Maestro Eckhart:
SURREXIT AUTEM SAULUS DE TERRA
APERTISQUE OCULIS NIHIL VIDEBAT (1)
Esta palabra, que he pronunciado en latín, la escribe san
Lucas in actibus a propósito de san Pablo y suena así: "Saulo se levantó
del suelo y, con los ojos abiertos, nada veía" [Hch. 9, 8].
Me parece que esta palabra tiene cuatro sentidos. Un
sentido es este: cuando se levantó del suelo, con los ojos abiertos, nada veía
y esa nada era Dios; puesto que, cuando ve a Dios, lo llama una nada. El
segundo [sentido es]: al levantarse, allí no veía nada sino a Dios. El tercero:
en todas las cosas nada veía sino a Dios. El cuarto: al ver a Dios veía todas
las cosas como una nada.
Antes [Lucas] ha explicado, cómo una luz súbitamente vino
del cielo y le derribó al suelo [Hch. 9, 3]. Ahora date cuenta, que dice:
"una luz vino del cielo". Nuestros mejores maestros dicen, que el
cielo tiene luz en sí mismo y sin embargo, no brilla. También el sol tiene luz
en sí mismo y, con todo, brilla. Las estrellas también tienen luz, aun cuando
afluye a ellas. Nuestros maestros dicen: el fuego, en su pureza simple,
natural, en su estado superior, no brilla. Su naturaleza es [allí] tan pura,
que no hay ojo que lo pueda percibir en modo alguno. Es tan sutil y extraño al
ojo, que si estuviera aquí abajo junto al ojo, no podría captarlo con la vista.
En un objeto extraño, sin embargo, se le ve bien cuando inflama un pedazo de
madera o de carbón.
Por la luz del cielo entendemos la luz que es Dios y que
ningún sentido humano puede percibir. Por eso san Pablo dice: "Dios habita
en una luz inaccesible que nadie ha podido ver" [1 Tim., 6, 16]. [Con
ello] dice: Dios es una luz a la que no hay acceso. No hay camino hacia Dios.
Quien todavía anda en el subir y en el crecer en la
Gracia y en la luz, ése aún no ha llegado a Dios. Dios no es una luz creciente,
aunque hay que haber llegado a él mediante el crecer. En el crecer no se ve
nada de Dios. Si Dios tiene que ser visto, debe ser en una luz que es Dios
mismo. Un maestro dice: en Dios no hay ni menos ni más, ni un esto ni un
aquello. Mientras estamos de camino no llegamos.
Ahora dice él [Lucas]: "Una luz del cielo le
envolvió". Con ello quiere decir: todo lo que era de su alma quedó
envuelto. Un maestro dice, que en esa luz todas las potencias del alma se
elevan y los sentidos externos, con los que vemos y oímos, se intensifican, así
como también los sentidos internos, que llamamos pensamientos: es una maravilla
lo lejanos e insondables que son. Fácilmente puedo pensar tanto en lo que está
allende el mar, como en lo que está aquí contigo y conmigo. Pero, en la medida
en que todavía busca, el intelecto va más allá de los pensamientos. Anda por
todas partes y busca; espía aquí y allí, gana y pierde. Pero por encima de ese
intelecto, que [todavía] está buscando, hay otro intelecto, que [ya] no busca
[más], que permanece en su ser puro y simple, comprendido en esa luz. Y yo
digo, que en esa luz todas las potencias del alma se elevan. Los sentidos
saltan sobre los pensamientos, pero lo elevados e insondables que son, es algo
que nadie sabe sino Dios y el alma.
Nuestros maestros dicen, y es una cuestión difícil, que
los ángeles no conocen los pensamientos, en tanto que no penetren y salten al
intelecto que busca y el intelecto que busca no salte al intelecto que [ya] no
busca, y que más bien es una luz pura en si misma. Esa luz comprende, en si
misma, a todas las potencias del alma. Por eso dice: "La luz del cielo le
envolvió".
