lunes, 23 de septiembre de 2013

Textos de san Simeón el Nuevo Teólogo


(Tratados éticos)

Plegarias de luz y resurrección

San Simeón el Nuevo Teólogo

Ed. Sígueme. Salamanca. 2004

 

ÉTICA 10

 

Hijos de la Luz

 

Aquel que vive en comunión con Dios contempla la Luz de la santa Trinidad. Para él el tiempo se amalgama con la eternidad: es un hijo de la Luz. Él goza ya -hasta donde es posible para un ser de carne- de una parte de esa gloria futura de la que se verá col­mado después de la muerte más allá de toda medida.

 

Si alguno dice que cada uno de nosotros los creyentes recibe y posee el Espíritu de manera inconsciente y sin darse cuenta, blasfema al hacer mentir a Cristo cuando de­cía que «se producirá en él una fuente de agua que brota para la vida eterna»'. Y además, «el que crea en mí, de su seno correrán ríos de agua viva»$. Si efectivamente la fuen­te brota, no hay duda de que también el río, al salir y fluir, será observado por quienes lo miran; pero si esto se realiza en nosotros de manera inconsciente, sin que nos percate­mos de nada de ello, es evidente que en modo alguno ten­dremos conocimiento de la vida eterna que lo acompaña y

 

7. Jn 4, 14.

 8. Jn 7, 38.

 

que permanece en nosotros, ni veremos la luz del Espíritu santo, sino que seguiremos estando muertos, ciegos e insen­sibles, entonces como ahora. Y así, vana habrá sido nuestra esperanza e inútil la carrera, al encontrarnos en la muerte y no ser conscientes de la vida eterna.

 

Pero no es así, no es de esta forma, sino que tal como he repetido muchas veces lo volveré a decir y no me cansaré de hacerlo: luz es el Padre, luz el Hijo, luz el Espíritu santo, una sola luz, fuera del tiempo, de la fragmentación y de la confusión, eterna, ingénita, sin cualidad, sin tacha, una luz que ningún hombre ha sido capaz de contemplar antes de ser purificado ni ha recibido sin haberla antes contemplado.

 

Y a los que aseguran conocerlo pero reconocen no ha­ber contemplado la luz de su divinidad, les dice lo siguien­te: «Si me habéis conocido, me habréis conocido como luz, porque yo soy en verdad la luz del mundo»9. Pero ¡ay de los que dicen: «¿Cuándo vendrá el día del Señor?», sin esfor­zarse por saberlo! Pues para los creyentes la llegada del Se­ñor ya se ha producido y se produce sin cesar.

 

No somos hijos de las tinieblas ni hijos de la noche, co­mo para que la luz nos sorprenda, sino hijos de la luz e hi­jos del día del Señor. Por ello, si vivimos estamos en el Se­ñor, y si morimos vivimos en él y con él, como dice Pablo' 10. Dios es, en efecto, el siglo venidero al tiempo que el día sin fin, Reino de los cielos, tierra de los mansos y paraíso divino. En todo esto y en más que esto se convertirá Cris­to para quienes crean en él, no sólo en el siglo venidero, si­no en primer lugar en esta vida. Aunque aquí sea de forma oscura, los creyentes contemplarán con claridad y recibi­rán ya aquí las primicias de todo lo de allá arriba. Todo es­to lo recibimos ya aquí con consciencia y conocimiento del alma, siempre que no tengamos una fe falsa ni practique­mos de forma insuficiente los preceptos divinos

 

9. Cf. Jn 8, 12.

10. Cf Rom 14, 8; 1 Tes 5, 10.

 

Himno

 

 

Él se detenía un instante,

yo me alegraba en gran manera,

pero levantaba el vuelo y de nuevo

 yo lo perseguía. Y así

Él se iba, venía,

se escondía, aparecía.

Yo no me volvía hacia atrás

ni de su búsqueda desistía jamás

 ni aflojaba el paso en mi carrera

ni por un impostor lo tenía

o por alguien que quisiese tentarme,

sino que con todas mis fuerzas,

con todo mi vigor

lo buscaba si no lo veía.

Yo rebosaba lágrimas

y a todo el mundo preguntaba.

Y Él vino a mi encuentro y se me descubrió.

 De dónde o cómo vino no lo sé.

Porque en modo alguno puede vérsele,

en modo alguno concebírsele.

Habita en una luz

 inaccesible, es una luz

 en tres personas, de manera indecible,

 en espacios ilimitados

ilimitado Dios mío,

un solo Padre, al igual que el Hijo,

unidos al Espíritu santo.

Uno solo son los tres y los tres un solo Dios

de manera inexplicable.

Pues la palabra no es capaz

de expresar lo inexpresable.

Mas los únicos que conocen tales cosas

 son aquellos que las contemplan.

De modo que no es con palabras sino con hechos

como debemos apresurarnos a buscar, ver y aprender

la riqueza de los misterios divinos.

 

 

 

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