LA TESIS DE RENE GUENON
SOBRE LOS ORIGENES DEL CRISTIANISMO:
JEAN MARIE D´ANSEMBOURG
Hace unos años, las paredes de la gran ciudad estaban de
nuevo empapeladas con carteles electorales que prometían una ola de renovación
y de felicidad. Los del partido comunista (tendencia Moscú) habían sido pegados
con furia encima de los del partido comunista (tendencia Pekín) y viceversa. A
su lado, figuraban grandes eslóganes del partido liberal que ninguno de los dos
hermanos enemigos había juzgado útil ocultar o arrancar.
¿Acaso no ocurrió un fenómeno similar con el nacimiento
del Cristianismo? San Pablo, el apóstol de los Gentiles, aportó una
contribución tan determinante para la expansión de la joven religión que cabría
preguntarse si, sin él, habría sobrevivido; para ello, comentó y desarrolló el
patrimonio judío de esta nueva religión con la ayuda de elementos y nociones
griegas que recuerdan la filosofía de los Gentiles y sus religiones de
Misterios. En efecto, se dedicó al mundo greco-oriental que, sin esta
"preparación", hubiera tenido gran dificultad para asimilar la
enseñanza de Jesús, que se dirigía a la mentalidad judía.[1]
Esta adaptación debió estar en la raíz de las
incomprensiones y el odio que surgieron desde los comienzos, entre judíos y
cristianos. Por otra parte, cabría preguntarse si las sorprendentes semejanzas
entre el cristianismo paulino y las religiones de Misterios o iniciaciones
antiguas no fueron las que provocaron las execraciones mutuas que conocemos. Si
bien los cristianos sufrieron esas feroces persecuciones durante los tres
primeros siglos, ciertamente devolvieron el cambio (centuplicado) a los
paganos, por la vía de la erradicación...
Sin embargo, si se hace el esfuerzo de levantar las
cortezas y los velos, si se va más allá de las imágenes y ritos para husmear el
buen olor de vida que esparce la médula de los Sabios, estaremos sorprendidos
de olerla, tanto en el caso de los judíos como en el de los cristianos, tanto
en los Misterios paganos como en la Tradición apostólica: ¡en Huesos separados
la única médula suculenta!
Hemos tenido la audacia de afirmar que las religiones de
Misterios y las iniciaciones paganas presentaban grandes similitudes con el
Cristianismo de los primeros siglos: volveremos posteriormente a ello. No
obstante, debemos constatar que los orígenes del Cristianismo continúan siendo
muy misteriosos y aún hoy en día nos vemos obligados a esbozar hipótesis para
intentar amueblar los sombríos lienzos de pared que subsisten en su historia
primitiva. Ciertamente no resolveremos aquí estos enigmas; nuestra ambición se
limita a dar a conocer mejor una tesis que quizás explicaría algunos
malentendidos y que no puede ser rechazada fácilmente si uno se esfuerza
realmente en reflexionar sobre la cuestión, abandonando todo prejuicio tanto
clerical como anticlerical. Esta tesis la expresó René Guénon en sus
"Aperçus sur l´Esoterisme Chrétien"
(Ed. Traditionnelles, París, 1971):
"Lejos de ser la religión o la tradición exotérica
que conocemos actualmente bajo este término, en sus orígenes el Cristianismo tenía, en sus ritos como en su
doctrina, un carácter fundamentalmente esotérico y por consiguiente,
iniciático. Encontramos confirmación de ello en que la tradición islámica
tradición exotérica que conocemos actualmente bajo este término, en sus
considera al Cristianismo primitivo propiamente como una «tariqah», es decir, una
vía iniciática y no como una "shariyah" o legislación social dirigida
a todos, lo cual es tan cierto que posteriormente se tuvo que suplir esta falta
con la constitución de un derecho "canónico"que en realidad no fue
más que una adaptación del antiguo derecho romano, o sea, algo que vino
enteramente del exterior y no un desarrollo de lo que estaba contenido en el
Cristianismo en sí, además, es evidente
que en el evangelio no se encuentra ninguna prescripción que pudiera ser
considerada poseedora de un verdadero carácter legal en el sentido propio de
esta palabra; la expresión que todos conocemos de "Hay que devolver al
César lo que es del César..." nos parece muy adecuada en este caso, ya que
implica formalmente, para todo lo que es de orden exterior, la aceptación de
una legislación totalmente extranjera a la tradición cristiana y que no es más
que la que existía en el contexto donde ésta nació, por cuanto estaba
incorporada en el Imperio romano. Sería, sin duda, una grave laguna si el
Cristianismo hubiera sido entonces aquello en lo que se convirtió más tarde; la
existencia de tal laguna no sólo sería inexplicable, sino totalmente
inconcebible en una tradición ortodoxa y regular, si dicha tradición tenía que
comportar realmente exoterismo y un esoterismo, y si tenía incluso, diríamos,
que aplicarse ante todo al dominio exotérico, por el contrario, si el
Cristianismo tuviera el carácter que acabamos de decir, la cosa se explicaría
sin ningún esfuerzo, puesto que no se trataría en absoluto de una laguna sino
de una abstención voluntaria de intervenir en un sector que, por definición, no
