— “Deducir las
consecuencias de un hecho” es cosa imposible.
Tan sólo podemos deducir
las consecuencias de lo que opinamos sobre él.
— “Crítica constructiva”,
en nuestro tiempo, es la que colabora al perfeccionamiento de las cárceles.
— El teólogo católico sólo
cumple su deber irrespetando la letra de la víspera y el espíritu del día.
— El pasado es la fuente de
la poesía; el futuro es el arsenal de la retórica.
— La imaginación no es el
sitio donde la realidad se falsifica, sino donde se cumple.
— Un acontecimiento
apasiona menos cuando sus protagonistas son interesantes que cuando sus
espectadores son inteligentes.
— Sólo jerarquizando
podemos limitar el imperialismo de la idea y el absolutismo del poder.
— Los parlamentos elegidos
por sufragio universal pierden primero su prestigio moral y después su
importancia política.
— Lo que el vulgo llama
historia es el florilegio de interpretaciones erróneas recopilado por la pasión
del día.
— La promiscuidad sexual es
la propina con que la sociedad aquieta a sus esclavos.
— Soy el asilo de todas las
ideas desterradas por la ignominia moderna.
— Al excluir de las
opiniones de una época las opiniones inteligentes queda la “opinión pública”.
— Tan peligroso como creer
lo deseable posible es creer lo posible deseable.
Utopías sentimentales y
automatismos de la técnica.
— Las almas envilecen
cuando los cuerpos se arrellanan.
— Más que una estrategia
ideológica la izquierda es una táctica lexicográfica.
— Los demócratas describen
un pasado que nunca existió y predicen un futuro que nunca se realiza.
— El número de votos que
elige a un gobernante no mide su legitimidad sino su mediocridad.
— Los absolutismos
monárquicos disponían con menos ligereza de la suerte de un individuo que los
absolutismos populares del destino de clases sociales enteras.
— El burgués no aplaude al
que admira, sino al que teme.
— La democracia tiene el
terror por medio y el totalitarismo por fin.
— La desvergüenza con que
el revolucionario mata espanta más que sus matanzas.
— Los periodistas son los
cortesanos de la plebe.
— La libertad de imprenta
es la primera exigencia de la democracia naciente y la primera víctima de la
democracia madura.
— Los demócratas moderados
promulgan las leyes con que los liquidan los demócratas puros.
— Los demócratas de dividen
en dos clases:
los que perecen porque no
logran reprimir con discursos las pasiones que desataron con arengas,
los que sobreviven
porque alternan con la
oratoria que encrespa
al pueblo la metralla que
lo apacigua.
— La retórica es la única
flor del jardín democrático.
— La Iglesia, desde que el
clero se aplebeyó, impreca a todos los vencidos y ovaciona a todos los
vencedores.
— Contra la “soledad
intelectual” no recrimina la inteligencia sino la vanidad.
— La
mujer tiene la temperatura intelectual del medio en que vive: revolucionaria
vehemente o conservadora impertérrita, según la circunstancias.
Reaccionaria
nunca puede ser.
— Al que hoy no grita ni lo
oyen ni lo entienden.
— Cuando la conciencia
moderna suspende sus rutinas económicas sólo oscila entre la angustia política
y la obsesión sexual.
— Las ideas de izquierda
engendran las revoluciones, las revoluciones engendran las ideas de derecha.
— La sociología protege al
sociólogo de todo contacto con la realidad.
— Dicha es la flor áspera
de la resignación inteligente.
— Las luchas de clase son
episodios.
El tejido de la historia es
el conflicto entre iguales.
— La clase dirigente de una
sociedad agrícola es una aristocracia, la de una sociedad industrial una
oligarquía.
— Al burgués actual de le
puede inculcar en nombre del progreso cualquier bobería y vender en nombre del
arte cualquier mamarracho.
— La insuficiencia del
suficiente es nuestra suficiente venganza.
— Debemos admirar o
detestar las cosas por lo que son, no por las consecuencias que tengan.
— Comprendo el comunismo
que es protesta, pero no el que es esperanza.
— La Iglesia necesitará
siglos de oración y de silencio para forjar de nuevo su alma emblandecida.
— Las revoluciones no
resuelven más problema que el problema económico de sus jefes.
— Nuestra alma tiene
porvenir.
La humanidad no tiene
ninguno.
— El estado moderno es la
transformación del aparato que la sociedad elaboró para su defensa en un
organismo autónomo que la explota.
— Aunque tengamos que ceder
al torrente de estupideces colectivas que nos arrastra en su corriente, no
dejemos que nos disuelva en su fango.
— Los hábiles aceptan
envilecerse para triunfar.
Y terminan fracasando
porque se envilecieron.
