miércoles, 18 de septiembre de 2013

Los sabios de Sión y los maestros del discurso



 

Nota :Israel Shamir .Ruso e israelí, escritor, traductor, periodista, Israel Shamir nació en Novosibirsk, Siberia, es nieto de un profesor de matemáticas, y biznieto de un rabino de Tiberiada, Palestina. Estudió en la prestigiosa escuela de la Academia de ciencias y cursó estudios de matemáticas y leyes en la universidad de Novosibirsk. En 1969, se mudó a Israel, sirvió en el ejército y peleó en la guerra de 1973. Después, volvió a las leyes en la universidad de Jerusalén, pero decidió ser periodista y escritor.

 

 

LOS SABIOS DE SIÓN Y LOS MAESTROS DEL DISCURSO

22 11 2002

 

El molesto concepto de la “mano oculta” o los “sabios de Sión” es superfluo e innecesario.

“La última controversia referente al mundo árabe tiene que ver con un programa televisivo, ‘El jinete sin caballo’, cuya emisión se inició en varios canales árabes por satélite el pasado miércoles 5 de noviembre, primer día de Ramadán. El origen de la disputa es que el programa se basa parcialmente en los ‘Protocolos de los sabios de Sión’, ese viejo documento falso originario de la Rusia zarista”, escribe desde Ramalá el consultante de negocios Qais S. Saleh desde en el excelente sitio web Counter Punch [1]. Como era de esperar, Saleh condena dicho programa y advierte a los palestinos y a los árabes para que se mantengan apartados de la vieja y maligna fiera del antisemitismo o, tal como lo denomina, “la corriente de importación de la beatería antisemita”.

El punto de vista de Salej coincide con el de Michael Hoffman, en cuyo sitio web se pueden encontrar dichos Protocolos. Hoffman piensa que los árabes no tienen necesidad de importar argumentos antisemitas de fuentes remotas, puesto que disponen de otra fuente local a su disposición las veinticuatro horas del día: el comportamiento actual del estado judío y de sus ciudadanos judíos. Es mucho más convincente que los viejos chismes de antaño.

De todas formas, los Protocolos siguen vivos entre nosotros y siguen llamando la atención. Hace poco, el afamado novelista y pensador italiano Umberto Eco ofreció su opinión sobre el tema a The Guardian [2]. Eco “explica” como sigue los sentimientos populares hacia los judíos: “Estaban metidos en el negocio y la renta del dinero, de ahí el resentimiento hacia ellos como intelectuales”. Hasta donde alcanza mi conocimiento, no son los intelectuales quienes  prestan dinero, sino los banqueros y los tiburones de la bolsa, mientras que los auténticos intelectuales encuentran repugnante dicha conducta. Es posible que Eco tenga otra definición escondida de los intelectuales. “Los vergonzosos Protocolos de los mayores y sabios de Sión eran un compendio en serie de material de ficción y demuestran por sí mismos su carácter falsificado, pues resulta difícil de creer que los ‘malvados’ revelasen su fallidos proyectos de manera tan palmaria”, concluye Eco.

Se le puede perdonar a un consultante en negocios de Ramalá, pero Umberto Eco hubiera debido darse cuenta de que su definición se ajustaría a otros libros como, por ejemplo, Gargantúa y Pantagruel, mentira aún más antigua, que pretende ser la verdadera crónica de la familia de los gigantes, fabricada a partir de “materiales de ficción en serie”. el Quijote, Los papeles de Pickwick o el 1984 de Orwell son libros que “pretenden” describir acontecimientos reales en el mismo grado. Son “fantasías” en la medida en que se atribuyen a otra persona: Don Quijote a Cide Hamete Benengeli y Gargantúa a Maître Alcofribas Nasier [3].

Los “protocolos” son más pseudoepigrafía que “falsificaciones”. Pertenecen a la misma categoría de la carta de Thomas Friedman, supuestamente dirigida por el presidente Clinton a Mubarak. Al fin y al cabo, el género pseudoepigráfico es antiguo y venerable. Es mejor aún considerar los “Protocolos como ‘un panfleto político’.

