martes, 22 de diciembre de 2009

Fiestas y cabalgatas (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila 20-dic-2009)

A LA LUZ DE UNA CANDELA

FIESTAS Y CABALGATAS
Jose Jiménez Lozano, premio Cervantes
(Diario de Ávila 20-dic-2009)


Resulta una evidencia que en nuestra Europa de hoy entra co­mo un componente más de la vida pública una cierta cristofobia, espe­cialmente en minorías muy bien si­tuadas e influyentes desde el punto de vista político y cultural sobre to­do, y con los correspondientes pe­nosos reflejos en los planos de la cul­tureta y de las politiquerías más ba­jas. Es decir, sin haber llegado todavía a la siniestra Revolución chi­na contra las antigüedades, por un camino paralelo van las cosas, en el aspecto de la cultura como nivela­dor de ignorancias, y en el plano del intento de liquidación del cristianis­mo; y digamos que, a fuerza de re­gresión a los doscientos y pico años atrás en la historia; y a fuerza de olvi­do de veinte siglos ni más ni menos. Así que nos bañamos en este inmen­so Leteo o río del olvido, y en esta La­guna Estigia que está a la otra orilla del vivir, y quedamos llanos como una tabla rasa en la que no solamen­te no hay nada escrito, sino nada re­cordado. Y estos asuntos de la Navi­dad y de los Reyes, que antes depen­dían del conocimiento y de los adentros del ánima, ahora depen­den de la Sección de Producciones Culturales y Faraónicas, que tornan nuestros ojos y nuestras almas en meras covachas de política, sociolo­gía, y espectáculos.

Podríamos evocar, por ejemplo, la catarata de hipótesis y malabares mentales que se exhiben, pongamos por caso, para mostrar a unos alum­nos en un museo un cuadro de la Huida de la Sagrada Familia a Egip­to. Para explicar de dónde vienen y a dónde van y quiénes son los tres per­sonajes de él, sin aludir para nada al universo religioso en cuyo seno ha­bía nacido la pintura, se decide concluir que trata del éxodo del campo a la ciudad.

Las avanzadas peda­gogías de los últimos años se han llevado to­do el mundo cultural por delante y se ha des­cubierto un idioma, como decía el recién muerto Leszek Ko­lakowski, que per­mite hablar de to­do sin haber es­tudiado nada; y explicarse la complejidad del ser hu­mano mediante las proteí­nas que nos sacaron de entre los antropoides. Ya no precisamos saber más. ¿Para qué?

En punto a Belenes y Cabalgatas de los Reyes Magos, la mayoría de las autoridades munici­pales se atenían a la tradición, más o menos ilustrada luego con algunos esplendores y aditamentos, por ejemplo, como los esplendores que hay en esas escenas en la pintura oc­cidental, como las de Sassetta o Pao­lo Uccello Pero estos esplendores guardaban lógicamente, la exigible respetuosa distancia para que aque­llo no fuera confundido con los jol­gorios de una feria, o los excesos de un parque temático. Lo que son precisamente hoy, por determi­nación de los direc­tores de la puesta en es­cena de todo eso para ha­cernos olvidar la antigualla cristiana, porque, como decía Ernst Bloch, -el cris­tianismo es altivez y voluntad de no dejarse tratar co­mo ganado», y no puede haber nada más intole­rable en medio de nuestras famosas liber­tades. No hay que men­tar la bicha.

jueves, 17 de diciembre de 2009

ANTECOMIENZO (José Angel Valente)

ANTECOMIENZO

No detenerse.
Y cuando ya parezca
que has naufragado para siempre en los ciegos meandrosde
la luz, beber aún en la desposesión oscura,
en donde sólo nace el sol radiante de la noche.
Pues también está escrito que el que sube
hacia ese sol no puede detenerse
y va de comienzo en comienzo
por comienzos que no tienen fin.

Jose Angel Valente
(Orense, España; 1929 - Ginebra, Suiza; 2000),

lunes, 30 de noviembre de 2009

Caridad de lejanías (Juan Manuel de Prada)

MAGAZINE Firmas

Caridad de lejanías.

Juan Manuel Prada

XLSEMANAL 29 DE NOVIEMBRE DE 2009



Se atribuye a Stalin una frase desalmada (aunque quizás exactamente podríamos calificarla de «desencarnada», como enseguida veremos) que reza así: «Un muerto es una tragedia; un millón de muertos, mera estadística». Y, en efecto, basta contemplar la tragedia más encarnizada desde una atalaya (desde una perspectiva, en fin, que nos permita su contemplación panorámica) para que tal tragedia se convierta en una mera cifra, en una realidad abstracta; porque sólo allá donde se toca el dolor concreto, allá donde se abraza el dolor encarnado en alguien que sufre surge la verdadera compasión, la posibilidad de padecer con el otro, que así se convierte en prójimo. La enseñanza de Stalin ha alcanzado hoy un grado de perfeccionamiento que ni siquiera él hubiese soñado; y, paradójicamente, lo ha alcanzado disfrazado de humanitarismo v engalanado de bonitos y retumbantes discursos filantrópicos.

Esta `caridad de lejanías', rasgo característico de nuestra época, va la vislumbraba Dostoievski en un pasaje de Los hermanos Karamazov, en el que Zósima detalla una conversación que ha mantenido con un amigo suyo: «Amo -m decía- a la Humanidad; pero, para gran sorpresa mía, cuanto más amo a la Humanidad en general, menos amo a la gente en particular, como individuos. Más de una vez he soñado con pasión servir a la humanidad y quizás hubiera subido al calvario verdaderamente por mis semejantes, si hubiera hecho falta; pero no puedo vivir con una persona dos días seguidos en la misma habitación, lo sé por experiencia. En cuanto siento a alguien cerca de mí, su personalidad oprime mi amor propio y estorba mi libertad. En veinticuatro horas puedo cogerle manía a la mejor persona: al uno porque se queda demasiado tiempo a la mesa, al otro porque está resfriado y no hace más que estornudar». De esta incapacidad para «amar a la gente en particular», tan característica de nuestra época, nos brindan diario testimonio los medios de comunicación, muy diligente en ofrecer (maquillados o magnificados, según cual sea su adscripción ideológica los datos mensuales de crecimiento del paro o de la morosidad, pero cada vez más reacios a mostrarnos el dolor encarnado de quienes sufren las consecuencias de un despido o un desahucio. Y mientras el periodismo que desentraña cifras v datos estadísticos (casi siem­pre para embrollarlos y oscurecerlos) aumenta hasta la hipertrofia, el periodismo que fija su atención en las tragedias menudas de la gente se adelgaza hasta la consunción: por cada crónica o reportaje en el que los estragos de la crisis ,encarnan' en una persona que la sufre en su pellejo, hallamos en los periódicos y noticieros mil análisis de `expertos que dilucidan datos macroeconómicos que auguran crecimientos o caídas de consumo, que en definitiva `desencarnan' la tragedia y la convierten en una estadística. Y, una vez `desencarnada la tragedia por `expertos' analistas, periódicos y noticieros pueden permitir­se rematar la faena con discursos filan­trópicos o diatribas contra la ineptitud de los gobernantes.

En la parábola del Buen Samaritano, Jesús nos enseña que el prójimo no es una amorfa y difusa categoría estadística, sino alguien a quien puedo nombrar por su nombre, alguien a quien me tropiezo en el camino, cuyas llagas puedo tocar con mis propias manos, cuyo sufrimien­to puedo cargar sobre mi espalda. El sacerdote v el levita que pasan de largo ante el viajero herido, presurosos por llegar a Jerusalén, no son -como a sim­ple vista pudiera parecer-- monstruos de crueldad. Por el contrario, es más que probable que tengan prisa por llegar a Jerusalén para endilgar un discurso filantrópico, para lanzar una prédica en la que quede patente su inmenso amor a la Humanidad; es más que probable que pasen de largo ante el viajero herido por­que su atención se halla concentrada en la preparación de esa prédica o discurso; es más que probable que se parezcan demasiado a nosotros mismos.

Es más que probable, en fin, que cul­tiven la caridad de lejanías que Dostoie­vski vislumbraba en Los hermanos Kara­mazor, la misma caridad desencarnada que reduce las tragedias a estadística. Porque la caridad verdadera se encar­na en la tragedia de cada hombre que sufre; y esa caridad oprime demasiado nuestro amor propio (esto es, la quietud de nuestra conciencia) v estorba nues­tra libertad (para trepar a una atalaya v desde allí lanzar bonitos discursos). Pero sospecho que no hay caridad encarnada sin fe en la Encarnación.

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miércoles, 25 de noviembre de 2009

Vuelta a la tribu (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila 22 -11-2009

A LA LUZ DE UNA CANDELA
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, PREMIO CERVANTES
Diario de Ávila 22 noviembre 2009

Vuelta a la tribu

Hay gestos y determinaciones más o menos conscientes en torno a asuntos como el de la fiscalización de la vida privada o el echar mano de lis­tas negras y el de los sambenitos, o presentar a los eventuales transgreso­res de la ley como portadores de ver­güenza individual, familiar y hasta de grupo, que son sumamente intran­quilizadores no ya respecto a lo que es una democracia - que aquí entre nosotros no está seguro que sepamos lo que es -, sino en cuanto al peligro que corren conquistas de la civiliza­ción pura y simplemente.

Parece, en efecto, que deberíamos preguntarnos seriamente cómo es que a estas alturas de la evolución de las costumbres, del Derecho Penal, y de la consideración general de la per­sona ante la ley pueden ocurrírsenos ciertas cosas que ya hace más de un par de siglos se consideraban verda­deramente bárbaras. La dulcificación y civilidad de las costumbres a este respecto se refleja en España en las primeras legislaciones liberales; es decir, el principio de que la pena o castigo del delito no podía llevar apa­rejada la ignominia personal del de­lincuente, lo que variaba radicalmen­te todo el modo de pensar y de en­tender las cosas anterior. Porque históricamente la ignominia del con­denado y hasta de su parentela debía acompañarlo, y las conductas repro­bables, aun sin ser delictivas llevaban aparejadas como castigo una ver­güenza pública. Pongamos por caso el hecho de que dos mujeres no sólo se llenaran de improperios sino que vinieran a las manos en la vía pública con daño para la paz y buenas cos­tumbres ciudadanas; entonces se co­locaban las muñecas de sus brazos en un solo cepo que apresaba los cua­tro miembros y así aparecían en pú­blico, para irrisión de éste.

Pero no habría rollos ni picotas pa­ra tanto ciudadano que pone de todos los colores a otro y a toda su parente­la, color social o político etc. Y desgra­ciadamente tampoco va a haber sambenitos para conservar la me­moria histórica de la maldad o «ganado roñoso» y «afrenta que nunca se acaba» como decía el Maestro fray Luis de León de las decisiones infamantes del Santo Oficio que resultaban menos lle­vaderas que las propias penas. Y hoy nos horroriza todo esto, y con razón; pero no podemos ser tan hipócritas como para olvidar que esas ocurrencias de las listas negras, las memorias infames con desentierro de huesos incluido, y las intromi­siones en la vida privada son del mismo género que aquella bar­barie antigua, están en el mismo plano moral que todas aquellas cosas de las que decimos horro­rizamos.