Dice un maestro: todas las cosas que fluyen no entran en
contacto con las cosas inferiores. Dios fluye en todas las criaturas y, sin
embargo, ninguna de ellas le afecta. No las necesita. Dios confiere a la
naturaleza la facultad de actuar, y su primera obra es el corazón. Por eso
piensan algunos maestros, que el alma se oculta en el corazón y fluye en los
otros miembros y los vivifica. Esto no es así. El alma está totalmente en cada
uno de los miembros. Si bien es cierto, que su primera operación reside en el
corazón. El corazón se halla en el centro, quiere permanecer protegido en torno
suyo, de la misma manera que el cielo no sufre ninguna influencia extraña ni
recibe nada de nada. Más bien tiene todas las cosas en sí mismo; llega a todas
las cosas, pero él no es tocado por ninguna. Incluso el fuego, tan alto como se
halla, no tiene contacto con el cielo.
En la luz que le envolvió [Pablo] fue lanzado al suelo, y
se le abrieron los ojos, de forma que con los ojos abiertos veía todas las
cosas como [una] nada. Y cuando veía todas las cosas como [una] nada, entonces
veía a Dios. Ahora, ¡atención! El alma pronuncia una pequeña palabra en el
Libro del amor. "he buscado en mi lecho, durante toda la noche a quien ama
mi alma y no lo he encontrado" [Cant., 3, 1]. Lo buscaba en el lecho; es
decir: para quien permanece allí cogido o pendiente de alguna cosa, que está
por debajo de Dios, su lecho es demasiado estrecho. Todo lo que Dios ha querido
crear es [demasiado] estrecho. Ella [el alma] dice: "Lo he buscado durante
toda la noche". No hay noche que no tenga luz, pero está oculta. El sol
brilla [también] en la noche, pero está oculto. Durante el día brilla y oculta
las demás luces. De la misma manera actúa la luz divina, que oculta todas las
luces. Lo que buscamos en las criaturas es todo noche. Es lo que [realmente]
opino: todo lo que buscamos en cualquier criatura es todo sombra y noche.
Incluso la luz más sublime de los ángeles, por muy sublime que sea, no afecta
en nada al alma. Todo lo que no sea la primera luz es oscuridad y noche. De ahí
que ella [el alma] no encuentre a Dios. "Entonces me levanté y busqué por
todas partes y anduve a través de los espacios vastos y angostos. Allí me encontraron
los guardianes -eran los ángeles- y les pregunté si no habían visto a quien ama
mi alma", y callaron; quizás no lo podían nombrar. "Cuando avancé un
poco más encontré a quien buscaba" [Cant., 3, 2/4]. Acerca de lo poco y
pequeño que le impedía [al alma] encontrarlo, ya he hablado: aquél para quien
todas las cosas pasadas no son [algo] inferior y [como] una nada, no encuentra
a Dios. Por eso dice: "cuando avancé un poco más encontré a quien
buscaba". Si Dios toma forma en el alma y [en ella] fluye, y [entonces] lo
tomas como una luz o como un ser o como un bien, y reconoces alguna cosa de él,
eso no es Dios. Mira, es preciso superar lo inferior y separar todos los
atributos y conocer a Dios [como] Uno. Por eso dice: "Cuando avancé un
poco más, encontré a quien ama mi alma".
Con frecuencia decimos: "a quien ama mi alma".
Pero, ¿por qué dice ella: "a quien ama mi alma"? Ahora bien, él está
muy por encima del alma, y ella no nombró a quien amaba. Hay cuatro razones por
las que no lo nombró. Una razón es que Dios es innombrable. Si hubiera que
darle un nombre, habría que pensar en algo concreto. Dios está por encima de
todos los nombres; nadie puede ir tan lejos [como] para poder nombrar a Dios.
La segunda razón, por la que no se le da ningún nombre, es ésta: cuando el alma
fluye totalmente de amor en Dios, entonces no sabe de nada [más] que no sea el
amor. Se imagina que todas la gente conoce a Dios como ella [misma]. Se
sorprende de que haya alguien que [todavía] conozca otra cosa y no sólo a Dios.
La tercera razón es que no tenía suficiente tiempo para nombrarlo. No puede
apartarse tanto tiempo del amor; no puede pronunciar Otro nombre que no sea:
amor. La cuarta razón: quizás imaginaba que no tenía otro nombre que amor; con
amor pronuncia todos los nombres al mismo tiempo. Por eso dice: "me
levanté y busqué por todas partes y anduve a través de los espacios vastos y
angostos. Cuando avancé un poco más encontré a quien buscaba".
