— Hay que vivir para el instante y para
la eternidad.
No para la
deslealtad del tiempo.
— El progresista asustado
no tiene compasión ni mesura.
— La indemostrabilidad de
los valores le hace parecer atrevidas al que no los ve las opiniones obvias.
— Un fichero nutrido, una
biblioteca imponente, una universidad seria, producen hoy esos aludes de libros
que no contienen ni un error, ni un acierto.
— Pocos reparan en la única
diversión que no hastía: tratar de ser año tras año un poco menos ignorante, un
poco menos bruto, un poco menos vil.
— Tan repugnante es el
aspecto del mundo moderno que los imperativos éticos se nos van volviendo
evidencias en indicativo.
— Tan monótona es la
estupidez humana que ni siquiera una larga experiencia enriquece nuestra
colección de estupideces.
— Al hombre se le pueden
conceder toda clase de libertades, menos la de vestirse y de edificar a su
gusto.
— Resulta imposible
convencer al hombre de negocios de que una actividad rentable pueda ser
inmoral.
— El ser que uno se
encuentra ser nos es también finalmente un ser extraño.
— Sólo Dios y el punto
central de mi conciencia no me son adventicios.
— Cada gesto de soberbia
ciega una fuente.
— De una idea política sólo
se inscriben en la historia las deformaciones a que la someten las
circunstancias en que actúa.
— Nada le parece más
obsoleto a la humanidad durante sus borracheras que las verdades que confiesa
nuevamente cuando recobra el juicio.
— El izquierdismo congénito
es enfermedad que se cura en clima comunista.
— El socialismo se vale de
la codicia y la miseria; el capitalismo se vale de la codicia y de los vicios.
— En el mundo moderno no se
enfrentan ideas contrarias sino meros candidatos a la posesión de los mismos
bienes.
— Para escandalizar a
cualquiera basta hoy proponerle que renuncie a algo.
— El hombre posee ya poder
suficiente para que no haya catástrofe inverosímil.
— La historia muestra que
los aciertos del hombre son casuales y sus desaciertos metódicos.
— Las palabras no descifran
el misterio, pero lo iluminan.
— Evitar la repetición de
una palabra es el precepto de retórica predilecto del que no sabe escribir.
— Al hallarse perfectamente
libre el individuo descubre que no ha sido desembarazado de todo, sino
despojado.
— A la mayoría de las
personas no les debemos pedir que sean sinceras, sino mudas.
— Que la historia de la
Iglesia contenga capítulos siniestros y capítulos imbéciles es evidente, pero
no es ensalzando el mundo moderno como un catolicismo viril debe hacer su
confesión penitente.
— Los hombres se dividen en
muchos altruistas, ocupados en corregir a los demás, y pocos egoístas, ocupados
en adecentarse a sí mismos.
— El tonto no le concede
superioridad sino al que exhibe refinamientos bobos.
— La lealtad a una doctrina
acaba en adhesión a la interpretación que le damos.
Sólo la lealtad a una
persona nos libera de toda complacencia con nosotros mismos.
— La evolución del dogma
cristiano es menos evidente que la de su teología.
Los católicos de poca
teología creemos, finalmente, lo mismo que el primer esclavo convertido en
Efeso o Corinto.
— A la fe cristiana en los
últimos siglos le ha faltado inteligencia y a la inteligencia cristiana le ha
faltado fe.
O no ha sabido atreverse, o
ha temido hacerlo.
— Las auténticas
recompensas tienen el privilegio de no ser codiciadas sino por diminutas minorías.
— Las civilizaciones entran
en agonía cuando olvidan que no existe meramente una actividad estética, sino
también una estética de la actividad.
— Bien y belleza no se
excluyen mutuamente sino donde el bien sirve de pretexto a la envidia y la
belleza a la lujuria.
— Conformismo y
anticonformismo son expresiones simétricas de la falta de originalidad.
— El público no comienza a
acoger una idea sino cuando los contemporáneos inteligentes comienzan a
abandonarla.
Al vulgo no llega sino la
luz de estrellas extintas.
— La juventud prolongada
— permitida por la actual
prosperidad de la sociedad industrial
— redunda meramente en un
número creciente de adultos puerilizados.
— La ausencia de jerarquías
legales facilita el ascenso de los menos escrupulosos.
— El predominio de las
ciencias humanas le oculta cada vez más a la historiografía contemporánea la
diferencia entre las épocas.
— Este siglo ha logrado
convertir el sexo en práctica trivial y tema tedioso.
— A
cierto nivel profundo toda acusación que nos hagan acierta.
— La indignación moral no
es bien sincera mientras no termina literalmente en vómito.
— El alma se llena de
malezas si la inteligencia no la recorre diariamente como un jardinero
acucioso.
— Las barreras frecuentes
que nos opone la vida no son obstáculos para derribar, son amonestaciones
silenciosas que nos desvían hacia la certera senda.
— En toda ovación hay
claque.
— Al arte de este final de
siglo le vuelve uno pronto la espalda no porque espante con el escándalo de lo
insólito, sino porque agobia con el tedio de lo ya visto.
— La “mentalidad de
propietario”, tan vituperada por el moderno, se ha trocado en mentalidad de
usufructuario que explota ávidamente personas, obras, cosas, sin pudor, sin
piedad, sin vergüenza.
— El gobierno de estas
ínsulas americanas fue asumido desde la Independencia por los descendientes
mestizos de Ginés de Pasamonte.
— Lo nefasto no son las
grandes ambiciones, sino la pululación de ambiciones mezquinas.
— En materia política son
pocos los que aún solos no argumentan a nivel de reunión pública.
— Si el tiempo,
subjetivamente, nos hace cambiar de gusto, también hace, objetivamente, que las
cosas cambien de sabor.
— La curva del conocimiento
del hombre por sí mismo asciende hasta el XVII, declina paulatinamente después,
en este siglo finalmente se desploma.
—El único patrimonio certero al cabo de unos años es el acopio de
estupideces que la casualidad nos impidió cometer.
—Periodista es aquel a quien basta, para hablar de un libro,
conocer del tema del libro únicamente lo que dice el libro de que habla.
— Cambiar
repetidamente de pensamiento no es evolucionar. Evolucionar es desarrollar la
infinitud de un mismo pensamiento.
— Desagradecimiento,
deslealtad, resentimiento, rencor, definen el alma plebeya en toda época y
caracterizan este siglo.
— El hombre rara vez
entiende que no hay cosas duraderas, pero que hay cosas inmortales.
— Las aristocracias son
orgullosas, pero la insolencia es fenómeno plutocrático. El plutócrata cree que
todo se vende; el aristócrata sabe que la lealtad no se compra.
— El uso descriptivo de
anécdotas sociales tiene más exactitud caracterológica que los porcentajes
estadísticos.
— A los que infieren de la
utilidad social de los mitos la utilidad social de la mentira debemos recordar
que los mitos son útiles gracias a las verdades que expresan.
— La historia muestra dos
tipos de anarquía: la que emana de una pluralidad de fuerzas y la que deriva de
una pluralidad de debilidades.
— Los politólogos analizan
sabiamente los graznidos, gañidos, gruñidos, de los animales embarcados,
mientras los remolinos empujan silenciosamente el barco hacia una u otra
orilla.
— La humanidad no es
ingobernable: acontece meramente que rara vez gobierna quien merezca gobernar.
— De sólo mirar el rostro
del hombre moderno se deduce lo aberrante de atribuir importe ético a sus
comportamiento sexual.
— En una inteligencia
ardiente los materiales no se funden en nueva aleación, se integran en nuevo
elemento.
— La perversidad despierta
siempre la secreta admiración del imbécil.
— Disciplina, orden,
jerarquía, son valores estéticos.
— La dificultad creciente
de reclutar sacerdotes debe avergonzar a la humanidad, no inquietar a la
Iglesia.
— Las grandes estupideces
no vienen del pueblo.
Primero han seducido a
hombres inteligentes.
— El hombre sólo puede ser
“faber” de su infortunio.
— El acercamiento a la
religión por medio del arte no es capricho de esteta: la experiencia estética
tiende espontáneamente a prolongarse en premonición de experiencia religiosa.
De la experiencia estética
se regresa como del atisbo de huellas numinosas.
— En la sociedad jerárquica
la fuerza de la imaginación se disciplina y no desorbita al individuo como en
la sociedad democrática.
— En todo individuo duerme
el germen de los vicios y apenas el eco de las virtudes.
— Es mediante la inteligencia
cómo la gracia nos rescata de las peores ignominias.
— Cultivado
no es el hombre que ha disciplinado su inteligencia meramente, sino el
que disciplina también los movimientos de su alma y
hasta los gestos de sus manos.
— Mientras no lo tomen en
serio, el que dice la verdad puede vivir un tiempo en una democracia.
Después, la cicuta.
— El que quiera evitarse
colapsos grotescos no debe buscar nada que lo colme en el espacio y en el
tiempo.
— El moderno nunca está ni
moral ni intelectualmente preparado a resbalarse y a caerse con la mayor
dignidad posible.
— Si la dignidad no basta
para recomendar el pudor, la vanidad debería bastar.
— A la humanidad no le
concede ciertas libertades extremas sino el indiferente a su destino.
— La separación de la
Iglesia y del Estado puede convenir a la Iglesia, pero le es funesta al Estado
porque lo entrega al maquiavelismo puro.
— Sólo manos eclesiásticas
supieron, durante unos siglos, pulir el comportamiento y el alma.
— El mal no triunfa donde
el bien no se ha vuelto soso.
— El acuerdo es finalmente
posible entre hombres inteligentes, porque la inteligencia es convicción que
comparten.
