miércoles, 25 de noviembre de 2020

EL PROBLEMA DE LA INTRODUCCIÓN NO CONCEPTUAL DEL SER (Jean-Marc Vivenza)

 

La Métaphysique de René Guénon

Jean-Marc Vivenza

Le Mercure Dauphinois. Grenoble 2004

Pp 55-63

 

SER PURO Y POSIBILIDAD

"Idealismo de lo divino", como se puede constatarlo, la crítica no carece de intransigencia, e incluso se señala por una singular virulencia, con el pretexto de que la posición de Guénon ignora las exigencias de lo real. Pero ¿pero qué es lo que determina la actitud doctrinal de Guénon, empujándole para no detenerse en el Ser? ¿Para no hacer subsistir toda su metafísica en la  contemplación del Ser? Simplemente porque el Ser es ciertamente una determinación primordial, pero no representa de ninguna manera la Totalidad a la que debería aspirar la investigación metafísica. El ser es una determinación limitada al reino de la manifestación, a lo que aparece en el ser, pero el dominio propiamente metafísico es precisamente el que abarca el más allá de la determinación.

Si el Ser está pues determinado, si es incluso una forma particularmente significativa de determinación, se deduce naturalmente que es no contiene en sí misma el conjunto de los posibles. Se podría incluso decir que es sólo una de las formas, y no la más esencial, del Principio. El Ser es sin duda la primera de las determinaciones desde el punto de vista existencial, pero no es menos una determinación, su rango de primacía a este nivel no le da ninguna superioridad metafísica particular. No identificable con el Principio Supremo, ya que el Principio para ser tal debe estar más allá de todas las determinaciones, el Ser no representa más que un aspecto parcial de la metafísica, sin duda, lo que puede eventualmente sorprender, el aspecto más pequeño y estrecho. Como tal, se entiende fácilmente que la metafísica occidental al haber hecho de Ser su único sujeto de preocupación, su principal objeto de estudio, se ha aislado de toda la dimensión esencial de la investigación trascendente. Mientras que se ha asistido durante siglos en una búsqueda centrada en un campo fragmentario de la reflexión, uno se da cuenta fácilmente de que el Ser, incluso determinando todos los estados de los cuales es el principio, deja fuera de él el conjunto de lo no-manifestado, el conjunto de lo que conviene designar como siendo la Posibilidad universal.

En la medida en que el verdadero objeto de interés metafísico está dirigido precisamente a lo que excede cualquier limitación, se puede comprender que sea necesario efectuar una especie  de vigoroso salto teórico colocándonos en la capacidad de abrazar el vasto campo de lo ilimitado y lo indeterminado, la perspectiva amplia que incluye Ser y No Ser, necesidad y  libertad, contingencia y permanencia. Para hacerlo, debe ser perfectamente captada la inmensa importancia de abrirse al Infinito, o la Posibilidad, capaz de conducirnos al auténtico dominio del conocimiento plenario, allí donde se despliegan las luces del Todo, de lo Absoluto. Guénon lo recuerda en sus obras en numerosas ocasiones: "El Ser no siendo más que la primera afirmación, la determinación más primordial, no es el Principio supremo de todas las cosas; no es, lo repetimos, el principio de la manifestación, y se ve por allí cuánto se restringe el punto de vista metafísico por aquellos que pretenden reducirlo solamente a la "ontología"; hacer así abstracción del No Ser, es  incluso excluir propiamente todo lo que es lo más verdadera y puramente metafísico.52 "Los pensadores occidentales han olvidado ,desgraciadamente, en su examen cuasi sistemático de la realidad ontológica, que el Ser, evidentemente, comprende las posibilidades de manifestación, pero deja fuera de él todas las posibilidades de no-manifestación, posibilidades que son las más importantes desde el punto de vista de la metafísica. A este respecto, la Posibilidad total, reuniendo en sí misma y en su Infinidad las posibilidades de manifestación y de no manifestación, es únicamente la que puede corresponder al objeto de la investigación metafísica pura y completa. Releamos de nuevo a Guénon sobre este punto, ya que es tan necesario precisar bien claramente lo expuesto a fin de penetrar realmente en el seno del auténtico conocimiento metafísico: "El ser no es infinito ya que no coincide con la Posibilidad Total; y esto tanta más cuanto el Ser, en tanto principio de la manifestación, comprende bien en efecto todas las posibilidades de manifestación, pero solamente en tanto ellas se manifiestan. Aparte del Ser, está pues todo el resto, es decir, todas las posibilidades de no manifestación mismas, en tanto están en el estado no manifestado; y el Ser mismo se encuentra allí incluido, ya que, no pudiendo pertenecer a la manifestación, ya que es el principio de ella, ella misma es no-manifestada. Para designar lo que es así fuera y más allá de del Ser, estamos obligados, a falta de otro término, a  llamarlo No-Ser 53 "