"Pablo se levanto del suelo y, con los ojos
abiertos, nada veía". No puedo ver lo que es Uno. Él nada veía, y eso era
Dios. Dios es una nada y Dios es alguna cosa. Lo que es alguna cosa, también
eso es nada. Lo que Dios es, lo es totalmente. De ahí que el clarividente
Dionisio, siempre que escribe de Dios, dice: él está por encima del ser, por
encima de la vida, por encima de la luz; no le atribuye ni esto ni lo otro y
[con ello] quiere decir, que él es [un] no sé qué, que está más allá de todo.
Si alguien ve alguna cosa, o si algo penetra en tu conocimiento, eso no es
Dios, justamente, porque no es ni esto ni lo otro. A quien diga, Dios está aquí
o allí no le creáis. La luz, que es Dios, brilla en las tinieblas [Jn., 1 ,5].
Dios es una luz verdadera; quien deba verla, debe ser ciego y debe mantener a
Dios lejos de todas las cosas. Un maestro dice: quien habla de Dios con
cualquier ejemplo, habla en un sentido impuro de él. Pero, quien con nada habla
de Dios, lo hace correctamente. Cuando el alma llega a lo Uno y allí entra en
un rechazo puro de sí misma, encuentra a Dios como en una nada. A un hombre le
pareció [una vez] en un sueño -era un sueño de vigilia- que estaba preñado de
la nada, como una mujer [lo está] de un niño y en esa nada había nacido Dios; él
era el fruto de la nada. Dios había nacido en la nada. Por eso [él] dice:
"se levantó del suelo y, con los ojos abiertos, nada veía". Veía a
Dios, en donde todas las criaturas son nada. Veía a todas las criaturas como
una nada, pues él [Dios] tiene en sí el ser de todas las criaturas. Es un ser
que tiene en sí a todos los seres.
Otra cosa opina cuando dice: "nada veía".
Nuestros maestros dicen: cuando alguien conoce alguna cosa de los objetos
exteriores, algo interviene en él, por lo menos una impresión. Cuando quiero
obtener la imagen de una cosa, por ejemplo de una piedra, entonces atraigo de
ella en mi interior lo más tosco; lo extraigo [de ella] hacia afuera. Pero
cuando sucede en el fondo de mi alma, allí [la imagen] se halla en lo más alto
y noble; no es [nada] sino una imagen [espiritual]. En las cosas que mi alma
conoce del exterior, algo extraño penetra [en ella]; por lo que conozco de las
criaturas en Dios, allí no entra nada [en el alma] sino sólo Dios, pues en Dios
no hay nada sino Dios. Si conozco a todas las criaturas en Dios, [las] conozco
[en tanto que] nada. Él [Pablo] veía a Dios, en quien todas las criaturas son
nada.
Tercera razón por la que nada veía: la nada era Dios. Un
maestro dice: todas las criaturas están en Dios como una nada, pues él tiene el
ser de todas las criaturas en sí mismo. Él es un ser, que tiene en sí todos los
seres. Un [otro] maestro dice, que no hay nada por debajo de Dios, por cercano
que le sea, en donde no entre algo [extraño]. Un [otro] maestro dice: el ángel se
conoce a si mismo y a Dios sin mediación. Pero si conoce [alguna] otra cosa,
entonces penetra algo extraño en él; allí se da [todavía] una impresión, por
pequeña que pueda ser. Si queremos conocer a Dios, tiene que ser sin mediación;
no puede penetrar nada extraño. Para conocer a Dios en esa [divina] luz, debe
ser incesante y encerrada en sí misma, sin impresión de cosa alguna creada.
Entonces conocemos la vida eterna sin mediación.
"Cuando nada veía, entonces veía a Dios". La
luz, que es Dios, fluye hacia afuera y oscurece cualquier [otra] luz. En la
[divina] luz en la que Pablo vio, en ella veía a Dios y nada más. Por eso dice
Job: "A su veto el sol no se levanta, y pone un sello a las
estrellas" [Job, 9, 7]. A causa de que él fue arrebatado por aquella luz,
no veía nada más [sino a Dios]; pues todo lo que pertenecía a su alma se
hallaba preocupado y ocupado con la luz, que es Dios, de manera que no podía
percibir nada más. Y esto es para nosotros una buena enseñanza; pues, cuando
nos ocupamos de Dios, entonces nos cuidamos poco de las cosas exteriores.