— El rumor de lo cotidiano
no exaspera sino al tonto que duerme en el individuo.
— Erotismo y gnosticismo
son recursos del individuo contra el anonimato de la sociedad multitudinaria.
— El hombre esconde bajo el
nombre de libertad su hambre de soberanía.
— La
historia permite comprender, pero no exige absolver.
— El estudio psicológico de
las conversiones sólo produce flores de retórica.
Las sendas de Dios son
secretas.
— Restaurar un viejo gesto
litúrgico en un contexto nuevo puede frisar la herejía.
La comunión de pie hoy en
día, por ejemplo, resulta gesto de soberbia.
— La verdadera lectura es
evasión.
La otra es oficio.
— Para escribir
honestamente para los demás hay que escribir primordialmente para sí mismo.
— Ciertos
traumatismos del alma de un pueblo parecen el único carácter adquirido que se
hereda.
— El resorte secreto de la
técnica parece ser la intención de volver insípidas las cosas.
La flor sin perfume es su
emblema.
— El que sabe preferir no
excluye.
Ordena.
— La frase debe blandir las
alas como halcón cautivo.
— El
hombre persigue el deseo y sólo captura la nostalgia.
— Lo difícil no es
desnudarse, sino caminar sin regodearse de andar desnudo.
— La soledad que hiela no
es la carente de vecinos, sino la desertada por Dios.
— Los años no nos despluman
de ilusiones sino de tonterías.
— A la ciencia se le podría
objetar la facilidad con que cae en manos de imbéciles, si el caso de la
religión no fuese igualmente grave.
— Los placeres abundan
mientras no les confundimos los rangos.
— Las palabras llegan un
día a manos del escritor paciente como bandadas de palomas.
— Cultivarse es aprender
que cierta clase de preguntas carecen de sentido.
— Los que nos confiesan
dudar de la inmortalidad del alma parecen creer que tenemos interés en que su
alma sea inmortal.
— La sencillez con que los
simples se resignan avergüenza nuestras petulancias.
— No pudiendo explicar esa
conciencia que la crea, la ciencia, cuando termine de explicar todo, no habrá
explicado nada.
— Las revoluciones se hacen
para cambiar la tenencia de los bienes y la nomenclatura de las calles. El
revolucionario que pretende cambiar la “condición del hombre” acaba fusilado
como contra-revolucionario.
— El “lector común” escasea
tanto como el sentido común.
— El hombre paga el poder
que adquiere sobre el mundo entregando el sentido de las cosas.
Para hacer la teoría del
viento hay que renunciar al misterio de un torbellino de hojas secas.
— Ética y estética
divorciadas se someten cada una más fácilmente a los caprichos del hombre.
— Cada nueva conquista del
hombre es la nueva plaga que castiga su soberbia.
— El infierno es el sitio
donde el hombre halla realizados todos sus proyectos.
— Las imbecilidades se
propagan con la velocidad de la luz.
— La mayoría de las cosas
que el hombre “necesita” no le son necesarias.
— La liberación que promete
todo invento acaba en sometimiento creciente del que lo adopta al que lo
fabrica.
— A la humanidad no le
curan los males sino las catástrofes que la diezman. El hombre nunca ha sabido
renunciar oportunamente.
— A pesar de lo que hoy se
enseña, el coito fácil no resuelve todos los problemas.
— En la sociedad que se
esboza, ni la colaboración entusiasta del sodomita y la lesbiana nos salvarán
del tedio.
— Sólo las humillaciones le
entreabren a veces a la humanidad las puertas de la sabiduría.
— Lo constante en toda
empresa tecnológica es su curva de éxito: rápido ascenso inicial,
horizontalidad subsiguiente, descenso paulatino hasta insospechadas
profundidades de fracaso.
—En estética también sólo se llega al cielo por el camino áspero y
la puerta estrecha.
—Los partidos políticos, en las democracias, tienen la función de
enrolar a los ciudadanos para que la clase política los maneje a su antojo.
— Humanizar nuevamente a la
humanidad no será tarea fácil después de esta larga borrachera de divinidad.
— La historia cobra caro la
destrucción de uno de sus raros aciertos.
— Letras y artes pronto se
esterilizan donde practicarlas enriquece y admirarlas prestigia.
— La acción civilizadora de
las obras de arte se debe menos al valor estético que a la ética del trabajo
estético.
— Aprecio el andar pedestre
de cierta poesía, pero prefiero el duro ritmo de donde se levanta el canto.
— Sólo el bien y la belleza
no requieren límites.
Nada es demasiado bello o
demasiado bueno.
— El pensamiento religioso
no progresa, como el pensamiento científico, sino profundiza.
— El alma humana no se
purifica sino en los remansos donde se decanta.
— El orgullo justificado se
acompaña de humildad profunda.
— El mundo no anda tan mal
teniendo en cuenta a quienes lo gobiernan.
— El
exceso de leyes desviriliza.
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