viernes, 20 de septiembre de 2013

El conocimiento de Dios en la Tradición Oriental.Capítulo I


Paul Evdokímov, La connaissance de Dieu selon la Tradition Orientale, X. Mappus, Lyon. Paulinas, Madrid, 1969. (agotado).

 

INTRODUCCIÓN


 

El texto que presentamos hoy resume las 12 lecciones dadas en la Facultad de Teología de Lión (cátedra de ecumenismo) entre el 28 de febrero y el 5 de marzo de 19661. El tema general de los cursos era el conocimiento de Dios en la enseñanza patrística, litúrgica e iconográfica de la Iglesia ortodoxa.

 

Este tema nos parece uno de los más aptos para hacer captar cierta diferencia de perspectiva teológica en Oriente y en Occidente y servir así al diálogo ecuménico. Ciertamente el conocimiento de Dios no es un problema: no surge de la especulación filosófica o teológica. Es el misterio de la revelación divina y, por consiguiente, brota de la experiencia directa de ésta. De ahí resulta inmediatamente que no se trata de aportar la solución, por otra parte inexistente a ese nivel, porque precisamente estamos ante el misterio y no ante un problema. Es evidente que nunca se puede racionalizar un misterio; por el contrario, se le puede hacer "luminoso", según la expresión de Gabriel Marcel. Nuestra tarea, pues, será el mostrar cómo se ha planteado este tema en la conciencia eclesial en Oriente y cuáles son los elementos de la tradición que proyectan sobre él alguna luz.


 

Capítulo I: ALGUNAS CONSIDERACIONES PREVIAS DE ORDEN HISTÓRICO


 

 

Los acontecimientos políticos, a finales del siglo V, separan a Occidente de Oriente. Roma y Bizancio se encuentran forzosamente ante problemas distintos. Las tradiciones locales se forman y la reflexión teológica se sitúa en climas sociales, intelectuales y espirituales heterogéneos.

Pero de todos modos, y en todo caso, se puede adelantar que cada tradición, en su tipo acentuado, presenta siempre cierta individualización de la única revelación según el genio propio de cada una de estas tradiciones. Como dice el historiador Bardy en su estudio El sentido de la unidad: «El Oriente más místico, se entrega completamente a la contemplación de los misterios de Dios y a la meditación de la deificación; el Occidente, más moralizador, se ocupa de la manera cómo el hombre rendirá cuentas a Dios». El Occidente reflexiona sobre todo sobre la gracia y la libertad, sobre el pecado original y la predestinación. Así la teología y sobre todo la antropología de san Agustín, más tarde la soteriología de san Anselmo, la gnoseología de santo Tomás, son muy diferentes de la teología de san Atanasio, de los grandes Capadocios, de san Máximo, de san Juan Damasceno, de san Gregorio Palamás. Al principio, estas diferencias no representaban más que aspectos complementarios de la misma riqueza, cuando la casa de Dios, la Iglesia, era una. En un momento determinado el amor a la unidad, el deseo mismo de ser uno se agotó; ahora Oriente y Occidente se buscan, más aún, buscan juntos la unidad en otro tiempo muy real y tan trágicamente perdida en la historia.

Los términos «tradición oriental» o «tradición occidental» hacen sentir inmediatamente su insuficiencia formal: hoy las nociones puramente geográficas han quedado superadas. Sin embargo, se puede hablar de ciertas «dominantes» que se forman y se afirman a través de milenios, a pesar de la coexistencia, en el seno de la misma comunión, de tipos teológicos acentuadamente diferentes2

Por medio de sus facultades naturales, el hombre, contemplando el mundo puede elevarse al conocimiento, no de Dios, sino de la gloria de Dios; como filósofo puede formular la noción del Ser absoluto. Pero aquí se pone el límite infranqueable. Según san Pablo, el conocimiento vivo de Dios como Padre celestial es acto gratuito de su revelación.

Más que nunca la existencia humana lleva consigo una exigencia de claridad ineludible, plantea la única cuestión sería que puede dirigirse a todo hombre. Más allá de toda literatura catequética o apologética, al nivel de la conciencia despojada de todo prejuicio, el hombre creyente del siglo XX es invitado a responder: ¿qué es Dios? y el hombre ateo, el que lo niega; tiene que precisar qué es el objeto de su negación.

La pregunta sorprende, y, si la respuesta tarda en llegar, el silencio es reparador. Esta cuestión es reveladora para el hombre mismo, es una manera también de decirle: ¿Qué eres tú?

            El que dijere: Dios es Creador, Providencia, Salvador, repasa los capítulos de un manual, o da testimonio de una especulación, de una distancia dialéctica entre Dios y él mismo. Dios, en ese caso, no es el Todo, captado apasionada y espontáneamente, en un dato inmediato de su Revelación. Uno de los ascetas más severos, san Juan Clímaco, decía que hay que amar a Dios como un prometido ama a su prometida. Un amante, un apasionado de su objeto, dirá: «¡Esto es todo!,.. ¡esto es mi vida!... ¡no hay más que esto!... todo lo demás no cuenta, es como si no existiera». San Gregorio de Nisa, en el colmo de su asombro, deja escapar simplemente estas palabras: «Tú a quien ama mi alma... »

La tradición patrística renuncia a toda definición formal, porque Dios está más allá de toda palabra humana: «Los conceptos crean ídolos de Dios, sólo la admiración comprende algo», confiesa san Gregorio de Nisa. Para los Padres la palabra de Dios3 es el vocativo que se dirige al Inefable».