En este ensayo, vamos a intentar descubrir por qué los Protocolos se niegan a descansar en la paz del olvido. Trataremos de mantenernos fuera del alcance de la pregunta al uso sobre quién los escribió. El autor real sigue siendo desconocido y resulta difícil imaginarlo, pues los Protocolos son un palimpsesto literario. Hace muchísimo tiempo, un escriba grabó una composición propia en un trozo de pergamino antiguo, tras borrar previamente un texto anterior. Pero nunca se lograba raspar por completo el soporte, y el lector se encontraba, por ejemplo, con la versión integrada del Asno de oro de Apuleyo y de losFioretti de San Francisco. En los Protocolos, hay diversas capas de historias viejas y más viejas y esto invalida cualquier indagación racional sobre el creador prístino. Cada texto debería ser examinado a partir de sus méritos propios, dejando de lado la cuestión de la autoría. Sin embargo, Jorge Luis Borges escribió que el autor es una parte importante de todo texto. Por cierto, si supiéramos que los Protocolos contienen auténtica impronta de alguna elite judía, tendríamos la respuesta lista al minuto. Pero fueron publicados a finales del siglo XIX, casi en el XX, como “hallazgo”, es decir, apócrifos. Se convirtieron en un gran best-seller y lo siguen siendo, aunque en algunos países (por ejemplo, la Unión Soviética) la simple posesión del texto podía acarrear la pena de muerte.

El autor anónimo de los Protocolos describe un plan maestro para una amplia reestructuración de la sociedad, la creación de una nueva oligarquía y el sometimiento de millones de personas. El producto final no es demasiado diferente del que se describe en otro escrito contemporáneo, El Talón de acero, de Jack London, el gran radical de Oakland, California. La diferencia es que London esperaba una hecatombe general, mientras que el método del anónimo para sojuzgar tiene que ver con manipulaciones maquiavélicas y con el control mental, al estilo del 1984 orwelliano. (El homenaje de Orwell a los Protocolos es más sobrecogedor aún, porque casi nunca se menciona).

La dificultad con los Protocolos está en una disonancia entre su lenguaje crudo y un pensamiento social y religioso que tiene profundidad. Es un informe en forma de parodia grosera, sobre un plan satánico, sutil y bien pensado, escribió el novelista y Premio Nobel Alexander Soljenitsin [4] en su análisis de los Protocolos, redactado en 1966 y publicado en 2001.

“Los Protocolos diseñan el esquema de un sistema social. Su propósito está muy por encima de las habilidades de una mente común, incluida la de quien los editó. Es un proceso dinámico con dos etapas: desestabilización, libertad creciente y liberalismo, que termina en cataclismo social y, en la segunda etapa, se instaura una nueva reestructuración jerarquizada de la sociedad. Es algo más complicado que una bomba nuclear. Podría tratarse de un plan diseñado por una mente genial, pero robado y distorsionado. Su pútrido estilo de asqueroso folleto antisemita oculta intencionadamente la notable fuerza del pensamiento y de la predicción.”

Soljenitzin se da cuenta de los fallos de los Protocolos: “El estilo es el de un folleto maloliente, la poderosa línea del pensamiento está quebrada y fragmentada, mezclada con encantaciones apestosas y torpezas en lo psicológico. El sistema descrito no se relaciona necesariamente con los judíos; podría ser puramente masónico u otra cosa, en la medida en que su cauce violentamente antisemita no es parte orgánica del diseño”. Sojenitzin hace un experimento textual, saca las palabras “judío”, “goy” y “conspiración” y encuentra muchas ideas molestas. Concluye: el texto muestra una visión impresionante acerca de los dos sistemas sociales, el occidental y el soviético. Mientras que un pensador sólido podía predecir tal vez el desarrollo occidental en 1901, ¿cómo es posible que imaginara el futuro soviético?”

