— Los biógrafos del
escritor suelen eliminar a la persona, para ocuparse de su vida insignificante.
— A finales del siglo
pasado sólo hubo un “arte sin estilo”, en la segunda mitad de éste sólo hay un
estilo sin arte.
— Las extravagancias del
arte moderno están enseñándonos a apreciar debidamente las insipideces del arte
clásico.
— Las burocracias no
suceden casualmente a las revoluciones. Las revoluciones son los partos
sangrientos de las burocracias.
— Las más nobles cosas de
la tierra quizá no existan, sino en las palabras que las evocan.
Pero basta que allí estén,
para que sean.
— Las insolencias del
adolescente no son más que patadas del asno que se acomoda al establo.
Mientras que la insolencia
del adulto que arroja bruscamente de sus hombros los años de paciencia que lo
encorvan es un espectáculo admirable.
— Obligaciones o placeres,
objetos o personas: basta moverlos del sitio subordinado que a cada cual
corresponde, para convertirlos en nada.
— Todo inconforme sabe, en
el fondo del alma, que el sitio que su vanidad rechaza es el sitio mismo que su
naturaleza le fijó.
— Hay menos ambiciosos en
el mundo que individuos que hoy se creen obligados moralmente a serlo.
— Religión y ciencia no
deben firmar pactos de límites, sino tratado de desconocimiento recíproco.
— A lo más que puede
aspirar el hombre que se conoce es a ser lo menos repugnante posible.
— Postulado básico de la
democracia: la ley es la conciencia del ciudadano.
— La tolerancia consiste en
una firme decisión de permitir que insulten todo lo que pretendemos querer y
respetar, siempre que no amenacen nuestras comodidades materiales.
El hombre moderno,
liberal, demócrata, progresista, siempre que no le pisen los callos, tolera que
le empuerquen el alma.
— Decir que la libertad
consiste en cosa distinta de hacer lo que queremos es mentira.
Que convenga, por otra
parte, limitar la libertad es cosa evidente.
Pero el engaño comienza
cuando pretenden identificarla con las limitaciones que le imponen.
— La historia moderna se
reduce, en última instancia a la derrota de la burguesía y a la victoria de las
ideas burguesas.
— El predicador del reino
de Dios cuando no es Cristo el que predica, acaba predicando el reino del
hombre.
— Cuando despierta en
nosotros el anhelo de otros lugares, de otros siglos, no es realmente en tal o
cual tiempo, en tal o cual país, donde deseamos vivir, sino en las frases
mismas del escritor que supo hablarnos de ese país o de ese tiempo.
— Naciones e individuos, salvo excepciones raras, sólo se portan con decencia
cuando las circunstancias no les permiten otra cosa.
— Si el burgués de ayer
compraba cuadros porque su tema era sentimental o pintoresco, el burgués de hoy
no los compra cuando tienen tema pintoresco o sentimental.
El tema sigue vendiendo el
cuadro.
— La ética debe ser la
estética de la conducta.
— El
que no se anticipa a la vejez no prolonga su juventud, sino corrompe hasta sus
recuerdos.
— Mientras no convierten la
igualdad en dogma, nos podemos tratar como iguales.
— No añoro una naturaleza
virgen, una naturaleza sin la huella campesina que la ennoblece y sin el
palacio que corona la colina.
Sino una naturaleza a salvo
de industrialismos plebeyos y de manipuleos irreverentes.
— El
escritor que no ha torturado sus frases tortura al lector.
— El hombre moderno se
encarceló en su autonomía, sordo al misterioso rumor de oleaje que golpea
contra nuestra soledad.
— El hombre cierra los ojos
ante los verdaderos problemas, como el comentarista ante las verdaderas
dificultades del texto.
— Cuando el diálogo es el
último recurso, la situación ya no tiene remedio.
— El cristianismo no
inventó la noción de pecado, sino la de perdón.
