JACOBO BOEHME
(1575-1624)
(1575-1624)
Nota .Nació en una familia
campesina de filiación luterana, en una aldea cercana a Görlitz.
Desde pequeño se dedicó a labrar la tierra, y en su adolescencia trabajó
remendando zapatos de forma ambulante. Tuvo noticia de la división religiosa de
Alemania, y de cómo la gente buscaba consuelo en las doctrinas herméticas y
teosóficas. A los 18 años tuvo una "visión" que le cambió la vida.
Fueron 7 días en los que dijo estar "rodeado de la divina luz". Se
casó a los 19 años con la hija de un carnicero y trabajó como zapatero. Tuvo
sucesivas visiones, hasta que en 1610 se decidió a
escribir sus experiencias durante su tiempo libre.Aurora es la obra de la que dice Böhme que fue redactada
"bajo el impulso de Dios". Algunos ven en dicha obra la influencia de Valentín Weigel (1533-1588),
pastor protestante que fundó una secta mística basada en las enseñanzas de Taulero y Paracelso.
El pastor Gregorius Richter, primado
eclesiástico de Görlitz, prohibió a Böhme escribir bajo pena de destierro.
Böhme obedece durante 5 años, y vuelve a tomar la pluma en 1619, no soltándola hasta
su muerte 5 años después, haciéndose en el interín de discípulos y
acrecentándose su fama en Alemania. Sus libros eran publicados de forma
clandestina por sus amigos. Cuando Richter lo acusó deherejía,
y lo expulsa de la ciudad, Böhme ya tenía seguidores y aliados entre los
magistrados municipales. Acató la orden no sin antes defenderse de los cargos.
Pudo volver a Görlitz en 1624cuando
ya había muerto Richter; no obstante, Böhme murió ese mismo año.
Fue un importante vínculo de transmisión entre el
maestro Eckharty Nicolás de Cusa, por un lado, y Georg Wilhelm Friedrich Hegely Friedrich Schelling,
por otro. Su extensa obra, nacida de la intuición intelectual, ha influido
durante siglos sobre todo en filósofos y teólogos. Su motivación
fueron las cuestiones acerca del origen del bien y del mal. Escribió obras como Árbol matutino naciente o Sobre los tres principios de la esencia
divina.
"DEL CIELO Y DEL INFIERNO"
Selecciones
UN DIÁLOGO ENTRE EL ESTUDIANTE JUNIO Y SU DISCÍPULO TEÓFORO
El estudiante preguntó a su maestro: – ¿Adónde va el alma cuando el cuerpo muere?
Su maestro le
respondió: – No tiene necesidad de ir a ninguna parte.
– ¡Cómo! –dijo el
inquisitivo Junio–, ¿acaso el alma no debe abandonar el cuerpo con la muerte e
ir bien al cielo o al infierno?
– No tiene porque
ir a parte alguna –replicó el venerable Teóforo–; sólo la vida externa mortal,
junto con el cuerpo, se separarán del alma. El alma tiene el cielo y el
infierno dentro de ella misma con anterioridad, de acuerdo a lo que está
escrito: El reino de los cielos no llega con la observación, ni dirá nadie
¡mira aquí!, ¡mira allí!, pues has de saber que el reino de Dios no llega con
la observación, ni dirá nadie ¡mira aquí!, o ¡mira allí!, pues has de saber que
el reino de Dios está dentro de ti. Y el alma se establecerá sobre aquello que
en ti se manifieste, sea el cielo o el infierno.
Entonces Junio
dijo a su maestro: – Esto resulta difícil de entender. ¿Acaso no entra en el
cielo o en el infierno igual que un hombre entra en una casa, o igual que se
entra en un lugar desconocido a través de un agujero o de una ventana? ¿No
entra acaso en otro mundo?
El maestro habló,
y dijo: – No. En verdad que no se da dicha suerte de entrada, por cuanto que el
cielo y el infierno están en todas partes, estando coextendidos universalmente.
– ¿Cómo es ello
posible? –dijo el estudiante–; ¿pueden el cielo y el infierno estar presentes
aquí, donde nos sentamos? Y si uno de ellos pudiera estar presente, ¿quieres
hacerme creer que ambos podrían estar aquí juntos?
CIELO
Entonces el
maestro habló de la siguiente manera: – He dicho que el cielo está presente en
todas partes; y es verdad. Pues Dios está en el cielo, y Dios está en todas
partes. También he dicho que igualmente el infierno debe estar en todas partes,
y eso – también es verdad. Pues el maligno que es el diablo, está en el
infierno; y el mundo entero, como nos ha enseñado al apóstol, reside en el
maligno, lo que es tanto como decir que no sólo el diablo está en el mundo,
sino que también el mundo está en el diablo. Y si está en el diablo, también
estará en el infierno, porque el diablo está en el infierno. Es así que el
infierno está en todas partes, al igual que el cielo .– Esta es la cosa que
habría que probar.
El estudiante,
asombrado ante esto, dijo: – Te ruego que me ayudes a comprender esto.
