RIVISTA
DI
STUDI
TRADIZIONALI
N.
8-9
JULIUS
EVOLA
O
EL RINOCERONTE SOBRE EL ASFALTO
Giovanni Ponte
Consideramos
que es oportuno retomar en consideración, todavía otra vez, la obra del
escritor siciliano Julius Evola, de la cual hablamos ya en esta revista en una
reseña bastante amplia 1. Demasiados equívocos,
en efecto, existen todavía en torno a tal obra, frecuentada incluso por
lectores que seriamente han intentado acercarse al punto de vista tradicional.
La
parte más notable de la obra de Evola probablemente esté representada por sus
escritos críticos al mundo contemporáneo: el autor, en efecto, se funda sobre
ciertas enseñanzas tradicionales (y en particular en su exposición por parte de
René Guénon, que tenía la función de volverlas accesibles a los Occidentales
contemporáneos) para buscar poner al descubierto la situación del mundo moderno
en relación con otros modos de civilización, sus deficiencias de fondo, su
desarrollo, y su curso hacia el fin del ciclo de la presente humanidad.
Para
aquellos que jamás se habían encontrado con tal temática (y es un caso
frecuente entre los lectores italianos), el encuentro con este aspecto de la
obra de Evola ha podido ser la ocasión de un cambio importante de posiciones, y
de una apertura de perspectivas decisiva para ulteriores desarrollos. Las
consideraciones críticas hacia mundo moderno a la luz del punto de vista
tradicional (que debería ser entendido aquí en el sentido más pleno y más
profundo) conducen en efecto a quien las comprenda de un modo no totalmente
superficial, a una relación distinta con el ambiente contemporáneo y al
problema de buscar algo que en Occidente es, desde hace tiempo, completamente
extraño a la mentalidad general.
He
aquí cómo nuestro autor se expresa, por ejemplo, en la introducción de su libro
«Rivolta contro il Mondo moderno»: «Hay enfermedades que se incuban largamente,
pero se vuelven evidentes a la conciencia
sólo cuando su trabajo subterráneo casi ha llegado a término. Igualmente
ocurre con la caída del hombre a lo largo de la vía de aquello que él glorificó
como la civilización por excelencia. Si bien solamente hoy los modernos han
llegado a la sensación de un destino oscuro para el Occidente 2, ya desde hace siglos venían obrando las causas, que
han establecido condiciones espirituales y materiales de íntima degeneración,
no solamente hasta cortar la posibilidad de la revuelta y del retorno a la
normalidad, sino incluso, y sobre todo, hasta la de comprender el significado de
salud y normalidad» 3. Y de hecho, a tal fin,
«es preciso salir del cerco fascinador. Es necesario saber conocer lo otro...
Solamente remontando hacia los significados y las visiones que hubieron antes
del establecimiento de las causas de la civilización presente, será posible
tener un punto absoluto de referencia» 4.
Llegando a describir más precisamente la diferencia esencial entre el mundo
moderno y el conjunto de todas las civilizaciones tradicionales, Julius Evola
define a estas últimas como caracterizadas «por la sensación de aquello que
está más allá del tiempo, o sea de un contacto con la realidad metafísica que
confiere a la experiencia del tiempo una forma muy distinta»; y agrega: «Haber
perdido aquel contacto, irse disolviendo en el espejismo de un puro fluir, de
un puro escapar, de una tendencia que empuja siempre más allá la propia meta,
de un proceso que no puede y no quiere aplacarse más en ninguna posesión y que,
en todo y por todo, se consume en términos de "historia" y de
"devenir", esta es una de las
características fundamentales del mundo moderno, este es el límite que separa
dos épocas, en consecuencia no solamente y no tanto en sentido histórico... » 5.
Se
trata de conceptos-clave que Evola tuvo el mérito de exponer ( en su estilo
particular ( , y que le sirvieron para ejercitar, con notable espíritu combativo, una crítica aguda
respecto a bastantes aspectos del mundo moderno, reencontrando en diversos
análisis la misma constante, las mismas directivas que ilustran y confirman de
modo ineluctable la misma tendencia general: el alejamiento progresivo de todo
fundamento trascendente válido, que se vuelve más irreparable por el hecho de
ser ya incapaces de concebirlo, y por la consecuente realización de las
diversas etapas que van desde un orden supra-humano hacia un desorden
sub-humano.
El
autor se ha detenido particularmente, por ejemplo, sobre huellas de tales
etapas reconocibles incluso en tiempos
relativamente recientes, en el pasaje de cierta forma de jerarquía tradicional
a su usurpación, al individualismo (que no reconoce más ningún principio
supra-individual) y después al colectivismo (que tiende a reducir al mismo
individuo a sus aspectos meramente cuantitativos y automatizados) 6; a este propósito él se ha servido extensamente del
concepto de la «regresión de las castas»
, aplicable también a ciertos aspectos de las fases sociales que, en Occidente,
van desde el ocaso del Medio Evo hasta la época actual 7.
De
allí se deriva una perspectiva que, mientras excluye la aceptación de las
tendencias sociales contemporáneas, también se diferencia incluso netamente de
todo «tradicionalismo» de tipo conservador y «burgués». En efecto, de hecho
estos tradicionalismos no buscan sino remontarse (o detenerse) hasta una etapa
un poco anterior del mismo movimiento descendente general 8. Si bien, como hace Evola, se atiende a la cuestión
de referirse a aquello que no esté bajo la influencia de la gigantesca y
multiforme corriente que ha conducido a la situación del Occidente actual, es
evidente que no basta con apoyarse en formas de menor desorden que se remontan
a los últimos siglos, ni se puede encontrar algo robusto en aquel «moralismo»
que, en el fondo, es como una contrapartida sentimental y una codificación de
tendencias ya privadas de cualquier fundamento efectivo en los principios
trascendentes. Encontramos en Evola páginas notables sobre las fases sucesivas
de la «disolución de la moral», a través de la considerada «moral autónoma»
racionalista y la ética utilitarista, hasta las variadas formas de nihilismo y
de existencialismo, que no hacen sino extraer ciertas consecuencias y desnudar
ciertas contradicciones implícitas en momentos de disolución menos completos.
Finalmente, hoy «no se trata más de problemas, sino de un estado de hecho por
el cual el pathos inmoral de los rebeldes de ayer aparece ya, cuanto más, como
anacrónico y desentonado. Desde hace un cierto tiempo una buena parte de la
humanidad occidental considera, como cosa natural, que la existencia está
privada de todo verdadero significado y no debe estar subordinada a ningún
principio superior, por lo cual se aconseja vivirla del modo más soportable y
menos desagradable posible. Esto tiene sin embargo como contrapartida y
consecuencia inevitable una vida interior siempre más reducida, informe, lábil
y evanescente, una creciente disolución de toda regla y de toda cualidad de
carácter. Bajo otro aspecto, en esta misma dirección está comprendido un
régimen de compensaciones y de anestésicos que no dejan de ser tales por no
haber sido advertidos, por los más, bajo esta cualidad» 9.
No
nos extenderemos sobre los análisis críticos, frecuentemente penetrantes, en
los cuales Evola examina a varios autores y corrientes culturales modernas 10, particularmente en el campo filosófico, literario,
artístico y científico. Diremos solamente que, por lo que respecta a la ciencia
moderna, nuestro autor no tiene dificultad en mostrar en ella una suerte de
progresiva «disolución del conocimiento», que deviene claramente discernible en
el pasaje de la ciencia materialista del Ochocientos a aquella
post-materialista y abstracta formada en nuestro siglo, o que, para decir
mejor, que en nuestro siglo está continuamente en vías de formación y de
autodestrucción a medida que nuevas construcciones mentales toman el puesto de
las precedentes. Hablando de la nueva física «algebrizada», nuestro autor
escribe: «Al construirse, ella se ha liberado gradualmente no sólo de todo dato
inmediato de la experiencia sensible y del sentido común, sino inclusive de
todo aquello que la imaginación podía ofrecer como apoyo. Como se ha dicho,
cayeron uno a uno los conceptos corrientes de espacio, de tiempo, de
movimiento, de causalidad. Todo aquello que puede ser sugerido por la relación
directa y viviente de quien observa con la cosa observada se hace irreal,
irrelevante y despreciable. Es por lo tanto como una catarsis que consume todo
residuo de sensibilidad, pero no para conducir a un supermundo, al «mundo
inteligible» o «mundo de las ideas»,
como en las antiguas escuelas sapienciales, sino al reino del puro pensamiento
matemático, del número, de la cantidad indiferente respecto al reino de la
cualidad, al reino de la forma significativa y de las vivientes: un mundo
espectral...donde no se trata más ni de las cosas ni de los fenómenos sino casi
de sus sombras reportadas por un común denominador gris e indiferente. Por lo
tanto, puede muy bien hablarse de una falsificación del proceso de elevación de
la mente más allá de la experiencia sensible humana, elevación que en el mundo
tradicional tenía por efecto, no la destrucción, sino la integración de las
evidencias de ellas, el potenciamiento de la percepción ordinaria concreta de
los fenómenos de la naturaleza, inclusive mediante su aspecto simbólico e
"inteligible"» 11.
