René Guénon
LA CONSTITUCIÓN DEL SER HUMANO SEGÚN LOS BUDISTAS
El
presente texto constituía el capítulo XI de L`Homme et son
Devenir selon le Vedânta, y apareció en la
edición de 1934 de
DenoEBl & Seele, siendo posteriormente
suprimido por el autor a partir
de la edición de las Editions Traditionnelles
de 1941. Esta edición
de DenoEBl no sería de hecho una segunda
edición, sino una parte de
la edición original de Bossard publicada con
una nueva cubierta tras
el fallecimiento del primer editor. La
posterior supresión del
capítulo IX, según afirma Bruno Hapel en René
Guénon et
l`esprit de l`Inde (París, Tredaniel, 1998)
estuvo ante todo
motivada por el deseo de Guénon de dedicar al
problema de la
constitución del ser humano una obra especial
que jamás vio la luz.
* * *
Algunas escuelas heterodoxas, y especialmente las budistas, han
considerado la cuestión de la constitución
del ser humano desde el
punto de vista exclusivo del individuo; la
imperfección de una
concepción semejante es manifiesta, pues
resulta de su propia
relatividad, que no permite la vinculación a
ningún principio de
orden metafísico. Sin embargo, a fin de
demostrar plenamente su
insuficiencia conforme a la doctrina del
Vedânta, es necesario dar a
conocer, resumiéndola tan brevemente como sea
posible, la teoría de
los budistas a este respecto, y más
precisamente la de las escuelas
Sautrântika y Vaibhâshika, a las cuales
refutó Shankarâchârya
de una manera especial. Los sautrântikas son
llamados así porque su
enseñanza está basada principalmente sobre
los Sutras atribuidos a
Shâkya-Muni; los vaibhâshikas mantienen con
ellos un gran número
de teorías comunes, aunque se distinguen en
algunos puntos bastante
importantes, especialmente en que admiten la
percepción directa de los
objetos exteriores, mientras que para los
sautrântikas esta
percepción se operaría por medio de formas
analógicas presentadas
al pensamiento como consecuencia de la
impresión sensible (1). Ambas
escuelas coinciden en distinguir ante todo
los objetos externos
(bâhya) e internos (abhyantara): los primeros
son los elementos
(bhuta o mahâbhuta) y lo que de ellos procede
(bhautika), a saber,
las cualidades sensibles y los órganos de los
sentidos; los segundos
son el pensamiento (chitta) y todo lo que de
él se deriva (chaittika).
Los budistas pretenden, así como otras
diversas escuelas (de modo
especial los vâisheshikas y los jaínas) que
los elementos están
constituidos por la agregación de átomos
corporales (anu o
paramânu) en cantidad indefinida,
correspondiendo por lo demás a
cada elemento una especie particular de
átomos. Indicaremos de paso
que ésta es una opinión cuyas consecuencias,
lógicamente
deducidas, entrañan contradicciones
insolubles; el atomismo, bajo
todas sus formas, es una concepción
claramente heterodoxa, en el
sentido que precisábamos al principio; pero
su refutación no entra
en el marco del presente estudio. Por lo
demás, los budistas no
admiten más que cuatro elementos (2), no
reconociendo el éter
(Akâsha) como un quinto elemento (o, mejor
dicho, como el primero de
todos), ni tampoco como una substancia
cualquiera (3), pues este éter,
para ellos, sería "no substancial",
como perteneciente a la
categoría informal (nirupa), que no puede ser
caracterizada más
que por atribuciones puramente negativas;
esto tampoco es sostenible, ya
que el éter, por corresponder a un estado
primordial en su orden, es
el punto de partida de la formación del mundo
corporal, y éste
pertenece por completo al dominio de la
manifestación formal, del que
no es siquiera sino una porción muy
restringida y determinada. Sea
como sea, esta negación de la
"substancialidad" del éter es el
fundamento de la teoría del "vacío
universal" (sarva-shunya), que
ha sido desarrollada sobre todo por la
escuela Mâdhyamika; por lo
demás, la concepción del vacío es siempre
solidaria del atomismo,
ya que le es necesaria para dar cuenta de la
posibilidad del movimiento
(4). Por otra parte, siempre según los
budistas, "el alma viviente"
individual (jivâtmâ) no es algo distinto del
pensamiento consciente
(chitta), y nada existe, caracterizado por
atributos positivos, que sea
irreductible a las categorías aquí
enunciadas.
