EL MOMENTO DE LA MUERTE DESCRITO POR LAS UPANISHADS.
Ext. de S. Radhakrishnan, The Principal Upanishads (Nueva York, 1953).
Cuando este yo se debilita y queda confuso, como
suele ocurrir, los alientos se reúnen en torno a él. Toma consigo estas
partículas de luz y desciende al corazón. Cuando la persona va declinando,
empieza a no conocer las formas.
[Cuando su cuerpo se debilita y da señales de
perder el conocimiento, el moribundo recoge sus sentidos, reúne todas sus
fuerzas por completo y se centra en su corazón. Radhakrishnan].
Se unifica, no ve nada, dicen; se unifica, no
huele nada, dicen; se unifica, no saborea nada, dicen; se unifica, no habla
nada, dicen; se unifica, no escucha nada, dicen; se unifica, no piensa nada,
dicen; se unifica, no conoce nada, dicen. Se ilumina el punto de su corazón, y
en virtud de esa luz, el yo parte bien a través de la boca, bien a través de la
cabeza o por otras aberturas de su cuerpo. Y cuando así parte, la vida también
le sigue. Y cuando la vida así parte, todos los alientos vitales le siguen. Se
hace una misma cosa con la inteligencia. Todo lo que es inteligencia parte con
él. Su saber y su obra se apegan a él, y lo mismo su experiencia pasada. (Brihad-aranyaka
Upanishad IV, 4, 1-2).
Lo cierto es que, cuando una persona parte de
este mundo, va al aire. Se le abre allí un agujero como la rueda de un carro, y
por él asciende. Va al sol. Se le abre allí un agujero como de un lámbara, y
por él asciende. Llega a la luna. Se le abre allí un agujero como de un
tambor, y por él asciende. Marcha al mundo libre de dolor, libre de nieve. Allí
mora por eternidad de años (ibid. V, 11, 1).
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