52. R. Guénon, Les Êtats multiples de l'être, op. cit. pp. 39-40.

53. op. cit., p. 25.

Así que ahora podemos entender lo que llevó a Guénon a rechazar la imperativa dominación del Ser, y le hizo combatir los postulados axiomáticos de la metafísica occidental, o más exactamente, en realidad, de la ontología presentada como el conocimiento por excelencia. Ahora se sabe, de igual manera, cuál es el vigor de la crítica anti-guenoniana que se expresó  su rechazo que concierne a detenerse  en el dominio del Ser solo, y se comprende quizá más claramente sobre que se funda pronunciadas con relación a Guénon, a saber, el pretendido  idealismo desrealizante que le hace rechazar la sumisión al Ser en favor de un vértigo puramente racional o conceptual.

EL PROBLEMA DE LA INTRODUCCIÓN NO CONCEPTUAL DEL SER

Si es preciso creer a los críticos, la metafísica de Guénon no sería más que un acto de razón, una construcción ideal pura. Esta fuerte  objeción merece por lo tanto una respuesta clara que, hasta ahora, a nuestro conocimiento, rara vez se había formulado.

En efecto, el realismo aristotélico, todo brumoso en sus certezas tranquilizadoras, no se da cuenta generalmente de que de hecho funda el conjunto de su  discurso sobre un presupuesto  hasta tal punto "enorme" que se vuelve transparente e invisible a la reflexión, pero que, sin embargo, viene a falsear todo su pesado aparato argumental 54. Remachados, o más exactamente como hipnotizados por su apertura al "Ser", que sería según ellos, fundamental y originalmente el acto de actos, nuestros excelentes doctores están olvidando, por desgracia, que la ontología no sabría ser por ella sola toda la metafísica. Y esto por la único, pero radical y brutal razón, como René Guénon nos recuerda a justo título, que "El Ser no es verdaderamente el más universal de todos los principios, que sería necesario para que la metafísica se reduzca a

54. "Nos parece legítimo afirmar", argumenta Georges Vallin, "que lo esencial de la metafísica occidental, lejos de constituir un conjunto de verdades eternas e inmutables, se reduce a la historia de esta metafísica. Este en tanto que especulación sobre el ser en tanto que ser y sobre los primeros principios y las primeras causas" comienza con Aristóteles, y más precisamente con el rechazo aristotélico de la trascendencia de las ideas platónicas. Toda la especulación metafísica de Occidente nos parece que lleva la carga y la marca de este origen que está caracterizado por la reducción de la metafísica a la ontología, es decir, a una teoría del ser en general basada en la hipótesis de la realidad del ego y de las formas individuales, en otras palabras, la incapacidad de una comprensión propiamente "universal" y "metafísica" de los "primeros principios". Esta reducción tiene consecuencias capitales. Lleva a una concepción abstracta y teórica del conocimiento metafísico, así como al reino masivo y exclusivo del principio de no contradicción. La metafísica como ontología es una especulación ajena a la experiencia espiritual. Todo lo más, se superpone aquí de forma accidental y artificial. Por otra parte  la naturaleza del primer Principio, tal como lo concibe la ontología, reposa en una limitación, en una negación de la universalidad principial. El ser universal, lejos de ser el Sobre-Ser principial , no es más que el Siendo supremo, puesto en función de la realidad de los siendos derivados [...]. Una estrecha solidaridad nos parece que une el carácter abstracto y teórico del conocimiento del ser tal como lo enfocaron la ontología clásica así siguiendo a Aristóteles, y la naturaleza limitada de ser concebido  "G. Vallin, Lumière du non-dualisme Presses universitaires de Nancy, 1987,pp. 34 y 35).