le concernía en estas condiciones. Para
que esto hubiera sido posible, habría sido necesario que la Iglesia cristiana,
en los primeros tiempos, hubiera constituido una organización cerrada o
reservada, en la que no todos eran admitidos indistintamente sino sólo los que
poseían las calificaciones necesarias para recibir válidamente la iniciación
bajo la forma que se podría llamar "crística"; y se podrían encontrar
con facilidad muchos indicios que muestran que realmente ocurrió así, aunque
sean por lo general incomprendidos en nuestra época y que incluso, como
consecuencia de la tendencia moderna que niega el esoterismo, se busque con
demasiad frecuencia de forma más o menos consciente, desviarlos de su verdadero
significado" (págs. 9 y 10).2
Hay que reconocer que el argumento de Guénon tiene su
peso. Al fundar el Judaísmo, Moisés le dio libros "legislativos" que
regulaban toda la sociedad judía (el "Exodo", "Levítico",
"Números", "Deuteronomio", etc... )Asimismo, Mahoma, al
transmitir la Ley coránica, organizó el mundo del Islam tanto en el terreno
profano como en el religioso. El Nuevo Testamento carece de este carácter
legislativo de lo cual Guénon deduce que no estaba destinado a fecundar una
religión nueva con una sociedad también nueva y abierta a todos.
Pero si los ritos cristianos eran al principio
específicamente iniciáticos y reservados, ¿cómo se explican que se hayan
convertido en una religión dirigida al gran público?
"Sin duda debió tratarse de una adaptación que, pese
a las deplorables consecuencias que tuvo en algunos aspectos, fue plenamente
justificada e incluso necesaria a causa de las circunstancias de tiempo y de
lugar.
Si se considera cuál era en aquella época el estado del
mundo occidental, es decir, del conjunto de países que comprendía el Imperio
romano, uno puede fácilmente darse cuente de que si el Cristianismo no hubiera
"descendido" al dominio exotérico, este mundo en su conjunto, hubiera
quedado rápidamente desprovisto de toda tradición, ya que las existentes hasta
entonces, como la tradición greco-romana que predominaba de firma natural,
habían alcanzado un grado tan elevado de degeneración que indicaba que su ciclo
de existencia estaba a punto de terminar.3
«Este «descenso», queremos insistir en ello, no fue en
absoluto un accidente o una desviación; al contrario, debemos considerar que
tuvo un carácter verdaderamente «providencial», ya que evitó que Occidente
cayera ya en aquel momento en un estado que, a fin de cuentas, podría
compararse al que vivimos ahora. El momento en el que debía producirse una
pérdida general de la tradición como la que caracteriza a los tiempos modernos,
todavía no había llegado; hacía falta, pues, que hubiera un «restablecimiento»,
que sólo el Cristianismo podía operar, con la condición de renunciar al
carácter esotérico y «reservado» que tuvo en un principio; y así, el
«restablecimiento» no sólo iba a ser benéfico para la humanidad occidental, lo
cual es demasiado evidente como para tener que insistir en ello, sino que a su
vez, estaba en perfecto acuerdo con las leyes cíclicas en sí mismas, tal como
lo está cualquier acción «providencial» que interviene en el curso de la
historia.
«Sería probablemente imposible asignar una fecha concreta
a este cambio que convirtió el Cristianismo en una religión en el propio
sentido de la palabra y en una forma tradicional dirigida a todos sin
distinción. En cualquier caso, lo cierto es que era un hecho consumado en la
época de Constantino y del Concilio de Nicea, de forma que éste no tuvo más que
«sancionarlo», por así decirlo, inaugurando la era de las formulaciones
dogmáticas destinadas a constituir una presentación puramente exotérica de la
doctrina.
«Eso no podía ocurrir sin algunos inconvenientes
inevitables, dado que el hecho de encerrar de este modo la doctrina en unas
fórmulas claramente definidas y limitadas, hizo que fuera mucho más difícil,
incluso para quienes realmente eran capaces de ello, penetrar en el sentido
profundo; además, las verdades de orden propiamente esotérico, que estaban por
su propia naturaleza fuera del alcance de la mayoría, ya no podían ser
presentadas de otra forma más que como «misterios» en el sentido que la palabra
tiene vulgarmente, es decir que, a los ojos de la mayoría, no tardaron en
aparecer rápidamente como algo imposible de entender, incluso prohibido de
profundizar. Sin embargo, estos inconvenientes no fueron tan grandes como para
oponerse a la constitución del Cristianismo en forma tradicional exotérica o
como para impedir su legitimidad, dada la inmensa ventaja que, como hemos
dicho, habría de resultar posteriormente de ello para el mundo occidental;
además, si el Cristianismo como tal dejaba de ser iniciático, quedaba aún la
posibilidad de que subsistiera en su interior una iniciación específicamente
cristiana para la élite, que no podía quedarse sólo con el punto de vista
exotérico encerrándose así en las limitaciones inherentes a éste; pero eso es
otra cuestión que analizaremos más adelante."
