sábado, 26 de febrero de 2022

El fin de un mundo (René Guénon)

 

Réne Guénon 

El reino de la cantidad y los signos de los tiempos (1945)

 

CAPÍTULO XL

El fin de un mundo

 

Todo lo que hemos descrito en el curso de este estudio constituye en suma, de una manera general, lo que se puede llamar los «signos de los tiempos», según la expresión evangélica, es decir, los signos precursores del «fin de un mundo» o de un ciclo, que no aparece como el «fin del mundo», sin restricción ni especificación de ningún tipo, más que para aquellos que no ven más allá de los límites de este ciclo mismo, error de perspectiva muy excusable ciertamente, pero que, por ello, no tiene consecuencias menos enojosas, por los terrores excesivos e injustificados que hace nacer en aquellos que no están suficientemente desapegados de la existencia terrestre; y, bien entendido, son justamente esos los que se hacen con mucha facilidad esta concepción errónea, en razón de la estrechez misma de su punto de vista. En verdad, puede haber así muchos «fines del mundo», puesto que hay ciclos de duración muy diversa contenidos en cierto modo los unos en los otros, y puesto que la misma noción puede aplicarse siempre analógicamente a todos los grados y a todos los niveles; pero es evidente que son de importancia muy desigual, como los ciclos a los cuales se refieren, y, a este respecto, se debe reconocer que el que consideramos aquí tiene in-contestablemente un alcance más considerable que muchos otros, puesto que es el fin de un Manvantara todo entero, es decir, de la existencia temporal de lo que se puede llamar propiamente una humanidad, lo que, todavía una vez más, no quiere decir en modo alguno que sea el fin del mundo terrestre mismo, puesto que, por el «enderezamiento» que se opera en el momento último, este fin mismo devendrá inmediata-mente el comienzo de otro Manvantara.

 

A este propósito, hay todavía un punto sobre el que debemos explicarnos de una manera más precisa: los partidarios del «progreso» tienen costumbre de decir que la «edad de oro» no está en el pasado, sino en el porvenir; la verdad, al contrario, es que, en lo que concierne a nuestro Manvantara, está realmente en el pasado, puesto que no es otra cosa que el «estado primordial» mismo. No obstante, en un sentido está a la vez en el pasado y en el porvenir, pero a condición de no limitarse al presente Manvantara y de considerar la sucesión de los ciclos terrestres, ya que, en lo que concierne al porvenir, es de la «edad de oro» de otro Manvantara de lo que se trata necesariamente; así pues, está separada de nuestra época por una «barrera» que es verdaderamente infranqueable para los profanos que hablan así, y que no saben lo que dicen cuando anuncian la próxima venida de una «era nueva» refiriéndola a la humanidad actual. Su error, llevado a su grado más extremo, será el del Anticristo mismo al pretender instaurar la «edad de oro» por el reino de la «contratradición», y al dar incluso su apariencia, de la manera más engañosa y también más efímera, por la contrahechura de la idea tradicional del Sanctum Regnum; con esto se puede comprender por qué, en todas las «pseudotradiciones» que no son todavía más que «prefiguraciones» muy parciales y muy débiles de la «contratradición», pero que tienden inconscientemente a prepararla más directamente sin duda que cualquier otra cosa, las concepciones «evolucionistas» desempeñan constantemente el papel preponderan-te que hemos señalado. Bien entendido, la «barrera» de la que hablábamos hace un momento, y que obliga en cierto modo a aquellos para quienes existe a encerrarlo todo en el interior del ciclo actual, es un obstáculo más absoluto todavía para los representantes de la «contrainiciación» que para los simples profanos, ya que, al estar orientados únicamente hacia la disolución, son verdaderamente aquellos para quienes nada podría existir más allá de este ciclo, y así es para ellos sobre todo para quienes el fin del ciclo debe ser realmente el «fin del mundo» en el sentido más integral que se pueda dar a esta expresión.

 

Esto plantea todavía otra cuestión conexa de la que diremos algunas palabras, aunque, a decir verdad, algunas de las consideraciones precedentes le aportan ya una respuesta implícita: ¿en qué medida esos mismos que representan más completamente la «contrainiciación» son efectivamente conscientes del papel que desempeñan, y en qué medida no son al contrario más que instrumentos de una voluntad que les re-basa, y que, por lo demás, ignoran por eso mismo, aunque están inevitablemente subordinados a ella? Según lo que hemos dicho más atrás, el límite entre estos dos puntos de vista bajo los cuales se puede considerar su acción está forzosamente determinado por el límite mismo del mundo espiritual, en el cual no pueden penetrar de ninguna manera; pueden tener conocimientos tan extensos como se quiera suponer en cuanto a las posibilidades del «mundo intermediario», pero esos conocimientos no estarán siempre por ello menos irremediablemente falseados por la ausencia del espíritu que es el único que podría darles su verdadero sentido. Evidentemente, tales seres no pueden ser nunca mecanicistas ni materialistas, y ni siquiera «progresistas» o «evolucionistas» en el sentido vulgar de estas palabras, y, cuando lanzan en el mundo las ideas que estas palabras expresan, le engañan deliberadamente; pero esto no concierne en suma más que a la «antitradición» negativa, que no es para ellos más que un medio y no un fin, y podrían, igual que los otros, intentar excusar este engaño diciendo que «el fin justifica los medios». Su error es de un orden mucho más profundo que el de los hombres a los que influencian y «sugestionan» con tales ideas, ya que no es otra cosa que la consecuencia misma de su ignorancia total e invencible de la verdadera naturaleza de toda espiritualidad; por eso es por lo que es mucho más difícil decir exactamente hasta qué punto pueden ser conscientes de la falsedad de la «contratradición» que apuntan a constituir, puesto que pueden creer muy realmente que en eso se oponen al espíritu, tal como se manifiesta en toda tradición normal y regular, y que se sitúan al mismo nivel de aquellos que la representan en este mundo; y, en este sentido, el Anticristo será ciertamente el más «ilusionado» de todos los seres. Esta ilusión tiene su raíz en el error «dualista» del que ya hemos hablado; y el dualismo, bajo una forma o bajo otra, es el hecho de todos aquellos cuyo horizonte se detiene en ciertos límites, aunque sean los del mundo manifestado entero, y que, al no poder resolver así, reduciéndola a un principio superior, la dualidad que constatan en todas las cosas en el interior de esos límites, la creen verdaderamente irreductible y son llevados por eso mismo a la negación de la Unidad suprema, que para ellos es efectivamente como si no existiera. Por eso es por lo que hemos podido decir que los representantes de la «contrainiciación» son finalmente engañados por su propio papel, y que su ilusión es incluso verdaderamente la peor de todas, puesto que, en definitiva, es la única por la cual un ser pueda, no ser simplemente extraviado más o menos gravemente, sino ser realmente perdido sin retorno; pero evidentemente, si no tuvieran esta ilusión, no desempeñarían una función que, no obstante, debe ser desempeñada necesariamente como toda otra para el cumplimiento mismo del plan divino en este mundo.

 

Somos conducidos así a la consideración del doble aspecto «benéfico» y «maléfico» bajo el que se presenta la marcha misma del mundo, en tanto que manifestación cíclica, y que es verdaderamente la «llave» de toda explicación tradicional de las condiciones en las que se desarrolla esta manifestación, sobre todo cuando se la considera, como lo hemos hecho aquí, en el periodo que lleva directamente a su fin. Por un lado, si se toma simplemente esta manifestación en sí misma, sin referirla a un conjunto más vasto, su marcha toda entera, desde el comienzo hasta el fin, es evidentemente un «descenso» o una «degradación» progresiva, y eso es lo que se puede llamar su sentido «maléfico»; pero, por otro lado, esta misma manifestación, restituida al conjunto del que forma parte, produce resultados que tienen un valor realmente «positivo» en la existencia universal, y es menester que su desarrollo se prosiga hasta su término, comprendido ahí el de las posibilidades inferiores de la «edad sombría», para que la «integración» de estos resultados sea posible y devenga el principio inmediato de otro ciclo de manifestación, y eso es lo que constituye su sentido «benéfico». Ello es también así cuando se considera el fin mismo del ciclo: desde el punto de vista particular de lo que entonces debe ser destruido, porque su manifestación está acabada y como agotada, este fin es naturalmente «catastrófico», en el sentido etimológico en el que esta palabra evoca la idea de una «caída» súbita e irremediable; pero, por otra parte, desde el punto de vista en el que la manifestación, al desaparecer como tal, se encuentra reducida a su principio en todo lo que tiene de existencia positiva, este mismo fin aparece por el contrario como el «enderezamiento» por el que, así como lo hemos dicho, todas las cosas son no menos súbitamente restablecidas en su «estado primordial». Por lo demás, esto puede aplicarse analógicamente a todos los grados, ya sea que se trate de un ser o de un mundo: es siempre, en suma, el punto de vista parcial el que es «maléfico», y el punto de vista total, o relativamente tal en relación al primero, el que es «benéfico», porque todos los desórdenes posibles no son tales sino en tanto que se les considera en sí mismos y «separadamente», y porque estos desórdenes parciales se desvanecen enteramente ante el orden total en el que entran finalmente, y del que, despojados de su aspecto «negativo», son elementos constitutivos al mismo título que toda otra cosa; en definitiva, no hay de «maléfico» más que la limitación que condiciona necesariamente toda existencia contingente, y esta limitación misma no tiene en realidad más que una existencia puramente negativa. Hemos hablado primeramente como si los dos puntos de vista «benéfico» y «maléfico» fueran en cierto modo simétricos; pero es fácil comprender que no hay nada de eso, y que el segundo no expresa más que algo inestable y transitorio, mientras que lo que representa el primero es lo único que tiene un carácter permanente y definitivo, de suerte que el aspecto «benéfico» no puede no prevalecer finalmente, mientras que el aspecto «maléfico» se desvanece enteramente, porque, en el fondo, no era más que una ilusión inherente a la «separatividad». Solamente, a decir verdad, entonces ya no se puede hablar propiamente de «benéfico», ni tampoco de «maléfico» , en tanto que estos dos términos son esencialmente correlativos y marcan una oposición que ya no existe, puesto que, como toda oposición, pertenece exclusivamente a un cierto dominio relativo y limitado; desde que es rebasada, hay simplemente lo que es, y no puede no ser, ni ser otro que lo que es; y es así como, si se quiere llegar hasta la realidad del orden más profundo, se puede decir con todo rigor que «el fin de un mundo» no es nunca y no puede ser nunca otra cosa que el fin de una ilusión.

lunes, 14 de febrero de 2022

ESQUEMA DE UNA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA DE LA METAFÍSICA SISTEMÁTICA (Georges Vallin)

 

CAPÍTULO II

ESQUEMA DE UNA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA DE LA METAFÍSICA SISTEMÁTICA

La Perspective métaphysique

Georges Vallin

Presses Universitaires de France. Paris 1959 pp.220-247

A) DE LA METAFÍSICA INTEGRAL

AL DOGMATISMO ONTOTEOLÓGICO

La perspectiva metafísica nos ha hecho comprender que es un rechazo u olvido de la Infinidad integral del Absoluto lo que está en el origen de las limitaciones del dogmatismo en general, y el dogmatismo filosófico en particular. El entendimiento humano que olvida o rechaza la intuición intelectual en el rigor de su significado metafísico, constata su impotencia para captar el Absoluto, o bien encierra a éste en un "Sistema". Y hemos tratado de mostrar que en el marco de los sistemas, no había otra alternativa que la siguiente: o bien el sistema comporta contradicciones internas, y da lugar a lo que hemos llamado la "coexistencia" contradictoria de aspectos opuestos, - o se plantea hipostasiando el aspecto que ha elegido privilegiar y negando el aspecto opuesto a él.

Esta negación puede ser explícita, cuando el sistema rechaza el aspecto opuesto al suyo: así de "realismo" kierkegardiano o el materialismo marxista, cuando rechazan el idealismo del sistema hegeliano.

Puede ser implícito, cuando el sistema tiene la ilusión de integrar el aspecto opuesto al suyo: el monismo panteísta de Hegel fue sentido muy legítimamente por Kierkegaard como una exclusión de la pluralidad de existencias singulares, y por el marxismo como estafa del carácter dramático de la oposición dialéctica, etc...

Ya sea explícita o implícita, esta negación no es menos masiva, es decir, exclusiva. Es esta negación de exclusión, opuesta a la negación de integración, que nos parecía en el origen del desarrollo de ciertos sistemas: así las contradicciones internas del kantismo (sistemas del tipo: coexistencia de opuestos) explican, al menos en parte, la génesis del "idealismo absoluto" de Hegel, que debe verse como una síntesis del idealismo "subjetivo" de Fichte y del idealismo "objetivo" de Schelling. Incluso la "negación excluyente inherente al hegelianismo en tanto monismo panteísta e idealista explica la génesis de sistemas basados precisamente en aquellos aspectos de lo real que  parecía excluir de la aparente "síntesis" hegeliana (Marx, Kierkegaard). Ciertamente no es el hecho de esta exclusión recíproca que constituye la revelación importante de la perspectiva metafísica, concerniente al dogmatismo sistemático: Hegel, en un contexto muy diferente, sacó a la luz esta contradicción de los sistemas filosóficos.

La perspectiva metafísica nos aclara sobre todo sobre la naturaleza y el origen del dogmatismo en general, mostrándonos por oposición en que consiste una integración de los aspectos antinómicos que se excluyen a nivel de los sistemas. Ello nos permite denunciar el carácter ilusoriamente integral o sintético de los sistemas que, como el hegelianismo, comportan de hecho una negación de exclusión, como cualquier otro sistema filosófico. Nos permite ver en la negación de la exclusión, que se refiere al carácter integral del Infinito, el origen de los Sistemas filosóficos en tanto que tales. Las antinomias de los sistemas y sus exclusiones recíprocas aparecen a su luz como consecuencias de esta negación fundamental.

Pero la perspectiva metafísica también y sobre todo nos permite igualmente  explicar de qué manera la negación de la exclusión que ordena el dogmatismo sistemático determina la evolución e historia de los sistemas filosóficos, o, si se prefiere, de la metafísica sistemática. Sin duda Hegel ha mostrado bien cómo la contradicción es la condición esencial del desarrollo de los sistemas filosóficos, como de todo devenir en general. Pero es la verdadera naturaleza de este desarrollo que la perspectiva metafísica nos parece que saca a la luz. Este desarrollo es lo contrario de lo que postula el sistema hegeliano, en el sentido de que la historia de la filosofía no aparece aquí como la elaboración de una solución o una síntesis cada vez más completa de contradicciones renacientes sin cesar.

El "Sistema" en el que las contradicciones se resuelven de forma cada vez más profunda, no está al final, en el fin de la historia de los sistemas, por la buena razón de que un sistema en tanto que tal no puede superar las antinomias y las contradicciones. La integración de los aspectos antinómicos que no pueden dejar de oponer no puede ser realizada más que más allá o por debajo de la historia de los sistemas como tales. El Absoluto no se plantea aquí ni como lo que aparecería en el origen de esta historia. Su contemplación trasciende la oposición de origen y fin.

La metafísica integral es en su esencia rigurosamente transhistórica, aunque sus diversas formulaciones doctrinales están necesariamente vinculadas a un contexto histórico determinado, y puede entrar, en una cierta medida, así como nos lo ha enseñado la oposición del Vedanta al Budismo, en la aparente dialéctica de exclusiones recíprocas que ordena el desarrollo de sistemas. La intuición intelectual, aunque nos haga comprender y justificar el tiempo, se sitúa en el "instante" metafísico que permite al Intelecto captar el Infinito. Implica una especie de agujero, más allá del tiempo, hacia la eternidad y la inmutabilidad del Infinito. No presupone ninguna limitación anterior salvo como vehículo o símbolo, mientras que un sistema filosófico como tal aparece en general esencialmente como reacción a o consecuencia de otro sistema, es decir, como un acontecimiento que se inserta en una "historia". La manera misma en que la metafísica integral apunta al Absoluto presupone una superación de las limitaciones dogmáticas. Pero hemos visto que el hecho mismo de fijar límites al Absoluto o al Infinito está ligado al acto o acontecimiento fundamental, por el cual el hombre identifica su esencia con su condición cosmológica de animal razonable. Es por este acto que el hombre se identifica, por así decirlo, con su devenir cósmico, a su historia humana. El origen de la historia de la filosofía occidental nos aparece como la repetición, sobre el plano de las concepciones doctrinales, de la actitud inicial, por así decir ontológica y existencial, en virtud de la cual el hombre se capta a sí mismo como esencialmente distinto del Absoluto. El primer acto fundamental de la "historia de la metafísica nos parece en efecto constituido por la revuelta antiplatónica de Aristóteles, por su limitación del Absoluto que debía tener un gran peso en la historia ulterior de los sistemas.

