miércoles, 11 de septiembre de 2013

Los Tchandalas


 

LOS TCHANDALAS

JOHN DEYME DE VILLEDIEU

 

 

Nota: En el marco del hinduismo, chandala o chandalá es un término oprobioso, que indica a los parias, menos que esclavos (la cuarta y última casta).

 

Los últimos milenios de nuestro Manvantara pertenecen a lo que se ha dado en llamar la Edad sombría, en los que vemos acelerarse el movimiento de descenso cíclico, cuyo origen se confunde con el de nuestra humanidad. Este movimiento, en su segunda fase, tiende incesantemente hacia una notable indiferenciación en todos los dominios, que es lo que sucede con la degeneración general de las castas, llevándolas a una paulatina confusión entre ellas, si no en el orden social, sí al menos en lo que se refiere a la progresiva uniformización de las mentalidades, donde poco a poco va predominando la de los shûdras. Esta uniformidad es ya bastante notoria en los albores del Kali-Yuga. Pero, sin tener en cuenta las castas, es evidente que en aquel tiempo no todos los seres humanos estaban degradados por igual, como, por otro lado, nunca lo estarán, aunque hoy en día parezca que es así.  

Tras esta contagiosa multiplicación del carácter shûdra, se ha podido comprobar una gran variedad entre las diferentes categorías de tchandâlas desde el momento en que comenzaron a percibirse sus desvergonzadas manifestaciones. En efecto, el carácter tchandâla, por definición incapaz de plegarse, si no es por la fuerza, a cualquier regla,1 conlleva innumerables facetas, conteniendo en su naturaleza desordenada los gérmenes del individualismo y la anarquía. 

Esta pródiga diversidad de tchandâlas no puede disimular la profunda homogeneidad en la que todos ellos se reconocen. Desde el hampa hasta las más altas esferas del poder, es evidente que los mismos signos distintivos los identifican entre sí: el desprecio a cualquier ley y la total ausencia de dignidad. No es de ayer que los antiguos responsables del Mitan denuncian la indisciplina y arrogancia de los "jóvenes".2 Y en lo que se refiere a la altiva indiferencia de los "funcionarios" de alto rango que dejan "agujeros" en las cajas, bancarias por ejemplo, o que se confiesan culpables de otras villanías, los ciudadanos están ya completamente acostumbrados.3  

Este desprecio a la ley, esta negativa a cualquier deber, esta notoria falta de dignidad, es la esencia misma del tchandâla, y no es sorprendente que en nuestra época se haya hecho de este espíritu de insubordinación y de arrogancia los criterios indiscutibles de todo un "heroísmo" ridículo. Sin embargo, en lugar de heroísmo, nos encontramos exactamente con lo contrario, pues en realidad la verdadera facultad heroica no es otra que la que expresaban, por ejemplo, el latín virtus y el sánscrito vîrya, como lo hemos recordado ya en otra ocasión.4 Ahora bien, estamos muy lejos, en el presente caso, de una "búsqueda" de inmortalidad, y aquello de que se trata no es más que una travesura tardía en algunos raros "estudiantes", y sobre todo, por lo general, de una tendencia a la maldad que se logra satisfacer impunemente.  

La antigüedad, en lo que ésta comportaba de serio y de responsable, tenía poca estima por estas "orgías" desenfrenadas, por este exceso sistemático, razón por la cual las sociedades estaban protegidas por un amplio abanico de prohibiciones. Asimismo, los tchandâlas eran rechazados como impuros por todas las castas de la India, puesto que eran "comedores de perros".  

Evocando la transmigración, la Chandogya–Upanishad lanza una advertencia significativa: aquellos "que son mancillados por una mala conducta están abocados a un nacimiento mancillado, perro, cerdo o chandâla".5  

Dicho esto, y puesto que nuestro mundo ha llegado hoy en día a los momentos más sombríos de la Edad sombría, a continuación señalaremos algunas de las tendencias más detestables que con desvergüenza exhiben muchos de nuestros contemporáneos, y en las que reconoceremos fácilmente la marca de los tchandâlas.  