— La adaptación al mundo
moderno exige la esclerosis de la sensibilidad y el envilecimiento del carácter.
— El demócrata es capaz de
sacrificar hasta sus intereses a su resentimiento.
— La
opinión pública no es hoy suma de opiniones personales.
Las opiniones
personales, al contrario, son eco de la opinión pública.
— “Social” es el adjetivo
que sirve de pretexto a todas las estafas.
— Los jóvenes no son
necesariamente revolucionarios sino necesariamente dogmáticos.
— Las decisiones despóticas
del estado moderno las toma finalmente un burócrata anónimo, subalterno,
pusilánime, y probablemente cornudo.
— La actual liturgia
protocoliza el divorcio secular entre el clero y las artes.
— La tecnificación del
mundo embota la sensibilidad y no afina los sentidos.
— El exceso de etiqueta
paraliza, el defecto animaliza.
— El hombre inteligente
inquieta al tonto y a la vez le parece risible.
— La vulgaridad no es
producto popular sino subproducto de prosperidad burguesa.
— Entre interlocutores de
generaciones distintas el hiato es proporcional a la estupidez de cada
interlocutor.
— La cordialidad suele ser
menos una efusión de bondad que de mala educación.
— El poder no corrompe
indefectiblemente sino al revolucionario que lo asume.
— La vulgaridad intelectual
atrae a los electores como a moscas.
— La verdadera elocuencia
estremece al auditorio pero no lo convence.
Sin
promesa de botín no hay oratoria eficaz.
— El hombre necesita menos
resolver sus problemas que creer que han sido resueltos.
— La historia es
irreversible.
Pero no es irreiterable.
— Mientras el elector
demócrata dispone de la suerte ajena, de la suya ha dispuesto el burócrata.
— En lugar de humanizar la
técnica el moderno prefiere tecnificar al hombre.
— Tratamos de disculpar los
defectos que tenemos suponiéndolos reverso de cualidades que falsamente nos
atribuimos.
— La plétora de objetos en
medio de la cual vivimos nos ha vuelto insensibles a la calidad, a la textura,
a la individualidad, del objeto.
— Haciéndonos sentir
inteligentes es como la naturaleza nos avisa que estamos diciendo tonterías.
— El
hombre no admira sinceramente sino lo inmerecido.
Talento,
alcurnia, belleza.
— La preeminencia que el
hombre conquistó sobre la naturaleza sólo le sirve para envilecerla sin miedo.
— Los únicos bienes
preciosos del hombre son los recuerdos florecidos de la imaginación.
— La prensa siempre elige
con mal gusto certero lo que encomia.
— En el siglo pasado
pudieron temer que las ideas modernas fuesen a tener razón.
Hoy vemos que sólo iban a
ganar.
— En lugar de ”sociedad
industrial” se estila decir “sociedad de consumo”, para eludir el problema
fingiendo afrontarlo.
— Los errores del gran
hombre nos duelen porque dan pie a que un tonto los corrija.
— Tener sentido común es
presentir en cada caso concreto las limitaciones pertinentes del intelecto.
— El que cree disculpar un
sentimiento vil diciendo que es sincero lo agrava meramente.
— No todo nos traiciona
pero no hay nada que no pueda traicionarnos.
— Así como el mal fue la
primera traición, la traición es el único pecado.
— Los individuos, en la
sociedad moderna son cada día más parecidos los unos a los otros y cada día más
ajenos entre sí.
Mónadas idénticas que se
enfrentan con individualismo feroz.
— La prensa no se propone
informar al lector sino persuadirle que lo informa.
— Los problemas no se
resuelven, meramente pasan de moda.
— Nada más difícil que
dudar de la culpabilidad de nuestras víctimas.
— Acabamos tratándonos
recíprocamente como bienes fungibles cuando dejamos de creer en el alma.
— La suprema ridiculez está
en hacer hasta las trivialidades “por principio”.
— La historia es una
sucesión de noches y de días.
De días breves y de noches
largas.
— Hay un analfabetismo del
alma que ningún diploma cura.
— ¡Cuántas cosas nos
parecerían menos irritantes si fuésemos menos envidiosos!
— Si tuvieran menos
salvadores las sociedades necesitarían menos que las salven.
— Entre las ideas sólo son
inmortales las estúpidas.
— La historia castiga
inexorablemente la estupidez, pero no premia necesariamente la inteligencia.
— El
reaccionario no argumenta contra el mundo moderno esperando vencerlo, sino para
que los derechos del alma no prescriban.
— La humanidad cayó en la
historia moderna como un animal en una trampa.
— Dios es esa sensación
inanalizable de seguridad a nuestra espalda.
