(Tratados éticos)
Plegarias de luz y resurrección
San Simeón el Nuevo Teólogo
Ed. Sígueme. Salamanca. 2004
ÉTICA 10
Hijos de la Luz
Aquel
que vive en comunión con Dios contempla la Luz de la santa Trinidad. Para él el tiempo se
amalgama con la eternidad: es un hijo de la Luz. Él goza ya -hasta donde es posible para un
ser de carne- de una parte de esa gloria futura de la que se verá colmado
después de la muerte más allá de toda medida.
Si alguno dice que cada uno de nosotros los creyentes recibe
y posee el Espíritu de manera inconsciente y sin
darse cuenta, blasfema al hacer mentir a Cristo cuando decía que «se
producirá en él una fuente de agua que brota para la vida eterna»'. Y además,
«el que crea en mí, de su seno correrán ríos de agua viva»$. Si efectivamente
la fuente brota, no hay duda de que también el río, al salir y fluir, será
observado por quienes lo miran; pero si esto se realiza en nosotros de manera
inconsciente, sin que nos percatemos de nada de ello, es evidente que en modo
alguno tendremos conocimiento de la vida eterna que lo acompaña y
7. Jn 4, 14.
8. Jn 7, 38.
que permanece en nosotros, ni veremos la luz del Espíritu
santo, sino que seguiremos estando muertos, ciegos e insensibles, entonces
como ahora. Y así, vana habrá sido nuestra esperanza e inútil la carrera, al
encontrarnos en la muerte y no ser conscientes de la vida eterna.
Pero no es así, no es de esta forma, sino que tal como he
repetido muchas veces lo volveré a decir y no me cansaré de hacerlo: luz es el
Padre, luz el Hijo, luz el Espíritu santo, una sola luz, fuera del tiempo, de
la fragmentación y de la confusión, eterna, ingénita, sin cualidad, sin tacha,
una luz que ningún hombre ha sido capaz de contemplar antes de ser purificado
ni ha recibido sin haberla antes contemplado.
Y a los que aseguran conocerlo pero reconocen no haber
contemplado la luz de su divinidad, les dice lo siguiente: «Si me habéis
conocido, me habréis conocido como luz, porque yo soy en verdad la luz del
mundo»9. Pero ¡ay de los que dicen: «¿Cuándo vendrá el día del Señor?», sin
esforzarse por saberlo! Pues para los creyentes la llegada del Señor ya se ha producido y se produce
sin cesar.
No somos hijos de las tinieblas ni hijos de la noche, como
para que la luz nos sorprenda, sino hijos de la luz e hijos del día del Señor.
Por ello, si vivimos estamos en el Señor, y si morimos vivimos en él y con él,
como dice Pablo' 10. Dios es, en efecto, el siglo venidero al tiempo que el día
sin fin, Reino de los cielos, tierra de los mansos y paraíso divino. En todo
esto y en más que esto se convertirá Cristo para quienes crean en él, no sólo
en el siglo venidero, sino en primer lugar en esta vida. Aunque aquí sea de
forma oscura, los creyentes contemplarán con claridad y recibirán ya aquí las
primicias de todo lo de allá arriba. Todo esto lo recibimos ya aquí con
consciencia y conocimiento del alma, siempre que no
tengamos una fe falsa ni practiquemos de forma insuficiente
los preceptos divinos
9. Cf. Jn 8,
12.
10. Cf Rom 14,
8; 1 Tes 5, 10.
Himno
Él se detenía un instante,
yo me alegraba en gran manera,
pero levantaba el vuelo y de nuevo
yo lo perseguía. Y
así
Él se iba, venía,
se escondía, aparecía.
Yo no me volvía hacia atrás
ni de su búsqueda desistía jamás
ni aflojaba el paso
en mi carrera
ni por un impostor lo tenía
o por alguien que quisiese tentarme,
sino que con todas mis fuerzas,
con todo mi vigor
lo buscaba si no lo veía.
Yo rebosaba lágrimas
y a todo el mundo preguntaba.
Y Él vino a mi encuentro y se me descubrió.
De dónde o cómo vino
no lo sé.
Porque en modo alguno puede vérsele,
en modo alguno concebírsele.
Habita en una luz
inaccesible, es una
luz
en tres personas, de
manera indecible,
en espacios
ilimitados
ilimitado Dios mío,
un solo Padre, al igual que el Hijo,
unidos al Espíritu santo.
Uno solo son los tres y los tres un solo Dios
de manera inexplicable.
Pues la palabra no es capaz
de expresar lo inexpresable.
Mas los únicos que conocen tales cosas
son
aquellos que las contemplan.
De modo que no es con palabras sino con hechos
como debemos apresurarnos a buscar, ver y aprender
la riqueza de los misterios divinos.
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