A lo cual el
maestro respondió: – Entiende, pues, lo que es el cielo. No es sino hacer que
la voluntad se vuelva hacia el amor de Dios y se introduzca en él. Dondequiera
que encuentres a Dios manifestándose en el amor, ahí encontrarás el cielo, sin
tener que viajar por ello ni un solo paso. Y entiende así también lo que es el
infierno, y dónde se encuentra. Te digo que no es sino volver la voluntad hacia
la ira de Dios. Dondequiera que la irá de Dios se manifiesta más o menos, ahí
ciertamente habrá más o menos infierno, sea cual sea el lugar. Así que son el volverse
de la voluntad bien hacia su amor, bien hacia su ira, y de acuerdo a ello
estarás en el cielo o en el infierno. Tenlo bien presente. Esto tiene lugar en
nuestra vida presente, y es por ello que San Pablo dijo: "Nuestra
conversación está en el cielo". Y Cristo dijo también: "Mis ovejas
escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y las doy vida eterna; y
nadie las arrancará de mano". Observad que no digo les daré, tras terminar
la vida, sino les doy, es decir, ahora, en el tiempo de esta vida. Y qué otra
cosa es el don de Cristo para sus seguidores sino una eternidad de vida; lo
cual, ciertamente Cristo está en el cielo, y quienes le siguen en la
regeneración están de su mano, entonces ellos están donde esta él, y por tanto
no pueden estar fuera del cielo. Más aún nadie será capaz de arrancarlos del
cielo, pues es Cristo quien los retiene, y están en su mano a la cual nadie
puede resistirse. Todo, por consiguiente, consiste en volver la voluntad hacia
el cielo, o hacerla entrar en el cielo, escuchando la voz de Cristo,
conociéndolo y siguiéndolo. E igualmente lo contrario, ¿Comprendes esto?
Su estudiante le
dijo: – Creo que lo entiendo en parte. Pero, ¿de qué modo tiene lugar esta
entrada de la voluntad en el cielo?
El maestro le
respondió: – Trataré de darte satisfacción en esta pregunta, pero has de estar
muy atento a lo que he de decirte. Sabes pues, hijo mio, que cuando el
fundamento de la voluntad se entrega a Dios, cae de su propio ser, fuera y más
allá de todo fundamento y lugar que puedan ser imaginados, a una cierta sima
desconocida en la que sólo se manifiesta Dios, y en la que sólo él obra y tiene
voluntad. Entonces se vuelve como nada para sí misma,
en cuanto a su obrar y a su voluntad; y así Dios obra y tiene voluntad en ella.
Y Dios habita en su resignada voluntad, con lo cual el alma es santificada, y
queda lista para entrar en el reposo divino. Ahora bien, en este caso en el que
se rompe el cuerpo, el alma es completamente penetrada en su totalidad, pierde
su oscuridad, y deviene brillante y reluciente. Esta es la mano de Cristo, por
la cual al amor de Dios habita plenamente en el alma, y es en ella una luz
brillante y una vida nueva y gloriosa. Entonces el alma está en el cielo, y es
un templo del Espíritu Santo, y es ella misma el cielo de Dios, en el que mora.
Fíjate bien, ésta es la entrada de la voluntad en el cielo; y así es como tiene
lugar.
– Ten a bien,
señor, proseguir – dijo el estudiante– , y permíteme saber qué le ocurre en el
otro lado.
El maestro dijo:
– El alma está divinizada, como ves, está en la mano de Cristo, esto es, en el
cielo, como él mismo nos ha contado; también has escuchado de qué modo viene a
suceder esto. Pero el alma no divinizada no quiere llegar durante esta vida a
la resignación de su voluntad, ni desea entrar en la voluntad de Dios, sino que
persiste en su propia codicia y deseo, en la vanidad y en la falsedad, y es así
que entra en la voluntad del diablo. Recibe por tanto en sí misma tan sólo la
malicia; sólo el engaño, el orgullo, la sordidez, la envidia, la cólera, y a
ello entrega su voluntad y todo su deseo. Esta es la vanidad de la voluntad; y
esta misma vanidad o sombra vana debe de la misma manera manifestarse en el
alma, la cual se ha entregado o rendido como su sirviente. En ella debe obrar,
igual que el amor de Dios obra en la voluntad regenerada y la penetra
completamente, al modo en que el fuego lo hace con el hierro.
Y no les posible
a este alma llegar al reposo divino, pues la ira de Dios se manifiesta en ella,
y obra en ella. Ahora bien, cual el cuerpo se separa del alma, la melancolía y
la desesperación eternas comienzan, pues encuentra ahora que se ha convertido
totalmente en vanidad, una vanidad sumamente vejatoria para sí, y que se ha
convertido en una furia trastornante y una abominación autoatormentante. Ahora
percibe la decepción de todo lo que anteriormente había deseado. Se siente
ciega, desnuda, herida, hambrienta y sedienta, sin las menores perspectivas de
liberarse nunca o de obtener siquiera una gota de agua de la vida eterna. Y
siente que sólo es un diablo para sí misma, su propio ejecutor y torturador; se
aterroriza ante su propia forma oscura y horrible, como un gusano deforme y
monstruoso, y gustosamente quisiera huir de sí misma si pudiera, pero no puede,
pues está encadenada con las cadenas de la naturaleza oscura, en la que se
sumió mientras estaba en la carne. Y así, no habiendo aprendido a sumirse en la
gracia divina, ni habiéndose acostumbrado a ello, y siendo también poseída
fuertemente por la idea de Dios como un Dios airado y celoso, la pobre alma
tiene a la vez miedo y vergüenza de introducir su voluntad en Dios, que es el
modo de que consiguiera posiblemente la liberación. El alma tiene miedo de
ello, confundida por su propia desnudez y monstruosidad, y quisiera por tanto,
si fuera posible, ocultarse de la majestad de Dios, y ocultar su forma
abominable al ojo de Dios, sumamente santo, pero esto lo quisiera hacer
introduciéndose aún más profundamente en la oscuridad, con lo que no entraría
en la voluntad de Dios. No podría entrar en el amor, a causa de la voluntad que
ha reinado en ella. Pues un alma así está cautiva de la cólera, ella misma no
es sino mera cólera habiéndose encerrado ella misma por su falso deseo que se
ha despertado en sí misma, y habiéndose así transformado en la naturaleza y
peculiaridad de la cólera.
