todo mal. Y como quiera que tendemos hacia el Bien, hemos de ascender hasta el
principio interior a sí mismo hasta llegar a hacernos uno solo con él en lugar
de la multiplicidad, si es que anhelamos la contemplación del Principio y del
Uno. Necesitamos ciertamente convertirnos en Inteligencia y confiar el alma a
la Inteligencia como si en ella hallase su descanso; así podrá el alma salir de
su sueño y recibir lo que la Inteligencia ve, pues es claro que el alma
contemplará el Uno por medio de la Inteligencia, sin añadir por su parte
sensación alguna ni nada que provenga al menos de la sensación. Lo que
realmente es más puro ha de contemplarlo el alma por la pura inteligencia y por
lo que hay de primero en ella. Y cuando el que así está preparado para tal
contemplación, forja en su imaginación una magnitud, una forma o una masa del objeto,
no tiene entonces como guía a la inteligencia, puesto que la inteligencia no ha
sido hecha para ver esos objetos y se trata en este caso del acto de la
sensación o de la opinión, que sigue al de la sensación. Conviene que la inteligencia
nos anuncie hasta dónde llega verdaderamente su poder. La inteligencia puede
ver, o lo que está antes que ella, o lo que es propio de ella, o lo que depende
de ella. En cuanto a lo que depende de ella es de hecho simple y puro, más
simple y más puro que lo propio de ella; y lo es en mayor grado lo que está
antes que ella, que naturalmente no es ya inteligencia, sino algo anterior a la
inteligencia. Porque la inteligencia es algo, uno más entre los seres, y no lo
es en cambio ese término, que no puede tener el ser, ya que se encuentra antes de
todo ser. El ser tiene una forma, que es la forma característica del ser, y ese
término de que hablamos está privado de toda forma, incluso de la forma
inteligible[iv].
Siendo la naturaleza del Uno engendradora de todas las
cosas, no es en modo alguno ninguna de las cosas que engendra. No es algo que
pueda tener cualidad y cantidad; ni es por otra parte inteligencia o alma, ser
en movimiento o en reposo, ser en el lugar o en el tiempo[v]. Es simple por sí
misma, y mejor aún, algo sin forma que está antes de toda forma, antes de todo
movimiento y de todo reposo; estas cualidades son las que, precisamente; se
encuentran en el ser y le hacen múltiple. Ahora bien; ¿cómo, si esta naturaleza
no está en movimiento, no está por necesidad en reposo? Porque tanto cada una de
estas propiedades aisladamente, como ambas, se encuentran necesariamente en un
ser, y porque lo que está en reposo lo está por participación, sin que deba ser
confundido con el reposo mismo; el reposo es un accidente que se añade al ser y
que le hace perder su simplicidad.
Cuando decimos de esa naturaleza que es una causa, lo que
hacemos es atribuirle un accidente, no a ella, sino a nosotros, que tenemos
algo de ella; pues es claro que el Uno sigue permaneciendo en sí mismo.
Hablando con propiedad, no podríamos decir del Uno todas estas cosas y más bien
deberíamos tratar de expresarnos como si lo viésemos desde el exterior, unas
veces desde cerca, otras desde más lejos, por las indudables dificultades que
encierra.
4. La mayor de las dificultades para el conocimiento del
Uno estriba en que no llegamos a El ni por la ciencia ni por una intelección
como las demás, sino por una presencia que es superior a la ciencia. El alma se
aleja de la unidad y no es en absoluto una cuando aprehende algo de modo
científico; porque la ciencia es un discurso y el discurso encierra multiplicidad.
El alma entonces excede la unidad y cae en el número y en la multiplicidad. Convendrá,
pues, remontar la ciencia y no abandonar nunca ese estado de unidad; dejaremos
si acaso la ciencia y sus objetos y prescindiremos de toda contemplación, aun
de la de lo Bello, porque lo Bello es posterior al Uno y viene del Uno, lo
mismo que la luz del día proviene toda ella del sol. De ahí que afirme (Platón)
que no se puede decir ni describir[vi].Pero, con todo, tratamos de manifestarlo
y de escribir sobre El en el curso de nuestra ascensión y son las palabras las
que nos despiertan a su contemplación; porque en cierto modo muestran el camino
a aquel que quiera contemplar el Uno. Hasta ahí la enseñanza del camino y de la
ruta; otra cosa será ya la contemplación, acto privadísimo del que quiere contemplar.