 

la ontología y esto porque, incluso si es la más primordial de todas las determinaciones posibles, no es menos ya una determinación, y toda es una limitación, en la cual el punto de vista metafísico no sabría detenerse  " 55.

Pero, más grave aún, es sobre la pretendida pureza de la percepción no conceptual del Ser que surge en el famoso "juicio de existencia" en que reposa lo esencial del aparato crítico de los adversarios de Guénon. El idealismo de la posición guénoniana, por una metafísica de lo posible y no del acto, haría imposible, para nuestros críticos, la aprehensión, el contacto efectivo con el "acto de existir". En efecto, la afirmación, que generalmente emerge de los textos neotomistas, se centra en el hecho de que el Ser es una noción supraconceptual no aprehendida por la abstracción intelectual, que "la existencia es un dato primitivo para el espíritu mismo que le da un campo

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55. R. Guénοn, Introduction générale à l'étude des doctrines hindoues, éd. Marcel Rivière 1921,p 131

supra-observable infinito, la fuente primera y supra-inteligible de la inteligibilidad "56.  De manera similar, Étienne Gilson insiste, de manera más mesurada es cierto, en el carácter desnudado de esencia del acto de existir: "El acto de existir tiene por esencia no tener una esencia.57 ». O, el "ser en tanto que ser", si es de hecho el objeto formal de la metafísica según Aristóteles 58, es también, por necesidad obligatoria, el objeto primero de la inteligencia. Por lo tanto, uno puede preguntarse ¿qué podría ser un objeto de la  inteligencia analítica que no fuera un objeto conceptual? El juicio de existencia, segunda operación del el espíritu, ¿no es atribuible a las nociones que inevitablemente se apoyan sobre conceptos que no son otra cosa que formulaciones de ideas? Tomás de Aquino no duda en decir que "el ser es lo que cae primero en el conocimiento de la inteligencia 59", lo que conduce a Ferdinand van Steenberghen a admitir: "La idea de ser es una idea abstracta y universal, como todas nuestras ideas.60 "La idea abstracto del ser, ¿no sería ella misma un ser de la razón, e incluso un ser de razón de los más significativos que haya? El acto de existir ¿no es, en primer lugar una introducción de la inteligencia llevando su mira sobre las esencias que siempre y en todas partes se manifiestan esencias particularizadas, y por lo tanto son recibidas como tales por la inteligencia conceptual que está "animada" por su presencia 61 ?

56. A este respecto, podemos recordar las palabras de Jacques Maritain, consciente de la dificultad de la comprensión ontológica, escribiendo: "La comprensión del ser es difícil en el sentido de que es difícil llegar al punto de purificación intelectual donde este se cumple en  nosotros; donde nos hemos vuelto lo suficientemente disponibles, lo suficientemente vacantes, para escuchar lo que todas las cosas murmuran y para escuchar, en lugar de  fabricar respuestas. "J. Maritain, Court traitéTratado de l’existence et l'existant, Flammarion, 1964, pp. 42-43).

57. E. Gilson, L'Existence, Gallimard, 1945, p. 80.

58. Aristóteles, Mètaphysiquea, libro 1V, cap. 1 & 2, t. I, n. 1, Vrin, 1953, p. 171.

59. Tomás de Aquino, Suma Teológica, la, 5, 2, & Ia, 11, 2, ad 4um.

60. F. van Steenberghen, Ontologie, Publications Universitaires de Lovaina, 2' ed. 1952, p. 41.

61.11 Es interesante leer sobre este tema los preocupantes desarrollos de Jacques Maritain, percibiendo bien las diferentes dificultades que surgen en la percepción virginal del (Cf. J. Maritain, Sept leçons sur l’être p. 56, &, Fayard, 1973, pp. 249-291). Se podrá igualmente apreciar sobre la cuestión de la apertura de disponibilidad silenciosa, en el espíritu de una aproximación realista pero sin embargo muy sutil, la excelente obra de Joseph Rassam Le silence comme introduction a la mètaphyísique, Publications de l’Université de Toulouse-le-Mirail, 1980.