A fin de comprender el esquema general de esta historia que la perspectiva metafísica parece permitir esbozar, debemos retornar sobre las relaciones que unen en esta perspectiva lo que hemos llamado Esencia y Sustancia. Se podría afirmar que el carácter transhistórico de la perspectiva metafísica en tanto contenido doctrinal, si no en tanto que formulación, está ligado a la concepción de tipo metafísico de las relaciones que unen la Esencia a la Sustancia, o el polo "esencial" y el polo "sustancial" de la manifestación.

Hemos visto que es posible captar un doble reflejo del Infinito considerado en la pureza de su Trascendencia integral: por una parte la "materia inteligible" o la Todopotencia de lo Uno que se expresa en la multiplicidad infinita del "mundo inteligible", por otro parte, la indefinidad de la materia en tanto que principio de individuación: es este doble reflejo que aparece como la Sustancia, o Materia en tanto que principio de multiplicidad en general. Ahora hemos visto que en la metafísica integral la "Sustancia" como tal no puede añadir nada a la Esencia, bajo ningún aspecto. Ella no es más que el instrumento de manifestación o expresión que se desprende necesariamente de su infinidad. Esta expresión no es más que un reflejo que implica la Infinidad del Uno al cual es radicalmente transparente, y al cual reenvía como a su esencia más que a su causa. Lo que el "mundo inteligible" o el Ser es al Uno, el mundo "sensible" lo es al Ser mismo. Las realidades sensibles no son más que reflejos o participaciones esenciales de sus Arquetipos, lo mismo que el Intelecto universal o Verbo universal no es más que una imagen o reflejo del Uno. El mundo en tanto que está "en Dios" o en el Ser, es infinitamente más "real" que en tanto que está "manifestado": en otras palabras, los Arquetipos son más reales que sus reflejos. Lo que la Sustancia "añade" a la Esencia no es más que un "no ser", que debe ser "sustraído" para recuperar la plenitud de la Esencia. Separado del Principio del que es el reflejo, lo manifestado aparece como "no-ser" o más bien como "nada”: a medida que se aleja de la Esencia para ir hacia sus reflejos más degradados, se aproxima sin poder alcanzarlo nunca, hasta lo indeterminación tenebrosa de esta Materia, de esta "Sustancia" que es La Nada misma.

¿Cuál es la situación del Tiempo en tal esa perspectiva? Reviste el doble aspecto de "Materia" que habíamos destacado anteriormente y que corresponde a los dos momentos de la individuación; por una parte, es, como el espacio, una condición para la manifestación de las esencias cuya plenitud que el despliega y degrada la plenitud intemporal y simultánea en la dispersión de las reflexiones sucesivas. Por otra parte, y correlativamente, es el principio de destrucción el que trae de vuelta del estado manifestado al no manifestado. Es lo que condiciona el despliegue simbólico e ilusorio de los reflejos de la esencia tanto como el retorno del reflejo a su origen; en otras palabras, es rigurosamente cíclico, y no creativo. Es una modalidad de la Negación fundamental en virtud de la cual el Infinito se manifiesta tan necesariamente como trae de nuevo a él lo manifestado.

Ahora veremos que uno de los aspectos más esenciales de la limitación de la metafísica sistemática consistirá en la transformación de la relación entre el Ser, o el Absoluto, y el Tiempo. Es la etapa del dogmatismo temporalista, que pronto tendremos que considerar en sí misma, y en sus diversas. Pero ella misma no es más que una consecuencia de la limitación inicial que nos parece estar en el origen del dogmatismo filosófico en general, y que primero debemos sacar a la luz.

El primer parricidio que está en el origen de la metafísica sistemática de Occidente no es el de Parménides por Platón, sino el de Platón por Aristóteles. "Matando” a Parménides, al afirmar la existencia del "no ser", Platón no hace más que desarrollar la misma intuición metafísica que, en Parménides, parecía estar bloqueada en la contemplación de una especie de trascendencia abstracta del Uno: introduciendo el movimiento en el corazón de las Ideas que simplemente ha aplicado el principio rigurosamente metafísico de la coincidencia de los opuestos; el Otro del sofista se convertirá con la Materia inteligible de Plotino en el equivalente del Maya νedántico, y el dogma de la Encarnación del Verbo, fundamento de la de la tradición espiritual que hará la unidad de Occidente, será sólo otro aspecto del mismo "parricidio" y así como del principio metafísico de la coincidencia de los opuestos que será formulado por Nicolás de Cusa.

La revuelta antiplatónica de Aristóteles tiene alcance muy diferente. Si se puede enfocar legítimamente una especie de complementariedad entre la "cosmología" aristotélica y la "metafísica" platónica, la oposición entre las dos doctrinas es manifiesta en lo que respecta a la metafísica propiamente dicha. O, más exactamente, creemos que podemos decir que la metafísica como sistemática comienza con Aristóteles. El Estagirita es el fundador de lo que hemos llamado dogmatismo ontológico, que constituye el primer estadio importante que creemos legítimo distinguir en la historia de la metafísica sistemática (1).

Aristóteles nos parece haber fundado de manera decisiva lo que llamaremos el cosmologismo y el humanismo de la metafísica occidental, según los cuales el hombre, cuya esencia se identifica con su condición de "animal razonable considera también su yo como el mundo y el Principio metacósmico en términos de la realidad "sustancial" de lo finito y no en términos de la realidad "esencial" de lo Infinito. En otras palabras, el aristotelismo está fundado, - como lo estará toda la metafísica sistemática de Occidente- sobre una inversión de las relaciones metafísicas entre la Esencia y la Sustancia.

Las sombras de la caverna platónica adquieren ahora carne y consistencia. Las realidades sensibles ya no son reflejos, sino "sustancias". La idea "separada" ya no es más que una "abstracción". Las formas no son reales más que en función de su actualidad cosmológica. Si las "formas" son ingenerables e incorruptible, se mantuvo, en lo que concierne a las especies del mundo "sublunar", que no tienen densidad ontológica más que por su actualización en condiciones individuantes. La "sustancia" u "ousia" aristotélica, como hemos tratado de mostrar (2), es la esencia en tanto se actualiza en los compuestos "hilemórficos". La trascendencia abstracta del Dios Acto puro aparece como la contraparte metafísica

(1) Aquí sólo podemos esbozar a grandes rasgos las distintas etapas de esta de esta historia de los sistemas. Nos remitimos a nuestro estudio sobre Ser y la Individualidad para un análisis más detallado de los diversos aspectos importantes de la "ontología sustancialista", así como las tres estructuras temporales de los instantes lógicos, estéticos y negativos que corresponden las tres etapas principales que creemos poder discernir en el dogmatismo temporalista.

(2) Cf. Ser e individualidad. Parte 1. Capítulo 2: "La ontología sustancialista de Aristóteles y el principio de individuación".

de la limitación de las "formas sustanciales". El creacionismo de la teología escolástica vendrá a confirmará y explicitar el cosmologismo antimetafísico resultante de la inversión de la relación platónica entre Esencia y Sustancia. Si la eficacia del acto "creador" parece estar ligada más íntimamente a la "criatura" que conserva continuamente en el ser que la sustancia "hilemórfica" no está vinculada al Motor inmóvil que lo mueve en tanto Supremo deseable, es a la misma limitación fundamental y la misma exclusión recíproca del Absoluto y de lo manifestado que estamos tratando en los dos casos. El creaticionismo tomista es la extensión natural de la revuelta antimetafísica de Aristóteles. Por otra parte es un análisis de esta actividad creativa es lo que más claramente pondrá de relieva la subversión antimetafísica a la cual hemos hecho alusión.

La trascendencia abstracta del Dios de Aristóteles parece fundada en la ausencia de una mediación aparente y efectiva entre el acto puro y los seres finitos: esta pura consciencia de sí no piensa el mundo pensándose a sí misma: deja por así decir fuera de ella el mundo que imita .Pero el acto creador del Dios de la ontoteología creacionista no nos parece penetrar más profundamente en la intimidad de realidades finitas; la criatura se plantea como esencialmente y eternamente distinta del Creador. Y sabemos que de una manera general la esencia de un Absoluto privado de la dimensión metafísica de lo Uno o del Sí implica necesariamente una correlación limitativa irreductible entre Dios y el Mundo, el Creador y las criaturas. Esta limitación antimetafísica se traduce en el plano del creacionismo en una cierta disparidad entre el Entendimiento y la Voluntad divina. Mientras que el Absoluto según la perspectiva metafísica es una Inteligencia cuya perfección se expresa necesariamente por la producción de realidades participadas, el Dios del creacionismo está en cierto modo más cerca del Dios no productor de Aristóteles que a la Inteligencia concebida en estilo metafísico. Mientras que las "posibilidades" que contiene esta son en tanto que tales la esencia misma de las realidades finitas, los posibles contenidos en el Entendimiento del Dios Creador no son, rigurosamente hablando, más que "virtualidades" a las cuales falta la perfección de la actualidad. Es la Voluntad divina la que tiene la función de hacer que estos "posibles" pasen de la potencia al acto.

La Voluntad es lo que permite que al Absoluto aparecer aquí no sólo como Persona, sino como Ser supremamente real. Es porque es Voluntad y Toda potencia que el  Absoluto del dogmatismo ontoteológico, incluso en las perspectivas más aparentemente "intelectualistas" que "voluntaristas", como el tomismo, y en mayor medida el voluntarismo escotista o cartesiano, aparece como el Ser supremo. No es el Ser supremo más que porque es el Supremo Existente, que parece por Esencia  no ser tanto  el acto puro de existir y la perfección de lo real como hacer existir a las "criaturas", plantear los posibles en una existencia cosmológica concebida como más efectiva que la que tenía en su Entendimiento.  En otras palabras, el Absoluto es literalmente planteado en términos de la existencia cosmológica que tiene como misión fundar, por así decirlo, en su sustancialidad cosmológica. El ser ya no es más Esencia o Hiperesencia, él es Sustancia y Existencia: es la "Materia inteligible", la potencia infinita de expansión que se convierte en la esencia misma del Absoluto. Y hemos visto que la identificación limitativa de la esencia del Absoluto con Causalidad infinita era paralela a la identificación de la esencia del hombre con su condición cosmológica de animal razonable: Dios está él mismo encadenado por esta relación creativa a un mundo del que el hombre es prisionero (3).  Dios y las criaturas son como prisioneros unidos a los dos extremos de una misma cadena.

El Absoluto que no es más que Causa no es tanto el Ser universal o plenitud infinita del Ser como el Ser por excelencia: él no es más que el primero existente en una jerarquía de existentes, y no el Uno-sin-segundo de la perspectiva metafísica. Este olvido o rechazo de la integralidad del Ser que está en el origen de la ontoteología tradicional fundada por Aristóteles es el primer acto de esta desesencialización progresiva del Absoluto que nos parece uno de los caracteres más esenciales la historia de la metafísica sistemática.

(3) Recordemos que la transición de Spinoza al emanantismo panteísta no cambia nada la óptica fundamental de la ontoteología. Incluso si escapa a la limitación inherente a la distinción entre el Entendimiento y la voluntad -que está implica el contingentismo creacionista- y que Spinoza criticó justamente - la Sustancia causa de sí que produce "modos" y ya no "criaturas "sustanciales" implica igualmente la limitación fundamental de un Absoluto despojado de su dimensión esencial. La imperfección metafísica de una Voluntad arbitraria da paso aquí a la imperfección de una potencia que al mismo tiempo que expresa la inteligibilidad de la sustancia no es por ella misma la expresión sino la esencia del Absoluto. Los "modos" así como las sustancias creadas "son efectos y no reflejos.

B) DE LA ONTOTEOLOGÍA AL DOGMATISMO TEMPORALISTA

Este "primer olvido" llevará a otros.

El temporalismo virtual de la οntoteolgía se desarrollará en un segunda estadio de esta historia de los sistemas y el criticismo idealista de Kant nos parece haber jugado con relación al dogmatismo temporalista el mismo papel que el "realismo sustancialista " de Aristóteles con respecto a la οntοteología. El hombre identificado al animal razonable no podía apuntar al Absoluto más que a partir de las existencias limitadas de las que pretendía dar cuenta. Y se puede decir en un sentido que lo Incondicionado al cual la teología positiva de las "pruebas clásicas" de la ontoteología (4) es un Dios mucho más lejano y escondido que el Uno plotiniano o el Atman-Brahman shankariano, en la medida en que la aparente infinidad de su esencia se agota, por así decirlo, en plantear la distancia infinita que separa la criatura, definida por sus limitaciones existenciales, de un Absoluto que sólo es la Causa Primera. El segundo estadio de esta desesencialización, la del dogmatismo temporalista, que fue preparado por el Cogito cartesiano y sobre todo por la Analítica trascendental de Kant, y que se manifiesta vivamente en el sistema de Hegel nos parece poder explicarse a partir de la limitación metafísica del Absoluto así como de la autonomía virtual del hombre, que se encuentran presupuestas por la  ontoteología.

El Absoluto que no es más que creador es una contradicción en los términos que el dogmatismo temporalista tratará de reducir. En efecto, una de dos cosas es una:

1º o bien el Absoluto es verdaderamente infinito y entonces no tiene necesidad del mundo más que en el sentido de que éste expresa la infinidad de su esencia: si el mundo en relación con Dios aparece como un efecto, no es más que un reflejo simbólico con relación al Infinito integral del Uno.

2° o bien el Absoluto necesita el mundo, en el sentido de que no sabría ser concebido como Causa Primera independientemente de su relación con un efecto planteado en su sustancialidad cósmica, pero entonces no es rigurosamente infinito.

O también, la "verdadera" infinidad del Absoluto que se revelará lógicamente a partir de esta presuposición implícita de la ontoteología ya no es el Infinito metafísico que hemos destacado. El sistema de Hegel nos parece

(4) De las que hemos mostrado por qué nos parecen reducirse al argumento cosmológico y no al argumento ontológico.

mostrar que la transformación del concepto ambiguo y contradictorio del Absoluto trascendente que la ontoteología había forjado era una consecuencia natural de su limitación fundamental. La abstracción y la virtualidad que la οntοteología atribuía exclusivamente, aunque de forma más o menos implícita (5) a las esencias contenidas en el Entendimiento divino van lógicamente a resurgir sobre el propio ser del Absoluto. Y el rechazo u olvido inicial de la Trascendencia o de la infinidad integral del Absoluto metafísico que había conducido a  la ontoteología a plantear la Trascendencia abstracta del Dios causa primera , se convertirá en el rechazo u olvido de la Trascendencia en general.

El Absoluto no será a partir de ahora más que inmanente. El infinito hegeliano se concebirá en estilo cοsmοlógico y se identificará con la negatividad creativa del Tiempo.

El tiempo se hace necesario para la actualización progresiva de un Absoluto que ya no es otra cosa que lo que él manifiesta y cuya actualización del Absoluto es necesaria para su promoción ontológica. La Subjetividad pura del Absoluto no es aquí más que una abstracción vacía. El Infinito debe negarse y manifestarse para convertirse en "real", y esta negación no es ilusoria: Maya ya no es la potencia de expansión del Absoluto: ella es el Absoluto mismo en busca de la actualización. Lo "finito" es por tanto necesario para la realidad del Infinito, que se enriquece progresivamente con su sustancia, que conserva después de haberla "suprimido" en la Aufhebung. La manifestación del Absoluto, que no se concibe aquí más que en estilo cosmológico (es sólo temporoespacializante), no es tanto la expresión necesaria de su Infinidad que la realización progresiva de esta última: Dios se crea a sí mismo, por así decirlo, creando el mundo: se revela progresivamente en formas cada vez más altas, yendo de la Naturaleza al Espíritu, a través del despliegue triunfante de las civilizaciones humanas.

