— Mediante la noción de
“evolución cultural”, el antropólogo demócrata trata de esquivar las
interrogaciones biológicas.
— Tan estúpido es “tener
fe” (sin saber en quién) como anhelar “una fe” (sin saber cuál).
— El titanismo del arte
moderno comienza con el titanismo heroico de Miguel-Ángel y concluye con el
titanismo caricatural de Picasso.
— Cuando entendemos lo que
entendieron los que parecieron entender, quedamos estupefactos.
— La izquierda nunca
atribuye su fracaso a error de diagnóstico sino a perversidad de los hechos.
— Para oprimir al pueblo es
necesario suprimir en nombre del pueblo lo que se distinga del pueblo.
— El que no se mueve entre
obras de arte como entre animales peligrosos no sabe entre qué se mueve.
— A los filósofos
cristianos les ha costado trabajo tomar el pecado en serio, es decir: ver qué
trasciende los fenómenos éticos.
— El
apostolado pervierte de dos maneras: o induciendo a mitigar para adormecer, o a
exagerar para despertar.
— La condescendencia
teórica con el vicio no es prueba de liberalidad y de elegancia, sino de
vulgaridad.
— La fe no es convicción
que debamos defender, sino convicción contra la cual no logramos defendernos.
— El pueblo no se convierte
a la religión que predica una minoría militante, sino a la que impone una
minoría militar. Cristianismo o Islamismo lo supieron; el comunismo lo sabe.
— Reduzcamos nuestros
asertos sobre el hombre a especificaciones sobre estratos de individuos.
— Lo convencional no tiene
por qué ser defecto estético, siendo mero rasgo sociológico.
— Al subjetivismo petulante
del que se cree medida se contrapone el subjetivismo humilde del que se niega a
ser eco.
— Nadar contra la corriente
no es necedad si las aguas corren hacia cataratas.
— El pensador contemporáneo
nos conduce por un laberinto de conceptos a un lugar público.
— Las facciones del circo
no fueron partidos políticos; los partidos políticos de hoy son facciones de
circo.
— Salvo
el reaccionario, hoy sólo encontramos candidatos a administradores de la
sociedad moderna.
— El análisis crítico que
practica la crítica actual es ilegible y vuelve ilegible la obra que analiza.
— Hoy el individuo tiene
que ir reconstruyendo dentro de sí mismo el universo civilizado que va
despareciendo en torno suyo.
— Enseñar literatura es
enseñarle al alumno a creer que admira lo que no admira.
— Si el poder de una imagen
dependiera de la clase de recuerdos que evoca según el psicoanalista, ninguna
imagen despertaría nostalgia sino risa.
— La compasión es la mejor
excusa de la envidia.
— El sufragio popular es
hoy menos absurdo que ayer: no porque las mayorías sean más cultas, sino porque
las minorías lo son menos.
— Librar
al hombre es sujetarlo a la codicia y al sexo.
— Aprender que los bienes
más valioso son los menos raros cuesta un largo aprendizaje.
— Después
de ver el trabajo explotar y arrasar el mundo, la pereza parece madre de las
virtudes.
— El individuo sofrena sus
codicias más fácilmente que la humanidad las suyas.
— La vanidad nacionalista
del ciudadano de país importante es la más divertida: la diferencia entre el
ciudadano y su país siendo allí mayor.
— Padre moderno es el
dispuesto a sacrificios pecuniarios para que sus hijos no lo prolonguen, ni lo
reemplacen, ni lo imiten.
— No debemos asustarnos: lo
que admiramos no muere.
Ni regocijarnos: lo que
detestamos tampoco.
— El
diálogo no consiste en inteligencias que discuten sino en vanidades que se
afrontan.
— Todo episodio
revolucionario necesita que un partidario lo relate y que un adversario lo
explique.
— El hombre habla de la
relatividad de la verdad, porque llama verdades sus innúmeros errores.
— La
incuria con que la humanidad actual disipa sus bienes parece indicar que no
espera descendientes.
— Las lenguas clásicas
tienen valor educativo porque están a salvo de la vulgaridad con que la vida
moderna corrompe las lenguas en uso.
— El número de cosas
censurables se le reduce enormemente al que cesa de envidiar.
— La
educación sexual se propone facilitarle al educando el aprendizaje de la
perversiones sexuales.
— Cuando los acontecimiento
lo maltratan el pesimista invoca derechos.
— El ateo se consagra menos
a verificar la inexistencia de Dios que a prohibirle que exista.
— Quien se atreve a pedir
que el instante se detenga y que el tiempo suspenda su vuelo se rinde a Dios;
quien celebra futuras armonías se vende al diablo.
— Lo que el economista
llama “inflación de costos” es un desbordamiento de codicias.
— La ciudad que imagina
todo utopista es siempre cursi
— comenzando por la del
Apocalipsis.
