martes, 18 de junio de 2019

Escolios a un texto implícito 16 (Nicolás Gómez Dávila)


— Llamar obsoleto lo que meramente dejó de ser inteligible es un error vulgar.

 — El poder corrompe más seguramente al que lo codicia que al que lo ejerce.

 — Para lo que se necesita atrevimiento hoy es para no contribuir a ensuciar.

 — Las ideas liberales son simpáticas.
 Sus consecuencias funestas.

 — La revolución parece ya menos técnica de un proyecto que droga para fugarse del tedio moderno a ratos perdidos.

 — No esperemos que un éxito cualquier resulte sino de imprevisibles coincidencias.

 — Más vale ver insultado lo que admiramos que utilizado.

 — Desconfiemos del que no sea capaz, en determinadas circunstancias, de sentimentalismo fofo.

 — Al fin y al cabo,
 — ¿qué llama “Progreso” el moderno?.
 Lo que le parece cómodo al tonto.

 — Frente a los asaltos del capricho, la autenticidad necesita asirse a principios para salvarse.
 Los principios son puentes sobre los repentinos desbordamientos de una vida.

 — Con las categorías admitidas por la mente moderna no logramos entender sino simplezas.

 — La eficacia de una acción inteligente es hoy tan problemática que no vale la pena disciplinar nuestras quimeras.

 — El Olimpo, para una mente moderna, es simple picacho entre nubes.

 — El profeta no es confidente de Dios, sino harapo sacudido por borrascas sagradas.

 — Nada patentiza mejor la realidad del pecado que el hedor de las almas que niegan su existencia.

 — El único atributo que se puede sin vacilación denegarle al hombre es la divinidad.
 Pero esa pretensión sacrílega, sin embargo, es el fermento de su historia, de su destino, de su esencia.

 — Admirar únicamente obras mediocres, o leer únicamente obras maestras, caracterizan al lector inculto.

 — Todo esplendor terrestre es labor de manos atónitas, porque ningún esplendor depende de la voluntad humana.
 Porque todo esplendor refuta la aserción radical del pecado.

 — El nacionalismo literario selecciona sus temas con ojos de turista.
 De su tierra no ve sino lo exótico.

 Reeducar al hombre consistirá en enseñarle de nuevo a estimar correctamente los objetos, i.e: a necesitar pocos.

 — Sin la influencia de lo que el tonto llama retórica, la historia no hubiese sido más que un tumulto sórdido.

 — El pecado radical relega al pecador en un universo silencioso y gris que deriva a flor de agua, náufrago inerte, hacia la insignificancia inexorable.

 — No es porque existan épocas “superadas” por lo que ninguna restauración es posible, sino porque todo es mortal.
 El hijo no sucede a un padre superado, sino a un padre muerto.

 — Lo que descubrimos al envejecer no es la vanidad de todo, sino de casi todo.

 — El hombre emerge de la bestia al jerarquizar sus instintos.

 — La precisión en filosofía es una falsa elegancia.
 En cambio la precisión literaria es fundamento del acierto estético.

 — Del encuentro con dioses subterráneos cuidémonos de regresar dementes.

 — Los hombres no suelen habitar sino el piso bajo de sus almas.

 — La historia auténtica es transfiguración del acontecimiento bruto por la inteligencia y la imaginación.

 — El individuo no busca su identidad sino cuando desespera de su calidad.

 — El que le niega sus virtudes a la burguesía ha sido contaminado por el peor de sus vicios.

 — Desconfío del sistema que el pensamiento deliberadamente construye, confío en el que resulta de la constelación de sus huellas.

 — El absolutista anhela una fuerza soberana que sojuzgue a las otras, el liberal una multitud de fuerzas débiles que se neutralicen mutuamente.
 Pero el mandamiento axiológico decreta jerarquías de fuerzas múltiples, vigorosas y actuantes.

 — Ser estúpido es creer que se puede fotografiar el sitio que cantó un poeta.

 — Las ideologías son ficticias cartas de marear, pero de ellas depende finalmente contra cuáles escollos se naufraga.
 Si los intereses nos mueven, las estupideces nos guían.

 — A la interpretación fisiológica recurre el que le tiene miedo al alma.

 — Sin rutinas religiosas las almas desaprenden los sentimientos sutiles y finos.

 — El apologista de cualquier causa cae fácilmente en la tentación de exceder su propio convencimiento.

 — En las elecciones democráticas se decide a quiénes es lícito oprimir legalmente.

 — Los errores nos distraen de la contemplación de la verdad induciéndonos a que los espantemos a gritos.

 — La Iglesia evitó su esclerosis en secta exigiéndole al cristiano que se exigiese perfección a sí mismo, no que se la exigiese al vecino.

 — Desaparecida la clase alta, no hay ya dónde refugiarse de la suficiencia de la media y de la grosería de la baja.

 — Optemos sin vacilar, pero sin esconder que los argumentos que rechazamos equilibran con frecuencia los que acogemos.