El
autor señala aquí uno de los aspectos más insidiosos del mundo moderno, aquel
aspecto de «falsificación» de la intelectualidad y de la espiritualidad
auténtica que, según los términos evangélicos, llegará, en fin, a seducir a
casi todos y «si fuese posible incluso a los elegidos». Y Evola ha dedicado una
obra entera 12, rica en datos y observaciones
interesantes (no obstante las reservas de carácter general que se imponen y de
las cuales hablaremos), a aquellas anticipaciones de previsibles
falsificaciones de más vasto alcance que constituyen las diversas tendencias
del «espiritualismo» contemporáneo, privado de cualquier fundamento
auténticamente trascendente y tradicional. El autor examina entre otros la
naturaleza y los movimientos del espiritismo, de las «búsquedas psíquicas», del
psicoanálisis, de la Sociedad Teosófica, de la antroposofía, poniendo
oportunamente en guardia contra los engaños más o menos groseros que se
esconden en estas corrientes.
Por
lo tanto, nuestro autor demuestra tener otras exigencias y manifiesta
indudablemente una sensibilidad, hoy, demasiado rara para ciertos aspectos
tradicionales, particularmente en el ámbito de la cosmología. Así él se ha
dedicado, con cuidado y paciencia muy apreciables, a la recolección de
innumerables elementos tradicionales, frecuentemente extraídos de fuentes
tradicionales de acceso no común y que fueron publicados en obras ricas en
referencias como La Tradizione ermetica, Il Mistero del Graal, y la misma
Rivolta contro il Mondo moderno, como así también los dos volúmenes (La
Dottrina del Risveglio y Metafisica del Sesso) ya reseñados en esta revista; y,
bien entendido, el autor no se ha limitado a un trabajo de recolección,
buscando en cambio, constantemente, escoger y presentar los elementos
tradicionales a su disposición de modo tal de vivificarlos en el cuadro de sus
exposiciones.
II
Hemos
querido hablar hasta aquí solamente de los aspectos que corresponden más o
menos directamente, en la obra de Evola, a doctrinas o puntos de vista
tradicionales.
En
este punto, nos podemos preguntar a dónde ha llevado una búsqueda que se
presentaba tan empeñosa, a que conclusiones a conducido al autor y a que lugar
él intenta conducir a sus lectores. Y, coherentemente, todo aquello que
habíamos visto en precedencia, habría podido converger en una seria exigencia
de integración en la Tradición viviente, cuya presencia eficaz (sea dicho de
una vez por todas) no puede ser cambiada por una mera abstracción sino
solamente por aquellos negadores ignorantes de que cosa sea realmente la misma
Tradición.
Pero
con mucha frecuencia, en el Occidente de hoy, incluso para aquellos
aparentemente más cualificados, es muy difícil arribar simplemente a lo que
siempre fuera el punto de partida normal, y puede ser instructivo ver cómo en
el caso de nuestro autor, han continuado prevaleciendo influencias bien
distintas de aquellas tradicionales, y que por lo demás ya se habían
manifestado desde los inicios de su abundante carrera literaria.
A
este propósito, será útil referirse a la primeras obras que Evola escribiera
después de la guerra, «Saggi sull'Idealismo magico» (1925),«Teoria
dell'Individuo assoluto» (1927) y «Fenomenologia dell'Individuo assoluto»
(1930). En tales escritos se manifiesta, indudablemente, una intolerancia por la
cultura «oficial», un rechazo a aceptar los límites puestos más conscientemente
a las nociones tradicionales que él ya había tenido modo de conocer; se nota
una clara toma de posición contra la esterilidad de varios sistemas filosóficos (en particular algunos de ellos
vinculados a la corriente del idealismo) los cuales, encerrados en sí mismos,
ignoran la cuestión prácticamente fundamental de una «realización» efectiva por
parte del ser humano.
Este
tipo de crítica no está ciertamente injustificada, pero termina en una
tendencia en cierto modo análoga a aquella de los «filósofos de la acción» que
han estado bastante en boga en los pasados decenios. Nuestro autor se basa ante
todo sobre cierta filosofía «idealista» y en particular sobre conclusiones, que
considera lógicamente irreprensibles, del «solipsismo», paradojal en la
afirmación según la cual el propio yo es la única realidad, y más allá y fuera
del cual no hay nada. Por otro lado, según su teoría, una afirmación
fundamental semejante no es una expresión de la verdad, sino más bien un
enunciado de aquello que se quiere que sea, cuya verdad debe y puede ser
impuesta efectivamente por medio de la acción. Es muy significativa a este
respecto la afirmación según la cual ¡el error «no es sino una verdad débil», y
la verdad «un error potente» 13!.
Por
lo demás, según el mismo Evola «la entera teoría del individuo absoluto reposa
sobre una base radicalmente hipotética»[1]:
en lugar de una base cognoscitiva, encontramos por lo tanto, como punto de
partida de la acción, una posición mental esencialmente arbitraria.
«Al
Yo se lo desea como potencia infinita y suficiente, como una dominación, como
algo a lo cual ninguna otra cosa que esté fuera, sobre o contra él, como punto
de partida, será la actitud fundamental que abra el mundo de la opción
afirmativa» 14: de este modo se debería operar
la «realización del idealismo», «su pasar, desde la teoría, del abstracto Yo
trascendental en camino hacia el Individuo absoluto» 15;
y he aquí otra colorida expresión de aquello a lo cual el autor prometía
arribar: «el límite para el Yo va todavía más allá del infinito, es
transfinito: al infinito él lo quema, lo "coge", en su puño»[1].
Y «hablando del principio central», él llega a esta enunciación: «Su infinidad
es: poder ser absolutamente aquello que quiere... Y entonces: lo finito es el
infinito, la plenitud total, el todo» 16.
Es
evidente, en la complicada elaboración filosófica de nuestro autor, de la cual
nos hemos contentado con dar algunos signos, la pesada influencia de cierto
romanticismo alemán, caracterizado por una exaltación cerebral y obtusa. Por
otra parte, ya en las obras antedichas Evola se arriesga a utilizar audazmente
ciertas nociones tradicionales, interpretadas a su modo, para alimentar sus
construcciones filosóficas. Por ejemplo, su teoría del Yo es cercana a la
doctrina del «Sí» trascendente (Âtmâ) del cual sí se puede decir justamente
que, más arriba y fuera de él no hay nada. Por lo demás, poniendo en el lugar
del «Sí» trascendente un «Yo» individual movido por una desenfrenada «voluntad
de poder», nuestro autor no puede obtener sino un efecto con un potente aspecto
de parodia, sin dudas extraño a sus intenciones.
Después,
en la aplicación de una teoría semejante, inevitablemente aparecen todas las
consecuencias de tal incomprensión de fondo. Nuestro autor habla de «Individuo
absoluto», lo que es ya una contradicción en sus propios términos, dado que
aquello que es verdaderamente absoluto está infinitamente más allá del dominio
individual, cualquiera sea la extensión que se le quiera dar a este último. El
va además a la búsqueda de una especie de «método experimental» a los fines de
la realización de aquel «individuo absoluto», sin darse cuenta de que la
«experimenta- ción» no puede sino referirse a un proceder, fundamentalmente a
las ciegas, en el campo relativo y fácilmente engañoso de los fenómenos.
Evidentemente, a despecho de toda pretensión contraria, tampoco él ha sido para
nada inmune a aquella atracción irresistible por los fenómenos «extranormales» comunes
a tantos de nuestros contemporáneos, y en particular a todos los cultores de la
«magia»; y justamente en una suerte de «magia»[1] Evola mostró creer
que podía concretar sus esfuerzos, concibiéndola como una «ciencia de yo».