Costó siglos en conseguir que incluso en un delincuente se vie­ra un hombre, y se respetara su dignidad, pero ahora nos resulta facilísimo poner coroza y sambenito de maldito, fisgar en la vida del próji­mo o hacer que los hijos de los que comieron agraces tengan que doler­se de dentera. Es el regreso al mun­do tribal, o son los primeros efectos de un poder global sobre nuestras vi­das. Se siente un cierto escalofrío en la espalda .

martes, 24 de noviembre de 2009

Tecnología y elección moral (Juan Manuel de Prada, XLSEMANAL 22-11-2009)

MAGAZINE Firmas
XLSEMANAL 22 DE NOVIIEMBRE DE 2009


Animales de compañía
Por Juan Manual de Prada

Tecnología y elección moral

El escándalo provocado por ese sistema de intercepta­ción telefónica (Sitel) que permite almacenar infor­máticamente v acceder de forma casi instantánea a los millones de conversaciones que, a cada minuto, mantenemos los desavisados usuarios del teléfono me sirve corno muletilla o excusa para reflexionar sobre los efectos -aparentemente inocuos, sibilinamente inicuos- que la tecnología ejerce sobre nuestras elecciones morales. Hay quienes sospechan que ese sistema de inter­ceptación telefónica -versión sombría de aquel Aleph que permitía al prota­gonista del relato borgiano espiar de forma simultánea el vasto mundo- está siendo utilizado sin autorización judicial; v quienes afirman que pronto no. habrá comisaría de policía que no cuente con un artilugio que permita escuchar las conversaciones de los delincuentes. Y también, convendría añadir, las conver­saciones de quienes no son delincuentes, las conversaciones de cualquier hijo de vecino que susurra ternezas al oído de su novia, que se enzarza en disputas domésticas con su suegra, que intercam­bia confidencias con su amigo, que alivia las inquietudes de su hijo adolescente. Un artilugio, en fin, que con un simple golpe de tecla pueda saquear nuestra intimidad, como aquel diablo Cojuelo de Vélez de Guevara que levantaba los teja­dos de las casas.

Una vez que se posee un artilugio de estas características, ¿quién se privará de utilizarlo? La tecnología, al simplificar acciones que hasta hace poco resulta­ban costosas o erizadas de dificultades, simplifica también las decisiones mora­les que las preceden. Imaginemos, por ejemplo, a alguien que se siente incesan­temente perjudicado, hostigado, escar­necido por un enemigo al que odia. Es probable que, en un momento de calen­tura u ofuscamiento, desee la muerte de ese enemigo; e incluso no es del todo inverosímil que, siquiera por un segundo, fantasee con la posibilidad de matarlo con sus propias manos. Pero, salvo que el odio que profesa a su enemigo sea muy enconado v su conciencia irás negra que el betún, bastará que repare en la enor­midad del crimen con el que acaba de fantasear para que lo repudie y lo expulse de sus pensamientos; v puede, incluso, que aunque no lo repudie acabe por descartarlo, por temor a las consecuencias que su desvelamiento le acarrearía, o por mero desaliento ante el cúmulo de fati­gas que su preparación exige. Pero imagi­nemos ahora que esa misma persona que se siente incesantemente perjudicada, hostigada, escarnecida por su enemigo tuviera la posibilidad de matarlo pulsando el botón de un dispositivo elemental, como pulsamos una tecla para que aparezca una letra en la pantalla de nuestro ordenador o pulsamos la palanca de la cisterna de nuestro inodoro después de de evacuar las tripas; y que, después de pulsar ese botón, nada volviera a saberse de ese odiado enemigo. ¿Verdad que, al simplificarse el crimen, la decisión moral que precede a su comisión se simplifica también? Se simplifica, en realidad, hasta hacerse nimia; y si la tecnología nos permitiera matar a nuestros enemigos como hoy matamos marcianitos en un videojuego, sospecho que la conciencia moral de muchos se adelgazaría hasta la consunción.

La tecnología terminará por minar la resistencia de nuestra conciencia moral; la está minando ya, de hecho, sin que apenas lo advirtamos. El pornógrafo que hasta hace poco deseaba satisfacer sus apetitos tenía que bajar al quiosco a comprarse una revista guarra, y antes aún tenía que internarse en un submundo de clandestinidad donde se comerciaba con los materiales que alimentaban su rijo; y el paseo hasta el quiosco o el descenso al submundo clandestino donde se comer­ciaba con la pornografía comportaban un riesgo - de verse involucrado en sórdidos trapicheos, de verse simplemente des­cubierto y señalado- que favorecía la floración de conflictos de conciencia. La tecnología ha neutralizado ese riesgo; y al neutralizarlo, dificulta que tales con­flictos afloren, de tal modo que no sólo el pornógrafo inveterado, sino cualquier usuario de Internet se siente tentado -por curiosidad malsana, por aburri­miento, por mera disposición lúdica- a bucear en cualquier sentina pornográfica virtual: la elección moral es ensordecida por una pulsión instantánea; y todos los dilemas se resuelven apretando una tecla.

Una simple tecla. ¿Quiénes resistirán la tentación de escuchar conversaciones ajenas y de perpetrar tropelías aún más pavorosas cuando la tecnología allane el escollo de la decisión moral hasta hacerlo añicos?

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miércoles, 11 de noviembre de 2009

Nacionalismo e internacionalismo (Jacques du Perron)

Una de las cuestiones que suscita siempre imprecisión en su concreción es el tema del nacionalismo, sobre todo en España, donde al revés que en la mayoría de los pueblos de Europa la palabra se refiere en principio más a los micronacionalismos periféricos que no a la propia España, donde nunca fue fuerte el nacionalismo al estilo moderno, quizá debido a lo que algunos denominarían sin rubor atraso secular en adaptar tarde y mal las ideas emanadas de la Revolución francesa. Menos aún sería cuestión de hablar de nacionalismo a la moderna en Castilla, donde, como recordaba Miguel Delibes, los castellanos tan solo se sienten vagamente españoles. Eso no obsta a la existencia de minúsculos grupos que se reclaman de nacionalismo castellano, por imitación bastante simiesca de los micronacionalismos periféricos, y dando al adjetivo castellano un sentido abstracto, bastante divagante que se corresponde poco o nada con lo que con cierta precisión se podría denominar castellano de acuerdo a las singularidades históricas.

Es interesante a este respecto el análisis que desde un punto de vista tradicional hace Jacques du Perron, en el capítulo VIII de su libro: DÉCADENCE ET COMPLOT. Droite et Gauche. Tradition et Revolution. Tome II. Éditions Godefroy de Bouillon. Paris 1998, que se trascribe íntegramente traducido al castellano.

Propone el autor unas aproximaciones al fenómeno nacionalista bastante ilustrativas, asi: "Los orígenes plebeyos del nacionalismo le transmiten numerosos caracteres que resultan de la psicología de las masas. "El nacionalismo no tiene teoría, a penas un programa: tiene antipatías potentes, aspiraciones vigorosas; es instintivo, pasional, sacudido por impulsos furiosos. ". Una caracterización que no es en absoluto extraña a los habitantes de la península ibérica, donde se sabe ahora mismo no solo de impulsos furiosos sino también criminales, convenientemente camuflados como guerra de liberación nacional, faltaría más.

Prosigue con su caracterización del moderno nacionalismo: “encuentra un terreno eminentemente favorable en las muchedumbres democráticas a las cuales da a la ilusión de ser los dueños de sus dueños; y al introducir el procedimiento de la delegación, da esta ilusión un color jurídico que place a las masas que luchan por sus "derechos." O también este otra: "las masas se divinizan ellas mismas instituyendo el culto de la Nación." El siglo XX y al parecer también el XXI ha tenido y sigue teniendo sobradas muestras de las masas siguiendo histéricas sus banderas y consignas lo mismo en Nürmberg que en Bilbao o en Tirana.

El nacionalismo aspira a su estado nacional, faltaría más, por privilegios de supremacía racial, no solamente esgrimidos por un Sabino Arana sino también por catalanes como Pompeu Fabra y otros conspicuos líderes del nacionalismo catalán, aunque ocultado esto en lo posible tras la II guerra mundial; una más próspera situación económica y unos supuestos y horribles agravios históricos, que se pretenden comparar al genocidio armenio, judío o al gulag soviético, hacen perentorio en el discurso micronacionalista la exigencia inexcusable de un estado nacional fieramente independiente y ya, so pena de multiplicar crímenes y atropellos como tributo al ídolo nacional. Del estado nos dice Jacques du Perron: Estado nacional, Evola pone de relieve la reducción de nivel espiritual, el paso de la calidad la cantidad, verdadero descenso al infierno, consecutivo al nacimiento del nacionalismo que se sitúa a nivel más bajo, el de la masa. "Es sobre esta masa que actúa el nacionalismo, por medio de mitos y sugestiones propios a galvanizarla, despertar instintos elementales, halagarlo con perspectivas quiméricas de primacía, de privilegios y de potencia. Cualesquiera que sean sus pretensiones de referirse una raza u otra, la sustancia del nacionalismo moderno no es un etnos, sino un demos, y su prototipo es el prototipo plebeyo suscitado por la Revolución francesa. "

En realidad el nacionalismo moderno, hijo de la Revolución francesa, es solo el primer paso hacia un internacionalismo global hacia cual ha tendido lo mismo el movimiento socialista que la alta finaza internacional. La pretensión igualitaria no solo pretende hacer tabla rasa de estamentos, privilegios y demás formas de distinción en una solo nación sino en el mundo entero. Pero en un mundo que siendo las pautas revolucionarias cada es vez más unitario, las diferencias económicas entre naciones y clases sociales cada vez son mayores, lo que hace cuestionarse al autor acerca de las intenciones ocultas de la Revolución: ¿Quiere verdaderamente establecer la igualdad? ¿O no es más que un señuelo destinado seducir a las muchedumbres?.

¿Cuál es entonces el verdadero fin de la Revolución? , la respuesta no deja lugar a dudas: la revolución deseada es moral y espiritual, una anarquía por la cual todos los principios establecidos durante diecinueve siglos serán invertidos, todas tradiciones pisoteadas por los pies, y finalmente el ideal cristiano suprimido." Si tal es el objetivo de la Subversión, no puede faltar de manifestarse en todos los ámbitos de la existencia y particularmente en el ámbito religioso; se trata no solamente de luchar contra la Religión, sino de crear una contra-religión.

Y añade: el resultado lógico del pensamiento revolucionario que no ha dejado desde siglos de poner todo en cuestión, de combatir los fundamentos de las sociedades humanas, incluido del orden cósmico.

De acuerdo con esta visión: el socialismo no es un programa de división de las riquezas, sino en realidad un método de consolidar y controlar la riqueza. Aunque hay todavía demasiada ignorancia e ingenuidad este respecto. La corriente mundialista, de la que nuestro autor opina que es demasiado potente para que se la reduzca a la acción de simples idealistas, por numerosos que sean, está básicamente impulsada por la alta finanza internacional y el socialismo en sus diversas variantes y a nivel de sofismas intelectuales por la teoría del Caos de la que afirma taxativamente : La teoría del Caos sería a nivel filosófico lo que es el socialismo a nivel político. De hecho entre las hipótesis sófisticas de dicha teoría se encuentra una vaga solidaridad en base a la cual se propugna la liquidación de los viejos estados nacionales en pro del mundialismo, mediante la revivificación de las fórmulas federativas y confederativas para sobrepasar el Estado-nación." En España se oye hablar mucho de eso, es al parecer la panacea de muchos micronacionalistas; de lo que no cabe duda sin embargo es que una balcanización de la península ibérica facilitaría mucho las cosas en pro de una rápida mundialización, sobre todo a la alta finaza internacional; probablemente detrás de todo esto haya fuerzas mucho más poderosas que los partidos micronacionalistas conocidos públicamente.

