sábado, 28 de mayo de 2016

Sobre el Anticristo. (Josef Pieper)




Sobre el Anticristo
Josef Pieper

Del blog La Tradición

  https://sites.google.com/site/tradicionrc/cristianismo/osef-pieper---sobre-el-anticristo 


Capítulo III de "El fin del tiempo", Barcelona, Herder, 1984. 

Cualquier lenguaje teológico es susceptible de una interpretación metafísica, puesto que, en tanto que símbolo, se inserta en un significado ontológico cuya raíz última, siguiendo la norma de la interpretación inversa de la analogía, puede ser descifrada si se disponen de las "herramientas" adecuadas, es decir, si se hace referencia a los principios. La figura del Anticristo presenta en nuestra época un especial interés, y pueden encontrarse en el siguiente texto de Pieper ( 1904-1997)-profesor de antropología filosófica en la Universidad de Münster- ciertas relaciones de continuidad con algunas de las perspectivas propias del pensamiento tradicional o de la gnosis perenne. Por otra parte, las estimaciones políticas y filosóficas del autor respecto a la "morfología" del reinado del Anticristo pueden resultar tremendamente sugestivas.
"No cabe mencionar ningún lapso de tiempo, ni pequeño ni grande, tras el cual haya que esperar el fin del mundo". Santo Tomás de Aquino, "Contra impugnantes Dei cultum et religionem", 3, 2, 5; nº 531.

1. En la tradición del pensamiento occidental acerca de la historia el estado final intratemporal tiene sobre todo un nombre: reinado del Anticristo. Es necesario, por tanto, interpretar con la mayor precisión posible el sentido de tal expresión.

En principio el nombre de "Anticristo" tiene un cierto eco extraño para el oído moderno. Pero lo que tal nombre connota y señala de realidades intrahistóricas sí que le es perfectamente familiar y bien conocido al hombre contemporáneo. Aunque por ese "hombre contemporáneo" no se ha de entender ciertamente toda persona que vive hoy en cualquier parte del mundo, sino más bien quien con el sentido despierto y diríamos que desde dentro ha conocido y vivido las últimas cosas ocurridas en la historia humana (los regímenes totalitarios, la "guerra total").

En la historia espiritual de la "edad moderna" ha sucedido con la representación del Anticristo lo mismo que con la representación de un estado final intrahistórico y catastrófico. Todo ello pasaba por ser simplemente "la más tenebrosa edad media". Veinte años después de la Historia de la humanidad de Iselin, coetánea de la Crítica de la razón pura de Kant, publicó el suizo Corrodi una Historia crítica del quiliasmo (1781-1783), en cuyo prólogo se dice que "la historia de la exaltación es útil porque preserva de recaídas", además de que proporciona "abundante material para la diversión". Entre tanto esa falta de presentimiento reflexiva e ilustrada ha asumido más bien un carácter patético. Lo mismo puede decirse de la teología, incluso de la teología perfectamente eclesial y ortodoxa de aquella época, que suele poner todo el empeño en suscitar una actitud marcadamente ilustrada frente a las "antiguallas" de la concepción medieval del Anticristo, para lo cual se aducen argumentos muy "modernos". Así, un historiador de la Iglesia tan importante con Döllinger alude a la "ampliación geográfica del horizonte" para explicar lo difícilmente imaginable que resulta una persecución de la Iglesia a escala mundial; para Döllinger es "algo casi inconcebible (...) un poder mundial que pudiera acabar al mismo tiempo con todas las Iglesias en todos los continentes y en las islas todas". Entretanto, ese "algo inconcebible" se ha convertido en algo evidente a todas luces para el hombre contemporáneo. Difícilmente habrá ninguna otra cosa con perspectivas de funcionar tan bien como esa simultaneidad de acontecimientos, debida a la técnica, en todos los puntos del planeta, incluidas las "islas". Sobre todo hoy ha desaparecido por completo la divertida superioridad que el siglo de la Ilustración adoptó frente a las representaciones medievales sobre la crueldad del régimen del Anticristo, que se rechazaban sin más como fantasías primitivas. Sin embargo, "después de Auschwitz", por ejemplo, el hombre sólo puede comprobar con sentimiento que de manera extraña allí hay "algo cierto", que, según la tradición medieval, el Anticristo lleva consigo un horno de destrucción, una representación que el reportero ilustrado encuentra tan primitiva como divertida.

2. ¿Qué es, pues, lo que en concreto afirma la representación del "reinado del Anticristo"? Se ha dicho que cuanto más afecta una cuestión filosófica a la historia, tanta mayor necesidad tiene el que pregunta de volver a la teología. Y también se puede decir otra cosa, y es que cuanta mayor relación tiene un concepto teológico con las últimas cosas, con la realización de sentido de la historia, con el fin, tanto más se pone con él en juego la teología toda. Lo cual, aplicado a nuestro tema, significa que una interpretación recta del concepto "reinado del Anticristo" supone que se entienden de una manera adecuada todos los conceptos básicos de la teología o, más bien, todas las realidades fundamentales de la historia de la salvación.

Supongamos, por ejemplo, el convencimiento de que hay poderes demoníacos en la historia. Eso no se puede entender en un sentido periodístico vago. "¿ Hay quien crea realmente que existen "asuntos caballares" pero que no existen caballos, o que existen cosas "demoníacas" pero no existen demonios?". A esa pregunta de Sócrates se podría responder que sí, que realmente hay gentes que hablan de cosas y hombres demoníacos pero que jamás admitirían que existen demonios. La expresión "poderes demoníacos en la historia" afirma que hay demonios, seres espirituales puros, ángeles caídos, que intervienen en la historia humana. Y no es precisamente que se haya de concebir al Anticristo como un ser demoníaco puramente espiritual; no es eso. Sino que con ello ese fenómeno se puede entender como perfectamente posible; para poder decir lo que es realmente el Anticristo, hay antes que aceptar la existencia de "el maligno" como puro ser espiritual, y desde luego como un ser que tiene poder en la historia, más aún como "el príncipe de este mundo", al que con una fórmula extrema se le llama también "el dios de este mundo" (2 Cor, 4, 4). (La interpretación teológica del depósito tradicional no nos proporciona aquí representaciones suficientemente elaboradas, y menos aún por cuanto respecta al dominio de la historia por parte del "príncipe de este mundo", acerca de cuya designación Raïsa Maritain dice con razón que difícilmente puede tratarse de una simple "ironía divina el que Cristo no haya corregido en modo alguno al tentador, cuando le muestra los reinos de la tierra con su gloria y le dice: "Todo esto me ha sido entregado y yo lo doy a quien quiero" [Lc., 4, 6], como tampoco el que, según la carta de Judas [9], ni siquiera Miguel osase pronunciar un juicio condenatorio contra Satán"). Es necesario ante todo reflexionar sobre el concepto de "espíritu puro" con todas sus consecuencias posibles, por difícil que naturalmente siga siendo para nosotros el representárnoslo. De otro modo erraríamos la categoría y la superioridad ontológica, tanto por lo que se refiere a la inteligencia como a la energía de la voluntad, que hay que atribuir a esos poderes demoníacos de la historia, y a cuyo servicio hay que imaginar al Anticristo. No es que el "príncipe de este mundo" sea el señor de la historia; pero, según la fórmula de Theodor Haecker, "él acelera su marcha, y ése es el acontecer en parte manifiesto y en parte secreto de nuestros días como de los días todos del mundo entero". ¡Incuestionablemente eso supone una agravación inaudita de toda la filosofía de la historia! Sin embargo, y habla una vez más Theodor Haecker, "el verdadero pensador e investigador a nada tiene tanto miedo como a dejar algo del ser; ...la ruina de la filosofía europea de la historia... fue el haber perdido ese miedo saludable".

Además, no se comprende nada de la representación tradicional del Anticristo, si al mismo tiempo no se piensa que existe una culpa, ocurrida al comienzo de los tiempos y que ha actuado en el tiempo histórico, que existe un pecado original y hereditario. Aunque, por una parte, aquí se trata de un misterio en sentido estricto, que nunca se podrá dilucidar o entender, por otra parte, sin tal supuesto la historia adquiere un carácter de absurdo. Pero en ningún caso se puede refrendar la representación tradicional del Anticristo sin ese supuesto, pues que el Anticristo se concibe como la manifestación de la radicalización extrema de la "discordia" que por el pecado original ha entrado en el mundo histórico.

Asimismo la concepción cristiana del "reinado del Anticristo" no se puede comprender, si al mismo tiempo no se reconoce que el pecado original ha sido superado por el Logos hecho hombre, que también y precisamente es el vencedor del Anticristo. No se entiende nada del Anticristo si, pese a todo su poder en la historia, no se le reconoce como a alguien que en el fondo ya está vencido.