 — No parece que las ciencias humanas, a diferencia de las naturales, lleguen a un estado de madurez donde las necedades automáticamente sean obvias.

 — De los barrios bajos de la vida no se regresa más sabio, sino más sucio.

 — Todo rueda hacia la muerte, pero sólo lo carente de valor hacia la nada.

 — Los “grandes hombres” son espectros luminosos que se desvanecen en la luz divina y en la noche plebeya.

 — Viviendo entre opiniones se olvida la importancia de un simple acento entre ideas.

 — Las cuatro o cinco proposiciones filosóficas invulnerables nos permiten tomarles el pelo a las demás.

 — El público contemporáneo es el primero al cual se le vende fácilmente lo que ni necesita, ni le gusta.

 — Los que decimos lo que pensamos, sin precaución ni reticencia, no somos aprovechables ni por quienes piensan como nosotros.

 — El progresista sueña en la estabulación científica de la humanidad.

 — La condición suficiente y necesaria del despotismo es la desaparición de toda especie de autoridad social no conferida por el Estado.

 — Toda verdad nace entre un buey y un asno.

 — El más desastroso desatino en las letras es la observancia estricta de la regla estética del día.

 — Los sueños de excelencia no merecen respeto sino cuando no disfrazan un vulgar apetito de superioridad.

 — El pueblo quiere lo que le sugieren que quiera.

 — El especialista, cuando le inspeccionan sus nociones básicas, se eriza como ante una blasfemia y tiembla como ante un terremoto.

 — Entre el hombre y la nada se atraviesa la sombra de Dios.

 — El ritualismo de las conversaciones cotidianas nos oculta misericordiosamente el moblaje elemental de las mentes entre las cuales vivimos.
 Para evitarnos sobresaltos evitemos que nuestros interlocutores “eleven el debate”.

 — Debemos desconfiar de nuestro gusto pero creer sólo en él.

 — Una población escasa produce menos inteligencias medias que una población numerosa, pero puede producir un número igual o superior de talentos.
 Las fuertes densidades demográficas son el caldo de cultivo de la mediocridad.

 — El paladar es el único laboratorio idóneo al análisis de textos.

 — La claridad es virtud de quien no desconfía de lo que dice.

 — La sinceridad se vuelve pronto pretexto para decir boberías.

 — Los libros de que no quisiéramos despedirnos suelen ser aquellos a que rehuíamos acercarnos.

 — La literatura no es droga psicológica, sino lenguaje complejo para decir cosas complejas. Un texto melodramático o cacofónico, además de feo, es falso.

 — El error camina casi siempre con más garbo que la verdad.

 — Cuando la inteligencia de una sociedad se aplebeya, la crítica literaria parece más lúcida mientras más burda.

 — No es la grandeza del hombre lo que me empeño en negar, sino la pretendida omnipotencia de sus manos.

 — Una ambición extrema nos protege del engreimiento.

 — De la vulgaridad intelectual sólo se salva el que ignora lo que está de moda saber.

 — El socialismo nació como nostalgia de la integración social destruida por el atomismo burgués.
 Pero no entendió que la integración social no es compactación totalitaria de individuos, sino totalidad sistemática de una jerarquía.

 — Llámanse progresos los preparativos de las catástrofes.

 — El descalabro de expertos es siempre espectáculo simpático.

 — El individualismo no es antítesis del totalitarismo sino condición. Totalitarismo y jerarquía, en cambio, son posiciones terminales de movimientos contrarios.

 — La compasión, en este siglo, es arma ideológica.

 — Finalmente tan sólo defendemos y atacamos con ahínco posiciones religiosas.

 El individualismo pregona las diferencias, pero fomenta las similitudes.

 — El católico actual mira las “ideas científicas” con veneración estúpida.

 — Sólo pocos admiran sin preocuparse de que su admiración los desacredite o acredite.

 — La libertad es derecho a ser diferente; la igualdad es prohibición de serlo.

 — En las almas bien nacidas las normas se naturalizan.

 — El liberalismo pregona el derecho del individuo a envilecerse, siempre que su envilecimiento no estorbe el envilecimiento del vecino.

 — Cada nueva generación, en los dos últimos siglos, acaba mirando con nostalgia lo que parecía abominable a la anterior.

 — Al individuo auténtico no es posible sumarlo, sólo es posible ordenarlo.

 — La dictadura es la tecnificación de la política

 — Los lectores del escritor reaccionario jamás saben si conviene aplaudirlo con entusiasmo o patearlo con rabia.

 — Entre la dictadura de la técnica y la técnica de la dictadura el hombre ya no halla resquicio por donde escabullirse.

 — Esperar que la vulnerabilidad creciente de un mundo crecientemente integrado por la técnica no exija un despotismo total, es mera tontería.

 — La fortuna desmoraliza sin remedio cuando carece de función política adjunta.
 Hasta la plutocracia es preferible a la riqueza irresponsable.