La Revolución, que según el autor comenzó mucho antes del episodio histórico de la revolución Francesa, precisa para sus fines una revolución a nivel pedagógica, de la cual dice: Conocer esta revolución pedagógica permite accesoriamente explicar el hecho paradójico de una subida constante de los créditos consagrados a la Enseñanza seguida por una reducción no menos continua de la calidad de los estudios. En efecto, no se trata ya de despertar los espíritus y de transmitirles un conocimiento, sino del transformarlos en instrumentos flexibles del futuro Orden mundial. De eso sabemos también un poco en España; ahora comienza precisamente una nueva etapa de dicha revolución con la formación para la ciudadanía.

El autor concluye este capítulo con la siguiente conclusión: En cualquier caso, podemos pretender, en virtud de todos los elementos de los que disponemos, que el reino de la Igualdad no es más que un objetivo secundario de la Revolución, su objetivo principal, pero oculto, consiste establecer un régimen totalitario que será la prefiguración de reino del Anticristo.

lunes, 19 de octubre de 2009

Promover la promiscuidad, una prioridad (XLSEMANL)

Correo, cartas, fax,e-mails

XLSEMANAL 18 de octubre de 2009

Promover la promiscuidad, una prioridad.

Si Rodrí­guez Zapatero ha tenido buen cuidado de proteger la intimidad de sus hijas en la famosa foto, por el contrario impulsa el quebranto de la intimidad sexual, que abarca el intelecto, el espíritu y el cuerpo de las adolescentes de este país. Como madre de una menor, temo que muchas se animen a iniciarse en el sexo al poder obtener la píldora pos-coital a la vuelta de la esquina, con la proliferación lógica de enfermedades sexuales y el estrago de su afectividad. Como farmacéutica que soy, me parece inadmisible que si me niego a dispensar la píl­dora sea multada con hasta 90.000 euros, o sea arrui­nada. Cuando para muchos medicamentos es indispen­sable receta, ¿cómo la píldora del día después -que tiene entre sus efectos la expul­sión del embrión recién con­cebido, es decir, es abortiva­- no necesita receta, aun cuan­do no cura nada, sino todo lo contrario? ¿Qué mujeres se formarán para el futuro? Mujeres incapaces de asumir las consecuencias de sus actos, libertinas incapaces de formar una familia con las responsabilidades que conlleva, porque promover la promiscuidad juvenil es hoy una prioridad de Zapatero.

ISABEL PLANAS. VALENCIA

martes, 13 de octubre de 2009

El mercado perdido. Critica del mito liberal 2 (Michael Lainé)

3 Equilibrio general, desequilibrio del pensamiento

Déjese transportar a un mundo liberado de las escorias pasionales que obstruyen el entendimiento, un mundo más puro, más auténtico. Despójese de sus últimas certidumbres. Y su espíritu se elevará entonces al universo intangible de Arrow y Debreu

El tiempo desarticulado

La marcha de Arrow y Debreu es triple: determinar que abandonado a si mismo, el mercado desemboca en un equilibrio único, estable (en caso de conmoción, vuelve a su posición de partida) y óptimo.

No se figure, trufados los sesos de palabrería científica que el tiempo fluye. Progresa a tirones “El intervalo de tiempo en el cual tiene lugar la actividad económica se divide en un número finito de intervalos elementales compactos de longitudes iguales […] numerados por orden cronológico”

Un razonamiento análogo vale para el espacio de actividad económica. Este se presenta bajo la forma de un terreno cuadriculado.

En el mercado no intervienen más que dos tipos de actores, los consumidores, que hacen también el oficio de accionistas, y los productores. Cada uno de ellos se define por dotaciones iniciales propias (presupuesto, educación). En función de estas dotaciones y de sus gustos o preferencias es como van a determinar sus compras y sus ventas. En el instante en que los individuos deciden sus acciones futuras no existe la pobreza. Feliz el mundo que conoce la prosperidad. La marcha de Arrow y Debreu consiste justo en mantenerlo.

La naturaleza humana no tiene nada de complejo: el hombre pretende siempre su propio bien. Busca maximizar su “utilidad” (se dice a veces su “satisfacción” , pero el concepto es el mismo) . El consumidor pretende consumir lo más posible, teniendo en cuenta sus dotaciones iniciales y sus gustos o preferencias. El es, además, coherente y potencialmente insaciable. La única cosa que le refrena es ¡su presupuesto y no su estómago! El productor, por su parte, “maximiza su provecho que distribuye a los consumidores-accionistas. No se imagine que alguno pueda amar su oficio y extraiga de ahí la fuente principal de satisfacción. No vaya a figurarse que retome la empresa familiar por el gusto del esfuerzo o para ver perpetuados los valores parentales. No hay más que una ley en este bajo mundo para los productores: sacar pasta; no existen más que autómatas gobernados por la voluntad de maximización de su “utilidad” bajo limitaciones.

Un sistema centralizado

Todos las formulaciones de ofertas y demandas , de parte de los agentes, , pasan por un tasador (o “pregonero de precios” en la termología de Walras). Concretamente esto significa que los actores económicos no se reúnen. Se definen en primer lugar por sus necesidades Tal productor dirige sus demandas al tasador, Este, a su vez, le indica el precio de las diversas mercancías que desea procurarse. Los productores no arreglan su elección, en este sistema semi-planificado, más que en función de las señales de precio que reciben (se dice que son únicamente “price takers”). No se preocupan de eventuales problemas de mercado, pues saben que el papel del tasador es alcanzar el equilibrio general. Los precios presentan así la doble característica de ser únicos y conocidos por todos.

Se deriva que debe haber atomicidad de ofertantes y demandantes. Tal que ninguno de ellos tenga el poder de influenciar, por su comportamiento, sobre la determinación de los precios. De la condición de atomicidad se sigue la de homogeneidad (una mercancía no se diferencia de su concurrente ¿que justificaría las marcas?), a falta de la cual se asistiría a un florecimiento de sub-mercados parcialmente incompatibles entre ellos en los cuales ciertas empresas estarían en situación de monopolio o duopolio. En el universo de Arrow y Debreu no hay lugar para las multinacionales. El gigantismo industrial no es más un sueño vacío manufacturado por algunos histriones de espíritu trastornado.

La incertidumbre fuera de la ley

La actitud del productor está desnuda de complejidad. El combina diferentes bienes (o inputs) para componer la mercancía (o outputs) que oferta al público mediante un precio determinado por el tasador. Todo se desarrolla en el instante inicial donde el individuo se vuelve mayor. El problema surge que la óptica de los dos teóricos es una modelización matemática. Y si hay un fenómeno irreducible a una ecuación, es justamente este: la incertidumbre. Para los liberales es simple todo se reduce a un cálculo de riesgo. Esto implica que de los actores económicos que tengan un conocimiento perfecto si no del conjunto de los acontecimientos futuros, al menos de la probabilidad asociada. Debreu llama a esto “la hipótesis de certidumbre”. El cree inyectar aquí la incertidumbre, introduciendo el concepto de mercados condicionales. Esta astucia se prueba tanto más indispensable cuanto que los agentes fijan, en el instante inicial, el conjunto de sus comportamientos. Ahora bien , sería por lo menos delicado hacerlo si no se tuviera conocimiento, con suficiente certidumbre, de las características de los bienes futuros.

Eliminada la incertidumbre, conviene obrar de manera que la oferta y la demanda de mercancías pueda representarse bajo la forma de funciones matemáticas que den lugar aun trazado de curvas, representado el punto de encuentro de estas el equilibrio de la economía, a este fin es necesario que sigan siempre esta regla; la oferta varía en proporción creciente a los precios y la demanda en proporción inversa. En otros términos la especulación está desterrada del mundo etéreo de Arrow y Debreu. En efecto esta se caracteriza por esa situación particular en que la demanda aumenta cuando los precios crecen, pues se espera que continúe su ascenso. Aquí se trata de obtener el trazado de bellas curvas, por tanto de evitar la especulación ya que esta conduce a la indeterminación de funciones de oferta y demanda. La hipótesis de certidumbre adosada a este sistema completo de mercados la hace imposible.

Equilibrio y óptimo

El planteamiento de los liberales, como se ha señalado, es triple. La existencia de un equilibrio no es suficiente; es preciso aún que sea único y estable, e decir que vuelva a su punto de partida en caso de crisis.

A partir de ahí para que el mercado no tenga más que un solo punto de equilibrio, es decir un solo punto igualando la oferta y la demanda, es preciso referirse al teorema de Kakutani . El teorema de Kakutani afirma que toda función convexa, acotada y semicontinua (a fortiori continua) está asociada al menos a un punto fijo, asimilado aquí al equilibrio. No prueba en cambio que no exista más que uno, aunque ciertos autores hayan querido ver aquí la eficacia de los mercados. Con esta exigencia, los costes deben ser deben ser enteramente variables, es decir fluctuando paralelamente ala producción. Una función no sería continua en presencia de costes fijos, ya que estaría convulsa por saltos correspondientes al incremento brusco de cargas resultantes de la introducción de un nuevo equipo, de una nueva máquina, de un local, ect.

Otras dos exigencias: la necesidad de intervención de un tasador y el hecho que las dotaciones iniciales de las familias son suficientes para su supervivencia. En primer lugar, el arbitraje entre la oferta y la demanda realizado por los precios implica que no hay ninguna transacción antes de la formación del precio de equilibrio. Ahora bien ciertos operadores estarían dispuestos apagar un precio más elevado para obtener una cierta cantidad de un cierto bien, poseyendo este para ellos una gran utilidad, es decir que sacan una satisfacción más grande de su consumo. En lugar de un precio único y mágico, que asegure la adecuación ideal entre oferta y demanda, tendremos una multiplicidad de precios, por tanto la contingencia no permite deducir ninguna ley. De donde la necesidad, para el que quiera creer en la utilidad del mercado de no dejar a los operadores interactuar libremente entre ellos sino en el cuadro del sistema de tasador que registra y centraliza todas las opciones. En efecto, si pueden existir varios precios para un mismo bien, se tiene generalmente, trazando las curvas de las cantidades intercambiadas, varios puntos (varios precios) par una misma coordenada de abscisas (una cantidad dada) . La función no es entonces continua. De la misma forma, si una familia muere en un momento dado, se retira bruscamente, por la fuerza de las cosas, del jugo económico. Por consiguiente la curva sufre un “salto” que la hace discontinua

El proceso que lleva al equilibrio es como sigue. . En el comienzo cada productor y consumidor formula ofertas y demandas /en cantidades) según el precio determinado por el tasador. Como esta no tiene razón para corresponder al valor de equilibrio, hay una diferencia entre las cantidades ofertadas y demandadas, que constata este último. El tasador va a emitir una nueva señal-precio siguiendo este simple precepto: si la oferta neta (es decir la diferencia entre demanda y oferta) es positiva, se aumenta, e inversamente. La segunda formulación de los deseos de los agentes tiene pocas posibilidades de corresponder exactamente al equilibrio. El tasador emite una nueva señal conformándose ala misma regla. Así, poco a poco, por tanteos sucesivos, se llega al precio que equilibra la demanda y la oferta de de un mismo bien o servicio.

Se queda helado de espanto leyendo la descripción de este mundo hostil. Sus ojos no miran una obra de ciencia ficción, sino un tratado de ciencia económica.

Michael Lainé. LE MARCHÉ INTROUVABLE. Critique du mythe libéral. Editions Sylepse.Paris 2009 pp. 47-59


4 Aporías fundamentales del modelo Arrow-Debreu

Lo que se describe aquí (modelo Arrow-Debreu) a despecho de las apariencias es un modelo de economía de intercambios y no una economía de producción.