«Por otra parte, debemos subrayar que este cambio en el
carácter esencial e incluso en la naturaleza misma del Cristianismo, explica
perfectamente, como decíamos al principio, que todo lo que le precedió haya
sido voluntariamente envuelto en la oscuridad e incluso que no haya podido ser
de otra forma. Es evidente que la naturaleza del Cristianismo original, en
cuanto era esencialmente esotérica e iniciática, tenía que permanecer
completamente ignorada por los que ahora eran admitidos en el Cristianismo,
convertido en exotérico; por consiguiente, todo lo que pudiera revelar, incluso
de forma solapada, lo que el Cristianismo para ellos había sido realmente en su
comienzo, debía permanecer cubierto de un velo impenetrable» (ibídem, páginas
13 a 16).»
Se podría pensar que el extraordinario número de herejías
denunciadas ya desde el principio de la historia del Cristianismo está en gran
parte vinculado a la necesidad en que se encontró repentinamente la Iglesia, de
definir dogmáticamente la Verdad, utilizando un lenguaje dirigido a todos.
Además, desde una óptica exotérica, las autoridades religiosas quisieron juzgar
y condenar unas enseñanzas que normalmente no hubieran tenido que ser
divulgadas de lo cual resultó un lío inextricable; éste es el sentido expresado
por una importante nota de Guénon:
«En otra parte hemos observado que la confusión entre
estos dos sectores (exotérico y esotérico) constituye una de las causas que con
mayor frecuencia origina las «sectas» heterodoxas; no es de extrañar que un
gran número de las antiguas herejías cristianas tuvieran este origen. Ello
explicaría las precauciones tomadas para evitar, en la medida de lo posible,
esta confusión cuya eficacia no podríamos de ninguna manera poner en duda,
incluso si, desde otro punto de vista, estamos tentados de lamentar que
tuvieron por efecto secundario la aportación de dificultades casi insuperables
al estudio profundo y completo del Cristianismo (pág. 17).»
Rogamos al lector nos disculpe por la extensión de estas
citas, pero nos parece interesante que los cristianos cultos conozcan una tesis
que fue rechazada con más ardor partidista que objetividad.
¿Tiene razón Guénon? Reconocemos estar seducidos por su
audaz idea puesto que explicaría por qué hay tan escasas certidumbres respecto
a los primeros siglos cristianos; pero no somos quiénes para decidir. Además
del argumento «legislativo» indicado anteriormente, Guénon hace valer la
similitud entre los ritos de iniciación y el ritual de los sacramentos. Por
nuestra parte, añadiremos tres elementos nuevos:
1) El «cursus honorum» de los catecúmenos es fiel copia
de las iniciaciones;
2) El Cristianismo primitivo tiene un estrecho parentesco
con el culto de Mitra, que constituye en sí mismo una religión de Misterios;
3) Encontramos en las cartas de San Pablo una
terminología equivalente a la de las iniciaciones antiguas.
EL CATECUMENADO
En el siglo III, el Concilio de Elvira codificó el
recorrido que tenían que seguir los que aspiraban al bautismo; las fuentes
fiables son pocas sobre lo ocurrido en los dos primeros siglos.
Primero, se ponía a prueba al candidato mediante un
severo examen de admisión; se prestaba una especial atención a su profesión
puesto que los que ejercían una profesión relacionada con la idolatría
(pintores, escultores de dioses), los guerreros, los empleados en juegos del
circo, los adivinos, los magistrados, etc... eran excluidos. Si juzgaban seria
la conversión, el aspirante recibía los títulos de Cristiano y de «Catecúmeno»
(es decir, «enseñado», «discípulo») después de una «recepción» con ritual
(imposición de manos, soplo del Espíritu Santo...).
Había tres grados. El primero era el de «Escuchante» o
auditor (akouomenos, audiens) que debía permanecer mudo y asimilar la
catequesis durante un mínimo de dos años. La similitud con el primer grado de
La Orden de los Pitagóricos, el grado de los escuchantes (akousmatikoi), es
sorprendente.4
El Escuchante calificado accedía al grado de
"Prosternado" (hypopipton, genu flectens o también orans). Antes de
aunciar las plegarias del Oficio, el
diácono decía: «Ya no hay escuchante, ya no hay infiel». Tras haber
salido, ordenaba a los catecúmenos de las dos
clases superiores y a los bautizados que rogaran por ellos, y un poco
más tarde pedía a todos los catecúmenos que se fueran a fin de que sólo los
bautizados (o fieles) asistieran al Misterio de la Misa.
