Nota :Israel Shamir .Ruso e israelí, escritor, traductor,
periodista, Israel Shamir nació en Novosibirsk, Siberia, es nieto de un
profesor de matemáticas, y biznieto de un rabino de Tiberiada, Palestina.
Estudió en la prestigiosa escuela de la Academia de ciencias y cursó estudios
de matemáticas y leyes en la universidad de Novosibirsk. En 1969, se mudó a
Israel, sirvió en el ejército y peleó en la guerra de 1973. Después, volvió a
las leyes en la universidad de Jerusalén, pero decidió ser periodista y escritor.
LOS SABIOS DE SIÓN Y LOS MAESTROS DEL DISCURSO
22 11 2002
El molesto concepto de la “mano oculta” o los “sabios de
Sión” es superfluo e innecesario.
“La última controversia referente al mundo árabe tiene
que ver con un programa televisivo, ‘El jinete sin caballo’, cuya emisión se
inició en varios canales árabes por satélite el pasado miércoles 5 de
noviembre, primer día de Ramadán. El origen de la disputa es que el programa se
basa parcialmente en los ‘Protocolos de los sabios de Sión’, ese viejo documento
falso originario de la Rusia zarista”, escribe desde Ramalá el consultante de
negocios Qais S. Saleh desde en el excelente sitio web Counter Punch [1]. Como
era de esperar, Saleh condena dicho programa y advierte a los palestinos y a
los árabes para que se mantengan apartados de la vieja y maligna fiera del
antisemitismo o, tal como lo denomina, “la corriente de importación de la
beatería antisemita”.
El punto de vista de Salej coincide con el de Michael
Hoffman, en cuyo sitio web se pueden encontrar dichos Protocolos. Hoffman
piensa que los árabes no tienen necesidad de importar argumentos antisemitas de
fuentes remotas, puesto que disponen de otra fuente local a su disposición las
veinticuatro horas del día: el comportamiento actual del estado judío y de sus
ciudadanos judíos. Es mucho más convincente que los viejos chismes de antaño.
De todas formas, los Protocolos siguen vivos entre
nosotros y siguen llamando la atención. Hace poco, el afamado novelista y
pensador italiano Umberto Eco ofreció su opinión sobre el tema a The Guardian
[2]. Eco “explica” como sigue los sentimientos populares hacia los judíos:
“Estaban metidos en el negocio y la renta del dinero, de ahí el resentimiento
hacia ellos como intelectuales”. Hasta donde alcanza mi conocimiento, no son
los intelectuales quienes prestan
dinero, sino los banqueros y los tiburones de la bolsa, mientras que los
auténticos intelectuales encuentran repugnante dicha conducta. Es posible que
Eco tenga otra definición escondida de los intelectuales. “Los vergonzosos
Protocolos de los mayores y sabios de Sión eran un compendio en serie de
material de ficción y demuestran por sí mismos su carácter falsificado, pues
resulta difícil de creer que los ‘malvados’ revelasen su fallidos proyectos de
manera tan palmaria”, concluye Eco.
Se le puede perdonar a un consultante en negocios de
Ramalá, pero Umberto Eco hubiera debido darse cuenta de que su definición se
ajustaría a otros libros como, por ejemplo, Gargantúa y Pantagruel, mentira aún
más antigua, que pretende ser la verdadera crónica de la familia de los
gigantes, fabricada a partir de “materiales de ficción en serie”. el Quijote,
Los papeles de Pickwick o el 1984 de Orwell son libros que “pretenden”
describir acontecimientos reales en el mismo grado. Son “fantasías” en la
medida en que se atribuyen a otra persona: Don Quijote a Cide Hamete Benengeli
y Gargantúa a Maître Alcofribas Nasier [3].
Los “protocolos” son más pseudoepigrafía que
“falsificaciones”. Pertenecen a la misma categoría de la carta de Thomas
Friedman, supuestamente dirigida por el presidente Clinton a Mubarak. Al fin y
al cabo, el género pseudoepigráfico es antiguo y venerable. Es mejor aún
considerar los “Protocolos como ‘un panfleto político’.
En este ensayo, vamos a intentar descubrir por qué los
Protocolos se niegan a descansar en la paz del olvido. Trataremos de
mantenernos fuera del alcance de la pregunta al uso sobre quién los escribió.