Si, pues, no se dirige uno a la contemplación, si el alma
no tiene noción del esplendor de ese mundo, si no experimenta ni retiene en sí
misma esa pasión propia del amante que encuentra descanso en la visión del
objeto amado, si, en fin, aquel que ha recibido la luz verdadera, que ilumina
toda su alma por la proximidad a que ha llegado, es detenido en su subida por
un peso que le impide la contemplación y, además, si no emprende solo la subida,
sino que lleva consigo algún obstáculo que le separa de sí, o por otra parte no
se ha visto reducido a la unidad (porque, en verdad, no está ausente de nada y
sí está ausente de todo; y está presente, pero tan sólo a los que pueden
recibirlo por encontrarse preparados para ello, esto es, por su disposición
para adaptarse entre en contacto con El y tocarlo en razón de la semejanza que
mantienen entre sí; pero para eso la potencia que existe en estos seres se
encontrará en el estado originario, como cuando ha venido de El, porque así y
sólo así será posible que lo vean, en tanto tal contemplación resulte naturalmente posible); sí, ciertamente, no ha
llegado a un nivel tal y permanece aún fuera de sí, bien por las razones que ya
se han dado, bien porque carece de la debida instrucción racional o no tiene fe
en la que le ofrecen, entonces es mejor que se preocupe de sí mismo y que trate
de apartarse y aislarse de todas lás cosas. Y si no tiene fe en las razones qué
sé le dan, que reflexione ahora en las que siguen.
5. Todo aquel que piense que los seres están gobernados
por el azar o por una fuerza espontánea y que se ven retenidos por causas
corporales, se encuentra realmente muy lejos de Dios y de la noción del Uno.
Por ello, nuestro razonamiento no se dirige a él sino a los que admiten una
naturaleza distinta a la de los cuerpos y se remontan así hasta el
alma.Conviene, pues, comprender la naturaleza del alma y saber; entre otras
cosas, que proviene de la inteligencia posee la virtud por participación con
esa misma razón. En consecuencia, entenderemos por inteligencia algo más que la
facultad de razonar y de argumentar, puesto que con los razonamientos se
comprende separación y movimiento, y las ciencias son razonamientos interiores
al alma que se manifiestan por palabras por ser precisamente la inteligencia la
causa productora de ellas.
Vemos a la Inteligencia como una cosa sensible a través
de una percepción, como algo que se impone al alma y que viene a ser como su
mismo padre, dado que constituye el mundo inteligible; y aún debe añadirse que
en la calma y en la inmovilidad contiene todas las cosas y es a la vez todas
las cosas, multiplicidad que no puede dividirse ni discernirse. No hay ahí la
distinción propia de las palabras, que se piensan una a una, pero, sin embargo,
tampoco se produce confusión de ninguna clase entre las partes. Cada una ya
avanza separada de las demás; y lo mismo que ocurre con las ciencias, todo lo
que se sabe se sabe como indivisible, no obstante estar cada cosa separada de
las restantes.
Nos encontramos de este modo con una multiplicidad en la
que todo está reunido; esto es, el mundo inteligible. Próximo a lo que es
primero, existe por necesidad, según lo que nuestra razón nos dice y siempre
que se admita la existencia del alma. Ese mundo resulta superior al alma, pero
no es sin embargo lo primero, por carecer de unidad y de simplicidad: El Uno es
lo único que es simple y es también, por esa su simplicidad, el principio de
todas las cosas. Precede además al ser más noble de todos (pues conviene que
haya algo anterior a la Inteligencia, que aspira a la unidad y demuestra con
ese su deseo que ella no es una, sino semejante al Uno; ya que verdaderamente
la Inteligencia no es una, sino semejante al Uno; ya que verdaderamente la
Inteligencia no se dispersa sino que permanece consigo misma por ser vecina en
Uno y tener realidad después de El; con todo, se ha atrevido a alejarse de El);
ese Uno, ciertamente, es algo más admirable que la inteligencia y no cabe
siquiera que lo llamemos ser, para no considerar el Uno atributo de ninguna
cosa.
En verdad que no hay nombre que convenga al Uno, pero
puesto que debe denominárselo de algún modo, será conveniente que lo llamemos
comúnmente Uno, mas no como si fuese un ser al que se aplica tal atributo.