Sin duda aquí el Tiempo es en cierto sentido también destructivo y la negatividad del Absoluto es doble, como en la perspectiva metafísica: lo finito no permanece exterior al Infinito, como en el dualismo ontoteológico: también está "integrado" en el Infinito. Si el Infinito debe "negarse" a sí mismo limitándose a través de su manifestación en lo finito, esta

(5) Es en el sistema leibnitziano donde el carácter abstracto y virtual los "posibles" aparece probablemente de la manera más explícita. Matices interesantes podrían salir aquí a la luz que marcarían diversos grados de desesencialización dentro de la ontoteología misma.

negación debe ser ella misma negada o suprimida para que se afirme integralmente la negatividad de este nuevo Infinito de estilo cosmológico.

La negatividad del Absoluto es tal que destruye y suprime lo que lo revela. Dios debe no solamente encarnarse en el Hombre-Dios para hacerse real, debe negar esta negación muriendo en muriendo en la cruz. Sólo entonces se manifestará el reino del "Espíritu". Pero es importante situar bien el valor de esta doble negatividad en relación con negación metafísica. Lo finito no se plantea como exterior al Infinito, se integra y conserva constantemente en la misma sustancia del Espíritu, tras su negación; pero esta conservación es diferente de la integración metafísica: hemos visto que a la manifestación necesaria del Absoluto metafísico debía suceder un retorno no menos necesario a lo no manifestado. De donde los dos aspectos del tiempo que hemos destacado: el aspecto "expansivo" o νisnuita, y por otra parte, y el aspecto "compresivo", destructivo, o "sivaita". El retorno a lo no manifestado era aquí como la prueba simbólica del Infinito del Absoluto: la doble acción de la manifestación y destrucción no añade rigurosamente nada a la Infinidad de lo Uno: ella no es más que la "prueba" de que lo finito nunca ha sido rigurosamente otro que el Infinito.

En el temporalismo hegeliano, el paso a la finitud añade alguna cosa al Ser en busca de plenitud y esa alguna cosa está precisamente conservada tras su supresión en la sustancia misma del Absoluto. Esta aparente integración de lo finito es, pues, lo contrario de la integración metafísica: lo Infinito y lo finito no son más que dos aspectos complementarios de una misma finitud fundamental que ha sido como divinizada. Es la sustancia "cósmica" del mundo que se convierte aquí en el Absoluto. El Absoluto no está más que en el devenir de esta totalidad en movimiento que constituyen estos dos elementos complementarios: lo finito y lo infinito. El falso infinito metafísico que es el infinito hegeliano necesita de lo finito porque él mismo es finitud y pobreza esencial, eterna sed de actualización. Hay una perfecta complementariedad y una integración recíproca de los dos elementos en una Totalidad que sólo será al final lo que es en su "verdad". Es esta inmanencia exclusiva y radical de lo Infinito en lo finito que nos parece que constituye la esencia de lo que deberíamos llamar panteísmo.

La perfecta reciprocidad de los términos de esta relación puede ser también sacada a luz a partir de la situación del hombre en la antropología hegeliana. Hemos visto que el ser humano

, cuya esencia está identificada con su condición de animal razonable era, en el marco de la ontoteología, en una independencia relativa pero real con relación a un Absoluto que no era más que Causa y no su Sí. El Cogito cartesiano y la Razón Pura de Kant contribuyeron a transformar en autonomía real esta independencia relativa. Si el hombre es incapaz en tanto tal de conocer el Absoluto y si es verdad que su esencia reside en su condición de animal razonable, ¿no es la subjetividad humana la que sería ella misma el Absoluto?

Se sabe que el dogmatismo humanista de Hegel respondió prácticamente de forma afirmativa a esta cuestión. El "fenómeno" no reenvía a una cosa inaccesible en sí misma, sino que es la manifestación integral de una esencia radicalmente inteligible para la mente humana. Ya no hay tras-mundo: la esencia del hombre y la esencia del Absoluto son una sola y misma esencia. Si Dios ha "muerto" enviando su "Espíritu" al mundo, no fue para retornar a un inaccesible más allá, sino para mostrar que continua viviendo en esta enriquecedora alternancia de la vida y la muerte de los individuos, de las naciones, de las civilizaciones humanas.

El animal razonable se diviniza, o más exactamente la Humanidad en tanto que Espíritu encarnado progresando a través de las vicisitudes enriquecedoras de la Historia y la Cultura, no es otro que Dios mismo: una verdadera imagen al revés de la identidad entre el ego y el Sí. El hombre en tanto que tal se identifica aquí con el Absoluto mismo en tanto que alcanza la plenitud de su esencia: no el hombre en tanto que individuo singular, sino la abstracción cosmológica de la subjetividad humana en tanto que Humanidad. La esencia de la persona singular del hombre así como la de la Persona infinita del Absoluta también están incrustados e integrados en la Totalidad cosmológica y panteísta que constituye el espíritu hegeliano.

El dogmatismo temporal de Hegel limita el Absoluto planteando el aspecto exclusivamente creador del Tiempo: el aspecto negativo o destructor de la negatividad temporal es aquí sólo el complemento del aspecto positivo y creativo; la negación como tal es siempre enriquecedora para el Absoluto, sea que se "niegue"  para limitarse , sea que el suprima esta limitación. En otras palabras, la negatividad no es aquí la contraprueba continuada de la Infinidad del Absoluto por la 'transformación' de lo finito en la plenitud de su esencia: ella no más que un factor de promoción ontológica.

Pero la desesencialización inherente al dogmatismo temporalista comporta ella misma grados, o "momenta" donde se afirma sin cesar más la autonomía de una existencia encerrada en su sustancialidad cósmica. Es en un segundo momento de este dogmatismo que nos es preciso esbozar ahora, y que, correspondiendo al temporalismo estético de Bergson, nos parece que aporta un nuevo aumento de la limitación del Absoluto que pretende la metafísica sistemática. El temporalismo hegeliano era "racionalista": el Absoluto no era captado por una intuición mística o intelectual, sino racionalmente, o más exactamente, se capta en la síntesis continua de los opuestos que suscita su devenir incesante. El principio de no contradicción era superado, pero en el nivel de una razón divinizada y como disfrazada de Intelecto. La pseudo-distinción entre el entendimiento que divide y la razón que "une” permitía encontrar el camino de lo Absoluto, de la Unidad y la Totalidad, en el reino mismo de las contradicciones y de la indefinido que Kant había puesto en evidencia. La implicación recíproca de lo finito y lo infinito equivalía a una racionalización de la realidad.

Las Esencias no estaban ausentes en absoluto: pero eran en primer lugar eran abstractas y las contradicciones del devenir llenaban progresivamente su vacío inicial. Todo lo que sucede se postula a priori como integrable en la sustancia de  Subjetividad todo conociente; el devenir no hará más que desarrollar esencias radicalmente transparentes al Saber absoluto . Si el devenir es creador, si enriquece en cierto modo el Absoluto mismo, es por una especie de autorrevelación del Absoluto, y el despliegue de sus propias virtualidades. En otras palabras, la temporalidad está estructurada por la visión unificante de un Absoluto que sigue siendo una "esencia". Si el animal razonable no es Intelecto metafísico, es menos Razón absoluta, fundamento de la inteligibilidad de una existencia que se integra totalmente en su esfera.

El temporalismo estético aparece, en la desesencialización del Absoluto como una fase donde se acrecienta a la vez limitación de este último y el aspecto "creador" del Tiempo, y donde se afirma preponderancia acrecentada del "polo sustancial"  en detrimento "polo esencial' de la Existencia cósmica.

El tiempo hegeliano no era integralmente creador: su creatividad estaba limitada por la permanencia de las esencias. La "novedad" era en cierto modo predecible. El Saber objetivante del Absoluto hegeliano se había protegido contra las amenazas de la experiencia: es el Absoluto mismo quien planteaba la existencia en la que encontraba, por así decirlo, su imagen: sólo lo "racional" era "real".

Ahora esta racionalización puede aparecer como una doble limitación de lo real y lo Absoluto: 1) divinizando la Humanidad, el Sistema excluye la Trascendencia del Absoluto metafísico, que se encuentra degradado en Totalidad cosmológica. 2) racionalizando "la existencia" que se hace la ilusión de integrar , el Sistema excluye de hecho la dimensión de la individualidad, de la singularidad que puede resultar por tanto fundamentalmente desde el punto de vista mismo de la existencia

El dogmatismo estético intenta precisamente defender los derechos de la existencia, pero en el mismo plano donde el sistema hegeliano se ha colocado, a saber, el de la inmanencia integral (6), es decir, del temporalismo. El Absoluto se identifica con el Tiempo de forma aparentemente radical: no hay aquí más esencias o posibles que preexistan a su actualización: una visión intuitiva y concreta de la realidad nos prohíbe recurrir a tales abstracciones. La esencia, aunque esté necesariamente existencializada, aparecía aquí como una abstracción. Esta estadio es notable: el temporalismo estético hace, en suma, lo mismo que el temporalismo "lógico" o racionalista, como a cualquier perspectiva más o menos esencialista, un reproche análogo al que el temporalismo lógico, de acuerdo con Aristóteles, hizo al esencialismo platónico.

Todas las formas de esencias metafísicas o cosmológicas pasan aquí por vistas esquemáticas, que enmascaran la plenitud concreta de las existencias singulares. La existencia no sabría estar aprisionada en la abstracción objetivante de los conceptos: ella surge en su intervalo. Por debajo de visión unificante y racionalizante de las esencias que estructuran el devenir que ellas hacen inteligible, la intuición debe captar el nuevo absoluto: la duración pura de las realidades singulares. Después

(6) Kierkegaard había reclamado los derechos de la existencia en el plan "religioso" en que habíamos detectado la coexistencia ontoteológica entre la inmanencia del mundo y Transcendencia abstracta de Dios.

del rechazo del intelecto y el de la Fe, la razón se encuentra a su vez prohibida en la medida en que no es más que un discurso sobre el ser y una manipulación de abstracciones vacías. Se nos exige ahora ir a la cosa misma, más allá de toda de mediación . Y el dogmatismo estético (7) forja a su vez un nuevo avatar caricaturesco de la intuición intelectual, al mismo tiempo que nuevo Absoluto. Si el animal razonable en tanto que tal no alcanza más que abstracciones, el hombre no está condenado a permanecer en penitencia ante las puertas del Ser. El dogmatismo estético, como el temporalismo hegeliano, quiere ir más allá del relativismo de Kant. En ella, el hombre alcanza al ser mismo, no a los "fenómenos". En Hegel, es el fenómeno integralmente racionalizado el que se convierte en el contenido y la expresión del ser: el fenómeno revela integralmente la esencia. Si el temporalismo estético suprime la mediación de las esencias, la intuición estética también pretende introducirnos en el corazón de la realidad. Pero este contacto inmediato e infalible, que implica todas las formas de intuición, se convierte aquí en captación de lo inmediato, por debajo de las mediaciones de la lógica aristotélica o "dialéctica".

El devenir mismo es el Absoluto que capta esta nueva caricatura de la intuición intelectual. Y este devenir es radicalmente creador. "La creación continua de lo impredecible novedad" como dice a menudo Bergson. La "Materia inteligible" o Maya en tanto potencia de expansión del Absoluto se encuentra por así decir reducida aquí al estado puro: ella está separada radicalmente de una Esencia que ya no tiene la función de expresar o enriquecer. Ella crea literalmente "ex nihilo", desde su ininteligible opacidad, formas radicalmente "nuevas" que no están fundadas en una "esencia". El intervalo "existencial" que separa, por así decir, las abstracciones conceptuales, es erigido como un absoluto. Y este absoluto no está exento de ambigüedad: la captación intuitiva e infraconceptual de las existencias singulares no puede conducir evidentemente a una individualidad distinta, porque cualquier distinción es una parada: es porque la intuición de duraciones singulares conduce necesariamente a la Duración cósmica, a la plenitud opaca del propio Tiempo creador (8).

(7) La llamamos "estética" para evocar el carácter de inmediatez la intuición misma, así como de la realidad que capta.

(8) Cf. Ser e Individualidad. Parte 2. Cap. 3, par. 3 (La ontología del devenir creador) donde hemos analizado ampliamente este aspecto de la "duración creadora" a propósito de la intuición estética de lo individual

 Y este Tiempo creador no es otra cosa que el aspecto tenebroso de la Potencia de lo Uno en tanto que ella está radicalmente separada de lo Uno o de la Esencia hiperesencial tanto como de todos sus reflejos o avatares caricaturescos. Se trata aún aquí de una forma aparentemente positiva de la Substancia universal: la duración creativa de la temporalismo estético reviste el aspecto de una plenitud opaca y expansiva.

Pero esta creación de imprevisible novedad que aparece como "enriquecedora" ¿no implica ella, no solamente como la Totalidad panteística del Absoluto hegeliano, una limitación del Absoluto, lo cual es bastante obvio, sino una contradicción?

a) Una limitación del Absoluto, en primer lugar, en el sentido de que la Totalidad que constituye el Devenir creador comporta una indeterminación radical que se encuentra contemplada en la confusión infra-racional de la intuición estética. La aparente interioridad y la profundidad de este objetivo en realidad camuflan de hecho la exterioridad expansiva de la sustancia y el vacío de la Nada "sustancial": la exclusión radical de la esencia pone, por así decir al desnudo la raíz de la limitación "sustancial", es decir, la indeterminación de una actividad caótica y movimiento que no está orientada a la plenitud positiva de un término. La superación de las limitaciones "esenciales" conduce a la falsa plenitud de la ilimitación sustancial del "apeiron" que está en la raíz misma de toda multiplicidad. Y es en la ausencia de términos, excluidos a favor de su intervalo, lo que impide que esta multiplicidad sea captada en su exterioridad sustancial y limitativa.

Lo Múltiple radicalmente separado de lo Uno no resulta incluso ni siquiera más múltiple, sino indeterminación caótica, o coincidencia de opuestos por confusión sustancial y no por identidad. Este falso Absoluto es como un reflejo caricaturesco e inversamente análogo a la plenitud infinita del Sí.

b) Por otra parte, la duración creativa implica una contradicción interna en la medida en que una actividad creativa que no es más que intervalo entre dos términos no sabría aparecer propiamente como la creativa en nada. La duración separada de toda esencia no sabría enriquecerse ella misma: solo puede dar vueltas y más vueltas, indefinidamente, en el círculo opaco de su falsa plenitud. Las "nuevas" realidades no pueden más que recaer de nuevo en la indeterminación de la nada de la que fueron sacadas. Además, no sabrían incluso aparecer como verdaderamente nuevas, ya que 'lo antiguo' no puede ser conservado como lo era en el temporalismo hegeliano. Pues no hay una esencia, o actividad unificante de sobrevuelo para tomar a cargo la "novedad" integrándolo en la sustancia del devenir creador.

El dogmatismo temporalista nos sitúa ante la siguiente alternativa:

- o bien el devenir es "enriqueciente" y permite la emergencia de realidades nuevas, pero en la medida en que no es radicalmente "creador": no hay "novedad" posible más en conformidad con algún orden esencial.

- o el devenir es integralmente creativo y hace emerger realidades radicalmente nuevas e "imprevisibles", pero entonces no es ya el "creador" de nada.

La plenitud de esta creación de novedad imprevisible no es más que un mito confuso que se desvanece a la luz de la perspectiva metafísica.

C) EL TEMPORALISMO NIHILISTA O LA AUTODESTRUCCIÓN DE LA METAFÍSICA SISTEMÁTICA.

Pero la propia filosofía viene a echar una mano, por así decirlo, a la metafísica integral, en una tercera y última etapa del temporalismo , que en cierto modo está fuera del dogmatismo temporalista, y que, constituyendo el límite extremo de la revuelta antimetafísica inaugurada por Αristοteles, nos muestra en qué sentido es legítimo poner con Heidegger al humanismo en relación con el "nihilismo". Al término de su revuelta antimetafísica , el hombre ya no se capta más como una subjetividad razonable, ni siquiera como una subjetividad viviente o "animal". Y el mundo ya no es más ni siquiera mundo, es decir totalidad. Y el tiempo ya no es del todo tiempo. O más exactamente, el mito del devenir creador se ha disipado a la luz de una reflexión que el hombre, aunque se entienda a sí mismo como algo inferior a cualquier contenido sustancial, no sabría eludir indefinidamente sus exigencias.