El autor real sigue siendo desconocido y resulta difícil imaginarlo, pues los
Protocolos son un palimpsesto literario. Hace muchísimo tiempo, un escriba
grabó una composición propia en un trozo de pergamino antiguo, tras borrar
previamente un texto anterior. Pero nunca se lograba raspar por completo el
soporte, y el lector se encontraba, por ejemplo, con la versión integrada del
Asno de oro de Apuleyo y de losFioretti de San Francisco. En los Protocolos,
hay diversas capas de historias viejas y más viejas y esto invalida cualquier
indagación racional sobre el creador prístino. Cada texto debería ser examinado
a partir de sus méritos propios, dejando de lado la cuestión de la autoría. Sin
embargo, Jorge Luis Borges escribió que el autor es una parte importante de
todo texto. Por cierto, si supiéramos que los Protocolos contienen auténtica
impronta de alguna elite judía, tendríamos la respuesta lista al minuto. Pero
fueron publicados a finales del siglo XIX, casi en el XX, como “hallazgo”, es
decir, apócrifos. Se convirtieron en un gran best-seller y lo siguen siendo,
aunque en algunos países (por ejemplo, la Unión Soviética) la simple posesión
del texto podía acarrear la pena de muerte.
El autor anónimo de los Protocolos describe un plan
maestro para una amplia reestructuración de la sociedad, la creación de una
nueva oligarquía y el sometimiento de millones de personas. El producto final
no es demasiado diferente del que se describe en otro escrito contemporáneo, El
Talón de acero, de Jack London, el gran radical de Oakland, California. La
diferencia es que London esperaba una hecatombe general, mientras que el método
del anónimo para sojuzgar tiene que ver con manipulaciones maquiavélicas y con
el control mental, al estilo del 1984 orwelliano. (El homenaje de Orwell a los
Protocolos es más sobrecogedor aún, porque casi nunca se menciona).
La dificultad con los Protocolos está en una disonancia
entre su lenguaje crudo y un pensamiento social y religioso que tiene
profundidad. Es un informe en forma de parodia grosera, sobre un plan satánico,
sutil y bien pensado, escribió el novelista y Premio Nobel Alexander
Soljenitsin [4] en su análisis de los Protocolos, redactado en 1966 y publicado
en 2001.
“Los Protocolos diseñan el esquema de un sistema social.
Su propósito está muy por encima de las habilidades de una mente común,
incluida la de quien los editó. Es un proceso dinámico con dos etapas:
desestabilización, libertad creciente y liberalismo, que termina en cataclismo
social y, en la segunda etapa, se instaura una nueva reestructuración
jerarquizada de la sociedad. Es algo más complicado que una bomba nuclear.
Podría tratarse de un plan diseñado por una mente genial, pero robado y
distorsionado. Su pútrido estilo de asqueroso folleto antisemita oculta
intencionadamente la notable fuerza del pensamiento y de la predicción.”
Soljenitzin se da cuenta de los fallos de los Protocolos:
“El estilo es el de un folleto maloliente, la poderosa línea del pensamiento
está quebrada y fragmentada, mezclada con encantaciones apestosas y torpezas en
lo psicológico. El sistema descrito no se relaciona necesariamente con los judíos;
podría ser puramente masónico u otra cosa, en la medida en que su cauce
violentamente antisemita no es parte orgánica del diseño”. Sojenitzin hace un
experimento textual, saca las palabras “judío”, “goy” y “conspiración” y
encuentra muchas ideas molestas. Concluye: el texto muestra una visión
impresionante acerca de los dos sistemas sociales, el occidental y el
soviético. Mientras que un pensador sólido podía predecir tal vez el desarrollo
occidental en 1901, ¿cómo es posible que imaginara el futuro soviético?”
