martes, 11 de junio de 2019

Escolios a un texto implícito 15 (Nicolás Gómez Dávila)



 — Pocas personas no requieren que las circunstancias les compliquen un poco el alma.

 El costo del progreso se computa en tontos.

 — El mimetismo embelesado del meteco es el disolvente de las culturas. Una cultura, en efecto, no perece absorbiendo elementos exóticos, sino siendo asimilada y difundida por mentes foráneas.

 — Las culturas moribundas intentan sobrevivir imitándose sistemáticamente o radicalmente innovando. La salud espiritual está, al contrario, en prolongar sin imitar y en innovar sin abolir.

 — Los modos infalibles de ganar son más desastrosos que cualquier derrota.

 — El escenario de la historia se volvió sofocante.
 De los ilimitados espacios prehistóricos hemos llegado a la ubicuidad posible del más trivial acontecimiento.

 — El biógrafo no debe confundir su compromiso de decirnos el cómo de su biografiado con la ridícula pretensión de explicarnos el porqué.

 — Las distancias entre naciones, clases sociales, culturas, razas, son poca cosa.
 La grieta corre entre la mente plebeya y la mente patricia.

 — El que irrespeta para demostrar su igualdad patentiza su inferioridad.

 — Para desatar grandes catástrofes no se necesitan hoy grandes ambiciones, basta la acumulación de pequeñas codicias.

 — El lujo moderno desarma la envidia.

 — Saber leer es lo último que se aprende.

 — Al que pregunte con angustia qué toca hacer hoy, contestemos con probidad que hoy sólo cabe una lucidez impotente.

 — El pecado deja de parecer ficción, cuando hemos recibido en plena cara el impacto de su vulgaridad estética.

 — Educar no es transmitir recetas, sino repugnancias y fervores.

 — El sacrificio de la misa es hoy el suplicio de la liturgia.

 — El moderno es menos orgulloso que presumido.

 — La austeridad religiosa fascina, la severidad ética repele.

 — La inteligencia se capacita para descubrir verdades nuevas redescubriendo viejas verdades.

 — El moralismo rígido embota la sensibilidad ética.

 — La mirada de cualquier hombre inteligente hace tropezar a cualquier dignatario.

 — La más grave acusación contra el mundo moderno es su arquitectura.

 — La humanidad es el único dios totalmente falso.

 — Es reaccionario quienquiera no esté listo a comprar su victoria a cualquier precio.

 — Nadie es importante durante largo tiempo sin volverse bobo.

 — El atardecer de ciertas vidas no tiene patetismo de ocaso sino plenitud de mediodía.

 — El hombre práctico frunce un ceño perplejo al oír ideas inteligentes, tratando de resolver si oye pamplinas o impertinencias.

 — Al público no lo convencen sino las conclusiones de raciocinios cuyas premisas ignora.

 — En la historia es sensato esperar milagros y absurdo confiar en proyectos.

 — El intelectual irrita al hombre culto como el adolescente al adulto, no por la audacia de sus ocurrencias sino por la trivialidad de sus petulancias.

 — El infortunio hoy día de innúmeras almas decentes está en tener que desdeñar, sin saber en nombre de qué hacerlo.

 El estilo es orden a que el hombre somete el caos.

 — El determinista jura que no había pólvora, cuando la pólvora no estalla; jamás sospecha que alguien apagó la mecha.

 — Proclamar al cristianismo “cuna del mundo moderno” es una acusación grave o una grave calumnia.

 — El libro que una “juventud contemporánea” adopta necesita decenios de penitencia para expiar las sandeces que inspira.

 — Hombre decente es el que se hace a sí mismo exigencias que las circunstancias no le hacen.

 — La actividad revolucionaria del joven es el “rite de passage” entre la adolescencia y la burguesía.

 — Cada cual sitúa su incredulidad en sitio distinto.
 La mía se acumula donde nadie duda.

 — Creo más en la sonrisa que en la cólera de Dios.

 — El especialista, en las ciencias humanas, ambiciona ante todo cuantificar lo obvio.

 — El escepticismo no mutila la fe, la poda.

 — No bastan las palabras para que una civilización se transmita. Cuando su paisaje arquitectónico se derrumba, el alma de una civilización deserta.

 — El gusto no se deshonra con lo que le plazca o deteste, sino con lo que erróneamente equipare.

 — El alma es cantidad que decrece a medida que más individuos se agrupan.

 — Al suprimir determinadas liturgias suprimimos determinadas evidencias.
 Talar bosques sagrados es borrar huellas divinas.

 — Sólo el escepticismo estorba la incesante entronización de ídolos.

 — “Etre absolument moderne” es el anhelo específico del pequeño burgués.

 — La calidad de una inteligencia depende menos de lo que entiende que de lo que la hace sonreír.

 — Lo más inquietante en la actitud del clero actual es que sus buenas intenciones parezcan a menudo incuestionables.

 — Los resultados no cambian, aun cuando todo cambie, si la sensibilidad no cambia.

 — El tonto grita que negamos el problema cuando mostramos la falsedad de su solución favorita.

 — El moderno es el hombre que olvida lo que el hombre sabe del hombre.

 — Las culturas se resecan cuando sus ingredientes religiosos se evaporan.

 — El estado merecerá respeto nuevamente, cuando nuevamente se restrinja a simple perfil político de una sociedad constituida.

 — Todo cristiano ha sido directamente responsable del endurecimiento de algún incrédulo.

 — El reflorecimiento periódico de lo que decreta obsoleto le amarga la vida al progresista.

 — La fe no es asentimiento a conceptos, sino repentino resplandor que nos postra.

 — En el océano de la fe se pesca con una red de dudas.

 — El consentimiento no funda la autoridad, la confiesa.

 — El nombre con que se nos conoce es meramente el más conocido de nuestros seudónimos

 — El artista no compite con sus congéneres, batalla con su ángel.

 — El libro ameno no atrae al tonto mientras no lo cauciona una interpretación pedante.

 — El moderno se asorda de música, para no oírse.

 — Entre los inventos de la soberbia humana se desliza finalmente uno que los destruye a todos.

 — La explicación implica, la comprensión despliega. La explicación empobrece, identificando los términos; la comprensión enriquece, diversificándolos.

 — La verdad total no será empacho de un proceso dialéctico que engulle todas las verdades parciales, sino límpida estructura en que se ordenan.

 — El desgaste de un idioma es más rápido, y la civilización que sobre él se asienta más frágil, cuando el pedantismo gramatical se olvida. Las civilizaciones son períodos de gramática normativa.

 — No es tanto la zambra plebeya que las revoluciones desatan lo que espanta al reaccionario, como el orden celosamente burgués que engendran.

 — El pintoresco traje de revolucionario se descolora insensiblemente en severo uniforme de policía.

 — Sin estructura jerárquica no es posible transformar la libertad de fábula en hecho.
 El liberal descubre siempre demasiado tarde que el precio de la igualdad es el estado omnipotente.

 — Reaccionarios y marxistas viviremos igualmente incómodos en la sociedad futura; pero los marxistas mirarán con ojos de padre estupefacto, nosotros con ironía de forastero.

 — El emburguesamiento del proletariado se originó en su conversión al evangelio industrial que el socialismo predica.

 — El número creciente de los que juzgan “inaceptable” el mundo moderno nos confortaría, si no los supiéramos cautivos de las mismas convicciones que lo hicieron inaceptable.

 — La prontitud con que la sociedad moderna absorbe a sus enemigos no se explicaría, si la gritería aparentemente hostil no fuese simple requerimiento de promociones impacientes.

 — Nada cura al progresista.
 Ni siquiera los pánicos frecuentes que le propina el progreso.

 — Los economistas se equivocan infaliblemente porque se figuran que extrapolar permite predecir.

 — Los modelos en las ciencias humanas se transforman subrepticiamente, con suma desenvoltura, de herramientas analíticas en resultados del análisis.

 — No es a resolver contradicciones, sino a ordenarlas, a lo que podemos pretender.

 — La historia es menos evolución de la humanidad que despliegue de facetas de la naturaleza humana.

 — Innúmeros problemas provienen del método con que pretendemos resolverlos.

 — A la humanidad, en su jornada, sólo no le llagan los pies los zapatos viejos.

 — La historia del cristianismo sería sospechosamente humana, si no fuese aventura de un dios encarnado. El cristianismo asume la miseria de la historia, como Cristo la del hombre.

 — De los problemas que ensucian nos salvan los problemas que angustian.

 — Las tesis de la izquierda son raciocinios cuidadosamente suspendidos antes de llegar al argumento que los liquida.

 El que no se agita sin descanso, para hartar su codicia, siempre se siente en la sociedad moderna un poco culpable.

 — La lucidez es el botín del derrotado.

 — Si no encuentra sucesivas barreras de incomprensión, la obra de arte no impone su significado.

 — Las supuestas vidas frustradas suelen ser meras petulantes ambiciones frustradas.

 — En toda época hay dos tipo de lectores: el curioso de novedades y el aficionado a la literatura.

 — Lo que el historiador de izquierda considera central en una época no ha sido nunca tema de obras que la posteridad admire.

 — Al objeto no lo constituye la suma de sus representaciones posibles, sino la de sus representaciones estéticamente satisfactorias.

 — La pedantería es el arma con que el profesional protege sus intereses gremiales.

