— Al reaccionario no lo indignan determinadas cosas, sino
cualquier cosa fuera de lugar.
— El reaccionario es el
guardián de las herencias.
Hasta de la herencia del
revolucionario.
— Para comprender al
filósofo no hay que inventariar sus ideas, sino identificar al ángel contra el
cual lucha.
— El escritor nos invita a
entender su idioma, no a traducirlo en el idioma de nuestras equivalencias.
— Escribir para la
posteridad no es ansiar que nos lean mañana.
Es aspirar a una
determinada calidad de escritura.
Aun cuando nadie nos lea.
—
No pertenezco a un mundo que perece.
Prolongo y
transmito una verdad que no muere.
— Camino entre tinieblas.
Pero me guía el olor de la
retama.
— Nada obliga al que tan
sólo medita a disputar con todo tonto que arguya.
— Aun la más discreta
verdad le parece al moderno una insufrible impertinencia.
— La vigencia de una idea
no depende de su validez, depende de conjunturas casuales.
— Las evidencias de una
época parecen enigmas a otra época, y sus enigmas evidencias.
En ciclos sin fin.
— La moda adopta las
filosofías que esquivan cautelosamente los problemas.
— Lo que significa la
belleza de un poema no tiene relación alguna con lo que el poema significa.
— Entre el polo del
desierto y el polo de la urbe se extiende la zona ecuatorial de la
civilización.
— Para sanar al paciente
que lesionó en el XIX, la sociedad industrial tuvo que embrutecerlo en el XX.
La miseria espiritual paga
la prosperidad industrial.
— De la actual anemia del
arte culpemos la doctrina que aconseja a cada artista preferir la invención de
un idioma estético propio al manejo inconfundible de un idioma estético común.
— El marxista llama “verdad
de clase” la que su clase le impide entender.
— Sin imaginación alerta la
inteligencia encalla.
— En las ciencias humanas
se toma la última moda por el último estado de la ciencia.
— La perfección de la obra
de arte depende del grado de obediencia de sus diversos elementos a su debida
jerarquía.
— Socialismo es el nombre
comercial del capitalismo de estado en el mercado electoral.
— Los “complejos” que no
robustecemos publicándolos, en vez de envenenarnos, a menudo se suicidan.
— Un conjunto personal de
soluciones auténticas no tiene coherencia de sistema sino de sinfonía.
— La cortesía es actitud
del que no necesita presumir.
— El tonto llama”
prejuicios” las conclusiones que no entiende.
— Solo debe inquietarnos lo
que hacemos, aun cuando sólo cuenta lo que somos.
— Las ideas nuevas
ocasionan remolinos en la historia; las sensibilidades nuevas cambian su curso.
— “Actualidad” designa la
suma de lo insignificante.
— Tratemos de
adherir siempre al que pierde, para no tener que avergonzarnos de lo que hace
siempre el que gana.
— Ser común y corriente sin
ser predecible es el secreto de la buena prosa.
— Los problemas también se
reparten en clases sociales. Hay problemas nobles, problemas plebeyos, e
innúmeros problemas de medio pelo.
— Cuando un idioma se
corrompe sus parlantes creen que se remoza.
En el verdor de la prosa
actual hay visos de carne mortecina.
— Las comunicaciones
fáciles trivializan hasta lo urgente.
— Las aclamaciones de una época suelen ser más incomprensibles que
sus incomprensiones.
— Los temas intocables
abundan en tiempos democráticos. Raza, morbos, clima, resultan allí substancias
caústicas. Nefando es allí lo que pueda implicar que la humanidad no es causa sui.
— El irrevocable edicto de
demolición del mundo moderno nos dejó tan sólo la facultad de elegir al
demoledor.
Ángel o demonio.
— Las revoluciones sólo
legan a la literatura los lamentos de sus víctimas y las invectivas de sus
enemigos.
— Los que viven en
crepúsculos de la historia se figuran que el día nace cuando la noche se
aproxima.
— La voz que nos seduce no
es la voz con que el escritor nace, sino la que nace del encuentro de su
talento con su idioma.
La persona misteriosa
elaborada por el uso inconfundible de un lenguaje.
— “Reconciliación del
hombre consigo mismo”
— la más acertada
definición de la estupidez.
— El principio de individuación en la sociedad es la creencia en
el alma.
— Mientras menos adjetivos
gastemos, más difícil mentir.
— Una pudibundez ridícula
no le permite hoy al escritor inteligente tratar sino temas obscenos. Pero ya
que aprendió a no avergonzarse de nada, no debiera avergonzarse de los
sentimientos decentes.
— El revolucionario no
descubre el “auténtico espíritu de la revolución” sino ante el tribunal
revolucionario que lo condena.
— La mentira es la musa de
las revoluciones: inspira sus programas, sus proclamaciones, sus panegíricos.
Pero olvida amordazar a sus
testigos.
— La
lectura es droga insuperable, porque más que a la mediocridad de nuestras vidas
nos permite escapar a la mediocridad de nuestras almas.