— El universo no se venga
de quienes lo tratan como mecanismo inánime, haciéndolos morir humillados, sino
prósperos y embrutecidos.
— La
sociedad moderna procede simultáneamente a volverse inhóspita a los viejos y a
multiplicar su número, prologando su vida.
— El moderno ya no se
atreve a predicar que el individuo nazca como página blanca.
Demasiados descalabros le
enseñaron que somos los herederos agobiados de nuestra familia, nuestra raza,
nuestra sangre.
La sangre no es líquido
inocente, sino viscosa pasta histórica.
— Ciertas cosas sólo son
interesantes vividas, otras sólo lo son imaginadas.
— No demos a nadie la
ocasión de ser vil.
La aprovecha.
— La razón corrige los
errores lógicos, pero los errores espirituales sólo son corregibles por una
conversión de la persona.
Las evidencias presuntas se
desvanecen en silencio, cuando las contemplamos desde un nivel espiritual más
alto.
— Del libro del mundo no
conocemos sino las páginas escritas en un idioma que ignoramos.
— Se aproxima la época en
que la naturaleza, desalojada por el hombre, no sobrevivirá sino en herbarios y
en museos.
— La sabiduría se reduce a
no olvidar jamás, ni la nada que es el hombre, ni la belleza que nace a veces
en sus manos.
— Todo lo que le haga
sentir al hombre que el misterio lo envuelve lo vuelve más inteligente.
— La caída del poderoso nos
parece decreto de la providencia, porque regocija nuestra envidia.
— La democratización del
erotismo sirvió, por lo menos, para mostrarnos que la virginidad, la castidad,
la pureza, no son solteronas agrias y morbosas, como lo creíamos, sino vestales
silenciosas de una limpia llama.
— La retórica no gana sola
las batallas, pero nadie gana batallas sin ella.
— El hombre asegura que la
vida lo envilece, para esconder que meramente lo revela.
— El mundo sería aún más
tedioso, si fuese tan fácil actuar como soñar.
— No es imposible que en
los batallones clericales al servicio del hombre todavía se infiltren algunos
quintacolumnistas de Dios.
— La burocracia no asusta
porque paralice, sino porque funciona.
— Un flujo constante de
noticias invade hoy la existencia, destruyendo el silencio y la paz de las
vidas humildes, sin abolir su tedio.
— La percepción de la
realidad, hoy, perece aplastada entre el trabajo moderno y las diversiones
modernas.
— Hallarse a merced de los
caprichos populares, gracias al sufragio universal, es lo que el liberalismo
llama garantía de la libertad.
— La historia, si la
seguimos con ojos de partidario, en lugar de observarla con mirada de curioso, nos mece tontamente entre la nostalgia y la ira.
— El incorregible error
político del hombre de buena voluntad es presuponer cándidamente que en todo
momento cabe hacer lo que toca.
Aquí, donde lo necesario
suele ser lo imposible.
— La sociedad moderna se
envilece tan aprisa que cada nueva mañana contemplamos con nostalgia al
adversario de ayer.
Los marxistas ya comienzan
a parecernos los últimos aristócratas de Occidente.
— Cuando las revoluciones
económicas y sociales no son simples pretextos ideológicos de crisis
religiosas, después de unos años de desorden todo sigue como antes.
— Las verdaderas
revoluciones no se inician con su estallido público, sino terminan con él.
— El mejor paliativo de la
angustia es la convicción de que Dios tiene sentido del humor.
— La demagogia deja pronto
de ser instrumento de la ideología democrática, para convertirse en ideología
de la democracia.
— No apelar a Dios, sino a
su justicia, nos lleva fatalmente a emplazarlo ante el tribunal de nuestros
prejuicios.
— La humanidad no necesita
al cristianismo para construir el futuro, sino para poder afrontarlo.
— Inútil, como una
revolución.
— Los valores, como el
alma, nacen en el tiempo, pero no le pertenecen.
— La sociedad no se
civiliza bajo el impulso de prédicas sonoras, sino bajo la acción catalítica de
gestos discretos.
— Para ser revolucionario
se requiere ser algo bobo, para ser conservador algo cínico.
— La
riqueza facilita la vida, la pobreza la retórica.
— Jesucristo no lograría
hoy que lo escucharan, predicando como hijo de Dios, sino como hijo de
carpintero.
— Para ser historiador se
requiere un raro talento.
Para hacer historia basta
un poco de impudicia.
— Enseñar exime de la obligación
de aprender.
— Las sociedades
igualitarias estrangulan la imaginación, para ni siquiera satisfacer la
envidia.
— Tratar
al inferior con respeto y cariño es el síndrome clásico de la psicosis
reaccionaria.
— Arrepentido, como un
revolucionario victorioso.
— La imaginación es el
único lugar en el mundo donde se puede habitar.
— El hombre, para gobernar,
se venda los ojos con ideologías.
— Los valores no son
ciudadanos de este mundo, sino peregrinos de otros cielos.
— La civilización moderna
se estaría suicidando, si verdaderamente estuviera logrando educar al hombre.
— La falta de imaginación
preserva a un pueblo de muchas catástrofes.
— El historiador suele
olvidar que el hombre no tiene en cada época sino los problemas que cree tener.
— El optimismo inteligente
nunca es fe en el progreso, sino esperanza de milagro.
— Sostener que “todas las
ideas son respetables” no es más que una inepcia pomposa.
Sin embargo, no hay opinión
que el apoyo de un número suficiente de imbéciles no obligue a aguantar.
No disfracemos nuestra
impotencia en tolerancia.
— La inteligencia no
consiste en encontrar soluciones, sino en no perder de vista los problemas.
— No trato de envenenar las
fuentes.
Sino de mostrar que están
envenenadas.
— Nada más peligroso para
la fe que frecuentar a los creyentes.
El incrédulo restaura
nuestra fe.
— Los revolucionarios no
destruyen, a la postre, sino lo que hacía tolerable las sociedades contra las
cuales se rebelan.
— Cuando el filósofo
renuncia a guiar, el periodista se encarga de hacerlo.
— Los problemas del país
“sub-desarrollado” son el pretexto favorito del escapismo izquierdista.
Carente
de mercancía nueva para ofrecer en el mercado europeo, el intelectual de
izquierda vende en el tercer mundo sus saldos desteñidos.
— El ateo es respetable
mientras no enseña que la dignidad del hombre es el fundamento de la ética y el
amor a la humanidad la verdadera religión.
— La naturaleza acabó de
morir en este siglo.
Tan sólo en el arte de
siglos pretéritos descubrimos, asombrados, que la naturaleza no es simple
experimento de física explotado por organismos diligentes.
— Una existencia colmada es
aquella que entrega al sepulcro, después de largos años, un adolescente que la
vida no envileció.
— La experiencia del hombre
que “ha vivido mucho” suele reducirse a unas anécdotas triviales con que adorna
una imbecilidad incurable.
— Temblemos si no sentimos,
en este abyecto mundo moderno, que el prójimo, cada día, es menos nuestro
semejante.
— Observar la vida es
demasiado interesante para perder el tiempo viviéndola.
— El
hombre cultivado no es el que anda cargado de contestaciones, sino el que es
capaz de preguntas.
— El lector contemporáneo
sonríe cuando el cronista medieval habla de “paladines romanos”, pero se queda
serio cuando el marxista diserta sobre la “burguesía griega” o el “feudalismo
americano”.
— Irrespetar la
individualidad es el objeto de la educación.
Del olvido de verdad tan
obvia proviene, en parte, la crápula moderna.
— Una
plácida existencia burguesa es el anhelo auténtico del corazón humano.
— El hombre inteligente
suele fracasar, porque no se atreve a creer en el verdadero tamaño de la
estupidez humana.
