viernes, 21 de junio de 2019

Escolios aun texto implícito 17 (Nicolás Gómez Dávila)


 — Mediante la noción de “evolución cultural”, el antropólogo demócrata trata de esquivar las interrogaciones biológicas.

 — Tan estúpido es “tener fe” (sin saber en quién) como anhelar “una fe” (sin saber cuál).

 — El titanismo del arte moderno comienza con el titanismo heroico de Miguel-Ángel y concluye con el titanismo caricatural de Picasso.

 — Cuando entendemos lo que entendieron los que parecieron entender, quedamos estupefactos.

 — La izquierda nunca atribuye su fracaso a error de diagnóstico sino a perversidad de los hechos.

 — Para oprimir al pueblo es necesario suprimir en nombre del pueblo lo que se distinga del pueblo.

 — El que no se mueve entre obras de arte como entre animales peligrosos no sabe entre qué se mueve.

 — A los filósofos cristianos les ha costado trabajo tomar el pecado en serio, es decir: ver qué trasciende los fenómenos éticos.

 El apostolado pervierte de dos maneras: o induciendo a mitigar para adormecer, o a exagerar para despertar.

 — La condescendencia teórica con el vicio no es prueba de liberalidad y de elegancia, sino de vulgaridad.

 — La fe no es convicción que debamos defender, sino convicción contra la cual no logramos defendernos.

 — El pueblo no se convierte a la religión que predica una minoría militante, sino a la que impone una minoría militar. Cristianismo o Islamismo lo supieron; el comunismo lo sabe.

 — Reduzcamos nuestros asertos sobre el hombre a especificaciones sobre estratos de individuos.

 — Lo convencional no tiene por qué ser defecto estético, siendo mero rasgo sociológico.

 — Al subjetivismo petulante del que se cree medida se contrapone el subjetivismo humilde del que se niega a ser eco.

 — Nadar contra la corriente no es necedad si las aguas corren hacia cataratas.

 — El pensador contemporáneo nos conduce por un laberinto de conceptos a un lugar público.

 — Las facciones del circo no fueron partidos políticos; los partidos políticos de hoy son facciones de circo.

 Salvo el reaccionario, hoy sólo encontramos candidatos a administradores de la sociedad moderna.

 — El análisis crítico que practica la crítica actual es ilegible y vuelve ilegible la obra que analiza.

 — Hoy el individuo tiene que ir reconstruyendo dentro de sí mismo el universo civilizado que va despareciendo en torno suyo.

 — Enseñar literatura es enseñarle al alumno a creer que admira lo que no admira.

 — Si el poder de una imagen dependiera de la clase de recuerdos que evoca según el psicoanalista, ninguna imagen despertaría nostalgia sino risa.

 — La compasión es la mejor excusa de la envidia.

 — El sufragio popular es hoy menos absurdo que ayer: no porque las mayorías sean más cultas, sino porque las minorías lo son menos.

 Librar al hombre es sujetarlo a la codicia y al sexo.

 — Aprender que los bienes más valioso son los menos raros cuesta un largo aprendizaje.

 Después de ver el trabajo explotar y arrasar el mundo, la pereza parece madre de las virtudes.

 — El individuo sofrena sus codicias más fácilmente que la humanidad las suyas.

 — La vanidad nacionalista del ciudadano de país importante es la más divertida: la diferencia entre el ciudadano y su país siendo allí mayor.

 — Padre moderno es el dispuesto a sacrificios pecuniarios para que sus hijos no lo prolonguen, ni lo reemplacen, ni lo imiten.

 — No debemos asustarnos: lo que admiramos no muere.
 Ni regocijarnos: lo que detestamos tampoco.

 El diálogo no consiste en inteligencias que discuten sino en vanidades que se afrontan.

 — Todo episodio revolucionario necesita que un partidario lo relate y que un adversario lo explique.

 — El hombre habla de la relatividad de la verdad, porque llama verdades sus innúmeros errores.

 La incuria con que la humanidad actual disipa sus bienes parece indicar que no espera descendientes.

 — Las lenguas clásicas tienen valor educativo porque están a salvo de la vulgaridad con que la vida moderna corrompe las lenguas en uso.

 — El número de cosas censurables se le reduce enormemente al que cesa de envidiar.

 La educación sexual se propone facilitarle al educando el aprendizaje de la perversiones sexuales.

 — Cuando los acontecimiento lo maltratan el pesimista invoca derechos.

 — El ateo se consagra menos a verificar la inexistencia de Dios que a prohibirle que exista.

 — Quien se atreve a pedir que el instante se detenga y que el tiempo suspenda su vuelo se rinde a Dios; quien celebra futuras armonías se vende al diablo.

 — Lo que el economista llama “inflación de costos” es un desbordamiento de codicias.