Los
cuerpos, que son los objetos de los sentidos, están compuestos
de elementos, lo que por lo demás está conforme
con la doctrina
ortodoxa, salvo en lo concerniente a la
constitución atómica de los
propios elementos; pero estos cuerpos no son
considerados como
existiendo en tanto que objetos determinados,
sino en tanto que son
efectivamente percibidos por el pensamiento,
ya sea entendida esta
percepción como directa o como indirecta (5).
Es por ello que los
budistas han recibido el epíteto de
purna-vainâshikas o
sarva-vainâshikas, "sostenedores de la
disolubilidad de todas las
cosas" (vinâsha significa "destrucción"),
mientras que los
vaisheshikas o discípulos de Kanâda, que
pretenden que la
identidad cesa para un ser en cada una de sus
modificaciones, admitiendo
no obstante que existen ciertas categorías
inmutables y ciertos
principios superiores al cambio, son llamados
arddha-vainâshikas,
"sostenedores de una
semi-disolubilidad", es decir, de una disolubilidad
parcial, en lugar de la disolubilidad
integral o total (desde el punto
de vista de la substancia) que enseñan los
budistas. En cuanto al
pensamiento (chitta), que reside en la forma
corporal del individuo, y
que aquí no se distingue en absoluto de la
conciencia individual que
propiamente le pertenece, percibe los objetos
externos y concibe los
objetos internos y, simultáneamente, subsiste
como "sí mismo": es en
ello, aunque solamente en ello, que para los
budistas es el "sí mismo"
(âtman), lo que, como fácilmente se ve,
difiere esencialmente de la
concepción ortodoxa del "Sí", tal
como anteriormente la hemos
expuesto. Ya no se trata de la cuestión de la
personalidad entendida
metafísicamente, y todo se encuentra reducido
a la sola
consideración de la individualidad; éste es
uno de los aspectos por
los cuales el Budismo se aproxima manifiestamente
a las concepciones
occidentales, aunque no deba llevarse esta
aproximación hasta el punto
de hacer una asimilación que la diferencia de
puntos de vista,
subsistente a pesar de todo, tornaría
completamente ilegítima.
En
lo que concierne a los objetos internos, los budistas establecen
cinco ramas o divisiones (skandhas): 1º, la
rama de las formas
(rupa-skandha), que comprende los órganos de
los sentidos y sus
objetos, considerados únicamente en sus
relaciones con la conciencia
individual, es decir, en sus cualidades
perceptibles (e incluso
efectivamente percibidas), abstracción hecha
de lo que son en sí
mismos; estas cualidades (âlambanas) son
externas en tanto que
proceden de los elementos (bhautika), pero
son consideradas como
internas en tanto que son objetos de
conocimiento; e, igualmente, los
órganos de los sentidos, que también son
externos en su
correspondencia con los elementos, son
chaittika en su conexión con el
pensamiento; 2º, la rama del conocimiento
distintivo
(vijnâna-skandha), identificado con el
pensamiento mismo (chitta)
concebido como conciencia individual, y, en
consecuencia, con el "sí
mismo" (âtman) en el sentido restringido
que ya hemos indicado,
mientras que las otras cuatro ramas
comprenden todo lo que procede de
este mismo pensamiento (chaitta o chaittika),
que es considerado, por
esta razón, como "perteneciente a sí
mismo" (adhyâmika); sin
embargo, esta última denominación, tomada en
su sentido más
amplio, contiene el conjunto de los cinco
skandhas; 3º, la rama de las
impresiones conscientes (vedanâs-skandha),
que comprende el placer y
el dolor, o su ausencia, y otros sentimientos
análogos producidos por
la percepción o por la concepción de un objeto
cualquiera, sea
externo, sea interno; 4º, la rama de los
juicios (sanjnâ-skandha),
que designa el conocimiento que nace de los
nombres o de las palabras,
así como de los símbolos o signos
ideográficos, conocimiento que
por lo demás implica la existencia de una
verdadera relación entre
el signo y la cosa o idea significada (6);
5º, la rama de las
operaciones activas (samshâra-skandha), que
contiene afecciones tales
como el deseo y la aversión, y todas las
modificaciones producidas por
su impulso, es decir, todas aquellas cuya
causa determinante reside
propiamente en la actividad individual.