A decir verdad el tercer estadio no explora tanto una dimensión nueva del dogmatismo sistemático que aporta una elucidación de su sentido y constituye en suma su "verdad", para emplear el lenguaje de Hegel. La filosofía de la nada, que corresponde al sistema de Sartre (9) viene por así decir a denunciar el carácter mítico de las Totalidades inmanentes que el animal razonable había tomado por el Absoluto en el curso de su revuelta antimetafísica. Se podía captar este nihilismo como una reflexión sobre el destino del ser y del hombre al término del rechazo de las diversas formas de Esencias, y especialmente el temporalismo estético. En el cuadro de la perspectiva metafísica, esta reflexión corresponde a un desarrollo del aspecto más "substancial" de la experiencia de lo real que pueda ofrecerse a la subjetividad humana. O aún a la puesta en luz más radical que se pueda concebir de lo que hemos llamado el "polo substancial" de la existencia manifestada.

Al término de su desencialización , la subjetividad humana descubre un nuevo aspecto de la negatividad cosmológica . Este no aparece más entonces en la positividad de su función de enriquecimiento y de integración, que el dogmatismo hegeliano había privilegiado. La negatividad revela aquí, por así decir, su aspecto positivamente negativo, o el aspecto destructor en virtud del cual ella es potencia de división, de exclusión, de separación. La negatividad hegeliana aparecía por otra parte en el cuadro del temporalismo estético como una falsa integración de la singularidad de la existencia: la existencia era negada en el sentido que ella estaba excluida de la esencia, más bien que substancialmente integrada en ella. Nuestras observaciones precedentes dejan entender por otra parte que una negación no fundada sobre la positividad de la Trascendencia integral de lo Uno no podía ser más que "masiva" o exclusiva. Es este aspecto masivo de exclusión, lo que está en corazón mismo del dogmatismo sistemático, que la filosofía de la nada nos parece poner en evidencia y mostrarnos como la "verdad" de las pseudo-negaciones de integración.

La negatividad aparece pues aquí como destructiva : el tiempo revela exclusivamente su aspecto destructor. La filosofía de la nada nos muestra que el tiempo separado de

(9) Más bien que al pensamiento de Heidegger, mucho más complejo y que nos parece caminar, pero de manera un poco vergonzosa y confusa en la línea misma de lo que llamamos perspectiva metafísica: su voluntad de superar la metafísica del siendo hacia una "ontología" del Ser nos parece significativa a este respecto

la esencia no sabría ser más que negatividad destructiva. O más profundamente esta filosofía de la muerte, o más bien de por debajo de la muerte, nos muestra, por así decirlo, el anverso negativo de la desesencialización inherente al temporalismo estético. Pues una temporalidad que ya no puede ser "creativa", que ya no puede hacer emerger nuevas formas o aspectos nuevos, tampoco puede ser destructiva, ya que  no puede negar o "suprimir" lo que se ha afirmado o planteado de antemano de alguna manera. La alternancia de la vida y la muerte implica la posición de una permanencia esencial que le sirve de soporte y de criterio.

Así, una realidad radicalmente desesencializada está por debajo del devenir. La temporalidad o la negatividad que la apunta, no sabría pues llegar a su corazón o a su superficie , porque no tiene ni interior ni exterior: es la indeterminación radical. Es el doble aspecto subjetivo y objetivo de la Nada sustancial que este nihilismo temporalista nos parece poner en evidencia.

La subjetividad humana, al término de esta desesencialización antimetafísica , rechaza identificarse con cualquier contenido que sea: el hombre ya no es ni siquiera un animal razonable, es pura negatividad. El espíritu se revela aquí en su forma más "limitada", que coincide por otra parte la pura ilimitación o indeterminación sustancial: el hombre se define, por la exclusión de todos los contenidos que podría limitar este "vacío" que ni siquiera podemos llamar aquí su ser. No es más que esta mirada desesperada sobre el vacío de existencias desesencializadas, comprendida la suya. La existencia está aquí como rodeada por la oscura raíz de su limitación sustancial, que no es otra que el ego en tanto origen de toda multiplicidad separativa. La negatividad "infinita" del Espíritu hegeliano y la creación bergsoniana de de la novedad imprevisible encuentran aquí sus verdaderas raíces. El aspecto negativo o "destructivo" de la negatividad cosmológica se revela aquí no como lo que destruye o transforma un ser haciéndole pasar de una forma a otra, o integrando una nueva forma a su sustancia; ella revela aquí su aspecto más "masivo" y el más substancial . Ella es la que prohíbe a la indeterminación radical de la subjetividad humana (el Para Sí), así como a la indeterminación radical del existente "objetivo" (el En-sí) para recibir una determinación "esencial", un significado, un valor. El tiempo no sabría morder sobre la "impasibilidad" de estos "incorporales" (10), sobre el ser de esta existencia radicalmente desesencializada , no más que sobre la realidad del mundo o de la Humanidad.

La indeterminación radical de lo que excluye toda participación objetiva en las esencias y valores no sabría ser objeto de una degradación, no más que de una promoción ontológica. La subjetividad sólo puede captar aquí la exclusión mutua y radical de las "esencias" y la indeterminación de lo existente, sobre la cual estas esencias no logran tener asidero. Lo que subsiste aquí de las esencias es la pura actividad de las negaciones masivas de la subjetividad humana que vacía las totalidades objetivas y sustanciales de su significado y su valor. Tras el devenir aparente de la naturaleza y de los hombres, el vacío indiferenciado de la Nada sustancial conserva su impasibilidad inmutable.

Es pues la faz "obscura" de Maya o de la substancia universal lo que se pone aquí de relieve: ya no más el aspecto positivo de la de la Materia inteligible, que usurpaban más o menos los dogmatismos anteriores, sino el aspecto "negativo" de la potencia de división, de exclusión, de limitación separativa. La filosofía de la Nada es, en definitiva, la visión del mundo que se ofrece a la indefinible y esquiva subjetividad humana - que una vez más sobrepasa , pero desde abajo, por así decirlo, su definición de un animal razonable, - en la proximidad de ese polo sustancial al que se ha aproximado al término de su desesencialización.

No es que se pueda identificar con este polo mismo: la analogía inversa no es absolutamente rigurosa. Si la perspectiva metafísica nos permite justificar la intuición de una identidad esencial entre el yo y el Sí, no sabría justificar la identificación entre el yo y la Nada, aunque sólo sea porque el hombre es, y la Nada no es más que en tanto participa del Ser mismo. La Nada no es más que un límite al que el hombre puede apuntar a partir de los contenidos de los que  busca excluirse en su negación masiva. No puede ser captado en su actualidad. La filosofía de la Nada puede aparecer en este sentido como una especie de autocrítica de los sistemas al mismo tiempo que una autodestrucción de la misma metafísica sistemática. Revela el carácter ilusorio de los Absolutos forjados por los sistemas a partir del rechazo

(10) Para usar una expresión plotiniana (cf. Enn. III. 6).

 inicial de la Trascendencia integral del Absoluto metafísico. Su "nihilismo" explícito que hace que el hombre una pasión inútil frente a un mundo absurdo nos parece revelar el nihilismo implícito de la filosofía sistemática en general. La experiencia filosófica y antimetafísica del Ser se identifica bien, en último término, con la de la Nada, no porque el Ser puro no sería otra cosa que la Nada, según la absurda fórmula hegeliana, sino porque el Ser o el Absoluto tal como lo plantea el dogmatismo antimetafísico, no es más que un aspecto más o menos disimulado de la Sustancia universal, o de ese polo sustancial de manifestación que hemos creído poder llamar la "Nada".

El mérito de la filosofía de la Nada es haber mostrado en la indeterminación de la pobreza de la Nada sustancial la verdad que enmascara la aparente plenitud de las Tοtalidades sistemáticas. Ella nos parece revelar, además, al mismo tiempo la fragilidad de los falsos absolutos, la raíz misma del dogmatismo sistemático o del dogmatismo en general. Y si en cierto sentido se escapa a la pesadez del sueño dogmático que comienza con Aristóteles y que se perpetúa, tanto a pesar de Kant como gracias a él, de Hegel a Bergson, ya que comporta ese aspecto de lucidez que le permite denunciar la superchería de lo que llamamos metafísica sistemática, al situarse en su propio plano y prolongando su tendencia fundamental,  en otro sentido constituye el Sistema por excelencia, o el Sistema de los Sistemas, en la medida en que la subjetividad humana, que está aquí privada de toda de toda participación positiva,  sea intelectual, sea afectiva, sea racional en todas las formas de la Esencia, erige su propia nada, o  su propia limitación sustancial, en verdadero Absoluto. Ahora bien, es esta limitación sustancial, este sentido de exclusión y de separatividad, lo que nos ha parecido constituir, al mismo tiempo que la raíz de ego, la raíz de lo que hemos llamado dogmatismo en general. El ego separado del Absoluto metafísico cede aquí a la tentación de hipostasiar, por así decirlo, su propio vacío, que es infinitamente menos real en un sentido que la falsa plenitud de los Absolutos que rechaza. Su extrema lucidez es al mismo tiempo una suprema ignorancia, y la fuente misma de la Ignorancia en virtud de la cual el dogmatismo filosófico es posible: el ego, encerrado en sus limitaciones sustanciales, se cierra al Absoluto para erigir en absoluto estas limitaciones mismas. La subjetividad y la negatividad que nos revela la filosofía de la Nada están en la fuente de la revuelta antimetafísica en todas sus formas. Esta filosofía constituye simplemente el aspecto más profundo, o mejor aún, la raíz misma de esta revuelta. Y en este sentido se podría decir que el temporalismo nihilista constituye el dogmatismo por excelencia porque se basa en la exclusión fundamental por la subjetividad de todo lo que no es su más extrema limitación existencial, es decir, en esa potencia vacía y desnuda de negación por la cual puede oponerse al mundo, a Dios, a las esencias y a los valores, poniéndose como un "ego". Es esta crispación fundamental de subjetividad sobre su ego que se encuentra en la raíz de las crispaciones pasionales la que ordena la limitación de los sistemas filosóficos en general.

El interés de esta filosofía de la nada no nos parece menos importante en lo que concierne a la posibilidad contemporánea de una apertura y una acogida a la perspectiva metafísica. Si el hombre en general, y sobre todo el hombre moderno se identifica espontáneamente con los Absolutos según la inmanencia, difícilmente puede aceptar la lucidez sartriana que denuncia su carácter ilusorio. El satanismo no es más que una tendencia, una posición límite. Satán no es tanto un ser, un anti-Dios, sino lo que permite al hombre crisparse sobre su ego, y lo que en el mundo permite al mundo "coagularse", por así decirlo, en sus limitaciones existenciales. Y lo que admite la validez de la crítica del contenido positivo del dogmatismo sistemático que implica la filosofía de la Nada puede, sin duda, hacerlo en nombre de un orgullo y bajo el  imperio de una ilusión  engaño que son a la vez tanto la raíz y el colmo del dogmatismo.

Pero una meditación sobre esta filosofía puede convertirse en también en la interrogación que busca la fuente del dogmatismo y sus fracasos, y que puede descubrir, a través del fracaso de los sistemas y el colapso de los Absolutos de sustitución que intentaban encerrar el Infinito en absurdos límites, este auténtico "camino hacia el Ser" que nos parece constituir la perspectiva metafísica. Tal es al menos el papel que ha desempeñado en nuestro propio esfuerzo de reflexión filosófica.

CONCLUSIÓN

DOGMATISMO METAFÍSICO Y REVISIÓN COPERNICANA

Una de las paradojas aparentemente más irritantes de la perspectiva metafísica es que intelectualidad y espiritual no se basa en pruebas rigurosamente demostrativas. La dialéctica no sabría ser más que un simple vehículo para la intuición de una verdad que, "evidente por sí misma", como dice Shankara, no es susceptible de pruebas irrefutables, y ni siquiera corresponde a una exigencia inmediata de la voluntad o de la mente y no corresponde a una exigencia inmediata del querer o del entendimiento dogmático. La coincidencia de lo infinito y lo finito es para este último un escándalo mucho más irritante que su coexistencia contradictoria. Por eso no podría dejar de denunciar el postulado gratuito, si no monstruoso, que le parece estar en la raíz de la perspectiva metafísica. Intentará encontrar la manera de marcar la diferencia. También intentará explicar la "génesis" de este postulado apelando a un deseo de evasión, al "pesimismo", o incluso al orgullo.

La aparente simplicidad de la perspectiva metafísica choca demasiado violentamente con su sentido innato de la multiplicidad. Si el entendimiento dogmático tolera e incluso llega a exigir el Uno de la segunda hipótesis del Parménides, no sabría más que rechazar el la primera, así como la continuidad y el pasaje necesario que conduce la dialéctica metafísica del Uno que es uno al Uno que es, es decir, la coincidencia paradójica entre la trascendencia y la inmanencia integral. Rechaza la trascendencia integral del Uno en nombre de la realidad sustancial del yo y del mundo que constituyen los presupuestos de todos sus pasos. No ve en la afirmación del Nirvana Búdico, del Sí shankariano o el Uno plotiniano más que la aniquilación brutal de lo creado. Rechaza por otra parte, el principio de no contradicción, la inmanencia integral del Uno. No puede pensar la posición del Uno más que en términos de separación, de exclusión, de exterioridad. Si el Absoluto existe, no puede estar más que separada del mundo, o bien sólo está en el mundo y se identifica con él. Hemos visto al dogmatismo optar por una u otra rama de esta alternativa; la ontoteología por la primera, el temporalismo por la segunda. La infinita simplicidad del Absoluto metafísico prohíbe al entendimiento no sólo “comprenderlo" sino incluso "entenderlo". Esta distinción cartesiana ya no es relevante aquí, pues el entendimiento dogmático no puede apuntar al infinito más que como limitado de alguna manera por la realidad substancial del yo o del mundo a partir de la finitud del cual lo Incondicionado se encuentra postulado o exigido.

En otras palabras, a la simplicidad de la perspectiva metafísica, el entendimiento dogmático opone a la multiplicidad que ha decidido poner como real. La teología u ontología negativa no corresponden a una necesidad del entendimiento dogmático, y menos aún al dominio de su "experiencia posible". La evidencia del Sí Shankariano es una pura ilusión a los ojos del "dualista" Ramanuja. La manera misma que el entendimiento dogmático identifica su esencia con su condición le prohíbe plantear el Uno que está más allá del Ser como otra cosa que un postulado injustificable del que no tiene ninguna necesidad para fundar la existencia del yo y del mundo. El orden de la Esencia es equivalente a sus ojos al reino de la muerte y de la Nada. Las críticas del tomismo gilsoniano en relación con Platón y del neoplatonismo son tan significativos a este respecto como la crítica del "teísta" Ramanuja a Shankara, o la actitud de Hegel hacia "la noche del Absoluto donde todas las vacas son negras".

Por otro lado, la complejidad eminentemente cualitativa de la perspectiva metafísica, que se traduce refleja en la dialéctica descendente y el antinomismo por el cual supera el principio de no contradicción, choca con el gusto del entendimiento dogmática para las simplificaciones masivas. Este entendimiento opondrá sus afiladas alternativas a la sutil dialéctica de las formulaciones antinómicas. Así, Ramanuja refutará, en nombre del principio de no contradicción, la famosa fórmula vedántica según la cual "Maya no es ni diferente ni no diferente de Brahman". El entendimiento dogmático no puede ver en el antinomismo más que confusión irracional, como no ve en la Trascendencia integral del Uno más que la aniquilación radical de todo lo que le parece real. Nosotros por otra parte hemos notado que el primer principio de la perspectiva metafísica se apoya en una pura evidencia y no en una exigencia. El entendimiento no tiene necesidad del Uno, pero la inteligencia lo contempla. Si es en un sentido mejor conocido a partir del Ser, como dice Plotino, no es más que en la medida en que el Ser está puesto como su reflejo. Es porque el entendimiento no sabría demostrar el Uno  por lo que intenta demostrar a Dios, aunque el Uno es objeto de una certeza infinitamente más "convincente" que la existencia de Dios, que cree poder demostrar sobre la base de la finitud del mundo. De donde la apariencia de gratuidad que reviste necesariamente esta rigurosa necesidad intelectual a los ojos del entendimiento dogmático. No se sabría creer en el Uno. No se puede más que verlo, o más exactamente no puede ser más que objeto de una intuición intelectual y no de una exigencia o una apuesta. Se le ve o no se le ve. El entendimiento dogmático no puede más que negarlo, y denunciar la ilusión que abusa según él  la inteligencia metafísica, en la dialéctica apofática que le parece llevar a la nada, lo mismo que denuncia la violación del principio de no contradicción en la dialéctica antinómica y la confusión que parece implicar.

