viernes, 31 de mayo de 2019

Verdades y mentiras del feminismo (Paul Evdokimov)


Verdades y mentiras del feminismo

Paul Evdokimov
La femme et la salut du monde. Chap. IV
Desclée de Brouwer 1978

7. - Después del papel que desempeñaron las mujeres durante la guerra, el hombre ya no puede negarle sus posiciones adquiridas. El movimiento de emancipación libera y arroja al mundo un enorme potencial de fuerza. La participación en la producción económica introduce a las mujeres en la comunidad masculina, pero los hombres siente un miedo oscuro delante de un ser que evoluciona demasiado rápido y está perturbado en su propia seguridad; el orden social está amenazado. El hombre preferiría tratar a la mujer como una esclava, persuadiéndola de que ella es reina.

Pero, de todos modos, el orden patriarcal basado en el tipo clásico amante y sirvienta está profundamente conmovido. Es un hecho ya muy corriente que primero la mujer ejerce una profesión y sólo entonces es una esposa o amante. Su oficio la hace independiente y los obstáculos morales y religiosos desaparecen con la decadencia del hogar burgués. De acuerdo con las estadísticas ya antiguas de la Sra. Kollontaï, de 60 millones de trabajadores sονiéticos, la mitad de ellos no están casados. La mujer gana su vida e, incluso en el amor, rápidamente se desliza hacia la manera masculina, en el que todo sentido espiritual está ausente.

Lanzadas a la construcción del mundo nuevo, la mujer emancipada es designada con el término "célibe" que por ella sola expresa la amplitud de la revolución realizada. Pero, según las observaciones de Kayserling, el nuevo sentido social en América y en la Rusia soviética mata las emociones profundas y cambia la significación de los de los valores. Un mundo feliz  de Huxley, o 1984 de George Orwel son terriblemente elocuentes. La mujer contrae rápidamente las enfermedades del hombre: el cebo y la atracción del placer. La misma formación profesional falsifica la naturaleza femenina y la educación igualitaria halaga, pero no da ninguna instrucción verdadera, capaz de introducir a la mujer como mujer en el mundo de la comunidad humana.

La necesidad de igualdad hace que la mujer sea agresiva, haciéndose pasar por una rival; la mujer duplica al hombre, pero el potencial de su afectividad específicamente femenina, se agota, se  arriesga a perder su naturaleza. Se produce una enorme desviación agravada por la incorporación de la mujer al mundo masculino en el momento de su la decadencia. La situación económica actual acepta la unión libre como una posición social. La pareja vive en la casa y los niños son colocados en internados. El padre disminuido en sus las prerrogativas y la madre ausente dejan a los niños en abandono moral. El  llamado amor libre, donde el cuerpo se ofrece en ausencia del alma provoca un inquietante número de neurosis.

8. - Es en este mundo de neuróticos donde nos introduce el libro nos de Simone de Beauvoir. Un libro notable, una verdadera suma de observaciones muy precisas y valientes, pero que terminan con una terrible sensación de vacío. La ausencia de cualquier conclusión es específica de la filosofía sartreana 3. Más allá de la las apariencias, no existe ningún misterio, e incluso el abismo demoníaco no tiene profundidad, es el abismo de la triviliadad. Ya Nietzsche lanzó este grito de alarma: "no desencarnéis a la mujer de su misterio". Reducido a la pura fisiología, no es solamente su misterio, es la misma mujer la que desaparece. El "para si” "de la mujer existencialista resulta el "todo para mi placer".

3. Una serie de personajes de Sartre (del tipo “canalla”) representa “das Man” el “se” de Heidegger, que no puede tener conclusión.

La naturaleza de este placer descrito en los sueños de las jovencitas devuelve una lectura penosa porque denota una mentalidad simiesca, francamente degenerada. Sin embargo, todo nihilismo es destruido desde dentro por su propia  y terrible cuestión: "¿Qué sentido tiene?" y   también el existencialismo por ¿Y luego qué?

Una literatura cada vez más malsana, mientras arranca no sólo las máscaras de la hipocresía, sino los indispensables velos del pudor, nos coloca en el mundo de los enfermos, con todos los detalles penosos de una imaginación mórbida. Nadie está obligados a hipnotizarse sobre las consecuencias finales de la digestión. Los locos, los maníacos existen, pero cuan desolador  imponerse su visión o presentarla como la de todo el mundo! Los ejemplos de la psicopatología -preciosos en su género-, no deben franquear los límites de su propio mundo. S. de Beauvoir se revuelve contra la mitología del tiempo patriarcal y se desliza en el mito de la mujer amazona, pero ésta inevitablemente desemboca tarde o temprano en la gran prostituta del APOCALIPSIS. En ambos casos, es la reciprocidad, lo otro lo que se pierde; la autonomía trasciende a la alteridad; se sirven el uno dl otro y  se acaba en la soledad, en la alienación.

Sin embargo, es en el estallido de la soledad orgullosa y romántica, en el menosprecio de si mismo y en la comunión recuperada donde se opera el advenimiento del hombre. La humanidad 4 es como una cumbre cuyos dos lados son el masculino y el femenino realizándose el uno por el otro.  En el evangelio de s. Marco leemos: Los resucitados son como ángeles en el cielo (Marc 12,25). Swedenborg da una brillante explicación de esta palabra, lo masculino y lo femenino (en su totalidad) se recuperan en el Reino de Dios en la forma de un solo ángel.

Si el hombre se prolonga en al mundo a través de lo útil, la mujer lo hace por el don de sí mismo. En su mismo ser, está ligado a los ritmos de la naturaleza, acordada al orden que gobierna el universo. Es por este don que toda mujer es virtualmente una madre y lleva en el fondo de su alma el tesoro del mundo. La frescor de la verdadera feminidad que sostiene la el sentido oculto de las cosas emerge de esta frase de K. Mansfield:" Cuando una mujer pasea con un bebé recién nacido,

