sábado, 7 de septiembre de 2013

¿Han sido profetizadas todas esas cosas?


¿Han sido profetizadas todas estas cosas?

 

por el Dr. Rama Coomaraswamy[1]

 

 

“Que a nadie de los que se hallen en esos días se le ocurra decir: ‘¿Qué más hizo Cristo? ¿Con qué virtud hace éste todas las cosas? Si Dios no lo quisiese no lo permitiría’. Pues para esto te anunció de antemano el Apóstol, diciendo: ‘Por esto el Señor les enviará tales ilusionismos que creerán a la mentira no porque esto les pueda servir de excusa, sino para que sea contra ellos un motivo de condenación’” (S. Cirilo, Catequesis. XV 17).

 

 

La interpretación de las profecías está siempre llena de peligros. Mientras que está claro que la Escritura contiene profecías, es sólo en retrospectiva que uno puede claramente constatar que “Dios ya lo profetizó de este modo”. Además el Espíritu del Mal se ha desplegado por la tierra desde tiempos inmemoriales y siempre ha disfrutado dando falsas interpretaciones de la Palabra de Dios y falsos enunciados y profecías que quiere hacer pasar por esa Palabra. Por eso parece importante considerar este aspecto del problema, si no por otras razones, sí al menos para destruir los argumentos de aquéllos que, a pesar de la evidencia contraria, continúan diciendo: “no puede ser” o “no ocurrirá”.

San Pablo nos advierte en su Segunda Carta a Timoteo de que “vendrá el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina” (4, 3) y él mismo dijo: “Yo sé que después de mi partida vendrán a vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño, y que entre vosotros mismos se levantarán hombres que enseñen doctrinas perversas para arrastrar a los discípulos en su seguimiento” (Hechos 20, 29-30). Tales profecías se han cumplido, por supuesto, a lo largo de la historia del Cristianismo, pero nosotros tenemos además una línea directiva. Sabemos que en algún momento de la historia un “Anticristo” se alzará y reinará como rey supremo. De hecho, su reino solo acabará con la Segunda Venida de Cristo en gloria. Pero aún se nos dice más cosas. San Pablo nos advierte en su Carta a los Tesalonicenses: “Que nadie en modo alguno os engañe, porque antes ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición…” (2, 3-10). Tal como el Cardenal Newman apunta en su “La idea Patrística del Anticristo”, antes de la Segunda Venida de Cristo tendrá lugar el reino del Anticristo, y antes del Anticristo, tendrá lugar la apostasía, o usando las palabras del Cardenal Newman, “una espantosa apostasía”.

Existen otras indicaciones de los acontecimientos que precederán a la Segunda Venida. Así Cristo nos avisa en Mateo (capítulo 24) de que habrá “falsos cristos” y “falsos profetas que obrarán grandes señales y prodigios para inducir a error”… (24, 11.23s) y de que “por el exceso de la maldad se enfriará la caridad de muchos” (24, 11). El añade además: “cuando veáis todo esto, entended que está próximo, a las puertas… (24, 33). Cuando viereis. pues, la abominación de la desolación predicha por el profeta Daniel en el Lugar santo (el que leyere entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes…” (24, l5ss).

Nosotros tenemos otros dos “datos” (el autor de este artículo acepta que es revelado como un “dato”), que tener en cuenta. Uno es el que S. Juan Apóstol nos dio hace unos 2.000 años en su Primera Carta: “Podéis conocer el espíritu de Dios por esto: todo espíritu que confiese que Jesucristo ha venido en carne es de Dios; pero todo espíritu que no confiese a Jesús, ése no es de Dios, es del anticristo, de quien habéis oído que está para llegar y que al presente se halla ya en el mundo”. (4, 2-3); y S. Pablo declara: “Y ahora sabéis qué es lo que le contiene hasta que llegue el tiempo de manifestarse. Porque el misterio de iniquidad está ya en acción; sólo falta que el que le retiene sea apartado de en medio”. (2 Ts 2, 6-7).

Resumamos ambos “datos” con las palabras del Cardenal Newman:

 

“La Venida de Cristo será inmediatamente precedida, en verdad, por una espantosa e incomparable manifestación del mal, llamada por San Pablo Apostasía, una “caída”, en medio de la cual aparecerá un terrible Hombre de Pecado e hijo de perdición, el especial y singular enemigo de Cristo, o sea, el Anticristo; esto será cuando prevalezcan las revoluciones y cuando la actual estructura de la sociedad sea rota en pedazos; y que al presente el espíritu con el que él se encarnará y personificará permanece bajo ‘los poderes que existen ahora’, mas cuando éstos se disuelvan, él se alzará de su seno y unirá a todo el mundo a su particular y malvada manera, bajo sus propias reglas, con la exclusión de la Iglesia”.