Es necesario, además, tener una concepción adecuada de lo que es un "mártir" y de lo que en el fondo significa el testimonio de sangre. Cuando, por ejemplo, E.R. Curtius en un estudio sobre la Doctrina histórica de Toynbee habla de las Iglesias cristianas y plantea la pregunta de: "¿Están reservadas para un martyrium que pueda salvarnos de la tecnocracia?", la primera parte de dicha pregunta responde por completo a la situación interna del estado final; mientras que la parte segunda de ese interrogante -si el martirio de la Iglesia puede salvarnos (realmente ¿ a quién?) de la tecnocracia- parece indicar en su forma de oración de relativo que los factores de la situación escatológica están vistos en principio de una manera falsa, hasta el punto de que tampoco la figura teológica del Anticristo, aun en el caso de que pareciera un pretexto, no se puede entender adecuadamente como una figura especial que esos factores introducen en el juego de fuerzas históricas.

3. Y una vez más nos preguntamos: ¿qué sentido tiene la representación del reinado del Anticristo como estado final intrahistórico?

Se dice ante todo, per negationem, que el verdadero tema de la historia universal no es simplemente, en fórmula de Goethe, la fe y la incredulidad y la lucha entre ambas, sino que de una manera mucho más concreta ese tema es la lucha en torno a Cristo. Si realmente la figura que domina el escenario de la historia al final del tiempo es el Anticristo, quiere decirse que el actor principal de la época última es inequívocamente un personaje referido a Cristo. Cabe suponer que tal afirmación sonará en los oídos del hombre contemporáneo (en el sentido antes explicado) con mucho mayor sentido y verosimilitud que en los oídos de un liberal "cristiano" del siglo XIX. Con ello se dice que la historia no se desarrolla en el terreno neutral de la "cultura", de las "realidades culturales"; más bien podría "ser la "neutralidad" del liberalismo frente a Cristo un mero estadio de transición". En el siglo XIX tal vez pudo parecer que el cristianismo se iba olvidando sin más poco a poco, que en el mundo iba a imponerse una cultura meramente profana, entendido el "profana" en el sentido de neutralidad, hablando del cristianismo ni de un modo positivo ni tampoco negativo. Quizás esa opinión pueda prevalecer todavía hoy, por cuanto que están en tela de juicio los campos de lo "cultural" no directamente "existenciales", medios y no obligatorios (literatura, arte, circenses, economía). Mas tan pronto como esos campos de la categoría existencial se someten al ejercicio del poder político, de inmediato se habla de forma explícita y hasta casi exclusiva del cristianismo; y desde luego como de un poder de la résistance, del "sabotaje". Dicho en lenguaje cristiano: se habla del cristianismo como de la ecclesia martyrum.

Así como el mártir, hablando en un sentido intrahistórico, es una figura de orden político, así también el Anticristo es una manifestación del campo político. No es algo parecido a un hereje, a un disidente, que sólo tenga importancia dentro de la historia de la Iglesia mientras que el resto del mundo no necesita tener noticias de él. La potentia saecularis, el poder mundano sería -según lo afirma Tomás de Aquino- el verdadero instrumento del Anticristo, que es por esencia alguien dotado de poder. Los tiranos y gobernantes violentos, que persiguen a la Iglesia serían -y continuamos citando al Aquinatense- los representantes (quasi figura) del Anticristo. A éste, pues, no se le concibe al margen del terreno histórico, sino que más bien es una figura eminentemente histórica, toda vez que la historia es primordialmente historia política. Con ello se dice simultáneamente otra cosa, a saber: que el fin no ocurrirá en el sentido de un caos, en el que una multitud de potencias históricas se enfrentan entre sí, llegando paso a paso por ese camino a una disolución general de los entramados y estructuras, produciendo al final una especie de descomposición. Sino que al final habrá una figura soberana dotada de un poder inaudito, y que bien mirado no establece un verdadero orden. Al final de la historia se impondrá un pseudo-orden sostenido por un abuso de poder. Que el nihilismo, al que caracteriza "la relación con el orden" a diferencia del anarquismo, "más difícil de descubrir porque se camufia mejor" -siendo ésta una observación aguda del analista Ernst júnger- tiene una referencia escatológica oculta. La designación de "pseudo-orden" es también atinente en el sentido de que tiene éxito el "engaño", siendo desde luego un elemento de la profecía sobre el fin el que la "desolación del orden" del Anticristo se considere como un verdadero y auténtico orden. La concepción de un andamiaje social puramente organizativo, en el que "funciona sin estridencias" todo "lo técnico", desde la producción de bienes hasta la higiene, y que en el fondo sigue siendo un entramado de desorden, es una idea que no está lejos de la experiencia contemporánea. Tal vez el pseudo-orden del reinado del Anticristo después de un tiempo de "desórdenes" en grado máximo, como los que según el sentir de Toynbee suelen proceder al establecimiento de un Estado universal, será saludado como una liberación (con lo que una vez más se confirmaría precisamente el carácter del Anticristo como un Pseudo-Cristo).

Otro de los rasgos que se ha de atribuir al Anticristo es el de una figura, cuyo poder político se extiende a toda la humanidad. Es el señor del mundo. En el mismo instante en que se haga posible el dominio universal en sentido pleno, también será realmente posible el Anticristo. A ello responde el otro estado de cosas inherente: el mensaje cristiano llegará a conocimiento de la totalidad de los pueblos de la tierra políticamente colonizados: "Este evangelio del reino será predicado en toda la tierra como testimonio para todos los pueblos; y entonces llegará el fin" (Mt, 24, 14). Esto la teología no lo entiende en el sentido de que la religión cristiana tenga que reportar una victoria sobre el mundo, sino como un estado de cosas en que será posible (y hasta apremiante) tomar una decisión a favor o en contra de Cristo en toda la faz del planeta. Es necesario evitar aquí un malentendido: la doctrina tradicional del Anticristo no dice que no pueda darse ninguna soberanía universal fuera del Anticristo. La constitución de un Estado universal, como la que pareció intentarse con un alcance histórico en los años posteriores a la segunda Guerra Mundial, puede muy bien convertirse algún día en un legítimo objetivo de la actividad política. Se ha dicho, por lo demás, que con ello la humanidad entrará en un nuevo "estado de agregación", en un estado en que el reinado del Anticristo resulta posible y en un sentido incomparablemente agudo: "una organización mundial podría traer la más funesta e insuperable de todas las tiranías con el establecimiento definitivo del reinado del Anticristo" (una frase que ya se ha citado).

Desde esta perspectiva adquiere especial importancia otra afirmación acerca del Anticristo, contenida asimismo en la tradición. El Anticristo llevará a cabo sobre la Tierra una increíble potenciación del poder, y ello no sólo en extensión sino sobre todo en intensidad. El Estado mundial del Anticristo será un Estado totalitario en un sentido extremo. Lo cual, sin embargo, no está condicionado únicamente por el afán de poder y la superbia del propio Anticristo, sino también por la naturaleza misma del Estado mundial. Trocarse de la noche a la mañana en un Estado totalitario es el peligro interno de un imperio mundial, peligro que viene dado directamente con la misma forma de montaje, un imperio que per definitionem no tiene vecinos, y ello coincide de repente con las islas políticas de las utopías. He aquí lo que el historiador Iiberal Edward Gibbon dice del Imperium.Romanum: en él pudo arrancarse de raíz la libertad "porque no había ninguna posibilidad de huir"; "si la soberanía caía en manos de un solo individuo, el mundo entero se convertía en una prisión segura para sus enemigos". Con ello enlaza justamente la conclusión consignada en un diario de la última guerra: en contra de la "organización mundial unitaria" -que sin duda va a llegar- "desde el punto de vista de la libertad se puede objetar que ya no habría lugar alguno al que se pudiera emigrar". El reverso del ideal kantiano, que desde luego se lograría en un Estado universal, y es que ya no habría propiamente guerras "exteriores", estaría en que en lugar de la guerra entrarían las acciones policiales, que muy bien podrían adoptar el carácter de campaña contra los animales dañinos.

Esa tendencia, condicionada por su misma estructura, de una organización mundial a convertirse en "totalitaria" es algo que se viene repitiendo una y otra vez desde hace largo tiempo, aunque su valoración puede ser tanto positiva como negativa. Ahí está la frase de Lenin: "Toda la sociedad se convertirá en una oficina y en una fábrica con el mismo trabajo e igual salario"; y ahí está el "socialismo organizativo" que saluda al "ejército mundial de los trabajadores" como un Estado universal que está llegando. Ahí están, por otro lado, las últimas cartas del anciano Jacob Burckhardt a Friedrich von Preen, en las que le habla de "la gran autoridad venidera", a la que nadie conoce ni se conoce ella misma, pero a cuyo servicio trabaja ya el radicalismo que todo lo nivela, y ahí está, finalmente, la frase de un político moderno: "El mundo evoluciona hacia un centro de poder absoluto, hacia un absolutismo universal". Y por lo que respecta a los propósitos de "resistencia de la libertad" recientemente se ha expresado la sospecha que sin duda alguna se ha cumplido en el sentimiento de futuro de muchos coetáneos clarividentes: "De cualquier lucha por el mantenimiento de la libertad la substancia de esa libertad sale un tanto disminuida, porque para poder defenderla de una manera realmente eficaz contra sus enemigos, hay que prescindir de una parte de la misma, y esa parte ya no se recupera".