Un modelo de intercambios perjudicial al óptimo.

Las decisiones de los agentes, irrevocables, se tomaban en el instante “inicial” por su mayoría. De las dos cosas una: o los cambios que se organizan bajo la égida del tasador no engloban más que los nacidos en una misma fecha, o el mercado se reabre todos los días para incluir a los nuevos venidos. La segunda solución no es posible por el hecho de la irrevocabilidad de las decisiones. Es preciso concluir que las interacciones no incluyen todos los actores económicos. Curioso para un sistema considerado de conseguir por si mismo el óptimo. ¿No hay contradicción entre la voluntad de los empresarios de maximizar sus beneficios solo a los individuos nacidos en la misma fecha? ¿Cumplir sus objetivos no exige al “capitán de industria” que acreciente lo más posible el nivel de ventas, a poco que la tasa de margen no baje en la misma proporción? Pretender que la restricción de intercambios subyacente en el modelo Arrow-Debreu permita alcanzar el óptimo económico revela así un amable chiste si no una impostura intelectual.

Muerte del empresario.

En ausencia de costos fijos (y por de barreras a la entrada en el mercado) se ve mal porque existiría una frontera estanca entre productores y consumidores. Nada justifica la existencia de empresas. Estas se ven más que en tanto coordinadores de inputs y de outputs . En el seno de este universo de libre circulación de mercancías, el dinamismo empresarial está ausente. Ya las elecciones, efectuadas en el instante inicial, son irrevocables, no sería cuestión de la creación ulterior de una sociedad.

El teórico liberal descartará este mar de objeciones de un manotazo: los rendimientos de los factores de producción son decrecientes.

La hipótesis del decrecimiento de los rendimientos de los factores de producción no tiene sentido más que si la economía se sitúa en el entorno del pleno empleo. Ahora bien, es eso justamente lo que se trata de probar. No se puede por tanto partir de suposición de ese orden. Realmente, en muchos mercados, los rendimientos de escala son crecientes: cuanto más se produce, menos caro cuesta el bien fabricado. La oferta en teoría infinita depende enormemente de la demanda.

Por el juego de la concurrencia, los precios se llevan al nivel de los costos, sean los rendimientos constantes o decrecientes. Se deriva que en el “estado de equilibrio de la producción, los empresarios no hacen beneficio ni pérdida. Subsisten entonces no como empresarios sino propietarios de terrenos, trabajadores o capitalistas en sus propias empresas o en otras”.

El quid viene de que los accionistas se supone buscan la maximización de sus emolumentos. Y sin provecho es la perspectiva de pagos de dividendos la que desaparece. El régimen se hunde antes incluso de ponerse en funcionamiento. A menos que…. ¿Nos hubieran mentido? ¿Los capitalista descritos por Arrow-Debreu serían filántropos?

Siendo el egoísmo el resorte de la acción individual, no hay más que dos medios de salir de ese cuadro estrecho: sea aumentar el volumen de ventas, sea buscar situaciones temporales de monopolio que permitan generar beneficios extra. De donde se percibe la naturaleza profundamente autófaga de la concurrencia: por ella misma, tiende a destruirse. Nada más consternante que esta diferencia entre el mundo teórico tan neto y aseptizado, donde los actores corteses respetan las reglas de un juego que les sobrepasa, y el universo real de la economía, donde no se cesa de entre-devorarse, y donde la bajeza le disputa al encarnizamiento en el designio de aplastar al vecino.

Otro problema surge de las cantidades a producir. Hemos visto antes que no hay ninguna razón para suponer que los factores de reducción puedan tener un rendimiento decreciente. Si su rendimiento es constante, el empresario está en dificultad para descriptar las señales que provienen del tasador. Por el juego de la concurrencia, el coste marginal siendo siempre idéntico al ingreso marginal, sus valores no varían con las cantidades producidas y vendidas. El nivel de producción es por tanto indeterminado.

Entre el Big Brother y Stalin, los vagabundeos de un deus ex machina .

El precio de equilibrio da justo una indicación sobre las cantidades a producir pero no dice nada de su colocación en el espacio y en el tiempo. Vuelve al tasador operar la colocación de las mercancías en función de las demandas que él ha inventariado. Se ve ahí como se aleja de una economía de libre cambio y de libre empresa ya que todo reposa en ese deus ex machina garante de la eficacia del sistema.

Ex ante las ofertas y demandas se formulan sin saber nada de la identidad de los suministradores. No más que a consecuencia del proceso, ex post, una vez conocido el precio de equilibrio, que el tasador conoce las cantidades de cada bien y servicio a entregar, cuando y donde. No es posible fijar los costes de las entregas más que en este instante. Ahora bien, nada indica que sean idénticas para todos los actores. Resultan distorsiones de concurrencia perjudiciales al equilibrio. El equilibrio económico ha nacido muerto.

Confusión entre el tiempo de la lógica y la lógica del tiempo.

A pesar de las apariencias Arrow y Debreu razonan acerca de economía de cambio y no acerca de producción. Una vez puesta la hipótesis de racionalidad de los agentes, bienes y servicios son considerados como datos disponibles para el cambio. La cuestión es saber si este cambio es posible si todo un conjunto e operaciones y decisiones no se toman antes de que se determine el precio de equilibrio. Esto parece, evidentemente, imposible, la realización de ciertas obras indispensables necesitan comenzar la construcción durante el tanteo, de manera que todo esté listo para el intercambio al hallazgo del precio de equilibrio. ¿Se puede considerar la supervivencia del consumidor sin edificio para abrigarle del frío y la intemperie? Las fábricas y equipamientos que entran en la elaboración de las mercancías necesitan un tiempo de producción más o menos largo.

¿Cual es entonces ese mundo donde los bienes son producidos antes de ser destruidos a fin de llegar al precio de equilibrio? ¿Se puede considerar que se trata de un óptimo? La producción empezada en la etapa precedente debe ser destruida o almacenada para la siguiente ya que no hay ningún medio de saber que cantidades serán las necesarias. La economía onírica de Arrow y Debreu se resume y se disuelve a la vez en este dilema: o ella está en equilibrio espontáneamente como por milagro, o este es imposible, fuera de una intervención exterior.

Mercado y externalidades.

Existen bienes y servicios que no entran en ninguna transacción y cuya producción no interesa a la integridad de la economía. Se les llama “externalidades”.

No existe una cosa tal como el orbe natural de la economía que incluiría tal bien y excluiría tal otro. Para persuadirse no hay más que puntear la extensión, a lo largo de los siglos, de la esfera mercantil, que a venida a englobar actividades llevadas a cabo en otro tiempo a manera de don, de obligación, o el interior de la célula familiar. Así el cuidado de personas mayores, antaño incumbencia de la familia, ahora confiada a organismos exteriores.

Las preferencias petrificadas

El fracaso de nuestra voluntada sustraerse de las coacciones del cuerpo o de la pesadez del ego es casi un dato primario de nuestra existencia ¿Que decir en el cuadro de un sistema completo de mercados, ya que las decisiones son también decisiones económicas (en el sentido de conducen a la formación de ofertas y demandas)? Se imagina sin dificultad que el hecho de pronunciarse definitivamente para de la vida entera no puede llevar sino a situaciones Pareto-inóptimoes… A menos de integrar en los contratos iniciales la posibilidad de mala fe y del triunfo del cuerpo sobre el espíritu, del ego sobre las posturas morales, y tomar en consecuencia un número cuasi-infinito de opciones sobre los mercados condicionales. Este aspecto esencial ha sido ocultado por Arrow y Debreu.

Las incoherencias del criterio de Pareto.

El óptimo paretiano corresponde a un estado de la economía en donde no es posible mejorar la situación de un agente sin deteriorar la de otro.

Los agentes estando movidos por móviles egoístas de maximización individual de la utilidad, no hay razón para creer que aceptarían un cambio de situación que no les beneficiara. Lo que de hecho postula implícitamente el óptimo de Pareto es que es racional ser filántropo. ¿No hay contradicción flagrante con la racionalidad atribuida al homo economicus?

La aplicación del óptimo de Pareto necesita que el placer sacado del disfrute pueda ser suficientemente estable para que la idea de una comparación entre dos estados de la economía no sea una quimera. Si desde el instante en que se es comprador de un bien el deseo vuelve la cabeza y mira hacia otros horizontes, la situación hacia la cual se tendía no es finalmente mejor que la anterior. ¿Como es esto? ¿Moviente e incierto, el deseo? Si, y no más que un poco, especialmente en virtud de su esencia mimética: la envidia es una de las trazas fundamentales de la vida en sociedad. Extirpar esta indeterminación fundamental necesita considera a los agentes económicos como encerrados sobre ellos mismos, aislados los unos de los otros. . En este mundo de la libre concurrencia (económica) de empresas, no hay lugar para la concurrencia (social) de los individuos.

El criterio de Pareto no es compatible con la redistribución más que en la medida en que este tenga por resultado una entrada de rentas superior a los desembolsos suplementarios ocasionados.

Liberalismo no rima necesariamente con democracia.

Dédalos matemáticos

Resumamos: el modelo Arrow-Debreu intenta probar matemáticamente le eficacia del libre mercado. Le es necesario añadir las hipótesis para que las funciones de oferta y demanda presenten ciertas propiedades indispensables para la demostración. Hemos visto que mundo irreal e ilógico conduce a edificar esto. Incluso cuando todas las condiciones de Arrow-Debreu se satisfacen, es imposible demostrar que la ley de la oferta y la demanda garantiza el equilibrio de los mercados. Por el rodeo de las matemáticas, Sonnenschein ha demostrado por primera vez, en un artículo de 1973, considerando una economía de dos bienes, que las demandas netas asociadas a una mercancía podían tomar cualquier forma. Si la demanda es superior a la oferta, el precio es susceptible de caer, e inversamente. El sol cesa de brillar en el cementerio ortodoxo.

La “ley” de la oferta y la demanda, mirra seductora de los economistas dominantes, se ha reducido a no ser más que un caso particular de una ley general que sería la del desorden. He aquí treinta años, como poco, que el mercado ha muerto y todos los economistas liberales se comportan como si estuviera todavía en vida. El cadáver se remueve aún. No estaba tan agitado desde que se entrado él, en la nada.

Michael Lainé. LE MARCHÉ INTROUVABLE. Critique du mythe libéral. Editions Sylepse.Paris 2009 pp. 61-82

Conclusión

¿Se puede salir del liberalismo?

¿El mercado ha muerto, viva el mercado? He ahí la letanía que se nos sirve a manera de pensamiento; este mundo sería el peor con exclusión de todos los otros. La pobreza, la injusticia, el sufrimiento, todo esto existe, si, pero no se puede aportar aquí más que ligeros correctivos. El mercado debe reinar. Y la imaginación se ruega esperar sobre el umbral. Pero al mismo tiempo, el discurso funciona como un encantamiento político.: se puede siempre, en derecho, ir más lejos sobre el camino que nos lleva al mercado puro de la teoría. Ah, si… Se reconoce una frase de un liberal en que todos los verbos son en condicional.

Este fatalismo económico es tanto más curioso cuanto bebe su fuente en un cuerpo de teorías irrealistas que describen menos el mundo tal cual es como el que debería ser. El liberalismo es en primer lugar un programa político, Su éxito está a la desmesura de su indigencia intelectual ¿Cómo explicar que este rechazo de la realidad haya venido a modelarlo? Existían, hace poco, movimientos populares a favor de emancipación del hombre. El alienado parece haber llegado a amar sus cadenas. Oh, desde luego, estallan manifestaciones aquí o allá, se dirigen acciones, el alter-mundialismo gana los corazones, a falta de las conciencias, pero la amplitud de estas convulsiones es menor. El desencantamiento ha llegado a ser la primera palabra del hombre del siglo 21.