 

Uno de los particulares signos de ese tiempo será la “abominación de la desolación” de la cual se nos advierte tanto en el Evangelio de Mateo como en el de Marcos. Esta frase aparece en muchos lugares del Antiguo Testamento parodiando a la Nueva Alianza. Así en Daniel 9, 27 se dice: “El concertará con muchos una firme alianza durante una semana; y durante la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación, y en el ala del Templo estará la abominación de la desolación, hasta que la ruina decretada se derrame sobre el desolador”. Y en Daniel 11, 31: “De su parte surgirán fuerzas armadas, profanarán el santuario-ciudadela, abolirán el sacrificio perpetuo y pondrán allí la abominación de la desolación…” Ahora bien, ¿qué otra cosa puede significar “el sacrificio perpetuo” sino la Misa? Y ¿no estamos avisados de que es la Misa la que será atacada en algún momento de la historia? Escuchad a Malaquías 1, 7: “dice el Señor de los Ejércitos a vosotros sacerdotes que menospreciáis mi Nombre. –Decís: ¿En qué hemos menospreciado tu Nombre? –Presentando en mi altar pan inmundo. –Y decís ahora: ¿En qué te hemos manchado? –Al pensar que la mesa del Señor es despreciable”. ¿No habla Jeremías en nombre de Dios cuando dice: “Mi Tabernáculo ha sido saqueado, y todos mis tensores arrancados. Mis hijos se han alejado de Mí. No hay quien despliegue ya mi Tabernáculo ni quien ice mis toldos. Porque los pastores lo han hecho mal y no han buscado al Señor; así no obraron cuerdamente y toda su grey fue dispersada.” (10, 20-21). En verdad la historia se repite ya que tenemos las palabras de Ezequiel que dice: “Sus sacerdotes han violado mi ley y profanado mis cosas sagradas; no han hecho diferencia entre lo sagrado y lo profano, ni han enseñado a distinguir entre lo puro y lo impuro”. (22, 26).

En Macabeos tenemos la historia del rey Antíoco, el salvaje perseguidor de los judíos quien a menudo es considerado como un tipo de Anticristo. Permítasenos considerar unos pocos pasajes de este texto que pueden ser aplicados aquí:

 

 

En aquellos días salieron de Israel muchos hombres malvados que persuadieron al pueblo diciendo: ‘vayamos y hagamos un pacto con los gentiles que nos rodean, porque desde que nos separamos de ellos, nos han sobrevenido muchos males. Hallaron buena acogida estas palabras; y algunos del pueblo, más decididos acudieron al rey y obtuvieron de él autorización para seguir las costumbres de los gentiles. En consecuencia, levantaron en Jerusalén un gimnasio al uso de los paganos, rehicieron sus prepucios, renegaron de la Alianza santa para atarse al yugo de los gentiles y se vendieron para obrar el mal.” (1 M 1, 11-15).

 

Después de estos acontecimientos, Antíoco, volviendo de Egipto, atacó a Israel, “Y él (Antíoco) entró con insolencia en el Santuario y se llevó el altar de oro, el candelabro de la luz con todos los accesorios, la mesa de la proposición… (1, 21-24). Después, cuando regresó a su propio país, “el rey publicó un edicto en todo su reino ordenando que todos formaran un solo pueblo y abandonaran para ello sus peculiares costumbres. Los gentiles acataron todos el edicto real y muchos israelitas aceptaron su culto, sacrificaron a los ídolos y profanaron el Sábado…” (1 M 1, 41-49). Eventualmente, habiendo sido abandonado el sacrificio perpetuo, él estableció “la abominación de la desolación sobre el altar, y construyeron altares por todas la ciudades de Judá. A las puertas de las casas y en las plazas hacían quemar incienso. Rompían y echaban al fuego los libros de la Ley que podían hallar” (1 M 1, 54-56). Pero entonces hubo algunos que se negaron a cumplirlo: “Murieron también muchos israelitas que con entereza y valor se negaron a comer cosa impura, prefiriendo la muerte antes que contaminarse con aquella comida y profanar la Alianza santa.” (1 M 1, 62-63).

Volvamos otra vez a los comentarios del Cardenal Newman, los cuales, aunque se hicieron hace casi un siglo, todavía son pertinentes hoy.