 — La ciudad que imagina todo utopista es siempre cursi
 — comenzando por la del Apocalipsis.

 — Toda sociedad finalmente estalla con la expansión de la envidia.

 — “Pueblo” es la suma de los defectos del pueblo.
 Lo demás es elocuencia electoral.

 — Los sueños del hombre no son imposibles, ni culpables; imposible y culpable es creerse el hombre capaz de colmarlos.

 — La imposibilidad de encontrar soluciones nos enseña que debemos consagrarnos a ennoblecer los problemas.

 — El lector verdadero se agarra al texto que lee como un náufrago a una tabla flotante.

 Todos tenemos llave de la puerta que se abre sobre la paz luminosa y noble del desierto.

 — Al suprimir la noción de historia cíclica, el cristianismo no le descubrió sentido a la historia, destacó meramente la irremplazable importancia del irremplazable individuo.

 — La inteligencia debe batallar sin tregua contra la esclerosis de sus hallazgos.

 — El moderno se imagina que basta abrir las ventanas para curar la infección del alma, que no se necesita barrer la basura.

 — No existe problema comprensible fuera de su situación histórica, ni problema reducible todo a ella.

 — Toda solución política es coja; pero algunas cojean con gracia.

 — Cuando la astucia comercial de los unos explota la beatería cultural de los otros, se dice que la cultura se difunde.

 — El fenómeno de la degradación del pueblo en plebe es el mismo, degrádese en plebe pobre o en plebe rica.

 — No todo profesor es estúpido, pero todo estúpido es profesor.

 — Aun en contra del idioma intelectual de un tiempo no se puede escribir sino en él.

 — La negación radical de la religión es la más dogmática de las posiciones religiosas.

 — El apologista católico rara vez distingue entre lo que hay que rechazar con respeto y lo que hay que aplastar con desdén.

 — Quien no juega simultáneamente sobre el tablero de la máxima generalidad y el de la máxima particularidad ignora el juego de las ideas.

 — La voz de Dios no repercute hoy entre peñascos, truena en los porcentajes de las encuestas sobre opinión pública.

 — El que irrita es el que pretende que a la solución que adopta se llega por un camino impersonal, el que no quiere responsabilizarse de lo que asume.

 — La vulgaridad colonizó la tierra.
 Sus armas han sido la televisión, la radio, la prensa.

 — El ateismo democrático no disputa la existencia de Dios, sino su identidad.

 — El moderno se ingenia con astucia para no presentar su teología directamente, sino mediante nociones profanas que la impliquen. Evita anunciarle al hombre su divinidad, pero le propone metas que sólo un dios alcanzaría o bien proclama que la esencia humana tiene derechos que la suponen divina.

 — La sensibilidad no proyecta una imagen sobre el objeto, sino una luz.

 — Cuando el teólogo explica el porqué de algún acto de Dios, el oyente oscila entre indignación e hilaridad.

 — Entender suele consistir en falsear lo aparentemente entendido reduciéndolo a términos supuestamente inteligibles porque conciertan con nuestros prejuicios del momento.

 — Los gestos públicos deberían estar regulados por el más estricto formalismo para impedir esa espontaneidad fingida que tanto place al tonto.

 — El placer con que recorremos la trocha que un sistema nos abre en el bosque hace olvidar que de lado y lado la selva queda intacta.

 — Para entender un texto hay que girar a su alrededor lentamente, ya que nadie se introduce en él sino por invisibles poternas.

 — El tonto no renuncia a un error mientras no pasa de moda.

 — Aún el más tonto vive noches durante las cuales sus defensas contra la verdad se agrietan.

 — Lo que nos desconcierta cura momentáneamente nuestra tontería.

 — Gran artista es obviamente el que desconcierta.
 Pero gran artista no es el que planea desconcertar, sino el que comienza desconcertándose a sí mismo.

 — Las ciencias, particularmente las ciencias humanas, vienen depositando sucesivos estratos de barbarismos sobre la literatura.

 — La trascendencia es la región inabordable hacia la cual aspiran innúmeras rectas truncadas.

 — El relativismo es la solución del que es incapaz de poner las cosas en orden.

 — Del XVIII el hombre del XX parece haber heredado sólo la sequedad del alma, y del XIX sólo la retórica.

 — Desde que el XVIII descubrió la “sensibilidad”, la tarea filosófica seria ha consistido en aislar allí capacidades específicas de percepción confundidas con estados psicológicos pasivos.
 Conciencia ética, conciencia estética, conciencia religiosa.

 — Una época no es sus ideas, ni sus hechos, sino su fugaz acento.

 — El aficionado que los profesionales admiten en el hipódromo suele ganar la carrera.

 — En el último rincón del laberinto del alma gruñe un simio asustado.

 — La buena pintura le corta el lirismo al crítico de arte.

