— Pocas personas no
requieren que las circunstancias les compliquen un poco el alma.
— El
costo del progreso se computa en tontos.
— El mimetismo embelesado
del meteco es el disolvente de las culturas. Una cultura, en efecto, no perece
absorbiendo elementos exóticos, sino siendo asimilada y difundida por mentes
foráneas.
— Las culturas moribundas
intentan sobrevivir imitándose sistemáticamente o radicalmente innovando. La
salud espiritual está, al contrario, en prolongar sin imitar y en innovar sin
abolir.
— Los modos infalibles de
ganar son más desastrosos que cualquier derrota.
— El escenario de la
historia se volvió sofocante.
De los ilimitados espacios
prehistóricos hemos llegado a la ubicuidad posible del más trivial
acontecimiento.
— El biógrafo no debe
confundir su compromiso de decirnos el cómo de su biografiado con la ridícula
pretensión de explicarnos el porqué.
— Las distancias entre
naciones, clases sociales, culturas, razas, son poca cosa.
La grieta corre entre la
mente plebeya y la mente patricia.
— El que irrespeta para
demostrar su igualdad patentiza su inferioridad.
— Para desatar grandes
catástrofes no se necesitan hoy grandes ambiciones, basta la acumulación de
pequeñas codicias.
— El lujo moderno desarma
la envidia.
— Saber leer es lo último
que se aprende.
— Al
que pregunte con angustia qué toca hacer hoy, contestemos con probidad que hoy
sólo cabe una lucidez impotente.
— El pecado deja de parecer
ficción, cuando hemos recibido en plena cara el impacto de su vulgaridad
estética.
— Educar no es transmitir
recetas, sino repugnancias y fervores.
— El sacrificio de la misa
es hoy el suplicio de la liturgia.
— El moderno es menos
orgulloso que presumido.
— La austeridad religiosa
fascina, la severidad ética repele.
— La inteligencia se
capacita para descubrir verdades nuevas redescubriendo viejas verdades.
— El moralismo rígido
embota la sensibilidad ética.
— La mirada de cualquier
hombre inteligente hace tropezar a cualquier dignatario.
— La más grave acusación
contra el mundo moderno es su arquitectura.
— La humanidad es el único
dios totalmente falso.
— Es reaccionario
quienquiera no esté listo a comprar su victoria a cualquier precio.
— Nadie es importante
durante largo tiempo sin volverse bobo.
— El atardecer de ciertas
vidas no tiene patetismo de ocaso sino plenitud de mediodía.
— El hombre práctico frunce
un ceño perplejo al oír ideas inteligentes, tratando de resolver si oye
pamplinas o impertinencias.
— Al público no lo
convencen sino las conclusiones de raciocinios cuyas premisas ignora.
— En la historia es sensato
esperar milagros y absurdo confiar en proyectos.
— El intelectual irrita al
hombre culto como el adolescente al adulto, no por la audacia de sus
ocurrencias sino por la trivialidad de sus petulancias.
— El infortunio hoy día de
innúmeras almas decentes está en tener que desdeñar, sin saber en nombre de qué
hacerlo.
— El
estilo es orden a que el hombre somete el caos.
— El determinista jura que
no había pólvora, cuando la pólvora no estalla; jamás sospecha que alguien
apagó la mecha.
— Proclamar al cristianismo
“cuna del mundo moderno” es una acusación grave o una grave calumnia.
— El libro que una
“juventud contemporánea” adopta necesita decenios de penitencia para expiar las
sandeces que inspira.
— Hombre decente es el que
se hace a sí mismo exigencias que las circunstancias no le hacen.
— La actividad
revolucionaria del joven es el “rite de passage” entre la adolescencia y la
burguesía.
— Cada cual sitúa su
incredulidad en sitio distinto.
La mía se acumula donde
nadie duda.
— Creo más en la sonrisa
que en la cólera de Dios.
— El especialista, en las
ciencias humanas, ambiciona ante todo cuantificar lo obvio.
— El escepticismo no mutila
la fe, la poda.
— No bastan las palabras
para que una civilización se transmita. Cuando su paisaje arquitectónico se
derrumba, el alma de una civilización deserta.
— El gusto no se deshonra
con lo que le plazca o deteste, sino con lo que erróneamente equipare.
— El alma es cantidad que
decrece a medida que más individuos se agrupan.
— Al suprimir determinadas
liturgias suprimimos determinadas evidencias.
Talar bosques sagrados es
borrar huellas divinas.
— Sólo el escepticismo
estorba la incesante entronización de ídolos.
— “Etre absolument moderne”
es el anhelo específico del pequeño burgués.
— La calidad de una
inteligencia depende menos de lo que entiende que de lo que la hace sonreír.