Recordaremos,
a tal efecto, la publicaciones dirigidas por él de las revistas «Ur» y «Krur»
(1927-1929), y los tres volúmenes de la «Introduzione alla magia quale scienza
dell'Io» a cargo del «grupo de Ur» (1955). Leyendo tales escritos, se puede ver
que el autor y sus colaboradores no se dieron mínimamente cuenta que técnicas psicológicas y «mágicas», como
aquellas propuestas, no representan ni siquiera el comienzo del trabajo con
miras a una realización espiritual, o sea de un trabajo iniciático
auténtico.
La
descompensación existente entre las teorías del autor y las doctrinas
tradicionales a las cuales él cree referirse, aparece después más netamente,
por ejemplo, en obras como «L'Uomo come Potenza» (1930, 2da de.: «Lo Yoga della
Potenza», 1949), en las que se presenta como un sabio en tantrismo. Sin duda
nuestro autor ha estudiado con notable interés las traducciones de John
Woodroffe sobre la temática y su libro refiere muchos detalles meritorios,
combatiendo justamente bastantes errores de interpretación occidentales; pero
la construcción resulta, sin embargo, típicamente aquella de su filosofía,
aunque quedando exaltada menos ingenuamente en la edición de 1949. Y es
importante destacar que, en un garrafal contrasentido con cualquier enseñanza
tradicional, trata los métodos iniciáticos del tantrismo como si los
mismos se pudieran adaptar para el uso
de «profanos» como los Occidentales, fuera de toda vinculación tradicional:
entre otras, el llega así a recomendar la práctica de «visualizaciones» y de
autosugestión, consistentes por ejemplo en repetir «hasta una completa
saturación» la fórmula «¡Tengo el poder!» 17
En
el conjunto de las sucesivas obras, su estilo se modifica un poco, las mismas
temáticas tratadas le imponen obviar las objeciones demasiado fáciles contra su
pretendido «Individuo absoluto», y ciertas experiencias más bien desastrosas
también deben haber tenido su peso para imponer la búsqueda de un equilibrio
mejor. El tuvo que distinguir sus concepciones de un vulgar «luciferismo» o
«titanismo», y ha presentado su posición como mucho más profunda y válida que
la de Nietzche, siempre valiéndose de referencias tradicionales que ciertamente
hacían defectuoso al filósofo alemán. Pero no es muy difícil darse cuenta de
que las tendencias de fondo permanecen siempre las mismas. Y poco le aprovecha
el haber comprendido la necesidad de una intervención trascendente a los fines
de una realización supra-humana, si después él cree seriamente que tal
intervención trascendente opera y manifiesta su eficacia dónde no hay sino una
exaltación psicológica, frecuentemente de naturaleza más que sospechosa.
Así,
por ejemplo, en su obra reciente «Cavalcare la tigre» (1961) él se complace en
describir una «vía» para los «seres diferenciados» que en el ambiente
contemporáneo y fuera de todo vínculo tradicional deberían reportarse
directamente a la «trascendencia» dentro de sí. Se trataría en particular, de
superar la «prueba» de la «autonomía» (ser la ley de uno mismo) y de la
«anomía» (estar fuera de cualquier ley). En un cierto punto de la presentación
de la vía por él propuesta, el autor precisa: «Aquí no se trata de la
existencia normal, sino de sus posibles formas ya diferenciadas con una cierta
intensidad, pero siempre definiéndose en un ambiente caótico, en el dominio de
la pura contingencia: formas que en el mundo de hoy no son infrecuentes y que
probablemente en los tiempos que vendrán se multiplicarán (?). El estado de que
se trata es aquel de quien, seguro de sí por tener como centro esencial de la
propia persona al ser, y no a la vida, puede ir contra todo, puede abandonarse
a todo (!) y abrirse a todo sin perderse» 18 :
el resultado «es, esencialmente, un tipo totalmente especial, lúcido, podríamos
decir intelectualizado y magnético de ebriedad»[1] , definido también
como un «placer "heroico"» 19 el cual
«toma el lugar de aquella animación que, en un mundo distinto, podría venirle
de un ambiente formado por la Tradición» 20.
Esta
pretensión de obtener un substituto del espíritu tradicional auténtico sería ya
de por sí una «marca» demasiado significativa de ciertas tendencias de fondo
que se expresan en el escritor siciliano, no obstante una capacidad de crítica
y de autocrítica que tornan su exposición, en conjunto, menos fácilmente
vulnerable que aquellas obras más juveniles. A despecho de modos de expresión
tomados a préstamo de las doctrinas tradicionales, hay siempre una
refractariedad congénita a una verdadera adhesión a la metafísica tradicional
(entendida aquí simplemente sobre el plano teórico); mientras que lo atractivo,
para él, está siempre representado por el presunto «Individuo absoluto» incluso
cuando el autor no se haya servido más de tal expresión 21. Y esto nos sugiere algunas consideraciones de carácter general
las cuales, aunque bastante evidentes de por sí, tal vez serán útiles para
permitir una rectificación, un poco menos que sumaria, de ciertos errores y de
ciertas desviaciones de fondo que tienen consecuencias incalculables sobre
todos los planos.
III
En
la obra de Evola, aunque sea con distinta terminología, la «vía» es
constantemente imaginada como un «reforzamiento» de la individualidad, hasta
llegar a un pretendido «incondicionado»; y
a esto se vincula naturalmente, en particular, aquel ideal «viril» (en
acentuada contraposición a todo aquello que es «femenino») que tan
frecuentemente expresa en sus libros. Semejante concepción es de por sí
claramente incompatible con toda doctrina tradicional ortodoxa. Como ya
señaláramos en otra oportunidad, un presupuesto a cualquier realización que
vaya más allá del plano humano consiste en efecto, al contrario, en la
obtención de un perfecto equilibrio entre los aspectos masculinos y femeninos,
o, para expresarnos en términos más generales, entre los aspectos activos y
pasivos, entre el yang y el yin de la tradición china: no por nada el estado
primordial y central humano está simbolizado por el andrógino, del cual se
puede decir que es plenamente «yang» respecto a la Tierra y, al mismo tiempo,
plenamente «yin» respecto al Cielo, y no se puede pensar en emprender la vía
«celeste» sin estar establecido primero en tal estado. Observemos que, conforme
a todos los datos tradicionales, se trata de una condición que comporta ya la
plena «dominación» de todos los elementos
corpóreos y psicológicos del mundo terrestre.
En
cuánto a la posterior realización efectiva de aquello que está más allá del
estado humano, la idea de un reforzamiento de la individualidad es todavía
menos aplicable. Como ya notamos al examinar la «Dottrina del Risveglio», se
trata más bien de la desaparición de la individualidad (como de cualquier
ilusión de «separatividad») frente al Principio universal en el cual,
solamente, reside su misma realidad. Pero sin dudas, en todo esto nuestro autor
no ha podido ver jamás otra cosa que «abstracciones».
Con
esto no negamos que la aspiración a ser un «Héroe» pueda tener su lugar
legítimo, en una vía en la cual el aspecto «activo» se manifieste en modo
particularmente acentuado; pero esto puede tener un sentido válido solamente
partiendo del presupuesto de una «sumisión» a un principio auténticamente
supra-individual, en nombre del cual la acción es realizada.
En
suma, rechazar el aspecto receptivo y de sumisión, tender a una desenfrenada
afirmación del aspecto «activo» con la pretensión de alcanzar de tal modo lo
«incondicionado», presupone una completa confusión de planos. Siguiendo la
perspectiva evoliana, se llega lógicamente a la concepción de una
«aristocracia» de superhombres (y más bien super-dioses), cada uno de los
cuales es «absoluto» y dueño de una libertad idéntica y un completo arbitrio,
cada uno de los cuales sería «un» Principio supremo, como si una pluralidad de
«absolutos» y de «Principios supremos» no fuese de por sí la cosa más absurda y
contradictoria que se pueda imaginar. Frente a semejante aberración, será bueno
poner en guardia, en el modo más explícito, contra la suposición de que esto
corresponda a cualquier enseñanza o idea o punto de vista tradicional. En
realidad, lo repetimos, absoluto no es sino el Principio, universal y no dual,
y la perfecta libertad del individuo no puede consistir sino en la perfecta y
consciente adhesión al mismo Principio, o, si se prefiere, a su atributo de
«Voluntad» tal como se manifiesta frente a él. Respecto a la «voluntad de lo
incondicionado», al «estar de pié», al estilo «olímpico» y «viril» que se
encuentra en la prosa de Evola, digamos que la anulación de sí y la «pobreza»
de los verdaderos Maestros espirituales se presenta como una cualidad
completamente distinta, perteneciendo verdaderamente a otro mundo del cual
nuestro autor parece no tener la más mínima idea 22.