Los Prosternados se convertían en «Competentes»
(competentes: los que buscan juntos); también se les llamaba «illuminandi» (que
deben ser iluminados por el Bautismo).
Se les confiaba el misterio de la Santa Trinidad, la
doctrina relativa a la Iglesia y a la remisión de los pecados, materia sobre la
que después serían examinados. Y sólo
poco tiempo antes de su bautizo se les comunicaba el Símbolo de los Apóstoles
(Credo) y el Pater. Durante la Cuaresma podían «iinscribirse»
con un nuevo nombre y esta inscripción les concedía el título de
elegidos electi) a fin de ser bautizados por Pascua.
El «Bautismo» estaba precedido por unos rigurosos ayunos
de abstinencia y continencia; el bautizado recibía la apelación de «fiel»
(pistos, fidelis), de «iniciado»
(memuemenos), de "iluminado" ("illuminatus"), o también de
"niño" ("puer", "infans").Pero no nos
extenderemos sobre el ritual propio del Bautismo.
En los primeros tiempos, el Bautismo no se recibía antes
de la edad adulta. El título de "puer" se otorgaba a un adulto
bautizado que, renacido con un nombre nuevo, debía crecer y alcanzar la
plenitud de la madurez según la vía enseñada por Cristo.5
Todo ello muestra que la nueva religión, aunque se
expandiera rápidamente por el imperio romano, era muy exigente en cuanto a la
calidad de sus miembros y sólo los admitía progresivamente a los santos
Misterios, según un método que se parece a iniciaciones sucesivas.6
LOS MISTERIOS DE MITRA
Este dios iraní inicia su carrera en el mundo romano en
el primer siglo antes de J. C. Luz emanada del cielo, nace de una roca, de una
piedra regeneradora. Sólo unos pastores asisten al milagro y vienen a adorar al
niño divino ofreciéndole las primicias de su rebaño. Se podría pensar que la
figura de los Reyes Magos que encontramos en el Cristianismo es un
reconocimiento si no de filiación, al menos de primazgo lejano con la religión
iraní de los Magos.
El culto se celebraba en un santuario que tenía forma de
cueva (spelaeum); se conmemoraba nacimiento de Mitra el 25 de diciembre y las
iniciaciones se realizaban en primavera «en la época pascual en la que los
Cristianos admitían también los catecúmenos al bautismo».7
Rápidamente las dos religiones compitieron; su difusión
se hizo al mismo ritmo en todo Imperio romano durante los tres primeros siglos.
«La lucha entre las dos religiones rivales fue tanto más
pertinaz cuanto que sus caracteres eran semejantes. Asimismo, sus adeptos
formaban conventículos secretos, estrechamente unidos, cuyos miembros se
otorgaban el nombre de «Hermanos». Los ritos que practicaban ofrecían numerosas
analogías: los sectarios del dios persa, al igual que los cristianos, se
purificaban por un bautismo recibían como en una confirmación la fuerza de
combatir los espíritus del mal y esperaban de una comunión, la salvación del alma
y del cuerpo. También ellos santificaban
el domingo festejaban el nacimiento del sol el
25 de diciembre, el día en que se celebraba la Navidad, al menos desde
el siglo IV. Predicaban también una moral imperativa, consideraban meritorio el
ascetismo contaban entre las virtudes principales la abstinencia y la
continencia, la renuncia y el dominio sobre uno mismo. Sus concepciones del
mundo y del destino del hombre eran similares: unos otros admitían la
existencia de un cielo de los bienaventurados
situado en las regiones superiores de un infierno poblado de demonios,
contenido en las profundidades de la tierra; situaban en 1os orígenes de la
historia un diluvio; la fuente de sus tradiciones era una primitiva revelación;
por último, también creían en la inmortalidad del alma, en el juicio final y en
la resurrección de los muertos en la conflagración final del universo. «Hemos visto cómo la teología de los
misterios hacía del Mitra «mediador» el equivalente del Logos alejandrino. Como él, Cristo era el
«Mesites», el intermediario entre su Padre celeste y los hombres, y, como él,
también formaba parte de una trinidad. Estas similitudes no eran las únicas que
la exégesis pagana estableció entre ellos, y la figura del dios tauróctono que
se resigna en contra de su voluntad a inmolar a su víctima para crear y
rescatar el género humano, había sido seguramente comparada a la imagen del
Redentor que se sacrifica para la salvación del mundo. «Las similitudes entre
las dos iglesias enemigas eran tan numerosas que produjeron un impacto
considerable ya en la misma antiguedad. Desde el siglo II, los filósofos
griegos establecieron entre los
misterios persas y el Cristianismo un paralelismo más favorable a los primeros.