 — No engañemos a nadie: el diablo puede suministrar los bienes materiales que promete.

 — Los conflictos rara vez estallan a propósito de las verdaderas discrepancias.

 — El tonto muere de tedio sin preocupaciones económicas.

 — Las historias nacionales interesan hasta que el país se “moderniza”.
 Después bastan las estadísticas.

 — Austeridad, resignación, modestia, según el dogma moderno, son servidumbres ideológicas.

 — La homogeneidad de una sociedad crece con el número de sus participantes.

 — La mentalidad moderna ignora que en el nivel meta-económico de la economía la intensidad de la demanda crece con la intensidad de la oferta, que el hambre allí no aumenta con la carencia sino con la abundancia, que el apetito se exacerba allí con la saciedad creciente.

 — Hoy pretenden que perdonar sea negar que hubo delito.

 — Buscamos inútilmente el porqué de ciertas cosas porque debiéramos buscar el porqué de las contrarias.

 — Las reformas son las rampas de acceso a las revoluciones.

 — El reaccionario neto no es soñador de pasados abolidos, sino cazador de sombras sagradas sobre las colinas eternas.

 — Como el aparato intelectual de nuestros contemporáneos es únicamente sensible a ideas de frecuencia autorizada por los dogmas modernos, las democracias astutas comprendieron la superfluidad de la censura.

 — Ante la Iglesia actual (clero – liturgia – teología) el católico viejo se indigna primero, se asusta después, finalmente revienta de risa.

 — El más impúdico espectáculo es el de la palpitación voluptuosa con que una muchedumbre escucha al orador que la adula.

 — El intelectual emancipado comparte con sus coetáneos el “gusto personal” de que se ufana.

 — Escamado por la vehemencia con que el artista le recuerda sus célebres desatinos, el crítico camina con pasos aprensivos, temiendo que patentes fealdades resulten insólitas bellezas.
 No es para admirar para lo que se necesita hoy intrepidez, es para reprobar.

 — La compasión que les manifestamos a los unos nos sirve para justificar la envidia que nos despiertan los otros.

 — El encomio de la justicia nos embriaga, porque nos parece apología de la pasión, justa o injusta, que nos ciega.

 — Si se aspira tan sólo a dotar de un número creciente de artículos a un número creciente de seres, sin que importe la calidad de los seres, ni de los artículos, el capitalismo es la solución perfecta.

 — Los partidos políticos contemporáneos han acabado confluyendo hasta en la misma retórica.

 — El profesional nunca confiesa que en la ciencia que practica abundan verdades insignificantes.

 — Aún para la compasión budista el individuo es sólo sombra que se desvanece. La dignidad del individuo es impronta cristiana sobre arcilla griega.

 — El que se cree original sólo es ignorante.

 — La auténtica superioridad le es insoportable al tonto. Sus simulacros, en cambio, lo embelesan.

 — Sobre los verdaderos resultados de una revolución previa consultemos a los revolucionarios que preparan la siguiente.

 — El escritor debe saber que pocos lo verán por muchos que lo miren.

 — El hombre sale menos a caza de verdades que de escapatorias.

 — El que no pregona panaceas no adquiere el compromiso de contestar preguntas para las que no tiene respuestas.

 — Toda sociedad nace con enemigos que la acompañan en silencio hasta la encrucijada nocturna donde la degüellan.

 — Mientras más grande sea un país democrático más mediocres tienen que ser sus gobernantes: son elegidos por más gente.

 — El olor del pecado de soberbia atrae al hombre como el de la sangre a la fiera.

 — La humanidad localiza usualmente el dolor donde no está la herida, el pecado donde no está la culpa.

 — De la riqueza o del poder debiera sólo hablar el que no alargó la mano cuando estuvieron a su alcance.

 — El que quiera saber cuáles son las objeciones graves al cristianismo debe interrogarnos a nosotros.
 El incrédulo sólo objeta boberías.

 — Las supuestas “leyes sociológicas” son hechos históricos más o menos extensos.

 — Nuestra herencia espiritual es tan opulenta que hoy le basta explotarla al tonto astuto para parecerle más inteligente al tonto lerdo que un hombre inteligente de ayer.

 — La instrucción no cura la necedad, la pertrecha.

 La suficiencia colectiva llega a repugnar más que la individual. El patriotismo debe ser mudo.

 — El diablo patrocina el arte abstracto, porque representar es someterse.

 — Asistimos hoy a una proliferación exuberante de muchedumbres no-europeas, pero por ninguna parte asoman civilizaciones nuevas, amarillas, cobrizas o negras.

 — Las historias nacionales han venido a desembocar todas en un occidentalismo degenerado.

 — El demócrata compulsa como textos sacros las encuestas sobre opinión pública.

 — El demócrata se consuela con la generosidad del programa de la magnitud de las catástrofes que engendra.

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