4. En GÁLATAS 3, 27-28, se remarcará el eis masculino. En Cristo, no somos una cosa, sino más bien, por así decirlo, una sola persona. H. DE LUJBAC, el catolicismo p.87, nota 2

sabéis  de qué manera se acerca la vecina y levantando el velo de la cabecita, se inclina, exclamando: "Dios la bendiga". Tengo siempre envidia de hacer otro tanto delante de las caras de los lagartos y de los pensamientos, como frente a la casa a la luz de la luna. Me siento siempre a punto de dar mi la bendición de que yo contemplo." Además de la fabricación, hay penetración en la profundidad secreta del ser. Si el propósito del hombre es actuar, la de la mujer es ser, y esta es la categoría religiosa por excelencia.
La mujer podía acumular valores intelectuales, pero estos valores no dan alegría. La mujer intelectualizada a ultranza al igual del hombre y constructora del mundo se verá despojada de su esencia, porque es la feminidad como manera de ser y modo de existencia irremplazable, como la mujer es llamada para aportar a la cultura. El hombre crea la ciencia, el arte, la filosofía e incluso la teología en tanto que sistema, pero estos acaban en una terrible objetivación de la verdad. La mujer, afortunadamente, está ahí; y ella está predestinada a convertirse en portadora de estos valores, el lugar donde se encarnan y se viven. En la cima del  mundo, en el corazón mismo de lo espiritual, se encuentra la Sierva de Dios, manifestación del ser humano reestablecido  en su verdad inicial. Proteger el mundo de los hombres en tanto que madre y salvarlo en tanto que virgen, al dar a este mundo un alma, su alma, tal es la vocación de las mujeres. El destino del mundo nuevo está entre los brazos de la madre, como dice tan bellamente el Corán: "El paraíso está a los pies de la madre. " Giraudoux, en Sodoma y Gomorra, dice en la época en que la mujer ya no sabe amar y darse: "¡Es el fin del mundo! ».

                                                                          *

La vocación de la mujer no está en función de la sociedad, sino en función de la humanidad; su campo de acción no es la civilización sino "cultura". Los ojos demacrados, las lámparas llenas de "aceite de alegría", las vírgenes prudentes están a la espera del Esposo (MAT. 25, 1). Ellas "honran en silencio" el parto de las cosas últimas que vendrán. El alma, como dice S. Macario,se convierte toda entera en el "ojo" que capta y emite luz. Pero " Abraham espera aún, e Isaac y Jacob, y todos los profetas esperan para  recibir con nosotros la beatitud perfecta. Porque no hay más que un Cuerpo esperando la redención 5. El tiempo de la está ya encinta de la "cosa" esperada. El invita a salir del estado de fragmentación al estado de un solo cuerpo.

La verdadera trascendencia une lo masculino y lo femenino en una integración que transforma sus elementos. Detiene su fragmentación en "mujeres" y "hombres", en mí y no mí. Toda la paradoja del destino humano es llegar a ser uno mismo convirtiéndose en otra cosa: el hombre se ve a sí mismo como dios según la gracia, el exterior no distingue más desde el interior.

El único criterio de la gracia recibida es la humildad y el amor (sirvienta y amiga del Esposo), la radiante constelación de la "Paloma perfecta" de la que ningún ser queda excluido. Ser si  mismo en este orden por venir, y que comienza ya, es ponerse como otro y en la trascendencia última inclina todo el plano material hacia el Otro divino. La Virgen y  s. Juan el Bautista lo testimonian testifica de esto, ellos operan esta trascendencia el uno por el otro  la plenitud humana o en Cristo. El oficio de s. Juan el Bautista lo explicita: "Por los lazos de la comunión de la oración, eres uno, Madre del Rey de todos y el divino Precursor, rezad juntos. »

5 Orígenes. In Levit. Hom 7 nº2

miércoles, 29 de mayo de 2019

Milenarismo e izquierda (Jacques du Perron)



Milenarismo e izquierda

Droite et Gauche, Tradition et Revolution
Jacques du Perron
Ed Pardès 1991

Para el historiador del Milenarismo, la substancia de esta herejía reside en la creencia, profesada por sus sectarios, en su perfección moral absoluta que les hace incapaces de pecar, y esta creencia en su superioridad trascendente debía incitarlos  a  formular una doctrina social revolucionaria, ya que les asistía por derecho la misión de fundar la nueva sociedad. La herejía del Libre Espíritu ha llevado a su extremo lógico la doctrina milenarista que anuncia el restablecimiento del paraíso terrestre, previendo la superación de la actual condición humana y su acceso a la condición divina. Todo esto debe ser meditado por cualquiera que desee penetrar la esencia de las doctrinas de izquierda.

Importa en fin conocer la filiación de las sectas heréticas medievales a partir del gnosticismo; ella está ahora probada; así, entre otros, los Paulicianos y Bogomilos de Bulgaria transmitieron las doctrinas gnósticas de Oriente a Occidente. Lo que tendería a confirmar las tesis ya mencionado por Alain Besançon y Thomas Molnar sobre los lazos familiares entre la Gnosis y la Izquierda. Todo lo que queda es establecer el eslabón faltante entre  el "mesianismo" quiliástico y el "mesianismo" laico moderno 24 para demostrar la existencia de una cadena ininterrumpida desde los tiempos de Simón el Mago hasta nuestros días.

Por otra parte, Igor Shafarévitch cree que "la existencia de vínculos entre los primeros jefes de la Reforma y el movimiento herético es bastante verosimil "25 y recuerda que "uno de los elementos fundamentales común a todas las sectas a lo largo de su historia, es ante todo su  hostilidad hacia el poder secular, el "mundo" y sobre todo la Iglesia Católica" 26.
Después de describir a Quiliasmo como un movimiento religioso revolucionario, nos queda por  examinar su relación con los fenómenos económicos  y sociales.

Cuando sigues el milenarismo en sus tierras de elección, no puede dejar de estar impresionado por el hecho de que sólo se manifestó con vigor solamente en cierta parte de Europa, englobando Flandes, el Valle del Rin, Westfalia, Bohemia. Sin embargo, desde el siglo XII, estas las regiones habían experimentado, por un lado, un fuerte crecimiento demográfico y, por el otro  lado, un fuerte desarrollo económico. Los movimientos milenarios del fin de la Edad Media han coincidido, por tanto, con la aparición de una primera forma de capitalismo. "En el  textil, escribe Jean Servier, de

24. Véase J.L. Talmon, Les origines de la démocratie totalitaire.
25. Igor Shafarévitch, El fenómeno socialista.
26. Ibídem.

los grandes comerciantes inauguran una forma de capitalismo arcaico, rudimentario es verdad, pero ya capaz de romper las reglas de la sociedad tradicional, capaz de sustituir su regla propia de  las tradiciones corporativas de los artesanos : la explotación del hombre por el hombre. »27