El
ideal evoliano de un arbitrio ilimitado en el campo de la acción se puede
explicar solamente a partir de una ignorancia de fondo del Principio, o, para
expresarse de otro modo, de la Posibilidad infinita, en el ámbito de la cual
evidentemente están incluidas las determinaciones, sin excepción, de toda la manifestación
universal, comprendiendo también cualquier modalidad de acción: de modo que aquello
que aparece como arbitrio en quien obra, no es tal sino desde el punto de vista
de su ilusión. Este aspecto de la doctrina metafísica es apenas tratado, casi
por casualidad, en el curso de las exposiciones de nuestro autor, que no
arriesga a extraer, prácticamente, ninguna rectificación o apertura distinta
para su pensamiento, calificando a tal aspecto, por ejemplo, con significativa
desenvoltura, como una «suposición -
límite» 23.
La
ausencia de un fundamento propiamente metafísico, que es manifiesta en la
concepción de un arbitrio ilimitado, se manifiesta también en ciertas
expresiones de dualismo irreductible que son además típicas de nuestro autor. A
este propósito, es en cierto modo ya significativo el hecho de que el primer
capítulo de la «Rivolta contro il mondo moderno», titulado «Il Principio», no
se refiera para nada, como se podría suponer, al Principio metafísico (por
medio de concepciones de las cuales se podrían ordenar después las diversas
aplicaciones particulares), sino que como presupuesto básico y punto de partida
fundamental, no presenta otra cosa que un conjunto de contraposiciones: entre
«orden físico» y «orden metafísico», entre «naturaleza mortal» y «naturaleza de
los inmortales», entre «región» del devenir y «región» del ser, entre «raza de
los hombres» y «raza de los dioses»; y naturalmente, en ausencia de la
referencia a aquello que está más allá de las contraposiciones, los mismos
términos de éstas no pueden ser entendidos sino de modo parcial e inadecuado.
La
misma perspectiva dualista se reencuentra en otro lugar expresada por Evola en
estos términos: «...es después de asumir, como último término de referencia, un
esquema dualista no distinto de aquel que se encuentra en más de una tradición
antigua...Una opinión semejante debe ser todo lo contrario que rechazada; ella
tiene un contenido positivo siempre que sea purificada y esencializada a través
de ser reconducida a los marcos, más neutros y objetivos, menos
teológicos-religiosos y más metafísicos, según lo que la antigüedad clásica ya
conocía: fuerzas del cosmos contra fuerzas del caos, a las primeras corresponde
todo aquello que es forma, orden, ley, tradición en un sentido superior,
jerarquía espiritual, y a las segundas se liga toda influencia disgregadora,
subversiva, degradante, que promueve el prevalecimiento del inferior sobre el
superior, de la materia sobre el espíritu, de la cantidad sobre la cualidad.
Por lo tanto, esto es en cuanto a los últimos puntos de referencia para las
distintas influencias que obran desde dentro de la historia sobre el orden de
las causas tangibles...aparte de tal escenario metafísico, los contactos con la
historia concreta no son perdidos jamás»
24.
Es
fácil observar que la consideración de un dualismo como «último término» de
referencia es justamente la marca de la heterodoxia de formas tradicionales
degeneradas; y que, bien lejos de constituir un «escenario metafísico», son, al
contrario, la señal de la ausencia de la metafísica, que, justamente, se sitúa
más allá de toda oposición. Y es también sintomático que, pocas página después,
nuestro autor sienta la necesidad de usar la extraña expresión «antisubversión»
para caracterizar una acción en sentido tradicional 25.
En realidad es de la máxima importancia comprender que, si bien hay una lucha
de la subversión contra la tradición, esta lucha puede estar referida solamente
a un campo relativo e ilusorio, sin tocar siquiera mínimamente la realidad
espiritual y metafísica, en la cual confluyen, incluso, todos los
desequilibrios aparentes para concurrir al equilibrio universal e inalterable.
Por
esto observamos entonces que no hay, propiamente, ningún «riesgo» para aquello
que es de orden espiritual, mientras existe siempre un riesgo para el ser que,
no habiendo alcanzado el conocimiento metafísico efectivo, no puede sino
vincularse de modo indirecto a aquello que es de orden espiritual, y para el
cual una situación de «lucha» es efectivamente real, aunque sea, por así decir,
en modo «provisorio». En cuanto a quien rechaza la posibilidad de tal
conocimiento indirecto, en una pretensión de
autosuficiencia en la conducción de una presunta lucha «metafísica», su
situación (salvo un radical cambio de actitud) es sólo aparentemente
«riesgosa», ya que en realidad está destinada, por su misma naturaleza, a
llevarlo a ruina: y no faltarán ciertamente las ocasiones de concretar su
desviación de fondo al acoger ciertas influencias ilusorias destinadas a hacer
presa sobre la naturaleza individual.
IV
De
hecho, todo está estrechamente conectado en las doctrinas tradicionales, y por lo
tanto no hay que asombrarse si incluso en el caso de Julius Evola las
incomprensiones de fondo se reflejan en innumerables campos diversos, que, por
lo demás, no será ciertamente el caso examinar en extenso.
Por
ello señalaremos solo brevemente las polémicas del autor al sostener una
pretendida supremacía de la «acción» respecto al «conocimiento», como si
pudiera ser válida una acción no subordinada al conocimiento, o sea una acción
ignorante; como si se pudiera concebir algo por encima del Conocimiento por
excelencia, que es identificación con el Principio universal y que coincide
con la «Liberación» final. De esto se
deriva, siempre según Evola, una correspondiente pretendida supremacía de lo
«regio» (o sea de quien posee el «poder») respecto a la autoridad «sacerdotal»
detentadora del conocimiento tradicional. Y, nótese bien, semejantes
desviaciones y trastocamientos no tienen solamente un carácter académico, sino
que presentan también consecuencias prácticas incalculables, hasta una
solidaridad más que riesgosa con corrientes políticas, sin dudas,
activistas e «imperialistas» pero tan
típicamente modernas como para llegar a excluir a priori toda dependencia de
cualquier autoridad espiritual existente, para apoyarse en cambio en la propia
presunta dignidad y «diferenciación» interior, hasta llegar al rechazo de toda
ley tradicional. Como ya habíamos señalado, nuestro autor gusta en cambio de
referirse a métodos y técnicas «adaptadas» sobre la base de ciertas escuelas
tántricas especiales, capaces de desarrollar la separación de la moral
corriente y la ya citada «voluntad incondicionada», conjuntamente a la
«virilidad» 26. Sería esta, según Evola, la «vía de la mano izquierda», tanto más
peligrosa cuanto más eficaz, para sien sepa recorrerla con éxito.
De
las elucubraciones pasamos así al campo de la verdadera y propia falsificación.
La «vía de la mano izquierda» del
tantrismo es, en efecto, una auténtica vía tradicional, que sin embargo
es aquí sacada a relucir solamente para enmascarar el carácter, para nada
tradicional, de aquello que el autor propugna. En efecto, esta particular vía
tradicional comporta una regla de vida que se halla en contraste con algunas de
las normas más comúnmente seguidas por el hinduismo (las cuales por lo demás
presentan una variedad amplísima): pero ante todo se dirige de hecho a
individuos que no son profanos, habiendo seguido precedentemente una vía
tradicional en la cual habían ya realizado una purificación de otro modo
impensable; además, se trata sin duda de una vía iniciática, fundada sobre la
transmisión de una influencia espiritual y mantenida prácticamente transitable
por el vínculo directo entre el Maestro que ya ha alcanzado un determinado
grado de conocimiento y el discípulo que debe conseguirlo. Sin contar después
las condiciones hereditarias y ancestrales completamente distintas de aquellas
de un Occidental moderno.