Porque resulta verdaderamente difícil conocer al Uno de esta manera y mejor se
lo conoce por lo que de él procede, esto es por el ser. El Uno conduce la
Inteligencia al ser y su naturaleza es tal que lo convierte en fuente de todo
lo mejor y en potencia engendradora de los seres; eso aun permaneciendo El en
sí mismo y no debilitándose ni llevando su esencia a lo que de El procede, por
razón de su prioridad. Llamémosle, pues, Uno para que podamos entendernos entre
nosotros y a fin de que con ese nombre lleguemos también a una noción
indivisible, con la que unifiquemos nuestra alma. Sin embargo, no afirmaremos
con ello que es uno e indivisible en la misma medida que lo es el punto o la
unidad numérica; puesto que, mirando las cosas desde aquí, el Uno es el
principio de la cantidad, la cual desde luego no existiría si no se diese antes
la esencia y lo que precede a la esencia. No llevemos, por tanto, nuestro
pensamiento por este camino, ya que lo que conviene es pensar el punto o la
unidad numérica como cosas semejantes y análogas a lo que es simple y a lo que
prescinde de toda multiplicidad y división.
6. ¿Cuál es entonces el sentido de la palabra Uno y cómo
armonizarlo con nuestro pensamiento? Admitimos que hay otros sentido que los de
la unidad numérica y el punto; pues es claro que el alma, dejando a un lado la
magnitud y la pluralidad, concluye en algo mínimo e indivisible, pero algo
mínimo e indivisible que se encuentra en lo divisible y en lo que es otra cosa.
Mas, lo que no está en otra cosa, no se encuentra asimismo en lo divisible y no
es por consiguiente indivisible al modo como lo es ese mínimo; es de hecho la
cosa mayor de todas y no porque sea la más grande sino por el poder que
encierra, lo cual puede acontecer naturalmente con algo que carezca de
extensión. En cuanto a 'los seres posteriores al Uno ,son indivisibles y no
tienen partes, si miramos a su potencia, pero no si miramos a su masa. Digamos
que la infinitud del Uno no consiste en algo que no se pueda recorrer por su magnitud
o por su número, sino en un poder al que no cabe señalar límites[vii]. Cuando
nos lo imaginamos como una inteligencia o como un dios, no acertamos con toda
su grandeza; y cuando lo unificamos con el pensamiento, aún resulta ser algo
más que un dios y que todo lo que podemos representarnos de él, ya que el Uno
es en sí y carece de accidente alguno.Podríamos quizá pensar en su unidad fijándonos
en el hecho de que se basta a sí mismo. Porque es conveniente que posea en el
más alto grado el carácter de suficiencia, de independencia y de perfección, de
lo cual carece en parte toda cosa que es múltiple y no una.
La esencia necesita de El en razón de su unidad, pero El
en cambio ni siquiera necesita de sí mismo, puesto que es lo que es. Todo lo
que es múltiple tiene necesidad de cuanto le constituye, y cada una de las
cosas que le componen, existente con las otras y no en sí misma, necesita a su vez
de las demás. De ahí las deficiencias que presenta un ser de esta clase, tanto
en lo que concierne a su unidad como a su conjunto. Supuesto, pues, que deba existir
algo totalmente independiente, este algo tendrá que ser el Uno, que no tiene necesidad
ni de sí mismo ni de ninguna otra cosa. Porque el Uno no busca nada, ni para
ser, ni para alcanzar su bien, ni para asentar en un lugar. Siendo como es
causa de las demás cosas, no recibe de ellas su ser, y en cuanto a su bien,
¿cómo podría encontrarlo fuera de sí? Ni accidentalmente supondremos en El su
bien, puesto que El ya es el Bien en sí mismo. Y, por añadidura, no ocupa lugar
alguno, ni necesita ser fijado en ningún sitio como si no pudiera sostenerse a
sí mismo lo que sí debe ser situado es lo que carece de alma, y que cual una
masa aceleraría su caída de no encontrar un punto de apoyo. La situación de
todas las cosas se explica gracias al Uno, pues por Él tienen no sólo la
existencia sino a la vez el lugar que Él les asigna. Ya es una deficiencia el
tener necesidad de un lugar; pero el principio de todas las cosas no necesita
de lo que pueda seguirle ni, en general, de ninguna cosa, ya que cualquier
deficiencia supondría en El un deseo del principio. Si suponemos que el Uno
tiene necesidad de algo, suponemos también claramente que busca el no ser uno.
