jueves, 6 de junio de 2019

Escolios a un texto implícito 14 (Nicolás Gómez Dávila)


— Al reaccionario no lo indignan determinadas cosas, sino cualquier cosa fuera de lugar.

 — El reaccionario es el guardián de las herencias.
 Hasta de la herencia del revolucionario.

 — Para comprender al filósofo no hay que inventariar sus ideas, sino identificar al ángel contra el cual lucha.

 — El escritor nos invita a entender su idioma, no a traducirlo en el idioma de nuestras equivalencias.

 — Escribir para la posteridad no es ansiar que nos lean mañana.
 Es aspirar a una determinada calidad de escritura.
 Aun cuando nadie nos lea.

 — No pertenezco a un mundo que perece.
 Prolongo y transmito una verdad que no muere.

 — Camino entre tinieblas.
 Pero me guía el olor de la retama.

 — Nada obliga al que tan sólo medita a disputar con todo tonto que arguya.

 — Aun la más discreta verdad le parece al moderno una insufrible impertinencia.

 — La vigencia de una idea no depende de su validez, depende de conjunturas casuales.

 — Las evidencias de una época parecen enigmas a otra época, y sus enigmas evidencias.
 En ciclos sin fin.

 — La moda adopta las filosofías que esquivan cautelosamente los problemas.

 — Lo que significa la belleza de un poema no tiene relación alguna con lo que el poema significa.

 — Entre el polo del desierto y el polo de la urbe se extiende la zona ecuatorial de la civilización.

 — Para sanar al paciente que lesionó en el XIX, la sociedad industrial tuvo que embrutecerlo en el XX.
 La miseria espiritual paga la prosperidad industrial.

 — De la actual anemia del arte culpemos la doctrina que aconseja a cada artista preferir la invención de un idioma estético propio al manejo inconfundible de un idioma estético común.

 — El marxista llama “verdad de clase” la que su clase le impide entender.

 — Sin imaginación alerta la inteligencia encalla.

 — En las ciencias humanas se toma la última moda por el último estado de la ciencia.

 — La perfección de la obra de arte depende del grado de obediencia de sus diversos elementos a su debida jerarquía.

 — Socialismo es el nombre comercial del capitalismo de estado en el mercado electoral.

 — Los “complejos” que no robustecemos publicándolos, en vez de envenenarnos, a menudo se suicidan.

 — Un conjunto personal de soluciones auténticas no tiene coherencia de sistema sino de sinfonía.

 — La cortesía es actitud del que no necesita presumir.

 — El tonto llama” prejuicios” las conclusiones que no entiende.

 — Solo debe inquietarnos lo que hacemos, aun cuando sólo cuenta lo que somos.

 — Las ideas nuevas ocasionan remolinos en la historia; las sensibilidades nuevas cambian su curso.

 — “Actualidad” designa la suma de lo insignificante.

 — Tratemos de adherir siempre al que pierde, para no tener que avergonzarnos de lo que hace siempre el que gana.

 — Ser común y corriente sin ser predecible es el secreto de la buena prosa.

 — Los problemas también se reparten en clases sociales. Hay problemas nobles, problemas plebeyos, e innúmeros problemas de medio pelo.

 — Cuando un idioma se corrompe sus parlantes creen que se remoza.
 En el verdor de la prosa actual hay visos de carne mortecina.

 — Las comunicaciones fáciles trivializan hasta lo urgente.
— Las aclamaciones de una época suelen ser más incomprensibles que sus incomprensiones.

 — Los temas intocables abundan en tiempos democráticos. Raza, morbos, clima, resultan allí substancias caústicas. Nefando es allí lo que pueda implicar que la humanidad no es causa sui.

 — El irrevocable edicto de demolición del mundo moderno nos dejó tan sólo la facultad de elegir al demoledor.
 Ángel o demonio.

 — Las revoluciones sólo legan a la literatura los lamentos de sus víctimas y las invectivas de sus enemigos.

 — Los que viven en crepúsculos de la historia se figuran que el día nace cuando la noche se aproxima.

 — La voz que nos seduce no es la voz con que el escritor nace, sino la que nace del encuentro de su talento con su idioma.
 La persona misteriosa elaborada por el uso inconfundible de un lenguaje.

 — “Reconciliación del hombre consigo mismo”
 — la más acertada definición de la estupidez.
— El principio de individuación en la sociedad es la creencia en el alma.

 — Mientras menos adjetivos gastemos, más difícil mentir.

 — Una pudibundez ridícula no le permite hoy al escritor inteligente tratar sino temas obscenos. Pero ya que aprendió a no avergonzarse de nada, no debiera avergonzarse de los sentimientos decentes.

 — El revolucionario no descubre el “auténtico espíritu de la revolución” sino ante el tribunal revolucionario que lo condena.

 — La mentira es la musa de las revoluciones: inspira sus programas, sus proclamaciones, sus panegíricos.
 Pero olvida amordazar a sus testigos.