Y puesto que la
luz de Dios no brilla en ella, ni la inclina el amor de Dios, el alma es como
una gran tiniebla, y como un ansioso dolor ígneo, transportando un infierno
dentro de ella, y no siendo capaz de discernir el menor vislumbre de la luz de
Dios, o de sentir el menor chispazo de su amor. Reside por tanto en sí misma
como en el infierno, y no necesita entrar en el infierno en absoluto, ni ser
llevada a él; pues en cualquier lugar en que esté, mientras esté en si misma,
estará en el infierno. Y aunque viaje lejos, y se separe muchos cientos miles
de leguas de su presente lugar con el fin de salir del infierno, aún
permanecerá en el dolor y en las tinieblas infernales.
– Si esto es así
–dijo el estudiante a Teóforo–, ¿cómo es que un alma celestial no percibe
perfectamente durante el tiempo de esta vida la luz y el gozo celestiales, y,
que el alma que carece de Dios en el mundo no siente tampoco aquí el infierno,
igual que los perciben y sienten luego? ¿Por qué no habrían ambos de ser
percibidos y sentidos tanto en esta vida como en la siguiente, dado que ambos
se encuentran en el hombre, y que en todo hombre opera siempre uno de ellos
como lo has mostrado?
A lo cual
Teóforo, respondió: – El reino de los cielos opera y se manifiesta en lo santos
por la fe. Aquellos que llevan a Dios dentro de sí, y que viven de acuerdo a su
Espíritu, encuentran el reino de Dios en su fe, su voluntad se ha entregado a
Dios a causa de esta fe, y se ha hecho divina. En una palabra, dentro de ellos
hay una transación causada por la fe, lo cual les supone la evidencia de los
invisibles eternos, y una gran manifestación en su espíritu de este reino
divino que se encuentra dentro de ellos. Pero su vida natural se halla de todos
modos circundada de carne y huesos. Y al hallarse así en contrariedad, y
colocarse por la Caída
en el principio de la ira de Dios, y al estar rodeadas del mundo, que no puede
en modo alguno reconciliarse con la fe, estas leales almas se hallan sumamente
expuestas a los ataques de este mundo por el que viajan. No pueden ser
insensibles al hecho de estar rodeadas de carne y hueso, y de las vanas
codicias de este mundo, que no dejan continuamente de penetrar la vida externa
y mortal y de tentarlas en múltiples modos, como lo hizo con Cristo. De donde
el mundo por una parte, y el diablo por otra, no sin la maldición de la ira de
Dios en la carne y en la sangre, penetran y escudriñan concienzudamente la
vida. Con ello sucede que el alma se halla a menudo en ansiedad cuando estos
tres se echan sobre ella juntos, y cuando el infierno asalta de este modo a la
vida, deseando manifestarse en el alma. Pero el alma entonces se sumerge en la
esperanza de la gracia de Dios, y se mantiene como una bella rosa en medio de
las espinas, hasta que el reino de este mundo se aparta de ella a la muerte del
cuerpo. Y entonces el alma se manifiesta por primera vez verdaderamente en el
amor de Dios, y en su reino, que es el reino del amor, no teniendo ya en lo
sucesivo nada que se lo impida. Pero durante la vida debe caminar con Cristo en
este mundo, y entonces Cristo la libera de su propio infierno, penetrándola con
su amor, y hallándose a su lado en el infierno del alma por cielo.
INFIERNO
Mas en cuanto a
lo que también dices de que por qué las almas que están sin Dios no sienten el
infierno en este mundo, te respondo: lo llevan consigo en sus pervertidas
conciencias, pero no lo saben, pues el mundo les ha sacado los ojos, y su letal
copa las ha sumido igualmente en su sueño, en un sueño sumamente fatal. No
obstante, debe reconocerse que los malvados frecuentemente sienten el infierno
dentro de ellos durante el tiempo de esta vida mortal, aunque puedan no darse
cuenta de la vanidad terrenal que se les adhiere desde fuera, y a causa de los
placeres y entretenimientos sensibles con los que están intoxicados. Más aún,
ha de advertirse que la vida externa de tales personas tiene, sin embargo, la
luz de la naturaleza externa, que rige dicha vida; el dolor del infierno no
puede revelarse por tanto, mientras la luz de la naturaleza externa gobierne.
Mas cuando el cuerpo muere, de modo que al alma ya no puede seguir gozando de
dichos placeres y deleites temporales, ni de la luz de este mundo exterior, que
se extingue entonces totalmente para ella, entonces, digo, el alma tiene un
hambre y una sed eternas de las vanidades de las que aquí estuvo enamorada,
pero no puede alcanzar nada salvo esa falsa voluntad que había impresionado en
sí misma mientras estuvo en el cuerpo. Y ahora, mientras que tenía una gran
cantidad de su voluntad en esta vida, sin estar no obstante contenta con ello,
siente que tiene, tras esta separación hecha con la muerte, poco de ella, lo
que crea en ella una sed sempiterna de aquello que no podrá obtener nunca más,
lo que la hace estar en una perpetua codicia lujuriosa de la vanidad, de
acuerdo a su anterior impresión, y en una continua furia de hambre de toda esa
clase de perversiones y lascivias en las que estuvo inmersa cuando se hallaba
en la carne. Gustosamente haría más daño todavía, pero al no tener dónde o con
que llevarlo a efecto, sólo lo hace sobre sí misma. Toda transación es ahora
interna, igual que si fuese afuera; así, el alma no divina es atormentada por
las furias que están en su propia mente y que ha engendrado ella misma sobre sí
misma. Pues verdaderamente se ha convertido en su propio diablo y torturador.
Aquello por lo cual pecó aquí, reside todavía con él, en la impresión, cuando
la sombra del mundo ha pasado de largo y se ha convertido en su prisión y en su
infierno. Pero esta hambre y esta sed infernales no pueden manifestarse
plenamente en el alma hasta separarse del alma el cuerpo que suministraba al
alma aquello que ésta codiciaba, aquello que codiciaba tanto que la hacia
perseguir todas sus ansias.