Pero, si así es, de lo que realmente trata es de destruirse a sí mismo; mas,
como todo lo que en un ser se llama necesidad, es necesidad del bien y de la
propia conservación del ser, y para el Uno no puede haber ningún bien fuera de
Él, es claro que tampoco tendrá deseo de nada. El Uno se encuentra por encima
del bien y no es bien para sí mismo; lo es en cambio para todas las demás
cosas, si éstas son capaces de recibir algo de EI. No es igualmente pensamiento,
para que no pueda trascender de sí mismo; ni tiene movimiento,sino que se da
antes que todo movimiento y pensamiento. Porque, ¿en qué podría pensar? ¿Acaso
en sí mismo? Mas, en este caso, es claro que poseería ignorancia antes de
pensar y tendría necesidad del pensamiento para conocerse, cosa en verdad bien
contradictoria puesto que El se basta absolutamente a sí mismo. Sin embargo, no
porque no se conozca ni se piense vamos a atribuirle la ignorancia; porque para
que El fuese ignorante habría de darse
otro ser cuya existencia desconociese. Pero Él, que está solo, no puede tener
otro ser al que conozca o ignore; estando, antes bien, consigo mismo, no
necesita incluso pensarse a sí mismo.
Ni convendrá decir que "está consigo mismo"
para preservar de algún modo su unidad[viii]. Porque mejor será negarle el acto
de pensar y de comprender, el pensamiento de sí mismo y todas las demás cosas.
No lo colocaremos así en la categoría de los seres que piensan, sino más bien
en la del pensamiento. El pensamiento, por lo pronto, no se piensa a sí mismo,
sino que es causa de que otro ser piense, y la causa, evidentemente, no se
identifica con el efecto. Queda, pues, de manifiesto que lo que es causa de
todas las cosas no es ninguna de entre ellas. No digamos entonces que es el
Bien, ya que el Bien a El se debe; digamos mejor que es el Bien que se
encuentra por encima de todos los demás bienes.
7. Si, por no ser ninguna de estas cosas, se lo
calificara de inaccesible al pensamiento, recomendaríamos que se prestase atención
a las cosas y aun que se partiese de ellas para llegar a contemplarlo. Pero,
para ello, que no se lance hacia afuera el pensamiento, porque el Uno no está
situado en tal o cual lugar, como si las demás cosas le permitiesen la huida, sino
que está presente a quien puede tocarle y ausente para quien no es capaz de
llegar a El.
Al modo como no se puede pensar en un objeto si se tiene
otro en el pensamiento y, además, se permanece cerca dé este otro, porque; si
realmente se quiere pensar en ese objeto, nada debe añadirse a lo que se
piensa, así también debe comprenderse que no hay posibilidad de pensar en el
Uno en tanto permanezca en el alma la impronta de otro objeto y se ofrezca
actualizada, pues es claro que un alma retenida por un objeto no puede recibir
la impronta del objeto contrario. Y al modo como se dice de la materia que debe
carecer de toda cualidad para poder recibir la impronta de cualquiera de ellas,
así y con mayor motivo el alma debe estar desprovista de formas para que no
asiente en ella obstáculo alguno que le impida verse llena e iluminada por la
naturaleza primera. Si ello es así, el alma debe apartarse del mundo exterior y
volverse enteramente hacia su interioridad. No inclinará ya hacia las cosas de
afuera, sino que se mostrará ignorante de todo y, antes de nada, se preparará
para la contemplación, alejando de ella toda idea y desconociendo incluso ese
trance de la contemplación. Luego de haber consumado la unión y de haber tenido
con el Uno el trato suficiente, el alma deberá ir a anunciar a los demás seres,
si realmente le es posible, ese estado de unión a que ha llegado (tal vez por
haber resultado Minos de una unión semejante se le ha llamado "el
confidente de Zeus",[ix] pues llevado de este recuerdo instituyó leyes que
son como su imagen, justificadas por él plenamente por ese contacto con la
divinidad); o si es que no juzga ya dignas de sí las ocupaciones políticas, que
permanezca, si lo prefiere, en la región celeste, como haría cualquiera que
hubiese contemplado mucho. Dios, dice (Platón), no se encuentra fuera de ningún
ser; está en todos los seres, bien que ellos no lo sepan. Porque los seres
huyen de El, o mejor se alejan de sí mismos. No pueden, por tanto, alcanzar
aquello de que han huido, ni buscar siquiera otro ser luego de haberse perdido
a sí mismos. Ocurre como con el hijo, enajenado de sí por la locura, que no
acierta a reconocer a su padre; en tanto, el que se conoce a sí mismo, sabe
perfectamente de dónde procede.
