Al-Ghazâli:
LA REALIDAD DE LA PROFECÍA (1)
"El Dios, no hay dios, sino Él, el Viviente, el
Subsistente. Ni la somnolencia ni el sueño se apoderarán de Él. A Él pertenece
cuanto hay en los cielos y en la tierra. ¿Quién intercederá ante Él si no es
con su permiso? Sabe lo que está delante y lo que está detrás de los hombres, y
éstos no abarcan de su ciencia si no es lo que Él quiere. Su trono se extiende
por los cielos y la tierra, y no le fatiga la conservación de esto. Él es el
Altísimo, el Inmenso" (Corán, II, 256).
La substancia del hombre, en su naturaleza original, ha
sido creada vacía, simple, sin el conocimiento de la pluralidad de los mundos
de Allah, que tan sólo el Altísimo conoce: "Nadie, salvo Él, conoce los
ejércitos del Rabb" (2). El hombre no entra en relación con el mundo sino
mediante la percepción, destinada a permitirle esta toma de contacto con el
mundo de los seres, es decir, con las diferentes clases de criaturas.
El primer sentido es el del tacto. Gracias a él, el
hombre percibe, por ejemplo, el calor y el frío, la humedad y la sequedad, lo
liso y lo rugoso. Pero los colores y los sonidos se le escapan: no existen para
el tacto.
Y después es el oído, que hace entender los sonidos y las
melodías.
Viene después el gusto. Entonces el hombre franquea los
límites del mundo de los sentidos, gracias al discernimiento (que adquiere a la
edad de siete años). En esta nueva etapa, percibe nuevas cosas, extrañas al
mundo de los sentidos.
De ahí, alcanza otro estadio, el del intelecto, que le
permite aprehender lo que es necesario, posible e imposible, y que no había
percibido en las etapas anteriores.
Más allá del intelecto se extiende otro dominio, una
nueva facultad de visión (3) que permite ver lo que se encuentra oculto, lo que
ocurrirá en el porvenir, y aún otras muchas cosas, tan extrañas al intelecto
como lo son los conocimientos racionales para el discernimiento, y éste para la
percepción de los sentidos. Ante los objetos conocidos por la razón, aquel que
no ha llegado más que a la edad del discernimiento se rebela y los encuentra
inverosímiles. Al igual, ciertas personas que permanecen en el estadio del
intelecto han rechazado, como inverosímiles, lo que aprendían del dominio
profético. Esta actitud no es sino ignorancia pura. Tales escépticos, no
habiendo alcanzado el estadio supra-racional (que no existe así para ellos),
concluyen que no existe en absoluto.
Si quien ha nacido ciego jamás ha oído hablar de los
colores y de las formas, y se le habla de ello directamente, no comprenderá
nada y no querrá creerlo...
Allah ha hecho estas dificultades inteligibles dando a
sus criaturas, con el sueño, un ejemplo de las propiedades proféticas, puesto
que el durmiente tiene sueños premonitorios, ora transparentes, ora simbólicos.
Ahora bien, un hombre que no hubiera tenido ninguna experiencia personal del
sueño, y al cual se le describiera (diciéndole que hay personas que caen en
letargo, pierden la conciencia, la sensibilidad, el oído y la visión, y
perciben lo invisible), negaría este relato increíble y justificaría su
escepticismo diciendo: "las facultades sensibles son los factores de la
percepción; ¿cómo pues quien no percibe ciertas cosas en estado de vigilia las
puede percibir cuando duerme?". Y, sin embargo, la existencia y la
intuición sensible invalidan este género de razonamiento por analogía.
El intelecto no representa, en la vida humana, sino una
etapa, en la cual el hombre adquiere una nueva facultad de visión que le
permite aprehender toda clase de conocimientos racionales, extraños al dominio
de los sentidos. Igual ocurre para los Profetas, que poseen como un
"tercer ojo", cuya luz aclara lo invisible y lo supra- racional.
Algunos albergan dudas, sea sobre la posibilidad de la
Profecía, sea sobre su existencia real, sea sobre su encarnación efectiva en
una persona determinada. Ahora bien, el hecho de que exista constituye la
prueba de que es posible. Por otra parte, existen conocimientos que nadie
pensaría en adquirir sólo por el intelecto. Es el caso de la medicina y de la
astronomía. Se ve entonces, estudiándolas, que hace falta la ayuda de la
inspiración divina, y que no se llega a ellos por la experiencia. Hay leyes
astronómicas que no se verifican más que una sola vez cada mil años: ¿cómo se
las podría conocer por la experiencia? Igual ocurre con las propiedades de los
remedios.
Esto demuestra que existe una Vía para percibir tales
fenómenos que escapan al intelecto, y es precisamente la Profecía. Pero el
conocimiento supra-racional no es más que una de sus numerosas propiedades. No
es sino una gota de agua en el océano.