Nuestro intelecto no es únicamente un receptor pasivo, una potencia de inercia sometida y dependiente, hay una actividad en él, una fuerza activa que le da la capacidad de actualizar las formas inteligibles que permanecen como en "potencia" en las cosas materiales. El intelecto es en efecto capaz de hacer las cosas inteligibles en acto, lo que es propia y formalmente conferirles  su presencia específica en el ser, les dan su visibilidad de conocimiento.

A esta capacidad, "a este poder activo, Santo Tomás da el nombre de intelecto agente, que fue empleado por los árabes para designar un intelecto trascendental, que ilumina nuestros espíritus al mismo tiempo que informa la materia, y que estaba situado por ellos en el límite inferior del mundo sideral, el último de los orbes celestes, el de la Luna62. Luz natural, el intelecto agente ilumina los objetos inmediatos preparando así la intelección conceptual, una facultad que nos da la posibilidad de detectar e identificar la existencia como "Ser", de pensarlo en tanto que tal como Ser, y de la misma manera aislar en este Ser percibido e identificado su idea y por lo tanto, verdaderamente,  "abstraer" verdaderamente de alguna manera su acto. El intelecto "concibe" el Ser y el existir, extrayéndole de cualquier modo existencial determinado, lo lleva al pensamiento realizando una operación de pura "abstracción". Por lo tanto, se puede decir que hay una "abstracción" que fluye de la percepción del Ser por la inteligencia, y que esta abstracción es incluso la forma más fiel de inteligencia, y que esta abstracción es  incluso la forma más fiel de lo que el Ser es, ya que no puede desprenderse, extraerse de su aprehensión conceptual que parece ser la identidad íntima de Ser en tanto que Ser.

62. J. Moreau, De la connaissance selon saint Thomas d'Aquin, Beauchesne's 1956 p 74

Como vemos, una metafísica del acto de ser no puede, inevitablemente, más que ser una metafísica conceptual, una metafísica de la idea de Ser, que en sí misma no es censurable, pero obliga, por lo menos, a un reconocimiento teórico que, no se puede más que lamentar, es rechazado por los pensadores realistas. Hay allí como una especie de extraña sospecha del pensamiento conceptual que nos permite formular la idea de Ser, incluso decir que no es una idea, sospecha que sin duda merecería un examen especial, pero que se la puede considerar como una especie de actitud no justificable desde el punto de vista doctrinal. Sin duda, estamos en presencia de un problema que requiere un replanteamiento de la cuestión de la relación del Ser en el pensamiento y que, por lo menos, obliga a considerar como intrínsecamente unidos los dos elementos de la cuestión, a saber, ser pensante y el Ser pensado. Reconozcamos que Guénon ha sabido, con pertinencia, retomar sobre esta difícil problemática, no dudando en colocar en colocar en el fundamento inicial de la metafísica la idea del Infinito, situándola como base esencial para todo el desarrollo ulterior de la investigación trascendental. Percibiendo bien el carácter imperativo de esta primera posición, vio con rara penetración, hasta qué punto era necesario volver al pensamiento tradicional, de manera que pueda de nuevo  tomar un enfoque de conocimiento metafísico auténtico.

Por otra parte es fácil descubrir que su insistencia en la cuestión fundamental de la idea de Infinito, en realidad tiene un doble disparador, ya que no sólo ofrece una posibilidad soberana de compromiso dentro de la búsqueda metafísica, sino que, además, autoriza un descubrimiento mayor, por no decir central, es decir, la puesta de manifiesto de la unidad principial que une el Ser y conocerlo en el acto mismo de conocimiento. Recordemos, a todos los fines útiles, que Santo Tomás, siguiendo los pasos de Aristóteles, será por otra parte  tan consciente de esa unidad, que vendrá a afirmar que en la intelección en acto el objeto inteligible coincide con el sujeto inteligente, coincidencia que, como señaló Aristóteles, (lo que de una considerable importancia sobre el plano de la metafísica, como lo subrayará René Guénon), tiene por consecuencia directa de llegar a esta conclusión mostrándonos que los objetos no materiales no hacen más que uno con lo conocido; lo cual puede, en cierto modo, resumirse en la siguiente fórmula: lo que es inmaterial es inteligible en acto 63.

La metafísica del acto no escapa como se ve, a pesar de sus vehementes protestas, al idealismo conceptual, y esto tanto más cuanto que ella  se niega a considerar como realizable la posibilidad de un pasaje más allá del Ser, lo que trágicamente lo encierra en un nivel extremadamente reducido de la realidad. Esto es porque  "fijada" rígidamente sobre el Ser hasta el punto de llegar a ser ciega y cerrada a las inmensas riquezas de las experiencias meta-ontológicas, ella rechaza como siendo una construcción puramente lógica la apertura metafísica, propuesta por Guénon, sobre el al más allá del Ser. Apertura no obstante salvadora que se efectúa por medio de un "Conocimiento suprarracional, intuitivo e inmediato[...] intuición intelectual pura sin la cual no hay verdadera metafísica" 64.

63. Summ. theol. I 14, 2: "Unde dicitur in libro De anima (III 8, 431 b 22-23) quod sensibile in actu est sensus in actu, et intelligibile in actu est intellectus in actu. »

64. R. Guénon, La Métaphysique orientale, op. cit. p. 11.

domingo, 22 de noviembre de 2020

El hombre TRINIDAD

 

El hombre, catalizador si se puede decir así de la energía divina en el universo, no es solamente  “microcosmo”, es también y sobre todo “microtheos” o “micrologos” –no solamente “pequeño mundo” sino también y sobre todo “pequeño dios”, “pequeño verbo”: pues no está creado a imagen del mundo, sino a imagen de Dios, a imagen del Verbo divino. El hombre es así la huella del Dios-Verbo en el universo.

El Verbo se manifiesta en el hombre como Inteligencia soberana (nous de Cristo), uniendo la razón al ser, el conocimiento a la existencia, la verdad y la vida. El nous, ojo del alma es el depositario de la imagen (icono) divino, la imagen trinitaria de Dios: la efigie del Hijo impresa por el sello del Espíritu Santo, unción del Padre. El nous es la facultad del conocimiento y de la intuición carismática. Receptáculo y copa de la gracia iluminadora y deificante, se sitúa en ruptura con lo racional; es el punto extremo de superación de la razón (dianoia). El conocimiento de Dios es “irracional”, incluso y sobre todo si se sirve también de conceptos racionales para expresarse. Dios está en el hombre. Él es la realidad única en el trasfondo del alma, en el Santo de los Santos que es el nous en el corazón del templo que es el hombre. Así lo que evita a la antropología de los Padres griegos ser un puro intelectualismo es precisamente confesar, en el corazón mismo de la inteligencia, lo inconocible.

L’Orthodoxie. Hier-Demain. Éditions Buchhet/Chastel. Paris 1979. Deuxième partie( Marc Antoine Costa de Beaurgard) Pp 159-160

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La virtud del amor comunicado al alma por el Espíritu Santo, aunque distinta de la hipóstasis divina del Espíritu, no es un efecto creado, una cualidad accidental cuya existencia dependería de nuestra substacia creada, sino un don increado, una energía divina y deificante en la que participamos en la naturaleza de la Santa Trinidad, volviéndonos divinae consortes naturae.

………..

La mística de la imitación que se puede encontrar en Occidente es ajena a la espiritualidad oriental que se define más bien como una vida en Cristo. Esta vida en la unidad del cuerpo de Cristo confiere a las personas humanas todas las condiciones necesarias para adquirir la gracia del Espíritu Santo, es decir para participar en la vida misma de la Santísima Trinidad, y en la perfección suprema, que es el amor.