8. Por tanto, si un alma se conoce a sí misma y sabe además
que su movimiento no es rectilíneo, salvo en el caso de que haya sufrido
interrupción, si conoce que su movimiento natural es un movimiento circular, no
alrededor de algo exterior, sino en torno al centro (al centro del que se
genera el círculo), se moverá hacia el centro del que ella ha salido y quedará
suspendida de él, reuniéndose precisamente en ese punto hacia el que deberían dirigirse
todas las almas y sólo se dirigen en realidad, de por siempre, las almas de los
seres divinos. Marchando, pues, hacia ese centro, las almas son como dioses, orque un dios es un ser reunido con el Uno, en
tanto la generalidad de los hombres y las bestias se hallan más alejados de EI.
¿Pero será entonces el centro del alma lo que nosotros buscamos? ¿O no hemos de
creer que sé trata de otra cosa, esto es, del punto en el que convergen todos estos
centros, así llamados por su analogía con el centro del círculo visible? Porque
es indudable que el alma no es un círculo, a la manera de una forma geométrica,
y lo que quiere decirse con esta expresión es que su antigua naturaleza se
encuentra en ella y alrededor de ella, que todas las almas son partes de ella
y, todavía más, que ya se han separado de aquella naturaleza.
Ahora, como quiera que una parte de nosotros mismos está
retenida por el cuerpo (cual si se tuviese los pies en el agua y el resto del
cuerpo quedase por encima), y que elevándonos sobre el cuerpo por aquella otra
parte que no es bañada por él, alcanzamos con nuestro propio centro el centro
universal, lo mismo que los centros de los grandes círculos de una esfera
coinciden con el centro de la esfera que los contiene, así también encontramos
ahí nuestro reposo. Y si se tratase de círculos corpóreos y no de círculos del
alma, la unión de los centros sería tan sólo una unión local y, dado que el
centro se hallaría en un punto determinado, estarían aquéllos alrededor de él;
pero como las almas son inteligibles y el Uno se encuentra por encima de la
Inteligencia, hay que suponer que la unión por la que el ser pensante se enlaza
con el objeto pensado se realiza por medio de otras potencias, o mejor aún, que
el ser pensante está presente a su objeto por una cierta semejanza o identidad
e incluso por la comunidad de naturaleza, siempre que no se interponga entre
ellos ningún obstáculo.
Porque hay impedimento para que los cuerpos se comuniquen
entre sí, pero esto no puede extenderse a los seres incorpóreos, que no son
obstaculizados por los cuerpos. Lo que aleja unos de otros a los seres
incorpóreos no es en modo alguno el lugar, sino la alteridad y la diferencia
que existe entre ellos. Cuando la alteridad ya no se da, entonces los seres no
son diferentes y están presente unos a otros. Así pues, Aquel que no ofrece en
sí mismo ninguna diferencia está siempre presente, mas nosotros sólo estaremos
presentes a El cuando nuestra alteridad desaparezca. No es El el que se dirige
a nosotros para rodearnos, sino que somos nosotros los que tendemos hacia El, y
nos situamos a su alrededor. Pero, aunque siempre estamos en torno a El, no
miramos en todo momento hacia El. Somos en este caso como un coro que cantando
siempre alrededor del corifeo puede no obstante volverse hacia los
espectadores; pero cuando torna a su habitual estado y rodea al corifeo es
cuando canta realmente a la perfección. Así le rodeamos nosotros a EI, y cuando
no lo hacemos se prepara nuestra completa destrucción y dejamos de ser para
siempre. Pero no estamos siempre vueltos hacia el Uno, y eso que en su visión
encontramos nuestro fin y nuestro descanso y formamos ante El como un coro que
ciertamente no desentona y que interpreta una danza inspirada.