Soljenitzin desafió al régimen soviético, se atrevió a
escribir y publicar el descomunal Archipiélago del Gulag, un requisitorio
contra la represión soviética, pero ahí retrocedió y no publicó su
investigación sobre los Protocolos. Pidió que sólo se publicasen después de su
muerte, y el texto fue publicado en 2001, sin su consentimiento, en muy
reducido número de ejemplares. Sigamos la línea de pensamiento de Soljenitzin y
penetremos en la bola de cristal de los Protocolos, descontando provisionalmente
la supuesta “línea judía” y considerando en serio la idea de crear un nuevo
sistema, no necesariamente dominado por los judíos. El plan maestro empieza por
reformatear la mente humana:
“La mente de la gente será desviada (lejos de la
contemplación) hacia la industria y el comercio, de modo que ya no tendrán
tiempo para pensar. La gente se volcará enteramente hacia las ganancias. Será
una búsqueda vana, porque pondremos la industria sobre una base especulativa:
lo que se sacará de la tierra mediante la industria se escapará de las manos de
los trabajadores e industriales para ir a parar a las de los financieros.
La lucha intensificada para la supervivencia y la
superioridad, acompañada por crisis y choques, creará comunidades frías y
desalmadas, con fuerte aversión hacia la religión. Su único guía será el
beneficio, es decir, Mamón, al que elevarán al grado de auténtico culto”.
La visión del anónimo es asombrosa: en la época de la
publicación de los Protocolos, el hombre aún era la medida de las cosas y hubieron
de transcurrir ochenta años antes de que Milton Friedman y la escuela de
Chicago proclamasen que el mercado y los beneficios son la única luz
alumbradora.
El instrumento para esclavizar la mente son los medios de
comunicación, escribe el anónimo. “Hay una gran fuerza que mueve a la gente a
modificar su forma de pensamiento, y se trata de los medios. En la prensa es
donde se encuentra encarnado el triunfo de la libertad de expresión. A través
de la prensa hemos ganado el poder de influenciar las mentes, mientras que, al
mismo tiempo, permanecíamos libres de sospecha. Borraremos de la memoria de las
gentes los hechos históricos que no deseamos ver publicados y dejaremos sólo
los que convengan a nuestros deseos”.
Habrían de transcurrir muchos años tras la publicación
hasta que el pequeño grupo que controla nuestro discurso sin hacerse notar, los
dueños de los medios, manifestaran su ascenso. La libre discusión acerca de los
barones de los medios, Berlusconi y Black, Maxwell y Sulzberger, Gusinsky y Zuckerman,
está prohibida en los órganos de su propiedad, pero la afinidad cooperativa
entre ellos sigue siendo impresionante. La libertad de expresión sobrevive donde existen medios
todavía independientes (de los barones mediáticos). Cientos de años atrás, esta
fuerza era mucho más débil que en la actualidad, y es sorprendente que el
anónimo reconociera su potencial.
Un siglo antes del auge del Banco Mundial y del FMI, los
Protocolos notaron que los préstamos eran los mejores instrumentos para
despojar de sus riquezas a los países extranjeros. “Mientras los préstamos eran
internos, el dinero permanecía en el país, pero con su externalización, todas
las naciones pagan el tributo de sus súbditos a la oligarquía”. Por cierto,
cuanto mayor es el monto de los préstamos que consiguen los países pobres, más
pobres se vuelven.
La concentración de capital entre manos de financieros,
la concentración de los medios en pocas manos, los asesinatos extrajudiciales
de líderes no arrodillados y la bolsa de valores con sus derivados van
bombeando la riqueza y la acumulan en las manos del clero de Mamón, y el lucro
(denominado “fuerzas del mercado”) es la única medida de una estrategia
exitosa. Es cierto, el interés de los Protocolos no desaparece porque el plan
descrito para crear una ley oligárquica (no necesariamente judía) esté siendo
puesto en práctico en tiempo real , bajo el nombre de Nuevo Orden Mundial.
A veces se describe el texto de los Protocolos como de
extrema derecha y antiutópico. Sin embargo, va más allá de ambos discursos, de
izquierdas o de derechas. Un escritor derechista aplaudiría en él el
fortalecimiento de la ley y el orden, pero las predicciones del anónimo podrían
haber salido de la pluma de un libertario de izquierdas como Noam Chomsky, por
ejemplo, cuando vislumbra la transición actual hacia el Nuevo Orden Mundial:
“La carrera armamentista y el incremento de la fuerza policial abrirán paso a
una sociedad donde solamente habrá masas proletarias, unos pocos millonarios,
policías y soldados”.