Vladimir Lossky. Teología mística de la Iglsia de Oriente. Editorial Herder Barcelona 1982. Pp 158-160

                                                         *

En el Espíritu Santo, donde se opera la superación eterna de cualquier oposición, la Trinidad transciende su propia transcendencia según la marcha natural de las energías divinas, por medio de las cuales quiere Dios hacer posible la participación total en El.  Creados a imagen de Dios, llamados a ser sus iguales, los hombres son también inobjetivables y consustanciales.  Esta antropología trinitaria, rota por la caída y restablecida en Cristo, se nos ofrece en los misterios de la Iglesia, a través de los cuales las energías trinitarias nos penetran.

Por eso los grandes maestros espirituales ortodoxos rezan para que todos se salven, ya que la salvación no es más que la realización, a imagen de la Trinidad, de la total comunión humana. 

 

Olivier CLEMENT

Tomado de:

Historia de las Religiones Siglo XXI. Volumen VII. Las Religiones constituidas en Occidente y sus contracorrientes I. Páginas 396-417.

Siglo XXI de España Editores S.A. Calle Plaza 5 Madrid 33.

Madrid 1984

 

 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Estados cristianos ni existen ni existirán nunca (Tage Lindbom)


La semilla y la cizaña. Tage Lindbom. Taurus Ediciones S.A. Madrid 1980
(pp. 74-75)

 

martes, 17 de noviembre de 2020

El simulacro del estado cristiano (Nicolás Berdiaev)






La Nueva Edad Media, Nicolás Berdiaev.  Ediciones Carlos Lohlé. Buenos Aires 1979
(páginas 156-160)

 

lunes, 16 de noviembre de 2020

Gobierno cristiano, unión monstruosa de lo incompatible (Nicolás Bardiaev)




El sentido de la creación. Nicolás Berdiaev. 
Ediciones Calos Lohlé. Buenos Aires 1979
(pp. 336-338)
 

domingo, 15 de noviembre de 2020

Confusión monstruosa del reino del César y del Reino de Dios (N. Berdiaev)

N. Berdiaev

De la destination de l’homme (p. 253-255)

L’Age d’Homme. Lausanne.1979

 

6. - DEL ESTADO, DE LA GUERRA Y LA REVOLUCIÓN.

El examen del estado en su esencia no entra en el marco de este libro. Consideraré, únicamente desde el punto de vista de la ética, su naturaleza y nuestra actitud a su respecto. Este problema será necesariamente también el de sus relaciones con la libertad y la persona humana.

El Estado por su origen, su esencia y su fin no está más animado por el pathos de la libertad, que por el bien o por la de la persona humana, cualquiera que sea relación con ellos. Por encima de todo, representa al organizador del caos natural, cuyo pathos es el del orden, de la fuerza, de la expansión, de la formación de grandes entidades históricas. Si mantiene de manera coercitiva un mínimo del bien y la justicia, nunca lo hace porque es naturalmente bueno o justo, - estos sentimientos son naturalmente buenos o justos, - estos sentimientos son naturalmente buenos o justos, - estos sentimientos le son extraños – sino únicamente porque sin éste mínimo habría una confusión general, que amenazaría con disociar las entidades históricas; porque se arriesgaría a perder el mismo todo potencia y toda estabilidad. El principio del estado es sobre todo la fuerza y lo prefiere a la ley, la justicia y la bondad. El aumento de la potencia es su destino. Lo lleva a las conquistas, a la expansión, a la prosperidad, pero también puede llevarlo a su pérdida. En el conflicto de las fuerzas reales y el derecho ideal el Estado opta siempre por las primeras, él mismo no es más que la expresión de sus correlaciones. No puede revestir ninguna forma ideal - todas las utopías que le sugieren están viciadas de base – no es susceptible más que de mejoras relativas, y éstas están generalmente relacionadas a los límites que se le impone. El Estado siempre aspira a transgredir sus límites y convertirse en absoluto, ya sea bajo la forma de monarquía, de democracia o de comunismo. El antiguo mundo greco-romano no conocía límites al Estado-Ciudad. Estos fueron establecidos por el cristianismo, que logró substraer a la persona del poder de este mundo. Es él quien confirió al alma humana la primacía sobre todos los reinos del mundo. Introdujo un dualismo, que se esforzó en resolver, en los nuevos tiempos, a favor de la dominación del Estado, pero que es en realidad, insuperable. El estado pertenece al mundo pecador y no tiene ninguna analogía con el Reino de Dios. Hay en él una profunda paradoja, ya que si lucha contra la consecuencias del pecado, imponiendo límites exteriores a las manifestaciones de la mala voluntad, está contaminado el mismo y refleja en él esa degradación.

