— Llamar obsoleto lo que meramente dejó de ser inteligible es un
error vulgar.
— El poder corrompe más
seguramente al que lo codicia que al que lo ejerce.
— Para lo que se necesita
atrevimiento hoy es para no contribuir a ensuciar.
— Las ideas liberales son
simpáticas.
Sus consecuencias funestas.
— La revolución parece ya
menos técnica de un proyecto que droga para fugarse del tedio moderno a ratos
perdidos.
— No esperemos que un éxito
cualquier resulte sino de imprevisibles coincidencias.
— Más vale ver insultado lo
que admiramos que utilizado.
— Desconfiemos del que no
sea capaz, en determinadas circunstancias, de sentimentalismo fofo.
— Al fin y al cabo,
— ¿qué llama “Progreso” el
moderno?.
Lo que le parece cómodo al
tonto.
— Frente a los asaltos del
capricho, la autenticidad necesita asirse a principios para salvarse.
Los principios son puentes
sobre los repentinos desbordamientos de una vida.
— Con las categorías
admitidas por la mente moderna no logramos entender sino simplezas.
— La eficacia de una acción
inteligente es hoy tan problemática que no vale la pena disciplinar nuestras
quimeras.
— El Olimpo, para una mente
moderna, es simple picacho entre nubes.
— El profeta no es
confidente de Dios, sino harapo sacudido por borrascas sagradas.
— Nada patentiza mejor la
realidad del pecado que el hedor de las almas que niegan su existencia.
— El único atributo que se
puede sin vacilación denegarle al hombre es la divinidad.
Pero esa pretensión
sacrílega, sin embargo, es el fermento de su historia, de su destino, de su
esencia.
— Admirar únicamente obras
mediocres, o leer únicamente obras maestras, caracterizan al lector inculto.
— Todo esplendor terrestre
es labor de manos atónitas, porque ningún esplendor depende de la voluntad
humana.
Porque todo esplendor
refuta la aserción radical del pecado.
— El nacionalismo literario
selecciona sus temas con ojos de turista.
De su tierra no ve sino lo
exótico.
— Reeducar
al hombre consistirá en enseñarle de nuevo a estimar correctamente los objetos,
i.e: a necesitar pocos.
— Sin la influencia de lo
que el tonto llama retórica, la historia no hubiese sido más que un tumulto
sórdido.
— El pecado radical relega
al pecador en un universo silencioso y gris que deriva a flor de agua, náufrago
inerte, hacia la insignificancia inexorable.
— No es porque existan
épocas “superadas” por lo que ninguna restauración es posible, sino porque todo
es mortal.
El hijo no sucede a un
padre superado, sino a un padre muerto.
— Lo que descubrimos al
envejecer no es la vanidad de todo, sino de casi todo.
— El hombre emerge de la
bestia al jerarquizar sus instintos.
— La precisión en filosofía
es una falsa elegancia.
En cambio la precisión
literaria es fundamento del acierto estético.
— Del encuentro con dioses
subterráneos cuidémonos de regresar dementes.
— Los hombres no suelen
habitar sino el piso bajo de sus almas.
— La historia auténtica es
transfiguración del acontecimiento bruto por la inteligencia y la imaginación.
— El individuo no busca su
identidad sino cuando desespera de su calidad.
— El que le niega sus
virtudes a la burguesía ha sido contaminado por el peor de sus vicios.
— Desconfío del sistema que
el pensamiento deliberadamente construye, confío en el que resulta de la
constelación de sus huellas.
— El absolutista anhela una
fuerza soberana que sojuzgue a las otras, el liberal una multitud de fuerzas
débiles que se neutralicen mutuamente.
Pero el mandamiento
axiológico decreta jerarquías de fuerzas múltiples, vigorosas y actuantes.
— Ser estúpido es creer que
se puede fotografiar el sitio que cantó un poeta.
— Las ideologías son
ficticias cartas de marear, pero de ellas depende finalmente contra cuáles
escollos se naufraga.
Si los intereses nos
mueven, las estupideces nos guían.
— A la interpretación
fisiológica recurre el que le tiene miedo al alma.
— Sin rutinas religiosas
las almas desaprenden los sentimientos sutiles y finos.
— El apologista de
cualquier causa cae fácilmente en la tentación de exceder su propio
convencimiento.
— En las elecciones democráticas
se decide a quiénes es lícito oprimir legalmente.
— Los errores nos distraen
de la contemplación de la verdad induciéndonos a que los espantemos a gritos.
— La Iglesia evitó su
esclerosis en secta exigiéndole al cristiano que se exigiese perfección a sí
mismo, no que se la exigiese al vecino.
— Desaparecida la clase
alta, no hay ya dónde refugiarse de la suficiencia de la media y de la grosería
de la baja.
— Optemos sin vacilar, pero
sin esconder que los argumentos que rechazamos equilibran con frecuencia los
que acogemos.