Pero el pensamiento más hondo del anónimo radica en la
esfera espiritual:
“La libertad podría ser inofensiva y encontraría su lugar
en la economía estatal sin estorbar el bienestar del pueblo si descansase sobre
la fe en Dios y excluyese la hermandad entre los hombres. Éste es el motivo por
el cual es imprescindible para nosotros que desaparezca cualquier fe, para
erradicar de la mente de la gente el mismísimo principio de Dios y el espíritu,
para poner en su lugar cálculos aritméticos y necesidades materiales”.
El anónimo relaciona la fe y la idea de la hermandad
entre los humanos. Socavar la fe derriba la fraternidad. La libertad, en vez de
ser un estado de ánimo deseable y hermoso, se convierte en un camino destructor
cuando se desvincula de la fe. En vez de fe, el enemigo ofrece la búsqueda de
Mamón.
Mientras iba leyendo en el International Herlad Tribune
de hoy (16. 11. 02) las filípicas contra los curas gays y las monjas lesbianas,
me fijaba en las siguientes líneas de los Protocolos: “Hemos procurado
desacreditar al clero cristiano y arruinar su misión, que podría estorbar
nuestros planes. Día tras día, su influencia en el pueblo va decayendo. El colapso
de la cristiandad se avecina.”
Somos testigos de la puesta en marcha de este plan: ya
nadie se toma en serio la religión, el neoliberalismo, o sea, la fe en Mamón,
ocupa su lugar, mientras que el desplazamiento del socialismo, este valiente
ensayo de una creencia nihilista basada en la fraternidad, se ha derrumbado,
dejando en su lugar un vacío ideológico.
Esta observación movió a algunos comentaristas a
exclamar: “El verdadero diseñador del plan maestro es nuestro viejo conocido,
el Príncipe del universo, cuyo último designio es la eliminación de la divina
presencia y la ruina del hombre”. Por supuesto, pero el Príncipe del orbe no
puede actuar directamente. Necesita agentes libres que elijan aceptar su plan.
Estos agentes decisivos y posibles aliados, de acuerdo con el panfleto, son los
capitalistas financieros y los Señores de la Palabra, la “mente directora”.
Promueven a las posiciones más elevadas a “políticos que,
en caso de desobediencia de nuestras instrucciones, tendrán que hacer frente a
cargos criminales o bien desaparecer. Arreglaremos elecciones a favor de
candidatos que tengan alguna mancha oscura y oculta en su pasado. Ellos serán
nuestros agentes más confiables, por el temor a revelaciones”. Para nosotros,
contemporáneos del Watergate y de Mónica Lewinsky, esto suena familiar.
El cambio entre la primera etapa (liberalismo y libertad)
y la segunda (tiranía) ha tenido lugar en nuestro tiempo. Si en 1968 el New
York Times promocionaba los Jinetes por la libertad, en 2002 respalda el Acta
patriótica. Un abogado estadounidense importante de Harvard, Alan Dershovitz,
efectuó el giro decisivo, desde los derechos humanos hasta el derecho de
torturar. Este giro radical ya lo habían anunciado los Protocolos como el
propósito latente bajo la lucha en contra de las viejas elites.
“La aristocracia disfrutaba con la labor de los
trabajadores y tenía interés en verlos bien alimentados, saludables y fuertes.
La gente ha aniquilado a la aristocracia y ha caído entre las garras de rufianes despiadados en su afán por llevar el
dinero a sus arcas”.
En términos menos emocionales, la nueva burguesía
destituyó a las viejas elites con el apoyo del pueblo, mientras prometía
libertad y ponía en tela de juicio sus privilegios. Después de su victoria, se
apoderó del privilegio para sí misma y resultó ser igual de mala (o peor
incluso) que el señor feudal. Marx se refirió a esta queja de la aristocracia
en uno de los numerosos añadidos al Manifiesto comunista y lo consideró
intranscendente, incluso si estaba parcialmente justificado. Pero Marx no vivió
lo suficiente para ser testigo del proceso semejante que tuvo lugar en los
últimos días de la Unión Soviética. La nueva burguesía ascendente tomó el
control del discurso, convenció al pueblo para que combatiese el privilegio de
la nomenklatura por el afán de igualdad y libertad y, tras la victoria, asumió
y multiplicó el privilegio, renegando de igualdad y libertad.