No he mencionado esta propiedad sino a causa del ejemplo
que nos propone el sueño. Y he citado dos casos análogos: los de la medicina y
la astronomía, con los que se pueden relacionar los milagros de los Profetas,
al igual que ellos inaccesibles al intelecto.
En cuanto a las restantes propiedades de la Profecía, se
las percibe por el gusto, según la Vía mística. Mientras que el conocimiento
supra-racional no se torna inteligible más que a causa del ejemplo del sueño,
¿cómo creer en otra propiedad profética de la que no se tiene, en sí, ningún
ejemplo (ya que el entendimiento precede al asentimiento)? De modo que es
preciso, en este caso, abordar la Vía mística: se adquiere una parte de esta
facultad supra-racional por el gusto, y el resto por una especie de asentimiento
acordado a lo que escapa a todo razonamiento analógico. Y esta única propiedad
de la Profecía basta entonces para creer en el principio mismo de la Profecía.
¿Dudarás de la inspiración divina de tal o cual Profeta?
Te basta conocer sus facultades, sea por intuición, sea de oídas. Desde el
momento, en efecto, que conoces la medicina y el derecho (fiqh), por ejemplo,
puedes presentir cuáles son las facultades de los médicos y los juristas, al
escucharlos hablar, incluso aunque no las conozcas personalmente. Y nada te
impide, tampoco, saber que Shâfi'î era jurista (sabio del fiqh), y Galeno
médico, y saberlo realmente, y no por sumisión al principio de autoridad. Te
basta con estudiar un poco el derecho y la medicina, con leer las obras de
ambos autores, para conocer necesariamente su mentalidad.
Igualmente, debes, si has comprendido el sentido de la
Profecía, y si has recurrido a menudo al Corán y a las "logia", saber
con certeza que Muhammad (Hadrat Muhammed alayhissalâm) llegó al más alto grado
de la Profecía. También debes ayudarte de la experiencia de sus propósitos, en
la práctica religiosa y en su efecto en la purificación de los corazones. Como
con razón se ha dicho, "a quien actúa según lo que sabe, Allah le dará en
reparto conocer lo que no sabe". Y también, que "el sirviente del
tirano se convertirá en su esclavo". O bien, que "a aquel que no
tiene más que un deseo en la mente, Allah le quitará las preocupaciones de este
mundo y del otro". Acostúmbrate a meditar sobre estas palabras miles de
veces, y adquirirás un conocimiento necesario y que no deja lugar a ninguna
duda.
Tal es la Vía de la certeza en lo que concierne a la
Profecía. Es más válida que la de los prodigios, tales como la vara
transformada en serpiente, o la luna cortada en dos, que, aislados de su
contexto desbordante, pueden reducirse a la magia, a la ilusión o incluso a la
oración dirigida a Allah, pues "Él extravía a quien quiere y guía a quien
Él quiere" (4).
Llegamos ahora a la cuestión de los milagros. Es posible
que creas en el milagro, basándote en un razonamiento bien ordenado tendente a
demostrar su existencia. También es posible que tu fe sea cercenada por otro
razonamiento metódico que haga resaltar sus rasgos exteriores y la ambigüedad
del fenómeno. El ejemplo de estos hechos insólitos no debe ser más que uno de
los argumentos, una de las partes de tu razonamiento global. De esta manera,
habrás adquirido un conocimiento necesario, de fundamentos indefinibles... Como
quien obtuviera una información de numerosas fuentes diferentes y no pudiera
precisar cuál es la que le ha otorgado la certeza. Está seguro del hecho, pero
sin conocer su origen. Éste forma parte de un todo, pero no está necesariamente
fundado sobre tal o cual afirmación. Ésta es la fe sólida y científica. En cuanto
a la "gustación", es como una visión: consiste en "cogerla de la
mano", y no se encuentra más que en la Vía mística.
Y he aquí que lo que he dicho de la realidad de la
Profecía basta para el objetivo que me propongo actualmente. Vamos ahora a ver
cómo el hombre tiene necesidad de ella.
NOTAS:
1. ext. de la traducción francesa de "Al-munqid min
addalâl" ("La delivrance de l'erreur" o "La liberación del
error"), 4ª parte, Publications du Waqf Ikhlâs, Hakîkat Kitabevi,
Darüssefaka Cad. No. 57/A P.K. 35, 34262, Fatih, Istambul (Turk.), 1992 (2ª
ed.).
2. Corán, LXXIV, 31.
3. Literalmente, "otro ojo" (es decir, "un
tercer ojo"). No hay aquí una afirmación de una facultad supra-racional en
el Profeta, sino que se trata de la razón instintiva que en él alcanza su pleno
desarrollo normal.
4. Corán, II, 142.
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