– Percibo, pues
–dijo Junio a su maestro–, que el alma, habiendo jugado al disoluto junto con
el cuerpo en toda voluptuosidad y habiendo servido a las lascivias de aquél
durante esta vida, retiene todavía las mismas inclinaciones y los mismos afectos
que antes tenía, aunque ahora ya no tenga ni la oportunidad ni la capacidad de
seguir satisfaciéndolas; y que al no poder ser esto, el infierno se abre en
dicha alma, infierno que antes había estado cerrado por medio de la vida
externa en el cuerpo y por la luz de este mundo. ¿Lo entiendo correctamente?
Teóforo dijo: –
Lo entiendes correctísimamente. Continua.
– Por otro lado
–dijo Junio– percibo claramente lo que he oído de que el cielo sólo puede estar
en un alma amante, poseída por Dios, y que por tanto ha sometido al cuerpo a la
obediencia del espíritu en todas las cosas, y que se ha sumergido perfectamente
en la voluntad y en el amor de Dios. Me resulta evidente que cuando el cuerpo
muera, y esta alma sea con ello redimida de la tierra, la vida de Dios, que se
encontraba oculta en ella, se desplazará gloriosamente, manifestándose entonces
el cielo en consecuencia. No obstante, si no hubiese también un cielo local, no
sé dónde colocar la más pequeña parte de la creación, y no digamos lo más grande.
Pues, ¿dónde podrán residir todos sus habitantes intelectuales?
– En su propio
principio –respondió el maestro–, sea este de la luz o de oscuridad. Pues todo
ser intelectual creado permanece en sus hechos y en sus esencias, en sus
maravillas y peculiaridades, en su vida e imagen, y ahí contempla y siente a
Dios, que está en todas partes, sea en el amor o en la ira.
Si estuviese en
el amor de Dios, contemplará a Dios de acuerdo con ello, y lo sentirá pues en
el amor. Pero si se ha cautivado a sí mismo en la ira de Dios, sólo puede
contemplar a Dios en la naturaleza colérica, no puede percibirlo sino como un
espíritu irritado y vengativo. Todos los lugares son iguales para este ser
intelectual si se halla en el amor de Dios, y si no está en este amor, todo
lugar es igualmente un infierno para él. ¿Qué lugar podría atar a un
pensamiento?, ¿Qué necesidad tiene un espíritu de comprensión, de mantenerse
aquí o ahí, en cuanto a su felicidad o miseria? Verdaderamente, dondequiera que
esté, se hallará en el mundo abismal, en el que no hay ni final ni límite. Y,
pregunto, ¿adónde podría ir? Pues aunque se alejase mil millas, o mil veces
diez mil millas, y diez mil veces esto, más allá de los limites del universo,
yendo a los espacios imaginarios del más allá de las estrellas, aún estaría en
el mismísimo punto del que partió. Pues Dios es el lugar del espíritu, si es
lícito atribuirle un nombre tal que tiene relación con el cuerpo. Y en Dios no
hay limite alguno. Tanto lejos como cerca son aquí uno solo. Y sea en su amor o
en su cólera la voluntad abismal del espíritu se halla confinada en su
totalidad. Es veloz como el pensamiento, pasando a través de todas las cosas;
es mágica, y no pueden admitirla las cosas corporales o externas; habita en sus
maravillas, y éstas son su hogar.
Esto es lo que
sucede con todo ser intelectual, sea el orden de los ángeles o de las almas
humanas. No temas que no vaya a haber lugar para todos, por muchos que sean, y
un lugar que sea el más acomodado para ellos, de acuerdo a su elección o
determinación, y que puede entonces llamarse su propio hogar.
– Ahora –dijo el
estudiante– recuerdo, en verdad, que se ha escrito sobre el gran traidor que,
tras la muerte, fue a su propio hogar.
El maestro dijo a
esto: – Lo mismo es cierto de toda alma cuando marcha de esta vida mortal. Y es
cierto de la misma manera de todo ángel, o de cualquier espíritu, y ello es
necesariamente determinado por su propia elección. Igual que Dios está en todas
partes, también sus ángeles están en todas partes, pero cada uno en su propio
principio y en su propia peculiaridad, o, si prefieres decirlo así, en su
propio lugar. Se admite que la misma esencia de Dios, que para los espíritus es
como un lugar, se encuentra en todas partes, pero la apro piación, o
participación de ésta es diferente para cada uno, de acuerdo a lo que cada uno
haya atraído mágicamente en el anhelo de la voluntad. La misma esencia divina
que se encuentra arriba con los ángeles de Dios, está también abajo con
nosotros, se halla igualmente con ellos, pero en diferentes maneras y en
diferentes grados en cuanto a comunicación y participación.
ANGELES
Y DEMONIOS
Y lo que he dicho
aquí de lo divino debes por igual considerarlo de la participación en la
esencia y en la naturaleza diabólicas, que son el poder de las tinieblas, en
cuanto a los múltiples modos, grados, y apropiaciones de ellas en la voluntad
falsa. En este mundo hay una lucha entre ambos, pero cuando este mundo ha
alcanzado el límite en alguien, entonces el principio capta aquello que es lo suyo
propio, y así el alma recibe compañeros de acuerdo con ello, esto es, bien
ángeles o bien demonios.
A esto el
estudiante dijo nuevamente: – El cielo y el infierno, por tanto, comienzan en
nosotros la lucha en el tiempo de esta vida; mas, estando, Dios mismo también
cerca de nosotros, ¿dónde pueden habitar los ángeles y los demonios?
El maestro le
respondió así: – Ahí donde tú no habitas con tu yo y con tu propia voluntad,
ahí habitan contigo los ángeles santos, y en todo tu derredor. Recuerda esto
bien. Al contrario, cuando habitas en cuanto a ti mismo, en la búsqueda de ti
mismo, y en la autovoluntad, entonces con seguridad que los diablos se hallarán
contigo, y tomarán en ti su morada, habitando sobre ti y en todo tu derredor.
Que Dios en su misericordia lo impida.