— Toda sociedad finalmente
estalla con la expansión de la envidia.
— “Pueblo” es la suma de
los defectos del pueblo.
Lo demás es elocuencia
electoral.
— Los sueños del hombre no
son imposibles, ni culpables; imposible y culpable es creerse el hombre capaz
de colmarlos.
— La imposibilidad de
encontrar soluciones nos enseña que debemos consagrarnos a ennoblecer los
problemas.
— El lector verdadero se
agarra al texto que lee como un náufrago a una tabla flotante.
— Todos
tenemos llave de la puerta que se abre sobre la paz luminosa y noble del
desierto.
— Al suprimir la noción de
historia cíclica, el cristianismo no le descubrió sentido a la historia,
destacó meramente la irremplazable importancia del irremplazable individuo.
— La inteligencia debe
batallar sin tregua contra la esclerosis de sus hallazgos.
— El moderno se imagina que
basta abrir las ventanas para curar la infección del alma, que no se necesita
barrer la basura.
— No existe problema
comprensible fuera de su situación histórica, ni problema reducible todo a
ella.
— Toda solución política es
coja; pero algunas cojean con gracia.
— Cuando la astucia
comercial de los unos explota la beatería cultural de los otros, se dice que la
cultura se difunde.
— El fenómeno de la
degradación del pueblo en plebe es el mismo, degrádese en plebe pobre o en
plebe rica.
— No todo profesor es
estúpido, pero todo estúpido es profesor.
— Aun en contra del idioma
intelectual de un tiempo no se puede escribir sino en él.
— La negación radical de la
religión es la más dogmática de las posiciones religiosas.
— El apologista católico
rara vez distingue entre lo que hay que rechazar con respeto y lo que hay que
aplastar con desdén.
— Quien no juega
simultáneamente sobre el tablero de la máxima generalidad y el de la máxima
particularidad ignora el juego de las ideas.
— La voz de Dios no
repercute hoy entre peñascos, truena en los porcentajes de las encuestas sobre
opinión pública.
— El que irrita es el que
pretende que a la solución que adopta se llega por un camino impersonal, el que
no quiere responsabilizarse de lo que asume.
— La vulgaridad colonizó la
tierra.
Sus armas han sido la
televisión, la radio, la prensa.
— El ateismo democrático no
disputa la existencia de Dios, sino su identidad.
— El moderno se ingenia con
astucia para no presentar su teología directamente, sino mediante nociones
profanas que la impliquen. Evita anunciarle al hombre su divinidad, pero le
propone metas que sólo un dios alcanzaría o bien proclama que la esencia humana
tiene derechos que la suponen divina.
— La sensibilidad no
proyecta una imagen sobre el objeto, sino una luz.
— Cuando el teólogo explica
el porqué de algún acto de Dios, el oyente oscila entre indignación e
hilaridad.
— Entender suele consistir
en falsear lo aparentemente entendido reduciéndolo a términos supuestamente
inteligibles porque conciertan con nuestros prejuicios del momento.
— Los gestos públicos
deberían estar regulados por el más estricto formalismo para impedir esa
espontaneidad fingida que tanto place al tonto.
— El placer con que
recorremos la trocha que un sistema nos abre en el bosque hace olvidar que de
lado y lado la selva queda intacta.
— Para entender un texto
hay que girar a su alrededor lentamente, ya que nadie se introduce en él sino
por invisibles poternas.
— El tonto no renuncia a un
error mientras no pasa de moda.
— Aún el más tonto vive
noches durante las cuales sus defensas contra la verdad se agrietan.
— Lo que nos desconcierta
cura momentáneamente nuestra tontería.
— Gran artista es
obviamente el que desconcierta.
Pero gran artista no es el
que planea desconcertar, sino el que comienza desconcertándose a sí mismo.
— Las ciencias,
particularmente las ciencias humanas, vienen depositando sucesivos estratos de
barbarismos sobre la literatura.
— La trascendencia es la
región inabordable hacia la cual aspiran innúmeras rectas truncadas.
— El relativismo es la
solución del que es incapaz de poner las cosas en orden.
— Del XVIII el hombre del
XX parece haber heredado sólo la sequedad del alma, y del XIX sólo la retórica.
— Desde que el XVIII
descubrió la “sensibilidad”, la tarea filosófica seria ha consistido en aislar
allí capacidades específicas de percepción confundidas con estados psicológicos
pasivos.
Conciencia ética,
conciencia estética, conciencia religiosa.
— Una época no es sus
ideas, ni sus hechos, sino su fugaz acento.
— El aficionado que los
profesionales admiten en el hipódromo suele ganar la carrera.
— En el último rincón del
laberinto del alma gruñe un simio asustado.
— La buena pintura le corta
el lirismo al crítico de arte.