Y esta primera forma de capitalismo se acompaña inevitablemente de una primera forma de proletariado. A consecuencia de la ruptura del equilibrio causada por el declive de la sociedad tradicional, esencialmente agrícola, y el crecimiento de la economía mercantil, toda una población inestable y flotante, compuesto de hombres sin estatus reconocido - ni campesinos ni artesanos - a menudo agrandada por mendigos y vagabundos, formas de tropa preparadas para cualquier aventura, ya sea la cruzada (cruzada de los Pobres, de los Pastorcitos) o el búsqueda del Milenium. Naturalmente estallan revueltas, levantamientos. "Parecen animados, nos dice Jean Servier, por los grandes negociantes, diríamos hoy de los hombres de negocios, preocupados por promover sus intereses y por romper la barrera de los estructuras de una sociedad rural volcada en el contrato feudal, estable en su equilibrio como una sociedad tradicional,  preocupados también por sacudir la tutela de la Iglesia. »28

Afirmación quizá sorprendente, pero no para los lectores de Pareto, conociendo su tesis sobre la colusión entre los plutócratas y los revolucionarios, colusión que ha detectado a lo largo de la historia. Esta tesis no es paradójica más que en apariencia, de hecho: si los financieros – que son "zorros" y no "leones" en el vocabulario de Maquiavelo retomado por Vilfredo Pareto - por lo general no aprecian a los alborotadores, no dudan, en determinadas circunstancias, en aliarse con ellos  para derribar barreras sociales o formas de sociedad que obstaculizan el libre desarrollo de sus negocios. Juego peligroso evidentemente, pero los financieros son jugadores. Rivarol  pretendió que la Revolución Francesa había sido provocada por los hombres de dinero –viniendo de un testigo tan inteligente, esta opinión da que pensar. Pero volvamos a la cita de Jean Servier, que contiene dos acusaciones mayores sobre la naciente burguesía: rebelión contra la sociedad feudal, rebelión contra la Iglesia. Si la izquierda se rebela esencialmente contra la Tradición, captamos aquí de su primera manifestación tangible y su encarnación en un grupo social que, por su misma existencia, constituye un atentado al orden tradicional porque "la organización de la sociedad medieval no había previsto al mercader. "29  Ella no comprendía en efecto más que tres órdenes: el primera dedicada a la oración, el segundo a la guerra, el tercero al trabajo de la tierra. En este cuadro la aparición del mercader, y sobre todo su pretensión a jugar un papel político, son propiamente escandalosas

27. Jean Servier, Historia de la Utopía.
28. Jean Servier, op. cit.
29. Jean Baechler, Los orígenes del capitalismo.

Jean Baechler se ha inclinado sobre el nacimiento del capitalismo y ha notado que “ la gran originalidad de Occidente desde el siglo XI es haber desvalorizado poco a poco los valores religiosos, militares y políticos” 30

30. Ibid

martes, 28 de mayo de 2019

Escolios a un texto implícito 12 (Nicolás Gómez Dávila)


— Las decadencias no derivan de un exceso de civilización, sino del intento de aprovechar la civilización para eludir las prohibiciones en las cuales consiste.

 — El moderno acepta cualquier yugo, siempre que sea impersonal la mano que lo impone.

 — Al intelectual indignado por el “emburguesamiento del proletariado”, nunca se le ocurre renunciar a aquellas cosas cuyo disfrute por el proletariado le horripila como prueba de emburguesamiento.

 Nunca es demasiado tarde para nada verdaderamente importante.

 — No hay verdad que no sea lícito estrangular si ha de herir a quien amamos.

 — Mientras las diversiones sean suficientemente vulgares nadie protesta.

 — No nos quejemos del suelo en que nacimos, sino de la planta que somos.

 — El orden es engaño.
 Pero el desorden no es solución.

 — Si los hombres nacieran iguales, inventarían la desigualdad para matar el tedio.

 — La gloria, para el artista auténtico, no es un ruido de alabanzas, sino el silencio terrible del instante en que creyó acertar.

 — La imaginación se mustia en una sociedad cuyas ciudades carecen de jardines cercados por altos muros.

 — Aceptando de buen humor nuestra mediocridad, el desinterés con que gozamos de la inteligencia ajena nos vuelve casi inteligentes.

 — Las lenguas se corrompían ayer por obra y gracia de campesinos ignorantes.
 Hoy se corrompen por pedantería e incuria del especialista inculto.

 — La filosofía no tiene la función de transformar un mundo que se transforma solo.
 Sino la de juzgar ese mundo transformado.

 — En la estepa rasa el individuo no halla abrigo contra la inclemencia de la naturaleza, ni en la sociedad igualitaria contra la inclemencia del hombre.

 — Que los evangelios sean reflejo de la Iglesia primitiva es tesis aceptable para el católico.
 Pero letal para el protestantismo.

 — Mientras que el protestante depende de un texto, los católicos somos el proceso donde el texto nació.

 — Cristo al morir no dejó documentos, sino discípulos.

 — Comprender es hallar confirmación de algo previamente adivinado.

 — Una brusca expansión demográfica rejuvenece la sociedad y recrudece sus boberías.

 — Noble no es el alma que nada hiere, sino la que pronto sana.

 — La cultura presume que moriremos educándonos, a cualquier edad que expiremos.

 — El hombre tiene tanta alma cuanta cree tener.
 Cuando esa creencia muere, el hombre se vuelve objeto.

 — Por haber creído vivas las figuras de cera fabricadas por la psicología, el hombre ha ido perdiendo el conocimiento del hombre.

 — A la felicidad de quienes más queremos nos es dado contribuir, tan sólo, con una ternura silenciosa y una compasión impotente.

 — La sociedad moderna sólo respeta la ciencia como proveedora inagotable de sus codicias.

 Fomentar artificialmente las codicias, para enriquecerse satisfaciéndolas, es el inexcusable delito del capitalismo.

 — El hombre se cree perdido entre los hechos, cuando sólo está enredado en sus propias definiciones.

 — Llámase comunista al que lucha para que el estado le asegure una existencia burguesa.

 — Nuestros proyectos deben ser modestos, nuestras esperanzas desmesuradas.

 — El político no despacha con seriedad sino lo trivial.

 — La libertad legal de expresión ha crecido paralelamente a las servidumbres sociológicas del pensamiento.

 — La ciencia política es el arte de dosificar la cantidad de libertad que el hombre soporta y la cantidad de servidumbre que necesita.

 — Con sexo y violencia no se reemplaza la trascendencia exiliada.
 Ni el diablo le queda al que pierde a Dios.

 — No hay “ideal” soportable más de unos días.

