domingo, 2 de junio de 2019

Escolios a un texto implícito 13 (Nicolás Gómez Dávila)



 — “Deducir las consecuencias de un hecho” es cosa imposible.
 Tan sólo podemos deducir las consecuencias de lo que opinamos sobre él.

 — “Crítica constructiva”, en nuestro tiempo, es la que colabora al perfeccionamiento de las cárceles.

 — El teólogo católico sólo cumple su deber irrespetando la letra de la víspera y el espíritu del día.

 — El pasado es la fuente de la poesía; el futuro es el arsenal de la retórica.

 — La imaginación no es el sitio donde la realidad se falsifica, sino donde se cumple.

 — Un acontecimiento apasiona menos cuando sus protagonistas son interesantes que cuando sus espectadores son inteligentes.

 — Sólo jerarquizando podemos limitar el imperialismo de la idea y el absolutismo del poder.

 — Los parlamentos elegidos por sufragio universal pierden primero su prestigio moral y después su importancia política.

 — Lo que el vulgo llama historia es el florilegio de interpretaciones erróneas recopilado por la pasión del día.

 — La promiscuidad sexual es la propina con que la sociedad aquieta a sus esclavos.

 — Soy el asilo de todas las ideas desterradas por la ignominia moderna.

 — Al excluir de las opiniones de una época las opiniones inteligentes queda la “opinión pública”.

 — Tan peligroso como creer lo deseable posible es creer lo posible deseable.
 Utopías sentimentales y automatismos de la técnica.

 — Las almas envilecen cuando los cuerpos se arrellanan.

 — Más que una estrategia ideológica la izquierda es una táctica lexicográfica.

 — Los demócratas describen un pasado que nunca existió y predicen un futuro que nunca se realiza.

 — El número de votos que elige a un gobernante no mide su legitimidad sino su mediocridad.

 — Los absolutismos monárquicos disponían con menos ligereza de la suerte de un individuo que los absolutismos populares del destino de clases sociales enteras.

 — El burgués no aplaude al que admira, sino al que teme.

 — La democracia tiene el terror por medio y el totalitarismo por fin.

 — La desvergüenza con que el revolucionario mata espanta más que sus matanzas.

 — Los periodistas son los cortesanos de la plebe.

 — La libertad de imprenta es la primera exigencia de la democracia naciente y la primera víctima de la democracia madura.

 — Los demócratas moderados promulgan las leyes con que los liquidan los demócratas puros.

 — Los demócratas de dividen en dos clases:
 los que perecen porque no logran reprimir con discursos las pasiones que desataron con arengas,
 los que sobreviven
 porque alternan con la oratoria que encrespa
 al pueblo la metralla que lo apacigua.

 — La retórica es la única flor del jardín democrático.

 — La Iglesia, desde que el clero se aplebeyó, impreca a todos los vencidos y ovaciona a todos los vencedores.

 — Contra la “soledad intelectual” no recrimina la inteligencia sino la vanidad.

 La mujer tiene la temperatura intelectual del medio en que vive: revolucionaria vehemente o conservadora impertérrita, según la circunstancias.
 Reaccionaria nunca puede ser.

 — Al que hoy no grita ni lo oyen ni lo entienden.

 — Cuando la conciencia moderna suspende sus rutinas económicas sólo oscila entre la angustia política y la obsesión sexual.

 — Las ideas de izquierda engendran las revoluciones, las revoluciones engendran las ideas de derecha.

 — La sociología protege al sociólogo de todo contacto con la realidad.

 — Dicha es la flor áspera de la resignación inteligente.

 — Las luchas de clase son episodios.
 El tejido de la historia es el conflicto entre iguales.

 — La clase dirigente de una sociedad agrícola es una aristocracia, la de una sociedad industrial una oligarquía.

 — Al burgués actual de le puede inculcar en nombre del progreso cualquier bobería y vender en nombre del arte cualquier mamarracho.

 — La insuficiencia del suficiente es nuestra suficiente venganza.

 — Debemos admirar o detestar las cosas por lo que son, no por las consecuencias que tengan.

 — Comprendo el comunismo que es protesta, pero no el que es esperanza.

 — La Iglesia necesitará siglos de oración y de silencio para forjar de nuevo su alma emblandecida.

 — Las revoluciones no resuelven más problema que el problema económico de sus jefes.

 — Nuestra alma tiene porvenir.
 La humanidad no tiene ninguno.

 — El estado moderno es la transformación del aparato que la sociedad elaboró para su defensa en un organismo autónomo que la explota.

 — Aunque tengamos que ceder al torrente de estupideces colectivas que nos arrastra en su corriente, no dejemos que nos disuelva en su fango.