— La dicha camina con los pies
desnudos.
— Lo que importa a casi
todos no es tener razón sino tenerla ellos.
— Las razones no se mueven,
pero los argumentos descienden con el tiempo de clase intelectual en clase
intelectual hasta el suelo.
En los discursos se
consumen argumentos podridos.
— El mayor irrespeto con la
obra de arte está en tratarla como objeto costoso.
Ningún ricacho, felizmente,
puede colgar un poema en las paredes de su casa.
— Lúgubre, como un proyecto
de desarrollo urbano.
— A la trivialización que
invade el mundo podemos oponernos resucitando a Dios por retaguardia.
— Los individuos
civilizados no son productos de una civilización, sino su causa.
— Al observar quiénes
obtienen lo que deseamos, nos importa menos obtenerlo.
— La importancia que le atribuye
al hombre es el enigma del cristianismo.
— Lo más conmovedor de las
“inquietudes intelectuales” del joven son las boberías con que las serena.
— La sociedad que no
disciplina actitudes y gestos renuncia a la estética social.
— El periódico recoge la
basura del día anterior para desayunarnos con ella.
— La
única precaución está en rezar a tiempo.
— Desde hace dos siglos
llaman “libre pensador” al que cree conclusiones sus prejuicios.
— Un pensamiento no debe
expandirse simétricamente como una fórmula, sino desordenadamente como un
arbusto.
— La falsa elegancia es
preferible a la franca vulgaridad.
El que habita un palacio
imaginario se exige más a sí mismo que el que se arrellana en una covacha.
— Al hacer un juicio de
valor no invoquemos nunca autoridades.
El juicio de valor se
atestigua a sí mismo. Todo argumento lo degrada.
— Sólo nosotros mismos
podemos envenenar las heridas que nos hagan.
— La imparcialidad es a
veces simple insensibilidad.
— La buena educación parece
un producto aromático del siglo XVIII que se evaporó.
— El marxista comienza a
incomodarse porque ya lo miran con más curiosidad que susto.
— El alma donde esperan
secretas semillas no se espanta con las lluvias que se anuncian entre rumores
de tormenta.
— El
poder no corrompe, libera la corrupción larvada.
— Se habla de “sociedad de
consumo” para ocultar —ya que la producción es ideal progresista
— que se trata de sociedad
de producción.
— Las fuerzas que han de
arruinar una civilización colaboran desde su nacimiento con las fuerzas que la
construyen.
— Las revoluciones
victoriosas han sido desbordamientos de codicias. Sólo
las revoluciones derrotadas suelen ser insurrecciones de oprimidos.
— La “instrucción
religiosa” parece a veces inventada para contrarrestar la eficacia religiosa de
la liturgia.
— La sensibilidad religiosa
oprimida por la Iglesia se refugia en extravagantes catacumbas.
— El tañido de un esquilón
conventual penetra en zonas del alma en donde no llega una voz campanuda.
— Tres factores han
corrompido, en América, la noble reciedumbre de la lengua española: el
solecismo mental de inmigrante no-hispano, la facundia pueril del negro, la
melancolía huraña y sumisa del indio.
— Apetitos, codicias,
pasiones, no amenazan la existencia del hombre mientras no se proclamen
derechos del hombre, mientras no sean fermentos de divinidad.
— Ser de “derecho divino”
limitaba al monarca; el “mandatario del pueblo” es el representante del
Absolutismo absoluto.
— Al
texto que dejamos reposar se le desprenden solas las palabras sobrantes.
— El pasado parece no haber
dejado herederos.
— El cinismo, como toda
actitud dogmática, es demasiado fácil.
— El moderno se serena
pensando que “todo tiene solución”. ¡Cómo si no las hubiese siniestras!
— Para confundir sobra la
ambigüedad, basta la claridad.
— La generalización
inteligente debe llevar la impronta descifrable del hecho particular que la
suscita.
— Hay ideas que nos llaman
y se van, como un aletazo nocturno a una ventana.
— El técnico le habla al
lego con petulancia de hechicero.
— La sonrisa es divina, la
risa humana, la carcajada animal.
— A nada importante se
llega simplemente caminando.
Pero no basta saltar para
cruzar el abismo, hay que tener alas.
— En política sólo vale la
pena escuchar la crítica que tiene principios pero no pautas.
— La
desaparición del campesinato y de las humanidades clásicas rompió la
continuidad con el pasado.
— Hoy el hombre culto
entiende mejor hasta un rústico doctrinal de magia que a su vecino.
— Los pecados que parecen
“espléndidos” desde lejos no son más desde cerca que pequeños episodios
sórdidos.
— En no ver en el crimen
sino el arrojo del asesino consiste la estupidez del inmoralismo.
— El político, en una
democracia, se convierte en bufón del pueblo soberano.
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