9. He aquí que en esta danza se contempla la fuente de la
vida, la fuente de la inteligencia, el principio del ser, la causa del bien, la
raíz del alma. Todas estas cosas no se desbordan de El y empequeñecen su
esencia, porque el Uno no es una masa. Si así fuese, también esas cosas serían
perecederas, y nosotros sabemos que son eternas puesto que su principio permanece
idéntico a sí mismo y no se reparte entre ellas, sino que continúa tal cual es.
De ahí la permanencia de todo eso, como ocurre con la luz que subsiste en tanto
subsiste la luz del sol. No hay como un corte entre él Uno y nosotros y tampoco
estamos separados de El, a pesar de que la naturaleza del cuerpo procure
atraernos hacia sí. Por El vivimos y nos conservamos, pues El no se retira
luego de conceder sus dones sino que continúa dirigiéndonos en tanto sea lo que
es. O mejor todavía, nos inclinamos hacia El y tendemos a nuestro bien, ya que
nuestro alejamiento de El supondría el empequeñecernos. Allí el alma descansa
de los males y se retira a una región limpia de todo mal; conoce de manera
inteligente, alcanza un estado impasible y llega a vivir la vida erdadera.
Porque nuestra vida de ahora, sobre todo si no cuenta con lo divino, no es más
que una huella que imita aquella vida. La vida verdadera es como un acto de la
Inteligencia, acto por el cual engendra dioses en tranquilo contacto con el
Uno; engendra, por ejemplo, la belleza, la
justicia y la virtud. Porque el alma puede dar a luz todas estas cosas
si está colmada de lo divino. Esto significa para ella el comienzo y el fin de
su ser; el comienzo porque de allí proviene, el fin porque el Bien está allí, y
una vez vuelta ella a esa región, torna a ser lo que realmente era. Este de
ahora es el estado de "caída, exilio y pérdida de las alas[x], pero muestra
que el Bien está allí y que el amor es algo circunstancial al alma, según la
fábula de la unión de Eros y las almas, tal como se presente en las pinturas y
en los relatos místicos. Puesto que el alma es diferente de Dios, pero proviene
de El; necesariamente lo ama; cuando se encuentra en la región inteligible lo
ama con un amor celeste, más cuando se encuentra aquí lo ama con un amor
vulgar. Allá tenemos a la Afrodita de los cielos, en tanto aquí se halla la
Afrodita vulgar que se presta al oficio de cortesana. Toda alma es una Afrodita
y eso es lo que viene a decir "el nacimiento de Afrodita y el nacimiento
inmediato de Eros”[xi]. Así pues, el alma ama naturalmente a Dios y a El quiere
unirse, igual que haría una virgen que amase honestamente a un padre honesto;
pero cuando llega a dar a luz seducida por una promesa de matrimonio, se
entrega al amor de un ser mortal y queda arrancada violentamente del amor de su
padre. De nuevo, si siente horror por esta violencia, se purifica de las cosas
de este mundo para volver llena de alegría al regazo de su padre.Los que
desconocen este estado podrían imaginarse, por los amores de este mundo, qué es
lo que significa para el alma el encontrarse con el objeto más amado. Porque
los objetos que nosotros amamos aquí son realmente mortales y nocivos, algo así
como fantasmas cambiantes, que no podemos amar verdaderamente porque no
constituyen el bien que nosotros ansiamos. El verdadero objeto de nuestro amor
se encuentra en el otro mundo; podremos unirnos a El, participar de El y
poseerlo, si no salimos a ondescender con los placeres de la carne. Para quien
lo ha visto es claro lo que yo digo; sabe que el alma tiene otra vida cuando se
acerca al Uno y participa de El, y que toma conciencia de que está junto a ella
el dador de la verdadera vida, sin que necesite de ninguna otra cosa. Por el
contrario, conviene que renuncie a todo lo demás y que se entregue solamente a
El y se haga una sola cosa con El, rompiendo todos los lazos que la atan a éste
mundo. Así es como procuramos salir de aquí y nos irritamos por los lazos que
nos unen a los otros seres. Nos volvemos entonces por entero hacia nosotros
mismos y no dejamos parte ninguna nuestra que no entre en contacto con Dios.
Ya, pues, es posible verlo y vernos también a nosotros
mismos en tanto la visión esté permitida. Se ve uno resplandeciente de luz y lleno
de la luz inteligible, y mejor aún, se convierte uno en una luz pura, ligera y
sin peso, en un ser que es más bien un dios,inflamado de amor hasta el momento
en que, vencido otra vez por su peso, se siente como marchito.