En
cuanto a la reunión de estas cinco divisiones (skandhas) que
concurren en la formación de la
individualidad, los budistas atribuyen
como punto de partida de la existencia
individual la ignorancia
(avidyâ), es decir, al error que hace suponer
permanente lo que no es
más que transitorio. De ello proviene la
actividad reflejada o la
pasión (samskâra), que comprende el deseo
(kâma), la ilusión
(mâyâ) y todo lo que de ella resulta, y que,
en el ser embrionario,
todavía en potencia, hace nacer el
conocimiento distintivo
(vijnâna), primero pura posibilidad, pero
cuyo desarrollo produce
inmediatamente, desde su comienzo, la
conciencia del "yo" (ahankâra).
Es esta conciencia lo que, al unirse a los
diversos elementos, tanto
psíquicos como corporales, suministrados por
los padres, da al ser
individual en vías de constitución su nombre
(nâma) y su forma
(rupa), es decir, la "esencia" y la
"substancia" de su individualidad,
siendo tomados aquí estos términos en un
sentido relativo, ya que se
aplican a un ser particular: expresan
entonces respectivamente la
participación de ese ser en cada uno de los
dos principios universales
a los que anteriormente dimos las mismas
denominaciones, y de los que
efectivamente procede todo lo que se
manifiesta. Puede decirse también
que el nombre corresponde al estado sutil, y
la forma al estado grosero
(7); ésta última debe ser entonces entendida
en un sentido
restringido (el de sthula-sharira), ya que,
en sentido general, el
estado sutil, al igual que el estado grosero,
forma parte de la
manifestación formal. Esta consideración del
nombre y de la forma
(reunidos generalmente en nâmarupa) como
elementos característicos
de la individualidad, o como constituyentes
de la "naturaleza
individual", no pertenece propiamente al
Budismo; éste la tomó, como
muchas otras ideas, de la doctrina ortodoxa,
y, en diversos pasajes de
los upanishads, se trata, sea del desarrollo
de los nombres y de las
formas (8), sea de su desvanecimiento para el
ser que ha franqueado las
condiciones de la existencia individual (9).
Deberemos más tarde
volver sobre esta última cuestión; pero retomemos
la exposición de
la teoría budista en el punto en que la
dejamos, es decir, en la
determinación del nombre y de la forma. De
los diversos principios que
aquí han sido considerados hasta ahora,
resultan seis facultades, que
consisten en la conciencia del conocimiento
distintivo principial, en
los cuatro elementos en sus relaciones con la
individualidad, luego como
principios de las cualidades sensibles
(âlambanas), y, finalmente, en
el conjunto del nombre y de la forma, es
decir, en la propia
individualidad; a estas seis facultades
corresponden, en el cuerpo, seis
órganos que son sus sedes respectivas
(shad-âyatana). La operación
de estas facultades, en unión con el nombre y
la forma, tiene por
resultado la experiencia (sparsha,
literalmente "tocar", es decir, por
extensión, el contacto del sentido con sus
objetos), mediante la cual
se produce la impresión consciente (vidanâ).