Por su lado, los Apologistas insisten sobre las analogías de las dos religiones
y las explican por una falsificación
satánica de los ritos más sagrados de su culto. Si las obras polémicas
de los partidarios de Mitra existiesen todavía, veríamos sin duda en ellas la misma
acusación dirigida a sus adversarios.
«No podemos alabarnos hoy de zanjar una cuestión que dividía a los
contemporáneos de entonces y que siempre será sin duda imposible de resolver.
Sabemos poco, por no decir nada, de los dogmas y la liturgia del mazdeísmo
romano, así como del desarrollo del cristianismo primitivo para determinar
cuáles fueron las influencias recíprocas que actuaron sobre su evolución
simultánea8. Es imposible, en el marco
de este artículo, entrar en los detalles de los siete grados de iniciación y
del secreto que rodeaba una doctrina progresivamente revelada. Remitimos al
lector a la obra de Cumont así como a la de M. Vermaseren titulada «Mithra, ce
dieu mystérieux", Sequoia, 1960. Retendremos de ello que este culto era
sin duda una religión de Misterios, con diversos grados de iniciación que se
practicaban en secreto y que los paganos instruidos ponían al Cristianismo
naciente al mismo nivel.
SAN PABLO Y LOS MISTERIOS
Antes de hablar de la terminología de San Pablo, sería
útil recordar brevemente lo que eran las iniciaciones antiguas.9
Aquí también, las fuentes son limitadas y quedan muchas
preguntas sin resolver; hay que reconocer que los Antiguos Sabios han sido más
discretos respecto a sus ceremonias secretas que los iniciados de los
trescientos últimos años. Recordemos dos textos clásicos.
El primero procede de la maravillosa obra "El asno
de oro" ( o "Metamorfosis") de Apuleyo10, en el que Lucio aspira
a ser iniciado en los Misterios de Isis:
"Día a día crecía en mí el deseo de recibir la
consagración. En varios ocasiones habá ido a visitar al gran sacerdote para
suplicarle que me iniciara por fin en los misterios de la santa noche".
Pero incitan a Lucio a que tenga paciencia: «Tenía que evitar cuidadosamente tanto la
precipitación como la desobediencia así como la doble falta de mostrar cierta
lentitud cuando se me llamase o cierta prisa sin haber recibido la orden.
Además, ninguno de los miembros de su clero tenía la suficiente loca
imprudencia, ni por decir mejor, no estaba decidido a morir como para afrontar
temerariamente, sin haber recibido él también la orden expresa de la soberana,
los riesgos de un ministerio sacrílego y para cargar con un pecado que lo
condenaría a morir. Y es que las llaves del infierno y la garantía de salvación
están en manos de la diosa. El acto mismo de la iniciación figura una muerte
voluntaria y una salvación obtenida por la gracia. El poder de la diosa atrae a
ella a los mortales que, habiendo alcanzado el término de la existencia y
hollando el umbral donde acaba la luz, puede confiárseles sin temor los
secretos augustos de la religión; los hace renacer de cierta manera por el
efecto de su providencia y les abre, devolviéndoles la vida, una carrera nueva.
Por tanto, yo también debía conformarme a su voluntad celeste, aunque desde
hacía tiempo el favor evidente de la gran divinidad me hubo claramente
designado y marcado para su bienaventurado servicio. Asimismo, al igual que sus
demás fieles, debía a partir de entonces abstenerme de alimentos profanos y
prohibidos, a fin de tener, con más seguridad, acceso a los misterios de la más
pura de las religiones» (XI, 21).
Así, Lucio vence su ardor hasta que la Diosa manifiesta
su misericordia: «Pues durante una noche oscura, sus órdenes que no tenían nada
de oscuro, me advirtieron de manera segura que había llegado el día tan
anhelado en que ella cumpliría mi deseo más ardiente.»
Lucio tuvo entonces que tomar un baño ritual, recibir
aspersiones de agua lustral y reunir instrucciones «que sobrepasan la palabra
humana». Tras un ayuno y una abstinencia de diez días, «por fin llegó el
momento fijado para la divina cita. Y el sol, ya en su declive, traía a la
noche, cuando afluía de todas partes una multitud de gente que según el antiguo
uso de los misterios, me honraban con diversos regalos. Luego, se aleja a los
profanos, me revisten de un vestido de lino por estrenar, y el sacerdote,
cogiéndome de la mano, me conduce a la parte más escondida del santuario».