— La
persona que no sea algo absurda resulta insoportable.
— La familiaridad
sistemática es hipocresía de igualitario que se juzga a sí mismo inferior, o
superior, pero no igual.
— Cuidémonos del discurso
donde abunde el adjetivo “natural” sin comillas: alguien se engaña a sí mismo,
o quiere engañarnos.
Desde las fronteras
naturales hasta la religión natural.
— El pensamiento genuino
sólo descubre sus principios al fin.
— La algarabía de las
“explicaciones” calla, cuando una totalidad individual alza la voz.
— Ni petrificarnos en
nuestros gustos primiciales, ni oscilar al soplo de gustos ajenos. Los dos
mandamientos del gusto.
— La aristocracia auténtica
es un sueño popular traicionado por las aristocracias históricas.
— La poesía tiene que
deslizarse en este fosco atardecer como perdiz entre las hierbas.
— La inteligencia, en
ciertas épocas, tiene que consagrarse meramente a restaurar definiciones.
— Asociados a humildad,
hasta los defectos resultan virtudes inéditas.
— Las miradas de los
actuantes parecen, en las instantáneas fotográficas de incidentes
revolucionarios, mitad cretinas mitad dementes.
— En tiempos aristocráticos
lo que tiene valor no tiene precio; en tiempos democráticos lo que no tiene
precio no tiene valor.
— Los supuestos enemigos de
las burguesía son jardineros expertos que podan sus ramas caducas.
La sociedad burguesa no
peligra mientras sus enemigos admiren lo que admira.
— El diálogo sincero acaba
en pelotera.
— La historia no tiene
leyes que permitan predecir; pero tiene contextos que permiten explicar; y
tendencias, que permiten presentir.
— La mentalidad burguesa de
la izquierda reconstruirá sucesivamente todas las sociedades burguesas que la
izquierda sucesivamente destruya.
— “Encontrarse”,
para el moderno, quiere decir disolverse en una colectividad cualquiera.
— La grandilocuencia del
mensajero suele ser proporcional a la insignificancia del mensaje.
— Proponiéndonos fines
prácticos acabamos siempre de brazo con prójimos que no hubiéramos querido
tocar con el pie.
— El error no está en soñar
que existan jardines secretos, sino en soñar que tienen puertas.
— Los Evangelios, en manos
del clero progresista, degeneran en recopilación de trivialidades éticas.
— Es más fácil hacer
aceptar una verdad nueva que hacer abandonar los errores que refuta.
— El catedrático sólo logra
embalsamar las ideas que le entregan.
— El que anhela la
“comunicación perfecta” entre los individuos, su “perfecta transparencia”
recíproca, su mutua “posesión perfecta”, como cierto pontífice de izquierda,
anhela la perfecta sociedad totalitaria.
— Exigirle a la
inteligencia que se abstenga de juzgar le mutila su facultad de comprender.
En el juicio de valor la
comprensión culmina.
— El terrorismo no surge
donde existen opresores y oprimidos, sino donde los que se dicen oprimidos no
confrontan opresores.
— No existe verdad en las
ciencias humanas que no sea forzoso redescubrir cada ocho días.
— La mente moderna se
anquilosó por creer que hay problemas resueltos.
— El
izquierdista emula al devoto que sigue venerando la reliquia después de
comprobar la impostura del milagro.
— Las civilizaciones son
bullicio estival de insectos entre dos inviernos.
— El que se “supera”
ostenta meramente su inopia en más conspicuo sitio.
— “Sociedad sin clases” es
aquella donde no hay aristocracia, ni pueblo.
Donde sólo circula el
burgués.
— Lo
que el reaccionario dice nunca interesa a nadie.
Ni cuando lo
dice, porque parece absurdo; ni al cabo de unos años, porque parece obvio.
— El absolutismo,
intelectual o político, es el pecado capital contra el método jerárquico.
Usurpación, por uno de los
términos de un sistema, de los fueros de los otros.
— “Rueda de la fortuna” es
mejor alegoría de la historia que “evolución de la humanidad”.
— Las ilusiones son las
plagas del que renuncia a la esperanza.
— La libertad embriaga como
licencia de ser otro.
— Sólo el fracaso político
de la derecha equilibra, en nuestro tiempo, el fracaso literario de la
izquierda.
— Para actuar se requiere
una noción operacional del objeto, pero se requiere una noción poética para
comprender.
— El cristianismo no enseña
que el problema tenga solución, sino que la invocación tiene respuesta.
— El filósofo no demuestra,
muestra.
Nada dice al que no ve.
— Dios acaba de parásito en
las almas donde predomina la ética.
— El teólogo deprava la
teología queriendo convertirla en ciencia.
Buscándole reglas a la
gracia.
— Lo difícil no es creer en
Dios, sino creer que le importemos.
— Por haberse presumido
capaz de darle plenitud al mundo, el moderno lo ve volverse cada día más vacío.