— No parece que las
ciencias humanas, a diferencia de las naturales, lleguen a un estado de madurez
donde las necedades automáticamente sean obvias.
— De los barrios bajos de
la vida no se regresa más sabio, sino más sucio.
— Todo rueda hacia la
muerte, pero sólo lo carente de valor hacia la nada.
— Los “grandes hombres” son
espectros luminosos que se desvanecen en la luz divina y en la noche plebeya.
— Viviendo entre opiniones
se olvida la importancia de un simple acento entre ideas.
— Las cuatro o cinco
proposiciones filosóficas invulnerables nos permiten tomarles el pelo a las
demás.
— El público contemporáneo
es el primero al cual se le vende fácilmente lo que ni necesita, ni le gusta.
— Los que decimos lo que
pensamos, sin precaución ni reticencia, no somos aprovechables ni por quienes
piensan como nosotros.
— El progresista sueña en
la estabulación científica de la humanidad.
— La condición
suficiente y necesaria del despotismo es la desaparición de toda especie de
autoridad social no conferida por el Estado.
— Toda verdad nace entre un
buey y un asno.
— El más desastroso
desatino en las letras es la observancia estricta de la regla estética del día.
— Los sueños de excelencia
no merecen respeto sino cuando no disfrazan un vulgar apetito de superioridad.
— El pueblo quiere lo que
le sugieren que quiera.
— El especialista, cuando
le inspeccionan sus nociones básicas, se eriza como ante una blasfemia y
tiembla como ante un terremoto.
— Entre el hombre y la nada
se atraviesa la sombra de Dios.
— El ritualismo de las
conversaciones cotidianas nos oculta misericordiosamente el moblaje elemental
de las mentes entre las cuales vivimos.
Para evitarnos sobresaltos
evitemos que nuestros interlocutores “eleven el debate”.
— Debemos desconfiar de
nuestro gusto pero creer sólo en él.
— Una población escasa
produce menos inteligencias medias que una población numerosa, pero puede
producir un número igual o superior de talentos.
Las fuertes densidades
demográficas son el caldo de cultivo de la mediocridad.
— El paladar es el único
laboratorio idóneo al análisis de textos.
— La claridad es virtud de
quien no desconfía de lo que dice.
— La sinceridad se vuelve
pronto pretexto para decir boberías.
— Los libros de que no
quisiéramos despedirnos suelen ser aquellos a que rehuíamos acercarnos.
— La literatura no es droga
psicológica, sino lenguaje complejo para decir cosas complejas. Un texto
melodramático o cacofónico, además de feo, es falso.
— El error camina casi
siempre con más garbo que la verdad.
— Cuando la inteligencia de
una sociedad se aplebeya, la crítica literaria parece más lúcida mientras más
burda.
— No es la grandeza del
hombre lo que me empeño en negar, sino la pretendida omnipotencia de sus manos.
— Una ambición extrema nos
protege del engreimiento.
— De la vulgaridad
intelectual sólo se salva el que ignora lo que está de moda saber.
— El socialismo nació como
nostalgia de la integración social destruida por el atomismo burgués.
Pero no entendió que la
integración social no es compactación totalitaria de individuos, sino totalidad
sistemática de una jerarquía.
— Llámanse progresos los
preparativos de las catástrofes.
— El descalabro de expertos
es siempre espectáculo simpático.
— El individualismo no es
antítesis del totalitarismo sino condición. Totalitarismo y jerarquía, en
cambio, son posiciones terminales de movimientos contrarios.
— La compasión, en este
siglo, es arma ideológica.
— Finalmente tan sólo defendemos
y atacamos con ahínco posiciones religiosas.
— El
individualismo pregona las diferencias, pero fomenta las similitudes.
—
El católico actual mira las “ideas científicas” con veneración estúpida.
— Sólo pocos admiran sin
preocuparse de que su admiración los desacredite o acredite.
— La
libertad es derecho a ser diferente; la igualdad es prohibición de serlo.
— En las almas bien nacidas
las normas se naturalizan.
— El liberalismo pregona el
derecho del individuo a envilecerse, siempre que su envilecimiento no estorbe
el envilecimiento del vecino.
— Cada nueva generación, en
los dos últimos siglos, acaba mirando con nostalgia lo que parecía abominable a
la anterior.
— Al individuo auténtico no
es posible sumarlo, sólo es posible ordenarlo.
— La dictadura es la
tecnificación de la política
— Los lectores del escritor
reaccionario jamás saben si conviene aplaudirlo con entusiasmo o patearlo con
rabia.
— Entre la dictadura de la
técnica y la técnica de la dictadura el hombre ya no halla resquicio por donde
escabullirse.
— Esperar que la
vulnerabilidad creciente de un mundo crecientemente integrado por la técnica no
exija un despotismo total, es mera tontería.
— La fortuna desmoraliza
sin remedio cuando carece de función política adjunta.
Hasta la plutocracia es
preferible a la riqueza irresponsable.