 — La dicha camina con los pies desnudos.

 — Lo que importa a casi todos no es tener razón sino tenerla ellos.

 — Las razones no se mueven, pero los argumentos descienden con el tiempo de clase intelectual en clase intelectual hasta el suelo.
 En los discursos se consumen argumentos podridos.

 — El mayor irrespeto con la obra de arte está en tratarla como objeto costoso.
 Ningún ricacho, felizmente, puede colgar un poema en las paredes de su casa.

 — Lúgubre, como un proyecto de desarrollo urbano.

 — A la trivialización que invade el mundo podemos oponernos resucitando a Dios por retaguardia.

 — Los individuos civilizados no son productos de una civilización, sino su causa.

 — Al observar quiénes obtienen lo que deseamos, nos importa menos obtenerlo.

 — La importancia que le atribuye al hombre es el enigma del cristianismo.

 — Lo más conmovedor de las “inquietudes intelectuales” del joven son las boberías con que las serena.

 — La sociedad que no disciplina actitudes y gestos renuncia a la estética social.

 — El periódico recoge la basura del día anterior para desayunarnos con ella.

 La única precaución está en rezar a tiempo.

 — Desde hace dos siglos llaman “libre pensador” al que cree conclusiones sus prejuicios.

 — Un pensamiento no debe expandirse simétricamente como una fórmula, sino desordenadamente como un arbusto.

 — La falsa elegancia es preferible a la franca vulgaridad.
 El que habita un palacio imaginario se exige más a sí mismo que el que se arrellana en una covacha.

 — Al hacer un juicio de valor no invoquemos nunca autoridades.
 El juicio de valor se atestigua a sí mismo. Todo argumento lo degrada.

 — Sólo nosotros mismos podemos envenenar las heridas que nos hagan.

 — La imparcialidad es a veces simple insensibilidad.

 — La buena educación parece un producto aromático del siglo XVIII que se evaporó.

 — El marxista comienza a incomodarse porque ya lo miran con más curiosidad que susto.

 — El alma donde esperan secretas semillas no se espanta con las lluvias que se anuncian entre rumores de tormenta.

 El poder no corrompe, libera la corrupción larvada.

 — Se habla de “sociedad de consumo” para ocultar —ya que la producción es ideal progresista
 — que se trata de sociedad de producción.

 — Las fuerzas que han de arruinar una civilización colaboran desde su nacimiento con las fuerzas que la construyen.

 — Las revoluciones victoriosas han sido desbordamientos de codicias. Sólo las revoluciones derrotadas suelen ser insurrecciones de oprimidos.

 — La “instrucción religiosa” parece a veces inventada para contrarrestar la eficacia religiosa de la liturgia.

 — La sensibilidad religiosa oprimida por la Iglesia se refugia en extravagantes catacumbas.

 — El tañido de un esquilón conventual penetra en zonas del alma en donde no llega una voz campanuda.

 — Tres factores han corrompido, en América, la noble reciedumbre de la lengua española: el solecismo mental de inmigrante no-hispano, la facundia pueril del negro, la melancolía huraña y sumisa del indio.

 — Apetitos, codicias, pasiones, no amenazan la existencia del hombre mientras no se proclamen derechos del hombre, mientras no sean fermentos de divinidad.

 — Ser de “derecho divino” limitaba al monarca; el “mandatario del pueblo” es el representante del Absolutismo absoluto.

 Al texto que dejamos reposar se le desprenden solas las palabras sobrantes.

 — El pasado parece no haber dejado herederos.

 — El cinismo, como toda actitud dogmática, es demasiado fácil.

 — El moderno se serena pensando que “todo tiene solución”. ¡Cómo si no las hubiese siniestras!

 — Para confundir sobra la ambigüedad, basta la claridad.

 — La generalización inteligente debe llevar la impronta descifrable del hecho particular que la suscita.

 — Hay ideas que nos llaman y se van, como un aletazo nocturno a una ventana.

 — El técnico le habla al lego con petulancia de hechicero.

 — La sonrisa es divina, la risa humana, la carcajada animal.

 — A nada importante se llega simplemente caminando.
 Pero no basta saltar para cruzar el abismo, hay que tener alas.

 — En política sólo vale la pena escuchar la crítica que tiene principios pero no pautas.

 — La desaparición del campesinato y de las humanidades clásicas rompió la continuidad con el pasado.

 — Hoy el hombre culto entiende mejor hasta un rústico doctrinal de magia que a su vecino.

 — Los pecados que parecen “espléndidos” desde lejos no son más desde cerca que pequeños episodios sórdidos.

 — En no ver en el crimen sino el arrojo del asesino consiste la estupidez del inmoralismo.

 — El político, en una democracia, se convierte en bufón del pueblo soberano.

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