Ésta, a su vez,
engendra la sed (trishnâ), es decir, la
aspiración del individuo a
buscar las impresiones agradables y a evitar
las impresiones
desagradables, y es tal aspiración lo que
provoca el esfuerzo
(upâdâna), el elemento inicial de toda la
actividad individual (10).
He aquí el punto de partida de la existencia
actual (bhava) del ser,
considerado como comenzando en el nacimiento
(jâti) del individuo,
mientras que todo lo que precede puede ser
referido a las diferentes
fases de su desarrollo embrionario; es a
partir del nacimiento, tan
sólo, que el individuo es considerado como
propiamente "especificado",
es decir, como perteneciendo a una especie
definida de seres vivos: es
por ello que la palabra jâti es también
empleada para designar la
especie o la naturaleza específica, distinta
de la naturaleza
individual constituida por el nombre y la
forma. Debemos añadir, por
otra parte, que el nacimiento, en el sentido
en que lo estamos tratando,
no debe ser únicamente entendido como siendo
el nacimiento corporal,
pues más precisamente consiste en la
agregación de las cinco
divisiones (skandhas), comprendiendo todo el
conjunto de las
potencialidades que pasarán a acto en el
curso de la existencia
individual. En consecuencia, esta existencia
implica desde su origen el
estado particular del individuo, la condición
especial que le es
propia, que le hace ser lo que es, a la vez
en tanto que integrante de
tal especie y en tanto que es tal individuo
de esa especie, y que le
distingue así de todos los demás individuos,
de los cuales cada uno
posee igualmente, de la misma manera, su
propia condición especial.
Como acabamos de indicar, las cinco
divisiones, en su conjunto,
comprenden todas las modalidades del
individuo, considerado en su
extensión integral; cuando llegan a su
completo desarrollo (completo
al menos para un individuo determinado, y
teniendo en cuenta su
condición especial, que implica tales
posibilidades con exclusión de
todas las restantes), su madurez lleva a la
vejez (jarâ), que termina
con su separación. Esto es propiamente
hablando la muerte (marana), es
decir, la desagregación o la disolución de la
individualidad actual,
disolución tras la cual el ser pasa a otro
estado, para recorrer, en
diferentes condiciones, un nuevo ciclo de
existencia. Todos los
términos que acaban de ser considerados
sucesivamente constituyen un
encadenamiento de causas o, más bien, de
condiciones (nidânas), de
las que cada una está determinada por las
precedentes y a su vez
determina a las siguientes, de donde el
nombre de teoría de la
"producción condicionada" (pratitya
samutpâda); y se observará
que estos términos se refieren exclusivamente
al dominio de la
existencia individual.
Tal
es entonces la enseñanza budista sobre esta cuestión, y
puede constatarse que no es en absoluto
metafísica, desde el instante
en que se limita a la individualidad, aunque,
como antes dijimos, se
aproxima un poco al punto de vista filosófico
en ciertos aspectos; a
pesar de todo, está mucho más alejado de éste
de lo que de
ordinario creen sus intérpretes occidentales.
Según el Vedânta
(11), el agregado individual, tal como acaba
de ser definido, no puede
existir de esta manera, es decir, en tanto
que se refiere a dos
orígenes, uno externo y otro interno (12),
entendidos como
esencialmente diferentes, pues ello implicaría
la admisión de una
dualidad fundamental en las cosas. Por otra
parte, la existencia misma
de este agregado depende por completo de las
modificaciones contingentes
del individuo, ya que éste no puede consistir
más que en el
encadenamiento de estas modificaciones
(llamado por los budistas
"encadenamiento de las doce
condiciones"), en razón de la concepción
que acabamos de exponer (13), a menos que se
admita un ser permanente,
para el cual este mismo agregado no
constituya sino un estado
contingente y accidental, lo que es
precisamente contrario a la teoría
budista según la cual el "Sí" (o
más exactamente el pensamiento en
tanto que es "sí mismo", âtman) no
tendría ninguna existencia real
y propia, independientemente de este agregado
y de su substancia.