— Lo más inquietante en la
actitud del clero actual es que sus buenas intenciones parezcan a menudo
incuestionables.
— Los resultados no
cambian, aun cuando todo cambie, si la sensibilidad no cambia.
— El tonto grita que
negamos el problema cuando mostramos la falsedad de su solución favorita.
— El moderno es el hombre
que olvida lo que el hombre sabe del hombre.
— Las culturas se resecan
cuando sus ingredientes religiosos se evaporan.
— El estado merecerá
respeto nuevamente, cuando nuevamente se restrinja a simple perfil político de
una sociedad constituida.
— Todo cristiano ha sido
directamente responsable del endurecimiento de algún incrédulo.
— El reflorecimiento
periódico de lo que decreta obsoleto le amarga la vida al progresista.
— La
fe no es asentimiento a conceptos, sino repentino resplandor que nos postra.
— En el océano de la fe se
pesca con una red de dudas.
— El consentimiento no
funda la autoridad, la confiesa.
— El nombre con que se nos
conoce es meramente el más conocido de nuestros seudónimos
— El artista no compite con
sus congéneres, batalla con su ángel.
— El libro ameno no atrae
al tonto mientras no lo cauciona una interpretación pedante.
— El moderno se asorda de
música, para no oírse.
— Entre los inventos de la
soberbia humana se desliza finalmente uno que los destruye a todos.
— La explicación implica,
la comprensión despliega. La explicación empobrece, identificando los términos;
la comprensión enriquece, diversificándolos.
— La verdad total no será
empacho de un proceso dialéctico que engulle todas las verdades parciales, sino
límpida estructura en que se ordenan.
— El desgaste de un idioma
es más rápido, y la civilización que sobre él se asienta más frágil, cuando el
pedantismo gramatical se olvida. Las civilizaciones son períodos de gramática
normativa.
—
No es tanto la zambra plebeya que las revoluciones desatan lo que espanta al
reaccionario, como el orden celosamente burgués que engendran.
— El pintoresco traje de
revolucionario se descolora insensiblemente en severo uniforme de policía.
— Sin estructura jerárquica
no es posible transformar la libertad de fábula en hecho.
El liberal descubre siempre
demasiado tarde que el precio de la igualdad es el estado omnipotente.
— Reaccionarios y marxistas
viviremos igualmente incómodos en la sociedad futura; pero los marxistas
mirarán con ojos de padre estupefacto, nosotros con ironía de forastero.
— El emburguesamiento del
proletariado se originó en su conversión al evangelio industrial que el
socialismo predica.
— El número creciente de
los que juzgan “inaceptable” el mundo moderno nos confortaría, si no los
supiéramos cautivos de las mismas convicciones que lo hicieron inaceptable.
— La prontitud con que la
sociedad moderna absorbe a sus enemigos no se explicaría, si la gritería aparentemente hostil no fuese simple requerimiento de
promociones impacientes.
— Nada cura al progresista.
Ni siquiera los pánicos
frecuentes que le propina el progreso.
— Los economistas se
equivocan infaliblemente porque se figuran que extrapolar permite predecir.
— Los modelos en las
ciencias humanas se transforman subrepticiamente, con suma desenvoltura, de
herramientas analíticas en resultados del análisis.
— No es a resolver
contradicciones, sino a ordenarlas, a lo que podemos pretender.
— La historia es menos
evolución de la humanidad que despliegue de facetas de la naturaleza humana.
— Innúmeros problemas
provienen del método con que pretendemos resolverlos.
— A la humanidad, en su
jornada, sólo no le llagan los pies los zapatos viejos.
— La historia del
cristianismo sería sospechosamente humana, si no fuese aventura de un dios
encarnado. El cristianismo asume la miseria de la historia, como Cristo la del
hombre.
— De los problemas que
ensucian nos salvan los problemas que angustian.
— Las tesis de la izquierda
son raciocinios cuidadosamente suspendidos antes de llegar al argumento que los
liquida.
— El
que no se agita sin descanso, para hartar su codicia, siempre se siente en la
sociedad moderna un poco culpable.
— La lucidez es el botín
del derrotado.
— Si no encuentra sucesivas
barreras de incomprensión, la obra de arte no impone su significado.
— Las supuestas vidas
frustradas suelen ser meras petulantes ambiciones frustradas.
— En toda época hay dos
tipo de lectores: el curioso de novedades y el aficionado a la literatura.
— Lo que el historiador de
izquierda considera central en una época no ha sido nunca tema de obras que la
posteridad admire.
— Al objeto no lo
constituye la suma de sus representaciones posibles, sino la de sus
representaciones estéticamente satisfactorias.
— La pedantería es el arma
con que el profesional protege sus intereses gremiales.
— Los hombres no
se proclaman iguales porque se creen hijos de Dios, sino cuando se creen partícipes
de la divinidad.