Evola
define la actitud de continuar en el mundo actual con la expresión
extremo-oriental «cabalgar el tigre», de la cual él ha sacado precisamente el
título de una de sus obras de la cual ya hemos traído algunos extractos: pero
también esta expresión corresponde a un método a seguir para recorrer una
cierta vía tradicional, y no se ve que significado válido podría conservar en
el caso en que cualquier vía tradicional haya sido explícitamente excluida. De
hecho, en tales condiciones, mientras no intervenga un elemento más «efectivo»,
que será entonces de naturaleza más bien sospechosa, todo se reduce a
«comportamientos» como aquellos caracterizados por la «ebriedad» y el «placer
heroico» descripto en las citas que preceden.
Observemos
todavía que ciertas referencias evolianas a una pretendida «vía directa» de
realización para aplicar a quien viva en el ambiente profano moderno, parecen
tanto más fuera de la realidad que cuanto el autor esté dispuesto a admitir. El
habla, por ejemplo, del ideal de soledad expresado entre otros por un texto
budista en lo siguientes términos: «...Semejante al león que no teme a ningún
ruido, semejante al viento al cual ninguna red atrapa, semejante a la flor del
loto, sobre la cual el agua no hace presa, va solo como un rinoceronte» 23; y afirma que la «separación» (viveka) en sentido
interior «se presenta, tal vez, más fácil de realizar hoy, que en una
civilización más normal y tradicional»: «un espíritu todavía
"ario"(!) en una gran ciudad de Europa o de América, entre
rascacielos y asfalto...puede tal vez sentirse más solo y separado y nómada que
en los tiempos del budismo, en las condiciones de un aislamiento físico y de un
peregrinar real. La mayor dificultad, a tal respecto, consistiría en dar a la
sensación de aislamiento interior, que por lo tanto hoy puede presentarse a
muchos casi espontáneamente, los caracteres de positividad... » 27.
Una
vez más, en este anhelante rinoceronte sobre el asfalto, se vuelve evidente la
confusión entre situaciones puramente psicológicas y condiciones espirituales
lejanísimas del punto de partida de cualquier Occidental contemporáneo. Y es
también una ilusión considerar, como un factor eventualmente favorable, el
carácter «inanimado» de un ambiente determinado por las manifestaciones
«racionales» propias de la ciencia y de la técnica contemporánea: en realidad,
en el mundo terrestre no hay propiamente nada «inanimado», y dentro de una apariencia
puramente material y «objetiva» siempre
habrá, sin duda, una contraparte «sutil» o, si se quiere, psíquica, que la
sostiene, la cual, por el contrario, en el creciente desequilibrio general,
está destinada a abrirse paso, antes o después, por «fisuras» inesperadas. Incluso tal vez justamente tales «fisuras»
sean consideradas, por los «hombres diferenciados» de Evola, felices ocasiones
de «especiales situaciones traumáticas» útiles para desplazar el propio límite 28. Y naturalmente, no es difícil pensar en la
tentación de provocarse a sí mismo tales «situaciones traumáticas», en el
ámbito de la ya considerada vía de la mano izquierda; de hecho es necesario
recordar sobre este particular que nuestro autor llega a valuar positivamente
incluso manifestaciones de aquello que ha sido llamado la «contra-iniciación».
Pensamos aquí, por ejemplo, en ciertos juicios ambiguos de Evola respecto de
Aleister Crowley, o de la práctica del «Sabba»; y pensamos también en la vía
«tenebrosa» (y un tanto ridícula) sugerida a «tipos especiales de mujeres», que
sería la única «vía directa» para la realización (¿en qué dirección?) de
aspirantes femeninas. Creemos oportuno citar, a este propósito, un pasaje de la
Introduzione alla Magia quale Scienza dell'Io, ciertamente escrito o inspirado
por Evola, donde la recurrencia a la contra-iniciación como posible base de
realización es explícita: «Se pueden señalar todavía las participaciones que le
son posibles a la mujer en un orden más bien tenebroso, que es aquel de los
Misterios telúricos degenerados hasta llegar a ser el centro de la
contra-iniciación. Tipos especiales de mujeres pueden recoger y hacer obrar
fuerzas de un éxtasis y de una ebriedad tales que operan en el sentido de una
destrucción del elemento masculino y verdaderamente sobrenatural (?!). Incluso
aunque extremadamente peligrosas,
(técnicas del género) son las únicas que se ofrecen a las mujeres en el dominio
de una vía directa: usar el sexo realizado en su profundidad abismal y
demoníaca para la superación extática del sexo» 29.
La
exaltación conexa a la presuntas «dignidad» y «diferenciación» espiritual
evoliana, pese a que a veces parece confundirse con una cierta adhesión a
puntos de vista tradicionales, representa sin embargo, en definitiva, incluso, una apertura, a semejantes
influencias extremas.
V
Otro
síntoma que no debe ser subvalorizado, en la contradictoria apertura hacia las
tendencias más subversivas, lo encontramos en el reciente volumen Cavalcare la
tigre, dónde Evola acoge benignamente, al menos a título hipotético, la fábula
de la próxima incipiente «era de Acuario», era de renovación espiritual en la
cual Occidente «estaría calificado para cumplir con una nueva función de guía y
de comando»[1].
Es
la anterior una conclusión más bien inquietante 30
y del mismo modo podríamos ver una «marca» bastante manifiesta en la señalada
toma de posición contra la participación en aquello que resta de efectivamente
tradicional, lo que nos recuerda el partido expreso tomado todavía más insistentemente por su ex secuaz Massimo Scaligero sobre el mismo
argumento.
También
según Evola, las formas tradicionales actualmente accesibles han perdido su
eficacia, por lo menos a los fines de una realización iniciática; respecto a la
cual, por otra parte, a su parecer, una vinculación ritual no sería para nada
necesaria, y, por el contrario, tal consideración dependería solamente de un
punto de vista «burocrático»: error que pone a nuestro autor, con la
justificación de combatir la «burocracia», en una abierta contradicción contra
los Maestros del Tantrismo (y hablamos naturalmente del tantrismo auténtico) 31, como así también contra el Vêdânta 32, el Taoísmo, el Zen 33
y el esoterismo islámico 34; ¡y por lo demás él
niega así también un requisito fundamental de vías mucho menos elevadas, dado
que la vinculación ritual se halla como una condición esencial para la eficacia
de la transmisión de la enseñanza hasta en las formas de baja magia!.
Y
nuestro autor no se limita a la mencionada negación de carácter general. Para citar
un caso sobre el cual él vuelve con una cierta insistencia en sus escritos,
recordamos que él niega, por ejemplo, la validez de la iniciación masónica,
sobre la base de consideraciones políticas ciertamente extrañas a la esencia de
la cuestión. En sostén de su tesis, él se refiere, entre otros, a indicios de
carácter «subversivo» presentes en ciertos rituales de los altos grados de la
Masonería escocesa. Al margen de la observación obvia de que al autor le habría
sido más provechoso buscar indicios del género en su propia obra, sería fácil
responder que tales grados representan un agregado muy tardío, fijados en modo
definitivo en el siglo en curso, a los tres grados fundamentales de la
masonería azul, de modo tal que su estructura no quita nada a la ortodoxia y,
mucho menos, a la validez tradicional de los primeros tres grados; en segundo
lugar se puede muy bien admitir la presencia de elementos heterogéneos en el
texto de determinados rituales 35 sin afectar
para nada la validez de los grados en cuestión a los cuales aquellos rituales
les fueron aplicados en un momento dado en ciertos países. Es evidente que la
cuestión es bien compleja, tanto como difícil sería considerar adecuadamente el
sentido de ciertos símbolos que se encuentran solamente en los altos grados de
la Masonería escocesa. En cuanto a basar las propias argumentaciones sobre
críticas de opiniones largamente difundidas entre los Masones, nos parece que
se trata de un caso típico de aquello de «reemplazar el principio por los
representantes» de una institución tradicional, que justamente Evola califica
como uno de los medios de la taimada acción disgregadora de la
«contra-iniciación» 36.
En
realidad, los símbolos y los ritos masónicos fundamentales conservados hasta
hoy no presentan ningún indicio de aquel trastocamiento completo que el autor
quiere ver en la actual iniciación
masónica. Semejante juicio no hace sino oponerse a una posibilidad de
revivificación tradicional, tal vez más preciosa de cuanto uno podría estar
tentado a pensar, en una situación general tan desfavorable como la actual. Y,
quiérase o no, nuestro autor apoya así a las tenebrosas calumnias de ciertas
corrientes clericales, eficazmente fomentadas por activos servidores de la
contra-iniciación, como el famoso Léo Taxil.