Además, al ser consideradas las
modificaciones del individuo como
momentáneas (kshanika), no puede haber, en su
sucesión, una
relación real de causa a efecto, pues una
deja de ser antes de que
comience la existencia de la otra. Es
necesario observar que, entre los
griegos, algunos filósofos escépticos, como
Enesidemo y Sexto el
Empírico, que también formularon un argumento
de este género, lo
hicieron con una intención muy diferente, ya
que pretendían servirse
de él para negar la causalidad, y ello sin
duda porque no concebían
que ésta pudiera existir más que en modo
sucesivo, tal como lo
conciben la mayoría de los occidentales
modernos (14); lo que en
realidad prueba este argumento es
precisamente que la relación causal
no es ni puede ser una relación de sucesión;
y por otra parte
sería del todo insuficiente, para descartar
esta objeción, pretender
sustituir a la noción de "causa"
(hetu) la de "condición"
(nidâna) (15). Podría verse aquí, a pesar de
que estas
consideraciones sobre la causalidad sean
susceptibles de una
aplicación mucho más vasta, una cierta
relación con los argumentos
de Zenón de Elea, y tanto más cuanto que
éstos, en el pensamiento
de su autor, parecen haber estado destinados
a demostrar, no la
verdadera imposibilidad del movimiento, o más
generalmente del cambio,
sino tan sólo su incompatibilidad con la
suposición, admitida
claramente por los atomistas (y no debe
olvidarse que también los
budistas son atomistas), de una multiplicidad
absolutamente real e
irreductible existente en la naturaleza de
las cosas; en el fondo, estos
argumentos debían estar dirigidos
originariamente contra esta
multiplicidad, sean cuales sean las
interpretaciones que han podido
ofrecerse a continuación. La posibilidad del
cambio, por paradójico
que esto pueda parecer en un primer momento,
es lógicamente
incompatible con la teoría del "flujo de
todas las cosas" (panta rei),
análoga a la "disolubilidad total"
de los budistas, en tanto que esta
disolubilidad no se concilie con la
"estabilidad de todas las cosas"
(panta menei) en la "permanente
actualidad" del universo considerado
principialmente; en otros términos, el cambio
no puede bastarse a sí
mismo, y, si no hay un principio que le sea
superior, su propia
existencia es contradictoria. La solución
puede encontrarse en una
teoría como la del "motor inmóvil"
de Aristóteles, que aparece
como una refutación anticipada del
"evolucionismo" de los modernos
occidentales, y también como una respuesta
directa a esos
sarva-vainâshikas que Grecia conoció al menos
tanto como la India:
no se trata, para combatir a quienes sitúan
así toda realidad en el
"devenir", de negar pura y
simplemente la existencia de éste, sino tan
sólo de reducirlo a su nivel de existencia
relativa y contingente, es
decir, al rango dependiente y subordinado que
conviene a lo que no posee
en sí mismo su razón suficiente. No puede
entonces admitirse el
flujo de las cosas (que por otra parte no
debe ser, en modo alguno, si
no es por puro simbolismo, asimilado a esta
particular modalidad del
cambio que es el movimiento corporal) más que
a título de punto de
vista especial, y únicamente en lo que
concierne al dominio de la
manifestación, e incluso de la manifestación
formal; es entonces lo
que la tradición metafísica extremo-oriental
llama la "corriente de
las formas". Pero volvamos a la
verdadera concepción de la causalidad,
tal como es enseñada por el Vedânta: es
preciso que el efecto
preexista en la causa, aunque "no
desarrollado", pues ninguna
producción puede ser más que un desarrollo de
las posibilidades
implícitas en la propia naturaleza del agente
productor; es preciso
también que la causa exista actualmente en el