En la esencia de un imperio, que aúna a reinos y pueblos desarrollados y en la esencia del César -así lo dice Erik Peterson- entra el que salten las instituciones; es decir, la disolución de las formas de vida social arraigadas en la tradición y su sustitución por nuevas formas e instituciones políticas; cosa que se puede ver ya en la configuración interna del Imperium Romanum (gritaban los judíos: No tenemos más rey que al César). Pero como se abandona "la base de lo institucional en el imperium", por eso surgen también y ante todo una situación, en principio nueva, dentro del ámbito religioso. La imagen del acuerdo entre Iglesia y Estado, "que se contraponen como dos instituciones y que como tales instituciones tienen también que encontrar un modus vivendi", es una imagen que, como dice Peterson, pierde su validez en el imperium. Y ya no se trata de un arreglo, sino de una "lucha": "El culto de los viejos dioses estatales podía ser tolerante, el culto imperial tenía que ser necesariamente intolerante". En este análisis, que apunta mucho más allá de su objeto inmediato, se señala algo acerca de la situación interna de un imperio mundial escatológico, cuyas formas previas no resultan extrañas por completo al hombre contemporáneo. Con la estructura del imperio universal parece incluso imponerse diríamos que una oportunidad negativa de que la posición pública de la Iglesia cambie como en virtud de un proceso de mutación. Ya no existe la posibilidad de conformar las ordenanzas públicas desde el ámbito de lo sagrado, sino que frente a un poder absoluto, sumamente potenciado y al que no limita ningún vínculo tradicional, la Iglesia se encuentra en el papel de la ecclesia martyrum.

Ese peligro, que se podría decir condicionado por las mismas circunstancias objetivas, se agudiza realmente ahora -así lo dice la tradición- hasta sus límites extremos por la persona del Anticristo, que llega por encargo del ángel caído por una voluntad de poder, y en cuyas "proclamas egoístas alcanza su culminación demoníaca la historia de la autoapoteosis humana", y que precisamente es aceptado justo en razón de su pretensión extrema de poder: " Si viniera algún otro en nombre propio, a ése sí le recibiríais" (Jn, 5, 43).

4. En el Apocalipsis (13, 1s) se le aparece el Anticristo al vidente como un animal que sube del mar; y ciertamente que no como un animal conocido por experiencia, sino como un monstruo, con diez cuernos, siete cabezas, semejante a una pantera, con pies de oso y boca de león. El hombre por así decir "clásico", afincado en el terreno de lo "humano", o que piensa estarlo, siempre ha percibido esto como algo grosero v absurdo que ofende a la imaginación; léase, por ejemplo, lo que Goethe escribe a Lavater sobre el libro del Apocalipsis. Pero tales enormidades tal vez le resultan algo menos difíciles de entender al hombre moderno "post-goethiano", después que se le han hecho familiares la cría racista del hombre y formulaciones como las de Nietzsche y Spengler acerca de la "bestia rubia" y del hombre animal de presa, y porque también en la realidad empírica tiene ante sus ojos lo meramente inhumano llevado a la exageración extrema; todo lo cual comporta también que tanto las artes plásticas como la poesía aparezcan pobladas de tales monstruosidades. Al hombre contemporáneo le resulta en cierto modo comprensible que un "despotismo planetario con una tecnificación progresiva y una espiritualidad muerta" no pueda "representarse" de otro modo que mediante la representación estridente e insólita de tales figuras que no son ni humanas ni animales. La interpretación teológica del Apocalipsis está perfectamente de acuerdo en entender sus afirmaciones como una representación plástica de la apostasía del hombre, que arroja de sí la natural semejanza divina ("no queremos ser lo que Dios ha llamado "hombre""), como la caracterización desenmascarada del "imperio astuto y grosero que todo lo devora, del poder mundial dominado por instintos bestiales y que aparece también en formas bestiales".

El Apocalipsis habla también de un segundo animal, subordinado al primero como la propaganda al ejercicio del poder. De ese segundo animal, que encarna al profeta del Anticristo, se dice que es semejante a un cordero, pero que habla como un dragón (Ap. 13, 11). Ambas figuras ejercen el dominio universal y totalitario del mal sobre el Planeta. "Y se le dio autoridad sobre toda tribu y pueblo y lengua y nación" (13, 7), "y la tierra entera, fascinada, seguía detrás de la bestia" (ibid., 13, 3).

Fascinada ¿por qué? El Anticristo, que se denomina dios y hombre, aparece "como herido de muerte, pero su herida mortal se había curado" (Ap. 13, 3). Y eso es precisamente lo que la "propaganda sacerdotal" del Anticristo airea sobre todo. Ese "pervertido mensaje de Viernes santo de la herida mortal y la curación milagrosa del Anticristo" es su "tema favorito". La perversa imitatio Christi, la "imitación" del verdadero Señor, alcanza aquí su punto más alto. El Apocalipsis dice que el segundo animal "hace que la tierra y sus moradores adoren a la primera bestia, a aquella cuya herida mortal fue curada " (13, 12); se dice "a los habitantes de la tierra que hagan una imagen en honor de la bestia, que tiene la herida de la espada y revivió" (13, 14). Al hombre de este nuestro tiempo le resulta perfectamente familiar esa estructura formal ("salvación milagrosa" del que ostenta el poder). Pero además hay que pensar que en el antiguo culto imperial entraba como un deber religioso el creer en la fortuna del emperador.

La tradición también ha querido ver un rasgo objetivo de la semejanza del Anticristo con Cristo en el hecho de que sea judío; cosa que también aparece en el Talmud. Tomás de Aquino reproduce asimismo esa opinión (dicunt quídam...): "...y por eso serán los judíos los primeros en aceptarle y en reconstruir el templo de Jerusalén, y así se cumplirá la palabra del profeta Daniel: Habrá en el templo abominación y un ídolo (desolación)". No se puede omitir aquí una observación sobre el papel escatológico del judaísmo. Quien mira los profundos "signos del tiempo" no deberá nunca perder de vista lo que sucede en el mundo con los judíos como comunidad. Y en este tiempo ocurre realmente algo extraordinario, si se piensa en el antisemitismo que invade al mundo entero, y cuyo sentido escatológico se ha intentado explicar así: "que los judíos... son forzados a reconocerse como judíos, como un pueblo especial..., que los judíos se enfrentan con más claridad que nunca al problema de una conversión a Cristo, humanamente inútil"; si se advierte el hecho de que el Estado de Israel ha podido constituirse por primera vez en nuestros días desde la época del Antiguo Testamento; si se piensa en el extraño (¿grotesco? ¿curioso?) requerimiento, dirigido al tribunal supremo judío de Jerusalén, en el sentido de que Israel, una vez recuperada su soberanía estatal, debe entablar un "proceso de revisión" por lo que se refiere al proceso jurídico de Jesús. En cualquier caso "los avatares de los judíos en el mundo político no hay que entenderlos en definitiva desde la esfera política sino desde la esfera religiosa". Y es doctrina teológica común que antes del fin intratemporal de la historia el judaísmo, como pueblo en su conjunto, se convertirá a Cristo, de tal modo que algunos teólogos han entendido que lo que todavía "detiene" el fin y la aparición de Anticristo, que sólo estaría en camino (como escribe Pablo a los tesalonicenses que contaban con un "fin" inminente y precipitado), es precisamente la persistente incredulidad de Israel (la teología medieval, en cambio, pensaba sobre todo en el poder ordenador del Imperio romano).

Además la tradición no ve en la imitación de Cristo más que la potenciación al máximo de la mendacidad y de la santidad aparente que caracteriza al Anticristo. Tal santidad aparente ha de tomarse en sentido muy estricto. No se trata aquí de una capa que "palia", sino de un hábito general que desciende y se adentra hasta el campo de la ética y que casi necesariamente ha de aparecer como una santidad real en un mundo al que ya le resulta extraño el sentido originario, óntico y cúltico, de ese concepto. Sólo en virtud de esa imitación de la santidad auténtica, capaz de engañar incluso a "las personas serias" y aun a los mismos creyentes, resulta de algún modo comprensible el engaño de muchos, "que podría llegar hasta a los mismos elegidos"; ahí hay algo de la "poderosa fuerza de seducción", de la que en el Nuevo Testamento se dice que Dios permite "que los lleve a creer en la mentira" (2 Tes., 2, 11). Así, pues, esa fuerza y capacidad embaucadora la ve la tradición como fundada sobre todo en la aparente santidad de la vida personal, en la que se afana el Anticristo. En el famoso Relato del Anticristo -que pretende reproducir todo "cuanto con la mayor verosimilitud se puede decir sobre este tema de acuerdo con la Sagrada Escritura, la tradición de la Iglesia y la sana razón humana"- Vladimir Soloviev traza la leyenda del Anticristo como "el gran espiritualista, asceta y amigo de los hombres", cuya altísima autoestimación aparece justificada por las "supremas manifestaciones de continencia, abnegación y activa disposición de ayuda"; y es "por encima de todo un amigo de los hombres, y no sólo de los hombres, sino también amigo de los animales, siendo personalmente vegetariano".