 — El dolor labra, pero sólo el conflicto ético educa.

 — El que enseña acaba creyendo que sabe.

 — Tonto es el que tiene opiniones sobre los tópicos del día.

 — Quien perdona todo, porque comprende todo, simplemente no ha entendido nada.

 — Las revoluciones se columpian entre el puritanismo y la crápula, sin rozar el suelo civilizado.

 — Cuando el objeto pierde su plenitud sensual para convertirse en instrumento o en signo, la realidad se desvanece y Dios se esfuma.

 — Obra de arte, hoy, es cualquier cosa que se venda caro.

 — La historia moderna es el diálogo entre dos hombres, uno que cree en Dios, otro que se cree dios.

 — Los hombres se reparten entre los que se complican la vida para ganarse el alma y los que se gastan el alma para facilitarse la vida.

 — Tan sólo para Dios somos irreemplazables.

 — Cuando los escritores de un siglo no pueden escribir sino cosas aburridas, los lectores cambiamos de siglo.

 — La importancia profana de la religión está menos en su influencia sobre nuestra conducta que en la noble sonoridad con que enriquece el alma.

 — Hay palabras para engañar a los demás, como “racional”.
 Y otras, como “dialéctica”, para engañarse a sí mismo.

 — El envilecimiento es el precio actual de la fraternidad.

 El mundo moderno no será castigado. Es el castigo.

 — Los léxicos especializados permiten hablar con precisión en las ciencias naturales y disfrazar trivialidades en las ciencias humanas.

 — Llamamos belleza de un idioma la destreza con que algunos lo escriben.

 — No es de inanición de lo que el espíritu a veces muere, sino del hartazgo de trivialidades.

 — El alma no está en el cuerpo, sino el cuerpo en ella.
 Pero es en el cuerpo donde la palpamos.
 El absoluto no está en la historia, sino la historia en él.
 Pero es en la historia donde lo descubrimos.

 — Después de varias temporadas de urbanismo, alternadas con varios entreactos de guerra, el contexto rural y urbano de la era culta no sobrevivirá sino en atlas lingüísticos y en diccionarios etimológicos.

 Hoy se llama “tener sentido común” no protestar contra lo abyecto.

 — Ser marxista parece consistir en eximir de la interpretación marxista las sociedades comunistas.

 — ¿Aprenderá el revolucionario algún día que las revoluciones podan en lugar de extirpar?

 — Todo se puede sacrificar a la miseria del pueblo.
 Nada se debe sacrificar a su codicia.

 — La pedagogía moderna ni cultiva ni educa, meramente transmite nociones.

 — Nadie, ni nada, finalmente perdona.
 Salvo Cristo.

 — El hombre no se halla arrojado tan sólo entre objetos.
 También está inmerso entre experiencias religiosas.

 — El que carece de vocabulario para analizar sus ideas las bautiza intuiciones.

 — Aprendamos a acompañar en sus errores a los que amamos, sin convertirnos en sus cómplices.

 — Para castigar una idea los dioses la condenan a entusiasmar al tonto.

 — No invocamos a Dios como reos, sino como tierras sedientas.

 — Los mejoramientos sociales no proceden de fuertes sacudidas, sino de leves empujoncitos.

 — Nada es posible esperar ya cuando el Estado es el único recurso del alma contra su propio caos.

 La creciente libertad de costumbres en la sociedad moderna no ha suprimido los conflictos domésticos.
 Tan sólo les ha quitado dignidad.

 — El pueblo adopta hasta opiniones finas si se las predican con argumentos burdos.

 — Sin cierta puerilidad religiosa, cierta profundidad intelectual es inalcanzable.

 — Donde los gestos carecen de estilo la ética misma se envilece.

 — En la nueva izquierda militan hoy los reaccionarios desorientados y desvalidos.

 — Los tontos se indignan tan sólo contra las consecuencias.

 — La parte superior de la ética no trata del comportamiento moral, sino de la calidad del alma.

 — Las grandes convulsiones democráticas lesionan sin remedio el alma de un pueblo.

 — Varias civilizaciones fueron saqueadas porque la libertad le abrió impensadamente la puerta al enemigo.

 — El igualitario considera que la cortesía es confesión de inferioridad.
 Entre igualitarios la grosería marca el rango.

 — Todos debemos resignarnos a no bastar primero y a sobrar después.

 — El optimismo moderno es un producto comercial para lubricar el funcionamiento de la industria.

 — El estado es totalitario por esencia.
 El despotismo total es la forma hacia la cual espontáneamente tiende.

 — Totalitarismo es la fusión siniestra de religión y estado.

 — El sacrificio de la profundidad es el precio que exige la eficacia.

 — La cortesía no es incompatible con nada.

 — La grosería no es prueba de autenticidad, sino de mala educación.

 — Cada nueva generación critica la anterior, para cometer, en circunstancias análogas, el error inverso.

 — El fervor con que el marxista invoca la sociedad futura sería conmovedor sí los ritos invocatorios fuesen menos sangrientos.

 — Nada más común que transformar en “problema ético” el deber que nos incomoda.

 — Ya no existen ancianos sino jóvenes decrépitos.

 — Confundir lo popular con lo democrático es ardid táctico del demócrata.

 — El joven, normalmente, acaba pareciéndose al adulto que más desprecia.

 — Nada más imperdonable que enjaularnos voluntariamente en convicciones ajenas, cuando deberíamos intentar romper hasta los barrotes del calabozo de nuestra inteligencia.

 — Nada merece más respeto que el pueblo infortunado que suplica, ni menos que las absurdas drogas que reclama para curar su infortunio.

 — El cinismo no es indicio de agudeza sino de impotencia.

 — El problema no es la represión sexual, ni la liberación sexual, sino el sexo.

 — La revolución es progresista y busca el robustecimiento del estado; la rebelión es reaccionaria y busca su desvanecimiento.
 El revolucionario es un funcionario en potencia; el rebelde es un reaccionario en acto.

 — Los tribunales democráticos no hacen temblar al culpable, sino al acusado.

 — La envidia no es vicio de pobre, sino de rico.
 De menos rico ante más rico.

 — Aún el enemigo de la técnica denuncia sus paladinos, pero triviales, atropellos más que sus invisibles, pero desastrosas, destrucciones.
 (Como si la trashumancia febril del hombre actual, verbigracia, fuese inquietante a causa de los accidentes de tránsito).

 — El erotismo es el recurso rabioso de las almas y de los tiempos que agonizan.