Semejante cierre no se explica por un complot, la conjunción de egoísmos basta a la inercia de un sistema. La fortuna del liberalismo pierde su extrañeza si se considera que conforta a los poderosos en su dominación: todo será para lo mejor en el menos malo de los mundos posibles. Los privilegiados no se sienten justificados de existir más si comparten un sentimiento de elección ¿Quien puede vivir en la idea de que es un usurpador? No es necesario, para esto, de ir a remover una hipotética conjuración de las sombras. Pero el basculamiento del sentido del viejo fondo común de los valores de la modernidad no es extraño a la instalación del mercado en las cabezas. Por un extraño trastorno, el horizonte de libertad y de igualdad que es el de las sociedades democráticas no ha llegado a contradecir la realidad cotidiana, sino que es la realidad la que se alza encima del ideal: no se puede invocarla más ya que ha agotado todo lo que tenía que decirnos. Las desigualdades, la miseria, no resultan más del funcionamiento de la sociedad toda entera, sino que es imputable a los únicos individuos que son las víctimas. Si el fracaso o el dolor hiere al hombre libre, igual y fraternal, no puede agarrar más que a el mismo. Pronto tres decenios de paro de masas nos han acostumbrado a la sumisión; en un mundo supuesto justo ya que democrático, el individuo es el único responsable de su destino.

El ascenso del estado represivo es el corolario de este reflujo de los ideales progresistas. Es también indispensable al capitalismo liberal como la levadura los es a la masa: a medida que el sistema económico se hace más violento, que rechaza a su margen fracciones crecientes de población, debe esconder su fracaso criminalizándole. Se finge olvidar que, de siempre, la pobreza y el fracaso escolar han sido factores de desvío. Se atribuye a su naturaleza perversa los delitos de los maleantes. Las condiciones económicas y sociales que la hacen posible son pasadas bajo silencio ¿Como romper con esta variante dura del liberalismo?

¿Que pasa con la crisis actual? ¿Hundido en la tormenta el capitalismo se va a reformar? En el futuro, es de temer incluso que el éxito (demasiado) relativo de los tímidos planes de recuperación ofrezca un pretexto ideal para fustigar la impotencia estatal. El sector bancario y financiero va a ser reglamentado más severamente sin que esto comporte una amplia rehabilitación del sector público. La liturgia bruselense quedará sensiblemente igual; será preciso recitar su mercatus noster antes de toda sesión de trabajo. Pero la crisis es también el momento de gestación privilegiada de ideas nuevas. Ella preludia la maduración de los espíritus.

Este necesita trabajar el advenimiento de una mano visible, la de la movilización social en todos los instantes, vigilante, capaz de regular el capitalismo no para permitirle supera sus contradicciones, sino para sobrepasarlo e inventar una nueva sociedad. El progresista está en plena refundación. En tanto que no haya elaborado un proyecto alternativo viable, las crisis que regularmente convulsionan el mundo se saldarán por una huida adelante en la utopía del mercado. Esta llamada a la movilización de de energías será hueca si no fija objetivos ambiciosos, el de retornar contra ellos las armas que han hecho la fortuna de los liberales. Redefiniendo las nociones clave de libertan y de beneficio, cambiando las reglas de un juego siempre vuelto hacia el interés egoísta, a un interés esta vez realmente compatible con el bien común el progreso social podrá renacer de sus cenizas



Michael Lainé. LE MARCHÉ INTROUVABLE. Critique du mythe libéral. Editions Sylepse.Paris 2009 pp. 175-178

lunes, 12 de octubre de 2009

El mercado perdido. Critica del mito liberal 1 (Michael Lainé)

Se adjuntan unas breves anotaciones del libro:

LE MARCHÉ INTROUVABLE Critique du mythe libéral Michael Lainé.

El libro en cuestión trata de poner en solfa el mito tan traído y llevado de que el mercado dejado a su propio albur, es capaz de alcanzar por si mismo un equilibrio óptimo de la economía; que como tal mito no ha sido jamás demostrado. A menos que se entienda por demostración el modelo de Arrow-Debreu cuyos supuestos y premisas alejan sin remisión de lo que es la economía real.


El mercado perdido
Crítica del mito liberal



LE MARCHÉ INTROUVABLE
Critique du mythe libéral
Michael Lainé.

Editions Sylepse.Paris 2009

Parecería que el concepto de mercado se haya impuesto en proporción inversa a su contenido. Reina sobre los espíritus, pero es más imperioso que imperial: su yugo reposa más sobre la fuerza de los hábitos y de la propaganda que sobre la demostración. Ningún periódico o discurso político que no le haga referencia. Su éxito se paga al considerable precio del equívoco, si no le debe mucho. Se nos dice que solo el mercado es eficaz y burlarse alegremente del montón de adoradores de viejas lunas que rechazan suscribir esto. Y si, en tiempo de crisis, esos mismos que ofuscaban el buen sentido al negar los fallos del sistema ponen en duda súbitamente su ídolo, es preciso no engañarse con esto: ellos retornarán a su creencia con un vigor acrecentado tan pronto la economía esté en fase de recuperación, avergonzados y temblorosos de haberse desviado de su fe por un instante. El Estado ha sido recientemente forzado a intervenir, pero los decisores políticos y económicos no se han resignado más que en tanto sabían la operación puntual. Una vez los mercados tranquilizados y la economía estabilizada, esto será al precio de algunas reglas de buena conducta, business as usual. Las lecciones de los cataclismos financieros precedentes (1987& 2000-2001) son a este respecto crueles: después de la crisis, el mito del mercado volverá avenir aun más desbocado.

En todas las ondas se vierte el mismo catecismo: El Estado sería impotente, despilfarrador y arcaico, solo el libre juego de las fuerzas del mercado estaría en condiciones de aportar remedio a los problemas de nuestro tiempo.

El mercado se autorregula. He ahí el mito liberal ¿Porqué la adhesión a este concepto nocivo es tan masiva? ¿Existiría una demostración teórica de la eficacia de la libre empresa? No. O más bien si, pero con hipótesis tan absurdas que se pregunta si ellas describen la economía real. ¿Que hay de las pruebas empíricas de su superioridad? Ellas no tienen mucha más consistencia. Por más que hurguemos, entreguemos nuestra imaginación a todos los ejercicios de contorsionismo, el mercado permanece en paradero desconocido. Vamos a partir por tanto a su búsqueda, ya que la cuasi- unanimidad de los gobiernos del planeta pone en práctica las prescripciones de su “dura y justa ley”.

Las apuestas de una tal búsqueda son cruciales. El mercado es hoy día el principal aval de las políticas que apuntan a reducir la ayuda a los desprovistos, volver más estrictas las condiciones de acceso a las prestaciones de desempleo y a precarizar siempre más el estatuto de los asalariados. Existe una pesadilla: el Estado intervencionista, regulador, garante de la cohesión social. De ahí que no se haya cesado de querer abatirlo y de someter a sus partidarios. Decidir quien de los dos tiene razón es más que una cuestión científica, este combate pone frente a frente el juego de las fuerzas ciegas y el de la voluntad humana. La interrogación que se suscita es: ¿podemos dominar nuestro destino? ¿El paro masivo, la pobreza, la precariedad –las tres principales plagas del capitalismo- son fatalidades? Si el mercado tiene la ventaja, entonces vivimos en el mejor de los mundos y no tenemos más que responsabilizarnos a nosotros mismo de la miseria de nuestra condición. Si, en revancha, es la colectividad la que lleva la mejor parte sobre su adversario, la emancipación humana se vuelve más que un sueño despierto y se prueba posible quebrar las cadenas de la servidumbre económica. Presentada así, la alternativa parece caricatura, pues la escuela de pensamiento llamada “neoclásica”, que reagrupa los adeptos del mercado libre, es heterogénea, de manera que el Estado mínimo que llaman con sus voces no tiene los mismos contornos aquí o allá. Pero no es menos cierto que se oponen a toda intervención exterior (entiéndase colectiva) de amplitud demasiado grande.

Ahí está más de un cuarto de siglo que las economías del mundo occidental van en el sentido del liberalismo. La administración recula, los mercados están desreglados, liberalizados. Ciertamente, el Estado providencia conserva aun esas arquitecturas vacilantes o devastadas que se llaman “bonitos restos” , pero comienzan a exhalar un hedor de descomposición. Las cifras reflejan mal esta evolución que contiene más el contenido de las leyes puestas en aplicación y el cambio de mentalidades que la parte de las punciones fiscales operadas por los actores públicos. Ahí está más de un cuarto de siglo que el paro permanece en un nivel elevado y que la precariedad, la pobreza y la exclusión progresan. ¿Frente el fracaso repetido de las ordenanzas liberales que creen ustedes que hicieron nuestros gobernantes? Decretaron que la realidad la que estaba equivocada; estos hechos que venían a contradecir la teoría eran culpables por el mero hecho de que tenían inferioridad de existencia. Por lo demás, por lo demás no sería preciso exagerar el alcance de sus errores. La lucha contra la inflación y el déficit presupuestario ha substituido al pleno empleo y al crecimiento en el primer rango de los objetivos económicos. Hasta tal punto que los europeos la han grabado en las tablas de la ley de Maastrich. En el futuro resentiremos los efectos benéficos en términos de crecimiento y de creación de empleo, que ellos nos dicen. Hace quince años bien cumplidos que yugulamos la inflación. Esperamos siempre con un pie en la tumba. Lo que esto muestra es que el liberalismo está menos preocupado por la justicia y la cohesión social que por el enriquecimiento de los privilegiados.

Investigando el mercado autorregulador de los liberales, cada uno de nosotros nos esforzamos en encontrar la justificación del este conjunto de políticas y de salarios, tomamos nota de esa abierta diferencia entre el sentimiento de justicia y el curso inicuo del mundo. Se podría creer que la ciencia económica ha realizado avances significativos que, a medida que pasa el tiempo, nuestra comprensión del mundo gana en riqueza y profundidad. No hay nada de eso. El mar de fondo que lleva la corriente del pensamiento dominante es todo un espejismo. Sus partidarios son edificadores de fábulas. Encontrando el mundo real demasiado monótono y gris, estos desopilantes soñadores han querido substituirlo por el universo encantador y puro en el cual refugian sus razonamientos. Después se han puesto a explicarnos que el mundo al alcance de nuestros sentidos donde creemos vivir no era más que ilusión. Encerrados en la caverna de los engaños, no hemos comprendido que el lenguaje de la naturaleza era las matemáticas y que todo lo que no era deducido no era más que corrupción de la idea, degradación del espíritu. La conducta de los liberales es simple: se trata de suponer que somos Marcianos. Incomparables observadores, antropólogos avisados, emprenden la descripción con todo lujo de detalles el modo de vida de esas extrañas criaturas. La sociedad que edifican no tiene secretos para ellos; introduciéndose en los engranajes sociales, los liberales contemplan los resortes profundos. Los coloquios suceden a las publicaciones. De tiempo en tiempo se dan cuenta que este plata es inhospitalario e impropio para la vida. Se extraña de estas imperfecciones, se adopta un aire pretencioso, pero bueno, es preciso que estas criaturas subsistan. Se planifica el sueño, se pone en escena las condiciones que acercan la vida sobre la Tierra. La indignación sofoca, se acusa a la intolerable realidad. Sería quizá más simple partir de la hipótesis de que somos terráqueos.