— El proletariado tiende
hacia la vida burguesa, como los cuerpos hacia el centro de la tierra.
— El individuo se declara
miembro de una colectividad cualquiera, con el fin de exigir en su nombre lo
que le avergüenza reclamar en el propio.
— Para una sociedad que
vive entre estadísticas, sospechar que cada unidad es persona única y destino
propio resulta perturbador y alarmante.
— El que se confiesa fuera
del confesionario se propone sólo eludir el arrepentimiento.
— Todo ser yace disperso en
pedazos por su vida y no hay manera de que nuestro amor lo recoja todo.
— Nunca hubo felicidad tan
libre de amenazas que nos atreviéramos a volverla a vivir.
— El liberalismo no ha
luchado por la libertad sino por la irresponsabilidad de la prensa.
— Las concesiones son los
peldaños del patíbulo.
— El mundo moderno nos obliga
a refutar tonterías, en lugar de callar a los tontos.
— Única alternativa en este
fin de siglo: cuartel oriental-burdel occidental.
— El izquierdista
inteligente admite que su generación no construirá la sociedad perfecta, pero
confía en una generación futura. Su inteligencia descubre su impotencia
personal, pero su izquierdismo le impide descubrir la impotencia del hombre.
— Calumniado,
como un reaccionario.
— La superficialidad
consiste, básicamente, en el odio a las contradicciones de la vida.
— La pasión más ardiente no
engaña, si conoce la inadecuación de su objeto.
El amor no es ciego cuando
ama locamente, sino cuando olvida que aún el irreemplazable ser amado sólo es
una misteriosa primicia.
El amor que no se cree
justificado no es traición, sino propedeútica.
— No
tratemos de convencer; el apostolado daña los buenos modales.
— Aceptemos la sociología
mientras clasifique y no pretenda explicar.
— Buscar la “verdad fuera
del tiempo” es la manera de encontrar la “verdad de nuestro tiempo”.
El que busca la “verdad de
su tiempo” encuentra los tópicos del día.
— Lo que más probablemente
se avecina no es un terror revolucionario, sino un terror contra-revolucionario
implantado por revolucionarios asqueados.
— Para que el tronco de la
individualidad crezca, hay que impedir que la libertad lo desparrame en ramas.
— La aparición
del nacionalismo en cualquier nación indica que su originalidad agoniza.
— Que el cristianismo no
resuelva los problemas sociales no es razón de apostatar sino para los que
olvidan que nunca prometió resolverlos.
— No es una
restauración lo que el reaccionario anhela, sino un nuevo milagro.
— Sólo el alma anclada en
el pasado no naufraga bajo vientos nocturnos.
— Divisa para el joven
izquierdista: revolución y coño.
— Esperar no entontece
fatalmente, si no esperamos en un futuro con mayúscula.
Abrigar la esperanza de un
nuevo esplendor terrestre nos es ilícito, siempre que esperemos un esplendor
herido, endeble, mortal.
Podemos amar sin culpa lo
terrestre, mientras recordemos que amamos una arcilla fugitiva.
— En vestirse, no en
desvestirse, consiste siempre la civilización.
— Las
únicas enseñanzas importantes son las que no puede transmitir sino el tono de
la voz.
— La desventura del moderno
no es tener que vivir una vida mediocre, sino creer que podría vivir una que no
lo fuera.
— La democracia es el
régimen político donde el ciudadano confía los intereses públicos a quienes no
confiaría jamás sus intereses privados.
— Toda obra de arte nos
habla de Dios.
Diga lo que diga.
— El mundo felizmente es
inexplicable.
(¡Qué sería un mundo
explicable por el hombre!).
— Dialogar con quienes no
comparten nuestros postulados no es más que una manera tonta de matar el
tiempo.
— La difusión de la cultura
tuvo por efecto capacitar al tonto a parlotear de lo que ignora.
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