El pecado
L’Orthodoxie
hier-demain . Deuxième partie: La Pensée
Marc-Antoine Costa de
Beauregard
E. Buchet/Chastel.
Paris 1979
Pero el hombre, también dotado de plena libertad de
elección, sin la cual no sería más que un esclavo, como dice San Ireneo,
prefiere el de si al amor de Dios. Preocupados primero por la falsa ciencia del bien y del mal, entonces por
orgullo y codicia, se hunde en la noche del no-ser. Los padres ven menos el pecado
en una perspectiva moral de la transgresión de la prohibición que en una perspectiva
que es la del conocimiento (cf. 2 Pie 2). Todo el mal viene de la ignorancia
(agnoia). "El hombre era un niño. No tenía todavía el pleno uso de sus
facultades. Así que fue fácilmente engañado por el Seductor", dice San
Ireneo. Engañado por el Maligno, el hombre se desvía de Dios: entonces deja de
ser directamente alimentado por la gracia y se sigue la ruptura del equilibrio.
El deseo que atraía al hombre hacia lo inteligible y hacia lo que está más allá
de lo inteligible - Dios - ahora se vuelve hacia el mundo de los fenómenos. El
estado de pecado es en el fondo la reducción a la naturaleza sola; es la
pérdida de vida hipostática.
Esta desviación del amor de Dios hacia el amor de la
criatura y el amor de sí tiene consecuencias infinitamente dolorosas. La carne está
condenada a la descomposición y, por la misma razón, a la concupiscencia que es
la forma por excelencia que el instinto de conservación y el miedo a la muerte.
El alma, privada de su alimentación natural, es sacudida en sus profundidades.
La voluntad no está totalmente corrompida,
sino distorsionada. Y especialmente el espíritu está ahora abrumado por las
pasiones del alma. El macrocosmos entero, cuyo jefe está herido, está inmerso
en un proceso de desintegración.
La obra de salvación traída por la Muerte y Resurrección de
Cristo, será no solamente restaurar la imagen divina sino llevar a cabo la obra
interrumpida al que está llamado el hombre.
Dios se encarna, restaura la Vida eterna al hombre a través de
Su Muerte y Su Resurrección, le comunica en el Pentecostés la fuerza deificante
a través del Espíritu santificador y lo eleva siguiéndolo, en su Ascensión,
hasta la derecha del Padre.
- El misterio de Cristo
Cristo da a la humanidad la posibilidad de la deificación personal.
“Dios se hace hombre para que el hombre pueda se haga en Dios", dice la
Tradición. Por "amor a los hombres", Dios se hace carne al encontrar
la respuesta libre de la humanidad, el "sí" de la Virgen: "El
nombre de la Madre de Dios (theotokos) contiene toda la historia de la economía
divina en el mundo," dice San Juan Damasceno. Y Nicolás Cabasilas añade:
"La encarnación no era sólo la obra del Padre, de su Potencia y de su
Espíritu, sino también la obra de la voluntad y de la fe de la Virgen 107:
"Por eso el icono de la Encarnación es el icono de la Madre de Dios.
Habiendo asumido todas las imperfecciones de la humanidad sometida
al pecado, el Verbo se convirtió al mismo tiempo en "hombre perfecto"
uniendo en Su Persona divina lo ilimitado y lo limitado. Unidos en Él, las dos
naturalezas se compenetran (pericosis) por la potencia de las energías
increadas y creadas que realizan esta unión. Es por eso que la humanidad de
Cristo es una humanidad deificada, penetrada por las energías divinas desde la
Encarnación, humanidad deificada que es manifestada en la Transfiguración. La
gloria divina brilla a través de la carne humana y forma humana, lo mismo que a
través de la Cruz de Muerte ya brilla la Cruz de Resurrección: es una humanidad
deificada y siempre unida a Dios que recibimos de Cristo. Este principio es la
base de toda la cristología ortodoxa. Nunca podremos objetivar la humanidad de
Cristo, separarla de la divinidad a estudiarla por separado. Recibimos a Cristo
como el nuevo Adán, hombre en comunión con Dios.
Por eso Cristo es la esperanza del mundo. Al entregarnos la
participación plenaria en la vida trinitaria a través de la vida hipostática, nos
comunica una humanidad real y completa. No solamente nos revela la plenitud de
Dios, sino nos revela la plenitud de la humanidad.
Pero lo que nos concierne aún más directamente es la posibilidad
de nuestra unión personal con Dios. Lo que está deificado en Cristo, es su naturaleza humana,
la plenitud de la naturaleza humana, pero asumida en Su Persona, que es divina.
Lo que tenemos que hacer, es lograr esta deificación, pero en nuestra persona
que es humana. Haciendo por nuestra propia cuenta, lo que Cristo ha hecho de
una vez por todas. La obra de Cristo está consumada; en el presente viene la
obra del Espíritu que nos hace colaboradores de la obra común de la Trinidad.
Es a través de nuestra colaboración y nuestra deificación personal de que la
Iglesia, que es ya el Cuerpo de Cristo, se convertirá en “la plenitud del llena todo en todas las
cosas" (Efesios 1/23).
107 Nicolas Cabasilas Patrología
Oriental XIX (Paris 1925).Ver también Myrrha Lot-Borodine Nicolas Cabasilas (Paris 1958)
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