— No engañemos a nadie: el
diablo puede suministrar los bienes materiales que promete.
— Los conflictos rara vez
estallan a propósito de las verdaderas discrepancias.
— El tonto muere de tedio
sin preocupaciones económicas.
— Las
historias nacionales interesan hasta que el país se “moderniza”.
Después bastan
las estadísticas.
— Austeridad, resignación,
modestia, según el dogma moderno, son servidumbres ideológicas.
— La homogeneidad de una
sociedad crece con el número de sus participantes.
— La mentalidad moderna
ignora que en el nivel meta-económico de la economía la intensidad de la
demanda crece con la intensidad de la oferta, que el hambre allí no aumenta con
la carencia sino con la abundancia, que el apetito se exacerba allí con la
saciedad creciente.
— Hoy pretenden que
perdonar sea negar que hubo delito.
— Buscamos inútilmente el
porqué de ciertas cosas porque debiéramos buscar el porqué de las contrarias.
— Las reformas son las
rampas de acceso a las revoluciones.
— El reaccionario neto no
es soñador de pasados abolidos, sino cazador de sombras sagradas sobre las
colinas eternas.
—
Como el aparato intelectual de nuestros contemporáneos es únicamente sensible a
ideas de frecuencia autorizada por los dogmas modernos, las democracias astutas
comprendieron la superfluidad de la censura.
— Ante la Iglesia actual
(clero – liturgia – teología) el católico viejo se indigna primero, se asusta
después, finalmente revienta de risa.
— El más impúdico
espectáculo es el de la palpitación voluptuosa con que una muchedumbre escucha
al orador que la adula.
— El intelectual emancipado
comparte con sus coetáneos el “gusto personal” de que se ufana.
— Escamado por la vehemencia
con que el artista le recuerda sus célebres desatinos, el crítico camina con
pasos aprensivos, temiendo que patentes fealdades resulten insólitas bellezas.
No es para admirar para lo
que se necesita hoy intrepidez, es para reprobar.
— La compasión que les
manifestamos a los unos nos sirve para justificar la envidia que nos despiertan
los otros.
— El encomio de la justicia
nos embriaga, porque nos parece apología de la pasión, justa o injusta, que nos
ciega.
— Si se aspira tan sólo a
dotar de un número creciente de artículos a un número creciente de seres, sin
que importe la calidad de los seres, ni de los artículos, el capitalismo es la
solución perfecta.
— Los partidos políticos
contemporáneos han acabado confluyendo hasta en la misma retórica.
— El profesional nunca
confiesa que en la ciencia que practica abundan verdades insignificantes.
— Aún para la compasión
budista el individuo es sólo sombra que se desvanece. La dignidad del individuo
es impronta cristiana sobre arcilla griega.
— El que se cree original
sólo es ignorante.
— La auténtica superioridad
le es insoportable al tonto. Sus simulacros, en cambio, lo embelesan.
— Sobre los verdaderos
resultados de una revolución previa consultemos a los revolucionarios que
preparan la siguiente.
— El escritor debe saber
que pocos lo verán por muchos que lo miren.
— El hombre sale menos a
caza de verdades que de escapatorias.
— El que no pregona
panaceas no adquiere el compromiso de contestar preguntas para las que no tiene
respuestas.
— Toda sociedad nace con
enemigos que la acompañan en silencio hasta la encrucijada nocturna donde la
degüellan.
— Mientras más grande sea
un país democrático más mediocres tienen que ser sus gobernantes: son elegidos
por más gente.
— El olor del pecado de
soberbia atrae al hombre como el de la sangre a la fiera.
— La humanidad localiza
usualmente el dolor donde no está la herida, el pecado donde no está la culpa.
— De la riqueza o del poder
debiera sólo hablar el que no alargó la mano cuando estuvieron a su alcance.
— El que quiera saber
cuáles son las objeciones graves al cristianismo debe interrogarnos a nosotros.
El incrédulo sólo objeta
boberías.
— Las supuestas “leyes
sociológicas” son hechos históricos más o menos extensos.
— Nuestra herencia
espiritual es tan opulenta que hoy le basta explotarla al tonto astuto para
parecerle más inteligente al tonto lerdo que un hombre inteligente de ayer.
— La
instrucción no cura la necedad, la pertrecha.
— La
suficiencia colectiva llega a repugnar más que la individual. El patriotismo
debe ser mudo.
— El diablo patrocina el
arte abstracto, porque representar es someterse.
— Asistimos hoy a una
proliferación exuberante de muchedumbres no-europeas, pero por ninguna parte
asoman civilizaciones nuevas, amarillas, cobrizas o negras.
— Las historias nacionales
han venido a desembocar todas en un occidentalismo degenerado.
— El demócrata compulsa
como textos sacros las encuestas sobre opinión pública.
— El demócrata se consuela
con la generosidad del programa de la magnitud de las catástrofes que engendra.
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