— Cuando la originalidad
escasea la innovación pulula.
— El universalismo de los
idiomas plásticos medievales se plasmaba en modulaciones regionales, mientras
que las variedades locales del actual arte cosmopolita son meros solecismos de
pronunciación.
— Goya es el vidente de los
demonios, Picasso el cómplice.
— La pelea contra el mal es
hoy de retaguardia.
— El afán de estar enterado
es el disolvente de la cultura.
— Orar es el único acto en
cuya eficacia confío.
— La ausencia de Dios no le
abre paso a lo trágico sino a lo sórdido.
— La
mentalidad moderna no concibe que se pueda imponer orden sin recurrir a
reglamentos de policía.
— El abuso de la imprenta
se debe al método científico y a la estética expresionista.
Al primero porque le
permite a cualquier mediocre escribir una monografía correcta e inútil, a la
segunda porque legitima las efusiones de cualquier tonto.
— Civilización es lo que
nace cuando el alma no se rinde a su plebeyez congénita.
— Al pueblo no lo elogia
sino el que se propone venderle algo o robarle algo.
— La internacionalización
de las artes no multiplica sus fuentes, sino las causas que las corrompen.
— Marx ha sido el único
marxista que el marxismo no abobó.
— El orden paraliza. El
desorden convulsiona.
Inscribir un desorden instituido
dentro de un orden englobante fue el milagro del feudalismo.
— Las reducciones
sistemáticas a términos únicos (placer y dolor, interés, economía, sexo, etc.)
fabrican simulacros de inteligibilidad que seducen al ignorante.
— Las “decisiones de la
conciencia humana” son el eco clandestino de la moda.
— El efecto de la retórica
democrática sobre el gusto se llama náusea.
— Cuando un pénsum escolar
adopta a un autor su nombre vive y su obra muere.
— La idea confusa atrae al
tonto como al insecto la llama.
— Confío menos en los
argumentos de la razón que en las antipatías de la inteligencia.
— Donde es fácil refutar,
como en las ciencias naturales, el imbécil puede ser útil sin ser peligroso.
Donde es difícil refutar,
como en las ciencias humanas, el imbécil es peligroso sin ser útil.
— Las expresiones
“culturales” de estos ”países nuevos” no nacen orgánicamente las unas de las
otras, como ramas de un mismo tronco.
Al contrario, siendo
importadas, se superponen mecánicamente las unas sobre las otras, como
aluviones eólios.
— Lector auténtico es el
que lee por placer los libros que los demás sólo estudian.
— Las “soluciones” que
hinchen de orgullo a los contemporáneos parecen en pocos años de una inconcebible
estupidez.
— Vivir nos exige llegar a
conclusiones, pero no que confiemos en ellas.
— Nada más superficial que
las inteligencias que comprenden todo.
— Lo que fue ayer verdad no
es siempre error hoy, como lo creen los tontos.
Pero lo que hoy es verdad
puede ser error mañana, como los tontos lo olvidan.
— Insultar al inferior es
apenas un poco más vil que adularlo.
— El entusiasmo, en los
regímenes de izquierda, es un producto sintético elaborado por la policía.
— “Justicia social” es el
término para reclamar cualquier cosa a que no tengamos derecho.
— El mayor deleite del
verdadero historiador es el espectáculo de una tesis estrellándose en mil
pedazos contra un hecho.
— El reaccionario no condena la mentalidad burguesa, sino su predominio.
Lo que los reaccionarios
deploramos es la absorción de la aristocracia y del pueblo por la burguesía.
So capa, alternativamente,
de libertad o de igualdad.
— Los “apóstoles de la
cultura” acaban volviéndola negocio.
— Nadie debe atreverse, sin
temblar, a influir sobre cualquier destino.
— Lo que el demócrata llama
“El Hombre” no es más que la proyección espectral de su soberbia.
—
Todo es voluminoso en este siglo.
Nada es
monumental.
— La revolución absoluta es
el tema predilecto de los que ni siquiera se atreven a protestar cuando los
pisan.
— Lo único que avergüenza
al moderno es confesar admiración por un autor pasado de moda.
— Al
izquierdista que proteste igualmente contra crímenes de derecha o de izquierda,
sus camaradas, con razón, le dicen reaccionario.
— El afán con que hoy se le
busca explicación a todo en la psicología del inconsciente es reflejo de la
angustia moderna ante la trascendencia.
— Aun cuando tenga razón,
una revolución no resuelve nada.
— El periodismo fue la cuna
de la crítica literaria.
La universidad es su tumba.
— Soy como el pueblo: el
lujo no me indigna sino en manos indignas.
— Las revoluciones tienen
por función destruir las ilusiones que las causan.
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