El magisterio de los liberales, por no decir su altivez, reposa por entero sobre un modelo teórico llamado de equilibrio general iniciado por Léon Walras y formalizado por dos “ premios Nobel” , Kenneth Arrow y Gérad Debreu, en los años 1950. Todo el esto de su “ciencia” no es más que apéndice. Los razonamientos por los que fustigan la intervención estatal tienen este modelo por base implícita, Desde que se lo mina, el conjunto del edificio se desmorona.

Michael Lainé. LE MARCHÉ INTROUVABLE. Critique du mythe libéral. Editions Sylepse.Paris 2009 pp. 7-12

1. El mercado funámbulo

Una teoría científica debe mezclar dos aspectos correspondiente a la articulación de la lógica argumentativa: positiva, que desarrolla un razonamiento, y negativa, que desarrolla una refutación. En efecto ella se encuentra siempre en concurrencia con otras, que le disputan la legitimidad. Se trata de determinar cual se sitúa más cerca de la verdad. Ahora bien, la articulación negativa de la lógica liberal reposa sobre su momento positivo. En otros términos, para refutar las tesis adversas, los cruzados del mercado parten del postulado de que solo este es eficaz. No demuestran nada, solo asestan. Se dirá que el autor, en su vena polémica, es parcial. A penas. Pues los principales teoremas enunciados, con el objetivo de probar la inaptitud de los actores públicos para implicarse en economía, reposan sobre la hipótesis de que los mercados consiguen autorregularse.

Tradicionalmente, el Estado dispone de tres medios de intervención: la legislación, el gasto público y la moneda.

¿Una legislación que oprime?

Toda acción del Estado necesita previamente una ley. La distinción operada aquí es la siguiente: los poderes públicos comprometen ellos mismos los gastos o hacen obligación de compromiso a los agentes privados. El segundo modo de intervención no moviliza casi nuevos recursos públicos (salario mínimo, higiene y seguridad en el trabajo)

El razonamiento ortodoxo es simple: cuanto más caro cuesta el trabajo, menos empresas lo crean; cuanto más caro cuesta, más se remite a los asalariados (los salarios de los segundos son una carga para los primeros), por tanto los individuos están más incitados a currar. Si la remuneración es demasiado baja, nadie querrá reventar por tan poco. Si ella es demasiado elevada, las empresas no serán rentables, pues sus costos sobrepasarán su cifra de negocios. En un sistema de mercados libres, no es difícil demostrar que empleadores y empleados llegan a entenderse sobre la determinación de una tasa de salarios que iguala la oferta de empleo de los primeros y la demanda de empleo e los segundos.

La economía estaría entonces en pleno empleo.

En todo caso en la sociedad real, las cosas no ocurren así. Por su obstinación en mezclarse en lo que no les concierne, los poderes públicos falsean el libre juego de la concurrencia. Ellos crean las célebres “rigideces sobre el mercado de trabajo” con las nos martillean las orejas desde hace lustros.

El quid es que los liberales razonan aquí en equilibrio parcial, es decir sobre un solo mercado, el de trabajo, y no sobre el conjunto de la economía. Reflexionan ceteris paribus , todas las cosas iguales por otra parte. Es innegable que en tal situación, una elevación del costo del trabajo arrastra el paro al alza.

Solamente que en la realidad los acontecimientos no se desarrollan nunca todas las cosas iguales por otra parte. Por ejemplo, un alza de las cotizaciones del petróleo actúa ciertamente de manera favorable sobre las compañías petrolíferas, inflando sus beneficios, incitándolas a remunerar mejor a sus asalariados y a emplear nuevos a fin hacer prospecciones de nuevos yacimientos. El paro disminuye. No obstante, esto va igualmente atraer otras repercusiones sobre todos los mercados de bienes cuya fabricación acudo, de cerca o de lejos, al petróleo (automóvil, alimentación, etc.) lo que eleva el precio de estos bienes. Las rentas de los asalariados se amputan ya que van a tener que consagrar más dinero a los productos derivados del petróleo, en detrimento de otras mercancías. Frente a estos problemas de desatasco, las empresas van a despedir. Por tanto el paro aumenta. Se ve por ello que las repercusiones de una sola alza de precios sobre un asolo mercado se propagan al conjunto de la economía de manera compleja y contradictoria. Sencillamente no es posible razonar, como lo hacen de ordinario los liberales, ceteribus paribus.

Gasto público y crecimiento económico.

El ataque liberal dirigido desde el ángulo del gasto público tiene un nombre: el efecto de evicción. Las sumas invertidas por los actores públicos tomarían el lugar de las que hubieran apostado los operadores privados. Lo público expulsaría lo privado, de donde el nombre. Tal razonamiento no se comprende más que si se postula que la economía se encuentra en una situación de pleno empleo. Implícitamente se supone que está en la cumbre. Ello no podría ir más lejos


No estamos en presencia de un juego de suma nula, la ganancia de uno no es necesariamente la pérdida del otro. ¿La prueba? Ese fenómeno extraño que se llama crecimiento.

De donde se percibe que la “teoría” del efecto de evicción depende enteramente de otra demostración: que dejada a si misma, la economía está en equilibrio, y no solamente en equilibrio, sino en el óptimo.

Incrementar los gastos públicos exige, alargo plazo, aumentar paralelamente los ingresos. Ya que no se puede inventar el dinero que no se posee, es preciso dar con él en alguna parte. Esta alguna parte, cuando se trata del Estado, se llama la deuda y el impuesto. En efecto todo parece reducirse a una cuestión de fiscalidad pues un préstamo de reembolsa y necesita por tanto un aumento de recursos. Surge entonces la interrogación siguiente:.estas sumas que el Estado inyecta en el circuito económico, ¿ como haría para retenerlas? Este regalo que nos hace ¿no está envenenado en la medida que sería preciso opera una punción fiscal de una montante idéntico? Los liberales han dado un nombre a estos temores, el teorema de Ricardo-Barro. Estiman que las familias no se engañan con estas medidas políticas. Tan pronto se efectúa el anuncio de intervención pública, ellas prevén el alza de impuesto futuro. En consecuencia, reservan las sumas necesarias vía un ahorro suplementario. Ahora bien no existen más que dos usos alternativos de la renta de un periodo: el consumo o el ahorro. De ahí se sigue que el segundo resta del primero, por lo tanto de la producción que tiene que venderse. El efecto sobre el crecimiento sería nulo. Si el Estado prevé gastar un importe de 150 millones de euros, las familias ahorrarían la misma suma además de lo que ellas proyectan . La economía sería así el lugar de los vasos comunicantes: lo que la colectividad toma con una mano, los individuos lo retiran con la otra. El consumo y la inversión, que determina el crecimiento, quedarían idénticos. Más vale dejar a los actores libres obrara a su manera. CQD.

Allí nuevamente, se razona como si la economía se encontrar en estado estacionario, en equilibrio.

Pero desde el momento que se prevé que esta intervención estatal engendrará efectos benéficos, la utilidad de tal aumento de ahorro no aparece más. Es suficiente en efecto que estas medidas comporten un crecimiento más fuerte para que la punción fiscal se haga resentir menos. Para comprenderlo, se impone un rodeo con un ejemplo cifrado.

Imaginemos que, en el instante t, el total de riqueza de una nación se eleva a 1000 euros. Como hace varios años que la actividad es átona, el Estado pretende activar un programa ambicioso de trabajos públicos unido a una larga redistribución de recursos vía las prestaciones sociales .El conjunto es costoso: 3000 euros. No disponiendo de las rentas necesarias va a proceder a un empréstito ante deudores extranjeros. Esta suma será íntegramente reembolsada en t+20. Si la tasa de crecimiento de la economía es de 3.5% al año, se llega en t+20 a 1.990 euros de riqueza. Se comprende sin esfuerzo que recaudar 300 euros sobre 1000 euros no es lo mismo que atribuir ese montante sobre 1990. En caso eso representa un 30% del esfuerzo nacional , en el otro un 15%. Las familias estarían ciegas al aumentar en 300 euros su ahorro en t ya que el alza de impuestos se aplicará sobre rentas sensiblemente más altas en t+20.

No es posible comprender la reacción de las familias en el teorema de Ricardo-Barro más que si se postula que anticipan el fracaso o el aborto de las medidas anunciadas. Ahora bien tal pesimismo no puede derivar más que de 1) una adhesión unánime a la teoría del equilibrio general, o 2) al hecho de que este siempre se verifica, lo que les llevaría, a través de amargas experiencias, a una tal adhesión. La hipótesis 1) como la hipótesis 2) son totalmente irrealistas o al menos, la última merecería ser probada, lo que no es el caso. En resumen, una vez más, la filípica tropieza con la existencia de un equilibrio general.

El velo monetario

La tercera vertiente crítica del liberalismo concierne a la moneda. En efecto las manipulaciones de esta figuran en el primer rango del arsenal gubernamental.

La moneda se ha vuelto un puro signo. En otras palabras, no depende en absoluto de una mercancía o de un bien cualquiera. Si su valor parece arbitrario, no responde menos a una cierta lógica.

La ventaja de la desconexión entre depósitos y créditos residen en esto que lo economía no está más condenada a ser un juego de suma cuasi-nula: los empresarios no están en lo sucesivo limitados por sus bienes previos, a poco que su proyecto parezca viable al banquero, que crea la moneda de la que tiene necesidad gracias a los préstamos. En la medida que el nuevo sistema reposa en la confianza, se sigue una grave inestabilidad económica. Remediar estos riesgos de crisis exige poner en funcionamiento una organización bancaria que esté encabezada por un prestamista en última instancia, encargada de salvar a los bancos amenazados. Un banco central cumple ese papel. Es el que tiene el monopolio de la emisión de billetes. Las manipulaciones monetarias son parte de los medios de relanzar la economía.

El ataque de los liberales se concentra sobre esa intervención de las autoridades monetarias. Nostálgicos de una época en que los hombres se vestían con pieles de bestias y gruñían a fin de obtener su pitanza, desarrollan una visión de la economía regida por el trueque. Velo introducido entre los cambios, lo moneda no sería deseada por ella misma. El asalto tiene por nombre “teoría cuantitativa de la moneda”. No tiene sentido más que si se refiere a la época de moneda mercancía.

La teoría cuantitativa de la moneda es la traducción en el lenguaje “científico” , de ese momento histórico. No es en absoluto una ley universal, sino la fosilización de observaciones aproximadamente válidas durante un periodo pasado. Deriva de una visión estática de la economía. Si en el instante t poseemos 200 euros y en el instante t+1 tenemos 220 mientras que no hay más bienes y servicios disponibles, no es difícil decirse que la moneda se ha depreciado, ya que con una unidad (un euro) nos procuramos menos mercancías. La “teoría” aquí en cuestión no es sino una generalización de esta intuición

Teorías monetarias y Providencia.

¿En que cosiste esta teoría? Una ecuación de la que se deducen reglas de comportamiento. Uno de los miembros de esta ecuación es muy curioso. Se trata de P, nivel general de precios, que multiplicado por T, nivel de transacciones (el número de bienes y servicios cambiados). El conjunto designa el montante total de las transacciones efectuadas en el curso de un año. Mirada de cerca cada una de estas dos variables, no se puede menos que estar perplejo.

Hacer de T una cifra equivale a sumar churros y servilletas, las fabricas nucleares y las consultas psiquiátricas. De hacho P es también totalmente absurdo. No existe nada tal como un nivel general de precios que permita la conversión de un número de bienes en una cantidad de moneda. Los agentes económicos no perciben más que el dinero. Lo que una familia ve es su renta. Lo que un servicio de administración o de empresa ve es su presupuesto.