«Quizá, lector deseoso de instruirte, te preguntes con
una cierta ansiedad lo que luego fue dicho y hecho. Lo diría si estuviera
permitido decirlo; y lo aprenderías si te estuviera permitido oírlo. Pero tanto
tus oídos como mi lengua tendrían que pagar la pena correspondiente a una
indiscreción impía o a una curiosidad sacrílega. No obstante, no infligiré el
tormento de una larga angustia al piadoso deseo que te mantiene en suspense.
Escucha, pues, y créeme: todo lo que te diré es cierto. Me he acercado a los
límites de la muerte; he hollado el umbral de Proserpina y he vuelto llevado a
través de todos los elementos; en plena noche, he visto brillar el sol con una
luz centelleante; me he acercado a los dioses de abajo y a los dioses de
arriba, los he visto de cara y adorado de cerca. Este es mi relato y estás
condenado a ignorar lo que has oído. Me limitaré, pues, a contar lo que está
permitido revelar, sin sacrilegio, a la inteligencia de los profanos (Ibídem,
23).»
Otro testimonio es el de Temistios que vivió durante el
siglo IV después de J.C. Hace un parangón entre la iniciación y la muerte:
«En aquel momento, alma experimenta las mismas
impresiones que conocen aquellos que son iniciados los grandes misterios. Las
mismas palabras, las mismas cosas: en efecto, se dice teleutan (morir) y
teleisthai (ser iniciado).
«En primer lugar, la aventura, los penosos dédalos, las
terribles e interminables carreras en la oscuridad. luego, antes de la
conclusión, todos los terrores: el escalofrío, el temblor, el repeluzno, la
angustia. Entonces es cuando queda asombrado por una claridad particular;
lugares puros, las praderas se descubren, se alzan voces, se percibe con el
ritmo de danzas, apariciones y armonías divinas. En este marco se mueve aquel
que ha terminado su iniciación; libre y despreocupado, con una corona en la
cabeza, celebra los misterios; vive en compañía de hombres puros y santos;
contempla a aquellos que no han sido iniciados aquí: una multitud impura,
rebajada y transportada de aquí para allá en un recipiente, en medio de las
brumas; los ve vivir en el temor de la muerte entre los malvados, sin esperanza
de una felicidad venidera en el más allá»"11.
Pasando por la muerte, experimentando pruebas misteriosas
y terribles, el candidato alcanza la luz, la alegría y la libertad. Recibe una
corona gloriosa que lo hermana con los puros y los santos.
He aquí lo que San Pablo dice:
«... Vemos a Jesús coronado de gloria y honor a través de
la experiencia de la muerte, de modo que por la gracia de Dios, gustó la muerte
para el provecho de todos. En efecto, convenía que Aquel gracias y a través de
quien existen todas las cosas, volviera perfecto (Teleiosai) después de haber
llevado la gloria a un gran número de hijos, al iniciador de su salvación por
medio de las pruebas (Hebr. II, 9-10)». En otros términos (más atrevidos,
quizá) el Padre ha llevado al Hijo a la plenitud de la iniciacion y este hará
lo mismo con un gran número de sus hijos.
Encontramos en estos dos versículos todo lo que
constituía la iniciación antigua: las pruebas, la muerte, la coronación o la
perfección de la iniciación. Observemos de paso, que se trata de nociones
griegas o greco-orientales o incluso paganas (para utilizar un término
ambiguo), pero en ningún caso judías. La palabra teleiosai (volver perfecto) es
un indicio claro, como lo precisa el exégeta católico N. Hugedé: el término
teleios (perfecto) «se utiliza en la lengua griega de forma muy especial y no
tiene mucha relación con la indicación de una cualidad moral. Es un término del
lenguaje técnico-filosófico-religioso, utilizado para determinar a aquel que ya
no tiene nada más que aprender, que ha alcanzado la plena madurez y la completa
iniciacion, por oposición al profano, al niño, al hombre de la calle que si
bien posee todas las virtudes, no está al corriente de los secretos que están
reservados a un número muy reducido de privilegiados. La obra de Pablo es un
testimonio constante de este uso.»12
Encontramos el término de Teleios, perfecto, con un
sentido indudablemente iniciático en el extraordinario tratado de la Crátera de
Hermes Trismegisto:
«Así pues, todos los que han prestado atención a la
proclamación y han sido bautizados con este bautismo del Nous~ han participado
del conocimiento(gnosis) y se han vuelto perfectos,(teleioi), ya que han
recibido el Nous.13
Nos resulta difícil creer que el verdadero pensamiento de
Pablo está alejado del de Hermes, cuando dice:
«Transformaos por la renovación del Nous para
experimentar por vosotros mismos lo que es la Voluntad de Dios: el Bien, el
Placer, la Perfección(¡o teleion).(Rom. XII, 2)».
