A. K. COOMARASWAMY,
(La filosofía cristiana y oriental del
arte)
Nota:
acontecimientos aún recientes en los medios de comunicación nos traen noticias
de un supuesto pueblo, transido de furores nacionalistas, banderas a miles como
en los Congresos de Nürmberg, reclamaciones de lebensraum o espacio vital y victimismo
y odio a los supuestos dominadores crueles y tiránicos. Unas breves consideraciones
fragmentarias acerca de lo que se denomina pueblo desde un punto de vista
tradicional
Cap. VIII
LA NATURALEZA DEL FOLKLORE Y DEL
ARTE POPULAR
Pensamos que ahora se ha aclarado
suficientemente que la división entre marga y desi no es necesariamente una distinción
entre un arte aristocrático y cultivado y otro folklórico y primitivo, sino una
distinción entre un arte sagrado y tradicional y otro profano y sentimental
Podemos preguntarnos entonces cuál es la
verdadera naturaleza del arte folklórico y campesino, y si este arte difiere
del de los kavi y acarya de otra manera
que en grado de refinamiento. En las sociedades tradicionales y unánimes
observamos que no puede trazarse ninguna división tajante entre las artes que
apelan al campesino y las que apelan al señor; ambos viven en lo que es
esencialmente el mismo medio, pero en una escala diferente. Las distinciones
son de refinamiento y de lujo, pero no de contenido o estilo; en otras
palabras, las diferencias se pueden medir en términos de valor material, pero
no son espirituales ni psicológicas. El intento de distinguir entre motivos
aristocráticos y motivos populares en la literatura tradicional es falaz; todo
arte tradicional es un arte folklórico en el sentido de que es el arte de un pueblo unánime (jana). Como ha observado
el profesor Child en relación con la historia de las baladas: «La condición de
la sociedad en la que aparece una poesía verdaderamente nacional y popular… (es
la condición) en la que las personas no están divididas por organizaciones
políticas y una cultura libresca en clases marcadamente distintas 9; en la que,
por consiguiente, hay una comunidad de ideas y
sentimientos que hace que el conjunto del pueblo forme un solo individuo».
La única razón de que no logremos
comprender esta condición es que consideramos estos problemas desde el estrecho
punto de vista de las circunstancias presentes. En una
sociedad democrática, donde todos los hombres son
teóricamente iguales, lo que existe de hecho es una distinción entre una
cultura burguesa por una parte, y la ignorancia de las masas incultas por otra,
a pesar de que ambas clases puedan estar escolarizadas. Aquí no existe nada semejante a un «pueblo» (jana), pues el proletariado no es un «pueblo», sino que más bien es
comparable a los parias (chandala) que a un
cuarto estado (sudra): faltan virtualmente las clases sacerdotal (brahmana) y
caballeresca (ksatrya) (los hombres son tan parecidos que estas funciones
pueden ser ejercidas por cualquiera —por ejemplo, el chico vendedor de
periódicos que se convierte en presidente); y la burguesía (vaysa) se asimila a
las masas proletarias (chandala), para formar lo que es en realidad un «rebaño»
(pasu) unánimemente profano, cuya conducta sólo se gobierna por gustos y
aversiones, y en absoluto por principios más altos 10 . Aquí la
distinción entre «educado» y «sin educar» es meramente técnica; ya no es una
distinción de grados de consciencia, sino de más o menos información. Bajo
estas condiciones, la distinción entre escolarización y ausencia de
escolarización tiene un valor completamente diferente de su valor en las
sociedades tradicionales, en las que todo el pueblo, al mismo tiempo que es
culturalmente unánime, está diferenciado funcionalmente; la escolarización, en
este caso, es completamente innecesaria para algunas funciones, donde, además,
su ausencia no constituye una privación, puesto que existen otros medios que no
son los libros para la comunicación y la transmisión de los valores espirituales; y, además, bajo
estas circunstancias, la función misma (svadharma), no importa cuan «doméstica»
o «comercial» sea, es hablando estrictamente una «vía» (marga); de manera que
no es dedicándose a otro trabajo, con el que puede atraerse un prestigio social
más alto o más bajo, sino en la medida en que se acerca a la perfección en su
propio trabajo y comprende su significación espiritual, como un hombre puede elevarse
por encima de si mismo —y entonces la ambición de elevarse por encima de sus
congéneres ya no tiene sentido.
9 Apenas es
necesario señalar que una organización social feudal o de castas no es, en este
sentido, una división, de la misma manera que la compleja organización del
cuerpo físico no es la marca
10 Puede imaginarse
una condición del individuo que sea superior a la casta; por ejemplo, de la
deidad, para quien ninguna función (dharma) es demasiado elevada o demasiado
baja, se predica unpramana absoluto. Por otra parte, la condición del
proletariado no es de esta naturaleza, sino que es inferior a la casta, tanto
desde un punto de vista espiritual como desde un punto de vista económico;
pues, como lo expresaba Platón, «se hará más, y mejor, y con mayor facilidad,
cuando todo el mundo no haga sino una cosa, acordemente a su genio; y esto es
hacer justicia a cada hombre según lo que es
Así pues, en las sociedades democráticas,
donde prevalecen los valores proletarios y profanos (es decir, ignorantes),
surge una distinción real entre lo que se llama optimistamente el «saber» o la
«ciencia» por parte de las clases educadas y la ignorancia de las masas; y esta
distinción no se mide por patrones de profundidad, sino de escolaridad, en el
simple sentido de capacidad para leer la palabra impresa. En el caso en que
sobrevive algún residuo de un verdadero campesinado (como todavía es el caso en
Europa, pero difícilmente en América), o cuando se trata de la cultura
«primitiva» de otras razas, o incluso de escrituras tradicionales y de
tradiciones metafísicas, que son todo excepto de origen popular, las
«supersticiones» que entrañan (veremos ahora lo que implica realmente este
término tan apropiado) se confunden con la «ignorancia» de las masas, y sólo se
estudian con una condescendiente falta de comprensión. Puede verse cuan anómala
es la situación que así se crea, cuando nos damos cuenta de que donde el hilo
de la enseñanza simbólica e iniciatoria se ha roto, en los niveles sociales
superiores (y la educación moderna, ya sea en la India o en cualquier otra
parte, tiene precisamente, y muy a menudo intencionalmente, este efecto
destructivo), lo que ha conservado aquello que de otro modo se hubiera perdido,
son justamente las «supersticiones» del pueblo y lo que es aparentemente
irracional en la doctrina religiosa. Cuando la cultura burguesa de las
universidades ha declinado así hasta los niveles de la
información puramente empírica y limitada a los hechos, entonces, es precisa y únicamente en las supersticiones del
campesinado, siempre que hayan sido suficientemente fuertes como para resistir
los esfuerzos subversivos de los educadores, donde sobrevive una sabiduría
genuinamente humana, y a menudo, ciertamente, sobrehumana, por muy inconsciente
y por muy fragmentaria e ingenua que pueda ser la forma en la que se expresa.