 

“Hay razón para creer que tal apostasía se está preparando gradualmente, y de que pueda llegar rápidamente hoy día… ¿No es una opinión reconocida y creciente el hecho de que la Religión no es cosa de un pueblo sino simplemente una cuestión que tiene que ver solamente con la conciencia de cada hombre? –Lo cual es lo mismo que decir que podemos dejar caer la Verdad en tierra sin continuarla más allá de nuestro tiempo… ¿No hay un animado y febril esfuerzo para deshacerse de la necesidad de la Religión en las transacciones públicas…? ¿Es que no se intenta educar sin Religión? –eso se consigue proponiendo unir todas las formas de religión, con lo cual llegamos a lo mismo. ¿No se intenta cumplir la abstinencia y las virtudes que fluyen de ella, sin religión, mediante sociedades que están construidas sobre meros principios de utilidad? ¿no se intenta seguir el utilitarismo de las reglas y las medidas del Estado y las promulgaciones de la ley, y no la verdad? ¿no se intenta hacer cantidad, y no la Verdad, sin conocer la base de éste o aquél credo…? ¿No se intenta privar a la Biblia de su propio significado, incluyendo cualquier otro, haciendo creer a la gente que ella puede tener cientos de significados todos igualmente buenos, en otras palabras, que no tiene ningún significado, que es una lectura sin sentido y que se puede dejar a un lado? ¿No se intenta desbancar a la Religión por ser externa u objetiva, por manifestarse en decretos, o por expresarse en la Escritura –para confinarla a nuestros sentimientos internos, y de este modo, considerando cuán variables y evanescentes son nuestros sentimientos, intentar, de hecho, destruir la Religión?

 

¿Y no predominan muchas de estas ideas en la Iglesia de hoy? ¿Qué otra cosa es el “encuentro con Cristo” sino un intento para confinar la religión a nuestros sentimientos internos? ¿Y qué son otras muchas interpretaciones hechas de la Escritura, o la abierta aceptación de las enseñanzas de nuestros “hermanos separados”? Pero aún hay otras declaraciones de la Biblia que son pertinentes. Así S. Pablo nos dice que el Anticristo “se sentará en el Templo de Dios”. Mientras que los primeros Padres interpretaron esto como la Sinagoga, y algunos escritores espirituales como S. Juan de la Cruz lo enseñan refiriéndose al alma individual, no hay nada que excluya la posibilidad de que pueda referirse a una parte (en tiempo o lugar) de la Iglesia Romana. Más lejos Daniel nos dice: “En su lugar venerará al ‘dios de las fortalezas’; venerará con oro y plata, piedras preciosas y joyas, a un dios a quien sus padres no conocieron….” (11, 38s). Ahora bien, como el Cardenal Newman dice: “lo que se quiere decir con las palabras traducidas como ‘dios de las fuerzas’, y luego llamado ‘un dios extraño’, nos está bastante oculto, y probablemente seguirá así; pero de cualquier forma se predice ciertamente un falso culto como la marca del Anticristo”. El Cardenal Newman también señala que el Anticristo estará en contra de los ídolos tal como nosotros entendemos el término, y que los ídolos a que se refiere son los considerados por la Revolución Francesa –¡los ídolos de la “LIBERTAD, la IGUALDAD y la FRATERNIDAD”! Tal vez sea elegido el ídolo de la “evolución dinámica” o del “progreso”. Después de todo el Diablo es sobre todo un “seductor”, y así el Cardenal Newman nos advierte:

 

¿Creéis que él (Satán) es tan poco habilidoso en su arte como para pediros abierta y llanamente que os unáis a él en su lucha contra la Verdad? No, él os ofrece alicientes para atraparos. El os promete la libertad civil; os promete igualdad, os promete negocios y riquezas.., él os promete reformas.

 