 — Cualquier derecha en nuestro tiempo no es más que una izquierda de ayer deseosa de digerir en paz.

 — Las revoluciones espantan, pero las campañas electorales asquean.

 — El nivel cultural de un pueblo inteligente baja a medida que su nivel de vida sube.

 — En el solo Evangelio no podemos albergarnos, como no podemos tampoco refugiarnos en la semilla del roble, sino junto al tronco torcido y bajo el desorden de las ramas.

 — El hombre actual oscila entre la estéril rigidez de la ley y el vulgar desorden del instinto.
 Ignora la disciplina, la cortesía, el buen gusto.

 — ¿Proponer soluciones?
 ¡Como si el mundo no estuviese ahogándose en soluciones!

 La “espiritualidad oriental” moderna, como el arte oriental de los últimos siglos, es artículo de bazar.

 — La imbecilidad cambia de tema en cada época para que no la reconozcan.

 — Las jerarquías son celestes.
 En el infierno todos son iguales.

 — Las noticias periodísticas son el substituto moderno de la experiencia.

 — Es en la espontaneidad de lo que siento donde busco la coherencia de lo que pienso.

 — No me resigno a que el hombre colabore imbécilmente con la muerte, talando, demoliendo, reformando, aboliendo.

 — Los cristianos progresistas buscan afanosamente en los manuales de sociología con qué llenar lagunas del Evangelio.

 — El mal no es más interesante que el bien, sino más fácil de relatar.

 — En política debemos desconfiar aún del optimismo inteligente y confiar en los temores del imbécil.

 — El hombre tiende a la superficialidad como el corcho hacia la superficie.

 — En ciertas épocas el espíritu pierde, gane quien gane.

 — Las dos alas de la inteligencia son la erudición y el amor.

 — El igualitario se exaspera viendo que la instrucción obligatoria sólo borra la desigualdad ficticia para agravar la congénita.

 — No aconsejemos pomposamente que lo inevitable se acepte con “heroísmo”, sino que se acoja con resignación cortés.

 — Más de un presunto “problema teológico” proviene sólo del poco respeto con que Dios trata nuestros prejuicios.

 — Lo más alto y lo más bajo solían pertenecer a la misma especie.
 Hoy pertenecen a especies distintas.
 No existe rasgo común hoy entre lo que vale y lo que impera.

 — La liturgia definitivamente sólo puede hablar en latín.
 En vulgar es vulgar.

 — El simple talento es en literatura lo que las buenas intenciones en conducta. (L’enfer en est pavé).

 El entusiasmo del progresista, los argumentos del demócrata, las demostraciones del materialista, son el alimento delicioso y suculento del reaccionario.

 — En las universidades la filosofía meramente invierna.

 — El hombre madura cuando deja de creer que la política le resuelve los problemas.

 — De los “derechos del hombre” el liberalismo moderno ya no defiende sino el derecho al consumo.

 — La seriedad intelectual auténtica no es adusta sino sonriente.

 — El patriotismo que no sea adhesión carnal a paisajes concretos, es retórica de semi-cultos para arrear iletrados hacia el matadero.

 — Lo que impersonaliza degrada.

 — Lo que aquí digo parecerá trivial a quien ignore todo a lo que aludo.

 — Las civilizaciones tampoco se hacen “avec des idées” sino con modales.

 — La poesía onírica no vaticina, ronca.

 — De la trivialidad de la existencia no podemos evadirnos por las puertas, sino por los tejados.

 — La causa de la enfermedad moderna es la convicción de que el hombre se puede curar a sí mismo.

 — La agitación revolucionaria es endemia urbana y sólo epidemia campesina.

 — El odio al pasado es síntoma inequívoco de una sociedad que se aplebeya.

 — La historia debe su importancia a los valores que allí emergen, no a las humanidades que allí naufragan.

 — Filosofar no es resolver problemas sino vivirlos a un determinado nivel.

 El pecado del rico no es la riqueza, sino la importancia exclusiva que le atribuye.

BARDO: ACCIONES DESPUÉS DE LA MUERTE 1 (Julius Evola)