momento mismo de la
producción del efecto, a falta de lo cual no
podría evidentemente
producirse; por último, esta producción no
afecta en nada a la
causa, cuya naturaleza no se ve alterada o
cambiada por ello, ya que lo
que pasa en el efecto no es una parte de esta
naturaleza, sino solamente
la manifestación exterior de algo que, en sí,
permanece
rigurosamente tal como era. La relación de
causalidad es entonces
esencialmente irreversible, y constituye una
relación de
simultaneidad, no de sucesión; en particular,
no puede ser considerada
como una relación de sucesión temporal, pues
también se extiende a
modos de existencia que no están sometidos al
tiempo, y a los cuales
la consideración de una tal sucesión no
podría ser en absoluto
aplicable. Por otra parte, si las
modificaciones del individuo no son
concebidas como simultáneas (coexistiendo en
principio en lo que
podemos llamar el "no tiempo") del
mismo modo que como sucesivas
(determinándose unas a otras según un cierto
encadenamiento,
puramente lógico por lo demás, y no
cronológico, ya que el tiempo
no representa sino una modalidad especial de
la sucesión), éste no
puede ser propiamente más que una "no
entidad", ya que lo que es no
puede no ser, bajo ninguna condición; y esta
"no entidad" no puede ser
causa de nada. La entidad no puede ser un
efecto de la no entidad: si
una pudiera proceder de la otra (mediante una
relación causal),
entonces un efecto podría ser producido por
un ser extraño (a toda
relación con este efecto) sin ninguna
actividad (causal) por parte de
este ser (16). Así, un campesino podría
recoger arroz sin sembrar ni
cultivar su campo; un alfarero construiría un
vaso sin moldear el
barro; un tejedor elaboraría una tela sin
urdir la trama; ningún ser
tendría necesidad de aplicar sus esfuerzos
para obtener (en el sentido
de "realizar") la Beatitud Suprema
y la Eterna Liberación (17).
NOTAS:
1. Esta concepción no deja de ofrecer alguna
relación con la de las
"especies sensibles" de algunos
filósofos escolásticos, aunque por
otra parte no deba exagerarse la importancia
de una tal analogía, pues
las semejanzas de este género pueden ser
bastante exteriores y
superficiales, y disimular diferencias de
puntos de vista de un orden
mucho más profundo.
2. Es al menos curioso observar que un gran
número de filósofos
griegos tampoco han considerado más que
cuatro elementos, que
precisamente son los mismos que los de los
budistas.
3. Pensamos aquí en la palabra
"substancia" en el sentido relativo que
ordinariamente tiene; es entonces el
equivalente del sánscrito dravya.
4. Entendida en su verdadero sentido, la
concepción del vacío
corresponde a una posibilidad de no
manifestación; el error consiste
aquí en transponerla al orden de la
manifestación, en donde no
representa más que una imposibilidad.
5. Podrían recordarse a este propósito las
teorías de Berkeley, ya
que, para éste, hay dos clases de seres, las
ideas y las minds
[mentes], que en algunos aspectos nos
recuerdan a las dos categorías
fundamentales establecidas por los budistas,
especialmente en lo que
concierne a la segunda, pues, en cuanto a la
primera, ni la concepción
de los elementos ni el atomismo podrían
encontrar lugar en Berkeley.
Por otra parte, los puntos de comparación que
pueden observarse son de
aquellos a los que no debe atribuirse un
alcance demasiado amplio, y su
intención general es ciertamente muy
diferente; tampoco la
denominación occidental y filosófica de
"idealismo" conviene
demasiado bien al Budismo, ni siquiera a la
escuela Yogâchâra, a la
que los orientalistas quieren aplicarla más
especialmente. Tampoco la
expresión "fenomenismo" estaría al
abrigo de toda objeción.