Y este enemigo, como dice el Cardenal Newman, “se caracteriza por algún pecado muy especial: la total infidelidad”. Otra característica del espíritu del Anticristo es que él tanto habla como no habla en Nombre de Cristo. Permitidme explicar esta paradoja. Cristo nos dijo: “Yo he venido en Nombre de mi Padre y vosotros no me recibís; si otro viniera usurpando mi Nombre, le recibiríais” (Juan 5,43). Es decir que él enseñará sus propias doctrinas, y no las doctrinas de Cristo, sus opiniones personales y no la verdad de Todos los Tiempos. Con todo, aquéllos que hablen con este “extraño espíritu”, “teniendo una apariencia de piedad, pero negando su poder” (2 Tm 3, 5), y “prometiendo libertad, cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción” (2 Pe 2, 19), darán la impresión de que están hablando en Nombre de Cristo: “Muchos me dirán en aquél día (el del Juicio): ‘¡Señor, Señor! ¿no profetizamos en tu Nombre, y en Nombre tuyo arrojamos los demonios, y en tu Nombre hicimos muchos milagros?’ Yo entonces les diré: ‘Nunca os conocí; apartaos de Mí, obradores de iniquidad.” (Mt 7, 22-23). Sí, Dios se quejará otra vez, tal como hizo en Jeremías (12, 10-11): “Mis pastores han destruido mi Viña, hollaron mi heredad, trocaron mi mejor campo en un yermo desolado. La convirtieron en desolación lamentable, en incultivable.” ¿Y por qué ocurrirán todas estas cosas de tal forma? Porque, como S. Pablo dijo después de describir al Anticristo, “la venida del inicuo irá acompañada… y de seducciones de iniquidad para los destinados a la perdición por no haber recibido el amor de la verdad que los salvaría. Por eso Dios les envía un poder engañoso, para que crean en la mentira y sean condenados cuantos, no creyendo en la verdad, se complacen en la iniquidad” (2 Ts 2, 9-12).

Y así nosotros podemos ver en estos días, si nuestro argumento es correcto, que el “sacrificio perpetuo” es muy raramente realizado. Y ¿qué es la “autodestrucción de la Iglesia” sino la “destrucción de la Viña? “Oh Dios, ellos han profanado tu sagrado Templo” (Sal 79, 1) con “bailes litúrgicos” y “servicios con proyecciones”. “Mirad nuestro Santuario, nuestra hermosura y nuestra gloria, convertido en desierto, miradlo profanado por los gentiles” (1 M 2, 8-12) bajo forma de herejes y “hermanos separados” predicando desde nuestros púlpitos. “Mirad cómo nuestro Santuario y nuestra Gloria están asolados” (ibid.) porque nuestros tabernáculos han sido removidos de nuestros altares. “Y los santuarios serán devastados” (Am 7, 9) y “Mi pueblo Me ha rechazado” (Jr 2, 13) porque las Iglesias están desiertas.

Uno podría, por supuesto, “buscar en las Escrituras” y encontrar aún más pistas –pero nos quedaremos con una, la apocalíptica “marca de la Bestia”. Esta supone, por lo general, que el hombre adorará a algún “animal” tal como el “becerro de oro”. Sin embargo, un posible significado de la “bestia” (apocalíptica) es el del “hombre en sí mismo”, el hombre en cuanto hombre, tal como está fuertemente recalcado en alguno de documentos del Vaticano II. El hombre que es “el autor de su propia cultura”, el hombre que “se esfuerza por llegar hasta la auténtica y completa humanidad”. Después de todo, la maldición del ángel en Ap 16, 2 va dirigida contra “los hombres que tenían el carácter de la bestia”. Es el hombre que ya no reza ni conoce a Dios más que en términos vagos y sentimentales que no tienen significado en realidad. Es el hombre cuya relación con lo sobrenatural es una relación de “sentimiento” personal y de “encuentro”, más que de “conocimiento” y de “aceptación de la Revelación”. Es el hombre que “a través de sus relaciones con los otros, a través de recíprocas responsabilidades, y a través del diálogo fraternal, desarrolla todos sus talentos y es capaz de alcanzar su propio destino” (Constitución Pastoral de la Iglesia, párrafo 25). Es el hombre cuya fe es una “simple aspiración de superación”, más que una “creencia en las doctrinas de la Iglesia Católica” (Andrew Greeley). Es el hombre que ya no necesita a Dios o a su Iglesia, y que si no proclama que “Dios está muerto”, sí que relega a Dios al “asilo” para ancianos y enfermos. Es el hombre moderno que se ha divorciado de toda Tradición y está convencido de que puede “hacerse a sí mismo”. Es el hombre que se ha reducido a sí mismo al nivel de la “bestia”. Es el hombre que no necesita ninguna “marca” especial, sino que más bien, deja su marca en todo lo que toca. Y si esto le choca a alguien, que considere las palabras de un conocido antropólogo, Ashley Montagu:

 

“Yo considero que él así llamado “salvaje” es mejor humano e infinitamente mejor cristiano que el llamado hombre blanco. Yo considero al hombre moderno Europeo y a su equivalente Americano como una criatura que ha caído tan bajo que no sería posible que cayera más bajo todavía. No conozco del así llamado “pueblo primitivo” ninguno del que no se pueda decir que es mejor ser humano que cualquiera de los miembros de los así llamados “pueblos avanzados”.