juliusevola - El yoga tántrico

Biblioteca Evoliana

Diversas traducciones han permitido conocer en estos últimos tiempos, en Occidente, textos lamaicos concernientes a las experiencias de ultra­tumba y las posibilidades que se ofrecen entonces al Yo 1. Son textos que presentan un gran interés, pues en Occidente no existe ninguna idea de esas perspectivas, sobre todo por causa de la religión que ha predominado aquí. Además, merecen ser examinadas aquí, pues se trata, tal como han reconocido los propios traductores 2, de enseñanzas más o menos tántricas.
Aunque la visión del mundo que está en la base de esos textos sea sobre todo mahayánica, el espíritu de las enseñanzas ahí contenidas es, en efecto, claramente tántrico. La acción interviene aquí en el momento mismo de la muerte y más allá de ésta: es una acción destinada a dejar en suspenso el juego kármico de las causas y los efectos para realizar finalmente lo incon­dicionado.
Hace ya mucho tiempo que la tradición hindú, tanto brahmanista como budista, había considerado además el caso del jivan-mukta, (el que se libe­ra de los lazos de la existencia estando vivo), y también el del videha‑mukta: aquel que no alcanza plenamente la liberación más que cuando su espíritu se separa del cuerpo en el momento de la muerte o en un estado ulterior. Y, como otras tradiciones, había subrayado la importancia que tiene para la ultratumba la forma y la disposición del espíritu con las que se enfrenta a la muerte. Pero sólo el tantrismo formularía una verdadera «ciencia de la muerte» propiamente dicha dando un particular relieve al principio de la «libertad del agente» para los destinos del más allá.
Sin embargo, no puede aplicarse este principio a la gran masa de hom­bres para los que la muerte representa una crisis profunda. El cambio de estado que le corresponde se acompaña de una especie de desfallecimien­to, y mediante un encadenamiento casi mecánico y fatal de las causas y los efectos (siendo las causas todo lo que se ha realizado en una vida dada y que ha tenido incidencias profundas) llamado karma, se fijará una nueva vida condicionada, que no sólo estará ligada a la anterior por ninguna con­tinuidad de la conciencia verdaderamente personal («como una llama en­ciende otra»). Ha podido observarse que uno de los sentidos del pasu —hombre ordinario, encadenado— es el de ser «víctima sacrificial», ani­mal de sacrificio; ello nos remite a una de las dos vías de ultratumba que cuenta la tradición hindú, al pitri-yana. En ésta, que es aquella que se ven obligados a seguir la mayoría de los hombres, la muerte tiene precisamente un efecto disolvente para la personalidad, que se fundiría de nuevo en las fuerzas ancestrales de su raíz, para nutrir nuevas vías como un animal sacri­ficado a los dioses. Entonces sólo subsistiría el mecanismo kármico del que hemos hablado. Pero en lo que concierne a la otra vía, la «vía de los dio­ses», deva-yana, esta doctrina no da en general mucha importancia a la li­bertad del agente; concibe los diferentes cambios de estado, finalmente hasta la Gran Liberación, según un modo casi automático, como los efectos puros de una fuerza y un conocimiento precedentes 3. Los textos de los que vamos a hablar conciben, por el contrario, un nivel más alto de indetermi­nación y de libertad, así como la posiblilidad de dirigir los procesos extraterrestres «de la misma manera que se conduce a un caballo por la brida». En «el paso estrecho y peligroso del bardo» (bardo es la palabra que designa al más allá), pueden detenerse los determinismos kármicos (incluso aquellos que «habrían conducido al más profundo de los infiernos»), puede llegarse a la Gran Liberación, o al menos puede provocarse un destino mejor.
Pero, repitamos, que estas posibilidades no se ofrecen a todo el mundo. Eso supone que en la vida ya se ha recorrido un fragmento de la Vía; que de manera general se ha buscado ya lo incondicionado sin llegar al final, pero habiendo desplazado en cierta medida el centro desde uno mismo hacia la existencia samsárica pura. Así, los textos ponen siempre el acento en «la gran importancia que tiene el haber experimentado». En el caso de estas personas, también la muerte se presenta más o menos con los rasgos que tiene para los pasu: interviene en un momento dado, bajo la acción de cau­sas extrañas. Las enseñanzas orales tienden a hacerse de manera que esto no represente una interrupción y que, por el contrario, se pueda sacar par­tido de los estados in extremis o póstumos en los sentidos de los fines ya perseguidos durante la vida.
El conocimiento claro y objetivo de estos estados forma el punto de partida: son indicados con la precisión de un Baedeker; Woodroffe dijo exactamente: una guía del viajero a los otros mundos' . Pues al mismo tiem­po que una descripción de esos estados que debe permitir la orientación, se suministra sus sentidos y se indica las actitudes que hay que adoptar en cada uno de ellos. Tal es el contenido del Bardo-Thódol, el Libro tibetano de los muertos, al que se lo ha comparado con el Libro egipcio de los muertos * y con algunos tratados medievales, como, por ejemplo, el Ars moriendi5 Pertenece a la categoría de los terma o «revelaciones secretas», y tiene por tanto un carácter de tratado iniciático. Según la tradición, habría sido re­dactado en su forma original por el taumaturgo Padmasambhava, enviado al Tíbet en el siglo vnI; él lo mantuvo oculto, pero luego sus discípulos lo dieron a conocer.
En cierto sentido, tiene un carácter de viático: es leído por los lamas a aquellos que están a punto de morir para prepararles con respecto a lo que va a suceder. No está del todo excluido que se mantenga un contacto, es decir, la posibilidad del maestro de sostener el alma mágicamente tras la desaparición del cuerpo para infundirle un poder de memoria y de conoci­miento, lo que supone, evidentemente, la presencia de un gurú de un rango verdaderamente superior. Pero el conjunto pertenece a un cuadro esen­cialmente iniciático. Además, una antigua enseñanza griega decía también que «aquel que no ha sido iniciado y queda así totalmente lejos de su cum­plimiento está sumergido en el fango, tanto en esta vida como, con mayor razón, en la otra». Y encontramos igualmente la importante idea de las «iniciaciones dobles», las de aquí abajo, que son preparaciones para las de ahí arriba 6. En cuanto a las segundas, pueden corresponder a las experien­cias vividas en el bardo, de las que se habla en los textos tántricos tibetanos.
Sin querer tratar el problema general de ultratumba, hay que retomar aquí lo que ya hemos dicho sobre el capricho reencarnacionista. Sobre todo desde el punto de vista budista (y el Mahayana es una forma de budismo), el hombre, en tanto que individuo, no forma una verdadera unidad, es un agregado de estados, de conciencias y de elementos. Lo que bajo forma de «vida» preexiste generalmente antes del nacimiento y continúa tras la muerte no es un «Yo», sino la fuerza central que ha provocado ese agrega­do y que, después de que éste se ha disuelto con la muerte, determinará de nuevo, según las causas inmanentes despertadas en la existencia preceden­te o que no hayan sido agotadas en ella. Podría decirse que esta fuerza es el «Yo samsárico», si no fuera porque son términos casi contradictorios. A este respecto, el budismo utiliza la palabra samtana, que quiere decir co­rriente, flujo, encadenamiento de estados. No se trata del principio trans­cendente sivaico, pues aquí ha sido casi sumergido por la Sakti en tanto que «deseo», fuerza ciega e irracional, sedienta de vida y extravertida, y no se trata ya del Yo individual al que el hombre puede referirse, pues éste no concierne más que a una sección o una parte de ese flujo, condicionada por la unidad contingente de un agregado dado 7.