Hay, por ejemplo, una sabiduría en los cuentos de hadas tradicionales (no, por
supuesto, en los que han sido escritos por «literatos» «para niños») que es
completamente diferente en tipo del sentido o falta de sentido psicológico que
puede contener una novela moderna.
Como ha observado justamente René Guénon,
«la concepción misma del “folklore”, tal como se entiende comúnmente, se basa
en una hipótesis fundamentalmente falsa, a saber, la suposición de que hay
realmente cosas tales como “creaciones populares” o invenciones espontáneas de
las masas; y la conexión de este punto de vista con el prejuicio democrático es
evidente… El pueblo ha conservado así, sin comprenderlos, los restos de
antiguas tradiciones que a veces se remontan a un pasado indeterminablemente
distante, al que sólo podemos calificar de “prehistórico”». Así pues, lo que se
ha conservado realmente en los cuentos populares y de hadas, y en el arte
campesino popular no es, ciertamente, un cuerpo de fábulas meramente infantiles
o de entretenimiento, ni un cuerpo de arte decorativo rústico, sino una serie
de lo que son realmente doctrinas esotéricas y símbolos que no son de invención
popular. Puede decirse que, cuando ha tenido lugar una decadencia intelectual
en los círculos superiores, es así como se conserva, de una época a otra, este
material doctrinal, proporcionando un vislumbre de luz en medio de lo que puede
llamarse la noche oscura del intelecto; la memoria del pueblo hace las veces de
una suerte de arca, en la que la sabiduría de una época anterior pasa (tiryate)
el período de disolución de las culturas 11.
11 Cf. Luc-Benoist,La
Cuisine des Anges, 1932, pp. 74-75; «El interés profundo de todas las
tradiciones dichas populares reside sobre todo en el hecho de que no son
populares de origen… Aristóteles veía en ellas con razón los restos de la
antigua filosofía. Sería menester decir las formas antiguas de la filosofía
eterna» —es decir, de la philosophia perennis la «Sabiduría increada, la misma
ahora que siempre fue y la misma que será siempre» de San Agustín. Cómo ha
señalado Michelet, V.-E., es en este sentido —es decir, en tanto que «los
Maestros del Verbo proyectan sus invenciones en la memoria popular que es un
receptáculo maravilloso de los conceptos maravillosos» (Le Secret de la
Chevalerie, 1930, p. 19)— y no en ningún sentido «democrático», como puede
decirse propiamente, Vox populi , vox Dei
Las fábulas de
animales del Pancatantra, en las que se incorpora una sabiduría más que
meramente mundana, son incuestionablemente de origen aristocrático y no de
origen popular; como dice Edgerton, la mayoría de estas historias han «pasado»
al folklore indio, en vez de haber sido extraídas de él (Amer. Oriental Series,
III, 1924, pp. 3, 10, 54). Sin duda alguna, lo mismo se aplica a los Jatakas,
muchos de los cuales son versiones de mitos, y no hubieran podido haber sido
compuestos por nadie que no dominara plenamente las doctrinas metafísicas implícitas.
Andrew Lang, en el
prólogo de la obra de Marian Roalfe Cox,Ciderella (1893), en la que se analizan
345 versiones de este relato procedentes de todo el mundo, observó: «Creo que
la idea fundamental de la Cenicienta es ésta: una persona de posición humilde u
oscura, hace un buen matrimonio gracias a una ayuda sobrenatural». Le resultaba
muy difícil dar la razón de la distribución universal de este motivo; del cual,
podríamos agregar, hay un caso notabilísimo en un contexto escriturario en el
mito indio de Apala e Indra. Aquí sólo
preguntaré al lector: ¿de qué «persona
de posición humilde u oscura» es el «buen matrimonio» al que Donne se refiere
con estas palabras: «Jamás casta hasta que tú me raptas»?, ¿a quién amó Cristo
«en su vileza y en toda su inmundicia» (San Buenaventura, Dom. Prim. Post Oct.
Epiph. II.2)? y ¿qué implica en su significación final el ieros gamon ? Y, por
el mismo motivo, ¿quién es el «dragón» desencantado por el fier baiser ¿Quién
emerge de la piel escamosa con una «piel de sol»?, ¿quién se sacude las cenizas
y se viste con un vestido de oro para bailar con el Príncipe? «¡Excelentísimo
es el matrimonio que hace el que comprende eso!» (Pacavinsa Brahmana,
VII.10.4).
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