Cuarta razón por la que nada veía: la luz, que es Dios,
no tiene mezcla alguna; ninguna mezcla penetra [en ella]. Fue una señal de que
veía la verdadera luz, que es nada. Con la luz no quiere decir otra cosa que,
con los ojos abiertos, nada veía. Por el hecho de que nada veía, veía la nada
divina. San Agustín dice: cuando nada veía, entonces veía a Dios. [San Pablo
dice:] Quien nada ve y es ciego ve a Dios. Por eso dice san Agustín: por [el
hecho de] que Dios es una luz verdadera y un sostén para el alma y le es más
próxima que el alma lo es de sí misma, cuando el alma se aparta de todas las
cosas creadas, es necesario que Dios brille en ella y resplandezca. El alma no
puede tener ni amor ni temor, sin saber de dónde [procede]. Cuando el alma no
se dirige a las cosas exteriores, entonces ha llegado a casa y habita en su luz
simple y pura.
Allí ni ama ni tiene miedo o temor. El conocimiento es
una base y un fundamento de todo ser. El amor [de nuevo] no puede estar ligado
a otra cosa que no sea el conocimiento. Cuando el alma es ciega y no ve nada
más, entonces ve a Dios y es necesario que así sea. Un maestro dice: en su
pureza más alta, el ojo, en donde no tiene color [en sí mismo], ve todos los
colores; no sólo donde está desprovisto de todo color [en sí mismo], sino
[también] allí donde está en el cuerpo, [también] allí debe estar desprovisto
de color, si se quiere conocer el color. A través de lo que no tiene color se
ven todos los colores, aunque estuviera abajo, en los pies. Dios es un ser tan
peculiar, que lleva en sí a todos los seres. Si Dios tiene que ser conocido por
el alma, es preciso que sea ciega. Por ello dice [él]: "El veía" la
"nada", por cuya luz es toda luz, por cuyo ser es todo ser. De eso
habla la amada en el Libro del amor "Cuando avancé un poco más, encontré a
quien ama a mi alma" [Cant., 3, 4]. Lo "poco" sobre lo que
avanzo eran todas las criaturas. Quien no las rechaza no encuentra a Dios. Ella
[la amada] da también a entender: por pequeño y puro que quiera ser aquello a
través de lo que conozco a Dios, debe quedar fuera. Si tomo la luz, que es Dios
verdaderamente, y afecta a mi alma, no es correcto: tengo que tomaría [allí] en
donde brota. La luz que brilla sobre el muro, podría verla de forma incorrecta,
si no dirigiera mi ojo allí donde brota. Y aún cuando la tome allí, debo
permanecer libre de ese brotar; debo tomarla tal cual es, sostenida en sí
misma.
Incluso así no es correcto; no debo tomarla, ni donde
afecta, ni donde nace, ni donde brota, ni sostenida en sí misma, pues todo eso
es un modo [del ser]. A Dios hay que tomarlo en tanto que modo sin modo y en
tanto que ser sin ser, pues no tiene ningún modo. Por eso dice san Bernardo:
Quien a ti, Dios, quiera conocerte, debe medirte sin medida.
Rogamos a Dios, que podamos alcanzar aquel conocimiento
que es absolutamente sin modo y sin medida. Para que Dios nos ayude [en ello].
Amen.
NOTAS:
1. Trad.: Amador Vega. La traducción de este sermón del
Maestro Eckhart forma parte de "El fruto de la nada", Madrid,
Editorial Siruela, 1998. La edición utilizada es la más reciente: "Meister
Eckhart, Werke II" (ed. de Niklaus Largier), Frankfurt a. M., 1993, pp.
64-78, realizada sobre el texto en alto-alemán medieval (mittelhochdeutsch) de
J. Quint, "Meister Eckhart, Die Deutschen Werke", W. Kohlhammer,
Stuttgart, vol. 3, 1976, pp. 204-231. Ambas ediciones incluyen la versión de
este sermón al alemán moderno del mismo J. Quint., pp. 543-547.
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