Por tanto, el agregado se disuelve con la muerte, el ser uno engendra seres diversos («nutre» seres diversos), conciencias variadas que seguirán cada una su propia ley. Permanece la forma central agregadora (con ella se. relaciona el antarabhava del que hemos hablado, cf. pp. 209-210), capaz de volver a tener descendencia, de manifestarse de nuevo en tal o cual plano de la existencia condicionada, y no forzosamente en el plano humano o te­rrestre 8.
En el caso de las personas que se han entregado a disciplinas iniciáticas o a las que circunstancias muy particulares han conducido a «aperturas» análogas, las cosas son diferentes, pues en ellas la fuerza samsárica que hemos llamado no es la única que actúa y sobrevive; también está presente un verdadero Yo, bajo las especies de un principio extrasamsárico que guarda su forma propia, aunque separada de todos los elementos físicos y sutiles que están exclusivamente ligados a la condición humana 9. A ese Yo le queda un margen de libertad, una indeterminación virtual por relación a las leyes kármicas. La palabra tibetana bardo se compone de bar, que quie­re decir «entre», y de do, «dos», por lo que significa «entre dos». Por eso se ha traducido generalmente como «estado intermedio», en el sentido de es­tado colocado entre una «vida» y otra. Pero el sentido principal nos parece más bien el de «estado entre los dos», en el sentido precisamente de estado incierto, de estado todavía no determinado en una dirección única (cruce de caminos = alternativa); los traductores de este texto han tenido que se­guir en muchos puntos esta interpretación. La enseñanza oral se funda­menta, pues, sobre la indeterminación que los estados póstumos y el mo­mento mismo de la muerte ofrecen a aquel que, habiendo seguido una disciplina espiritual durante la vida, evita y supera la crisis desfallecedora inherente al cambio de estado. Éste puede guiar su propio destino. Y si sus fuerzas no son suficientes para que realice enseguida la liberación suprema, se le indican los medios de evitar lo peor y elegir una manifestación nueva de sí mismo en el mundo condicionado.
Los textos hablan sobre todo de tres bardo: tres planos de indeterminación, correspondientes a otras tantas bifurcaciones o desvíos y a lugares je­rárquicamente ordenados: el chikhai-bardo, el chonyid-bardo y el sidpa-­bardo. Son tres niveles, en cada uno de los cuales se encuentran puertas sucesivas. El que no lo logra en el nivel del primer bardo, tiene la posibili­dad de rehacerse en el nivel del segundo; si también en él fracasa en la prueba, tiene todavía la posibilidad de un tercer bardo que concierne a ma­nifestaciones bajo formas más condicionadas. Pero es posible que en el nivel del tercer bardo la acción fracase también; es el caso en el que los resi­duos samsáricos guardan tal fuerza que neutralizan las iniciativas del prin­cipio-Yo. Entonces el proceso se desarrolla como en el caso de un pasu, de un ser ordinario. No puede hablarse de una verdadera continuidad; la muerte no ha despertado a un «Vivo», sólo la fuerza samsárica agregadora actúa según el mecanismo de las causas y los efectos del que hemos habla­do, bajo el signo del deseo, de la «sed», de manera que engendra un nuevo fantasma de vida individual.
Podemos examinar ahora una tras otra las diversas posibilidades que ofrece la ultratumba. En el centro de toda enseñanza práctica encontramos la doctrina mahayánica, tántrica y vedántica de la identidad. No hay dife­rencia entre el Yo y el Principio; el hombre en su esencia es el principio, pero no lo sabe. Es libre cuando, superando la «ignorancia», realiza esta identidad reconociendo la ilusión metafísica de todo lo que presenta los rasgos de un «otro», de otra realidad, ya sea natural, divina o demoniaca. Este conocimiento consume todo lazo y destruye todo espectro del más allá. Siempre de nuevo, en cada fase, el texto exhorta a aferrarse sólida­mente a esta verdad. Ella es la clave de todo.
Por otra parte, hay que aprender ante todo la «técnica de la muerte». Lo mismo que es engañosa la actitud de abandono tamásico, que adopta­mos todas las noches al acercarse el sueño, también lo es aquélla, mezcla de orgasmo, de angustia o de torpor, que es la propia de la mayor parte de los hombres en el momento de abandonar este mundo. «Una fe indomable, unida a una serenidad suprema del espíritu, es necesaria en el momento de la muerte ").» El espíritu no debe vacilar; no hay que dejar que el espíritu sea errante, ni siquiera un instante 11. Es preciso cortar toda atadura, aca­llar todo odio 12. En el momento del cambio de estado tendrá una importancia capital no servirse de imágenes religiosas, sino reevocar lo que se ha realizado del más allá de la vida en la vida, y atenerse firmemente a ese re­cuerdo, teniendo presentes al mismo tiempo en el espíritu las enseñanzas relativas a la fenomenología de ultratumba. «Cualesquiera que sean las prác­ticas religiosas que pueden haberse seguido, se dice 13, se producen en el momento de la muerte diversas ilusiones desviadoras... haber adquirido la experiencia estando vivo es muy importante: los que han conocido el Prin­cipio de su conciencia y han tenido así experiencias adecuadas, disponen de un gran poder ante las alternativas (bardo) ofrecidas en el momento de la muerte, cuando surge la luz clara.»
He aquí una fórmula que se pronuncia junto al lecho mortuorio: «Oh noble Un Tal, ha llegado para ti el tiempo de buscar la vía. Tu aliento va a cesar. Tu maestro te ha puesto ya en presencia de la luz resplandeciente. Estás ahora cerca de experimentarla en su realidad en el estado de bardo, en donde todo es semejante al vacío y el cielo sin nubes, y donde el intelec­to desnudo, sin tacha, es como un vacío transparente sin circunferencia y sin centro. Debes de esta manera reconocerte a ti mismo residiendo en este estado. Yo mismo, en este instante, me coloco ante ti 14.» Así pues, en ese momento, el más importante de toda la vida, es necesaria una presencia su­prema en sí misma.
La fenomenología de la muerte se transmite en estos términos: «La luz [como los aspectos visibles de la realidad] está sumergida y el elemento gro­sero [el cuerpo, la sensación del cuerpo] está sumergido. Los pensamientos desaparecen. Lo sutil [se trata aquí no de la forma sutil, sino de ciertos fe­nómenos sutiles que intervienen en el momento de la separación] desapa­rece 15.» La desaparición de la luz sensible y del sentimiento del cuerpo se describe en los mismo términos que el paso a través de los elementos del que hablaba la antigua misteriosofía, en la que se la provocaba experimen­talmente o se anticipaban las transformaciones que sobrevienen de manera natural con la muerte: la tierra se disuelve en agua, el agua en fuego, el fuego en aire, el aire en éter 16. Se trata de estados inferiores en los que «cae completamente la percepción de toda cosa material, donde desaparece [el sentimiento] del elemento grosero». Habría también, paralelamente, una reabsorción de los sentidos, la conciencia de la vista se apagaría la primera, después la del olfato, después la del gusto, después la del tacto y después la del oído. Los Upanishad enseñan que en este estado todas las facultades son absorbidas de nuevo en su raíz, en el manas, y después en la fuerza vital; después de que la separación ha tenido lugar, ésta, forma sutil y lumi­nosa, es el vehículo del espíritu de aquellos que estando vivos han partici­pado del conocimiento durante los cambios de estado sucesivos 17. Ade­más, es posible que este paso a través de los elementos no deje de tener relación con los chakra inferiores, es decir, que tenga una cierta relación con la disolución de la parte «elemental» del agregado humano. El «aire» corresponde al chakra del corazón, y el espacio comprendido entre éste y el chakra del éter puede ser considerado como aquel donde tiene lugar, en la muerte, la verdadera crisis de la conciencia individual, tal como diremos ahora.