 La lectura es droga insuperable, porque más que a la mediocridad de nuestras vidas nos permite escapar a la mediocridad de nuestras almas.

 La persona que no sea algo absurda resulta insoportable.

 — La familiaridad sistemática es hipocresía de igualitario que se juzga a sí mismo inferior, o superior, pero no igual.

 — Cuidémonos del discurso donde abunde el adjetivo “natural” sin comillas: alguien se engaña a sí mismo, o quiere engañarnos.
 Desde las fronteras naturales hasta la religión natural.

 — El pensamiento genuino sólo descubre sus principios al fin.

 — La algarabía de las “explicaciones” calla, cuando una totalidad individual alza la voz.

 — Ni petrificarnos en nuestros gustos primiciales, ni oscilar al soplo de gustos ajenos. Los dos mandamientos del gusto.

 — La aristocracia auténtica es un sueño popular traicionado por las aristocracias históricas.

 — La poesía tiene que deslizarse en este fosco atardecer como perdiz entre las hierbas.

 — La inteligencia, en ciertas épocas, tiene que consagrarse meramente a restaurar definiciones.

 — Asociados a humildad, hasta los defectos resultan virtudes inéditas.

 — Las miradas de los actuantes parecen, en las instantáneas fotográficas de incidentes revolucionarios, mitad cretinas mitad dementes.

 — En tiempos aristocráticos lo que tiene valor no tiene precio; en tiempos democráticos lo que no tiene precio no tiene valor.

 — Los supuestos enemigos de las burguesía son jardineros expertos que podan sus ramas caducas.
 La sociedad burguesa no peligra mientras sus enemigos admiren lo que admira.

 — El diálogo sincero acaba en pelotera.

 — La historia no tiene leyes que permitan predecir; pero tiene contextos que permiten explicar; y tendencias, que permiten presentir.

 — La mentalidad burguesa de la izquierda reconstruirá sucesivamente todas las sociedades burguesas que la izquierda sucesivamente destruya.

 “Encontrarse”, para el moderno, quiere decir disolverse en una colectividad cualquiera.

 — La grandilocuencia del mensajero suele ser proporcional a la insignificancia del mensaje.

 — Proponiéndonos fines prácticos acabamos siempre de brazo con prójimos que no hubiéramos querido tocar con el pie.

 — El error no está en soñar que existan jardines secretos, sino en soñar que tienen puertas.

 — Los Evangelios, en manos del clero progresista, degeneran en recopilación de trivialidades éticas.

 — Es más fácil hacer aceptar una verdad nueva que hacer abandonar los errores que refuta.

 — El catedrático sólo logra embalsamar las ideas que le entregan.

 — El que anhela la “comunicación perfecta” entre los individuos, su “perfecta transparencia” recíproca, su mutua “posesión perfecta”, como cierto pontífice de izquierda, anhela la perfecta sociedad totalitaria.

 — Exigirle a la inteligencia que se abstenga de juzgar le mutila su facultad de comprender.
 En el juicio de valor la comprensión culmina.

 — El terrorismo no surge donde existen opresores y oprimidos, sino donde los que se dicen oprimidos no confrontan opresores.

 — No existe verdad en las ciencias humanas que no sea forzoso redescubrir cada ocho días.

 — La mente moderna se anquilosó por creer que hay problemas resueltos.

 El izquierdista emula al devoto que sigue venerando la reliquia después de comprobar la impostura del milagro.

 — Las civilizaciones son bullicio estival de insectos entre dos inviernos.

 — El que se “supera” ostenta meramente su inopia en más conspicuo sitio.

 — “Sociedad sin clases” es aquella donde no hay aristocracia, ni pueblo.
 Donde sólo circula el burgués.

 Lo que el reaccionario dice nunca interesa a nadie.
 Ni cuando lo dice, porque parece absurdo; ni al cabo de unos años, porque parece obvio.

 — El absolutismo, intelectual o político, es el pecado capital contra el método jerárquico.
 Usurpación, por uno de los términos de un sistema, de los fueros de los otros.

 — “Rueda de la fortuna” es mejor alegoría de la historia que “evolución de la humanidad”.

 — Las ilusiones son las plagas del que renuncia a la esperanza.

 — La libertad embriaga como licencia de ser otro.

 — Sólo el fracaso político de la derecha equilibra, en nuestro tiempo, el fracaso literario de la izquierda.

 — Para actuar se requiere una noción operacional del objeto, pero se requiere una noción poética para comprender.

 — El cristianismo no enseña que el problema tenga solución, sino que la invocación tiene respuesta.

 — El filósofo no demuestra, muestra.
 Nada dice al que no ve.

 — Dios acaba de parásito en las almas donde predomina la ética.

 — El teólogo deprava la teología queriendo convertirla en ciencia.
 Buscándole reglas a la gracia.

 — Lo difícil no es creer en Dios, sino creer que le importemos.

 — Por haberse presumido capaz de darle plenitud al mundo, el moderno lo ve volverse cada día más vacío.

 — Sociedad civilizada es aquella donde dolor y placer físico no son los argumentos únicos.

 — El cristiano sabe que nada puede reclamar, pero que puede esperar todo.

 — Renunciamos más fácilmente a una realidad que a sus símbolos.

 — El cristianismo no resuelve “problemas”; meramente nos obliga a vivirlos en más alto nivel.
 Los que pretenden que los resuelva lo enredan en la ironía de toda solución.

 — La cortesía es obstáculo al progreso.

 — Porque fallaron los cálculos de sus expectativas, el tonto cree burlada la locura de nuestras esperanzas.

 — Tanto en la sociedad como en el alma, cuando las jerarquías dimiten los apetitos mandan.

 — Carecemos de más sólidas razones para prever que habrá un mañana que para creer que habrá otra vida.

 — “Concientizar” es la variante púdica de adoctrinar.

 — Las generaciones recientes circulan entre los escombros de la cultura de Occidente como caravana de turistas japoneses por las ruinas de Palmira.

 — El espíritu no se transmite de un mortal a otro mortal mediante fórmulas.
 Más fácilmente que por un concepto, el espíritu pasa de un alma a otra alma por una quebradura de la voz.

 — El espíritu es falible sumisión a normas, no infalible sujeción a leyes.

 Los reaccionarios eludimos necesariamente por fortuna la vulgaridad del perfecto ajuste a las modas del día.

 — El pecado mortal del crítico está en soñar secretamente que podría perfeccionar al autor.

 — Tan sólo entre amigos no hay rangos.

 — La mano que no supo acariciar no sabe escribir.

 Las experiencias espiritualmente más hondas no provienen de meditaciones intelectuales profundas, sino de la visión privilegiada de algo concreto.
 En el larario del alma no veneramos grandes dioses, sino fragmentos de frases, gajo de sueños.

 — Las distintas posturas del hombre lo colocan ante valores distintos.
 No existe posición privilegiada desde la cual se observe la conjunción de todos en un valor único.

 — La tradición es obra del espíritu que, a su vez, es obra de la tradición. Cuando una tradición perece el espíritu se extingue, y las presentaciones que plasmó en objetos revierten a su condición de utensilios.

 — El mundo no es lugar donde el alma se aventura, sino su aventura misma.

 — Retórica es todo lo que exceda lo estrictamente necesario para convencerse a sí mismo.

 — La técnica tradicional educaba, porque su aprendizaje trasmitía gestos insertos en un modo de existencia; la enseñanza de la técnica racionalista meramente instruye, trasmitiendo gestos solos.

 — Las ideas nuevas suelen ser rescoldo que avivan nuevos soplos del espíritu.

 — El hombre no sabe que destruye sino después de haberlo destruido.

 — Si las palabras no reemplazan nada, sólo ellas completan todo.

 — El que se dice respetuoso de todas las ideas se confiesa listo a claudicar.

 — Porque sabemos que el individuo le importa a Dios, no olvidemos que la humanidad parece importarle poco.

 — Morir es el signo inequívoco de nuestra dependencia.
 Nuestra dependencia es el fundamento inequívoco de nuestra esperanza.

 — Resolvemos ciertos problemas demostrando que no existen y de otros negamos que existan para no tener que resolverlos.

 — El hombre cortés seduce en secreto aún al que lo insulta.

 — De lo importante no hay pruebas, sino testimonios.

 — Las reglas éticas varían, el honor no cambia.
 Noble es el que prefiere fracasar a envilecer las herramientas de su triunfo.

 — Al que yerra de buena voluntad se le imputan a la vez su buena voluntad y su error.

 — Las exigencias del honor crecen con el rango de las obligaciones y parecen pronto extravagantes a las almas plebeyas.

 — Lo que vuelve sonrisa la contracción de unos músculos es el roce de invisibles alas.

 — Si pudiéramos demostrar la existencia de Dios, todo se habría sometido al fin a la soberanía del hombre.

 — Los pasos de la gracia nos espantan como pasos de transeúnte entre la niebla.

 — Todo lo que vale en el mundo le es incongruo, y el mundo no lo arrastra consigo hacia su ocaso.
 Nuestras dichas pretéritas nos esperan al final de la jornada para ungir nuestros pies heridos.

 — La pasividad de las cosas nos engaña: nada manipulamos con descaro sin herir a un dios.

 — Siempre hay Termópilas en donde morir.

 — Reducir el pensamiento ajeno a sus motivos supuestos nos impide comprenderlo.

 — Las noticias son el substituto de las verdades.

 — La definición ubica el objeto, pero sólo la descripción lo capta.

 — El alma sólo se forja bajo innúmeras atmósferas de sueños.

 — Los problemas metafísicos no acosan al hombre para que los resuelva, sino para que los viva.

 — Para obtener del técnico exclusiva aplicación a su oficio, la sociedad industrial, sin deformarle el cráneo, le comprime el cerebro.

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