– No entiendo
esto tan perfectamente bien como desearía –dijo el estudiante–. Hazme el favor
de aclarármelo un poco más.
El maestro habló,
y dijo: – Torna buena nota de lo que voy a decirte. Ahí donde la voluntad de
Dios es la que quiere algo, Dios se manifiesta, y en esta misma manifestación
de Dios habitan los ángeles. Pero cuando Dios no quiere en una criatura con la
voluntad de esa criatura, entonces Dios no se le manifiesta, ni puede hacerlo,
sino que reside en sí mismo, sin la cooperación de aquella, y sin que la
criatura esté sujeta a él con humildad. En tal caso es para la criatura un Dios
inmanifestado; por tanto los ángeles no habitan con uno, así pues dondequiera
que ellos habitan se halla la gloria de Dios, y hacen su gloria. ¿Qué es,
entonces, lo que habita en tal criatura? Dios no habita en ella; los ángeles no
habitan en ella. El caso es evidentemente, que en dicha alma o criatura su
propia voluntad carece de la voluntad de Dios, y ahí reside el diablo, y con el
diablo todo lo que carece de Dios y de Cristo. Esta es la verdad; guárdala en
tu corazón.
El estudiante: –
Es posible que pregunte varias cosas impertinentes, pero te ruego, buen señor,
tengas paciencia conmigo y compasión de mi ignorancia si te pregunto algo que
quizá te parezca ridículo, o algo cuya respuesta no merezca. Pues aún tengo
varias preguntas que proponerte, aunque estoy avergonzado de mis propios
pensamientos en esta cuestión.
El maestro. – Sé
llano conmigo y propón todo lo que se encuentra en tu mente. No tengas
vergüenza de parecer ridículo, pues preguntando sólo puedes volverte más sabio.
DISTANCIA
DEL CIELO Y DEL INFIERNO
El estudiante
agradeció a su maestro esta libertad, y le dijo: – ¿Cuán separados están el
cielo y el infierno?
A lo cual éste
respondió así: – Tanto como el día y la noche, o tanto como algo y nada. Están
uno en el otro, y sin embargo, están a la mayor distancia el uno del otro; no
obstante, se causan gozo y pesar el uno del otro. El cielo está a lo largo de
todo el mundo, e igualmente fuera del mundo, incluso en cualquier lugar que sea
o pueda ser imaginado. Lo llena todo, está dentro de todo, está fuera de todo,
lo circunda todo; sin división alguna, sin lugar alguno; obrando por una
manifestación divina, y fluyendo universalmente, pero sin salir de sí mismo en
lo más mínimo. Pues sólo obra y se revela en sí mismo, siendo uno sólo y sin
división alguna.
Sólo se evidencia
a través de la manifestación de dios, y nunca en sí mismo solamente. Y en el
ser que llega a él, o en el que se manifiesta, ahí también se manifiesta Dios.
Pues el cielo no es más que una manifestación o revelación del Eterno, en el
cual todo obrar y toda volición se hallan en el amor tranquilo.
De la misma
manera el infierno también se encuentra a través del mundo entero, y no habita
y opera sino en sí mismo, y en aquello en lo que se manifiestan los cimientos
del infierno, a saber, en el ego y en la falsa voluntad. El mundo visible tiene
a ambos; y no hay lugar alguno en el que el cielo y el infierno no puedan encontrarse
y revelarse. Ahora bien, el hombre, en cuanto a su vida temporal, sólo
pertenece al mundo visible, y por lo tanto durante el tiempo de esta vida no ve
el mundo espiritual. Pues el mundo externo, con su sustancia, es un cobertor
para el mundo espiritual, igual que el cuerpo lo es para el alma. Pero cuando
el hombre externo muere, entonces el mundo espiritual, por lo que respecta al
alma, que se ha despojado ya de su cobertor, se manifiesta o bien en la luz
eterna con los ángeles santos, o en la oscuridad eterna, con los diablos.
El estudiante
preguntó entonces: – ¿Qué son un ángel o un ser humano, que pueden manifestarse
así tanto en el amor de Dios como en su ira, tanto en la luz como en las
tinieblas?
A lo cual Teóforo
respondió: – Ambos vienen del mismo Origen; son como pequeñas ramas de la
sabiduría divina, de la voluntad divina brotadas de la palabra divina, y
convertidas en objeto del amor divino. Surgen del terreno de la eternidad, en
el que manan la luz y las tinieblas; las tinieblas, que consisten en recibir el
autodeseo, y la luz, que consiste en tener la misma voluntad que Dios. Pues en
la conformidad de la voluntad con la de Dios se halla el cielo, y dondequiera
que se da esta voluntad unida a Dios, y su luz no dejará de manifestarse. Pero
en la autoatracción del deseo del alma, o en la recepción de uno mismo dentro
de la volición de cualquier espíritu, sea angélico o humano, la voluntad de
Dios opera con dificultad, y no es para dicha alma o espíritu son tinieblas; no
obstante, a partir de esto puede manifestarse la luz. Y estas tinieblas son el
infierno del espíritu en el cual se encuentran. Pues el cielo y el infierno no
son sino una manifestación de la voluntad divina sea en la luz o en la
oscuridad, de acuerdo a las peculiaridades del mundo espiritual.
*
* *
QUÉ ES EL CUERPO DEL HOMBRE; Y POR QUÉ EL
ALMA ES CAPAZ DE RECIBIR EL BIEN Y EL MAL
Estudiante: – ¿Qué es, pues,
el cuerpo del hombre?
Maestro.– Es el mundo
visible; una imagen y quinta esencia, o un compuesto de todo lo que el mundo
es. El mundo visible es una manifestación del mundo espiritual e interior, que
proviene de la luz eterna, y de las tinieblas eternas, de la compactación y de
la conexión espirituales. Es también una imagen o figura de la eternidad por
medio de la cual la eternidad se ha hecho visible, y en la cual la voluntad de
un mismo y la voluntad resignada, esto es, el mal y el bien, trabajan uno con
el otro.