 — Los hábiles aceptan envilecerse para triunfar.
 Y terminan fracasando porque se envilecieron.

 — La adaptación al mundo moderno exige la esclerosis de la sensibilidad y el envilecimiento del carácter.

 — El demócrata es capaz de sacrificar hasta sus intereses a su resentimiento.

 La opinión pública no es hoy suma de opiniones personales.
 Las opiniones personales, al contrario, son eco de la opinión pública.

 — “Social” es el adjetivo que sirve de pretexto a todas las estafas.

 — Los jóvenes no son necesariamente revolucionarios sino necesariamente dogmáticos.

 — Las decisiones despóticas del estado moderno las toma finalmente un burócrata anónimo, subalterno, pusilánime, y probablemente cornudo.

 — La actual liturgia protocoliza el divorcio secular entre el clero y las artes.

 — La tecnificación del mundo embota la sensibilidad y no afina los sentidos.

 — El exceso de etiqueta paraliza, el defecto animaliza.

 — El hombre inteligente inquieta al tonto y a la vez le parece risible.

 — La vulgaridad no es producto popular sino subproducto de prosperidad burguesa.

 — Entre interlocutores de generaciones distintas el hiato es proporcional a la estupidez de cada interlocutor.

 — La cordialidad suele ser menos una efusión de bondad que de mala educación.

 — El poder no corrompe indefectiblemente sino al revolucionario que lo asume.

 — La vulgaridad intelectual atrae a los electores como a moscas.

 — La verdadera elocuencia estremece al auditorio pero no lo convence.
 Sin promesa de botín no hay oratoria eficaz.

 — El hombre necesita menos resolver sus problemas que creer que han sido resueltos.

 — La historia es irreversible.
 Pero no es irreiterable.

 — Mientras el elector demócrata dispone de la suerte ajena, de la suya ha dispuesto el burócrata.

 — En lugar de humanizar la técnica el moderno prefiere tecnificar al hombre.

 — Tratamos de disculpar los defectos que tenemos suponiéndolos reverso de cualidades que falsamente nos atribuimos.

 — La plétora de objetos en medio de la cual vivimos nos ha vuelto insensibles a la calidad, a la textura, a la individualidad, del objeto.

 — Haciéndonos sentir inteligentes es como la naturaleza nos avisa que estamos diciendo tonterías.

 El hombre no admira sinceramente sino lo inmerecido.
 Talento, alcurnia, belleza.

 — La preeminencia que el hombre conquistó sobre la naturaleza sólo le sirve para envilecerla sin miedo.

 — Los únicos bienes preciosos del hombre son los recuerdos florecidos de la imaginación.

 — La prensa siempre elige con mal gusto certero lo que encomia.

 — En el siglo pasado pudieron temer que las ideas modernas fuesen a tener razón.
 Hoy vemos que sólo iban a ganar.

 — En lugar de ”sociedad industrial” se estila decir “sociedad de consumo”, para eludir el problema fingiendo afrontarlo.

 — Los errores del gran hombre nos duelen porque dan pie a que un tonto los corrija.

 — Tener sentido común es presentir en cada caso concreto las limitaciones pertinentes del intelecto.

 — El que cree disculpar un sentimiento vil diciendo que es sincero lo agrava meramente.

 — No todo nos traiciona pero no hay nada que no pueda traicionarnos.

 — Así como el mal fue la primera traición, la traición es el único pecado.

 — Los individuos, en la sociedad moderna son cada día más parecidos los unos a los otros y cada día más ajenos entre sí.
 Mónadas idénticas que se enfrentan con individualismo feroz.

 — La prensa no se propone informar al lector sino persuadirle que lo informa.

 — Los problemas no se resuelven, meramente pasan de moda.

 — Nada más difícil que dudar de la culpabilidad de nuestras víctimas.

 — Acabamos tratándonos recíprocamente como bienes fungibles cuando dejamos de creer en el alma.

 — La suprema ridiculez está en hacer hasta las trivialidades “por principio”.

 — La historia es una sucesión de noches y de días.
 De días breves y de noches largas.

 — Hay un analfabetismo del alma que ningún diploma cura.

 — ¡Cuántas cosas nos parecerían menos irritantes si fuésemos menos envidiosos!

 — Si tuvieran menos salvadores las sociedades necesitarían menos que las salven.

 — Entre las ideas sólo son inmortales las estúpidas.

 — La historia castiga inexorablemente la estupidez, pero no premia necesariamente la inteligencia.

 El reaccionario no argumenta contra el mundo moderno esperando vencerlo, sino para que los derechos del alma no prescriban.

 — La humanidad cayó en la historia moderna como un animal en una trampa.

 — Dios es esa sensación inanalizable de seguridad a nuestra espalda.