Los Protocolos predicen el auge de la nueva burguesía,
los globalistas seguidores de Mamón, que son intrínsecamente hostiles a las
viejas elites, al espíritu, a la religión, al pueblo ordinario. Durante largo
tiempo fueron el motor de la izquierda, de los movimientos que buscaban la
democracia, hasta que se alcanzaron su meta y pasaron a convertirse en
oligarquía.
Se puede cuantificar este giro de 180 grados por el monto
de la tasa sobre la tierra y la transmisión del patrimonio en Inglaterra:
mientras que la burguesía financiera y los Señores de la palabra combatían
contra las viejas clases dirigentes, estos montos eran elevados y podían
desmantelar la base de su poder; después de su victoria, el monto fue
decreciendo, lo cual permitió la consolidación de las nuevas clases dirigentes.
Es posible que el viejo orden tuviera sus ventajas. Es casi seguro que una
transición a partir del antiguo orden habría sido diferente si el pueblo
hubiera vislumbrado las intenciones del enemigo. Pero la historia no tiene
marcha atrás y es bastante frívolo soñar con el retorno de los amitos buenos y
los benévolos jefes del partido.
Por eso, los Protocolos (expurgados de sus referencias a
judíos y conspiraciones) son sumamente útiles, porque retratan en negativo el
Nuevo Orden Mundial y ayudan a sus adversarios a concebir una estrategia
defensiva contra los designios del enemigo. Pero las referencias a los judíos
constituyen una parte extensa e importante del texto.
Los Protocolos identifican la fuerza motriz del nuevo
orden con un grupo poderoso de cabecillas judíos chovinistas, manipuladores y
obsesionados por la dominación. Los cabecillas, según los Protocolos,
desprecian a los miembros llanos de la comunidad; utilizan y apoyan el
antisemitismo como medio para mantener a sus “hermanos menores”, la inocente
muchedumbre que comparte orígenes judíos,
esclavizados bajo su dominación. Los cabecillas son descritos como
odiadores patológicos de los gentiles, propensos a destruir la cultura y las
tradiciones de otras naciones, mientras preservan las suyas. Su meta es crear
el gobierno mundial y legislar sobre un planeta homogéneo y globalizado.
Sus metas e intenciones están planteadas de una manera
extremadamente antipática. Soljenitzin concluía que nadie que tuviese la mente
sana expondría sus ideas favoritas en términos tan degradantes y
contraproducentes para la propia imagen. “Extraemos el oro de la sangre y las
lágrimas de ellos”, “nuestro poder se basa en el hambre del pueblo”, “los
revolucionarios son nuestra herramienta humana”, “la mente bruta de los
gentiles” son palabras que, en su opinión, achacan a los judíos quienes son sus
enemigos. Según él, a un judío le convendría exponer semejantes ideas de manera
sesgada.
Esto no es un argumento a prueba de bala. Algunos hablan
de una manera oblicua, otros prefieren la expresión directa. Un armenio de
Bakú, la capital azerí, me dijo allá por el año 1988: “Los azeríes son nuestro
ganado, sin nuestra mente armenia, el país de esa gente se hundiría en pocos
días, porque son unos burros estúpidos” (unos meses más tarde, una explosión de
violencia indígena arrojó a los inteligentes armenios fuera de Azerbaiyán y,
desde entonces, los azeríes se las arreglan muy bien para manejar su propia
tierra). David Ben Gurion, el primer dirigente del estado judío, también acuñó
una máxima arrogante: “¿A quién le importa lo que dicen los gentiles? ¡Lo que
importa es lo que hacen los judíos!” Esta sentencia es casi una cita textual de
los Protocolos.
Los Protocolos le adscriben a los Sabios un dicho, “cada
víctima judía vale por mil gentiles a los ojos de Dios”. Esta línea, de suprema arrogancia, no es un vano invento de
algún antisemita. Dos ministros del gobierno de Sharon, Yuri Landau e Ivet
Lieberman, pidieron a cada judío que mate a mil palestinos gentiles. Por lo
visto, algunas ideas de los Protocolos no son extrañas a algunos judíos.
El fallecido universitario Israel Shahak y un escritor
judío estadounidense, Norton Mezvinsky, en su libro El fundamentalismo judío en
Israel [5] presentan una gran cantidad de dichos de rabinos judíos que no
estarían fuera de lugar en los Protocolos. “La diferencia entre un alma judía y
el alma de los no judíos es mayor y más profunda que la diferencia entre un
alma humana y la del ganado” (pág. ix). Shahak y Mezvinsky demostraron que la
rabia de los chovinistas judíos no distingue entre palestinos, árabes o
gentiles en general. En otras palabras, cualquier cosa que les haya pasado a
los palestinos podría sucederle a cualquier comunidad de gentiles que se
interponga en el camino de los judíos.
Por cierto, si los Protocolos no tuvieran relación con la
realidad, posiblemente no serían tan populares como son hoy en día. Los judíos
son lo suficientemente poderosos como para soñar con dominar, y algunos lo
hacen. Al parecer, algunas ideas judías han encontrado su camino a lo largo del
texto. Otros pensamientos se les achacan a los judíos sobre la base del qui
bono (a quién le rinde beneficios).
La idea menos aceptable de los Protocolos es la
presunción de una conspiración extremadamente antigua, con vistas a apoderarse
del mundo. La posición extrema de los filosemitas les niega a los judíos la
capacidad de actuar en conjunto y los presenta como individuos reacios a
juntarse, a los que une solamente un tipo de rezo. Este punto de vista no lo
aceptan los judíos, y no se aviene con el sentido común. Soljenitzin no cree en
la existencia de los sabios de Sión, aunque “la unidad y coordinación de la
actividad judía en busca de su propio avance ha hecho imaginar a muchos
escritores (a empezar por Cicerón) que
existe un centro de mando único para dirigir sus ataques”. “Sin ningún centro
mundial semejante, sin conspirar, los judíos se comprenden entre sí y son
capaces de coordinar sus acciones”.
Los judíos son perfectamente capaces de coordinar sus
acciones, pero yo dudo que seres humanos, judíos o ingleses, rusos o chinos,
sean capaces de fraguar planes de largo alcance que abarquen siglos y
continentes. Nadie ha sido capaz de demostrar que tal complot exista. Los
‘antisemitas’ (la gente que duda o niega la benevolencia inherente a los judíos
en sus relaciones con los gentiles) insisten en la autenticidad del mismo, como
hizo Henry Ford. El rey del automóvil dijo [6]: “El único planteamiento que me
importa acerca de los Protocolos es que se ajustan a lo que está pasando”. Y
¡qué bien se ajustan!, exclama Victor Marsden, el traductor inglés de los Protocolos.
No obstante, esto no es ninguna prueba de que haya
complot judío. Podemos alcanzar resultados semejantes a la vez que rechazamos
la línea conspirativa, con tal de aplicar el concepto de interés propio a la
comunidad judía real, según la describieron acertadamente Shahak y Mezvinsky.
Demostraremos que el molesto concepto de la mano oculta o de los sabios de Sión
es superfluo e innecesario.
La estructura tradicional de la comunidad judía era la de
una pirámide al revés, en términos de los teóricos sionistas: comprendía a
muchas personas con bienes, educación y funciones de mando, y muy pocos
trabajadores. Parece algo raro, hasta el momento en que uno comprende que los
sionistas contemplan artificialmente a los judíos como divorciados de la
sociedad en la que viven. La pirámide invertida judía no podría existir sin una
pirámide realmente vuelta al revés de clases bajas gentiles. Los judíos
compiten con las elites indígenas de la sociedad gentil por el derecho a
explotar a los obreros y campesinos gentiles. El modus operandi de los dos
competidores difiere. Mientras las elites nativas compartían algunos valores
con sus clases bajas y acostumbraban a favorecer cierta movilidad social hacia
arriba, la comunidad judía tenía su propia estructura y valores.
Económicamente, se trataba de explotación capitalista o
precapitalita de los naturales, mientras que en lo ideológico la comunidad
declaraba su lealtad hacia sus dirigentes, su rechazo a cualquier rasgo
compartido con los nativos, un etnocentrismo extremo y el sentimiento de
superioridad racial y religioso hacia los nativos. Se trataba de una comunidad
marginal, que no trenzaba vínculos amistosos o matrimoniales con los
autóctonos. En tanto que comunidad marginal, no tenía por qué alimentar
perspectivas de largo alcance como las que las elites nativas tenían
anteriormente.
Por ejemplo, la comunidad judía de Ucrania en el siglo
XVII se dedicó a tasar al campesinado y a ofrecer crédito, sacándoles a los
nativos seis veces más tasas e impuestos por persona de lo que un señor feudal
exigía, según escribió el eminente historiador judío y ucraniano Saul Borovoy
en un libro publicado hace poco en Jerusalén. Las comunidades judías del
Maghreb apoyaban al poder colonial en contra de sus vecinos gentiles, etc. Sus
tradiciones les prohibían las relaciones normales con los indígenas.
Vamos a suponer que semejante comunidad actúa en función
de sus intereses egoístas. Olvidémonos de conspiraciones; olvidemos a los
Mayores, sabios o lo que sea, de Sión. El único objetivo de la comunidad es
promover su propio bienestar. Para un grupo marginal, esto significa ensanchar
la el abismo social que existe entre sus miembros y la población autóctona
hasta donde sea posible, a la vez que se minimizan los posibles efectos
negativos de tal elección.
Muy naturalmente, en función de sus propios intereses, el
grupo apoyaría cualquier movimiento dirigido contra las elites nativas, ya
fuesen los encabezados por el rey (es lo que hacían los judíos antes de la
Revolución Francesa) o las rebeliones de las clases bajas. Esto no lo harían
por el supuesto amor judío a la democracia o por una naturaleza supuestamente
rebelde, sino para mejorar sus propias posiciones. La situación ideal sería la
que se originara tras la masacre o la expulsión de las elites nativas, porque
entonces los miembros del grupo se encontrarían en condiciones de apoderarse de
sus posiciones. Da la casualidad que esto fue lo que ocurrió en la Unión
Soviética y en la Hungría soviética a raíz de la primera guerra mundial. La
masacre y el destierro de las elites nativas dejó las sedes del poder y la
influencia abiertas a la competencia judía.
El propio interés explica la participación de los judíos
en la temida Cheka, es decir, los servicios secretos soviéticos. Hasta 1937,
los judíos ocupaban el escalón más elevado en el cuerpo que precedió al KGB,
mientras millones de rusos iban perdiendo la vida o la libertad. De forma
objetiva, estos verdugos proporcionaban casas y oficios a sus parientes judíos.
Después de la masacre y el destierro de las elites rusas, los judíos estaban
listos para la igualdad, pues el hijo de un rabino podía competir fácilmente
con el hijo de un obrero o de un campesino ruso, mientras no hubiera podido
competir con el hijo de un ruso de la nobleza.
De la misma forma, los judíos en Israel garantizaron
igualdad limitada a los palestinos en 1966, después de confiscar el 90% de las
tierras y expulsar al 90% de la población. En la actualidad, los colonos
prometen extender la igualdad al resto de los palestinos, siempre y cuando
hayan echado lejos a la mayoría de éstos. A la luz del gran apoyo judío a
Israel, no hay motivo para suponer que el modus operandi judío en Palestina sea
intrínsecamente diferente de las intenciones judías en otras tierras.
Escribe Soljenitzin: “Los oficiales del ejército que
fueron ejecutados [durante la revolución] eran rusos, los nobles, sacerdotes,
monjes, diputados, eran rusos. En lla década de1920, los ingenieros y
científicos prerrevolucionarios fueron exiliados o eliminados. Eran rusos y su
lugar lo tomaron unos judíos. En el mejor instituto psiquiátrico de Moscú, los
médicos rusos fueron detenidos o exiliados, mientras ocupaban su lugar los
judíos. Unos médicos judíos importantes bloquearon el ascenso de los
científicos rusos en el campo de la medicina. La mejor elite intelectual y
artística del pueblo ruso fue asesinada, mientras crecían y florecían los
judíos en esos días funestos para los rusos”.
La nueva elite judía no se identificaba plenamente con
Rusia, sino que llevaba adelante una política separada. Esto tuvo un efecto
decisivo en 1991, cuando más del 50 % de los judíos apoyaron el golpe
prooccidental del presidente Yeltsin, mientras sólo el 13 % de los rusos lo
respaldaba. En 1995, el 81% de los judíos votó a favor de los partidos
prooccidentales y sólo el 3% por los comunistas (mientras el 46% de los rusos
votaba por estos), según lo ha publicado la socióloga judía Dra. Ryvkina en su
libro de 1996 Los judíos en la Rusia post-soviética.