El hombre externo
es esa sustancia. Pues Dios creó al hombre del mundo externo, y le insufló el
mundo espiritual interior para que tuviera un alma y una vida inteligente. Por
consiguiente, en las cosas del mundo exterior el hombre puede recibir y obrar
el mal y el bien.
*
* *
DE
Estudiante: – ¿Qué habrá
después de este mundo, cuando todas las cosas perezcan y llegan a su fin?
Maestro: – Sólo la
sustancia material cesa, esto es, los cuatro elementos, el sol, la luna, y las
estrellas. Y entonces el mundo interior será enteramente visible y manifiesto.
Pero lo que haya sido forjado por la voluntad o el espíritu del hombre en el
tiempo de este mundo, sea bueno o malo, toda obra, se separará de una manera
espiritual, sea hacia la luz eterna, o hacia las tinieblas eternas. Pues lo que
ha nacido de cada una de ellas penetrará y pasará de nuevo a aquello que le es
semejante. Entonces las tinieblas se llaman infierno, y son un olvido eterno en
y para los santos, quienes continuamente glorifican y alaban a Dios por
haberlos librado del tormento del mal.
El juicio final
es una inflamación del fuego tanto del amor como de la ira de Dios, fuego en el
que perece la materia de toda sustancia, y cada fuego atraerá hacia sí lo que
es propio, es decir, la sustancia semejante a él. Así, el fuego del amor de
Dios atraerá hacia si todo lo que nace del amor de Dios, o del principio del
amor, ardiendo en ello conforme al amor, y rindiéndose a esa sustancia. Pero el
tormento atraerá hacia sí lo forjado en la ira de Dios en las tinieblas,
consumiendo la falsa sustancia; quedará entonces sólo la voluntad dolorosa en
su propia naturaleza, imagen y figura.
Estudiante: – ¿Con qué
materia y forma resucitará el cuerpo humano?
Maestro: – Se siembra un
cuerpo natural que es grueso y elemental, que en el tiempo de esta vida es como
los elementos exteriores; sin embargo, en este cuerpo grosero hay un poder y
una virtud que es sutil, semejante al sol, y que es una con el sol, y que al
comienzo de los tiempos brotó y provino del poder y de la virtud divinos, de
donde se deriva igualmente toda la buena virtud del cuerpo. Esta buena virtud
del cuerpo mortal volverá, viviendo para siempre en una suerte de peculiaridad
material transparente y cristalina, en carne y sangre espirituales igual que
retornará la buena virtud de la tierra, pues también la tierra devendrá
cristalina, brillando la luz divina en todo lo que tenga un ser, esencia o
sustancia. Y así como la tierra grosera perecerá para nunca volver, igualmente
la carne grosera del hombre perecerá para no vivir por siempre. Todas las cosas
deberán aparecer ante el juicio, y en el juicio serán del cuerpo humano. Pues
cuando Dios mueva el mundo espiritual, todo espíritu atraerá hacia sí su
sustancia espiritual. Un espíritu y un alma buenos atraerán hacia sí buena
sustancia, y uno malo su mala sustancia. Pero debemos aquí entender por
sustancia dicho poder y dicha virtud materiales, cuya esencia es mera virtud,
como una tintura material (esa cosa que todas las figuras, todos los colores y
todas las virtudes tienen en si, siendo al mismo tiempo transparente), cuya
grosería perece en todas las cosas.
Estudiante: – ¿No
resucitaremos acaso con nuestros cuerpos visibles, viviendo en ellos para
siempre?
Maestro: – Cuando el
mundo visible perece, todo lo que ha procedido de él, y que ha sido externo,
deberá perecer con él. Del mundo sólo quedarán la naturaleza y las formas
cristalinas y celestiales, y del hombre igualmente quedará sólo la tierra
espiritual; pues el hombre será entonces del todo como el mundo espiritual, el
cual todavía se halla oculto.
Estudiante: – ¿Habrán marido
y mujer, hijos o familiares, en la vida celestial, se asociarán uno con el otro
como lo hacen en esta vida?
Discipulo: – ¿Por
qué tu mentalidad es tan carnal? No habrán ni esposo ni esposa, sino que todos
serán como los ángeles de Dios, esto es, vírgenes masculinas. No habrán ni
hijos ni hijas, ni hermanos ni hermanas, sino que todos serán de la misma
familia. Pues todos son sólo uno en Cristo, igual que un árbol y sus ramas son
uno, aunque sean distintos como criaturas; pero es que Dios es todo en todo. En
verdad, habrá un conocimiento espiritual de lo que cada uno ha sido y hecho,
pero no posesión y disfrute, o deseo de poseer cosas terrenales, o de disfrutar
nunca más de las relaciones carnales.
Estudiante: – ¿Tendrán todos
por igual dicha glorificación y dicho gozo eternos?
Maestro: – Las Escrituras
dicen: "Tal como es la gente, así es su Dios." Y en otro sitio:
"Con los santos eres santo, y con los perversos eres perverso." Y San
Pablo dice: "En la resurrección uno diferirá del otro en gloria, igual que
el Sol, la Luna
y las estrellas." Sabe, por tanto, que los benditos disfrutarán en verdad
todos del obrar divino en y sobre ellos; pero su virtud e iluminación o gloria
será muy diferente, de acuerdo a como se hayan revestido en esta vida con
diferentes medidas y grados de poder y virtud en su doloroso operar. Pues el
operar doloroso de la criatura en esta vida es la apertura y génesis del poder
divino, volviéndose móvil y operativo dicho poder. Ahora bien, aquellos que se
hayan forjado en Cristo en el tiempo de esta vida, y no en la codicia de la
carne, tendrán gran poder y una gran glorificación trascendente en y sobre
ellos. Pero otros que sólo han esperado y confiado en una satisfacción
imputada, sirviendo mientras tanto sólo al bien de sus estómagos, habiéndose
convertido, no obstante, al final y obtenido la gracia, ésos, digo, no
alcanzarán un grado de poder e iluminación tan elevado. Así que habrán entre
ellos tan grandes diferencias de grados como las hay entre el Sol, la Luna y las estrellas; o como
las hay entre las flores del campo en sus variedades de belleza poder y virtud.
Estudiante: – ¿Cómo será
juzgado el mundo, y por quién?
Maestro: – Jesucristo,
"la palabra de Dios hecha hombre", todo será el poder de su
movimiento que separará de sí lo que no le corresponde, y quién manifestará su
reino en el lugar o espacio en que ahora se encuentra el mundo; pues el
movimiento separado obra en todo el universo, y al mismo tiempo a través de
todo.
Estudiante: – ¿Adónde serán
arrojados los diablos y los condenados cuando el lugar de este mundo devenga el
reino de Cristo y de quienes serán glorificados? ¿Serán arrojados fuera del
lugar de este mundo? ¿O tendrá o manifestará Cristo su dominio fuera de la
esfera o lugar de este mundo?
Maestro: – El infierno
permanecerá en el lugar o esfera de este mundo en todas partes, pero oculto al
reino de los cielos, igual que la noche está oculta al día. "La luz
brillará para siempre en las tinieblas, pero las tinieblas no podrán
comprenderla o alcanzarla." Y la luz es él reino de Cristo, pero las
tinieblas son el infierno, en donde moran los diablos y los perversos. Serán,
pues, suprimidos por el reino de Cristo, y convertidos en sus pisadas, esto es,
en su desecho.
Estudiante: – ¿De qué modo
serán llevados a juicio todos los pueblos y todas las naciones?
Maestro: – La palabra
eterna de Dios, de la cual ha provenido la vida espiritual de toda criatura, se
moverá en dicha hora, de acuerdo al amor y a la ira, en toda vida venida de la
eternidad, y llevará a toda criatura ante el juicio de Cristo, para ser
sentenciada por este movimiento de la palabra.. La vida se manifestará entonces
en todas sus obras, y toda alma verá y sentirá en sí misma su juicio y
sentencia. Pues el juicio se manifiesta, ciertamente, en y a toda alma, cuando
se separa del cuerpo. Y el juicio final no es sino un retorno del cuerpo
espiritual, y una separación del mundo, donde el mal será separado del bien en
la sustancia del mundo, y del cuerpo humano, entrando todo en su receptáculo
eterno. Y es por tanto una manifestación del misterio de Dios en toda sustancia
y en toda vida.
Estudiante: – ¿De qué modo
se pronunciará la sentencia?
Maestro: – Considera las
palabras de Cristo: "Dirá a los de su derecha, venid, benditos de mi
Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde sus cimientos. Pues tuve
hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui un extraño,
y me aceptasteis; estuve desnudo, y me vestisteis; estuve enfermo, y me
visitasteis, en prisión y os acercasteis a mí".
Entonces ellos le
responderán diciendo: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento,
extraño, desnudo, enfermo o en prisión, y nos comportamos así contigo?"
Entonces el Rey
les responderá diciendo: "En tanto en cuanto lo habéis hecho a uno de los
menores de mis hermanos, me lo habéis hecho a mí."
Y partirán éstos
al castigo eterno, pero los virtuosos irán a la vida eterna.
Estudiante: – Amado maestro,
te ruego me indiques porqué Cristo dijo "Lo que habéis hecho al menor de
éstos, me lo habéis hecho a mí; y lo que le habéis hecho a ellos, tampoco me lo
habéis hecho a mí."
Maestro: – Cristo reside
real y esencialmente en la fe de aquellos que se entregan completamente a él, y
les da su carne como alimento, y su sangre para beber; posee así el fundamento
de su fe, de acuerdo al hombre interior. Un cristiano se dice que es una rama
de la vid de Cristo, y se dice que es cristiano, porque Cristo mora
espiritualmente en él; por consiguiente, cualquier bien que alguien haga a ese
cristiano en sus necesidades corporales, se le hace también a Cristo mismo, que
reside en él. Pues tal cristiano ya no es él mismo, sino que se halla
completamente resignado a Cristo, y se ha convertido en su posesión peculiar;
por lo tanto, la buena acción se le hace a Cristo mismo. Por tanto, también,
quienquiera que retire su ayuda de dicho cristiano necesitado, arroja también a
Cristo lejos de sí, despreciándolo en sus miembros. Cuando una persona pobre,
que pertenece así a Cristo, te pide algo, y tú se lo niegas en su necesidad, se
lo niegas a Cristo mismo. Cuando alguien se mofa y burla de un cristiano, o lo
rechaza, todo esto lo hace con Cristo; pero aquel que lo recibe, que le da
alimento y bebida, o que le da cobijo, y que le asiste en sus necesidades, lo
hace igualmente con Cristo. Más aún, se lo hace a sí mismo si es cristiano,
pues todos somos un Cristo, como lo son un árbol y sus ramas.
Estudiante: – ¿Cómo
subsistirán, entonces, en el día de tan feroz juicio todos aquellos que afligen
y vejan a los pobres y entristecidos, privándoles de su sudor mismo,
obligándoles por la fuerza a someterse a sus voluntades, pisoteándoles como a
sus tacones, sólo a fin de vivir ellos mismos en pompa y poder, y de gastar los
frutos del sudor y de la labor de esta pobre gente, en voluptuosidad, orgullo y
vanidad?
Maestro: – Cristo sufre
en la persecución de sus miembros. Por consiguiente, todo lo erróneo que dichos
tiranos hacen a los pobres que están bajo su control se lo hacen a Cristo
mismo; y caerán bajo su severa sentencia y bajo su severo juicio. Y aparte de
eso, ayudan al diablo a aumentar su reino; pues con tal opresión de los pobres
los alejan de Cristo y les hacen buscar ilícitos modos de llenar sus estómagos.
Más aún, trabajan con y para el diablo mismo, haciendo lo mismo que hace el
diablo, el cual se opone ininterrumpidamente al reino de Cristo, que consiste
sólo en el amor. Todos estos opresores, si no se vuelven con todo su corazón
hacia Cristo, y le sirven, deberán ir al fuego del infierno, que no es nutrido
sino por aquello que le han hecho aquí a los pobres.
Estudiante: – ¿Qué sucederá
con ellos, y cómo podrán resistir la severa prueba, quienes en este tiempo
luchan tan ferozmente acerca del reino de Cristo, matando, vilipendiando y
persiguiéndose uno al otro por su religión?
Maestro: – Todos esos
todavía no han conocido a Cristo, y son como un tipo o figura del cielo y el
infierno, que luchan uno con el otro en pos de la victoria.
Todo orgullo
henchido que disputa sobre opiniones, es una imagen del yo. Y quien no tiene fe
y humildad, no vive en el espíritu de Cristo, que es amor, sólo está armado con
la ira de Dios, y ayuda a la victoria del yo imaginario, esto es, del reino de
las tinieblas y de la ira de Dios. Pues en el día del juicio todo yo será
entregado a las tinieblas, igual que todos los contenidos de los hombres que
sean inaprovechables. Pues no buscan el amor, sino meramente en conforme a su
yo imaginario, de modo que puedan exaltarse ellos mismos exaltando y
estableciendo sus opiniones; animando a los príncipes a la guerra para
conseguir eso mismo, y ocasionando con ello la desolación de países enteros.
Todas esas cosas pertenecen al juicio que separará lo falso de lo verdadero;
entonces todas las imágenes y opiniones cesarán, y todos los hijos de Dios
residirán por siempre en el amor de Cristo, y éste en ellos.
Todo aquél que en
este tiempo de lucha, a saber, desde la Caída hasta la Resurrección , no es
celoso en el espíritu de Cristo y deseoso de promover la paz y el amor, sino
que busca y lucha sólo para sí mismo, es el diablo, y pertenece a la fosa de
las tinieblas, debiendo en consecuencia ser separado de Cristo. Pues en el
cielo todos sirven a Dios su Creador en humilde amor.
Estudiante: – ¿Por qué
permite Dios, entonces, que en este tiempo hayan tales luchas?
Maestro: – La vida misma
se halla en lucha, de modo que pueda volverse manifiesta, sensible y palpable,
y de modo que la sabiduría pueda hacerse separable y conocida.
La lucha
constituye también el gozo eterno de la victoria. Pues en los santos surgirán
una gran alabanza y una gran acción de gracias por el conocimiento
experimentado de que Cristo ha superado en ellos a las tinieblas, y todo el
egoísmo de la naturaleza, y que finalmente se hallan totalmente liberados de la
lucha. En ese día se regocijarán eternamente, al saber que los perversos son
castigados. Y por tanto Dios admite que todas las almas tengan libre albedrío,
de modo que el domino eterno tanto del amor como de la ira, de la luz corno de
la oscuridad, pueda volverse manifiesto y conocido; y de modo que toda vida
pueda ocasionar y hallar su propia sentencia en sí misma. Pues aquello que es
ahora lucha y dolor para los santos en su desventurado estado bélico de ahora,
se convertirá al final en gran gozo para ellos; y aquello que ha sido un gozo y
un placer para las personas malas en este mundo, se convertirá luego en
tormento eterno y en vergüenza para ellas. Por consiguiente, el gozo de los
santos debe surgir para ellos a partir de la muerte, igual que la luz surge de
una vela por la destrucción y consumición de la misma en el fuego. Así la vida
puede liberarse del dolor de la naturaleza, y poseer otro mundo.
Y puesto que la
luz tiene una peculiaridad distinta de la del fuego, pues se da entrega ella
misma, mientras que el fuego atrae hacia sí y se consume, así la vida santa de
la docilidad surge a través de la muerte de la voluntad de uno mismo, rigiendo
sólo entonces la voluntad de amor de Dios, que lo hace todo en todo. Pues de
ese modo el Eterno consigue el sentimiento, y la separatividad, habiéndose
producido de nuevo a sí mismo con el sentimiento y pasando a través de la
muerte a un gran regocijo, de modo que pudiera haber un deleite eterno en la
unidad infinita, y una causa eterna de gozo. Por lo tanto, aquello que
anteriormente fue dolor, debe ser ahora terreno y causa de este movimiento
hacia la manifestación de todas las cosas. Y aquí reside el misterio de la
sabiduría oculta de Dios.
"Todo el que
pregunta recibe, todo el que busca encuentra, y a todo el que llama se le
abrirá. La gracia de Jesucristo nuestro Señor, el amor de Dios, y la comunión
del Espíritu Santo, sean todos con nosotros. Amén." Hebreos XII. 22,
23, 24.
"Gracias
Señor porque has venido al Monte Sión, a la ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a
la innumerable compañía de los ángeles, y a la asamblea general e iglesia del
primogénito, como está escrito en los cielos.
"Y a Dios,
Juez de todo; y a los espíritus de los hombres hechos perfectos; y a Jesús, el
mediador de la nueva alianza.
"Y a la sangre de la aspersión, que anuncia mejores cosas que la de Abel. Amén.
"Alabanza, gloria y acción de a honor, sabiduría y poder para aquel que se sienta en el trono, para nuestro Dios y el Cordero, por los siglos de los siglos, Amén.
"Y a la sangre de la aspersión, que anuncia mejores cosas que la de Abel. Amén.
"Alabanza, gloria y acción de a honor, sabiduría y poder para aquel que se sienta en el trono, para nuestro Dios y el Cordero, por los siglos de los siglos, Amén.
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