lunes, 25 de enero de 2010

El honor de ser marciano (Juan Manuel de Prada,XLSEMANAL 17-1-2010)

El honor de ser marciano

JUAN MANUEL DE PRADA

XLSEMANAL 17 DE ENERO DE 2010



Hay quienes me reprochan -a veces bienhumorada­mente, a veces con acritud y desprecio- que utilice un lenguaje y un `discurso' totalmente anacrónicos o intempestivos; y es el mejor elogio que pueden hacerme, incluso cuando lo dicen para vituperarme (ya decía Cernuda que los insultos son «formas amargas» del elogio). Pues a lo que siempre he aspirado -como escritor, desde luego, pero también en mi desen­volvimiento personal- es a liberarme de la «degradante esclavitud de ser un hijo de mi época»; y yendo contra el lenguaje establecido en mi época es como siento que cumplo con mi vocación de 'mar­ciano', que así es como nuestra época bautiza a quienes no comulgan con sus modos y modas. No se me escapa que tal vocación acarrea a corto plazo una con­dena al ostracismo, y quién sabe si a la larga una sepultura en el olvido; pero ya en el Evangelio leemos que la semilla no da fruto si antes no se hunde en la tierra y muere.

Tampoco se me escapa que si mi `dis­curso' resulta anacrónico o intempestivo es, en una medida nada exigua, porque profeso una religión que mi época repu­dia con encono, no por rancia u obso­leta (como se dice taimadamente para justificar ese encono), sino más bien por lo contrario: pues las cosas que se han quedado obsoletas pueden mirarse con condescendencia o benévolo hastío, como se miran los cachivaches que guar­damos en un desván; en cambio, el enco­no se reserva para las cosas que, de algún modo misterioso, nos resultan vigentes, o incluso amenazantes en su vigencia. Para combatir esa vigencia amenazante, la modernidad ha creado una argamasa ideológica y cultural totalmente impe­netrable para el discurso cristiano; y, aunque ese clima naciese de una alianza entre fuerzas disidentes (liberalismo y comunismo, para decirlo resumidamen­te) que luego irían evolucionando hacia formas ideológicas mixtas más o menos acarameladas, sus elementos comunes han facilitado la argamasa o batiburrillo, del cual sólo queda excluido el cris­tianismo. Así, durante décadas, ha ido armándose una `corteza de lenguaje' en la que las palabras actúan según códi­gos que dejan fuera -por anacrónicos o intempestivos- los postulados cristia­nos; y lo más eficaz del invento es que tales códigos no son de nueva creación, sino que reciclan códigos cristianos, des­gajándolos de su fundamento sustantivo. Este proceso ya lo adivinó Chesterton, cuando aún estaba en fase germinal, en aquella frase célebre: «Nuestro mundo está poblado por las viejas virtudes cristianas que se han vuelto locas». Así, por ejemplo, la virtud cristiana de la caridad fue adoptada por la modernidad para montar su negociado solidario; y el negociado solidario ha establecido códi­gos en los que el `discurso' cristiano es automáticamente rechazado... por ininteligible y escandaloso. Recuérdese, sin ir más lejos, la polvareda desatada por una declaraciones del Papa sobre el sida y lo: condones.

Durante todo este tiempo, la Iglesia ha hecho esfuerzos ímprobos por romper esa `coraza de lenguaje', suavizando y aggiornando el suyo, tratando de limar asperezas, para que el divorcio con el discurso de la modernidad no fuese completo. Pero tales esfuerzos se revelan cada vez más baldíos; y, lejos de propiciar un entendimiento con el `discurso' de la modernidad, están favoreciendo un fenó­meno de `camaleonismo' en el discurso de muchos católicos, que para no encon­trarse desencajados en su época se pliegan a las estructuras mentales establecidas por las ideologías reinantes, adoptando su lenguaje y su discurso. Así, cualquier planteamiento radicalmente cristiano que signifique poner en solfa, no al gobier­nillo o a la oposicioncilla de turno (que a fin de cuentas esto entra dentro del juego politiquillo permitido), sino al sistema actual de vida, es rechazado por `extre­mista' (o anacrónico, o intempestivo). Y así se ha impuesto, entre las propias filas católicas, un lenguaje `ideológico' (esto es, moderno) que, a la vez que rehúye el cuestionamiento global y razonado de la modernidad, se enreda en cuestiones coyunturales alimentadas y azuzadas artificiosamente por las ideologías, en un afán por aparecer ante el mundo como ,moderado'. Pero plantear una crítica frontal de la modernidad no es hacer política `moderada' o `extremista', sino en todo caso política `superior', que quizá no tenga resultados visibles inmediatos, pero los sembrará para el futuro; y para hacer esa política `superior' hay primero que romper la `corteza de lenguaje' y las estructuras mentales en las que la moder­nidad ha hallado cobijo. Quizá este pro­pósito sea utópico y quijotesco; y, desde luego, resulta extraordinariamente incó­modo. Pero nadie dijo que ser un marcia­no resultase cómodo; pues aquello de que «mi yugo es suave y mi carga ligera» era, desde luego, una espléndida ironía.