Por
otra parte, el hecho de que alguien venga a afirmar que no ha sabido ver nada
de iniciático en una iniciación, nos parece algo estrechamente conexo a sus
cualificaciones personales, y no creemos que haya nada de accidental en todo
ello.
Incluso
por lo que respecta al Cristianismo, como es notorio, la presentación evoliana
es fuertemente negativa, poniendo en duda
hasta la validez del Cristianismo desde sus orígenes 37.
Por
lo que respecta a Oriente, Julius Evola no ve en él sino un patrimonio espiritual
«residual» y se atiene a un punto de vista algo exterior, deteniéndose más que
nada en la consideración de situaciones políticas y sociales, ciertamente
desfavorables desde el punto de vista tradicional, sin preocuparse
prácticamente de la única cuestión esencial: aquella de la constante presencia,
incluso cuando devenida menos evidente, del espíritu tradicional integral y de
sus representantes destinados a mantenerlo vivo hasta el fin del presente ciclo
humano. Por otra parte, Evola afirma que la ayuda espiritual del Oriente no
podría dar lugar sino a «contactos "intelectuales"» y a «coloquios de
alto nivel entre elementos aislados, entre los cultores de sistemas
metafísicos», con los cuales «no se ganaría mucho» 38:
no nos podemos sorprender de que él haya dejado escapar un juicio semejante sin
ni siquiera cuidarse de dar al menos una apariencia menos superficial y profana
a su pensamiento.
Pero
no pensamos que sea el caso detenernos sobre los diversos puntos débiles y
sobre las diversas desviaciones existentes en la obra del autor, de la cual,
ciertamente, no pretendemos ofrecer un cuadro completo, tanto más cuando el
lector inteligente, al cual esta
temática interesase, no tendría demasiadas dificultades para hacer, él mismo,
un trabajo semejante de análisis y de aplicación. Por lo demás, todas las
desviaciones y los errores particulares, aunque sean prácticamente muy
relevantes, y aunque se refieran incluso a la concepción misma de la Tradición
y de su estructura, son, sin embargo, rigurosamente secundarias y subordinadas
a la ya señaladas comprensión defectuosa y pobre adhesión de fondo a la Verdad
metafísica, que de tantas formas se manifiesta a través de toda la obra de
Evola, a despecho de cualquier eventual afirmación contradictoria de principios
extraída de las doctrinas tradicionales.
No
obstante el carácter inevitablemente incompleto de nuestro examen, sobre
ciertas conclusiones nos parece sin embargo que no puede quedar ninguna duda.
Es verdad que los libros de Evola pueden representar una ocasión más bien
excepcional para la profundización crítica del mundo contemporáneo, y para
llegar a conocer ciertos elementos tradicionales importantes, de los cuales el
autor es muy frecuentemente un decidido y eficaz defensor. Pero no se puede hacer
menos que ver también, en la obra de Evola, la expresión más o menos
enmascarada de tendencias fundamentalmente antitradicionales y subversivas. Prácticamente, en lugar de
procurar integrarse a sí mismo en la Tradición, Evola ha buscado, por el
contrario, integrar la Tradición en su propio sistema de pensamiento,
encontrando así un modo de alimentar sus
propias inclinaciones y por lo tanto también las propias desviaciones
individuales. El mismo hecho de que él utilice elementos verdaderamente
tradicionales, encuadrados y alterados en función de su perspectiva, puede
provocar consecuencias particularmente deletéreas, neutralizando en su
nacimiento la eficacia de la aspiración espiritual, especialmente en quienes no
sean insensibles a la fascinación de ciertas sugestiones, y conduciendo a
posiciones totalmente estériles, si no decididamente opuestas a aquello que hay
de más fundamental en toda vía tradicional.
Sobre
todo por esto es que hemos considerado necesario examinar el pensamiento de
Julius Evola, deslindando además, en el modo más definitivo, nuestra
responsabilidad de aquella, grave, que él asume con su obra.
Giovanni
Ponte
POST SCRIPTUM
Después
de cuanto precede, nos quedan todavía algunas palabras que decir sobre un
artículo escrito por Evola a propósito de nuestra revista 39.
Verdaderamente
sentimos mucho que nuestro autor haya podido pensar que no apreciamos su obra
en su justo valor, valor al cual es bien comprensible que él considere
muchísimo. El nos reprocha severamente por nuestra pretensión de criticar un
libro suyo, obviando a este respecto el debido «sentido de la distancia».
Tenemos que asegurarle que, al contrario, encontramos la obra de Evola muy
distante del punto de vista que intentamos constantemente mantener, ni honramos
ni buscamos tener aquella «alta estatura personal» que él, no sin razón, nos
discute. Dice un proverbio oriental que el hombre no sería capaz de aumentar un
palmo su estatura, y sin embargo él no conoce límites en su pretensión.
Nosotros no sabemos si, por su parte, nuestro autor ha empeñado sus fuerzas en
acrecentar su estatura; de todos modos se habrá podido dar cuenta de que «tales
fuerzas tienen, en el fondo, la cadena medida» 40.
Por
otra parte, reconocemos voluntariamente su mérito en haber hecho conocer una
parte de la obra de René Guénon, aunque el hecho de que él la haya utilizado a
su modo nos obliga a un pesado y más bien fastidioso trabajo de clarificación
con nuestros lectores, muchos de los cuales están habituados a considerar casi
como sinónimos el punto de vista tradicional expuesto por Guénon y el punto de
vista ideal-mágico-viril-olímpico revolucionario, inventado y elaborado por
Julius Evola 41; en cuanto a nosotros, no vemos
como se podría discutir el derecho de considerar más digna de crédito la obra
de Guénon que la de Evola.
Aprovechando
la ocasión, precisemos también que no nos interesa en absoluto la personalidad
de René Guénon, o de cualquier otro en cuanto tal. Simplemente se puede
constatar que la obra de Guénon cumple una cierta función en una cierta época
(la nuestra) en la exposición de determinadas enseñanzas tradicionales
fundamentales verificables por ejemplo en textos hindúes, taoístas y del
esoterismo islámico, que habían devenido totalmente ignoradas o incomprendidas
para la generalidad de los Occidentales. Con esto no intentamos mínimamente
afirmar que los escritos de Guénon sean infalibles sobre cuestiones de detalle;
sino que lo son los principios que, una vez comprendidos, aunque más no sea
sólo teóricamente, no admiten ningún compromiso, y a Julius Evola le sucedió la
desgracia de fundar, precisamente en contraste con estos principios, su
edificio mental: es un verdadero pecado que así, para defenderlos, su combatividad lo haya llevado a emprender
una dirección que lo pone en una situación muy poco envidiable.
Julius
Evola llega a dar una interpretación psicoanalítica de nuestra posición, y
enuncia su diagnóstico con un sonado término germánico (suponemos freudiano):
«Geltungstrieb». No comprendemos por qué él se ha apoyado en algo así
típicamente «subversivo» como el psicoanálisis para combatir las ideas que
habíamos tratado de exponer. Y decimos esto restando el hecho de que por otro
lado reconocemos a quienquiera que sea el derecho de no encontrar de su gusto
el estilo de nuestros escritos.
Es
después singular que Evola nos reproche a nosotros, y hasta a René Guénon, la
carencia de «todo aquello que respecta al campo "existencial" y
operativo, las experiencias vividas, las directivas realizadas, mas allá de la
simple doctrina»; singular, decíamos, por parte de un autor que ha estado tan
complacido de escribir sobre la Tradición como para construir un gran monumento
literario, siempre conociéndola desde el exterior y sin integrarse jamás en una
de sus formas vivientes, lo cual, por sí sólo, habría podido representar su
«campo existencial y operativo» normal.
Lo
que verdaderamente falta en René Guénon ( y en el «mundo tradicional» ) es la
acción no subordinada al conocimiento (evidente monstruosidad para quienquiera
que tenga el «intelecto sano»), que sin dudas se encuentra en cambio en Evola,
todavía pertinazmente afirmada y exaltada en la reseña de la que hablamos.
A
este propósito, el autor pretende avanzar a través de las pruebas históricas de
la supremacía de la autoridad correspondiente a la acción sobre aquella
correspondiente al conocimiento: pero los casos citados por él, cuando no son
manifestaciones de un trastocamiento netamente heterodoxo, corresponden
simplemente a autoridades que sintetizaban en sí funciones de conocimiento y
acción, o más bien, eran anteriores a su diferenciación; la subordinación de la
acción al conocimiento era así realizada en la misma persona revestida de las
autoridades, siguiendo la misma relación que por lo demás, como es obvio, debe
existir siempre entre las facultades intelectivas y volitivas del hombre.
En
su argumentación, nuestro autor cree poderse apoyar en el dicho «post laborem
scientia», sin comprender que esta expresión, bajo forma de sucesión, pone justamente
a la acción en función de la «ciencia»; y por el contrario, observamos, el
término «labor» se refiere a una acción que, para ser verdaderamente eficaz,
debe estar guiada y ordenada por quien ya posea un conocimiento adecuado, y la
justa relación entre conocimiento y acción se encuentra, por lo tanto, en la
relación entre Maestro y Aprendiz, para expresarnos en los términos de las
iniciaciones artesanales a las cuales el dicho citado por Evola se aplica
exactamente.
Debemos
agregar que incluso las referencias del autor al Bhagavad Gîtâ son del todo
extrañas a la temática: si existe una «vía de la acción», ella es válida
precisamente para quien reconozca ante todo su total subordinación al Supremo
Conocedor; ella es así, por el contrario, un modo para realizar tal
subordinación, hasta llegar al conocimiento efectivo del vínculo interior, que
es después aquel de Arjuna con Krishna, según el simbolismo del mismo Baghavad
Gîtâ, ¡dónde se buscaría en vano el ideal de un Arjuna que, a través de la
acción, pretendiese devenir en un autosuficiente «individuo absoluto»! Por lo
demás, como luminosamente se expresa un texto metafísico como los Comentarios a
los Brahma Sûtra de Shankarâchârya, es evidente que «el conocimiento del
Principio (Brahmajnâna) no es el resultado de una actividad humana cualquiera,
porque por sí mismo, sólo, él es» 42.
El
hecho de que después en la práctica, para el hombre occidental moderno, una vía
de realización deba ser en gran parte una «vía de acción» (karma marga)
responde a una cuestión completamente distinta: se trata de la verdad de hecho,
sobre la cual estamos perfectamente de acuerdo, que el hombre contemporáneo,
incapaz por su naturaleza de una vía de conocimiento directo, tiene necesidad
de asumir en el modo más amplio la propia acción como soporte para la
purificación y la transmutación progresiva del propio ser. Y esto es posible,
lo repetimos, si tal acción está subordinada al conocimiento: ya sea a su
conocimiento teórico, ya sea al conocimiento de la autoridad destinada en algún
modo a guiarlo, indispensable para dar un alcance propiamente «ritual» a su
acción; no se olvide a este propósito, que el término karma traducido arriba
como «acción» significa en particular la acción ritual.
No
nos detendremos sobre la negación, por parte de Evola, de la necesidad de una
vinculación tradicional efectiva: ya habíamos hablado, y será útil volver a
hacerlo más bien en otro lugar, considerando otros aspectos de la cuestión. Por
otra parte, él nos hace notar que «la ruptura entre las formas de la vida
exterior y los residuos tradicionalistas exotéricos por una parte y toda
posible orientación trascendente por la otra, es ya para nosotros profunda e
irreversible», y, no injustamente, querría evitar que en nombre de una
«necesidad del exoterismo tradicional» se caiga en un «conformismo cobarde y
pequeño burgués». Es apenas el caso de decir que aquella «necesidad», excluida
por nuestro autor, debe y puede corresponder precisamente a la base de «aquello
que se refiere al campo existencial y operativo, la experiencia vivida, las
directivas realizadas más allá de la simple doctrina», según la ya citada
expresión evoliana, conduciendo inmensamente lejos de cualquier cómodo
conformismo. El prefiere en cambio afirmar su «vía de la mano siniestra»,
suerte de teurgia de parte de «profanos» que sugiere intentar, con una
desenvoltura verdaderamente excepcional. Nos abstendremos aquí de ulteriores
comentarios, incluso para evitar repeticiones ya no más necesarias:
recordaremos solamente que, según una tradición árabe, quien se presenta ante
una cierta puerta sin haber llegado de un modo normal está condenado a retornar
sobre sus pasos no más como simple profano, sino como sâhir (mago), y él
quedará así perpetuamente relegado en los estados inferiores y tenebrosos de la
existencia. ¿Tal vez, la enseñanza encerrada en esta simple advertencia ayudará
a algunos a reflexionar?.
Poco
después, en sus conclusiones, Evola nos acusa de haber alterado el sentido de
una observación suya sobre la vida sexual, la citaremos textualmente: «respecto
al mismo adulterio, es necesario no olvidar, que en el Oriente ario todo
pertenece a una casta superior que tenía más mujeres a su disposición y,
propiamente, más como objetos de uso que como «esposas» en el sentido occidental»
(La Dottrina del Risveglio, p. 170). Como se notará, el autor sostiene que los
arios de casta elevada no veían en sus mujeres más que «objetos de uso»,
justamente como habíamos escrito.
Nuestro
autor termina con una alusión intencionadamente irónica, diciendo haber sabido
que el autor de la reseña de la Dottrina del Risveglio desarrolla en la «vida
profesional» la actividad de juez de tribunal. Frente a esta noticia,
completamente fantástica, nos sería permitido pensar que, como fuente de información,
nuestro contradictor no es más atendible que como fuente de interpretaciones
doctrinales.
G.
P.
1
Ver la reseña de «La Dottrina del Risveglio», en el n.4, pp. 199-209; ver
además la reseña de Silvio Grasso sobre «Metafisica del Sesso», en el n.5, pp.
272-278.
2
En este punto el autor recuerda oportunamente y hace notar que las nociones «de
un descenso, de un progresivo alejamiento de una vida más elevada», y de la
venida de tiempos «más duros para la raza humana futura» eran en cambio «temas
bien notorios en la antigüedad tradicional».
3
Ver Rivolta contro il Mondo moderno, pp. 11-12.
4
Ibidem. Pág.12.5
5
Ibidem, pp. 15-16. Cfr. Rivolta contro il Mondo moderno, segunda parte, pp.
395-444.
6
Evidentemente, a este respecto Evola se ha basado en gran medida, sobre el
capítulo VII de la obra de Guénon Autorité Spirituelle et Pouvoir temporel
(«Les usurpations de la Royauté et ses conséquences»), al cual remitimos a los
lectores a los cuales interese la temática. En efecto, se puede comprobar que
los fases fundamentales de rotura de la historia europea implican una serie de
«usurpaciones» concatenadas entre ellas, contra aquello que corresponde a cada
casta, por parte de aquello que corresponde a la casta inmediatamente inferior.
A este propósito no podemos naturalmente dar aquí los elementos explicativos
adecuados. Nos parece de todos modos sintomático el hecho de que nuestro autor
demuestre no haber comprendido bien ni el sentido ni el punto de partida de tal
división (incomprensión ínsita en una pretendida autonomía y superioridad de la
realeza respecto a la autoridad espiritual, de la acción respecto al
conocimiento), como así tampoco su último punto de arribo, que no corresponde a
la revuelta de los Shûdra, sino más bien al posterior advenimiento de aquellos
«descastados» que pretenderán simular la instauración de un «orden nuevo» en
una falsificación de la espiritualidad y de la jerarquía originaria.
7
Cfr. Gli Uomini e le Rovine, cap. I, y además cap. XIII, pp. 190-191. Se trata
de un concepto que había sido expresado claramente por René Guénon en el
capítulo XXXI del «Règne de la Quantité», donde él llegaba a la conclusión de
que, como consecuencia de la situación actual, «el solo hecho de "tomar
partido"...contribuiría ya, en definitiva, pese a cuan inconscientemente
esto ocurriera, a una actitud verdaderamente antitradicional»; por nuestra
parte no intentamos detenernos aquí sobre las aplicaciones que Evola ha creído,
en cambio, poder extraer en el cuadro de los movimientos contemporáneos.
8
Cavalcare la tigre, p. 31.