En perfecto acuerdo con las tendencias disolventes que marcan especialmente el fin de nuestro ciclo, los tchandâlas, nacidos de mestizajes discordantes, manifiestan un gusto pronunciado por todo aquello que se relaciona con la destrucción, en cualquier dominio que ella se efectúe. Esta característica afinidad se explica, en su mentalidad, por fallas psíquicas significativas, traduciéndose, en sus costumbres, por una complaciente sumisión a las corrupciones más diversas.  

De la descomposición, que no es sino una desestructuración, se pasa con toda naturalidad a lo inmundo y a la inmundicia: a lo inmundo, porque, al estar separando del mundus y del orden cósmico, se acompaña de licencia, de disipación, de anarquía; y a la inmundicia porque, al ser el producto de todos los desechos y residuos de la vida, comporta un carácter de excrecencia muy expresivo aquí, porque él condensa, en su poder disolvente, el carácter anárquico de lo inmundo. Asimismo, no es sorprendente esta irreprimible pasión que cada vez con mayor frecuencia manifiestan sin tapujos los tchandâlas, no solamente por el desorden generalizado, sobre todo en sus demostraciones públicas, sino incluso por la indecencia obscena con la que realzan sus manifestaciones y sus espectáculos más "culturales".6  

Desde 1983, Roland Goffin critica "el tiempo de los shûdras", dejando entender claramente que numerosos de esos shûdras degenerados son en realidad tchandâlas. Estamos, escribe, "sumergidos por la oleada caótica de sus vanas producciones: música, teatro, cine, televisión, literatura, hábitat, publicidad, incluso la animación comercial y turística, nos doblegamos bajo el peso de su pretenciosa mediocridad, y de las inmundicias de una sociedad (...) que despreciamos y que inevitablemente sufrimos". Ciertamente, "sería pueril imaginar un mundo tradicional exento de fealdad. Esta también acarreó sus inmundicias, pero nunca habría tenido el descaro de deificarlas". En nuestros días, por el contrario, "es la chabacanería la que predomina y pretende la ejemplaridad". Yendo más allá, el autor plantea una pregunta terrible dicha en forma de plegaria."¿Cuándo vendrá, dice, el tiempo en que la indecencia volverá a su lugar subterráneo, a sus cloacas, cuándo la tierra se abrirá para engullir este mundo subvertido?"7 

Roland Goffin, muy oportunamente, retoma este tema en 1990, y tras denunciar en los tchandâlas sus vicios y crímenes, ve especialmente en ellos a seres "periféricos".8 En efecto, es con este término que René Guénon designa, en nuestro mundo, al reino animal 9 y que con justicia se puede aplicar a un número cada vez más creciente de humanos. Roland Goffin recuerda, sin embargo, que si "las fuerzas que obran en nuestras sociedades son de naturaleza teratoforme, monstruosas y mortíferas", si ellas han pervertido y sometido a una juventud "desarraigada" y destinada a la perpetuidad samsárica, aún existe, con distancia, una juventud muy diferente a la que es posible orientar "hacia Sattwa".10  

Volviendo a la descomposición, que parece ser el ambiente en que se complacen los tchandâlas, vamos a examinar varios signos bastante convincentes.  

En la India, por ejemplo, las prácticas evocatorias de los "muertos" son "abandonadas a los hombres de las clases más inferiores, y con frecuencia también a los Chândâlas".11 Ahora bien, como se sabe en estas prácticas se hace intervenir a los prêtas, o "mânes", elementos sutiles residuales en vía de descomposición, y de los que hay que temer su contagio. Esto no impide que en Occidente las "experiencias" espiritas se hayan expandido desde el siglo XIX en todos los ámbitos de la sociedad, si bien la mayoría de las personas se desinteresan o desconfían de ellas. Existen, por otra parte, otras actividades que sin duda no inspiran tal repugnancia, mas no por ello son menos terribles, aunque utilicen restos "distintos a los de las individualidades humanas". Es este especialmente el caso de los diferentes vestigios dejados por las civilizaciones "muertas". Por ello, los "resultados de la disolución de lo que ha perecido tendrán (...) una acción particularmente disolvente y disgregadora" cuando sean "manipulados", ya que también se trata de una especie de "necromancia" muy peligrosa.12 

Observamos, pues, cómo todas estas miasmas residuales concuerdan con las disposiciones naturales de los tchandâlas, disposiciones que podrían ser vistas como elementos psíquicos abandonados por los shûdras y semejantes durante el curso de su progresiva "extinción", y en un proceso de descomposición avanzada.  