10. ¿Cómo, por tanto, no permanece en ese mundo? Sin
duda, porque no ha salido del todo de éste. Pero llegará un momento en que la
contemplación será continua y no se verá turbada por ningún obstáculo
proveniente del cuerpo. No es ciertamente la parte de nosotros mismos que ve,
la que se encuentra impedida, sino otra parte; y así comprobamos que cuando
deja de contemplar no concluye su conocimiento de tipo científico, que consiste
en demostraciones, en pruebas y en un diálogo del alma consigo misma. Pero no
confundamos la razón con el acto y la facultad de ver, porque ambas cosas son
mejores que la razón y aun anteriores a ella, como lo es su objeto mismo.
En el momento en que el ser que ve se ve a sí mismo, se
verá tal como es su objeto; mejor aún, se sentirá unido a él, parecido a él y
tan simple como él. Aunque quizá no convenga decir que verá, porque el objeto
visto (y debemos afirmar que hay dos cosas, un sujeto que ve y un objeto que es
visto, y que ambos no son una misma, lo cual sería mucho atrevimiento), el
objeto visto, digo, no lo ve ni, lo distingue de sí mismo tal como si se representase
dos cosas, sino que al devenir otro ya no es realmente él mismo ni nada de sí mismo
contribuye allí a la contemplación. Uno mismo el ser que ve con su objeto,
acontece como si hubiese hecho coincidir su centro con el centro universal.
Pues incluso en este mundo, cuando ambos se encuentran, forman una unidad, y
son sólo dos cuando se mantienen separados. Y he ahí el porqué nos resulta
difícil de explicar en qué consiste esta contemplación, ya que, ¿cómo podríamos
anunciar que el Uno es otro, si no lo vemos como otro y más bien unido a
nosotros cuando lo contemplamos? [xii]
11. Con esto querría mostrarse el mandato propio de los
misterios, de no dar a conocer nada a los no iniciados; pues como quiera que lo
divino no puede revelarse, no ha de ser tampoco divulgado entre aquellos que no
han tenido la suerte de experimentarlo. No dándose en esa ocasión dos cosas, si
en verdad el sujeto que ve y el objeto visto son una misma (hablaríamos mejor
de una unión que de una visión), cuando aquél quiera recordar después esa unión
acudirá a las imágenes que guarda en sí mismo. Mas, si el ser que entonces contemplaba
era uno y no manifestaba diferencia consigo mismo ni con respecto a las demás
cosas, tampoco advertía movimiento dentro de sí, y, en su ascensión, no
patentizaba cólera ni deseo, y ni siquiera razón ni pensamiento, porque, si de
algún modo hay que decirlo, él mismo ya no disponía de su ser que, arrebatado o
poseído de entusiasmo, se elevaba a un estado de tranquila calma.
Verdaderamente, al no separarse de la esencia del
Uno, no verificaba movimiento alguno hacia sí, sino que
permanecía completamente inmóvil y se convertía en la inmovilidad misma. Ya no
le retenían las cosas hermosas, puesto que miraba por encima de la belleza; y,
sobrepasado también el coro de las virtudes, había dejado atrás las estatuas
del templo como quien penetra en el interior de un santuario. Serían las
estatuas precisamente lo primero que tendría que ver al salir del santuario, después
de esa visión interior y de esa unión íntima, no desde luego con una estatua o
una imagen de la divinidad, sino con la divinidad misma; aquéllas constituirían
contemplaciones de orden secundario.
Porque quizá no deba hablarse ahora de una contemplación
sino de otro tipo de visión, por ejemplo, de un éxtasis, de una simplificación,
de un abandono de sí, del deseo de un contacto, detención y noción de un cierto
ajuste si se verifica una contemplación de lo que hay en el santuario. Si otra
fuese la manera como contemplase, es claro que nada de esto contaría. Porque
éstas son las imágenes con las que los más sabios de los profetas han explicado
enigmáticamente en qué consiste la contemplación de Dios.[xiii] Cualquier sabio
sacerdote podrá dar con la verdad del enigma, si llega a alcanzar en ese mundo
una contemplación del santuario. Pero aunque no la alcance y juzgue que el
santuario es inaccesible a la visión, tendrá que considerar a éste como fuente
y principio y sabrá además que el principio sólo se ve por el principio, que lo
semejante no se une más que a lo semejante y que no han de despreciarse en modo
alguno cuantas cosas divinas pueda retener el alma. Así, antes de la
contemplación, reclamará ya todo lo demás a la contemplación, aunque lo que él
estime como el resto sea realmente lo que se encuentra por encima de todas las
cosas y también antes de ellas.