9
Cfr. por ejemplo, sobre el existencialismo, Cavalcare la tigre, pp. 112-136;
sobre el arte contemporáneo, ibidem, pp. 211-237; sobre los límites del
«prejuicio literario» y del «prejuicio etnológico», con referencias a la
incomprensión del dominio tradicional, cfr. Il Mistero del Graal, pp. 9-14.
[1]
Cavalcare la tigre, pp. 192-193. Nuestro autor demuestra aquí haber sabido
sacar provecho de la exposición de tales argumentos realizada por René Guénon
en el Règne de la Quantité: cfr. particularmente la introducción y los
capítulos X y XVIII de tal obra.
10
Maschera e Volto dello Spiritualismo contemporaneo, II Ed. 1949. En tal volumen
Evola retoma temáticas tratadas ampliamente por René Guénon, en L'Erreur
spirite, y Le Théosophisme Histoire d'une pseudo-religion; cfr. además Le Règne de la Quantité (Cap.
XXIV y siguientes, particularmente cap. XXXII, XXXIV, XXXVI) así como el
artículo Le contraffazioni dell'idea tradizionale, en los números 4 y 5 de esta
revista. Es curioso notar que, en el libro antedicho de Julius Evola, René
Guénon es presentado sobre todo como exponente de una corriente de «retorno al
catolicismo» (p. 110), limitando así de modo muy singular el alcance de su
obra.
11
Teoria dell'Individuo assoluto. P. 308.
12
Ibidem. P. 100.
13
Ibidem. P. 233.
14
Ibidem. P. V.
15
Ibidem. P. 110.
16
Ibidem, P. 120.
17
Frente a tantos abusos a que ha dado lugar el término «magia», será bueno
precisar que su significado originario y legítimo se refiere propiamente a una
ciencia tradicional y, como tal, no de carácter empírico, sino subordinada a
conocimientos de un orden más profundo. Además, se trata de una ciencia
limitada a un dominio inferior (incluso cuando inmensamente más vasto que el
mundo corpóreo), al cual permanece cerrado aquello que es de orden espiritual y
supra-individual.
18
Cfr. Lo Yoga della Potenza, p. 170.
19
Cavlacare la tigre. P.94.
20
Ibidem. P. 96
21
Ibidem. P. 101.
22
Ibidem P. 110.
23
Siempre en Cavalcare la tigre, encontramos además una señal de la persona
absoluta en aquello que es «la culminación típica de un ser soberano» P. 157.
24
No se nos venga a decir que cuánto afirmamos corresponde a un punto de vista
solamente «sacerdotal - lunar», según una clasificación de las formas
tradicionales en gran parte fantástica e inventada por intérpretes occidentales
de una imaginación demasiado afiebrada. Téngase presente a este propósito, que
justamente la sumisión y la adhesión consciente del individuo a la Voluntad principial es la única actitud
que puede conducir a la realización válida y no ilusoria de aquel atributo de
Potencia que parece ser de sumo interés para nuestro autor, y cuya realidad
reside precisa y enteramente en el Principio universal.
25
Cavalcare la tigre. P. 325.
26
Gli Uomini e le Rovine (1953), P.178.
27
Gli Uomini e le Rovine (1953), P.199.
28
Ciertas prácticas sexuales, totalmente aberrantes para todo aquel que sea
extraño a algunas especialísimas corrientes tradicionales hindúes, y por lo
tanto para cualquier lector de Evola, ocupan aquí una parte importante. Nuestro
autor habla con una cierta frecuencia de niños que son «usados» (sic) en
determinadas «experiencias», lo que, si bien puede representar un atractivo no
indiferente para algunos, nos parece otro indicio bastante significativo de una
mentalidad completamente exterior y «profana» (cfr. la reseña de Sivio Grasso
a la Metafisica del Sesso, en el N(5 de
esta revista, p. 275).
29
La Dottrina del Risveglio. P. 141.
30
Ibidem, p. 142.
31
Cfr. Cavalcare la Tigre, p.210, donde se admite que en ausencia de tales
«situaciones traumáticas» es difícil que para el «tipo diferenciado» «la vía
del largo conocimiento de las dimensiones múltiples de lo real, conduzca más
allá de un cierto límite».
[1]
Introduzione alla Magia quale Scienza dell'Io, vol II, p. 443-444.
[1]
Cavalcare la tigre, p.22. En tal ocasión el autor se aventura en una
justificación fundada sobre la naturaleza simbólica de dicho signo zodiacal,
poniéndolo en correlación con el agua y, por lo tanto, con las posibilidades
latentes. Parece que sus nociones de astrología son de este modo más bien
aproximadas, dado que manual más elemental habría podido revelarle que se trata
de un signo de aire y no de un signo de agua.
32
Tanto más para un escritor que, aunque no sea sino por haber estudiado una obra
como Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps, debería haber podido
aprender que antes de un nuevo ciclo humano (Manvantara) habrá una fractura en
la condición temporal, esto es, si así se puede decir, un completo «fin del
mundo» para todo aquello que se refiere a la modalidad corpórea de la presente
humanidad.
33
Cfr. por ejemplo, sobre la importancia esencial del Gurú que transmite la
iniciación (diksha), el cap. XIII de los «Principios del Tantrismo»
(Tantratattva) de Shrîyukta Shiva Chandra Vidyârnava; cfr. también los
Preceptos de Dvagpo-Lharje, el Maestro tibetano sucesor de Milarepa, donde la
presencia de un Gurú capaz de guiar sobre el Sendero de la Liberación es
considerada expresamente como una de las «doce cosas indispensables».
34
La necesidad de la enseñanza iniciática, transmitida exclusivamente de padre a
hijo o de Maestro a discípulo, se encuentra expresada muchas veces, por
ejemplo, en las Upanishad ; cfr. entre otras la Kathôpanishad II, 8; la
Mundakôpanishad, I, 2; la Chhâdogyôpanishad, VI, 14, 1-2. El mismo concepto es
expresado del modo más claro e inequívoco en el Viveka-chûdâ-mani de
Shankarâchârya.
35
Cfr. a este propósito la precisa afirmación de Suan Che, discípulo del Sexto
Patriarca Chan, Huei Nêng, reportada en este mismo número, en la reseña de la
traducción del Fa-Pao-Tan-King.
36
Cfr. por ejemplo, Muhy-d-dîn Ibn 'Arabî, Tadbîrah, capítulo XXII: «Sabio o
murid, para la salvación de tu alma, la primera cosa que necesitas es sobre todo,
incluso si debieses ir a buscarla al fin del mundo, la búsqueda de un Maestro».
[1]
Se puede admitir sin más la existencia de signos de grave incomprensión, por
ejemplo, en un ritual citado por Evola, redactado por el Supremo Consejo de
Bélgica.
37
Cfr. Gli Uomini e le Rovine, p. 197. Naturalmente, por nuestra parte, no
intentamos en absoluto discutir la situación de decadencia y de incompletitud
de la Masonería actual respecto a aquello que fue la «Masonería operativa»:
pero esta es una cuestión completamente distinta, que considera problemas y
perspectivas bien diferentes de aquellas que derivarían en una pretendida
negación de la validez misma de la iniciación masónica.
38
Cfr. A este propósito, quisiéramos recordar una observación bastante
significativa: el relato de la adoración de los tres Reyes Magos, que de hecho
sirve para representar el reconocimiento de Cristo, como autoridad espiritual,
por parte de quienes detentan la Tradición, es curiosamente definido por Evola
como ¡una «tentativa» de atribuir un carácter tradicional al Cristianismo! (Il
Mistero del Graal, p.51).
39
Cavalcare la Tigre, pp. 20-21.
[1]
René Guénon e la «scolastica» guénoniana, en la revista Il Ghibellino, Enero
1963.
40
Cfr. Cavalcare la Tigre, p. 19.
41
Por lo demás, no parecería que tan gran equívoco le desagradara mucho; así, por
ejemplo, en la reciente edición del Mistero del Graal (p. 9), hablando del
sentido que él da al término «mundo tradicional» ama precisar que «tiene el
mismo sentido que R. Guénon y su grupo le han dado». Notamos de paso que la
referencia a un presunto «grupo» de René Guénon, que en realidad jamás existió,
no se puede explicar sino por la defectuosa información del autor.
42
Comentario al 1( Adhyâya, 1( Pâda, 4( sûtra.
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