Pero la perspectiva metafísica no puede dejar de comprender la necesidad de un tal malentendido y poner de relieve los presupuestos que la justifican. Al entendimiento dogmático que denuncie la "ingenuidad pre-crítica" que le parece implicar el postulado fundamental de la identidad entre el ego y el Sí, el metafísico ciertamente no puede aportar una razón absolutamente demostrativa. Las demostraciones de Shankara ni siquiera convencieron al vedantino que fue Ramanuja. Pero el "no dualista" comprende por qué el "dualista" no puede entenderlo. Entiende por qué la evidencia de su intuición fundamental no puede dejar de parecer un postulado gratuito para el ego que se ha encerrado en sus límites.

Por otra parte, es difícil ignorar el aspecto eminentemente "crítico" de la apofasis inicial que explicita el primer momento de intuición metafísica. Pues la duda metafísica es infinitamente más radical que cualquier forma de duda filosófica. Esto es lo que nos parece constituir la verdadera duda hiperbólica cuyo profundo significado Descartes no podía más que ignorar su significado profundo. Descartes estaba demasiado preocupado de fundar sobre la metafísica la posibilidad de una ciencia eficaz para justificar otra cosa que una duda metódica. Si no nos parece posible alcanzar la realidad integral de un mundo del que no puede más inferir su existencia y que no  intuye intuitivamente más que en la abstracción de sus determinaciones cuantitativas, el hecho es que la objetividad del mundo nunca ha desaparecido realmente del horizonte de su reflexión.

Aunque quizás sea injusto reprochar a Descartes, con Husserl, de haber perdido lo "trascendental", está claro que la negatividad de su duda no se basa en un cuestionamiento verdaderamente radical de la "objetividad". La hipérbole del genio del mal no aparecerá más que como un mal sueño que se disipará al sol de la bondad divina, de ese Infinito que comporta aquí, como en la οntοteolgia en general, es decir, una objetivación que constituye la base de las objetivaciones ulteriores. La infinidad del Dios cartesiano es rigurosamente correlativa a la sustancialidad de un yo y un mundo que están aprisionados en su condición de criaturas. Pero la duda metafísica trasciende radicalmente el orden de la objetividad en general, su negación se basa en la intuición de un infinito verdaderamente integral , y por eso trasciende simultáneamente la sutil objetividad de la "sustancia pensante" y la objetividad trascendente del Dios Causa sui.

La perspectiva metafísica nos parece constituir la única crítica verdaderamente radical a la idea de "sustancia" (1), porque es la única que va más allá de los fundamentos de toda sustancialidad, a saber el principio de individuación. Su negación trasciende la individuación sensible del mundo tanto como la del ser pensante o de la sustancia divina. Dios es aquí como la primera ilusión de las que las del yo y el mundo son la consecuencia. O más precisamente, Dios en tanto que Causa o no aparece como ilusorio más que en la medida en que no se relaciona con el Sí o el Uno del que procede. Porque sabemos que al término de la apofasis inicial, Dios y el mundo, los hombres y las cosas se encuentran y fundamentan en su diversidad cualitativa.

(1) En la medida en que esto implica una permanencia de tipo cosmológico o existencial más bien que metafísico o esencial.

La puesta en cuestión radical inherente a la "duda metafísica" permite redescubrir lo finito, más allá de sus límites substanciales, en su transparencia radical al Infinito que nos prohíbe bloquearlo en estos últimos.

También esta "crítica" metafísica nos parece el único fundamento auténtico de todas las formas de "tolerancia, porque sin duda sólo esta inmersión en la Infinidad de lo Uno o el Sí puede permitirnos respetar la infinita diversidad de seres y cosas, sin sucumbir a la tentación de simplificaciones masivas y arbitrarias. La sabiduría metafísica se convierte entonces en una caridad que escapa a las crispaciones apasionadas. Sólo el amor que ha sobrepasado por la humildad radical y la plenitud luminosa de este conocimiento nos parece capaz de una disponibilidad perfecta para lo real. Es así como el rigor del conocimiento científico, que se oponía a la efusión mística fundada en una afectividad sentimental o pasional, se encuentra en continuidad con el rigor de esta intuición intelectual, pero sin estar bloqueada por sus presupuestos dogmáticos. Más allá de las leyes de la naturaleza, cuya necesidad es como un reflejo de la unidad del Uno, la perspectiva metafísica nos hace remontar a la diversidad cualitativa de los seres que refleja la infinita riqueza del mundo inteligible y que se funda en la unidad transpersonal del Sí.

Si la perspectiva metafísica no puede probar directamente su verdad, ella puede al menos sugerirla de manera indirecta gracias a la negatividad inherente a las formas limitadas en general, y especialmente a través del colapso de los diversos avatares de del dogmatismo sistemático.

Si los tiempos modernos están marcados, como Nietzsche dice, por la "muerte de Dios", hemos visto a los sistemas aportarnos ídolos y mitos de reemplazo que constituyen el contenido de las diversas formas de dogmatismo temporalista. Pero la existencia y el tiempo creador, que el hombre ha deificado en su espléndido aislamiento, han descubierto al término del rechazo de las diversas formas de la Trascendencia, su verdadero rostro. Y hemos visto que la filosofía de nada no es un monstruo nacido al azar de alguna vana especulación filosófica: ella es una toma de conciencia lúcida y rigurosa de la condición del hombre, del mundo y de del Ser al final de la revuelta antimetafísica que ha inaugurado la historia de los sistemas.

Porque a la muerte de Dios ha estado seguida por la muerte misma del Tiempo. El descubrimiento del aspecto destructivo del Tiempo o de la limitación sustancial en su estado puro es como un último estadio de ese "nihilismo" que Heidegger después de Nietzsche denunció en la filosofía occidental. La divinización del "el Siendo" en todas sus formas nos revela al término dialéctica que el Siendo, separado del Ser del que ha rechazado la luz, es rigurosamente idéntico a la Nada, o en el vocabulario que hemos adoptado, que la Existencia separada de la Trascendencia del Uno o del Sí lleva a la indeterminación de la Nada, o de la Sustancia universal.

Es una contemplación intelectual y no pasional de esta Nada lo que puede ayudarnos a encontrar lo que Heidegger llama la el camino del Ser o despertar en nosotros el sentido de lo que tenemos el sentido de lo que hemos llamado la "metafísica integral que coincide, como hemos visto, con la "filosofía perennis". Esta es quizás la verdadera revolución copernicana (2) de la metafísica. Criticando el dogmatismo ingenuo o sutil que hizo del yo, congelado en sus límites, el punto de partida explícito o implícito de los sistemas en general, la perspectiva metafísica nos lleva a conduce a un cambio total de esta óptica fundamental haciendo el sol inteligible del Bien, el Uno o el Sí, el centro verdadero alrededor del cual giran el yo, el mundo y Dios.

Pero esta revolución, que requiere una "torsión del espíritu" más difícil que la que nos propone Bergson cuando nos invita a captar "el flujo cambiante del devenir", no nos aporta, en última instancia, nada que no sepamos ya. Ella simplemente nos hace redescubrir, más allá de la historia de los sistemas, más allá de la existencia del mundo y del yo, la realidad del Infinito que ni el yo ni el mundo han dejado de ser en verdad.

La verdadera revolución copernicana se llama reminiscencia.

(2) Sobre todo porque, en el marco de la perspectiva metafísica, la revolución copernicana de Kant puede aparecer como un consecuencia de la revuelta antimetafísica de Aristóteles.

martes, 1 de febrero de 2022

ESBOZO DE UNA CRÍTICA METAFÍSICA DE LA FILOSOFÍA SISTEMÁTICA (Georges Vallin)

ESBOZO DE UNA CRÍTICA METAFÍSICA DE LA FILOSOFÍA SISTEMÁTICA

La Perspective métaphysique

Georges Vallin

Presses Universitaires de France. Paris 1959 pp.195-219

 

Hemos distinguido anteriormente dos formas de "dogmatismo por un lado, lo que hemos llamado dogmatismo "tradicional ", por otra parte el dogmatismo filosófico, y dejábamos entender por qué razones el dogmatismo tradicional nos parecía debía ser menos "dogmático" es decir, menos limitado y menos exclusivo que el dogmatismo filosófico en la respuesta que dio al eterno problema del ser señalado por Aristóteles. Las raíces de la ontoteología en una tradición espiritual (hinduismo de un Ramanuja, el cristianismo de un Santo Tomás, etc.) implicaba una especie de adhesión más o menos indirecta e implícita a las limitaciones doctrinales de la ontοteolοgia con relación a la υniversalidad de la perspectiva metafísica que creíamos legítimo detectar en la raíz de cualquier tradición espiritual en general.

El ejemplo de la ontoteología tradicional de Occidente nos parece interesante en este sentido. El cristianismo, por intermedio de su de sus "dogmas" revelados, sus rituales y su moral, constituye al mismo tiempo un vínculo vital entre las formulaciones divergentes (tomismo y escotismo, por ejemplo), al mismo tiempo que un trampolín, tanto doctrinal como espiritual, para una eventual superación de las limitaciones dogmáticas. La experiencia espiritual del "místico" que vive su "fe" siempre tiende a vivificar la abstracción de las formulaciones doctrinales ; las especulaciones que son al mismo tiempo "teológicas" y "filosóficas" se denominan "teológicas": las especulaciones "filosóficas" se refieren en última instancia a esta "experiencia donde la "fe" constituye una especie de substituto perfectamente legítimo de la intuición intelectual, y se prolonga a veces en esta última, en los aspectos propiamente metafísicos de esta "mística": en Eckhart o Nicolas de Cusa, por ejemplo. Gracias a su orientación hacia la trascendencia por intermedio de una fe que tiene implicaciones intelectuales profundas, el filósofo cristiano tradicional mantiene una visión infinitamente más amplia y profunda de lo que dejan suponer sus formulaciones dogmáticas. Nos parece que a este respecto el papel del esoterismo implícito de los misterios revelados es un hecho capital. La "fe" cristiana del filósofo cuyas especulaciones "ontoteológicas" presentan una incontestable limitación es como un contrapeso, al menos virtual, al espesamiento dogmático del sentido del ser. También es notable que en los más grandes místicos. Es notable, además, que entre los más grandes místicos católicos, la "fe" que opera en la "caridad" permite a menudo a estos últimos encontrar, más allá de la esclerosis racionalizadora del aristotelismo que ha inspirado las formulaciones de la teología (1), las dimensiones platónicas o propiamente metafísicas de los misterios revelados: la intelectualidad metafísica de un  maestro Eckhart nos parece, en este sentido, una prolongamiento perfectamente natural y justificado de la teología cristiana. El entendimiento humano, a pesar del claro corte entre la teología natural y teología revelada, queda subordinada a la "fe", de una manera viva y concreta, y esta fe", que lleva implícitamente a la universalidad de la perspectiva metafísica, sin duda pasiva y virtual, pero sin embargo real, de la universalidad del Ser, más allá de las limitaciones explícitas de las formulaciones dogmáticas que aprisionando al Ser en el Siendo.

Lo que llamamos filosofía sistemática se caracteriza, recordémoslo, por la ruptura más o menos profunda de los vínculos concretos y vivientes que unían la especulación de la ontoteología tradicional a la tradición espiritual correspondiente y nos parecía corresponder de hecho con el desarrollo de los sistemas filosóficos desde Descartes hasta nuestros días

Si esta ruptura nos parece paradójicamente corresponder a un aumento o un engrosamiento del "dogmatismo"

(1) La teología de la Iglesia de Oriente, que ha permanecido al mismo tiempo mucho más "mística" que "teológica" y esencialmente platónica, siempre ha sido capaz de superar, especialmente gracias a su apofatismo, las limitaciones dogmáticas de la ontoteología aristotélico-tomista.

metafísico, mientras que uno de los méritos más importantes de Descartes es haber sustituido el principio de evidencia al principio de autoridad, es porque ella cava una infranqueable brecha entre el Intelecto y una razón  ahora bloqueada en la esfera de la inmanencia. La "fe de la ontoteología tradicional constituía, si no una verdadero intermediario entre el entendimiento del animal razonable y el Intelecto, al menos un sustituto de la intuición intelectual: la " fe" aparecía muy legítimamente en un san Anselmo o un Santo Tomás como teniendo que llevar al hombre a un mejor "comprender" lo que primero no hace más que "creer". La historia de la filosofía, o más bien la historia de la filosofía, o más bien la historia de los sistemas filosóficos no ha  comenzado verdaderamente más que el día en que el filósofo decidió que el hombre  no era más que animal razonable.

El espesamiento "dogmático" no concierne evidentemente al orden de las evidencias a las que esta apuesta por el mundo abrió de manera natural la inteligencia del hombre: el progreso de la ciencia: los progresos de la ciencia lo demuestra vivamente. Pero la razón, cortada de la "fe", y a fortiori del Intelecto, no podrá más que dogmatizar" interviniendo en el eterno debate sobre el "ser". Y esto de una manera doble: por un lado, afirmando más de lo que efectivamente sabe, es decir, es decir, al ir más allá de los límites de la experiencia que son asignados al entendimiento humano en tanto humano; por otro lado, por otra afirmando menos de lo que podría saber, es decir, por es decir, limitando de forma quizá arbitraria la experiencia de la que el hombre es capaz.

La primera forma de dogmatismo fue destacada por la crítica kantiana. El segundo nos parece que está enfocado por Heidegger cuando reprocha a la metafísica occidental haber confundido constantemente el Ser con el Siendo, es decir, haber encerrado el Ser que constituye el objeto de la metafísica dentro de unos límites que él trasciende.

Estas dos formas de dogmatismo nos parece sobre todo caracterizar la primera ontoteología clásica post-cartesiana y pre-kantiana, la segunda el temporalismo moderno que nos lleva de Hegel a Sartre. La "revolución copernicana "del idealismo kantiano constituye el punto de unión de estos dos dogmatismos de estos dos dogmatismos, en el sentido de que su legítima crítica de la ontología clásica nos parece que ha conducido de hecho a la constitución de un dogmatismo temporalista que ha encerrado el Ser o el Absoluto dentro de límites cada vez más limitados y estrechos. Esbozaremos los principales momentos de esta historia en el último capítulo de este trabajo, donde intentaremos poner en evidencia la continuidad entre estas dos formas de dogmatismo antimetafísico, ya que además la primera "crítica" de la metafísica, que de hecho inauguró la historia (virtual) de la filosofía occidental remonta a la revolución antiplatónica de Aristóteles, que nos parece haber determinado de una manera decisiva el carácter explícita o implícitamente sistemática, es decir dogmático de esta filosofía.

A partir de ahora es importante precisar que la distinción entre las dos formas de dogmatismo que acabamos de señalar y que ambos caracterizan a los "sistemas" filosóficos propiamente dichos (Spinoza, por ejemplo, para la primera forma, y Hegel o Bergson para la segunda) - a pesar de su importancia e interés - así como la distinción entre el dogmatismo tradicional y el sistemático, son mucho menos importantes que la distinción en virtud de la cual todas las formulaciones filosóficas o teológicas, "ontológicas"  o temporalistas se oponen, debido a la limitación fundamental que asignan al objeto de la "filosofía primera", a la universalidad o la integralidad de la perspectiva metafísica.

La esencia del dogmatismo no consiste quizá tanto en afirmar más del ser de lo que se conoce, como excluir de la experiencia del ser aspectos que son más o menos fundamentales. El dogmatismo "tradicional" de la ontología tomista, por ejemplo, a pesar de su enraizamiento más o menos implícito en la universalidad de la perspectiva metafísica, nos parece caracterizado por la exclusión fundamental, que contiene en potencia todas las demás y que se concierne al Ser o al Absoluto en su aspecto rigurosamente integral.