Forma parte de la imagen tradicional del Anticristo el aparecer como "benefactor", y en las audiencias se muestra "tan amable, que se proclamará en todas las gacetas", como se dice en la Vida del Anticristo que escribió un capuchino en el siglo XVII. El Anticristo del relato de Soloviev es autor de un libro, traducido a todas las lenguas del mundo, con el título de El camino abierto a la paz y al bienestar en todo el mundo. Ha "creado en toda la humanidad una semejanza firmemente fundada: la semejanza de una hartura universal". Y después de haber sido proclamado -sobre la base de una elección sin votación- soberano del mundo, el Anticristo pronuncia un manifiesto, que concluye con las palabras siguientes: "¡Pueblos de la Tierra! ¡Se han cumplido las promesas! La paz del mundo está asegurada por toda la eternidad. Cualquier intento de destruirla encontrará al instante una resistencia insuperable, pues que desde hoy no existe sobre la tierra más que un único poder central... Ese poder me pertenece... El derecho internacional posee al fin la sanción que hasta ahora le ha faltado. De ahora en adelante ningún poder osará decir "guerra" cuando yo diga "paz". ¡Pueblos de la Tierra! ¡ La paz sea con vosotros!". Esto lo escribía Soloviev el último año del siglo XIX.

El carácter poderoso del reinado del Anticristo aparece con singular claridad en las últimas frases del manifiesto. Los teólogos hablan de "la potencia universal más fuerte de la historia". (Habría que recordar aquí algo singular, y es que Karl Marx ve condicionado el estado final intrahistórico por el hecho de que "ya no habrá ninguna verdadera autoridad política". A mí me parece que esto sólo se puede comprender en el sentido de que aquí se inserta en la historia su final extratemporal, la "Ciudad de Dios". Por el contrario, dentro de la realidad histórica se exacerbará por todas partes el ejercicio del poder político. Se ha dicho, en efecto, que el actual estado de cosas en el mundo se caracteriza porque "todavía sólo hay unas relaciones fácticas que se convertirán en puras relaciones de violencia").

Como quiera que "la fusión militar, política y económica se consuma en la unidad del frente religioso", el poder del Anticristo alcanza entonces sus cotas más altas. El objeto del culto religioso es el propio señor del mundo; "todos los habitantes de la Tierra, excepción hecha de los elegidos, adorarán a la bestia y dirán: ¿ Quién hay semejante a la bestia?". "No hay lugar alguno al que poder escapar huyendo de sus pretensiones". La posibilidad de una emigración, aunque sólo fuera de una "emigración interna", está excluida. Ya no habrá neutralidad alguna.

Ello es obra, sobre todo, de la "propaganda sacerdotal", que pone a los hombres en la mayor confusión por medio de señales sorprendentes y hasta casi milagrosas. A propósito de esto se ha observado que podría también tratarse de "milagros sociales". El profeta del Anticristo organiza ante todo el culto del mismo (por lo demás, acerca de ese culto ya Jung-Stilling, amigo de Goethe, pudo escribir sorprendentemente en 1804, que ese tipo de "liturgia" tenía que ser ¡militarista!). La imagen cúltica del señor del mundo tendrá que ser adorada; esa su imagen cúltica es "un instrumento de política estatal, por el que se reconoce al amigo y se descubre al enemigo, el cual es castigado. El "espíritu" de la "imagen" representa, en definitiva, el canon vivo para los jueces del imperium". El poder político, que se impone de manera absoluta, introduce una "absorción sin reservas" de la existencia y aspira a posesionarse de todo el hombre, y de manera muy especial en el ámbito de la religiosidad personal, por cuanto que a la vez se adueña de la inmediata existencia física del individuo mediante un boicot económico. Según la palabra del Apocalipsis, son "los pequeños y los grandes, los ricos y los pobres, los libres y los esclavos" (¿se puede expresar con mayor claridad la ausencia total de excepciones en esa "absorción"?), son realmente "todos" los que por obra del profeta del Anticristo son inducidos a "hacerse una señal sobre su mano derecha o sobre su frente, sin que nadie puede comprar o vender si no es el que tiene la señal, el nombre de la bestia o el número de su nombre". "Miedo y egoísmo" -cosa que ya sabía Inmmanuel Kant- serán "presuntamente" el fundamento del reinado del Anticristo.

Estando a las informaciones inequívocas de la tradición el "éxito" externo de ese régimen será inaudito; y el éxito consistirá en una gran apostasía. El hecho del enorme éxito externo distingue al Anticristo de aquel al que alude su nombre per negationem.

Un comentario teológico al Apocalipsis dice de este modo: "Así como en los días de Jesús de Nazaret se hicieron amigos Herodes y Pilato, fariseos y saduceos, porque se trataba de ir contra Cristo, así también en los días del Anticristo se unirá contra la Iglesia todo lo que se llama mundo". El "enemigo del mundo" será la Iglesia. Tomás de Aquino parece ensanchar aún más el círculo -casi podríamos decir que en forma desesperada- cuando afirma que "aquella última persecución -cuyo anticipo y modelo son "las persecuciones de la Iglesia de este tiempo"- se dirigirá "contra todos los buenos".

La última forma intrahistórica que adoptarán las relaciones de Iglesia-Estado no será la de un "arreglo", y ni siquiera la de "lucha", sino una forma de persecución; es decir, la de acoso de los impotentes por el poder. Mientras que la manera de lograr la victoria sobre el Anticristo será el testimonio de la sangre.


SOBRE EL ANTICRISTO - TEXTOS TRADICIONALES


viernes, 27 de mayo de 2016

LA MUDIALIZACIÓN, LA GUERRA LIBERAL PERMANENTE.


LA MUDIALIZACIÓN, LA GUERRA LIBERAL PERMANENTE.


Francisco Jose Fernández-Cruz Sequera

Junio 2013.

Publicado en: http://lagranpartida.blogspot.com.es

En este breve escrito se trata un ejercicio desgraciadamente necesario de recordatorio de lo más obvio del actual sistema económico actual, que tiene demasiados turiferarios prestos y en general pagados para lanzar loas sobre el presente y más aún sobre el futuro, profecías de felicidad terrena de incomparable plenitud; entre los que cabe incluir también, ad maiorem dei gloriam , sedicentes cristianos liberales.

miércoles, 25 de mayo de 2016

A ESTE PAPA LE SOBRAN CRISTIANOS

A ESTE PAPA LE SOBRAN CRISTIANOS
 
 La infalibilidad pontificia no cubre las decisiones insensatas, jas declaraciones personales intempestivas ni los excesos de buenismo del Papa Francisco, cuyo admirable espíritu conciliador es encomiable.
 
-         Cuando margina a fieles perseguidos y cuela musulmanes por Roma, añade más inadaptables a los muchos que se están refugiando y acumulando en Italia.
 
 ¿Qué integración se puede esperar de unos fanáticos mahometanos que vienen con una mujer descalza y cargada de niños?
 
-         Cuando opina que el Corán es un libro profético de paz, contribuye a difundir un machismo salvaje y muestra una ignorancia imperdonable del contenido del tal Códice Radical de Animaladas y de la vida de su maligno inspirador Mahoma que se incrusta en las mentes de niños y obnubilados convencidos de que es bueno matar en nombre de Alá a los que no le adoren, justificando hacerlo o a quienes lo hagan allí donde se encuentren o asienten y tengan o les llegue la oportunidad.
 
 Partiendo peras con dirigentes de los que cortan cabezas de infieles, aplicando sus dogmas y leyes, se cae en la valorización y la expansión de un totalitarismo político, disfrazado de religión a implantar, que acaba con el respeto y la fraternidad entre los humanos.
En el programa de el Gato al Agua que se puede ver en el siguiente enlace, el Dpctpr Raad Salam Naaman explica claramente lo que son el Corán y el Islam.
 

Com.2016.05.23 – Adjunto: ISLAM–MAHOMA-VIDA

Promoción para Defensa del Derecho a la Vida y la Integridad


sábado, 21 de mayo de 2016

Apología del Taoísmo 2 ( G. Tucci)

De igual forma que Lao-tze definió la virtud como una no-virtud, es decir, una virtud que no está dentro de los esquemas éticos de los moralistas usuales, así sus discípulos, Chuang-tze entre ellos, afirman que la felicidad del taoísta no es ninguna de esas felicidades que los hombres se fingen y desean. ¿La riqueza? Es un bien extrínseco y frágil, fatuo, como el capricho de la fortuna. Causa de continuos trabajos del espíritu y de un asiduo desgaste del cuerpo, hasta que no se ha conseguido; fuente de enojosas preocupaciones, cuando se la posee, por el deseo de aumentarla y el temor de perderla. El sabio, pues, no sabe qué hacer con el oro, porque el oro está en su espíritu, y como no conoce deseos, su riqueza no tiene fin. ¿Honores y poder? No otra cosa que palabras y promesas vanas con las que se complacen las almas vulgares, triunfos efímeros a los que, por lo regular, sucede la caída y que no es raro que cuesten la vida. ¿La longevidad? Es cosa que depende del destino y no de nosotros; y, por lo demás, es locura desearla cuando se vive, como los más de los hombres viven, gastando sus energías de mil modos y, por lo tanto, apresurando inevitablemente la muerte. ¿La fama? ¿Qué utilidad puede acarrearnos cuando ya no seamos? Por lo demás, la fama interesa más a cuanto hacemos que a nosotros mismos, pues bajo el ala del tiempo, que todo lo devora, bien pocos hay cuyo nombre al revolver cualquier siglo no sea más que una curiosidad histórica. Cuatro son las cosas por las que no tiene paz la gente—dice Yang- chu, un filósofo taoísta, que sostiene puntos de vista algo personales y, por lo tanto, heterodoxo a saber : la longevidad, la fama, la dignidad, la riqueza. Quien posee el deseo de estas cosas teme a muertos y vivos, príncipes y puniciones, y no tiene un minuto de paz. ¿Pero quién que no se rebele contra el curso natural de las cosas puede desear vivir largo tiempo? Quienes no tienen en cuenta los honores no se preocupan de la fama. Quienes no han hecho cálculo de la autoridad no buscan cargos públicos. Quienes no saben qué hacer con la riqueza no acumulan oro. Solamente éstos se puede decir que viven según las naturales inclinaciones. No hay quienes les igualen en esta vida, puesto que regulan la suya internamente.

No se diga que de esta suerte se quiere suprimir la emulación de nobles ambiciones que pone en evidencia el valor real de los competidores y permite esa selección de las fuerzas mejores sin la que no sería posible la vida social. ¿Para qué-—objeta el taoísta—-afanarse por superar a los demás, ir adelante a cualquier costa, "arribar", como hoy se dice, cuando todo se vuelve en daño de los mismos individuos, los cuales, arrastrados por el orgullo o por las ambiciones, acaban por vivir una vida de continuas aprensiones y ansias, en contraste completo con el ideal de serena actividad deseado por el taoísta, y alimentan las tendencias egoístas que tan fatalmente perniciosas son para ellos como para la colectividad? El verdadero mérito—-es cuestión de tiempo—no puede dejar de ser reconocido. El mismo orden de las cosas así lo exige, y no hay fuerza humana que lo impida. Quien con intrigas o violencias ha ocupado un puesto que no le pertenece, deberá en día más o menos próximo retirarse ante el más merecedor, aunque éste nada pida ni nada quiera. El sabio —-dice Lao-tze—podrá vivir en la sombra, ignorado por todos, humildemente sometido, ser considerado un hombre menos que mediocre ; pero hoy o mañana, de un modo fatal, deberá imponerse definitivamente y preceder a todos. (Cap. 67.) “Todo el mundo me dice que soy un grande hombre, aunque parezco persona carente de méritos; pero precisamente porque soy grande, parezco persona carente de méritos. Por el contrario, quien parece noble, es harto mediocre. "

(Cap. 78.) "Nada hay en el mundo más leve que el agua; pero tampoco hay cosa, por dura y fuerte que sea, que pueda resistirla. Lo tierno vence a lo duro; lo débil vence a lo fuerte. "
No contender, sino dejar hacer. El verdadero tesoro que el sabio no se cansa de ambicionar está en nosotros mismos, y consiste en sentirse y ser superior a todo el descompuesto
mundo de deseos y pasiones que infaliblemente engendran angustias y dolores para nosotros, pobres mortales, vanamente ilusionados con poder llegar por ellos a una felicidad que tanto más se aleja cuanto más creemos haberla alcanzada. Este—como ya se ha dicho----es el punto culminante de toda la doctrina taoísta. Que no por eso reniega de la vida; antes bien, desea el goce más pleno, porque es natural, ese sano y regulado desarrollo de todas nuestras actividades físicas y mentales que cuadran y coinciden con las leyes universales. De aquí esa superioridad serena que caracteriza al sabio taoísta; el cual vive en este mundo, desempeña entre sus inquietos semejantes las funciones más humildes o los oficios más importantes con igual naturalidad, sin perder la calma, esa paz sonriente que la pintura china, por mano de sus maestros, ha sabido representar tan bien en sus célebres cuadros inspirados en asuntos taoístas.

Apología del Taoísmo
G. Tucci

Madrid 1926

viernes, 20 de mayo de 2016

Apología del Taoísmo 1 (G. Tucci)

Hemos llegado con esto al punto que más controversias ha suscitado en el Taoísmo, y contra el cual han dirigido sus hachazos los críticos indígenas y europeos; esto es, el principio del wei-wu-wei. ¿Qué significan estas palabras? Traducidas literalmente rezan: hacer el no hacer. Y comúnmente han sido traducidas a los idiomas europeos como obrar el obrar o la Práctica de la inacción, burdo contrasentido este, que repugna atribuir a mentes en verdad, superiores, como fueron las de Lao-tze y Chuang-tze.

La acción—-como dice la Bhagavadgita, afirmando un principio no del todo disímil del taoísta—no puede suprimirse, por el hecho simplicísimo de que la vida misma es acción. El mismo Tao, en el cual somos y que, al par, en nosotros mismos, ¿no es, acaso, impulso, devenir, y, por lo tanto, acción? Pues entonces, ¿qué se debe entender por wei-wu- wei? Precisamente, ese operar del Tao, que es un operar irreflexivo, espontáneo y omnipotente, y que en el hombre será renuncia a todo artificio; ese enfrenamiento de las pasiones, esa ingenuidad natural, en suma, que hace de los hombres simples criaturas, como niños, de los niños que con tanta frecuencia se recuerdan y son tomados como modelos en los escritos taoístas. "Las leyes celestes benefician, pero no perjudican a nadie——dicen las últimas palabras del Tao-te-king—. El camino del santo es actuar, pero no contender.
Este ideal quietístico y ascético puede repugnar a nuestras más inveteradas convicciones, por las cuales el valor del hombre está estimado en razón directa de su activismo. El Renacimiento, que, en efecto, ha habituado a considerar a la humanidad, no ya como esclava de una providencia suprema y como una fuerza bruta que obedezca a leyes imperiosas y necesarias, sino como una libre actividad capaz, no sólo de sufrir la naturaleza, sino, mejor, de dominarla.

Nadie dejará de reconocer las innegables ventajas que una concepción semejante ha traído. A ella se deben las conquistas de la ciencia, el mejoramiento de las condiciones de vida. Pero por todo esto que hemos ganado, ¿cuánto no hemos perdido? Y los progresos técnicos o científicos ¿ representan verdaderos progresos cuando no van acompañados de una refinada sensibilidad ética, un mejoramiento de costumbres, un reavivamiento del sentido religioso? En el fondo, hay más que temer de la viquiana barbarie de la reflexión que del plácido ascetismo del monje budista o taoísta. La cruel guerra última demuestra cuán distintos son los caminos de la inteligencia y del corazón y cómo la ciencia, puesta al servicio de las malas causas, merece que se la depreque antes que se la celebre. Es bien cierto que hoy se va de Roma a Pekín en un tiempo por lo menos diez veces menor que en el pasado; pero ¿han mejorado por esto las almas? Por mi parte, lo dudo mucho. Este correr, este afanarse, este anhelar, no tiene, en el fondo, otro objeto que hacer la cartera más pingüe y la vida más cómoda y bajo el hálito de ese craso materialismo que amenazar con ahogar los impulsos de toda noble y desinteresada idealidad, de la que el vulgo de los poderosos está siempre dispuesto a reírse, pierde valor todo cuanto no tenga una utilidad práctica e inmediata.