La naturaleza del alma rehúsa el acercarse a la nada
absoluta; cuando desciende, se dirige hacia el mal, que es una especie de
no-ser, pero no al no-ser absoluto. Al avanzar en sentido contrario, no va
tampoco hacia otro ser, sino hacia sí misma, y es por ello por lo que no entra
en otra cosa sino en sí misma. Pero basta que ella esté sólo en sí y no en el
ser para que se encuentre verdaderamente en El, porque El no es una esencia
sino que está más allá de la esencia para el alma que tiene relación con El.
Quienquiera que se ve a sí mismo convertirse en El, se considera a sí mismo
como una imagen de El. Partiendo de sí, como de la imagen al arquetipo, llegará
indudablemente al fin de la jornada. Y si alguna vez se aparta de la
contemplación, reavive de nuevo su virtud y comprendiendo entonces toda su
ordenación interior vuelva a su ligereza da alma y, por intermedio de la virtud
misma, llegue hasta la inteligencia y, a través de la sabiduría, ascienda
incluso hasta El.Tal es la vida de los dioses y de los hombres divinos y
bienaventurados; una vida que se aparta de las cosas de este mundo, que se
siente a disgusto con ellas y que huye a solas hacia el Solo.
NOTAS:
[i] La cuestión aquí tratada es la más importante de la
filosofía de Plotino. Se parte de una idea básica y esencial, enunciada
claramente en estas primeras líneas: todo lo que es tiene realidad por el Uno. La
preferencia por el Uno, verdadero principio teológico, se manifiesta por
Plotino todo a lo largo de este tratado. Hay en él una caracterización perfecta
de la divinidad o de ese Uno que para nosotros lo es todo.
[ii] No hay, por tanto confusión posible entre el Uno y
el alma. Plotino se aparta así de la concepción estoica, que identificaba a
Dios con el alma del mundo.
[iii] Afirmación terminante sobre la primacía del Uno.
Esa primacía radica antes que nada en su misma simplicidad.
[iv]Caracterización negativa del Uno: ni es ser ni es forma,
ni será igualmente ninguna de las cosas que engendra. Su simplicidad lo aísla
en sí mismo.
[v] Referencia al Parménides, 138 b y siguientes
[vi] Probable referencia al Parménides, 142 a.
[vii] Notemos la precisión de Plotino al considerar la
infinitud del Uno, por encima de toda magnitud real e inteligible. El Uno es
infinito, no ya por su misma magnitud, que no lo diría todo, sino mejor por su
radical omnipotencia. Es Infinito porque no hay límites para su poder.
[viii] Nueva referencia al Parménides, 138 a-6.
[ix] Odisea, XIX, 178. Según la leyenda, Zeus,
presentándose en figura de toro, raptó a Europa y llegó con ella a Creta. De
ambos nacieron Minos y Radamanto
[x] Cf. la llamada ley de Adrastea en el Fedro 248 c:
toda alma que habiendo estado en el cortejo de un dios ha sido incapaz de
seguir a la divinidad y no ha visto la verdad, se llena de olvido y de maldad,
con lo que se vuelve pesada, pierde las alas y cae a tierra. No obstante, el
alma que más ha visto va al germen de un hombre destinado a ser amigo de la
sabiduría, de la belleza, o amigo de las Musas y entendido en amor.
[xi] Cf. Banquete,
180 d.
[xii] Como claramente vemos, Plotino interpreta la visión
del Uno, incluso en los raro: momentos de esta vida en que aquélla tiene lugar,
como una verdadera unión mística, total y enteramente absoluta.Debemos hablar
ya de unión y no de visión, nos dirá un poco más adelante.
[xiii] La sabia tradición a que se refiere Plotino no
puede ser otra que la tradición simbólica de los misteriosos cultos paganos,
con sus exégesis alegóricas que luego, naturalmente, tuvieron un eco en el
culto cristiano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario