sábado, 14 de septiembre de 2013

La naturaleza del folklore y del arte popular (A.K. Coomaraswamy)


A. K. COOMARASWAMY,

(La filosofía cristiana y oriental del arte)


 

Nota: acontecimientos aún recientes en los medios de comunicación nos traen noticias de un supuesto pueblo, transido de furores nacionalistas, banderas a miles como en los Congresos de Nürmberg, reclamaciones de lebensraum o espacio vital y victimismo y odio a los supuestos dominadores crueles y tiránicos. Unas breves consideraciones fragmentarias acerca de lo que se denomina pueblo desde un punto de vista tradicional

 

Cap. VIII   LA NATURALEZA DEL FOLKLORE Y DEL ARTE POPULAR

 

Pensamos que ahora se ha aclarado suficientemente que la división entre marga  y desi no es necesariamente una distinción entre un arte aristocrático y cultivado y otro folklórico y primitivo, sino una distinción entre un arte sagrado y tradicional y otro  profano y sentimental

Podemos preguntarnos entonces cuál es la verdadera naturaleza del arte folklórico y campesino, y si este arte difiere del de los kavi  y acarya de otra manera que en grado de refinamiento. En las sociedades tradicionales y unánimes observamos que no puede trazarse ninguna división tajante entre las artes que apelan al campesino y las que apelan al señor; ambos viven en lo que es esencialmente el mismo medio, pero en una escala diferente. Las distinciones son de refinamiento y de lujo, pero no de contenido o estilo; en otras palabras, las diferencias se pueden medir en términos de valor material, pero no son espirituales ni psicológicas. El intento de distinguir entre motivos aristocráticos y motivos populares en la literatura tradicional es falaz; todo arte tradicional es un arte folklórico en el sentido de que es el arte de un pueblo unánime (jana). Como ha observado el profesor Child en relación con la historia de las baladas: «La condición de la sociedad en la que aparece una poesía verdaderamente nacional y popular… (es la condición) en la que las personas no están divididas por organizaciones políticas y una cultura libresca en clases marcadamente distintas 9; en la que, por consiguiente, hay una comunidad de ideas y sentimientos que hace que el conjunto del pueblo forme un solo individuo».

 

La única razón de que no logremos comprender esta condición es que consideramos estos problemas desde el estrecho punto de vista de las circunstancias presentes. En una sociedad democrática, donde todos los hombres son teóricamente iguales, lo que existe de hecho es una distinción entre una cultura burguesa por una parte, y la ignorancia de las masas incultas por otra, a pesar de que ambas clases puedan estar escolarizadas. Aquí no existe nada semejante a un «pueblo» (jana), pues el proletariado no es un «pueblo», sino que más bien es comparable a los parias (chandala) que a un cuarto estado (sudra): faltan virtualmente las clases sacerdotal (brahmana) y caballeresca (ksatrya) (los hombres son tan parecidos que estas funciones pueden ser ejercidas por cualquiera —por ejemplo, el chico vendedor de periódicos que se convierte en presidente); y la burguesía (vaysa) se asimila a las masas proletarias (chandala), para formar lo que es en realidad un «rebaño» (pasu) unánimemente profano, cuya conducta sólo se gobierna por gustos y aversiones, y en absoluto por principios más altos 10 . Aquí la distinción entre «educado» y «sin educar» es meramente técnica; ya no es una distinción de grados de consciencia, sino de más o menos información. Bajo estas condiciones, la distinción entre escolarización y ausencia de escolarización tiene un valor completamente diferente de su valor en las sociedades tradicionales, en las que todo el pueblo, al mismo tiempo que es culturalmente unánime, está diferenciado funcionalmente; la escolarización, en este caso, es completamente innecesaria para algunas funciones, donde, además, su ausencia no constituye una privación, puesto que existen otros medios que no son los libros para la comunicación y la transmisión de  los valores espirituales; y, además, bajo estas circunstancias, la función misma (svadharma), no importa cuan «doméstica» o «comercial» sea, es hablando estrictamente una «vía» (marga); de manera que no es dedicándose a otro trabajo, con el que puede atraerse un prestigio social más alto o más bajo, sino en la medida en que se acerca a la perfección en su propio trabajo y comprende su significación espiritual, como un hombre puede elevarse por encima de si mismo —y entonces la ambición de elevarse por encima de sus congéneres  ya no tiene sentido.

 

 

9 Apenas es necesario señalar que una organización social feudal o de castas no es, en este sentido, una división, de la misma manera que la compleja organización del cuerpo físico no es la marca

 

10 Puede imaginarse una condición del individuo que sea superior a la casta; por ejemplo, de la deidad, para quien ninguna función (dharma) es demasiado elevada o demasiado baja, se predica unpramana absoluto. Por otra parte, la condición del proletariado no es de esta naturaleza, sino que es inferior a la casta, tanto desde un punto de vista espiritual como desde un punto de vista económico; pues, como lo expresaba Platón, «se hará más, y mejor, y con mayor facilidad, cuando todo el mundo no haga sino una cosa, acordemente a su genio; y esto es hacer justicia a cada hombre según lo que es

 

Así pues, en las sociedades democráticas, donde prevalecen los valores proletarios y profanos (es decir, ignorantes), surge una distinción real entre lo que se llama optimistamente el «saber» o la «ciencia» por parte de las clases educadas y la ignorancia de las masas; y esta distinción no se mide por patrones de profundidad, sino de escolaridad, en el simple sentido de capacidad para leer la palabra impresa. En el caso en que sobrevive algún residuo de un verdadero campesinado (como todavía es el caso en Europa, pero difícilmente en América), o cuando se trata de la cultura «primitiva» de otras razas, o incluso de escrituras tradicionales y de tradiciones metafísicas, que son todo excepto de origen popular, las «supersticiones» que entrañan (veremos ahora lo que implica realmente este término tan apropiado) se confunden con la «ignorancia» de las masas, y sólo se estudian con una condescendiente falta de comprensión. Puede verse cuan anómala es la situación que así se crea, cuando nos damos cuenta de que donde el hilo de la enseñanza simbólica e iniciatoria se ha roto, en los niveles sociales superiores (y la educación moderna, ya sea en la India o en cualquier otra parte, tiene precisamente, y muy a menudo intencionalmente, este efecto destructivo), lo que ha conservado aquello que de otro modo se hubiera perdido, son justamente las «supersticiones» del pueblo y lo que es aparentemente irracional en la doctrina religiosa. Cuando la cultura burguesa de las universidades ha declinado así hasta los niveles de la información puramente empírica y limitada a los hechos, entonces, es precisa y únicamente en las supersticiones del campesinado, siempre que hayan sido suficientemente fuertes como para resistir los esfuerzos subversivos de los educadores, donde sobrevive una sabiduría genuinamente humana, y a menudo, ciertamente, sobrehumana, por muy inconsciente y por muy fragmentaria e ingenua que pueda ser la forma en la que se expresa. Hay, por ejemplo, una sabiduría en los cuentos de hadas tradicionales (no, por supuesto, en los que han sido escritos por «literatos» «para niños») que es completamente diferente en tipo del sentido o falta de sentido psicológico que puede contener una novela moderna.

 

Como ha observado justamente René Guénon, «la concepción misma del “folklore”, tal como se entiende comúnmente, se basa en una hipótesis fundamentalmente falsa, a saber, la suposición de que hay realmente cosas tales como “creaciones populares” o invenciones espontáneas de las masas; y la conexión de este punto de vista con el prejuicio democrático es evidente… El pueblo ha conservado así, sin comprenderlos, los restos de antiguas tradiciones que a veces se remontan a un pasado indeterminablemente distante, al que sólo podemos calificar de “prehistórico”». Así pues, lo que se ha conservado realmente en los cuentos populares y de hadas, y en el arte campesino popular no es, ciertamente, un cuerpo de fábulas meramente infantiles o de entretenimiento, ni un cuerpo de arte decorativo rústico, sino una serie de lo que son realmente doctrinas esotéricas y símbolos que no son de invención popular. Puede decirse que, cuando ha tenido lugar una decadencia intelectual en los círculos superiores, es así como se conserva, de una época a otra, este material doctrinal, proporcionando un vislumbre de luz en medio de lo que puede llamarse la noche oscura del intelecto; la memoria del pueblo hace las veces de una suerte de arca, en la que la sabiduría de una época anterior pasa (tiryate) el período de disolución de las culturas 11.

 

 

11 Cf. Luc-Benoist,La Cuisine des Anges, 1932, pp. 74-75; «El interés profundo de todas las tradiciones dichas populares reside sobre todo en el hecho de que no son populares de origen… Aristóteles veía en ellas con razón los restos de la antigua filosofía. Sería menester decir las formas antiguas de la filosofía eterna» —es decir, de la philosophia perennis la «Sabiduría increada, la misma ahora que siempre fue y la misma que será siempre» de San Agustín. Cómo ha señalado Michelet, V.-E., es en este sentido —es decir, en tanto que «los Maestros del Verbo proyectan sus invenciones en la memoria popular que es un receptáculo maravilloso de los conceptos maravillosos» (Le Secret de la Chevalerie, 1930, p. 19)— y no en ningún sentido «democrático», como puede decirse propiamente, Vox populi , vox Dei

 

Las fábulas de animales del Pancatantra, en las que se incorpora una sabiduría más que meramente mundana, son incuestionablemente de origen aristocrático y no de origen popular; como dice Edgerton, la mayoría de estas historias han «pasado» al folklore indio, en vez de haber sido extraídas de él (Amer. Oriental Series, III, 1924, pp. 3, 10, 54). Sin duda alguna, lo mismo se aplica a los Jatakas, muchos de los cuales son versiones de mitos, y no hubieran podido haber sido compuestos por nadie que no dominara plenamente las doctrinas metafísicas implícitas.

 

Andrew Lang, en el prólogo de la obra de Marian Roalfe Cox,Ciderella (1893), en la que se analizan 345 versiones de este relato procedentes de todo el mundo, observó: «Creo que la idea fundamental de la Cenicienta es ésta: una persona de posición humilde u oscura, hace un buen matrimonio gracias a una ayuda sobrenatural». Le resultaba muy difícil dar la razón de la distribución universal de este motivo; del cual, podríamos agregar, hay un caso notabilísimo en un contexto escriturario en el mito indio de  Apala e Indra. Aquí sólo preguntaré al lector: ¿de  qué «persona de posición humilde u oscura» es el «buen matrimonio» al que Donne se refiere con estas palabras: «Jamás casta hasta que tú me raptas»?, ¿a quién amó Cristo «en su vileza y en toda su inmundicia» (San Buenaventura, Dom. Prim. Post Oct. Epiph. II.2)? y ¿qué implica en su significación final el ieros gamon ? Y, por el mismo motivo, ¿quién es el «dragón» desencantado por el fier baiser ¿Quién emerge de la piel escamosa con una «piel de sol»?, ¿quién se sacude las cenizas y se viste con un vestido de oro para bailar con el Príncipe? «¡Excelentísimo es el matrimonio que hace el que comprende eso!» (Pacavinsa Brahmana, VII.10.4).

 

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