6. Debemos indicar a este propósito que,
contrariamente a la opinión
de algunos filósofos modernos, tales como
Berkeley, no hay signos,
siquiera convencionales, que sean puramente
arbitrarios, pues no se
realizaría ninguna convención si no hubieran
razones para hacerla,
en preferencia a cualquier otra. una cosa
puede ser la expresión o la
traducción de otra si existe entre ellas una
cierta relación
analógica, de modo que todo
"significado" debe poseer un fundamento en
la realidad, es decir, en la naturaleza misma
de las cosas.
7. Lo que es corporal es la forma; los
estados intelectuales y
sensitivos son el nombre (Milinda-Pânha, II,
24).
8. Ver especialmente Chhândogya upanishad, 6º
Prapâthaka, 3º
Khanda, shrutis 2 y 3, 18º Prapâthaka, 1º
Khanda, shruti 1, y
Brihad-âranyaka upanishad, 1º Adhyâya, 4º Brâhmana, shruti 7.
9. Prashna upanishad, 6º Prashna, shruti 5; Mundaka upanishad, 3º
Mundaka, 2º Khanda, shruti 8.
10. Podría verse en este esfuerzo algo
análogo a la "virtualidad" en
el sentido especial en el que la entiende
Leibnitz, es decir, concebida
como implicando una tendencia en cierto modo
intermediaria entre la
potencia y el acto (concepción que por lo
demás oculta un elemento
contradictorio, pues, si un mismo ser puede
estar al mismo tiempo en
potencia bajo un cierto aspecto y en acto
bajo otro, no puede, desde el
mismo aspecto, estar a la vez en potencia y
en acto); la "sed" o la
aspiración de la que aquí se trata presenta
también algunas
semejanzas con el "apetito" que,
para el mismo filósofo, es inherente
a todo ser individual, y al que considera
como el principio interno de
todos los cambios que se producen en ese ser.
Por otra parte, podría
recordarse el papel atribuido por Maine de Biran
al esfuerzo, por el
cual el individuo, oponiéndose por así decir
al mundo exterior, en
el que encuentra una resistencia correlativa
a este esfuerzo (como la
reacción la presenta a la acción), tomaría
conciencia de la
distinción del "yo" y del "no-yo";
pero, en todo caso, no debe
olvidarse que todas estas referencias no
atañen sino a puntos muy
particulares.
11. Cf. Brahma-Sutras, 2º Adhyâya, 2º Pâda,
sutras 18 a 32.
12. A propósito de ello, podríamos señalar
una cierta analogía
con la teoría de Locke, que atribuye al
conocimiento dos orígenes
diferentes: la sensación, que es externa, y
la reflexión, que es
interna. Pero ésta es una teoría
exclusivamente psicológica, y que
no concierne a la formación del ser; el
Budismo, a pesar de todos sus
defectos de concepción, va mucho más lejos
que este punto de vista
psicológico.
13. Los doce nidânas son: avidyâ, samskâra,
vijnâna,
nâmarupa, shadâyatana, sparsha, vedâna,
trishnâ,
upâdâna, bhava, jâti y, finalmente,
jarâmarana.
14. Observemos de paso que las concepciones
"empiristas" como las de
Stuart Mill, para quien la causa de un
fenómeno no es sino otro
fenómeno considerado como el
"antecedente invariable y necesario", no
tienen relación alguna con la verdadera
noción de causalidad.
15. una tal condición puede desempeñar el
papel de lo que se llama
una "causa ocasional", pero ésta no
es una causa en el verdadero
sentido de la palabra.
16. Esto responde por anticipado a la
singular concepción de Hume,
para quien no existe ninguna relación de
naturaleza entre lo que se
llama causa y efecto, de tal manera que
"cualquiera puede producir
cualquier cosa".
17. Comentario de Shankarâchârya sobre los
Brahma-Sutras, 2º
Adhyâya, 2º Pâda, sutra 27.
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