Nos parece legítimo, en relación con esta exclusión, hablar de dogmatismo, en la medida en lo que se querría hacer pasar por "impotencia" es tal vez, y así mismo, "rechazo".

El hombre se define entonces por su "humanidad", es decir por sus límites, poniéndose en penitencia, por así decirlo, ante las puertas del Ser. Por "humildad" se prohíbe a sí mismo tener acceso al Absoluto, y desarrollar las virtualidades de un ser del que el propio Descartes pudo decir que tiene en cierto modo "primeramente" la idea del Infinito" que de sí mismo (2).

(2) Cf. DESCARTES: Meditaciones Metafísicas (3ª Meditación).

Si aquí hay una "impotencia" radical, o, en otras palabras, si es cierto que la condición de “ animal razonable" constituye la esencia misma del hombre, hay que decir que el hombre parece haber sido capaz de hacer de esta necesidad una "virtud", o, para usar el lenguaje de Sartre, haberse "elegido" animal razonable, optando por lo finito y lo indefinido contra el Infinito del que tenía la idea dentro de él. Y el orgullo prometeico de una humanidad ávida de conquistar y poseer el mundo no nos parece muy alejado de la aparente humildad de una "criatura" por sus limitaciones.

En otras palabras, quizá no sea tanto en virtud de una evidencia absolutamente "cogente" que  el hombre afirma sus limitaciones sino por razón de una elección o una decisión.

O, si no tiene intuición intelectual, si no toma consciencia de las implicaciones de su idea del Infinito, es quizá porque rechaza abrirse a una evidencia que sería fatal para su ego, para su orgullo, para la falsa infinidad de su amor de sí.

Esta elección inicial de las limitaciones constitutivas del hombre en tanto que tal puede aparecer como raíz de las elecciones ulteriores en virtud de las cuales el hombre, o más bien el filósofo decidirá, no ciertamente al azar, sino bajo la imperio de las necesidades históricas consecutivas a esta elección inicial, evidencias que ordenará su visión del mundo, o más exactamente que condicionará las limitaciones dogmáticas inherentes a las diferentes visiones del mundo contradictorias que constituyen los sistemas filosóficos.

Después de estas observaciones generales, vamos a tratar de precisar la crítica del dogmatismo filosófico que nos parece que puede ser posible extraer de las implicaciones de la perspectiva metafísica que hemos dilucidado.

Consideraremos sucesivamente las dos formas de dogmatismo que distinguimos anteriormente y mostrar cómo la perspectiva metafísica nos permite superar, integrándolas, las contradicciones que engendran.

En primer lugar, es necesario situar la crítica kantiana a la "metafísica" y justificar su posible legitimidad en relación con relación a la crítica metafísica al dogmatismo de los sistemas. Kant nos parece que ha hecho un balance de las consecuencias de la revuelta antiplatónica de Aristóteles al situar con vigor la capacidad metafísica exacta del entendimiento aprisionado en  los límites de la antropología ontoteológica en general y su crítica nos muestra la relatividad de la distinción que habíamos hecho entre la ontoteología tradicional y la filosofía sistemática en la medida en que esta conserva los mismos principios que aquella: es quizás más fecundo  mostrar la unidad de la ontoteología en general, de la que encontramos los principios en la ontoteología tradicional de Aristóteles y Santo Tomás, o en la ontoteología sistemática de Spinoza y Leibnitz. Se trata siempre de una concepción "sustancial" del ser, tanto si se trata del Infinito como del mundo y del hombre. Dios se postula como Causa, como Energía productora o creadora de efectos que son reales, se trate de modos (Spinoza) o criaturas (Santo Tomás, Leibnitz). Estas limitaciones nos parecen correlativas a una antropología que define al hombre por su condición de animal razonable, o que identifica la esencia del hombre con esta condición.

El hombre, que no es más que un animal razonable, está como tal privado de intuición intelectual: la metafísica no puede corresponder en él más que a una exigencia, y no a una evidencia. La razón humana como tal, que parece organizada de manera para no conocer más que los objetos de la experiencia inmanente, es decir, fenomenal o espaciotemporal, no puede concebir el Absoluto más que como aquello que rinde razón de la existencia o la esencia de los objetos de esta experiencia.

El gran mérito de Kant es haber denunciado las ilusiones metafísicas de que abusa el entendimiento humano en tanto que acepta identificarse con sus condiciones limitativas. La crítica kantiana se encuentra preparada por la crítica tomista del argumento ontológico, que nos muestra que el animal razonable no tiene en tanto que tal intuición intelectual. No sabría llegar a Dios partiendo de una idea, sólo puede demostrarlo a partir de una existencia. San Tomás criticó y denunció por adelantado los sofismas de la ontοteοlogía de Descartes o Spinoza que se reposan en la ilusión de que el entendimiento humana como tal puede llegar a una evidencia intuitiva concerniente al Absoluto.

La crítica kantiana ha generalizado esta crítica aplicándola a todas las formas de ilusión metafísica de las que tal entendimiento puede ser abusado. Demostró que en rigor, no hay, para el entendimiento de la antropología ontoteológica , no más certitud demostrativa  que evidencia intuitiva concerniente al Absoluto

El entendimiento humano como tal implica una incoercible exigencia metafísica, pero esta exigencia no sabría nunca conducir a un hecho evidente. El argumento ontológico, que constituye el prototipo de todas las pseυdο-demostraciones metafísicas, presupone de hecho lo que pretende demostrar. El dogmatismo justamente denunciado por Kant reside en la confusión entre una exigencia y una evidencia: La οntοteología afirma más de lo que ella sabe. Desde el punto de vista de la perspectiva metafísica se podría decir que el dogmatismo consiste aquí en el hecho que la οntοteοlogía afirma del Ser más de lo que sus presuposiciones antimetafísicas no le permiten legítimamente el derecho de afirmar. Kant ha denunciado vigorosamente enérgicamente esta superación de la experiencia inmanente o fenoménica experiencia, que resulta ilegítima en la medida en que ninguna experiencia de otro tipo llene el  "concepto" que el entendimiento forma bajo la presión de una exigencia y no a la luz una evidencia. En otras palabras,  el entendimiento no puede especular "metafísicamente" más que bajo la presión de la voluntad. Sus evidencias o sus demostraciones metafísicas no son solo más que postulados camuflados. Lo Incondicionado no es todavía más que una "hipótesis", necesaria sin duda, pero rigurosamente indemostrable porque ninguna experiencia real, ninguna intuición intelectual le corresponde. No se plantea de alguna manera el mismo en el entendimiento, sino que es planteado por éste en virtud de una necesidad que experimenta ante la finitud misma de su experiencia "natural". Lo incompleto, es decir, la indefinidad inherente a los fenómenos espacio-temporales dados en esta experiencia exige una finalización que va más allá de los límites de esta última. Por un lado tenemos una experiencia o una evidencia que no es suficiente por ella misma, , sino que remite, por así decirlo, más allá de sí misma, y por otra parte, una exigencia que corresponde a la finalización de esta experiencia, pero a la cual no sabría por definición corresponder ninguna evidencia intuitiva, ni incluso una certeza demostrativa verdaderamente rigurosa. En tanto que especulación del animal razonable no sabría ser una ciencia. El entendimiento así definido no puede conducir más que a afirmaciones dogmáticas, que se basan en última instancia en una necesidad, una exigencia del querer, y no a enunciados especulativos, que se apoyan sobre las evidencias del Intelecto.

El Absoluto se encuentra entonces concebido en función de las necesidades de una razón inmersa en la experiencia, y no puede ser aquí concebido más que en función de estas necesidades. Reviste la limitación fundamental de Causa primera, de Condición suprema de la serie de fenómenos dados en la experiencia. La limitación del Absoluto es aquí correlativo de la impotencia de enfocarlo de otra manera que al término una exigencia; y es por lo que hemos podido decir más arriba que en verdad el argumento llamado "ontológico" se reduce al argumento "cosmológico", en el cuadro de la οntοteοlogía que se funda en las especulaciones racionales del animal razonable. Es en este sentido tendría lugar modificar la crítica kantiana  para adaptarla a la crítica metafísica que estamos esbozando.

La razón, que tiene necesidad del Absoluto para completar su experiencia no puede pues más apostar por ello y no demostrarlo. Kant tiene el mérito de haber sacado a la luz esta situación de la razón, mostrando las antinomias, es decir, las proposiciones contradictorias a las a las que necesariamente se ve abocado el entendimiento del animal razonable que intenta formular una respuesta a su demanda metafísica.

La razón por la que se aventura a ir más allá de los límites de su experiencia natural entra necesariamente en conflicto con ella misma.  Cuando afirma sobre el ser más de lo que efectivamente realmente sabe, o más exactamente más de lo que realmente puede saber en tanto que razón, se encuentra con demostraciones antinómicas que es incapaz de refutar. Además, es en virtud de una especie de necesidad interna que el entendimiento del animal razonable puede afirmar, con una apariencia de legitimidad similar, proposiciones contradictorias concernientes al Absoluto. El entendimiento remachado en la inmanencia parece necesariamente desgarrado entre actitudes antinómicas. Esta constatación kantiana nos parece del mayor interés desde el punto de vista de la perspectiva metafísica: nos parece que puede aplicarse no sólo a lo que Kant consideraba como la "metafísica", es decir, a las especulaciones de la ontoteología tradicional o "clásica", sino indiscutiblemente a todas las especulaciones de la filosofía sistemática.

Antes de enfocar más precisamente esta generalización de forma más precisa, consideremos en su principio las antinomias señaladas por Kant. Se sabe que Kant clasificó las afirmaciones "metafísico" (la tesis) en la categoría de dogmatismo" y las negaciones correspondientes a estas afirmaciones (la antítesis), en la categoría de "empirismo" (3).

Hemos visto en qué consiste el "dogmatismo" de las afirmaciones "metafísicas". Y se sabe que el empirismo se basa en la negativa a ir más allá de los límites de la experiencia, contentándose con la certitud parcial inherente a las regresiones indefinidas. Pero Kant ha demostrado que cuando el empirismo niega las proposiciones afirmadas por la tesis, se convierte el mismo en dogmático, afirmando a su vez más de lo que sabe (4). La afirmación tanto como la negación demostrativa concerniente al Absoluto exceden pues las capacidades intelectuales del animal razonable.

En otras palabras, el entendimiento parece estar sujeto a dos tentaciones contradictorias:

- La primera es ir más allá de los límites de la experiencia "posible" afirmando un Incondicionado que le parece fundar la unidad de esta experiencia.

- La segunda es encerrarse en los límites de experiencia negando la realidad del Absoluto.

Es, de hecho, solo la primera tentación que Kant supo realmente criticar. La lección que se desprende de esta crítica es que partiendo de lo condicionado, es imposible remontar a lo Incondicionado. El hombre que se ha encerrado en la finitud de la "experiencia" es el irremediable prisionero. Por lo tanto, no hay ni siquiera una prueba cosmológica de la "Existencia de Dios. Este paso al límite, que rechaza la razón en busca del Absoluto fuera de los límites de la "experiencia posible puede parecer, a los ojos de la razón, bastante vano y gratuito: la razón, que no hace más que exigir esta "posición" del Absoluto se da cuenta implícitamente de la trascendencia abstracta de este último, que no da cuenta realmente de una experiencia que deja, en consecuencia, fuera de ella. El empirismo siempre podrá refutar legítimamente el dogmatismo ontoteológico en nombre de sus presuposiciones comunes, mostrándole que la Causa , que como tal es todavía del orden de la experiencia , no sabría verdaderamente fundar y contener experiencia misma. El empirismo nos parece resentir legítimamente este pasaje al límite como una exclusión,

(3) Cf. Crítica de la razón pura - Dialéctica trascendental. Libro Il, cap. II.Tercera sección, p. 412 y ss. Traducción Trem-Pacaud (Alcan 1927).

(4) Cf. idem, o. e,. P. 417.

como una negación dogmática de la experiencia, más bien que como lo que lo hace verdaderamente razón.

Un Absoluto que es sólo Causa no le parece sin duda suficientemente "absoluto" para verdaderamente "fundar" lo relativo, para permitir integrar realmente lo indefinido.

Tal nos parece al menos la justificación metafísica de la crítica "empirista". La razón sabría encontrar, hablando de la experiencia sola, argumentos capaces de convencer al empirista. O más precisamente - porque las enunciaciones especulativas que explicitan las evidencias de la intuición intelectual no sabrían "convencer" más a este último - la razón no puede encontrar argumentos susceptibles de traer una certeza verdaderamente demostrativa en la dogmática misma. La "necesidad" que empuja al entendimiento limitado a afirmar el Absoluto no es rigurosamente interior. Y su relativa exterioridad puede resolverse en la gratuidad. Si la "metafísica" ha podido pasar tan legítimamente desde Kant por una manipulación gratuita y estéril de conceptos vacíos, es por razón del carácter esencialmente "exterior" de la necesidad con la cual el Absoluto se imponía a la razón humana, en el cuadro de la ontoteología. Y si el empirismo puede "dogmatizar" él también afirmando la imposibilidad de demostrar lo Incondicionado, no hace más que situarse en el mismo terreno que "dogmatismo" mismo, a saber sobre sobre el de la "experiencia posible" tomada como punto de partida. La razón "dogmática" no puede dejar de suscitar la oposición del entendimiento "empírico". Porque esta escapada en vacío hacia lo Incondicionado parece al entendimiento "empírico" excluir la experiencia en un doble sentido

1°) La razón limitada no tiene intuición intelectual; no tiene experiencia o evidencia, sino sólo una exigencia del Absoluto.

2°) La razón que postula el Absoluto de esta manera deja por así decir la experiencia, el mundo y lo finito", fuera de él. El resultado es una especie de yuxtaposición o coexistencia de opuestos. La exclusión del Absoluto por el empirismo ligado a la experiencia puede parecer entonces correlativa de la exclusión implícita de la experiencia del Absoluto que sólo se postula en virtud de una exigencia de la razón humana.

Pero para entender el "dogmatismo" de la metafísica dogmática criticado por Kant, es el dogmatismo mismo del empirismo, o más bien del dogmatismo de la "experiencia", que conviene poner en evidencia. Y es lo que Kant no pudo hacer. Por su propia crítica de la metafísica, que denuncia muy justamente las ilusiones dogmáticas del entendimiento limitado, reposa precisamente sobre el principio común que funda la doble posibilidad contradictoria de del "dogmatismo" y el "empirismo", a saber el dogmatismo mismo de la "experiencia posible". Porque quizá no sea tanto su búsqueda del Absoluto lo que suscita en el hombre las contradicciones justamente iluminadas por Kant, como dogmatismo de la "experiencia", que es por otra parte el del propio Kant. La exigencia de absoluto, de integralidad, de incondicionalidad que se mantiene constante en el entendimiento mismo limitado no suscita quizá contradicciones insolubles y exclusiones recíprocas sólo porque el hombre ha tenido cuidado de definirse de antemano por su ser-para-la-experiencia, o por su ser-para-el-mundo. Estas contradicciones no se deben al hecho de que el hombre aspire al Absoluto, sino a los presupuestos a partir de los cuales espera alcanzarlo. Y sabemos que a pesar de Kant, el filósofo que ha renunciado al "dogmatismo" ontológico no ha renunciado a plantear Absolutos, y a suscitar contradicciones infinitamente más agudas que las precedentes, sin dejar de permanecer en el orden estrictamente "humanista" de una "experiencia posible". Y la antinomia kantiana del empirismo y el dogmatismo pueden aparecer entonces como el prototipo de antinomias y exclusiones recíprocas que constituyen todos los sistemas filosóficos en tanto que tales.

Es la solución propiamente metafísica de las antinomias señaladas por Kant lo que nos iluminará sobre el dogmatismo que les ha suscitado, y que impregna el "criticismo" kantiano a, así como la ontoteología tan legítima y enérgicamente criticada por este último.