 

De una carta a Ananda Coomaraswamy

 

 

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Por supuesto, nadie puede afirmar que las predicciones de las Escrituras mencionadas anteriormente sean aplicables con toda certeza a la actual situación de la Iglesia Católica. Lo que sin embargo es espantoso, es que todo lo que está ocurriendo es consecuente con estas predicciones y profecías. Como S. Alfonso de Ligorio dijo: “el Diablo siempre ha intentado, por medio de los herejes, privar al mundo de la Misa, haciéndoles precursores del Anticristo, el cual, antes que otra cosa intentará abolir y ciertamente abolirá el Santo Sacramento del Altar…” (La Misa).

Para el Católico individual, sin embargo, tal especulación no es importante. El día del Juicio, él no será responsable por no interpretar la profecía, sino por sus acciones. Frente a una situación que “huele” a todo aquello de lo que hemos sido advertidos, él debe adherirse con todo su corazón a lo que es seguro. Frente a lo que parece ser una liturgia siempre cambiante, él debe adherirse a aquella liturgia que es incambiante –la Misa de Todos los Tiempos. Frente a los pronunciamientos doctrinales que parecen seguir la moda, él debe adherirse a la Doctrina de todos los tiempos. Frente a una fe que es descrita como “personal”, “encontradiza” y es confinada a los “sentimientos íntimos” de cada uno, él debe adherirse a la Fe de Todos los Tiempos. Viviendo en los días en que la estructura de la Iglesia parece tan efímera como las arenas del tiempo, él debe adherirse ¡al Nombre que existió en el seno del Padre antes de que llegara a ser en el tiempo el sagrado Nombre de Jesús!

Finalmente, unas palabras sobre aquélla otra profecía de la Escritura, que dice que los fieles “que queden” serán perseguidos por los poderes del Anticristo. Y no hablo de las persecuciones que hay ahora de sacerdotes que persisten en decir la Verdadera Misa, sino de las que habrá de fieles, sacerdotes o laicos, que se nieguen a “comer alimento inmundo”. La jerarquía modernista ha abdicado de su derecho a decir la Verdad en el mundo moderno –después de todo, nuestros hermanos separados también dicen la verdad. Anteriormente, si el Papa hubiera hablado sobre una cuestión como el aborto, millones de fieles hubiesen obedecido, e incluso los gobiernos hubieran temido ser derribados. Hoy en día, cuando el Papa habla, incluso sus Obispos más próximos se apresuran a contradecirle. Sus seguidores censuran sus palabras antes de que los herejes hayan tenido siquiera la oportunidad de leerlas. Si la Iglesia no puede ser ya una fuerza de la Verdad y la Moralidad, entonces los gobiernos se convertirán en los medios de legislar la Verdad y la Moralidad. Una vez que esto ocurra, aquellos que no quieran aceptar la “nueva moralidad” se convertirán en los “enemigos del pueblo”. Si la eutanasia es proclamada como una política del gobierno –y esto se hizo anteriormente en Alemania, un país cristiano– entonces, aquéllos que se nieguen a reconocer este “bien”, tendrán que ser “reeducados”. Nuestras creencias religiosas serán permitidas solamente si las mantenemos en privado y no se las enseñamos a nuestros hijos. Cuando sentimos la necesidad de hablar contra la corriente predominante –para ser testigos de la verdad–, cuando nos negamos a aceptar las decisiones de una mayoría numérica o cuando rechazamos las demandas y directrices de cualquier grupo de poder que en ese momento controle el gobierno, entonces estaremos “obstruyendo” la “voluntad del pueblo” y seremos declarados “enemigos del Estado”. Una vez que llegue ese día, ya no habrá una Iglesia visible que nos hable y estaremos solos. Habrá “llanto y rechinar de dientes”, si no en nuestros días, en los días de nuestros hijos. Serán ellos quienes nos acusen y nos pregunten: ¿por qué no os mantuvisteis firmes en vuestros principios?, ¿por qué permitisteis que os arrastraran de un lado a otro como una “caña agitada por el viento”? No permitamos que nos conviertan en una generación que Dios detesta. No demos lugar a que El nos diga: “Durante cuarenta años me asqueó aquella generación y dije: son un pueblo de corazón extraviado y ellos no conocen mis caminos. Por eso en mi cólera juré: ¡No han de entrar en mi reposo!” (Salmo 95).

 

 

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[1] Coomaraswamy es un cirujano que ejerce en el Hospital de Greenwhich, en Greenwhich, Connecticut y en el Hospital de St. Joseph, en Stamford, Connecticut. Es también Profesor Asistente Clínico de cirugía en el Colegio de Medicina de Albert Einstein, en la ciudad de New York.

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