En la siempre expansionista América estadounidense, los
judíos no han tenido que matar o echar a las elites nativas; se volvieron parte
importante de las mismas, controlando la expresión dominante y manejando anchos
y tendidos trapos financieros. Todavía no se identifican con la América gentil:
cada año, obligan al Congreso y a la Administración a enviar cinco billones de
dólares a sus tentáculos israelíes y ahora están intentando que los Estados
Unidos hagan la guerra en su lugar contra Irak. Sí que discriminan a los demás
estadounidenses, pues de otra manera no se explica que el 60% de los puestos de
dirección en los medias estén en manos de judíos[7].
Los judíos de Francia tampoco se identifican con ese
país. “Su identificación con Israel es tan fuerte, está por encima de los
vínculos que los puedan atar al país en donde viven”, escribe Daniel ben Simon
en Haaretz. “Esta lealtad dual se me hizo muy clara con lo que me dijo un
médico judío en Niza: “Si hay que elegir entre Israel y Francia, por supuesto
yo me siento más cerca de Israel”. Nacido y criado en Francia, hizo sus
estudios de medicina en Francia, sus pacientes son franceses, habla francés con
su mujer y sus hijos. Pero en lo hondo de su corazón, siente mayor afinidad con
el estado judío”.
En Palestina, los judíos no sienten compasión por los
nativos. Viajan en carreteras separadas, estudian en escuelas segregadas y un
judío consume diez veces más recursos acuáticos que un gentil, mientras sus
ingresos son siete veces mayores. Por eso, el aislamiento judío sigue siendo un
dato vital para muchas comunidades judías.
Los judíos necesitan ocultar su situación excepcional
para preservar su propio bienestar , su riqueza y su poder, y se valen de las
siguientes mañas :
- La constante muletilla
del Holocausto ayuda a combatir la envidia.
- En una sociedad monoétnica, los judíos son el único
cuerpo extranjero, de modo que se congregan y atraen la atención, mientras que
en una sociedad multicultural se les nota apenas. Por ello, los judíos apoyan
la inmigración desde países no europeos, porque de esta forma el exclusivismo
judío deja de notarse con carácter propio.
- Lo políticamente correcto es otra manera de prohibir el
debate sobre la influencia judía.
- El combate contra la cristiandad y la iglesia cobra
sentido para una comunidad no cristiana: si la iglesia fuera fuerte, los
cristianos preferirían su propia elite cristiana.
- La globalización es una dinámica natural para gente
esparcida por el mundo entero, en la medida en que le conceden poca importancia
a los caminos locales.
- El empobrecimiento de los nativos no es más que la otra
cara del enriquecimiento creciente de la comunidad judía.
Cuando se suma todo esto, buena parte (no todas) de las
ideas que los Protocolos atribuyen a los judíos son efectivamente las ideas
útiles o necesarias para el bienestar comunitario judío, sin la menor necesidad
de grandes odios hacia los gentiles ni la guía de los míticos Sabios de Sión.
Esta es la razón de la larga vida de los Protocolos. Paradójicamente, si no
fuera por el apartheid israelí estos hechos permanecerían invisibles para las
comunidades que los hospedan.
Notas :
[1] A Horseless
Rider, the Protocols of the Elders of Sion and Importd Bigotry, de Quais S.
Saleh, CounterPunch November 13, 2002. Véase más sobre esto
en:http://abcnewsgo.com/sections/world/Daily News/egypt021121_TV.html .
[2]
http://books.guardian.co.uk/review/story/0,12084,775668,00.html Los envenenados Protocolos, de Humberto Eco.
[3] Anagrama seudónimo de François Rabelais.
[4] Alexander
Soljenitzin, Evrei v SSST i v budushei Rossii, 2001 (en ruso)
[5] Pluto Press, 1999
[6] En una entrevista publicada en el New York World, 17
de febrero de 1921
[7] Dato proporcionado por Kevin MacDonald, de la
Universidad de California.
ynthia
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