Sabemos que la universalidad de la perspectiva metafísica radica en su concepción rigurosamente integral del Infinito. Y hemos visto que el Absoluto sólo puede ser enfocado en su Infinitud más que mediante una captación inmediata e intuitiva que no es otra cosa que la intuición intelectual. El entendimiento que se abre a las implicaciones más profundas de la idea del Infinito, lo que no puede hacer más que superando las limitaciones de antropología dogmática, supera entonces natural y necesariamente las antinomias señaladas (5) por Kant

(5) No examinaremos aquí en detalle cada una de las antinomias  señaladas por Kant, sino su fundamento común, que radica en la oposición de "dogmatismo" y "empirismo".

al mismo tiempo que el "dogmatismo" metafísico mismo.

La idea de Infinito inmediatamente captada por la intuición intelectual (6), en virtud de una evidencia que supera toda exigencia y, por tanto, toda "creencia", toda “opinión", toda afirmación más o menos gratuita y arbitraria, nos pone en presencia de lo Incondicionado, que está más allá de toda Causa primera, y sabemos que en virtud de su "Infinidad ", que exige que el "no-ser" sea, de cierta manera, este Infinito se niega necesariamente a sí mismo, por así decirlo apareciendo como la Causa o el Uno-y-múltiple que está en el origen de la manifestación como tal. Es en este término absolutamente primero que nos parece residir la clave de la antinomia entre dogmatismo y empirismo.

1) El Infinito integralmente infinito ya no está más allá de la experiencia, en la medida en que constituye el objeto de la evidencia más inmediata y apodíctica. En la intuición intelectual es el Infinito que se afirma el mismo , por así decirlo, en mí, en  una "experiencia" que me es  infinitamente más próxima que no importa que experiencia, ya que coincide con la raíz misma de mi subjetividad.

2) Este Infinito no excluye la "experiencia", o más precisamente no deja fuera de él la indefinidad inherente a la "finitud" de la experiencia entendida en el sentido kantiano del término. Porque ya hemos visto que, por su trascendencia integral, es radicalmente inmanente a lo manifestado, que no era rigurosamente otra cosa que él. Mientras que la trascendencia abstracta afirmada por la ontoteología daba lugar a una especie de coexistencia del Infinito y  de lo finito, es decir, a una especie de exclusión mutua relativa de estos "opuestos" , la Trascendencia integral del Absoluto metafísico conduce a una integración rigurosa de lo indefinido en todas sus formas, pues la indefinidad de los múltiples grados de la manifestación, incluida la indefinición inherente a las condiciones espacio-temporales a las que se limita la experiencia posible según Kant, no es otra cosa que el reflejo cosmológico necesario de la Infinidad misma del Absoluto. Estamos aquí ante una verdadera coincidencia de opuestos; la Infinidad del Absoluto transpersonal supera la oposición abstracta entre "Dios la causa primera" y el mundo, en el la cual se encuentra como bloqueada la ontoteología

(6) Recordemos aquí la afirmación de Platón según la cual "lo que es absolutamente es absolutamente conocible" (Republ. V, 477 a).

tradicional y sistemática. Lo Incondicionado "exigido" al término de cualquier serie cosmológica (7) por un entendimiento que rechaza la incompletud, es decir, la indefinidad de su experiencia "natural", es prácticamente excluir esta indefinidad, que así se opone a él y limita su "Infinito".

La falsa Infinidad o más bien el Infinito "derivado" de la Causa primera que se postula a partir de la experiencia, no podría verdaderamente alcanzar realmente la indefinidad de esta última: tal nos parece ser la base de las antinomias kantianas. La infinidad metafísica captado en una evidencia inmediata integra simultáneamente la Causa primera y la indefinidad cosmológica: la dualidad antinómica de la "Causa sui' y del mundo da paso a una jerarquía ternaria: el Absoluto o el Uno manifiesta su infinidad integral en la indefinidad cósmica por medio del Ser o Dios: la relación entre  la experiencia y lo Incondicionado que su indefinidad  parece exigir no están realmente fundadas y justificadas más que a partir del Infinito captado en la intuición intelectual, y no de lo Incondicionado exigido por el entendimiento finito.

Es este rechazo a la experiencia integral o a la evidencia intelectual del Infinito lo que nos parece constituir, desde el punto de vista de la perspectiva metafísica, la raíz del dogmatismo filosófico dogmatismo filosófico en general.

Cuando Kant reconoce profundamente que el empirismo puede a su vez convertirse a su vez en "dogmático", afirmando más de lo que sabe, nos parece tocar la raíz misma del dogmatismo filosófico en general. Cuando el empirismo niega el Infinito, nos parece tener razón contra el dogmatismo ontoteológico, en la medida en que el Infinito captado a partir  de la experiencia no es ni verdaderamente infinito ni verdaderamente demostrable, pero no en la medida en que lo incondicionado se encontraría absolutamente fuera de nuestro alcance.  Es esta negación del Infinito lo que constituye el "dogmatismo" empirista. Pero es otra forma de la misma negación fundamental que constituía "dogmatismo dogmático" mismo. Esto es de dos aspectos correlativos de un mismo rechazo, de una misma ignorancia, de una misma limitación fundamental que empuja al hombre, afirmando sobre el Ser menos de lo que podría saber, para excluir de su experiencia del Ser aspectos

(7) Esta serie puede concernir a los distintos "grados" o "modos" de sustancia, tanto como los simple "fenómenos" espacio-temporales de la ontología kantiana.

fundamentales, o para encerrar al Ser en aspectos que se revelarán antinómicos. Los distintos sistemas filosóficos no son otra cosa: todos afirman más de lo que saben, en el sentido de que las limitaciones que asignan al Ser no corresponde tanto a la evidencia rigurosa y a una verdadera experiencia, sino a la decisión de plantear como real lo que se ajusta a un determinado deseo, a una necesidad, a una exigencia del querer. Y afirman igualmente menos de lo que podían saber en el sentido de que estas limitaciones y estas exclusiones son como una mutilación de esta experiencia integral del ser que la perspectiva metafísica asigna al hombre en la medida en que es capaz de intuición intelectual.

Cuando el entendimiento humano, encerrado dogmáticamente en sus limitaciones cosmológicas, se dirige al Absoluto partiendo de la experiencia, no integra esta última, ni da razón ella de forma verdaderamente demostrativa. Es con justa razón que la "experiencia" reclamará sus derechos sus derechos: después de Kant, Hegel exigirá para el devenir un derecho de ciudadanía en el reino del ser, y Bergson por ejemplo, tratará de promover un empirismo radical que no escamotee el misterio de la individualidad.

Pero cuando este entendimiento, o más bien esta subjetividad humana, que no aparece como real más que en tanto que "ser-en-el-mundo", se torna hacia la experiencia, sólo puede hacerlo prolongando y completando la negación y la limitación primera del Absoluto que dio lugar a una exclusión recíproca de lo finito y lo Infinito. O más precisamente cuando niega radicalmente la trascendencia de lo Absoluto -que la οntoteοlogía no alcanzaba más que de una manera totalmente externa y abstracta- cuando trata de fundar este Absoluto a nivel de lainmanencia; cuando el Ser, que está excluido de la Eternidad, se encuentra identificado con el Tiempo, la subjetividad humana no hace más que perpetuar el juego de antinomias y exclusiones que cierran el acceso a una experiencia verdaderamente integral. La subjetividad radicalmente exiliada de un Incondicionado trascendente y remachado al orden de la "inmanencia", lejos de respetar y justificar las articulaciones de la experiencia, no  acaba de hecho más que  en la mutilación de ésta última eligiendo el aspecto que ha decidido privilegiar en detrimento otras exigencias que quizás no lo sean menos.

La subjetividad humana, aislada de la intuición intelectual del Sí que, en la perspectiva metafísica, es del orden de la evidencia más inmediata, o que es el verdadero "dato inmediato de la conciencia" que capto por la "intuición", se encuentra simultáneamente cortada de la experiencia "inmanente”; o más bien, no puede enfocar esta última más que a luz sólo a la luz deformante de presuposiciones que limitan la amplitud y profundidad de su apertura a la experiencia del "mundo" mismo. Es por eso que el empirismo en general no sabría ser inocente. No basta con abrir los ojos al mundo para "desvelarlo" en su verdad. La mirada del esteta atento a la moviente singularidad de los seres y las cosas es quizás tan impura como la del científico que espía las leyes que rigen los "fenómenos". El uno y el otro han privilegiado de manera exclusiva un cierto tipo de realidad que están obligados a revelar en función de esquemas deformantes que consciente o inconscientemente han decido robar en el mundo. Cuando la subjetividad, por una aparente fidelidad a la "experiencia", se aleja del Infinito, que  solo le aparece más allá de éste último, ni siquiera consigue ser fiel al orden de la experiencia, porque esta fidelidad se basa en una infidelidad o una inatención fundamental a la integralidad de su "experiencia posible".  Al rechazar como una imposibilidad la intuición intelectual del Infinito fuera de los límites de la experiencia posible del hombre, la subjetividad nos parece que no consigue más que “transferir" esta intuición reprimida del Ser, más o menos degradada en una "exigencia" de "Totalidad", a planos que enmascaran por otra parte , al mismo tiempo que la plenitud infinita del Ser, las articulaciones indefinidas de la experiencia del mundo.

Este rechazo a la intuición metafísica condicionará las limitaciones y antinomias de una experiencia mutilada que se expresan en los sistemas filosóficos. Habíamos observado que la antinomia fundamental a que dio lugar la ontoteleología era como el paradigma de las antinomias que colisionarán sea en el mismo sistema filosófico o en dos sistemas opuestos. La raíz de todas las antinomias filosóficas nos parece residir en la manera sistemática es decir limitada y exclusiva en que la subjetividad remachada a "la experiencia inmanente" pretende captar, consciente o inconscientemente, el Ser o el Absoluto. Porque nosotros sabemos que aunque por orgullo o impotencia el hombre se exile del Infinito concebido según la integralidad de totalidad de su amplitud metafísica, no por ello renuncia a una visión de la realidad que se querría integral. Si rechaza el Absoluto en tanto que Trascendencia y no la busca más que dentro de los límites de la experiencia inmanente, es por una aparente preocupación de integridad y de "autonomía" concretas. El Absoluto concebido en estilo οntοteοlógico puede parecerle un fantasma anticuado que introduce un inútil desgarro y una alienación en la realidad cósmica y humana. La actitud marxista es bastante esclarecedora en este sentido. Y el marxismo ha tenido el mérito de demostrar que el "desinterés" del conocimiento científico no es quizás más que una piadosa ilusión de la retórica burguesa. La mirada que el hombre dirige hacia el "cielo estrellado" sobre nuestras cabezas, no a fin de descubrir detrás el simbolismo de las formas y los números la armonía pitagórica de las "esferas", sino a fin de arrancar sus secretos a una naturaleza de la que busca hacerse “dueño y señor", no es más que la expresión de una voluntad de potencia que quiere explicar y objetivar el mundo en vista de su domesticación. El Absoluto es entonces el hombre mismo, o la Materia, concebida en términos de una inteligibilidad que está en consonancia con el imperialismo de esta voluntad de potencia.

La esencia del dogmatismo que ordena la elaboración de los sistemas filosóficos en general nos parece  consistir en el hecho  de que el Ser sólo se capta a partir y en función de una  experiencia "inmanente" en la que el hombre se ha encerrado, por así decirlo (8).

La subjetividad consciente del animal razonable lleva a antinomias irreductibles, ya sea cuando trata de captar el Ser más allá y fuera de los "límites de su experiencia natural" (en el marco de la  οntoteοlοgía), ya sea que  intente captarlo en el mismo nivel y dentro de los límites de esta experiencia previamente mutilada.

La limitación de esta experiencia "filosófica" o "sistemática" del ser del ser nos parece revestir dos formas esenciales

 (8) Desde el punto de vista de la perspectiva metafísica, se trata de un rechazo que es simultáneamente ignorancia e impotencia y que se refiere al problema de la "caída" tal y como es posible concebirlo desde esta perspectiva. Debemos referirnos aquí a lo que hemos dicho sobre la Ignorancia que el Vedanta y el Budismo relacionan con el principio de individuación. Pero por el momento no hay duda del origen de esta negación del Infinito, sino más bien de las formas y consecuencias del dogmatismo de los sistemas filosóficos.

1°) A veces la subjetividad queda en contradicción con su "exigencia" del Absoluto o de unidad, constatando las antinomias en que se encuentra acorralada: los "sistemas" más profundos y válidos, como los un Kant o un Descartes, nos parecen ser de este tipo. En un sentido no se trata aquí de sistemas: pero lo que falta entonces a estas doctrinas, es un principio de unidad implicado en los sistemas del segundo tipo, así como en la perspectiva metafísica.

2°) A veces el pensamiento intenta resolver las contradicciones optando por uno u otro de los aspectos antinómicos, pero encierra entonces el Absoluto en la unidad abstracta y exclusiva de un sistema.

Estas son las contradicciones no resueltas de los sistemas del primer tipo que están en el origen de los sistemas del segundo tipo aparentemente más unificados: se sabe, por ejemplo, que el "problema" cartesiano de la unión del alma y el cuerpo, ha suscitado los sistemas de la ontoteología clásica que intentaría resolverlo (paralelismo, armonía preestablecida, οcasionalismo). Sin duda, estas "contradicciones" internas no se sienten necesariamente como tales dentro de estas doctrinas: la propia οntoteοlοgía tradicional vivía de la contradicción implícita y no sentida que hemos señalado entre lo finito y el Infinito concebido en su trascendencia abstracta. El dualismo mismo no es tanto "vivido" y "pensado" por el dualista en la contradicción que él implica que como una fidelidad a lo que le parece ser la experiencia. La ambigüedad del cartesianismo es bastante convincente a este respecto.

Siguen existiendo contradicciones, o exclusiones recíprocas mutuas, que nos parecen la consecuencia necesaria del rechazo de la intuición intelectual. La observación aparentemente "objetiva" de Kant de la las antinomias de la razón es quizás la consecuencia menos "dogmática" de este rechazo, pero su dualismo de "noúmeno" y "fenómeno, que no es más que una de las muchas falsificaciones filosóficas de la coincidencia metafísica de los opuestos, es tan "dogmática" en esencia como el sistema de Hegel, que pretende rechazar el escándalo "irracional" de la "cosa-en-sí", haciendo al "idealismo kantiano la punción de su realismo para fundar su "idealismo absoluto".

A veces, la contradicción, es decir, la coexistencia masiva y no resuelta de aspectos opuestos que se excluyen recíprocamente está instalada en el corazón mismo del sistema: y hay aquí  dogmatismo sistemático en el sentido de que hay una ausencia de unidad: todas las formas de "pluralismo" y de "dualismo que comportan en general una aparente preocupación por la  "verdad o una apertura no mutilante a la diversidad de la experiencia, viven, por así decirlo, de estas contradicciones internas, de esta yuxtaposición de elementos que no están integrados en la unidad orgánica de un conjunto coherente: coexistencia del alma y el cuerpo en Descartes , del fenómeno y del noúmeno  en Kant, del en-sí y el para-sí en Sartre, de las ontologías del objeto, de la existencia y de la trascendencia en Jaspers, etc...

A veces la contradicción parece ser expulsada del sistema enfocado en su unidad interna, pero esta vez, no se trata de oponer un sistema a sí mismo, sino los distintos sistemas entre sí: la preocupación por la "unidad" y la coherencia del sistema conduce a la oposición recíproca de los sistemas en general.

Esta contradicción, como ha demostrado Hegel, es un factor de desarrollo, es decir, de la historia de los sistemas, y pronto tendremos que examinar esta consecuencia del dogmatismo sistemático.

Un sistema no puede revestir su coherencia formal y aparente más que al precio de una negación masiva, es decir, una exclusión de los aspectos o principios opuestos a los que ella misma pone de relieve, aunque da la ilusión de integrarlos. La integración masiva equivale a la negación masiva, es decir, una exclusión efectiva. La Aufhebung hegeliana nos parece bastante característico en este sentido: todas las pseudo-integraciones posteriores del hegelianismo están potencialmente contenidas en su integración masiva y recíproca de lo finito y lo infinito.