— Al mundo moderno
precisamente lo condena todo aquello con que el moderno pretende justificarlo.
— El placer estético es
criterio supremo para las almas bien nacidas.
— Para refutar la nueva
moral basta observar el rostro de sus adeptos envejecidos.
— El capitalismo es la faz
vulgar del alma moderna, el socialismo su faz tediosa.
— El
reaccionario no solamente tiene olfato para husmear lo absurdo, también tiene
paladar para saborearlo.
— La integración creciente
de la humanidad le facilita meramente compartir los mismos vicios.
— Los que niegan la
existencia de rangos no se imaginan con cuánta claridad los demás les ven el
suyo.
— Porque oyó decir que las
proposiciones religiosas son metáforas, el tonto piensa que son ficciones.
— Tengo un solo tema: la
soberbia. Toda mancha es su huella.
— Es indecente, y hasta
obsceno, hablarle al hombre de “progreso”, cuando todo camino asciende entre
cipreses funerales.
— No hay ideas que
ensanchen la inteligencia, pero hay ideas que la encogen.
— El tiempo destila la
verdad en el alambique del arte.
— El mecanismo psicológico
del individuo “sin prejuicios” carece de interés.
— La sensualidad es legado
cultural del mundo antiguo. Las sociedades donde la huella greco-romana se
borra, o donde no existe, sólo conocen sentimentalismo y sexualidad.
— Más que de la plebe que
las insulta tenemos que defender nuestras verdades de los defensores que las
aplebeyan.
— La palabra no se nos
concedió para expresar nuestra miseria, sino para transfigurarla.
— Para juzgar con acierto
hay que carecer de principios.
— Para que una continuidad
cultural se rompa basta la destrucción de ciertas instituciones, pero cuando se
reblandece el alma no basta la supervivencia de las mismas para que no se
rompa.
— Hasta del mismo amor el
sexo hila sólo parte de la trama.
— Tratemos
de convertir el peso que agobia en fuerza ascensional que salve.
— Tan sólo en lo que logra
expresar noblemente capta el hombre verdades profundas.
— No es en el descampado
del mundo en donde el hombre muere de frío, es en el
palacio de conceptos que el intelecto levanta.
— No hay oficio
despreciable, mientras no se le atribuya importancia que no tiene.
— Atribuir a Occidente una
posición axil en la historia sería extravagante, si el resto del mundo copiara
sólo su técnica, si cualquier forma que hoy se invente, en cualquier parte, no
pareciese siempre inventada por un occidental sin talento.
— Cuando decimos que las
palabras transfiguran, el tonto entiende que adulteran.
— El error no grana bien
sino a la sombra de la verdad.
Hasta el diablo se esquiva
aburrido de donde el cristianismo se extingue.
— La fealdad del rostro
moderno es fenómeno ético.
— La interpretación
económica de la historia cojea, mientras la economía se limita a ser
infraestructura de la existencia humana. Pero resulta pertinente, en cambio,
cuando la economía, al convertirse en programa doctrinario de la transformación
del mundo, se vuelve superestructura.
— Su serio entrenamiento
universitario blinda al técnico contra cualquier idea.
— Para inducirnos a que las
adoptemos, las ideas estúpidas alegan el inmenso público que las comparte.
— El
pensamiento reaccionario irrumpe en la historia como grito monitorio de la
libertad concreta, como espasmo de angustia ante el despotismo ilimitado a que
llega el que se embriaga de libertad abstracta.
— A nosotros, sedentarios
indiferentes a la moda, nada nos divierte más que el galope jadeante de los
progresistas rezagados.
— Amar al prójimo es sin
duda mandamiento, pero el evangelio es el amor que nos espera.
— El moderno invierte el rango
de los problemas. Sobre la educación sexual, por ejemplo, todos pontifican,
¿pero a quién preocupa la educación de los sentimientos?
— La destreza literaria
consiste en mantenerle su temperatura a la frase.
— No es porque las críticas
al cristianismo parezcan válidas por lo que se deja de creer, es porque se deja
de creer por lo que parecen válidas.
— Toda época acaba en
mascarada.
— Para simular que
conocemos un tema, lo aconsejable es adoptar su interpretación más reciente.
— El dolor, el mal, el
pecado, son evidencias sobre las cuales nos podemos apoyar sin temer que se
quiebren.
— No es sólo al lector
autóctono a quien la visión del crítico extranjero parece usualmente
desenfocada, es también al lector foráneo.
Para apreciar mímica o crítica,
en efecto, no se requiere ser crítico o mimo.
— Ya nadie ignora que
“transformar el mundo” significa burocratizar al hombre.
— Condenarse a sí mismo no
es menos pretencioso que absolverse.
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