Retomemos el hilo de la teoría cuantitativa y examinemos la ecuación que propone.

Sea M la “masa” de moneda en circulación (nombre torpe para designar el conjunto de medios de pago existente en un instante t) y V la velocidad de circulación de la moneda (es decir el número de veces que un mismo billete o pieza va a cambiar de manos en el curso de un año; cuanto más elevado sea este valor, más rápido circula la unidad monetaria) , se puede establecer la igualdad siguiente MV=PT . Lo que significa que el valor total de los intercambios (PT) es igual al poder de compra del dinero que circula en un instante t(M) multiplicado por el número de veces que es utilizado, en media, una misma unidad monetaria en el curso del año (V) .

Por una baza de juego, los sostenedores de la teoría cuantitativa de la moneda postulan tanto que la economía conoce una situación de pleno empleo de los factores de producción, como que el “nivel de producción está únicamente determinado por los factores reales”, es decir que la moneda no tiene ningún impacto sobre él. Se sigue de esto por tanto que T no depende de M, V y P. Los liberales plantean por otra parte que V depende de los hábitos de consumo de considerados constantes acorto término. En consecuencia si V y T son invariables, el nivel de precios está en relación directa con la masa monetaria en circulación. En otros términos: es la creación intempestiva de moneda la que está en el origen de la inflación. En la visión liberal clásica, la oferta de moneda está determinada por las autoridades monetarias. De donde la necesidad de su independencia, a fin de que las aspiraciones políticas o electorales no conduzcan a generar una recuperación artificial.

La teoría cuantitativa es tan estúpida como nociva. De una parte porque no hay nada menos cierto que V sea constante. Los comportamientos de cobro de los agentes varían en función de la coyuntura económica: cuanto más insegura es, más vivas y precisas son las amenazas de crisis, y más inducidos están a liberase rápidamente de su dinero, o al contrario, a diferir la utilización (V disminuye). En contexto de hiperinflación por el contrario, los agentes están inducidos a utilizar rápidamente su dinero, ya que el tiempo corre contra su favor (V aumenta).

Por otra parte, lo que es tanto más fundamental, la prestidigitación analítica a la que los liberales se hacen culpables postulando T exógena debe ser sometida a examen. De dos cosas una o se afirma que T está determinada en la esfera real (por oposición a una esfera monetaria que sería la de la ilusión), es decir que la moneda no ejerce ninguna influencia sobre el crecimiento y el empleo, y es el conjunto de la demostración la que es redundante; o se pretende que, estando la economía en pleno empleo, ella no puede elevarse arriba, en cuyo caso queda por explicar porqué se sitúa en tal estado. Que se suponga la economía determinada por la esfera real o en el óptimo, se apoya sobre la teoría del equilibrio general. En un caso como en el otro no se ha probado nada. En efecto se pone como hipótesis de partida lo que debería ser la conclusión de una demostración.

La idea subyacente de este género de razonamiento es que la moneda no es más que un artificio, una engañifa indispensable ciertamente para romper con la economía de trueque, pero una engañifa peligrosa si se deja en manos poco escrupulosas (es decir progresistas).

Cuando una banca central interviene para hacer bajar las tasas de interés (es decir el precio del dinero), esto incita a los empresarios como a las familias a endeudarse en vista de financiar sus inversiones y sus consumos, siendo menos elevadas sus anualidades de reembolso. A la vista de esta recuperación de dinamismo de la demanda interna, el empleo vuelve al alza, en paralelo con los precios y salarios. Todo esto no es más que ilusión nos asesta M. Friedman. La tasa de paro no puede jamás separarse mucho tiempo de su nivel natural. Pero ahí se postula lo que sería necesario demostrar: existe una tasa natural de paro que corresponde al del equilibrio general.

La Providencia existe, los liberales se cruzan con ella todos los días: “la economía dispone de un mecanismo de auto-ajuste restableciéndola en los niveles de equilibrio a largo plazo de paro y de producto global”.

Aquí las respuestas preceden a las preguntas. Cuando un liberal piensa en “racional”, es preciso entender “ideológico”. El nombre dado a la teoría es tan grotesco que resuena como una confesión; ¿no se debe ver en esta precipitación a tasar a los otros de irracionalidad la tacha indeleble de una mala conciencia?

El origen del mundo liberal… Lo tenemos ahí, bajo nuestros ojos, está todo entero en estas dos palabras: equilibrio general.

Michael Lainé. LE MARCHÉ INTROUVABLE. Critique du mythe libéral. Editions Sylepse.Paris 2009 pp. 15-35


2 El lenguaje de la naturaleza

Los fundamentos de la remuneración

Como una moneda, toda teoría económica presenta dos caras. Lado cruz: una explicación de intercambios de bienes y servicios en la sociedad. Lado cara, una descripción de esos mismos bienes y servicios. Así ocurre con la teoría del equilibrio general walrasiano, que no es otra que la formalización matemática de la famosa “ley de la oferta y la demanda”.

Quien dice producción dice “remuneración de los factores de producción”, nombre encantador utilizado para designar los individuos y las máquinas que ahí concurren: “no soy yo el que fija la remuneración, es el mercado” ¿Quien no ha escuchado, hasta la nausea, esta lamentación patronal? También la teoría del equilibrio general no quiere solamente la “demostración” de la eficiencia de los mercados libres sino también la justificación do todos y cada uno.

El mundo manifiesta crudamente su injusticia bajo día brumoso y cruel de los intercambios cotidianos. Una cajera gana parcamente mientras su patrón se anota más de 10 incluso 20.000 euros por mes. Entre un cuadro superior de una empresa de servicio y su empleado, a veces es toda la distancia existente entre dos universos sociales lo que los separa. Cada uno constata, día tras día que no hay nada más arbitrario que un salario. No es verdaderamente el talento lo que explica las diferencias de remuneración: un buen obrero ganará siempre menos que un dirigente incompetente. Por lo que se refiere a estos últimos surge incluso una prima a la nulidad, las stocks-options y las cláusulas de ruptura le suministran un paracaídas dorado. No es la longitud ni la dificultad de los estudios, se sabe que los que se destinan a oficios de la cultura se condenan a una existencia precaria. La explicación no puede ser buscada por el lado de los riesgos, pues son iguales por todas partes.

Se avanza a veces otra justificación: las desigualdades serían reflejo del nivel de responsabilidad. Solo algunas profesiones bien definidas implican la responsabilidad de varias vidas humanas; ferroviarios, pilotos de línea, cirujanos… El fracaso en el cumplimiento de estas tareas puede ser pesado en consecuencias. Bajo el ángulo de la responsabilidad, estos oficios parecen requerir pues un aumento de remuneración, se remarca, a la luz de estos ejemplos, que la sociedad no se ordena alrededor de este principio: un ferroviario está menos retribuido, y cuanto, que un piloto. Ciertamente un descarrile de tren hace menos víctimas que un aterrizaje forzoso de avión, pero de todas formas… No se trata de establecer un baremo macabro en función del número de muertes probables. La responsabilidad de una vida humana es suficiente para pesar sobre la conciencia… Por otra parte muchos oficios ofrecen remuneraciones más gratificantes sin poner en juego la vida de otros…

Si ninguno de los criterios, empleados corrientemente, es apto para dar cuenta de las diferencias de salario ¿donde se debe buscar la causa? Una última explicación tiene en cuanta “la ley de la oferta y la demanda” Esta coloca la rareza relativa como factor determinante de la fijación de un precio. En este sentido el trabajo no es casi diferente de una mercancía: cuanto más raro es con relación a la demanda de la que es objeto, más caro es. La ley de la oferta y la demanda no pretende solamente demostrar la superioridad de la libre concurrencia; vale también como basamento de la teoría del valor. Cuanto más raras mis “cualificaciones”, mejor seré pagado .Parece evidente que la explicación pasará casi de comentarios. Ahora bien, son más bien las relaciones de fuerza, cristalizadas en convenciones sociales y políticas públicas, las que están en el origen de la fijación de la remuneración. Esta “ley” de la oferta y la demanda no conoce a día de hoy más que una demostración. La propuesta por la teoría del equilibrio general, iniciada por Léon Walras y desarrollada por Arrow y Debreu.

El sentido de una marcha. Una demostración por el absurdo.

Intentaremos despejar todas las consecuencias lógicas del tipo de sociedad entendida por la aproximación del equilibrio general. El objeto es probar que, incluso inscribiéndose en el paradigma dominante, este no puede más que desmoronarse bajo el peso de las aporías; salvaguardar la demostración se comprueba imposible.

Nuestro hilo de Ariadna es el de la demostración por el absurdo, intentaremos examinar todas las hipótesis (no matemáticas sino organizativas) a establecer para que las conclusiones del modelo puedan ser verdaderas. Pues las que es posible recensar en la corriente dominante no satisfacen más que el rigor matemático. Esto es coherente con el proyecto liberal, que no pretende entregarnos la exacta descripción la exacta descripción del mundo tal como es o tal como se presenta a nuestros sentidos.

Las hipótesis del restrictivo de hoy día podrán, eventualmente, ser levantadas mañana si el progreso de la ciencia lo permite. Solamente, si las hipótesis suplementarias se amontonan hasta formar un cerro caótico, donde se comprueba imposible extraer una finitud, una dirección, una organización humana; si, en otros términos, acaban por no ofrecer ningún punto de enganche al mundo real, si el ancla arrojada se pierde en los meandros de comarcas oníricas, entonces el modelo debe ser abandonado. Forzando esta lógica, se difumina toda coherencia: hasta tal punto de suponer que los terráqueos son marcianos a fin de estudiar sus comportamientos. Y esto es lo que el modelo, inexorablemente nos conduce a hacer. A menos de rechazar el hombre en el hombre, la teoría liberal no tiene nada que proponer a la comprensión del mundo.

martes, 6 de octubre de 2009

¿ Quo vadis Europa? (Maciej Giertych, ARBIL nº 122)

Merece reseñarse un curioso artículo publicado en la revista digital ARBIL nº 122.

¿Quo Vadis Europa? (I)

por Maciej Giertych>
http://www.arbil.org/arbil122.htm


Se trata de una nefasta traducción del polaco, probablemente mediante un traductor automático, pero aun así es posible reconstruir el hilo conductor del texto del artículo.

A través de las diversas opiniones expuestas se arroja una nueva luz –en realidad no tan nueva- sobre el aumento imparable de las tendencias micro-nacionalistas, cada día más exacerbadas en España, que sería ilusorio atribuir solo a los partidos o partidillos que las representan.

domingo, 4 de octubre de 2009

Hombres sin alma (Juan Manuel de Prada)

MAGAZINE Firmas
XLSEMANAL 4 DE OCTUBRE DE 2009

Por Juan Manuel de Prada

Hombres sin alma

¿Quién no ha probado a com­parar la época que le ha tocado vivir con una época anterior? Establecer paralelismos ha sido uno de los ejercicios más socorridos del historiador, que en la semejanza entre dos épocas halla moti­vos para el fatalismo o la esperanza; y en la repetición de los errores del pasa­do, una advertencia para los hombres venideros. Sin necesidad de aceptar la teoría del eterno retorno, parece evi­dente que la historia humana tiende a repetirse cíclicamente; no tanto en sus avatares concretos corno en lo que podríamos denominar el 'clima cul­tural' que los favorece. Sin embargo, existe un factor que distingue nuestra época de cualquier otra época anterior; un factor tan gigantesco que suele pasar inadvertido.