Las mismas leyes, que se han hecho tan casuísticas y minuciosas, atestiguan, en sustancia, que ha aumentado en nosotros la voluntad y la capacidad de pecar; las estadísticas de la delincuencia prosiguen en un crescendo aterrorizador su ascensión, y no hay casi otro campo en donde los hombres den muestra de su codicia y de su refinada astucia como en el arte de engañar al prójimo. Nuestra sociedad, con todos sus filantropismos y sus humanitarismos, etc., es, en el fondo, profundamente egoísta, y las vestiduras que asume son de pura hipocresía. Cuando tanto preocupan los problemas morales es que la moral falta; cuando preocupa la forma, falta la sustancia. "Con la rectitud se gobierna un estado-—dice Lao-tze (cap. 57)—- ;con las estratagemas se combate; con la no-acción se obtiene el dominio sobre el mundo entero. "Cuanto más numerosas son las leyes, más miserable está el pueblo; cuanto más  aumentan las fuentes de lucha, más crece la corrupción. Cuanto más perfectas son las artes y la habilidad práctica, con tanta mayor frecuencia se fabricarán objetos extraños e inútiles; cuantas más leyes se elaboran, tanto más frecuentes son los delitos. Por eso, el sabio recomienda reducir al mínimum todo activismo, para que el pueblo pueda libremente educarse; estarse quietos y tranquilos, para que el pueblo se haga virtuoso por sí mismo; no darse excesivo quehacer para que el pueblo por sí mismo pueda enriquecerse; reducir al mínimo los propios deseos, para que el pueblo pueda mantenerse sincero." Y también (cap. 18): "Cuando el Tao perdió entre los hombres su eficacia, entonces se comenzó a hablar de Humanidad y de Justicia, y cuando surgió la ciencia, nació el error; cuando los parientes dejaron de vivir de acuerdo, se inventaron la piedad filial y el amor fraterno; cuando el estado estuvo revuelto por desórdenes interiores, se predicó la lealtad de los ministros.

Por eso, dejando a un lado la forma paradojal, queda del principio del wei-wul-wei esta profunda verdad: que mucho más que la inquieta actividad práctica, la cual, arrojándonos en el turbión de la lucha por la vida y por el éxito, desarrolla en nosotros las tendencias egoístas y consume la misma resistencia física, así como debilita nuestro sentido religioso y moral y nos roba a nosotros mismos, vale la pena de reconcentrarse en nuestro espíritu, de dejar hablar en nosotros las voces arcanas, de dejar libre el curso a las inspiraciones naturales, que nunca sabemos de dónde vienen, pero que suelen valer más que cualquier ponderado consejo. Y por lo demás, despojada de sus exageraciones verbales, resta otro lado positivo y esencia, y moralmente útil en esta concepción: quiero decir ese espíritu de modestia, de moderación y de tolerancia que Lao-tze llama sus tres gemas. La tolerancia, sobre todo, una virtud casi rara en esta nerviosísima Europa, que no es ciertamente la resignada inercia del fatalista. El hado es una fuerza ciega contra la cual choca y se rompe toda voluntad humana, es una coerción que el hombre ha de sufrir quiera o no por parte de una fuerza extrínseca y necesaria.

Apología del Taoísmo
G. Tucci



martes, 10 de mayo de 2016

NUEVAS PERSPECTIVAS SOBRE EL FENÓMENO "OVNI"

http://perso.wanadoo.es/emilsaura/Fenomeno%20OVNI.htm Plantilla de Texto


NUEVAS PERSPECTIVAS SOBRE
EL FENÓMENO "OVNI"