 — Los hombres no se proclaman iguales porque se creen hijos de Dios, sino cuando se creen partícipes de la divinidad.

 — Al mundo moderno precisamente lo condena todo aquello con que el moderno pretende justificarlo.

 — El placer estético es criterio supremo para las almas bien nacidas.

 — Para refutar la nueva moral basta observar el rostro de sus adeptos envejecidos.

 — El capitalismo es la faz vulgar del alma moderna, el socialismo su faz tediosa.

 El reaccionario no solamente tiene olfato para husmear lo absurdo, también tiene paladar para saborearlo.

 — La integración creciente de la humanidad le facilita meramente compartir los mismos vicios.

 — Los que niegan la existencia de rangos no se imaginan con cuánta claridad los demás les ven el suyo.

 — Porque oyó decir que las proposiciones religiosas son metáforas, el tonto piensa que son ficciones.

 — Tengo un solo tema: la soberbia. Toda mancha es su huella.

 — Es indecente, y hasta obsceno, hablarle al hombre de “progreso”, cuando todo camino asciende entre cipreses funerales.

 — No hay ideas que ensanchen la inteligencia, pero hay ideas que la encogen.

 — El tiempo destila la verdad en el alambique del arte.

 — El mecanismo psicológico del individuo “sin prejuicios” carece de interés.

 — La sensualidad es legado cultural del mundo antiguo. Las sociedades donde la huella greco-romana se borra, o donde no existe, sólo conocen sentimentalismo y sexualidad.

 — Más que de la plebe que las insulta tenemos que defender nuestras verdades de los defensores que las aplebeyan.

 — La palabra no se nos concedió para expresar nuestra miseria, sino para transfigurarla.

 — Para juzgar con acierto hay que carecer de principios.

 — Para que una continuidad cultural se rompa basta la destrucción de ciertas instituciones, pero cuando se reblandece el alma no basta la supervivencia de las mismas para que no se rompa.

 — Hasta del mismo amor el sexo hila sólo parte de la trama.

 Tratemos de convertir el peso que agobia en fuerza ascensional que salve.

 — Tan sólo en lo que logra expresar noblemente capta el hombre verdades profundas.

 — No es en el descampado del mundo en donde el hombre muere de frío, es en el palacio de conceptos que el intelecto levanta.

 — No hay oficio despreciable, mientras no se le atribuya importancia que no tiene.

 — Atribuir a Occidente una posición axil en la historia sería extravagante, si el resto del mundo copiara sólo su técnica, si cualquier forma que hoy se invente, en cualquier parte, no pareciese siempre inventada por un occidental sin talento.

 — Cuando decimos que las palabras transfiguran, el tonto entiende que adulteran.

 — El error no grana bien sino a la sombra de la verdad.
 Hasta el diablo se esquiva aburrido de donde el cristianismo se extingue.

 — La fealdad del rostro moderno es fenómeno ético.

 — La interpretación económica de la historia cojea, mientras la economía se limita a ser infraestructura de la existencia humana. Pero resulta pertinente, en cambio, cuando la economía, al convertirse en programa doctrinario de la transformación del mundo, se vuelve superestructura.

 — Su serio entrenamiento universitario blinda al técnico contra cualquier idea.

 — Para inducirnos a que las adoptemos, las ideas estúpidas alegan el inmenso público que las comparte.

 El pensamiento reaccionario irrumpe en la historia como grito monitorio de la libertad concreta, como espasmo de angustia ante el despotismo ilimitado a que llega el que se embriaga de libertad abstracta.

 — A nosotros, sedentarios indiferentes a la moda, nada nos divierte más que el galope jadeante de los progresistas rezagados.

 — Amar al prójimo es sin duda mandamiento, pero el evangelio es el amor que nos espera.

 — El moderno invierte el rango de los problemas. Sobre la educación sexual, por ejemplo, todos pontifican, ¿pero a quién preocupa la educación de los sentimientos?

 — La destreza literaria consiste en mantenerle su temperatura a la frase.

 — No es porque las críticas al cristianismo parezcan válidas por lo que se deja de creer, es porque se deja de creer por lo que parecen válidas.

 — Toda época acaba en mascarada.

 — Para simular que conocemos un tema, lo aconsejable es adoptar su interpretación más reciente.

 — El dolor, el mal, el pecado, son evidencias sobre las cuales nos podemos apoyar sin temer que se quiebren.

 — No es sólo al lector autóctono a quien la visión del crítico extranjero parece usualmente desenfocada, es también al lector foráneo.
 Para apreciar mímica o crítica, en efecto, no se requiere ser crítico o mimo.

 — Ya nadie ignora que “transformar el mundo” significa burocratizar al hombre.

 — Condenarse a sí mismo no es menos pretencioso que absolverse.

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