Los intentos realizados para conferir al reino de César un carácter sagrado y teocrático, fueron una de las más grandes tentaciones en la vida de la Iglesia y del cristianismo. Se remonta a Constantino el Grande. Las monarquías cristianas, imperiales y papales, acusaron una confusión monstruosa del reino del César y del Reino de Dios, en la cual el primero siempre obtuvo la prioridad. Se atribuyó al estado sagrado, al poder del monarca, la dirección de las almas humanas y el cuidado de su salvación, en otras palabras se le encargó una tarea, que recae exclusivamente en la Iglesia. Pero esos días ya han pasado.

Las relaciones entre la Iglesia y el Estado se establecieron de una manera paradójica, porque se puede decir que el Estado forma una parte de la Iglesia, como se puede decir que la Iglesia forma parte del estado. Ciertamente, la Iglesia espiritual y mística es el cosmos cristianizado, el alma del mundo llena de gracia y, considerado bajo este ángulo visto bajo esta luz, el Estado es sólo la parte subordinada y menos cristiana, porque más sujeto al imperio del pecado y, en consecuencia, al de la ley. Pero histórica y socialmente hablando, la Iglesia considerada en el plano empírico, es una parte del Estado, está sometida a su ley, y se ve o protegida u oprimida por él. Y este es el origen de lo trágico de su vida. El Estado es la esfera de cotidianidad social, en la se desliza una voluntad demoníaca de potencia. Ya sea que sea democrático o monárquico, sigue siendo un reino de César. También es cometer una misma mentira atribuir a una u otra de sus formas u valor absoluto y sagrado. El Estado posee su misión positiva en el mundo natural y pecador. "No es en vano que el magistrado lleva la espada", el poder es indispensable en el  mundo caído. Pero si el estado, incluso el más imperfecto, cumple parcialmente esta misión, la distorsiona y la distorsiona y la desfigura también por su tiranía, por su tendencia a violar sus límites, por las pasiones a las cuales está expuesto. El amor al poder y a la tiranía, el desprecio de  la persona humana y de la libertad, se manifiestan en el estado democrático, como en el estado monárquico, y ellos alcanzan su paroxismo en el estado comunista. El estado está bajo el signo de la ley y no de la gracia. Él verdad que además de la ley, la creación humana se manifiesta también en él, pero está desprovisto de gracia y no significa la penetración en el Reino de Dios.

No puede haber existir un estado ideal perfecto, ya que todo Estado representa necesariamente una dominación del hombre sobre el hombre; ahora siendo el principio de esta dominación el producto del pecado, no puede revelar el Reino de Dios, que no conoce, él , más que relaciones de amor. La vida ideal y perfecta marca el fin de esta dominación, de cualquier dominación impuesta, en general, incluso la de Dios, porque sólo en un mundo pecaminoso Dios puede aparecer como una autoridad. El anarquismo comporta, en este sentido, una parte de verdad, pero no es adaptable a nuestro mundo, que está sometido a la ley, y su utopía es una mentira y una seducción. No se puede sin embargo, concebir la vida perfecta más que bajo el ángulo anarquista, que corresponde al pensamiento apofático, el único verdadero, porque es el único en el cual toda analogía con el reino del César es eliminada y en el cual se opera un desprendimiento.