1. ¿Un enigma indescifrable?
Escribir en la actualidad sobre el fenómeno de los "ovnis" es poco menos que afrontar un miura sin tener la menor idea del arte de Cúchares. Y no por falta de datos sobre el particular, sino más bien por lo contrario. Un exceso que, sin embargo, provoca en el público en general, pero también en los investigadores, casi la misma confusión que el defecto de información.
Hay, por ejemplo, una imagen de los "ovnis" que los presenta como máquinas inspiradas en una tecnología sumamente avanzada, muy lejos del alcance de las actuales posibilidades de la humanidad terrestre. Y en favor de esta concepción militan numerosas observaciones, atestiguadas en la actualidad o en épocas pretéritas; nos hablan de huellas de aterrizajes, de vestigios dejados en la tierra desnuda o en la vegetación por poderosas máquinas de incierto origen, de lugares calcinados por el contacto o la proximidad de la energía que las propulsa. ¿Terrestres? No lo parece, si atendemos al sigilo y a la extraordinaria prudencia con que los gobiernos de los diferentes países suelen abordar el fenómeno en cuestión. ¿Extraterrestres? Es la hipótesis en principio más probable, sin prejuzgar, por el momento, si el "extra" ha de tomarse en sentido estricto, o si cabría referirlo también a algo no perteneciente a la superficie de nuestro planeta y que podría venir incluso del interior de la Tierra.
Pero existe también otra concepción de los "objetos volantes no identificados": la que, partiendo de sus maniobras, detectadas en el radar, llega a dudar de la materialidad de los mismos, habida cuenta de la imposibilidad que supone, para un objeto corpóreo que se mueve a velocidades fantásticas, muy superiores a las de cualquier invento terrestre, el girar, por ejemplo, en ángulo recto. Si un artefacto mecánico siguiese esa trayectoria quedaría sin más destruido o desintegrado. Así, pues, a pesar de las apariencias, los "ovnis" no serían artefactos materiales en el sentido habitual del término, sino que su constitución oscilaría entre la materialidad accesible a nuestros sentidos y una condición fluídica, meramente energética. Una cosa es cierta: tanto un estado como el otro son objetivos, a saber, no cabe identificarlos simplemente con apariencias o alucinaciones subjetivas. ¿Podría tratarse de "alucinaciones objetivas"?
La pregunta no tiene fácil respuesta, a no ser que aclaremos previamente el significado de tal expresión. De todos modos, el hecho de que los "ovnis" aparezcan en fotografías aboga en favor de su carácter objetivo. Una objetividad que, no obstante, plantea muchos problemas de interpretación, hasta el punto de que algunos investigadores hablan de una "conspiración" para romper la lógica del razonamiento terrestre y conducirla a no se sabe dónde. ¿Pero quién estaría detrás de semejante "conspiración"? ¿Inteligencias extraterrestres? ¿Hombres de este planeta que estarían en conexión con tales inteligencias? Y aquí las hipótesis son innumerables: unos apuntan a sociedades secretas que estuvieron en los orígenes del nazismo y que habrían desarrollado extraordinarios poderes; otros aluden al Agartha (el ámbito subterráneo en que, según algunas doctrinas esotéricas, residiría el "Rey del mundo") y a su acción oculta en este fin de ciclo. En cuanto a las inteligencias que dirigirían tal "conspiración", no siempre es preciso imaginarlas como procedentes de otros planetas; hay autores que aluden a mentes no ligadas a ningún cuerpo.
¿Cómo se comportan los "ovnis" en sus relaciones con la humanidad terrestre? La cuestión es compleja. Por un lado, están las ocasiones en que el contacto con seres humanos se realiza en una atmósfera "normal", casi siempre marcada, es verdad, por la desigualdad de la relación. Véase, por ejemplo, el caso de Ummo, estudiado, entre otros, por Antonio Ribera(1) y del que existe abundante documentación; o los contactos y fotografías de Eduard Maier, no desmentidos hasta ahora a pesar de los exhaustivos análisis a que fueron sometidos en laboratorios cualificados; o el asunto de los "dzopas", un pueblo de Asia central que dice proceder de un planeta del sistema de Sirio, de donde llegó hace un milenio y sobre el que el antropólogo inglés Karyl Robin-Evans escribió un interesante libro(2).
Pero hay algunos casos en que el comportamiento de los "ovnis" o de quienes los tripulan no deja de ser inquietante: encuentros en la "tercera fase" que concluyen en abducciones(3), experimentos científicos o análisis diversos en los que algunos de nuestros semejantes han servido de cobayas, fenómenos de control psíquico, influencia a distancia manifestada a través de fenómenos de índole espiritista, actividades emparentadas con la magia negra, etc.
2. Algunas vías poco corrientes de aproximación al fenómeno
Es cierto que, según algunos investigadores, el fenómeno "ovni" se ha manifestado con frecuencia a lo largo de la historia, y así parecen probarlo muchos testimonios. Pero es en nuestro siglo cuando los casos comienzan a multiplicarse y provocan un enorme impacto social, hasta el punto de que se ha podido hablar de una verdadera "psicosis ovni". Es lo que ha llevado a muchos gobiernos a interesarse por el fenómeno y lo que ha suscitado en no pocos investigadores el afán por clarificarlo, una vez transcurrida la fase de incredulidad o superados los prejuicios, que, por lo general, pretendían reducir los supuestos "avistamientos" o "contactos" a meros espejismos.
Al principio, las investigaciones estuvieron casi siempre centradas en los aspectos físicos del fenómeno en cuestión, a saber, sus dimensiones, velocidad, posibilidad de detección, características varias que ayudasen a clasificarlos dentro del elenco de objetos voladores y, eventualmente, a averiguar su origen. Tales líneas de investigación, aparte de no alcanzar sus objetivos, dejaban en la sombra los aspectos más relevantes del fenómeno y, sobre todo, su significación psicológica y espiritual.
Vino luego C.G.Jung y abordó la cuestión desde una perspectiva diferente de las utilizadas hasta entonces, centradas generalmente en la posibilidad de un contacto con humanidades de otros planetas. Nuestro autor se aproximó al tema desde la óptica de la psicología profunda y, sin negar la existencia física de los "ovnis" (¿máquinas de alta tecnología y supuestamente provenientes del espacio exterior?), se dedicó a analizar los sueños de algunos de sus pacientes en que aparecían "platillos voladores", objetos celestes esféricos o lenticulares y semejantes a aquéllos que muchos testigos decían haber visto con sus propios ojos. Tras muchas investigaciones (4), llegó a la conclusión de que lo más importante de los "ovnis" es su condición de símbolos, de arquetipos, que, reflejándose en la psique de determinados individuos, anuncian una transformación radical en el inconsciente colectivo, un cambio de los que acontecen cada 2160 años en conexión con el movimiento de precesión de los equinoccios y que coincide en esta ocasión con el tránsito de Piscis a Acuario. A este propósito, el pensador suizo apeló al simbolismo asociado a los "ovnis", relacionado con el aire, el cielo, la velocidad en los desplazamientos, la aparición inesperada y fulminante y, en muchos casos, la forma esférica, siempre conectada con el "cielo". Sin olvidar la dimensión de "fraternidad universal" y "tutela cósmica", familiares a quien conoce el simbolismo del signo de Acuario y del planeta Urano.
Una perspectiva que, a no dudarlo, aportaba considerables novedades, por más que anduviese necesitada de precisión en algunos puntos. Así, por ejemplo, sin poner en cuestión un movimiento real, como es el de la precesión de los equinoccios, quedaba por fijar la duración de las supuestas eras a que da lugar y que, aun siendo en número de 12, serían desiguales si se identifican con los períodos en que el punto gamma está en cada una de las constelaciones, o iguales si se utiliza el sistema hindú.
Señalemos que la óptica jungiana guarda afinidad con el análisis de algunos investigadores en el campo de la astrología, que relacionan los "ovnis" con Urano y Plutón (conviene observar que, en algunas tradiciones astrológicas, la primera parte, al menos, del signo de Acuario viene asociada a Plutón: ¿por su conexión con la "puerta de Seth"?). El primero, por tratarse de "objetos volantes"; el segundo, por enigmáticos, "no identificados". Por lo tanto, cada vez que queramos investigar el fenómeno habrá que hacer referencia a los "aspectos", es decir, a los ángulos que forman entre sí ambos planetas.
Con todo, Urano y Plutón no se sitúan aquí en el mismo plano: el primero alude al carácter "celeste" de los objetos; el segundo, a su índole ignota o enigmática, es decir, conectada con nuestro conocimiento.
Por otra parte, la mencionada pareja de planetas puede orientarnos hacia otra vertiente: Urano es el "cielo"; Plutón, las "profundidades de la tierra" o los "infiernos". No en vano se habla de "extraterrestres" e "intraterrestres". Parece como si los "ovnis" tuviesen un carácter recapitulador de los extremos, pues aúnan "lo más alto" y "lo más bajo" (viene a nuestra mente el pasaje de san Pablo que habla del "Nombre sobre todo nombre" ante el que se postrará todo cuanto hay "en el cielo, en la tierra y en los abismos" (¿de ahí un cierto carácter "apocalíptico" del fenómeno?). Y es sabido que en las tradiciones que hablan con claridad de un fin del mundo (hebrea, cristiana, islámica) la aproximación de éste coincide con un auge de la actividad angélica y demoníaca, como si el ser humano, en esta fase final, perdiera su protagonismo y experimentase como nunca la intervención de instancias puramente espirituales.
Pero continuemos con la "signatura astral" de los "platillos voladores". Boris Cristoff, en un insólito libro (5), erige el tema radical de lo que se llama la "época moderna" de los "ovnis". Se trata del momento en que el piloto norteamericano Kenneth Arnold observó un "ovni" cerca del monte Rainier, en el estado de Washington, el martes 24 de junio de 1947.
En dicho tema aparece Júpiter en Escorpión en el sector I, dispositado, por tanto, por Plutón, el cual domina el "Medio Cielo" junto con Saturno, como para significar la manifestación de un poder de origen desconocido. Y, dada esta "signatura", definida por la conjunción de dos planetas "maléficos", uno de ellos, además, en "exilio"(Saturno), B.Cristoff llama a los "ovnis" "aves de mal agüero"; diagnóstico justificado, si sólo tuviésemos en cuenta el tema astral adjunto. Y, como otros autores, alude a la fuerte impresión que, por lo general, experimentan los testigos visuales, un punto que nos trae a la memoria el terror sagrado que tradicionalmente provoca en el hombre normal el contacto con seres o energías de un nivel superior. Destacamos, por otra parte, el carácter uraniano del fenómeno (Urano se halla en Géminis y VIII, casa que corresponde al "yo objetivo" de Escorpión, signo octavo y en que se sitúa el Ascendente). A partir de aquí, el autor hace un estudio detallado de las características de la época actual y del futuro inmediato del fenómeno "ovni", utilizando diversos procedimientos de previsión (progresiones, tránsitos, etc.), en cuya valoración no podemos entrar ahora.
Así, pues, el análisis de Cristoff viene a matizar la "signatura" de los "ovnis" arriba propuesta, es decir, su carácter uraniano-plutónico, en un sentido saturniano y jupiteriano, como para poner de manifiesto el despliegue de un poder que tiende a ejercerse sobre la humanidad terrestre.