Desechos del cuerpo social, los tchandâlas tan sólo aportan desórdenes y corrupción, por lo que deberían ser excluidos con la mayor urgencia, como se intenta eliminar la purulencia de una plaga. Por otro lado, su acomodo en el seno mismo de la sociedad y el papel preponderante que ya han desempeñado antes de imponer rápidamente su "soberanía", indica un signo inequívoco de que los tiempos del Fin han llegado, y que el Fin propiamente dicho está cercano.  

La misión destructiva atribuida a los tchandâlas está en conformidad con su gusto por la disolución, y todo lo que posee una cualidad "residual", y por tanto "contagiosa", les proporciona un excelente material para llevar a cabo su subversión. De esta manera lo grotesco, la fealdad y lo horrible, que constituye valores en alza, son muy aplaudidos, como todo aquello que va contra la decencia: ellos aman la bufonada que envilece y mancilla, lo deforme que desarticula y disgrega, el espanto que descompone y hiela. Semejante estética no acontece por azar: es necesario ir acostumbrándose. Primero, se explica a las masas que la fealdad es únicamente una cuestión, bastante engañosa, de apreciación personal. Posteriormente se exalta como admirable o "genial" lo lamentable, despreciable, desagradable, horrible. Así, poco a poco, se va imponiendo la mentira, lo grotesco, la monstruosidad, que reinan actualmente en los círculos de moda y que se proponen a todos como modelos.13  

Si cada vez más nuestros contemporáneos aprecian la fealdad y los horrores, también es cierto que su interés por la auténtica monstruosidad no se ha desarrollado tanto como lo hubieran deseado sus promotores.  

Desde el comienzo de los años treinta, el cine proyecta el monstruo fabricado por el Dr. Frankenstein, pero se trata de un monstruo "científico" y, de hecho, como "asepsiado". Por ello se lo quiere "mejorar", siendo Tod Browning quien consigue en 1932, con Freaks, "una película de espanto que contiene auténticos monstruos". En teoría, el cineasta "propone un film misericordioso". Dice que es necesario "aprender a amar la vida, incluso en las historias más sórdidas". En consecuencia, el espectador se encuentra sumergido "en el horror puro", pero su "misericordia" no cuenta para nada. El "aborrece" el film. "Una mujer abandona la sala gritando...". En fin, tras su primera proyección, Freaks es "amputada de una tercera parte de su duración", y posteriormente "prohibida en algunos Estados americanos y en Gran Bretaña". Estamos en 1932.14 En 1989, la televisión francesa difunde Freaks y la vuelve a emitir en 1993. Esa difusión la justifica André Moreau afirmando que el film "permanece como una obra maestra alucinante", en la que Tod Browning "aboga por el derecho a la diferencia".15  

Aquello que en 1932, bajo pretexto de "misericordia", en realidad no era más que una tentativa de adaptar al público a lo horrible y monstruoso, deviene, en 1982, con el film E.T., una especie de obligación, imponiéndose así el respeto y admiración por cualquier clase de "terrorismo" intelectual: en efecto, no sólo es "una maravillosa alegoría contra el racismo", sino también "uno de los mayores éxitos comerciales" de Steven Spielberg. Aquellos que no fueron a admirar al "adorable" reptil–feto son considerados doblemente sospechosos. Además, se lleva a los niños, ¡más "evolucionados" que los adultos de 1932!  