 — Cuando la originalidad escasea la innovación pulula.

 — El universalismo de los idiomas plásticos medievales se plasmaba en modulaciones regionales, mientras que las variedades locales del actual arte cosmopolita son meros solecismos de pronunciación.

 — Goya es el vidente de los demonios, Picasso el cómplice.

 — La pelea contra el mal es hoy de retaguardia.

 — El afán de estar enterado es el disolvente de la cultura.

 — Orar es el único acto en cuya eficacia confío.

 — La ausencia de Dios no le abre paso a lo trágico sino a lo sórdido.

 La mentalidad moderna no concibe que se pueda imponer orden sin recurrir a reglamentos de policía.

 — El abuso de la imprenta se debe al método científico y a la estética expresionista.
 Al primero porque le permite a cualquier mediocre escribir una monografía correcta e inútil, a la segunda porque legitima las efusiones de cualquier tonto.

 — Civilización es lo que nace cuando el alma no se rinde a su plebeyez congénita.

 — Al pueblo no lo elogia sino el que se propone venderle algo o robarle algo.

 — La internacionalización de las artes no multiplica sus fuentes, sino las causas que las corrompen.

 — Marx ha sido el único marxista que el marxismo no abobó.

 — El orden paraliza. El desorden convulsiona.
 Inscribir un desorden instituido dentro de un orden englobante fue el milagro del feudalismo.

 — Las reducciones sistemáticas a términos únicos (placer y dolor, interés, economía, sexo, etc.) fabrican simulacros de inteligibilidad que seducen al ignorante.

 — Las “decisiones de la conciencia humana” son el eco clandestino de la moda.

 — El efecto de la retórica democrática sobre el gusto se llama náusea.

 — Cuando un pénsum escolar adopta a un autor su nombre vive y su obra muere.

 — La idea confusa atrae al tonto como al insecto la llama.

 — Confío menos en los argumentos de la razón que en las antipatías de la inteligencia.

 — Donde es fácil refutar, como en las ciencias naturales, el imbécil puede ser útil sin ser peligroso.
 Donde es difícil refutar, como en las ciencias humanas, el imbécil es peligroso sin ser útil.

 — Las expresiones “culturales” de estos ”países nuevos” no nacen orgánicamente las unas de las otras, como ramas de un mismo tronco.
 Al contrario, siendo importadas, se superponen mecánicamente las unas sobre las otras, como aluviones eólios.

 — Lector auténtico es el que lee por placer los libros que los demás sólo estudian.

 — Las “soluciones” que hinchen de orgullo a los contemporáneos parecen en pocos años de una inconcebible estupidez.

 — Vivir nos exige llegar a conclusiones, pero no que confiemos en ellas.

 — Nada más superficial que las inteligencias que comprenden todo.

 — Lo que fue ayer verdad no es siempre error hoy, como lo creen los tontos.
 Pero lo que hoy es verdad puede ser error mañana, como los tontos lo olvidan.

 — Insultar al inferior es apenas un poco más vil que adularlo.

 — El entusiasmo, en los regímenes de izquierda, es un producto sintético elaborado por la policía.

 — “Justicia social” es el término para reclamar cualquier cosa a que no tengamos derecho.

 — El mayor deleite del verdadero historiador es el espectáculo de una tesis estrellándose en mil pedazos contra un hecho.

 — El reaccionario no condena la mentalidad burguesa, sino su predominio.
 Lo que los reaccionarios deploramos es la absorción de la aristocracia y del pueblo por la burguesía.
 So capa, alternativamente, de libertad o de igualdad.

 — Los “apóstoles de la cultura” acaban volviéndola negocio.

 — Nadie debe atreverse, sin temblar, a influir sobre cualquier destino.

 — Lo que el demócrata llama “El Hombre” no es más que la proyección espectral de su soberbia.

 — Todo es voluminoso en este siglo.
 Nada es monumental.

 — La revolución absoluta es el tema predilecto de los que ni siquiera se atreven a protestar cuando los pisan.

 — Lo único que avergüenza al moderno es confesar admiración por un autor pasado de moda.

 — Al izquierdista que proteste igualmente contra crímenes de derecha o de izquierda, sus camaradas, con razón, le dicen reaccionario.

 — El afán con que hoy se le busca explicación a todo en la psicología del inconsciente es reflejo de la angustia moderna ante la trascendencia.

 — Aun cuando tenga razón, una revolución no resuelve nada.

 — El periodismo fue la cuna de la crítica literaria.
 La universidad es su tumba.

 — Soy como el pueblo: el lujo no me indigna sino en manos indignas.

 — Las revoluciones tienen por función destruir las ilusiones que las causan.

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