Además, hay que recordar aquí que una formulación "filosófica " de la propia perspectiva metafísica misma escapa difícilmente a la apariencia de dogmatismo sistemático. Las divergencias que oponen entre ellos, sea los sucesores de Shankara, sea los neoplatónicos, son bastante notables en este sentido. Del mismo modo, las divergencias que nos habían permitido distinguir diferentes formulaciones "filosóficas" de la metafísica integral (neoplatonismo, Vedanta, Budismo del Gran Vehículo) no eran extrañas a las necesidades de una exposición unificada sobre el plano "formal", es decir revistiendo esta apariencia manifiesta de unidad doctrinal que permite a los historiadores de la filosofía hablar de los "sistemas filosóficos" de un Plotino , un Shankara o un Nagarjuna. Toda expresión y toda formulación doctrinal están inevitablemente sujetas a este riesgo. Pero también recordaremos que la limitación formal de la expresión o de la formulación que es condición aparente de la unidad doctrinal debe ser cuidadosamente distinguida de la limitación interna que es constitutiva del contenido doctrinal mismo.

La negación, en este último caso, no es más que aparente y formal, y vinculado únicamente a las exigencias de la expresión. Nos parece evidente que ningún representante "filosófico" de la perspectiva metafísica sabría tener la pretensión de expresar la verdad metafísica en la integralidad de sus implicaciones o en una formulación que sería absolutamente perfecta.

Si la oposición de los sistemas filosóficos como tales nos parece infinitamente más profunda e irreductible, es por razón de la limitación a priori que constituye su punto de partida común, y esta limitación , así como la exclusión recíproca de los sistemas que engendra, nos parece tanto más marcada cuanto se desvanecen  los últimos vestigios de la intuición intelectual. No sabría ser cuestión aquí (9) de revisar la extrema diversidad de las contradicciones internas de  los sistemas o de las contradicciones que oponen los sistemas entre ellos. Simplemente quisiéramos mostrar cómo la perspectiva metafísica nos parece superar algunas de las antinomias más características de la historia de la filosofía.

Ya hemos visto cómo el "No dualismo" metafísico supera la antinomia del monismo y del pluralismo. La Unidad del Uno concebida en su Infinidad integral no excluye, como hemos visto, sino que integra lo múltiple. No conduce ni a la coexistencia masiva de lo Uno y lo Múltiple, como la ontotelogía tomista, ni a la negación masiva, es decir, a la exclusión de esta última: la pluralidad indefinida de "mundos" o los grados de realidad, así como la multiplicidad indefinida de seres, que se encuentra aquí puestos en su

 (9) En nuestro trabajo sobre "Ser e individualidad", destacamos claramente la exclusión recíproca de las dos perspectivas sistemáticas que constituyen el instante lógico y el instante estético desde el punto de vista de la respuesta a la cuestión pregunta que nos hacíamos: ¿qué es un ser individual?

interioridad singular en virtud de una especie de esencia verdaderamente individual (10) coincide aquí, en virtud de la doctrina de la Ilusión cósmica o grados de realidad, con la Unidad trascendente del Uno. La misma doctrina de los grados de realidad supera la oposición masiva que separa el "espiritualismo" del "materialismo" y que es una variante de dualismo: el "Espíritu" en su forma "más pura" ya aparece aquí como impuro: la Personalidad y la consciencia de sí del Dios de la οntοteοlοgía aparece en efecto como la "materialización" principial del Absoluto que será el prototipo de toda "materialidad", es decir, de todas determinaciones o negaciones aparentes y ulteriores. Una de los méritos de Leibnitz y de la οntοteοlogía tradicional de Aristóteles y Santo Tomás es haber evitado el dualismo en el plano relativo de los seres finitos", si no han sabido evitar el dualismo fundamental entre un Espíritu puro -que no llegaron a concebir en su verdadera pureza - y el mundo. En la perspectiva metafísica, la "materia" es sólo un límite en el "descenso" del "Espíritu": no existe en su estado "puro", en acto. En ella misma es pura potencialidad, pero ella se encuentra implicada en el espíritu puro mismo.(Materia inteligible plotiniana, Maya como Potencia de Brahman ).

Es la integración metafísica de la antinomia que opone idealismo y realismo que querríamos sacar a luz y que corresponde, como hemos visto, a una de las mayores exigencias de ciertas filosofías contemporáneas. Una comparación entre el Cogito cartesiano y lo que por analogía llamaremos el Cogito metafísico podrá servirnos como punto de partida. La primera evidencia cartesiana es bastante análoga a la intuición metafísica por su aspecto subjetivo" (11) y por la negación del mundo que ella presupone. Cuando se interroga por la esencia del "yo", que ha descubierto intuitivamente que existe, sabemos que Descartes rechaza sucesivamente todas las determinaciones empíricas para no retener más que el pensamiento puro. Y se sabe que después del descubrimiento de un Dios exclusivamente trascendente al ego – que desde el principio está definido implícitamente por su irreductible

(10) Que la ontología sustancialista de Leibznitz no nos parecía poder justificar. Cf. Être et individualité, 1" parte, cap. 4.

(11) Recordemos que Deussen pudo utilizar en relación con la demostración shanhariana del Atman´la expresión por otra parte muy impropia de "prueba psicológica".

finitud al mismo tiempo que por el pensamiento puro – Descartes no encontrará el mundo más que a partir de una inferencia fundada sobre la bondad divina.

El aparente "idealismo" de la perspectiva metafísica tal como aparece particularmente en la  formulación vedántica, implica un movimiento de interiorización infinitamente más amplio, ya que el  Cogito metafísico hace la economía de la  'tercera Meditación'; la trascendencia radical conduce a la subjetividad a captar intuitivamente no su existencia en tanto "cosa pensante", es decir en tanto que efecto, sino su identidad esencial con un Absoluto que es más infinito realmente que el Dios οntοtheοΙοgico de Descartes. La interiorización de tipo "idealista", implicado por este paso al límite, trasciende la oposición de idealismo y realismo, que coexistían en el sistema de Descartes. El yo no está aquí “encerrado en sí mismo", ya que desde el principio está intuitivamente captado (12) como idéntico al Ser universal, o más bien a ese Sobre-ser que es el Uno plotiniano o el Sí shankariano. El yo no tiene que encontrar el mundo al final de una inferencia azarosa, como tampoco tiene que descubrirlo, por un argumento ontológico al que no tiene derecho, su "inversión" por la Infinidad degradada de un Absoluto que sólo es Causa creativa.

La identidad esencial del yo y el Ser conduce, como hemos visto, a la coincidencia de las contradicciones resultantes de la Ιnfinidad integral del Sí. El mundo no tiene que estar aquí inferido; es deducido en virtud de una rigurosa necesidad interna y no se sabría decir que es nada: él no es nada que no sea el Infinito mismo, pero sus diversos grados de realidad son como tantos reflejos, expresando cada uno de los cuales según su capacidad la Infinidad misma del Absoluto. El aparente "idealismo" del Sí, de la subjetividad infinita, coincide con el aparente "realismo" del Infinito, es decir, del Toda-Potencia expansiva por la que el Absoluto se manifiesta o se expresa limitándose.

No hay que dar ningún "salto" de Dios al mundo: la existencia del mundo es tan "necesaria" como la de Dios; no es más que la expresión continuada de la Infinidad que se expresaba en esta primera negación del Absoluto que constituía la existencia, o más bien el Ser de Dios, en tanto que Causa productora o Razón de las existencias finitas. El "yo" reencuentra por así decir la "existencia" de Dios

(12) Y no puesto.

tanto como la del mundo en virtud de la necesidad interna que conduce de la dialéctica ascendente a la dialéctica descendente.

La interiorización y el "subjetivismo" radical permiten encontrar la plenitud de la "realidad" del mundo, mientras que la interiorización del Cogito cartesiano tiene que presuponer los fundamentos esenciales de la antropología οntoteοlógica (si el hombre no es definido por Descartes como un animal razonable, la esencia del "yo" cartesiano se identifica, sin embargo, también con su condición de "efecto") nos parece que comporta:

1 °) La exterioridad de un Infinito que no es más que una Causa creadora y cuya pseudo "demostración" nos parece caer bajo nuestra crítica general de la οntοteοlοgia. Dios no sabría ser verdaderamente "demostrado" con todo rigor a partir de sus efectos.

2°) La exterioridad de un mundo que no puede ser más que inferido y demostrado, y en absoluto captado por la evidencia intuitiva.

La pseudointerioridad del idealismo en general no tiene otra alternativa que reducir el ser del mundo al percipi, para que sea una "representación" de la subjetividad, o postular, detrás de la representación que sólo es inmediatamente la "cosa" real: en los dos casos la subjetividad está exiliada de lo "real", ya sea haciéndola inaccesible sí misma, o que lo reduzca masivamente a una representación. Y la negación idealista nos parece tanto más masiva cuanto que limita esta representación a las determinaciones "cuantitativas" abstractas que encontramos especialmente en el determinismo mecanicista. El idealismo en su forma racionalista constituye uno de los aspectos privilegiados de esta voluntad de potencia o autonomía de la subjetividad humana en virtud de la cual limita consciente o inconscientemente su apertura a la realidad para imponer limitaciones a lo que queda capaz de concebir, las limitaciones que la hacen conforme a su deseo de objetivación.

La perspectiva metafísica nos permite ir más allá tanto de la abstracción de la "representación" así como del escándalo de la "cosa en sí". El hombre en tanto subjetividad conociente no está encerrada en su representación. El mundo no está en el yo: es el yo el que está en el mundo. Y este mundo excede infinitamente los límites del animal razonable, que en tanto que tal está como invertido o englobado por la Infinidad del Absoluto y la indefinidad de los mundos, es decir, de los grados de existencia u otras realidades que los del "mundo sensible". Pero si el mundo no está en el yo, es decir, en el Ego divinizado que es el Espíritu hegeliano (13) o el Ego husserliano, él está en el Sí, está envuelto y englobado en la Infinidad de un Absoluto al mismo título que "yo" mismo. Es porque el yo está integralmente envuelto por el Sí o por el Uno que también está envuelto por el mundo, del que no es, como ser, más que una parte. Se sabe que Plotino ha podido integrar este aspecto "cósmico" de la filosofía estoica en su doctrina rigurosamente metafísica. El hombre metafísico tiene un sentido agudo de la plenitud y el esplendor radiante del mundo, que refleja el esplendor mismo del "Bien". Su sentido de la Trascendencia integral florece en consciencia de la Totalidad: el sabio que vuelve del "Bien" a la "Cueva" ha reencontrado en el camino el "gran animal cósmico" platónico

Es porque el yo está en el mundo, al mismo tiempo que en el Sí al cual es esencialmente idéntico, que puede conocer el mundo, y en particular el mundo sensible, como una realidad, como un ser, y no como una "representación". Shankara (14) criticó vivamente el "idealismo" de ciertas escuelas budistas, en un estilo realista que recuerda el vigor de la argumentación tomista. El ser humano (15) en tanto que animal razonable está integrado en un mundo que no es "inmanente" a su conciencia. El realismo de Aristóteles conserva aquí sus derechos.

Este englobamiento "realista" va a fortiori más allá de la pura exterioridad de la "cosa en sí". El ego conoce intuitiva e inmediatamente el ser; pero la realidad no la invierte hasta el punto de refugiarse en la inaccesibilidad de la cosa en sí kantiana.  O más profundamente, hay un conocimiento que va más allá de la realidad empírica y constituye uno de los grados de la intuición intelectual. Tras el reflejo "objetivo" del "fenómeno" cambiante, la subjetividad, no más en tanto que animal razonable, sino en tanto

(13) El Espíritu hegeliano es la Subjetividad, que como tal, se identifica con el Absoluto, en contra de la perspectiva metafísica donde la subjetividad humana es inmediatamente transparente para un Absoluto que prohíbe que  plantearla en sus limitaciones existenciales.

(14) Cómo, en el H. Sutras, o. e., Il, 2, 28-3 (Cf. Trad. franc. de L. RENOU en Anthologie Sanskrite, p. 218) (Payot).

(15) Metafísicamente, un "hombre" es un ser humano: la humanidad se añade como una determinación a una esencia que la transciende -y la integra- así como no importa cualquier otra determinación.

que "hombre inteligible" o Intelecto, conoce el Arquetipo, la idea platónica, es decir, la Esencia metafísica de la que la esencia o la "forma" cosmológica no era más que un reflejo.

Si la "intencionalidad" conservara sus derechos legítimos a nivel del ego humano en tanto tal, la "inmanencia" recupera sus derechos, a nivel de una intelección intuitiva que forma parte de las posibilidades cognitivas del hombre metafísico. La innatabilidad de las Ideas en el plano del Intelecto trascendente es correlativa a la exterioridad relativa de los "fenómenos" en el plano de la opinión y del "entendimiento". Y asistimos aquí a una doble superación de lo que hemos llamado el dogmatismo de la intencionalidad.

Por un lado, en el nivel del Intelecto universal, la perspectiva metafísica postula una perfecta interioridad recíproca entre el pensamiento y el ser. El pensamiento puro que se piensa él mismo piensa al mismo tiempo en el Ser. Esta interioridad recíproca permite el "realismo", que sigue siendo válido a nivel del conocimiento ‘dóxico’ y 'dianoético' no convertirse en dogmático. Si el ser es anterior al pensamiento en el nivel de la finitud del ego humano, esta anterioridad no es exclusiva y generalizada. El pensamiento, incluso el humano, no se trasciende hacia una realidad que sería radicalmente otra que él , aunque alcance el ser y no una simple representación , pues el ser no es, en última instancia, otro que el pensamiento, incluso en el plano del Intelecto universal. El ser es coextensivo con el Pensamiento. El Intelecto no está encerrado en sí mismo, ya que pensándose piensa el Ser que el pensamiento finito encontrará los reflejos que serán relativamente externos a él. Pero este mismo plano del Ser puro que es idéntico al del Intelecto trascendente guarda aún un doble rastro del dogmatismo idealista y realista:

1) de dogmatismo idealista o espiritualista, en el sentido de que la realidad última parece residir aquí en una actividad pensante;

2) del dogmatismo de la intencionalidad, que presupone una exterioridad relativa que es correlativa a la interioridad recíproca del Pensamiento y del Ser.

La perspectiva metafísica, al ir más allá del plano del Ser o de la Inteligencia hacia el del Uno o del Sí, integra las últimas trazas de estos dogmatismos. El Absoluto está más allá de la distinción, incluso la principal, entre Ser y Pensamiento. La conciencia de sí que constituye el Intelecto plotiniano o del Ser puro está como englobado por el Sí que es análogamente "Conciencia pura" y más que Conciencia. La pura Inteligencia que piensa el Ser y lo Inteligible pensándose ella misma presupone un término anterior que está más allá del Ser y el Pensamiento (16).

El Sí es a la vez:

1°) pura Subjetividad que se encuentra alcanzada al término de un movimiento de trascendencia integral, y que supera las limitaciones "espiritualistas" e "idealistas" de la consciencia de sí mismo.

y 2° plenitud infinita de un Real que no alcanzo como lo Otro cuya alteridad me excluiría de su plenitud abstracta para rechazarme sobre mis limitaciones existenciales, sino como el Infinito al cual soy esencialmente idéntico. La dualidad relativa del Ser y del Pensamiento que corresponde a una especie de coincidencia de estos opuestos que son el idealismo y el realismo, se encuentra superada por la No-dualidad del Infinito metafísico que trasciende la "interioridad" subjetiva en tanto que ella implicaría la limitación del retorno sobre sí mismo al mismo tiempo que la exterioridad en tanto que ella implica la limitación que constituye la relación a un término, es decir, una salida "fuera de sí mismo", una expansión que sería una gradación ontológica.

Es en la superación de esta doble limitación principial que debemos buscar la raíz de la metadogmatismo de la metafísica, que se expresa vigorosamente en este pasaje de pasaje de Shankara (17): "Los dualistas permanecen obstinadamente apegados a las conclusiones a las que han llegado a través de su investigación personal… también se contradicen ellos los unos a los otros, mientras que el no dualista, él, no entra en conflicto con ninguno de ellos. "

(16) Cf. ΡLOTINO Eneadas. VI, 7, 40, p. 116, o. c.: ι El pensamiento no tiene algo que pensarMás que porque hay alguna cosa delante de él. "

(17) SΗΑΝΚΑRA: Comentarios al Mandukyopanisbad. Cap. 111. Parag.17 p. 251 (Trad. Santon) Ed. Adyar.