Para terminar con los apologistas de la monstruosidad, mencionaremos un texto de 1977 que nos parece un modelo del género, porque asocia, e incluso identifica, lo sagrado con tristes deformaciones congénitas. El título ocupa casi la mitad de una página: "Los semi–dioses perseguidos". Al lado, a toda página, se reproduce la foto de estos semi–dioses: son siete de los actores–monstruos que actuaron en el film de Tod Browning. El autor del artículo, Jean–Paul Bourre, en siete páginas, presenta a los "seres deformes" como "divinidades" incomprendidas. Nos dice que es a causa de esas taras por lo que la sociedad moderna los mantiene apartados, en vez de prestar atención, como ocurría en las sociedades antiguas, al mensaje que ellos deben transmitir y de conferirles el papel que les ha sido dado desempeñar. Pero el respeto y el culto que, al parecer, la antigüedad mostraba hacia estos "semi–dioses", han sido objeto de un ataque subversivo. "La malformación, señal de la alianza con una potencia superior, se convierte en una maldición. La función sagrada se pierde (...). Comienza entonces el crepúsculo de los dioses".16  

¿No se tratará todo ello de una grosera burla? Pensamos más bien que el fin perseguido, conscientemente o no, es el de rebasar la atracción de la simple fealdad para acostumbrar a los jóvenes incautos, a través de la compasión, al espectáculo de la monstruosidad, presentándola como una hierofanía, incluso como una teofanía. Se trata del método subversivo por excelencia, denunciado ya por René Guénon: tomar lo "bajo" por lo "alto", lo vil por lo noble, la mentira por la verdad.  

¿Veremos a estos extraños "semi–dioses" asumir las funciones sagradas de las que según J. P. Bourre estaban antiguamente investidos? Sin embargo, aunque nuestros modernos tchandâlas tengan el gusto por lo deforme, no todos comparten todavía la admiración, un tanto exagerada, de J. P. Bourre.17 Aunque quizás tan sólo sea cuestión de tiempo...  

Es un hecho que las cosas se han deteriorado en nuestras sociedades modernas. Ahora bien, aquí interviene un fenómeno que podría esclarecer las circunstancias letales de nuestro fin de ciclo, y dilucidar posiblemente su misterio.  

Es cierto que los shûdras, en el curso de su degeneración, vuelven cada vez más la espalda a toda espiritualidad auténtica, aunque de hecho no están desprovistos de una "religión", y es esto precisamente lo que los mantiene sujetos18 a la materia, porque esta última expresa el dominio corporal en lo que éste tiene de más tamásico. Tampoco sería sorprendente el hecho de que su progresión hacia las tinieblas, en el grado de su "densidad" cada vez más "ablandada", se efectuara conforme al mismo proceso seguido por la materia, la cual tiende hacia la disolución cuando su grado de solidificación sobrepasa los límites previstos. De hecho, esta disolución ¿no se refiere a las costumbres en las que se complacen los tchandâlas? ¿Y acaso dichas costumbres no están inspiradas por las turbias ideas que tejen su mentalidad?  

El padre Henri Stéphane, tras distinguir en el ser humano tres tendencias fundamentales, que son los tres gunas, ofrece una visión muy interesante de la influencia tamásica. "La tendencia descendente, nos dice, se manifiesta en el dominio de la sensibilidad,19 y, más aún, en el dominio de la sentimentalidad (...). Así pues, esta tendencia se refiere a todo lo que es de orden sensible, ya se trate de lo material más grosero o de lo sentimental más refinado, el cual no tiene más que la apariencia de lo espiritual. Se percibe ya en esta expresión lo que constituye la 'falsa espiritualidad', o el 'falso misticismo': una 'apariencia', una 'falsificación' de la verdadera espiritualidad, con lo que se advierte la conexión de esta 'apariencia' con lo que se dice de Satán, 'príncipe de la mentira', capaz de disfrazarse de 'ángel de Luz'. El predominio de esta tendencia en el ser humano (...) podrá calificarse, pues, de 'demoniaca' o de 'satánica', con todos los matices que sean necesarios distinguir, según el 'grado' o la proporción en la cual entra esta tendencia con respecto a las otras dos que continúan subsistiendo".20  