Muchas veces he leído comparaciones entre la época presente y diversas épocas pretéritas: quienes se hallan satisfechos en la época que nos ha tocado vivir la comparan con épocas pasadas de esplen­dor; quienes se hallan a disgusto, con épocas de decadencia. Pero satisfechos y disgustados suelen pasar por alto el hecho más significativo de nuestro tiempo: nunca el tejido de los vínculos humanos (los vínculos de la tradición que facilitan la transmisión de afectos y conocimientos entre generaciones, los vínculos comunitarios que nos protegen frente a agresiones externas) estuvieron tan deteriorados; y nunca existió un teji­do de 'hipervínculos' ideológicos y pro­pagandísticos tan robusto y avasallador. Por supuesto, tales 'hipervínculos' han existido en otras épocas históricas; pero, o bien eran defectuosos y rudimenta­rios, o bien su perfeccionamiento era directamente proporcional a su carácter ceñudo, impositivo, inequívocamen­te represor; y en uno y otro caso, los vínculos humanos podían desarrollar­se, bien ocupando los espacios vacíos, bien actuando como contrapeso de los 'hipervínculos'. El edicto de un empe­rador romano podía imponer, por ejem­plo, una religión oficial; pero quienes se encargaban de ejecutarlo no podían evitar que, allá en las catacumbas de la conciencia, muchos ciudadanos romanos Profesasen una fe distinta a la oficial; pues los 'hipervínculos' que el empera­dor trataba de imponer eran mucho más débiles que los vínculos humanos. Stalin podía imponer, mediante una formidable máquina policial, la adhesión unánime al comunismo; pero frente a la imposición oficial represora actuaba como contra­peso la supervivencia de los vínculos humanos, de tal modo que tal adhesión -fingida- no llegaba a penetrar la con­ciencia; o, si lo hacía, era a través de la violencia, de tal modo que esos 'hiper­vínculos' artificiosos eran percibidos como una fuerza destructiva y, por lo tanto, indeseable.

En nuestra época, los 'hipervínculos' actúan directamente sobre la conciencia sin violencia ni imposición, como una lluvia menuda que todo lo impregna, mediante estrategias propagandísti­cas mucho más eficaces -mucho más avanzadas tecnológicamente- que la policial. Para lograr tal violación incruenta de las conciencias se ha completado previamente la diso­lución de los vínculos humanos que nos protegían de agresiones externas: se ha anulado el sentimiento de pertenen­cia; se ha devastado ese tejido celular básico de la sociedad donde florecían las adhesiones fuertes v duraderas; se han exaltado las luchas entre sexos, los conflictos generacionales, los rifirrafes ideológicos, hasta dejar las conciencias a la intemperie, siempre con la coarta­da de una más exigente «búsqueda de libertad». Y como la necesidad de enta­blar vínculos es constitutiva de la natu­raleza humana, esos hombres que han convertido la sociedad humana natural (llámese 'familia', 'clan' o 'comunidad religiosa') en un campo de Agraman te o torre de Babel, esos hombres a la greña necesitan encontrar un refugio que los proteja y les espante la zozo­bra, la sensación de soledad profunda e irremisible. Así, huyendo de la intem­perie, entregan gozosos su conciencia a los 'hipervínculos' establecidos desde el poder: comulgan con las ruedas de molino de la ideología triunfante, se adhieren fervorosamente a las consignas establecidas por la propaganda (que ya no perciben como imposiciones, sino como benéficas reglas de superviven­cia), rinden en fin su alma desvinculada a la trituradora que los recibe con una sonrisa hospitalaria. Esta nueva forma de esclavitud -universal y gozosa- es el factor más significativo de nuestra época; y lo que la distingue de cualquier otra época pretérita.

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miércoles, 30 de septiembre de 2009

Lengua y cabeza reducidas (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila 27-9-2009)

A LA LUZ DE UNA CANDELA
José Jiménez Lozano. Premio Cervantes
(Diario de Ávila 27 septiembre 200))

Lengua y cabeza reducidas

Lo que se viene observando en bas­tantes de las nuevas traducciones de libros, pero también en el español directamente empleado, es una inca­pacidad para emplear - o para con­servar en el caso de las traducciones - el lenguaje simbólico que trata de sustituirse por una formulación vul­gar, con lo que la poesía, los equívo­cos e ironías, y las dulzuras o contun­dencias de la lengua desaparecen.

Las gentes con algún barniz cul­tural hablan como los periódicos y los técnicos en el lenguaje de su dis­ciplina, pero sin saber lo que dicen, utilizando conceptos como «trau­mas, complejos y represión que cos­taron años de pensares al doctor Freud - decía Bertrand Russell -, pero ahora se han abaratado del todo, y no significan nada. Y, en el lenguaje de la escuela, se emplean, por lo visto, pa­labros como «psicomotricidad» en lugar de «gimnasia», como si fueran sinónimas, y ojalá quedase la cosa en asunto tan divertido como expresión propia del «sector ocio» de las neo­pedagogías, pero es algo más serio.

Moliére se reía de que a la imposi­bilidad de hablar se la llamase «afa­sia», y también nos reímos nosotros leyendo esa escena en que la madre dice al médico que su hija no puede hablar y éste contesta que es que tie­ne «afasia»; pero nos reímos de la tau­tología y no de la palabra técnica
«afasia». Pero Moliére, sin embargo, no podría jugar hoy con estas ironías, porque su ironía resultaría ininteligi­ble.

Y el caso es que el lenguaje - co­mo la mente - se va reduciendo a len­guaje instrumental o «ahí-a-la-ma­no», como dice Heidegger, que es un lenguaje meramente comunicativo y por cierto muy menesteroso, porque en este proceso de reduccionismo se va haciendo equívoco y abstracto; li­quidándose, verdaderamente. La co­sa tiene mal remedio, o ninguno. La razón última de todo esto es muy simple; se inscribe en el pro­ceso de desamor e indiferen­cia, cuando no de reniego y­ odio, hacia lo que llamamos España, su historia, su heren­cia artística y cultural; está muy avanzado, y ¿cómo iba a amar­se la lengua española?

Pero quizás también, y sobre todo, ocurre todo eso con el español, porque por estos pagos nuestros nos ha fascinado casi siempre todo lo que es foráneo y nos sue­na a novedoso, y, por lo tan­to a maravilloso; y sigue tam­bién ocurriéndonos lo que al portugués que fue a Francia, y admirado quedó de que to­dos los niños en Francia supie­ran hablar francés.

¿Y entonces? Entonces me parece que, en esta España nuestra, sólo las gentes, más bien iletradas, y las otras cuatro personas que se dedican a es­tudios lingüísticos o literarios, más seguramente quienes fueron educa­dos en tiempos de tinieblas y ausen­cia de calidad de enseñanza, entien­den y vibran, por ejemplo, con Cer­vantes, Azorín o Góngora.

Para los demás, textos son éstos llenos de palabras raras; y el universo que hay detrás de esas palabras es incomprensible, y entonces se decide que está pe­riclitado, y que no tie­ne nada que decirnos a estas alturas de nuestras sabidurías

martes, 29 de septiembre de 2009

Pirómanos y extintores (Juan Manuel de Prada)

12 MAGAZINE Firmas
ANIMALES DE COMPAÑÍA por Juan Manuel de Prada

(XLSEMANAL 27 DE SEPTIEMBRE DE 2009)

Pirómanos y extintores

Uno de los rasgos más distintivos v definitorios de nuestra época es la incapa­cidad para percibir la idea, el denominador común o principio que explica los fenómenos que se despliegan ante nuestros ojos; v de ahí se desprende la incapacidad para combatir las calamidades que nos afligen, a las que atacamos en sus con­secuencias, sin atender a sus orígenes (o lo que aún resulta irás aflictivo. después de haberlas alimentado en sus orígenes). Así, el hombre contemporáneo se halla inmerso en un fárrago de problemas que no sabe cómo solucionar: o para los que dispone soluciones que sólo los com­baten en su expresión contingente, sin atender a sus causas. Ocurre esto porque ya no existe una capacidad para enjuiciar la realidad desde una perspectiva abarca­dora que la explique de modo coherente; y así todos nuestros juicios están atra­pados en una telaraña de impresiones confusas v contradictorias. Y, cuanto más tratamos de enfrentarnos a lo con­tingente, más nos enredamos en su tela­raña mistificadora.

Pruebas de esta incapacidad las tene­mos por doquier: si aumenta el número de crímenes perpetrados por adolescen­tes, pensamos que la solución consiste en rebajar la edad penal; si las escuelas se han convertido en aquelarres donde triunfa la indisciplina, pensamos que la solución consiste en otorgar a los maes­tros rango de «autoridad pública»; si crecen los embarazos no deseados, pen­samos que la solución se halla en repar­tir condones o en legalizar el aborto, etcétera. O bien proponemos soluciones alternativas, que entran en colisión con las soluciones expuestas; pero que com­parten con ellas un mismo rasgo carac­terístico: son soluciones fundadas en juicios contingentes, incapaces de pene­trar el meollo del problema, incapaces de abarcarlo por entero y de combatirlo en sus orígenes. Naturalmente, esta inca­pacidad para combatir las calamidades en sus orígenes beneficia a quienes han hecho del combate de las calamidades en sus consecuencias su coartada vital; que, por lo común, son los mismos que las han alimentado en sus orígenes. Y es que, manteniendo nuestro juicio sobre la realidad en un plano puramente con­tingente, se azuza el rifirrafe ideológico; y así se evita que los problemas sean sanados en su raíz. Porque la garantía de supervivencia del rifirrafe ideológico consiste en impedir que la gente llegue a saber dónde se halla la raíz del proble­ma, engolfada como está en elegir entre las soluciones contingentes que se ofre­cen a su elección.

Para garantizar su supervivencia, los promotores del rifirrafe ideológico cuen­tan con un poderosísimo instrumento de mistificación, disfrazado de «pluralidad», «libertad de opinión» y demás bellas falsedades muy del gusto de nuestra época. Consiste este instrumento en convertir os medios de comunicación en un pandemónium o guirigay de opiniones en porfía, proferidas por personas que, a imagen y semejanza de los promotores del rifirrafe ideológico, son incapaces de conducir los hechos hasta sus prime­ras causas, incapaces de hallar entre el embrollo de enrevesadas minucias con que nos golpea la realidad el hilo conduc­tor que lleva hasta los principios origi­narios. Esta incapacidad para alcanzar los principios originarios suele deberse a que son personas carentes de principios, que sustituyen por una adscripción ideológi­ca; v así, en lugar de rescatar del estrépito circundante la nota originaria que podría otorgar una melodía a la realidad, añaden nuevos ruidos discordantes al estrépi­to. De este pandemónium o guirigay se abastece luego el pueblo sometido (esto es, la ciudadanía); y cualquier intento de quebrar este círculo vicioso resulta un empeño estéril, porque la realidad se ha convertido va en un campo de Agramante en el que cualquier razonamiento que trate de ascender hasta los orígenes del problema se torna ininteligible.

Y sí, en medio de este campo de Agramante en el que se desenvuelve el pueblo sometido, los promotores del rifirrafe ideológico pueden dedicarse impunemente a alimentar las calamida­des en sus orígenes, para luego proponer soluciones contingentes -siempre inefi­caces- que las combatan en sus conse­cuencias. Son pirómanos que, después de prender fuego, tratan de tranquilizar­nos, aduciendo que tienen un extintor a mano; v, a la vista del extintor, el pueblo sometido discute el modo de dirigir el chorrito contra las llamas, sin darse cuenta de que la raíz del mal está en el pirómano, no en las llamas; y que la Solución no está en el extintor, sino en la reducción del pirómano.

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