En repetidas ocasiones Pablo habla de los niños (nepioi)
que se deben convertir en adultos maduros, en perfectos (teleioi); asimismo, en
las iniciaciones antiguas o en las religiones de Miste-ríos, el que acababa de
ser recibido era comparable a un niño,-¿acaso el iniciado no es el que ha
recibido el comienzo (initium)?- que, gracias a unos grados ascendentes, tenía
que progresar hacia la perfección o la maestría.
«Mientras que el tiempo hubiera tenido que hacer de
vosotros unos maestros, (didaskaloi) necesitáis de nuevo que os enseñen los
elementos primordiales de los oráculos de Dios y habéis llegado al punto en que
necesitáis leche en lugar de alimento sólido. Quien esté todavía en la etapa de
la leche no tiene experiencia de la palabra justa: es un niño (nepios). En
cambio, el alimento sólido es para los que son perfectos (teleioi) para
aquellos cuyos sentidos han sido ejercitados14 por la experiencia, a fin de
poder distinguir el bien del mal. Por ello, dejando de lado la enseñanza
primaria referente a Cristo, interesémonos por la enseñanza
perfecta(teleiotes)... (Hebr. V, 12 y
VI, 1).
«Hermanos, no seáis niños, (paidia) en vuestros
pensamientos... en vez de ello, sed perfectos, (teleioi). (1 Cor XIV, 20).
Además, Pablo especifica claramente que habla de
misterios que deben mantenerse secretos y que esta enseñanza no está destinada
más que a la élite muy selecta de los perfectos:
«Se habla de Sabiduría entre los perfectos(teleioi)y no
de una sabiduría de este mundo... Pero hablamos de una sabiduría de Dios en el
misterio, la sabiduría oculta, aquella que Dios predestinó para nuestra gloria
ya antes de los siglos (J Cor. II, 6-7).
Esta sabiduría reservada se llama también GNOSIS (gnosis):
«¡Oh profundidad de la Riqueza, de la Sabiduría y de la
Gnosis de Dios!» Rom. XI, 33).
Es en esta Gnosis donde debemos nacer primero, como un
niño, y luego crecer a fin de alcanzar la perfección, como lo precisa la Piedra
sobre la que está edificada la Iglesia (que se autocalifica como Epopte, tal
como hemos señalado, en II Pedro 1, 16): «Creced en la gracia y en la Gnosis de
nuestro Señor y salvador Jesucristo»(II Pedro III, 18). Esta Gnosis se transmite
entre los que han sido escogidos. En griego, Transmisión o Tradición es
PARADOSIS, que procede del verbo PARADIDONAI, transmitir. «Por lo que a mí se
refiere, dice Pablo, he recibido del Señor lo que os he transmitido
(paradidonai)»(I Cor. XI, 23). Y felicita a los Corintios por guardar fielmente
este depósito sagrado: «Alabados seáis por acordaros siempre de mí y mantener
las tradiciones, (paradoseis) tal como os las he transmitido,
(paradidonai)" (Ibid., Xl, 2).
Los términos del Nuevo Testamento que acabamos de citar
(teleios, nous, gnosis, paradosis, mysterion, epoptes) se utilizaban
técnicamente en las sociedades cerradas de los tres primeros siglos. Esta
utilización, a veces sorprendente, no basta por supuesto para constituir una
prueba definitiva de la veracidad de la tesis de Guénon ya que este vocabulario
era también utilizado en círculos más amplios, por gente culta, y de forma
general en la literatura filosófica y religiosa de la época. No hay que olvidar
que en Tarso, patria de San Pablo, había una universidad dominada por
profesores estoicos; ignoramos si él mismo la frecuentó, pero debió influirle
ya que encontramos elementos tomados del estoicismo en su método y en su
pensamiento. Esto hizo posible que un gran número de términos se tomaran
prestados de esta filosofía.
El parentesco del Cristianismo primitivo con el culto de
Mitra es sorprendente pero no convincente puesto que todavía subsisten
demasiadas incógnitas en sus historias respectivas. La selección de los
catecúmenos y la disciplina del secreto que rodeaba a la enseñanza recibida en
cada grado, parecen constituir argumentos más sólidos pero tampoco son más
determinantes, ya que si bien estas instituciones estaban perfectamente
establecidas en el siglo III, se ignora cuándo empezaron. Además, la elevada
calidad que se exigía a los «fieles» en el catecumenado explicaría la vitalidad
de la joven religión, lo que merecería ser meditado por un gran número de los
que hoy en día se consideran «fieles» (¿y fieles a qué?).