El padre Stéphane, en esta apreciación de las cosas, apunta claramente hacia el "neo–espiritualismo", contra el cual, en su tiempo, René Guénon nos puso en guardia. Después de estas advertencias, es evidente que las cosas se han degradado considerablemente. El más grosero materialismo aún permanece en algunos, mientras que en otros, cada vez más numerosos, cede su lugar al sentimentalismo neo–espiritual de lo que se ha dado en llamar la New Age. Esta se expresa en muy diversos grupos, siempre ambiguos y sospechosos, e incluso considerados por algunos como de obediencia satánica.21 En cualquier caso, parece que el conjunto de estas corrientes representa la gama caleidoscópica donde se escalonan todas las tendencias de nuestros modernos tchandâlas.  

Para finalizar, hemos reservado algunos fragmentos de La República de Platón, en donde se explican y caracterizan esta anomalía que es la democracia, y su consecuencia, aún más funesta, la tiranía.  

Lo que Platón reprocha a la democracia es un laxismo generalizado del que se aprovechan también los criminales, un igualitarismo a favor del cual los "metecos" y los extranjeros se sitúan en el mismo rango que los ciudadanos, con lo que resulta una ofensa a la justicia armoniosa que debía regular el orden social de la Ciudad perfecta.  

Por lo tanto, a fuerza de abusos, la libertad no puede "acabar en otra cosa que en un exceso de servidumbre, en el individuo y en el Estado". En efecto, se trata de una "enfermedad" que, "nacida de la oligarquía", se expande, agravándose, bajo los regímenes posteriores: es la "casta de los hombres ociosos y pródigos, unos, los más valerosos, a la cabeza, y los otros, los más cobardes, a continuación". El texto platónico asimila "los primeros a los avispones armados de aguijones, y a los segundos a los avispones sin aguijón". De las tres clases del Estado democrático, la primera se compone de "esta casta en que el uso abusivo de la libertad se ha desarrollado en mayor número que en la oligarquía (...). Esta casta es mucho más virulenta que en la oligarquía", que la mantenía "apartada de las magistraturas", y por tanto del poder, "en tanto que en la democracia, es precisamente la que manda casi de forma exclusiva".22  

Cansado de tantos desórdenes, el pueblo acaba por colocar a su cabeza a un elegido, el cual aumenta poco a poco el poder, hasta que este personaje, convertido en tirano, explota cruelmente a la multitud de ingenuos que lo habían escogido: los explota con impuestos, suprime a los descontentos, recluta una guardia cada vez más numerosa, compuesta en su mayoría de extranjeros y esclavos, nuevos "avispones", "fieles" sólo a la paga o la rapiña.  

A los "avispones" humanos, pedigüeños o malhechores, así como a los deseos de la misma naturaleza que los convierten en tales, los oligarcas los tenían aún bajo rienda, por propio interés desde luego, y no por pura moral. Consentidos y acrecentados en el régimen democrático, éstos se multiplican y exacerban bajo el régimen "tiránico". El texto platónico, desde el principio del libro IX, parece establecer con toda claridad lo que debemos entender por "tiranía", tanto para el pueblo como para el tirano que aquellos llevaron al poder; es el reino de estos deseos "desordenados" que proceden de la parte "bestial" del alma, deseos que a su vez dirige "una especie de gran avispón alado".23  

Esta lectura de Platón nos muestra cuan próximas están, a más de dos milenios de distancia, las desgracias de su época y las que nos agobian en nuestros días. Es cierto que las cosas no eran entonces tan ineluctables: la corrupción no había alcanzado todavía la extensión actual, y sobre todo era más fácil, en la antigua Atenas, ejecutar a un solo tirano que eliminar hoy en día a innumerables tiranuelos "democráticos", protegidos como están por las leyes que ellos mismos han elaborado y votado.  

Pero ya sea en La República de Platón o en nuestras repúblicas modernas, resulta fácil comprobar, sin ilusión alguna, como mueren las civilizaciones.  Traducción: Francisco Ariza

 

 

NOTAS

1

De ahí que quienes están afectados de semejante carácter, se encuentran excluidos de cualquier casta, aun de la más baja. 