Soljenitzin desafió al régimen soviético, se atrevió a escribir y publicar el descomunal Archipiélago del Gulag, un requisitorio contra la represión soviética, pero ahí retrocedió y no publicó su investigación sobre los Protocolos. Pidió que sólo se publicasen después de su muerte, y el texto fue publicado en 2001, sin su consentimiento, en muy reducido número de ejemplares. Sigamos la línea de pensamiento de Soljenitzin y penetremos en la bola de cristal de los Protocolos, descontando provisionalmente la supuesta “línea judía” y considerando en serio la idea de crear un nuevo sistema, no necesariamente dominado por los judíos. El plan maestro empieza por reformatear la mente humana:

“La mente de la gente será desviada (lejos de la contemplación) hacia la industria y el comercio, de modo que ya no tendrán tiempo para pensar. La gente se volcará enteramente hacia las ganancias. Será una búsqueda vana, porque pondremos la industria sobre una base especulativa: lo que se sacará de la tierra mediante la industria se escapará de las manos de los trabajadores e industriales para ir a parar a las de los financieros.

La lucha intensificada para la supervivencia y la superioridad, acompañada por crisis y choques, creará comunidades frías y desalmadas, con fuerte aversión hacia la religión. Su único guía será el beneficio, es decir, Mamón, al que elevarán al grado de auténtico culto”.

La visión del anónimo es asombrosa: en la época de la publicación de los Protocolos, el hombre aún era la medida de las cosas y hubieron de transcurrir ochenta años antes de que Milton Friedman y la escuela de Chicago proclamasen que el mercado y los beneficios son la única luz alumbradora.

El instrumento para esclavizar la mente son los medios de comunicación, escribe el anónimo. “Hay una gran fuerza que mueve a la gente a modificar su forma de pensamiento, y se trata de los medios. En la prensa es donde se encuentra encarnado el triunfo de la libertad de expresión. A través de la prensa hemos ganado el poder de influenciar las mentes, mientras que, al mismo tiempo, permanecíamos libres de sospecha. Borraremos de la memoria de las gentes los hechos históricos que no deseamos ver publicados y dejaremos sólo los que convengan a nuestros deseos”.

Habrían de transcurrir muchos años tras la publicación hasta que el pequeño grupo que controla nuestro discurso sin hacerse notar, los dueños de los medios, manifestaran su ascenso. La libre discusión acerca de los barones de los medios, Berlusconi y Black, Maxwell y Sulzberger, Gusinsky y Zuckerman, está prohibida en los órganos de su propiedad, pero la afinidad cooperativa entre ellos sigue siendo impresionante. La libertad  de expresión sobrevive donde existen medios todavía independientes (de los barones mediáticos). Cientos de años atrás, esta fuerza era mucho más débil que en la actualidad, y es sorprendente que el anónimo reconociera su potencial.

Un siglo antes del auge del Banco Mundial y del FMI, los Protocolos notaron que los préstamos eran los mejores instrumentos para despojar de sus riquezas a los países extranjeros. “Mientras los préstamos eran internos, el dinero permanecía en el país, pero con su externalización, todas las naciones pagan el tributo de sus súbditos a la oligarquía”. Por cierto, cuanto mayor es el monto de los préstamos que consiguen los países pobres, más pobres se vuelven.

La concentración de capital entre manos de financieros, la concentración de los medios en pocas manos, los asesinatos extrajudiciales de líderes no arrodillados y la bolsa de valores con sus derivados van bombeando la riqueza y la acumulan en las manos del clero de Mamón, y el lucro (denominado “fuerzas del mercado”) es la única medida de una estrategia exitosa. Es cierto, el interés de los Protocolos no desaparece porque el plan descrito para crear una ley oligárquica (no necesariamente judía) esté siendo puesto en práctico en tiempo real , bajo el nombre de Nuevo Orden Mundial.

A veces se describe el texto de los Protocolos como de extrema derecha y antiutópico. Sin embargo, va más allá de ambos discursos, de izquierdas o de derechas. Un escritor derechista aplaudiría en él el fortalecimiento de la ley y el orden, pero las predicciones del anónimo podrían haber salido de la pluma de un libertario de izquierdas como Noam Chomsky, por ejemplo, cuando vislumbra la transición actual hacia el Nuevo Orden Mundial: “La carrera armamentista y el incremento de la fuerza policial abrirán paso a una sociedad donde solamente habrá masas proletarias, unos pocos millonarios, policías y soldados”.

Pero el pensamiento más hondo del anónimo radica en la esfera espiritual:

“La libertad podría ser inofensiva y encontraría su lugar en la economía estatal sin estorbar el bienestar del pueblo si descansase sobre la fe en Dios y excluyese la hermandad entre los hombres. Éste es el motivo por el cual es imprescindible para nosotros que desaparezca cualquier fe, para erradicar de la mente de la gente el mismísimo principio de Dios y el espíritu, para poner en su lugar cálculos aritméticos y necesidades materiales”.

El anónimo relaciona la fe y la idea de la hermandad entre los humanos. Socavar la fe derriba la fraternidad. La libertad, en vez de ser un estado de ánimo deseable y hermoso, se convierte en un camino destructor cuando se desvincula de la fe. En vez de fe, el enemigo ofrece la búsqueda de Mamón.

Mientras iba leyendo en el International Herlad Tribune de hoy (16. 11. 02) las filípicas contra los curas gays y las monjas lesbianas, me fijaba en las siguientes líneas de los Protocolos: “Hemos procurado desacreditar al clero cristiano y arruinar su misión, que podría estorbar nuestros planes. Día tras día, su influencia en el pueblo va decayendo. El colapso de la cristiandad se avecina.”

Somos testigos de la puesta en marcha de este plan: ya nadie se toma en serio la religión, el neoliberalismo, o sea, la fe en Mamón, ocupa su lugar, mientras que el desplazamiento del socialismo, este valiente ensayo de una creencia nihilista basada en la fraternidad, se ha derrumbado, dejando en su lugar un vacío ideológico.

Esta observación movió a algunos comentaristas a exclamar: “El verdadero diseñador del plan maestro es nuestro viejo conocido, el Príncipe del universo, cuyo último designio es la eliminación de la divina presencia y la ruina del hombre”. Por supuesto, pero el Príncipe del orbe no puede actuar directamente. Necesita agentes libres que elijan aceptar su plan. Estos agentes decisivos y posibles aliados, de acuerdo con el panfleto, son los capitalistas financieros y los Señores de la Palabra, la “mente directora”.

Promueven a las posiciones más elevadas a “políticos que, en caso de desobediencia de nuestras instrucciones, tendrán que hacer frente a cargos criminales o bien desaparecer. Arreglaremos elecciones a favor de candidatos que tengan alguna mancha oscura y oculta en su pasado. Ellos serán nuestros agentes más confiables, por el temor a revelaciones”. Para nosotros, contemporáneos del Watergate y de Mónica Lewinsky, esto suena familiar.

El cambio entre la primera etapa (liberalismo y libertad) y la segunda (tiranía) ha tenido lugar en nuestro tiempo. Si en 1968 el New York Times promocionaba los Jinetes por la libertad, en 2002 respalda el Acta patriótica. Un abogado estadounidense importante de Harvard, Alan Dershovitz, efectuó el giro decisivo, desde los derechos humanos hasta el derecho de torturar. Este giro radical ya lo habían anunciado los Protocolos como el propósito latente bajo la lucha en contra de las viejas elites.

“La aristocracia disfrutaba con la labor de los trabajadores y tenía interés en verlos bien alimentados, saludables y fuertes. La gente ha aniquilado a la aristocracia y ha caído entre las garras de  rufianes despiadados en su afán por llevar el dinero a sus arcas”.

En términos menos emocionales, la nueva burguesía destituyó a las viejas elites con el apoyo del pueblo, mientras prometía libertad y ponía en tela de juicio sus privilegios. Después de su victoria, se apoderó del privilegio para sí misma y resultó ser igual de mala (o peor incluso) que el señor feudal. Marx se refirió a esta queja de la aristocracia en uno de los numerosos añadidos al Manifiesto comunista y lo consideró intranscendente, incluso si estaba parcialmente justificado. Pero Marx no vivió lo suficiente para ser testigo del proceso semejante que tuvo lugar en los últimos días de la Unión Soviética. La nueva burguesía ascendente tomó el control del discurso, convenció al pueblo para que combatiese el privilegio de la nomenklatura por el afán de igualdad y libertad y, tras la victoria, asumió y multiplicó el privilegio, renegando de igualdad y libertad.

Los Protocolos predicen el auge de la nueva burguesía, los globalistas seguidores de Mamón, que son intrínsecamente hostiles a las viejas elites, al espíritu, a la religión, al pueblo ordinario. Durante largo tiempo fueron el motor de la izquierda, de los movimientos que buscaban la democracia, hasta que se alcanzaron su meta y pasaron a convertirse en oligarquía.

Se puede cuantificar este giro de 180 grados por el monto de la tasa sobre la tierra y la transmisión del patrimonio en Inglaterra: mientras que la burguesía financiera y los Señores de la palabra combatían contra las viejas clases dirigentes, estos montos eran elevados y podían desmantelar la base de su poder; después de su victoria, el monto fue decreciendo, lo cual permitió la consolidación de las nuevas clases dirigentes. Es posible que el viejo orden tuviera sus ventajas. Es casi seguro que una transición a partir del antiguo orden habría sido diferente si el pueblo hubiera vislumbrado las intenciones del enemigo. Pero la historia no tiene marcha atrás y es bastante frívolo soñar con el retorno de los amitos buenos y los benévolos jefes del partido.

Por eso, los Protocolos (expurgados de sus referencias a judíos y conspiraciones) son sumamente útiles, porque retratan en negativo el Nuevo Orden Mundial y ayudan a sus adversarios a concebir una estrategia defensiva contra los designios del enemigo. Pero las referencias a los judíos constituyen una parte extensa e importante del texto.

Los Protocolos identifican la fuerza motriz del nuevo orden con un grupo poderoso de cabecillas judíos chovinistas, manipuladores y obsesionados por la dominación. Los cabecillas, según los Protocolos, desprecian a los miembros llanos de la comunidad; utilizan y apoyan el antisemitismo como medio para mantener a sus “hermanos menores”, la inocente muchedumbre que comparte orígenes judíos,  esclavizados bajo su dominación. Los cabecillas son descritos como odiadores patológicos de los gentiles, propensos a destruir la cultura y las tradiciones de otras naciones, mientras preservan las suyas. Su meta es crear el gobierno mundial y legislar sobre un planeta homogéneo y globalizado.

Sus metas e intenciones están planteadas de una manera extremadamente antipática. Soljenitzin concluía que nadie que tuviese la mente sana expondría sus ideas favoritas en términos tan degradantes y contraproducentes para la propia imagen. “Extraemos el oro de la sangre y las lágrimas de ellos”, “nuestro poder se basa en el hambre del pueblo”, “los revolucionarios son nuestra herramienta humana”, “la mente bruta de los gentiles” son palabras que, en su opinión, achacan a los judíos quienes son sus enemigos. Según él, a un judío le convendría exponer semejantes ideas de manera sesgada.

Esto no es un argumento a prueba de bala. Algunos hablan de una manera oblicua, otros prefieren la expresión directa. Un armenio de Bakú, la capital azerí, me dijo allá por el año 1988: “Los azeríes son nuestro ganado, sin nuestra mente armenia, el país de esa gente se hundiría en pocos días, porque son unos burros estúpidos” (unos meses más tarde, una explosión de violencia indígena arrojó a los inteligentes armenios fuera de Azerbaiyán y, desde entonces, los azeríes se las arreglan muy bien para manejar su propia tierra). David Ben Gurion, el primer dirigente del estado judío, también acuñó una máxima arrogante: “¿A quién le importa lo que dicen los gentiles? ¡Lo que importa es lo que hacen los judíos!” Esta sentencia es casi una cita textual de los Protocolos.

Los Protocolos le adscriben a los Sabios un dicho, “cada víctima judía vale por mil gentiles a los ojos de Dios”. Esta línea, de  suprema arrogancia, no es un vano invento de algún antisemita. Dos ministros del gobierno de Sharon, Yuri Landau e Ivet Lieberman, pidieron a cada judío que mate a mil palestinos gentiles. Por lo visto, algunas ideas de los Protocolos no son extrañas a algunos judíos.

El fallecido universitario Israel Shahak y un escritor judío estadounidense, Norton Mezvinsky, en su libro El fundamentalismo judío en Israel [5] presentan una gran cantidad de dichos de rabinos judíos que no estarían fuera de lugar en los Protocolos. “La diferencia entre un alma judía y el alma de los no judíos es mayor y más profunda que la diferencia entre un alma humana y la del ganado” (pág. ix). Shahak y Mezvinsky demostraron que la rabia de los chovinistas judíos no distingue entre palestinos, árabes o gentiles en general. En otras palabras, cualquier cosa que les haya pasado a los palestinos podría sucederle a cualquier comunidad de gentiles que se interponga en el camino de los judíos.

Por cierto, si los Protocolos no tuvieran relación con la realidad, posiblemente no serían tan populares como son hoy en día. Los judíos son lo suficientemente poderosos como para soñar con dominar, y algunos lo hacen. Al parecer, algunas ideas judías han encontrado su camino a lo largo del texto. Otros pensamientos se les achacan a los judíos sobre la base del qui bono (a quién le rinde beneficios).

La idea menos aceptable de los Protocolos es la presunción de una conspiración extremadamente antigua, con vistas a apoderarse del mundo. La posición extrema de los filosemitas les niega a los judíos la capacidad de actuar en conjunto y los presenta como individuos reacios a juntarse, a los que une solamente un tipo de rezo. Este punto de vista no lo aceptan los judíos, y no se aviene con el sentido común. Soljenitzin no cree en la existencia de los sabios de Sión, aunque “la unidad y coordinación de la actividad judía en busca de su propio avance ha hecho imaginar a muchos escritores  (a empezar por Cicerón) que existe un centro de mando único para dirigir sus ataques”. “Sin ningún centro mundial semejante, sin conspirar, los judíos se comprenden entre sí y son capaces de coordinar sus acciones”.

Los judíos son perfectamente capaces de coordinar sus acciones, pero yo dudo que seres humanos, judíos o ingleses, rusos o chinos, sean capaces de fraguar planes de largo alcance que abarquen siglos y continentes. Nadie ha sido capaz de demostrar que tal complot exista. Los ‘antisemitas’ (la gente que duda o niega la benevolencia inherente a los judíos en sus relaciones con los gentiles) insisten en la autenticidad del mismo, como hizo Henry Ford. El rey del automóvil dijo [6]: “El único planteamiento que me importa acerca de los Protocolos es que se ajustan a lo que está pasando”. Y ¡qué bien se ajustan!, exclama Victor Marsden, el traductor inglés de los Protocolos.

No obstante, esto no es ninguna prueba de que haya complot judío. Podemos alcanzar resultados semejantes a la vez que rechazamos la línea conspirativa, con tal de aplicar el concepto de interés propio a la comunidad judía real, según la describieron acertadamente Shahak y Mezvinsky. Demostraremos que el molesto concepto de la mano oculta o de los sabios de Sión es superfluo e innecesario.

La estructura tradicional de la comunidad judía era la de una pirámide al revés, en términos de los teóricos sionistas: comprendía a muchas personas con bienes, educación y funciones de mando, y muy pocos trabajadores. Parece algo raro, hasta el momento en que uno comprende que los sionistas contemplan artificialmente a los judíos como divorciados de la sociedad en la que viven. La pirámide invertida judía no podría existir sin una pirámide realmente vuelta al revés de clases bajas gentiles. Los judíos compiten con las elites indígenas de la sociedad gentil por el derecho a explotar a los obreros y campesinos gentiles. El modus operandi de los dos competidores difiere. Mientras las elites nativas compartían algunos valores con sus clases bajas y acostumbraban a favorecer cierta movilidad social hacia arriba, la comunidad judía tenía su propia estructura y valores.

Económicamente, se trataba de explotación capitalista o precapitalita de los naturales, mientras que en lo ideológico la comunidad declaraba su lealtad hacia sus dirigentes, su rechazo a cualquier rasgo compartido con los nativos, un etnocentrismo extremo y el sentimiento de superioridad racial y religioso hacia los nativos. Se trataba de una comunidad marginal, que no trenzaba vínculos amistosos o matrimoniales con los autóctonos. En tanto que comunidad marginal, no tenía por qué alimentar perspectivas de largo alcance como las que las elites nativas tenían anteriormente.

Por ejemplo, la comunidad judía de Ucrania en el siglo XVII se dedicó a tasar al campesinado y a ofrecer crédito, sacándoles a los nativos seis veces más tasas e impuestos por persona de lo que un señor feudal exigía, según escribió el eminente historiador judío y ucraniano Saul Borovoy en un libro publicado hace poco en Jerusalén. Las comunidades judías del Maghreb apoyaban al poder colonial en contra de sus vecinos gentiles, etc. Sus tradiciones les prohibían las relaciones normales con los indígenas.

Vamos a suponer que semejante comunidad actúa en función de sus intereses egoístas. Olvidémonos de conspiraciones; olvidemos a los Mayores, sabios o lo que sea, de Sión. El único objetivo de la comunidad es promover su propio bienestar. Para un grupo marginal, esto significa ensanchar la el abismo social que existe entre sus miembros y la población autóctona hasta donde sea posible, a la vez que se minimizan los posibles efectos negativos de tal elección.

Muy naturalmente, en función de sus propios intereses, el grupo apoyaría cualquier movimiento dirigido contra las elites nativas, ya fuesen los encabezados por el rey (es lo que hacían los judíos antes de la Revolución Francesa) o las rebeliones de las clases bajas. Esto no lo harían por el supuesto amor judío a la democracia o por una naturaleza supuestamente rebelde, sino para mejorar sus propias posiciones. La situación ideal sería la que se originara tras la masacre o la expulsión de las elites nativas, porque entonces los miembros del grupo se encontrarían en condiciones de apoderarse de sus posiciones. Da la casualidad que esto fue lo que ocurrió en la Unión Soviética y en la Hungría soviética a raíz de la primera guerra mundial. La masacre y el destierro de las elites nativas dejó las sedes del poder y la influencia abiertas a la competencia judía.

El propio interés explica la participación de los judíos en la temida Cheka, es decir, los servicios secretos soviéticos. Hasta 1937, los judíos ocupaban el escalón más elevado en el cuerpo que precedió al KGB, mientras millones de rusos iban perdiendo la vida o la libertad. De forma objetiva, estos verdugos proporcionaban casas y oficios a sus parientes judíos. Después de la masacre y el destierro de las elites rusas, los judíos estaban listos para la igualdad, pues el hijo de un rabino podía competir fácilmente con el hijo de un obrero o de un campesino ruso, mientras no hubiera podido competir con el hijo de un ruso de la nobleza.

De la misma forma, los judíos en Israel garantizaron igualdad limitada a los palestinos en 1966, después de confiscar el 90% de las tierras y expulsar al 90% de la población. En la actualidad, los colonos prometen extender la igualdad al resto de los palestinos, siempre y cuando hayan echado lejos a la mayoría de éstos. A la luz del gran apoyo judío a Israel, no hay motivo para suponer que el modus operandi judío en Palestina sea intrínsecamente diferente de las intenciones judías en otras tierras.

Escribe Soljenitzin: “Los oficiales del ejército que fueron ejecutados [durante la revolución] eran rusos, los nobles, sacerdotes, monjes, diputados, eran rusos. En lla década de1920, los ingenieros y científicos prerrevolucionarios fueron exiliados o eliminados. Eran rusos y su lugar lo tomaron unos judíos. En el mejor instituto psiquiátrico de Moscú, los médicos rusos fueron detenidos o exiliados, mientras ocupaban su lugar los judíos. Unos médicos judíos importantes bloquearon el ascenso de los científicos rusos en el campo de la medicina. La mejor elite intelectual y artística del pueblo ruso fue asesinada, mientras crecían y florecían los judíos en esos días funestos para los rusos”.

La nueva elite judía no se identificaba plenamente con Rusia, sino que llevaba adelante una política separada. Esto tuvo un efecto decisivo en 1991, cuando más del 50 % de los judíos apoyaron el golpe prooccidental del presidente Yeltsin, mientras sólo el 13 % de los rusos lo respaldaba. En 1995, el 81% de los judíos votó a favor de los partidos prooccidentales y sólo el 3% por los comunistas (mientras el 46% de los rusos votaba por estos), según lo ha publicado la socióloga judía Dra. Ryvkina en su libro de 1996 Los judíos en la Rusia post-soviética.

En la siempre expansionista América estadounidense, los judíos no han tenido que matar o echar a las elites nativas; se volvieron parte importante de las mismas, controlando la expresión dominante y manejando anchos y tendidos trapos financieros. Todavía no se identifican con la América gentil: cada año, obligan al Congreso y a la Administración a enviar cinco billones de dólares a sus tentáculos israelíes y ahora están intentando que los Estados Unidos hagan la guerra en su lugar contra Irak. Sí que discriminan a los demás estadounidenses, pues de otra manera no se explica que el 60% de los puestos de dirección en los medias estén en manos de judíos[7].

Los judíos de Francia tampoco se identifican con ese país. “Su identificación con Israel es tan fuerte, está por encima de los vínculos que los puedan atar al país en donde viven”, escribe Daniel ben Simon en Haaretz. “Esta lealtad dual se me hizo muy clara con lo que me dijo un médico judío en Niza: “Si hay que elegir entre Israel y Francia, por supuesto yo me siento más cerca de Israel”. Nacido y criado en Francia, hizo sus estudios de medicina en Francia, sus pacientes son franceses, habla francés con su mujer y sus hijos. Pero en lo hondo de su corazón, siente mayor afinidad con el estado judío”.

En Palestina, los judíos no sienten compasión por los nativos. Viajan en carreteras separadas, estudian en escuelas segregadas y un judío consume diez veces más recursos acuáticos que un gentil, mientras sus ingresos son siete veces mayores. Por eso, el aislamiento judío sigue siendo un dato vital para muchas comunidades judías.

Los judíos necesitan ocultar su situación excepcional para preservar su propio bienestar , su riqueza y su poder, y se valen de las siguientes mañas :

- La constante muletilla  del Holocausto ayuda a combatir la envidia.

- En una sociedad monoétnica, los judíos son el único cuerpo extranjero, de modo que se congregan y atraen la atención, mientras que en una sociedad multicultural se les nota apenas. Por ello, los judíos apoyan la inmigración desde países no europeos, porque de esta forma el exclusivismo judío deja de notarse con carácter propio.

- Lo políticamente correcto es otra manera de prohibir el debate sobre la influencia judía.

- El combate contra la cristiandad y la iglesia cobra sentido para una comunidad no cristiana: si la iglesia fuera fuerte, los cristianos preferirían su propia elite cristiana.

- La globalización es una dinámica natural para gente esparcida por el mundo entero, en la medida en que le conceden poca importancia a los caminos locales.

- El empobrecimiento de los nativos no es más que la otra cara del enriquecimiento creciente de la comunidad judía.

Cuando se suma todo esto, buena parte (no todas) de las ideas que los Protocolos atribuyen a los judíos son efectivamente las ideas útiles o necesarias para el bienestar comunitario judío, sin la menor necesidad de grandes odios hacia los gentiles ni la guía de los míticos Sabios de Sión. Esta es la razón de la larga vida de los Protocolos. Paradójicamente, si no fuera por el apartheid israelí estos hechos permanecerían invisibles para las comunidades que los hospedan.

 

Notas :

[1] A Horseless Rider, the Protocols of the Elders of Sion and Importd Bigotry, de Quais S. Saleh, CounterPunch November 13, 2002. Véase más sobre esto en:http://abcnewsgo.com/sections/world/Daily News/egypt021121_TV.html .

[2] http://books.guardian.co.uk/review/story/0,12084,775668,00.html  Los envenenados Protocolos, de Humberto Eco.

[3] Anagrama seudónimo de François Rabelais.

[4] Alexander Soljenitzin, Evrei v SSST i v budushei Rossii, 2001 (en ruso)

[5] Pluto Press, 1999

[6] En una entrevista publicada en el New York World, 17 de febrero de 1921

[7] Dato proporcionado por Kevin MacDonald, de la Universidad de California.

ynthia

 

 

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