A semejante análisis hemos de añadir la circunstancia de que el nodo descendente de Plutón, flanqueado por los de Júpiter y Saturno (todos ellos de avance muy lento, lo que resalta su importancia) se encuentra en Capricornio, significador del destino de la humanidad. Sin olvidar la conjunción de ambos factores con el punto opuesto al "Sol negro", es decir, al apogeo solar, lo que sella definitivamente su dimensión colectiva. Por ello apenas es necesario destacar la importancia de la próxima conjunción de Júpiter y Saturno, que entrarán consecutivamente en oposición con Plutón y que marcarán la entrada en el próximo milenio. Obsérvese cómo esos aspectos ocurrirán muy cerca del "Medio Cielo" de las ciudades europeas cuyas coordenadas citamos en otro apartado.
3. ¿Qué pensar, en definitiva, de los "ovnis"?
Dos vías de interpretación se nos ofrecen a la luz de las consideraciones anteriores: la que podríamos llamar "hipótesis extraterrestre" y la "espiritualista".
En el primer caso nos enfrentamos con la posibilidad de que los "platillos voladores" estén tripulados por seres inteligentes de otros planetas, poseedores de una tecnología capaz de someter a los artefactos mecánicos a un proceso de "desmaterialización" (para emplear un término cómodo). Sólo así se explicarían las trayectorias "imposibles" detectadas en el radar.
En principio no habría que extrañarse de semejante eventualidad. Por ejemplo, en documentos hindúes muy antiguos se habla de naves o artefactos voladores dotados de poderosísimas armas que, utilizadas, causan una enorme mortandad y provocan en los supervivientes "quemaduras" y "úlceras" que no dejan de recordarnos los efectos de un bombardeo nuclear. Por lo demás, es ya un tópico la referencia a técnicas superiores empleadas en tiempos prehistóricos por al menos una parte de la humanidad y atestiguadas por monumentos construídos con tal perfección que exige unos conocimientos científicos de primer orden(6).
Claro que ello no bastaría para demostrar la existencia de civilizaciones extraterrestres; a lo sumo, para reconocer la coexistencia en nuestro planeta de dos civilizaciones claramente diferenciadas, al menos en lo que respecta al nivel científico y tecnológico. Y es significativo el retroceso de las hipótesis que hablan de un número ilimitado de planetas habitados y que parecían imponerse en un principio: los científicos (por distintas razones según sean espiritualistas o no) subrayan cada vez más la dificultad que supone el surgimiento de la vida en un planeta, máxime si se trata de vida inteligente.
Podríamos plantear, por otro lado, diferentes cuestiones a propósito del eventual descubrimiento de vida humana extraterrestre. Así, desde el punto de vista de la teología cristiana, surgiría la cuestión del estatuto de tales seres: ¿estarían necesitados de redención como los terrestres o vivirían en un estado de "naturaleza pura"?
Entre los textos bíblicos que insinúan la existencia de habitantes en los "cielos" está el que hace alusión a la "reconciliación, tanto de los cielos como de la tierra con la sangre de la cruz" (Colosenses 1,20). Aquí se supone la existencia de entes visibles e invisibles (tronos, principados, potestades...), como se deduce de la enumeración de las principales acepciones del término "cielos": "ángeles (explícitamente), conjunto de los astros, "el ejército de los cielos", "el séquito", "los cielos y cuanto hay en ellos"...En principio, todo ello es parte de la creación; tan sólo cuando se utiliza la palabra "cielos" para designar la morada de Dios deja de incluirse en aquel supuesto. Puesto que, según la doctrina cristiana, las jerarquías angélicas no son objeto de redención, parece lógico pensar que los "habitantes de los cielos" son seres humanos semejantes a los de la Tierra. Y el texto afirmaría entonces el alcance universal de la redención operada por Cristo.
El pasaje anterior habla, pues, de la reconciliación de los "cielos" y de la tierra. Si esa reconciliación no afecta a los ángeles, que no necesitan de redención, ¿a quién puede referirse? Sólo quedan dos posibilidades: a) los "cielos" están habitados por seres humanos, semejantes a nosotros; b) la redención afecta al cosmos, que "sufre dolores de parto esperando la manifestación de los hijos de Dios", como dice san Pablo.
La primera posibilidad no cuenta con demasiados apoyos en la Escritura, aunque no hay que descartarla. En cuanto a la segunda, ¿en qué se traduce por el momento? ¿En alguna "restauración" del cosmos, "restauración" que hallará su plenitud al fin del mundo? Con todo, resulta extraño que la denominación "cielos" se aplique, por una parte, a seres no necesitados de redención, como los ángeles y, por otra, a los astros, en los que repercute la caída original del hombre. En cualquier caso, el término "reconciliación" no es unívoco respecto del hombre y del cosmos, ya que el cosmos no es culpable de la situación, sino que se limita a sufrir las consecuencias del pecado de la humanidad.
Cuestiones legítimas que, sin embargo, resultan menos acuciantes, por el momento, que la siguiente: ¿el contacto con seres de otros planetas sería decisivo desde el punto de vista espiritual? No lo parece. Y la razón es muy clara: los verdaderos "extraterrestres" son los hombres espirituales, de los que siempre hubo en la Tierra; el despliegue de técnicas o "poderes" no supone nada desde el punto de vista espiritual. En todas las tradiciones se insiste en que los "poderes" nada tienen que ver con la auténtica espiritualidad.
Reflexiones que vienen a cuento, sobre todo cuando se han creado en torno a los "ovnis" expectativas poco menos que "mesiánicas". Hoy que tanto se habla del desarraigo de la civilización occidental como consecuencia del abandono del ámbito espiritual y del monopolio de la mentalidad tecnológica, resulta más urgente y decisivo desandar los pasos equivocados que plantear el problema de la existencia extraterrestre, al menos desde postulados puramente materialistas o cientificistas. ¿No sería mejor agotar primero las estructuras de la realidad sutil o invisible antes de acudir a otras hipótesis? ¿No sería más oportuno tratar de integrar el fenómeno "ovni" en una cosmovisión más amplia y que no mida el nivel evolutivo de una humanidad por sus conquistas tecnológicas? Por consiguiente, la inclinación, muy extendida entre nuestros contemporáneos, a sobrevalorar la dimensión extraterrestre de los "ovnis" resulta, cuando menos, inquietante.
En segundo término y enlazando con lo anterior está la hipótesis espiritualista, recientemente formulada, entre otros, por M.Albrecht, J.Weldon y Z.Levitt (7) y referida al ámbito diabólico. Más arriba aludíamos a encuentros con "ovnis" que terminan en raptos, análisis diversos en los que algunos de nuestros semejantes han servido de cobayas, fenómenos de control psíquico, influencia a distancia, fenómenos de índole espiritista, actividades similares a las desarrolladas en la magia negra, fenómenos de sugestión colectiva, manifestaciones "objetivas" que parecen ser la proyección de una voluntad poderosa.. En opinión de tales autores, todo ello resulta demasiado "familiar" como para no asignarle un conocido origen.
¿Cabe la posibilidad de que detrás de algunos "ovnis" hubiese ángeles? Apenas es necesario subrayar la creciente sensibilización de la gente para con el mundo angélico, sobre todo en Estados Unidos, como atestigua el auge de la literatura conectada con el tema. Ya no se trata de un caso aislado como el que ocurrió en Hungría en los años de la Segunda Guerra Mundial (8), cuya autenticidad parece bien demostrada. Lo de ahora es un verdadero aluvión de publicaciones en donde se entremezclan testimonios plausibles con narraciones oportunistas en las que aparecen los más variados motivos (referencias a la Qabalah, al ocultismo, al espiritismo, etc.). Aquí, como en otras cuestiones, es indispensable un trabajo de discriminación que, evidentemente, habrá de juzgar cada fenómeno por su tónica global, sus resultados y el estado de ánimo en que quedan los supuestos "videntes" tras la experiencia. Otra vez nos encontramos con el simbolismo del signo de Acuario y del planeta Urano, factores muy relevantes (quienes poseen algún conocimiento de astrología mundial lo saben bien) en el tema radical de Estados Unidos, lo que aporta una curiosa información adicional.
Quizá el "temor sagrado" (cuando menos) o el terror a secas (en algunos casos) que experimentan los contactados o, simplemente, quienes han visto un "ovni" a cierta distancia pueda ofrecernos alguna pista para la clarificación del fenómeno que nos ocupa. Desde siempre, la presencia de lo sagrado va acompañada de una sensación a la vez de temor y fascinación (9). Semejante experiencia se refiere por antonomasia a la Divinidad y, en segundo término, a entes angélicos o diabólicos (cada uno a su manera) e incluso a seres humanos especialmente espirituales o poderosos, como algunas personas han tenido ocasión de constatar a lo largo de su vida.
En el caso de la Divinidad semejante experiencia apunta claramente a su "objeto", de manera que el temor sagrado queda "superado", por decirlo de alguna manera, por el amor o la atracción que inspira. Tradicionalmente, la aparición de seres angélicos va acompañada de un predominio del sentimiento de atracción sobre el de temor en quien los contempla, a la inversa de la manifestación de seres demoníacos, caracterizada, a no dudarlo, por el terror que inspiran. Por otra parte, quien asiste a la aparición de seres angélicos experimenta una iluminación en su inteligencia, en tanto que la visión de entes del "otro lado" va asociada a un estado de enervamiento y de euforia que, a la postre, se revelan engañosos, cuando no francamente desequilibrantes. Y algo análogo ocurre en el contacto con seres humanos dotados de una gran espiritualidad o, por el contrario, marcados por la degradación radical.
El estado de ánimo subsiguiente al contacto con un "ovni" o, simplemente, a un avistamiento puede suministranos, pues, información sobre la índole del mismo. ¿Qué concluir entonces?
Los múltiples casos de los que tenemos noticia no parecen ofrecernos información tranquilizadora. Lejos de aportar claridad sobre el mundo en que vivimos o de mostrar indicios de una iluminación efectiva de la mente, contribuyen, por lo general, a perturbar todavía más el sombrío panorama de nuestro tiempo.
Ya adoptemos la hipótesis extraterrestre, ya nos decidamos por la espiritualista, el fenómeno "ovni", fiel al significado de sus siglas, parece poner de manifiesto un origen a la vez "celeste" y "tenebroso", en una combinación de símbolos que, en definitiva, tienden a revelarse incompatibles y que parece destinada no a romper el adormecimiento de la mente a la manera del "koan" Zen, sino a destruir los sanos esquemas de la lógica y a sembrar en la humanidad un estado de confusión propicio a las peores sugestiones.
NOTAS
1. Ribera, A.,Ummo informa a la Tierra, Barcelona, 1987, Plaza y Janés.
2. Robin-Evans, K.-Agamon,D.,Los dioses del Sol en el exilio, Barcelona, 1978, Martínez Roca.
3. Holzer, H.,Cuando los ovnis aterrizan, Barcelona, 1979, Martínez Roca.
4. Jung, C.G., Sobre cosas que se ven en el cielo, Buenos Aires, 1961, Sur.
5. Cristoff, B., La astrología sobre el fenómeno ovni, Buenos Aires, 1978, Kier.
6. En su libro, Los ovnis, ¿próximo contacto? (Barcelona, 1979, Teorema), P.Guirao se ocupa, entre otras, de esta cuestión.
7. Véase Albrecht,M. y otros, Los ovnis y la nueva mentalidad, Tarrasa, 1981, Clie; también, Weldon,J.-Levitt,Z., Ovnis.¿Qué está sucediendo en la Tierra?,Tarrasa,1978, Clie.
8. Relatado en el famoso libro de Gitta Mallasz La respuesta del ángel, Málaga, 1988, Sirio.
9. Como señaló en su día Rudolph Otto en su célebre obra Lo santo.Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, Madrid, 1965, Revista de Occidente.