2

La constatación ha sido hecha desde el fin de la guerra, en 1945.

3

En determinados casos, es la muerte lenta que alcanza a miles de víctimas, como en el asunto de las transfusiones "sanguíneas".

4

Ver nuestro estudio sobre "Denys Roman, guenoniano y masón". No es necesario decir que virtus es el exacto equivalente de vîrya.

5

Lectura V, 10 sección, estancia 7 (trad. de Emile Senart, "Les Belles Lettres", p. 68).

6

En 1992 la Francia cultural celebra la publicación del Diario de Michel Leiris. El célebre escritor, se dice, "escribe para conocerse mejor". Según él mismo nos revela, su vida, desde 1934, "está construida, trazada, rectamente fijada hacia la ciénaga de la muerte" (Télérama, 23 de septiembre de 1992, p. 49). El 2 de septiembre la misma revista, en un tono más atrevido, exalta las consideraciones a las cuales se entrega el autor a propósito de su materia fecal. Por su lado, una emisión de "France–Culture", precisa que estas heces surrealistas son "espumosas". Para Télérama, lleno de admiración hacia este Diario de 800 páginas, hay que "devorar las mil hojas de Michel Leiris" desde el comienzo. Decididamente, ¡a nuestros intelectuales no les falta apetito! 

7

Revista Vers la Tradition, Nº 4 y 5, p. 7. 

8

Ibid., Nº 41, p. 13 nota 4.

9

En su conjunto, los tchandâlas son más o menos comparables a los animales, pero creemos que algunos de entre ellos han alcanzado un estado infra–animal.


Ibid. Nº 46, p. 5 y 8.


R. Guénon: L'Erreur spirite, p. 48. 


R. Guénon: El Reino de la Cantidad..., p. 186. De ahí el peligro de las excavaciones arqueológicas, cuya práctica sistemática remonta al siglo XVIII, y en las que muchos jóvenes participan desde hace algunas décadas. En cuanto a la penetración de la moda espirita, se podría citar en el mundo académico algunos personajes que se han visto seducidos ingenuamente por ella: Flammarion, Crookes, Richet, Lombroso. En fin, en este mismo contexto de las influencias disolventes, se podría hablar de las profanaciones de tumbas llevadas a cabo en su mayoría por jóvenes, y que se han multiplicado en estos últimos años.


Siempre existe algo discordante bajo la apariencia que reviste el diablo. Incluso en sus rasgos menos deformes siempre se le reconocerá por su disimetría.


Momento bastante próximo de 1934-37, punto de partida del periodo proletario en que va a verse incrementada, con los tchandâlas, esta tendencia disolvente, significativa del fin de ciclo.


No es "por el derecho a la diferencia" por el que aboga Tod Browning, sino por el respeto a lo deforme y a lo monstruoso. Las citas están extraídas de los textos de Jean–Luc Douin, El horror es humano, y de André Moreau (Télérama, 9 de junio de 1993).


Revista L'autre monde, N 7, febrero de 1977.


En cualquier caso se podría pensar que ellos van por el buen camino. Tan solo falta ver los ídolos que escogen.


Pensamos en una de las etimologías propuestas para religio: ligare (ligar). El hombre está lejos de ser libre, tal y como él se cree hoy en día: está religado a muchos mundos e influencias, que desde luego ignora debido a su opacidad psíquica. Imaginándose escapar de ciertas reglas, no hace más que cambiar de amo.


Puede ser que el padre haya visto aquí estos sentidos que están "abiertos", como en la era paradisíaca, en dirección "descendente" hacia lo terrestre.


Introduction à l'ésotérisme chrétien (Dervy-Livres, 1979), p. 357.


Evidentemente, no es suficiente con llamarse "satánico" para ser verdaderamente "aceptado" entre los servidores de Satán, pero al menos se hace prueba de buena voluntad, y esto mismo no puede sino atraer la atención favorable de un "Personaje" conocido por echar mano de todo.


Fin del Libro VIII, 564a-d. 


Libro IX, 573a. Todas estas citas de La República han sido sacadas de la traducción de Emile Chambry.

 

 

 

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