— Sociedad civilizada es
aquella donde dolor y placer físico no son los argumentos únicos.
— El cristiano sabe que
nada puede reclamar, pero que puede esperar todo.
— Renunciamos más
fácilmente a una realidad que a sus símbolos.
— El cristianismo no
resuelve “problemas”; meramente nos obliga a vivirlos en más alto nivel.
Los que pretenden que los
resuelva lo enredan en la ironía de toda solución.
— La cortesía es obstáculo
al progreso.
— Porque fallaron los
cálculos de sus expectativas, el tonto cree burlada la locura de nuestras
esperanzas.
— Tanto en la sociedad como
en el alma, cuando las jerarquías dimiten los apetitos mandan.
— Carecemos de más sólidas
razones para prever que habrá un mañana que para creer que habrá otra vida.
— “Concientizar”
es la variante púdica de adoctrinar.
— Las generaciones
recientes circulan entre los escombros de la cultura de Occidente como caravana
de turistas japoneses por las ruinas de Palmira.
— El espíritu no se
transmite de un mortal a otro mortal mediante fórmulas.
Más fácilmente que por un
concepto, el espíritu pasa de un alma a otra alma por una quebradura de la voz.
— El espíritu es falible
sumisión a normas, no infalible sujeción a leyes.
— Los
reaccionarios eludimos necesariamente por fortuna la vulgaridad del perfecto
ajuste a las modas del día.
— El pecado mortal del
crítico está en soñar secretamente que podría perfeccionar al autor.
— Tan sólo entre amigos no
hay rangos.
— La mano que no supo
acariciar no sabe escribir.
— Las
experiencias espiritualmente más hondas no provienen de meditaciones
intelectuales profundas, sino de la visión privilegiada de algo concreto.
En el larario del alma no
veneramos grandes dioses, sino fragmentos de frases, gajo de sueños.
— Las distintas posturas
del hombre lo colocan ante valores distintos.
No existe posición
privilegiada desde la cual se observe la conjunción de todos en un valor único.
— La tradición es obra del
espíritu que, a su vez, es obra de la tradición. Cuando una tradición perece el
espíritu se extingue, y las presentaciones que plasmó en objetos revierten a su
condición de utensilios.
— El mundo no es lugar
donde el alma se aventura, sino su aventura misma.
— Retórica es todo lo que
exceda lo estrictamente necesario para convencerse a sí mismo.
— La técnica
tradicional educaba, porque su aprendizaje trasmitía gestos insertos en un modo
de existencia; la enseñanza de la técnica racionalista meramente instruye,
trasmitiendo gestos solos.
— Las ideas nuevas suelen
ser rescoldo que avivan nuevos soplos del espíritu.
— El hombre no sabe que
destruye sino después de haberlo destruido.
— Si las palabras no
reemplazan nada, sólo ellas completan todo.
— El que se dice respetuoso
de todas las ideas se confiesa listo a claudicar.
— Porque sabemos que el
individuo le importa a Dios, no olvidemos que la humanidad parece importarle
poco.
— Morir es el signo
inequívoco de nuestra dependencia.
Nuestra dependencia es el
fundamento inequívoco de nuestra esperanza.
— Resolvemos ciertos
problemas demostrando que no existen y de otros negamos que existan para no
tener que resolverlos.
— El hombre cortés seduce
en secreto aún al que lo insulta.
— De
lo importante no hay pruebas, sino testimonios.
— Las reglas éticas varían,
el honor no cambia.
Noble es el que prefiere
fracasar a envilecer las herramientas de su triunfo.
— Al que yerra de buena
voluntad se le imputan a la vez su buena voluntad y su error.
— Las exigencias del honor
crecen con el rango de las obligaciones y parecen pronto extravagantes a las
almas plebeyas.
— Lo que vuelve sonrisa la
contracción de unos músculos es el roce de invisibles alas.
— Si pudiéramos demostrar
la existencia de Dios, todo se habría sometido al fin a la soberanía del
hombre.
— Los pasos de la gracia
nos espantan como pasos de transeúnte entre la niebla.
— Todo lo que vale en el
mundo le es incongruo, y el mundo no lo arrastra consigo hacia su ocaso.
Nuestras dichas pretéritas
nos esperan al final de la jornada para ungir nuestros pies heridos.
— La pasividad de las cosas
nos engaña: nada manipulamos con descaro sin herir a un dios.
— Siempre hay Termópilas en
donde morir.
— Reducir el pensamiento
ajeno a sus motivos supuestos nos impide comprenderlo.
— Las noticias son el
substituto de las verdades.
— La definición ubica el
objeto, pero sólo la descripción lo capta.
— El alma sólo se forja
bajo innúmeras atmósferas de sueños.
— Los problemas metafísicos
no acosan al hombre para que los resuelva, sino para que los viva.
— Para obtener del técnico
exclusiva aplicación a su oficio, la sociedad industrial, sin deformarle el
cráneo, le comprime el cerebro.
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