Los textos dan algunos signos particulares, interiores y exteriores, que anuncian el cambio de estado. El moribundo percibirá exteriormente una luz primero blancuzca, semejante a la claridad lunar, y después rojiza. El comentario del texto observa que se trata aquí de las mismas impresiones que tuvieron, en una especie de éxtasis, ciertas personalidades europeas a punto de morir cuando pronunciaron palabras como éstas: «La Luz», o «Más Luz» (mehr Licht!, Goethe), o «¡La Luz ha surgido!»; ignorando la verdadera naturaleza del fenómeno, estas personas pueden haber creído entonces en una trasfiguración, cuando se trataba de cambios psico-físicos en la facultad de la vista provocados por el proceso de la muerte, y que en el profano presentan un componente emotivo muy fuerte (tal como se dice en mecánica) 18. Interiormente, por el contrario, uno se vería invadido por una especie de «humo» (que oscurecería el espíritu). Ése es el momento de la crisis. La supera aquel que, gracias a la disciplina del yoga a la que se había entregado anteriormente, consigue en ese instante guardar «su espí­ritu libre de formaciones mentales». Entonces, «las experiencias de este proceso, recién nacidas, desaparecen en el estado natural de calma» 19.
Esto puede llegar, pues, sin discontinuidad al punto culminante, que es el de la fulguración de la luz transcendente puesta al desnudo por la disolu­ción de la concreción física individual en el momento de la separación com­pleta (según el texto, esto se produciría tres días y medio o cuatro días des­pués de la muerte). • En los otros, por el contrario, intervendría un paréntesis hecho de desfallecimiento, de inconsciencia, del que sólo se sal­dría tras este periodo; periodo que es también aquel en el que los compo­nentes y las «conciencias» secundarias del ser humano devienen gradual­mente autónomos y siguen su propio camino, terminando a menudo en la zona de las «influencias errantes», reserva de fuerzas personales, inferiores o residuales que son en gran parte lo que da nacimiento a la fenomenología «espiritista» y mediumnística 2O. Durante un cierto tiempo, puede subsistir una forma relativamente única, una especie de doble, de imagen apagada y automática del difunto; es como un segundo cadáver, cadáver psíquico, que ha dejado tras él.
Tras este desvanecimiento, la conciencia despertaría en un estado de lu­cidez sobrenatural y conocería la experiencia decisiva, aquella en la que se manifiesta de manera fulgurante la luz absoluta, primordial («en medio de esta luz, el sonido de lo absoluto con una voz violenta como el fragor de mil truenos que estallarán al mismo tiempo»). Ésa es la prueba. El Yo debería vencer todo terror y ser capaz de identificarse con esa luz, de reconocerse en ella, pues puede decirse que, metafísicamente, ella es su naturaleza. Ser capaz de esto quiere decir que se alcanza la Gran Liberación en un instante, que se realiza lo incondicionado. Todo karma, todo residuo, queda destrui­do. El texto dice que esto debería ser como un reencuentro con «un conoci­miento antiguo». Es la unión en una sola cosa —«como el agua de un río se reúne con la del mar»— de lo que era adquirido y no lo era 21, siendo adqui­rido el conocimiento, la luz que se había alcanzado durante la vida, lo no adquirido, la totalidad de ésta que se manifiesta.
Pero es posible también que esta prueba no sea superada, puede dejar­nos aterrorizados; puede que no tengamos la intrepidez, el impulso casi sa­crificial, la lucidez necesaria para la identificación fulgurante y la desapari­ción completa, instantánea, del velo de la avidya, de la ignorancia transcendental. Entonces se ha fallado en esta prueba, la primera, la más alta posibilidad de la ultratumba; se desciende un grado, se pasa del chik­hai-bardo al choniyd-bardo: se pasa a planos en los que se proponen al muerto elecciones semejantes, con la diferencia de que ya no se trata de experiencias liberadas de la forma. Surge por el contrario un mundo fantas­magórico de visiones y apariciones que presentan un carácter semejante al sueño. De hecho, sería engendrado por una imaginación pasada al estado libre, que no está sujeta ya al control de los sentidos y que, con ello, ad­quiere, reforzados, los caracteres de lo que habíamos llamado imaginación mágica. Con una vehemencia elemental, la imaginación es llevada a engen­drar visiones del mismo género con la proyección y la exteriorización del contenido de la conciencia, de la subconciencia y de la fuerza que estaban encerrados en la parte oculta y subterránea del ser humano. Es también el plano de una liberación posible para aquellos que no conciben lo incondi­cionado en su pureza metafísica, sino bajo la forma de una figura divina cualquiera, de un símbolo, de una imagen cultural. Aquí es decisiva la ca­pacidad de superar el espejismo y alcanzar un estado de identificación con —este mundo fantasmagórico. Es una prueba de dos grados. .
El principio no aparece ya, pues, en su naturaleza libre de formas, ful­gurante; se sensibiliza ante todo bajo las apariencias de diversas imágenes divinas, majestuosas y espléndidas, que se presentan una tras otra en siete días: evidentemente, el día tiene aquí un sentido simbólico. Un día puede incluir lo que para los mortales corresponde a épocas enteras, y ello si es posible establecer una correlación temporal. Cuando todavía no ha sido su­perada una aparición, se presenta otra el «día» siguiente. Y superar, ya lo hemos dicho, quiere decir identificarse. «No desfallezcas, exhorta el texto, supera toda atadura [en tu naturaleza finita].» Sea lo que sea lo que apare­ce, debe ser percibido como un reflejo. «¡Oh noble! Estos reinos no son nada del exterior... las divinidades no vienen ya de ninguna otra cosa; exis­ten desde toda la eternidad en las facultades de tu propio espíritu. Recono­ce que es ésa su [verdadera] naturaleza.» Se propone esta fórmula propicia-dora: «Alejado todo miedo o terror [ante cualquier aparición], que pueda yo reconocer todo lo que veo cómo un reflejo de mi conciencia. Que pueda no temer el lazo (tantas) divinidades benefactoras (como) terribles, sim­ples formas de mi propio pensamiento 22.» Si no es posible hacerlo, «cual­quiera que haya sido la contemplación o la devoción que se haya practicado durante la existencia humana», el terror y la angustia surgirán; se retroce­derá ante el esplendor y el poder de esos espejismos y se fallará así ante la Liberación.