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jueves, 21 de enero de 2010

Aznar x 7 -Zapatero x 6 = España 2010 (Pedro J. Ramirez , El Mundo 17-1-2010)

Aznarx8-Zapaterox6 = España 2010

Pedro .J. Ramírez
El Mundo 17-1-2010


Seis años de Zapatero. también han traído cosas positivas, como una relación más abierta y tole­rante con la prensa, una mayor sensibilidad por los derechos civi­les y, en general, una sana desdra­matización de los actos del poder. Pero no me cabe duda de que en conjunto suponen una importante merma respecto a la herencia re­cibida de Aznar. Su cuantía final cuando concluya la legislatura de­penderá en gran medida de la sentencia del Tribunal Constitu­cional sobre el Estatut, pues afec­ta a las otras dos patas que junto a la economía, asientan el tabure­te de todo Estado que se precie: la seguridad jurídica y la cohesión nacional.

Puesto que uno de los legados más genuinos de Zapatero -con la abúlica complicidad del PP desaz­narizado- es que los delitos y las penas dependen de si quien incu­rre en una determinada conducta es varón o hembra, ya sólo falta para completar la tostada que los magistrados consagren que los ca­talanes tienen más derechos que los castellanos, valencianos, ara­goneses o murcianos. Tendría mu­cho de inicuo, pero nada de asom­broso toda vez que tres jueces del Tribunal Superior de Cataluña -demos sus nombres a ver si se les cae la cara de vergüenza: José Al­berto Andrés Pereira, Juan Fer­nando Horcajada Moya y Javier Aguayo Mejía- acaban de estable­cer que los españoles no tenemos derecho alguno a educar a nues­tros hijos en español, sino que de­bemos someternos al «marco edu­cativo que los poderes públicos determinan». Oséase, al entreguis­mo traidor del patético Montilla.

Total, que veremos cuando se cierre esta elemental operación aritmética cuánto es lo que queda de España. Seguro que yo encon­traré más edificios en pie que mi amigo Jiménez Losantos, pero se­rá imposible disentir de que, por desgracia, los españoles habremos sido víctimas en esta etapa históri­ca de una mutiladora resta.

pedroj.ramirez«r elmundo.es

miércoles, 20 de enero de 2010

El lema de Don Práxedes (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila 17-1-2010)

A LA LUZ DE UNA CANDELA

El lema de don Práxedes

José Jiménez Lozano. Premio Cervantes
( El Diario de Ávila 17-1-2010)

Lo que se nos propone ahora es re­egar de nuestra historia y su cul­tura de siglos, de todo aquello por lo que podíamos y amábamos sentir­nos europeos, para complacer a los nuevos poderes imperiales; y lo que nos prescriben es realmente «una desbandada hacia la servidumbre», como decía Tácito, en la que nues­tros señores piensan, seguramente, que estarán aún mejor pagados que ahora.

Una Revolución Cultural como la de la China del señor Mao ha co­menzado ya a hacer tablarrasa de toda la antigualla cristiana de pen­samiento, o artística, literaria y reli­giosa. Y, más o menos, sabemos lo que se va a responder a las nuevas generaciones de europeos, por ejemplo ante una iglesita cistercien­se o una vieja universidad destina­das a asuntos deportivos. Pero claro está que, dadas las leyes educativas de estos años, y la desaparición de las viejas generaciones, es más que probable que las nuevas no pregun­ten nada de nada, y, en cualquier ca­so, que los nuevos arquitectos adap­ten catedrales para restaurantes o salas de adoctrinamiento cívico, pa­ra confeccionar carteles o Bao Dai y saber vocear en las manifestaciones contra lo que se les indique.

También se modificará toda la historia del arte; por ejemplo, lla­mando, como ya hacen los moder­nos, Joven con alas de rodillas ante una joven con libro, a una Anuncia­ción o Batalla contra la reacción a un San Miguel que lucha contra el dragón; y facilitando de este modo que el viejo arte universal se con­vierta en mera decoración de cafe­terías o chalés. Aquéllos de entre los surrealistas que anima­ron a derribar y quemar el arte antiguo, lleván­dose de paso al per­sonal por delante y, por descontado, si se trataba de una iglesia, quizás no estuvieran todavía conformes, pero tampoco les disgustaría se­guramente esta solu­ción de ahora mis­mo, que puede resu­mirse en la sustitu­ción de lo que llaman la obscenidad del arte antiguo por enigmá­ticos constructos, abstractos o del rea­lismo de urinario y fregadero, políticamente correctos, y sostenidos por la autoridad de los grandes consensos que son ahora la fuente de la moral y del arte.

Por mi parte, indiferente a las proclamas y declaraciones de prin­cipios, no tendría ningún interés es­pecial en fórmulas lapidarias y alti­sonantes, para los proyectos y pro­gramas del futuro de los que hablan los políticos, porque ya sabemos que, como las de la liber­tad, la fraternidad y la igualdad no van mucho más allá del café, puro y copa, según decía don Miguel de Unamuno, muerto ahora hace 74 años. Así que me en­cantaría que se hiciese le­ma español y europeo aquello que don Práxe­des Mateo Sagasta de­cía humildemente de sus gobiernos en el momento de hacer los presupuestos: «Ya que goberne­mos mal, goberne­mos barato». Siendo una fórmula tan racional y convincente, no me ex­plico cómo no se aplica en Europa.