El argumento de más peso sigue siendo el de Guénon: si
tuvieron la firme voluntad de fundar una religión distinta del Judaísmo y
abierta a todos, ¿por qué los que escribieron el Nuevo Testamento no
legislaron? La pregunta probablemente quedará siempre abierta, pero conviene
observar que no sólo presenta un interés histórico (y por consiguiente,
bastante limitado). En efecto, si los escritos neo-testamentarios (que no se
dirigían a todo el mundo) fueron destinados a una sociedad elegida y preparada
(es a los «Perfectos» a quienes habla San Pablo), sólo los «fieles»
verdaderamente cualificados pueden entenderlos en realidad. ¿Quizá hubo
malentendidos? ¿Y qué valor tienen la exégesis de los Padres y la de hoy en
día, tan distinta de aquella? Preferimos no responder crudamente a estas
preguntas delicadas y en su lugar formularemos deseos para que los fieles
cualificados (como una levadura en la pasta) se unan libre y fraternalmente
para salvar a la humanidad ciega, sorda y suicida: ¡Ojalá puedan estudiar con
amor la verdadera PARADOSIS y suplicar al Espíritu Santo que escoja sus
servidores aquí abajo e infunda el puro NOUS de la GNOSIS objeto de toda
iniciación auténtica y de toda religión revelada: MUERTE al mundo, RENACIMIENTO
en la pureza Y PERFECCION en la vida corporificada en Dios!
«Creo... en Jesucristo... que murió y fue sepultado y que
bajó a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos y subió al
cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso, de donde vendrá
para juzgar a los vivos y a los muertos... (Símbolo de los Apóstoles).»
(Texto publicado en La Puerta: Esoterismo Cristiano,
Obelisco, Barcelona, 1990).
[1]
Sobre esta cuestión controvertida, pueden leerse las obras imparciales (¿por
qué es eso tan poco frecuente?) de Charles Guignebert: Le Christianisme
Antique, Flammarion. Paris 1928, así como Le Christ, Albin Michel, 1969.
2 "Con frecuencia hemos tenido la oportinudad de
comprobar esta manera de proceder en la interpretación actual de los Padres de
la Iglesia, y particularmente de los Padres giegos; se esfuerzan todo lo que
pueden en sostener que es erróneo querer ver en ellos alusiones esotéricas, y,
cuando la cosa se vuelve totalmente imposible, no se vacila en culparles y
declarar que hubo por su parte una flaqueza
deplorable. (nota de Guénon).
3"Está claro que cuando hablamos del mundo
occidental en su conjunto exceptuamos una élite que no sólo comprendía todavía
su propia tradición desde el punto de vista exterior, sino que además,
continuaba recibiendo la iniciación de los misterios, la tradición hubiera
podido mantenerse así todavía durante un tiempo más o menos prolongado en un contexto cada vez más restringido, pero
esto está fuera de la cuestión que consideramos aquí ya que tratamos de
Occidente en general, para quien el cristianismo tuvo que reemplazar a las
antiguas formas tradicionales en un momento en el que se habían reducido para
la mayoría de la gente a meras "supersticiones" en el sentido
etimológico de la palabra (Nota de Guénon).
4 Ver Porfirio, Vie de Pythagore, Les Belles Letres,1982.
Trad. Esp.: Vida de Pitágoras, Gredos, Madrid.
5 Fuentes: Martigny:
Dictionnaire des Antiquités Chrétiennes, Hachette, 1889. Art.
"Catechumenat", "Baptème", "Néophyte". F.Leforge:
L´Initiation Chrétienne dans les premiers siècles, Cahiers de Pédagogie
Chrétienne, Librairie Protestante, Paris.
6 Ver el extraordinario texto de los Stromata de Clemente
de Alejandría (V, 11), citado por V. Magnien en la que el enfoque del verdadero
Dios se compara a la iniciación de "Epoptia". Referirse a II Pedro I,
16: "... nos hemos convertido en EPOPTOS (epoptai) de la grandeza de
Jesucristo"
En Eleusis, la Epoptia era el grado de iniciación que
venía después de los Grandes Misterios, la palabra significa
"contemplación" (ver Magnien, Les Mystères d´Eleusis, págs. 225-237
7 F. Cumont, Les Mystères de Mithra, Lamertin, Bruselas,
1902.
8 F. Cumont, op. Cit., págs. 161-163.
9 El lector encontrará amplia información en la obra
admirable Les Mystères d´Eleusis, de Victor Magnien, Payot, Paris, 1950.
10 L´Ane d´Or ou les Metamorphoses, Apuleyo, Belles
Letres, Paris. Trad. Esp.: Editorial Gredos, Madrid.
11 Citado por O. Briem, Les Societés Secretes de
Mystères, Payot, 1951, pág. 264.
12 Le Sacerdoce du Fils, Fischbacher, Paris, 1983,
pág.66.
13 Corpus Hermeticum, Tratado IV,4, Les Belles Letres,
Paris,1960,Trad.Festugière.
14 "gegumnasmena": se trata del ejercicio de
gimnasia que se realiza desnudo, podríamos traducir (con cierta audacia):
"cuyos sentidos han sido desnudados".
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