Pero el misterio del Creador se refleja en el espejo de la criatura y hace decir a Teófilo de Antioquía: « Muéstrame tu hombre y yo te mostraré mi Dios». San Pedro habla del homo cordis absconditus, el hombre oculto del corazón (1 Pe 3,4) El Deus absconditus, Dios misterioso, creó su pareja: el homo absconditus, el hombre misterioso, su icono, su imagen viviente.

La vida espiritual brota en los «pastos del corazón», en sus espacios libres, desde el momento en que en él se encuentran estos dos seres misteriosos, Dios y el hombre. «Lo más grande entre Dios y el hombre, es aman y ser amado», áfirman los grandes maestros de la vida espiritual.

«No se puede ver a Dios y seguir viviendo». Esta advertencia bíblica significa para los Padres: no se puede ver a Dios con la luz de nuestra razón, jamás se puede definir a Dios porque toda definición es una limitación. Y sin embargo «nos es más íntimo que nosotros mismos». A este nivel de profundidad, de su asombrosa proximidad Dios vuelve su rostro hacia el hombre y le dice: «Yo soy el que soy», y por otra parte: «Yo soy el Santo». Escogió entre sus Nombres precisamente el que más le oculta. Es «el tres veces Santo», exclaman los ángeles en el Sanctus, poniendo así de relieve el carácter incomparable, absolutamente único, de la santidad divina. La sabiduría, el poder, aun el amor pueden encontrar afinidades y semejanzas; por el contrario sólo la santidad no tiene analogía aquí abajo, no puede ser ni medida, ni comparada con ninguna realidad de este mundo. Ante la zarza ardiente, ante el fuego devorador del tu solus Sanctus, todo lo humano no es más que «polvo y ceniza». Cuando la santidad de Dios se manifiesta, provoca inmediatamente el mysterium tremendum, el sentimiento formidable e irresistible del «totalmente otro».

Estando delimitados los abismos infranqueables, Dios revela inmediatamente su conformidad misteriosa: «el abismo llama al abismo» y, «como en el agua, el rostro responde al rostro». El Dios «filántropo», «amigo de los hombres», trasciende su propia trascendencia hacia el hombre, lo saca de su nada y lo llama a su vez a trascender su inmanencia hacia el Santo. El hombre puede hacerlo, porque el Santo divino quiso tomar su rostro. Más aún, «el Hombre de dolor» hace ver «al Hombre de deseo»: al eterno amante que ama todo amor y se introduce en nosotros para que podamos revivir en él. Dice a toda alma:; «Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo; porque es fuerte el amor como la. muerte, sus llamas son llamas de YHVH» (Cant 8,6).

Por eso la Escritura proclama: «Sed santos como yo soy Santo; y cuando Pedro y Pablo quieren definir el fin de la vida cristiana, hablan de la participación de la santidad de Dios (2 Pe 1,4; Heb 12,10).

Pero ¿qué significa la santidad en el contexto histórico del mundo moderno, mundo profundamente desacralizado? En el mejor de los casos es cortésmente relegada a los claustros, lejos del mundo de los hombres, lo que quiere decir que no interesa al hombre de hoy, la considera como un objeto inútil, que le estorba, buena para ser relegada a los graneros de la historia. Pero hay más: aun en los medios conformistas de la religión establecida, el nombre mismo de Dios provoca en un alma sincera un reflejo inmediato de hastío. La hermosa mediocridad de los «hombres religiosos» que se toman en serio impone su mentalidad hecha de discursos edificantes y de sermones cuyas fórmulas vacías se presentan con ostentación en medio de la inflación verbal universal e impone el estilo pesado de las reglas y coacciones. Una vida religiosa domesticada, socializada, democratizada, segrega las apariencias menos atrayentes. Los Padres del Concilio Vaticano II ¿no afirmaron de la manera más clarividente que el único culpable del ateísmo actual es la cristiandad misma, su teología escolástica, su predicación arcaica, su catecismo inadecuado a su objeto? En estas circunstancias resuena una llamada poderosa a volver a las fuentes, a hacer que resuene de nuevo la. voz de los Padres, a escuchar el misterio de la liturgia y el silencio contemplativo del icono, de la imagen, a aprender de la tradición, para conocer lo que su savia misma dice sobre el conocimiento vivo de Dios.



1  Al reproducir los cursos dados oralmente, aligeramos el texto de todo aparato de citas. Los que las busquen, encontrarán lo esencial de ellas en nuestra obra L'Orthodoxie, ed. Delachaux et Niestlé, Neuchâtel-Paris, 1959.
2 El Oriente conoció teólogos y aun escuelas bajo la influencia latina o protestante; así la Academia de Teología de Kiev en los siglos XVI y XVII fuertemente latinizante (Metrop. Pedro Moguila) o el Patriarca de Constantinopla Cirilo Lukaris en el siglo XVII, formado en la teología de Calvino.
3  San Gregorio Nacianceno relaciona qeoz  con  aidein (quemar), Dios es fuego. Or 30,18.
 

No hay comentarios: