juliusevola - El yoga tántrico
Biblioteca Evoliana
Diversas traducciones han permitido conocer en estos últimos tiempos, en
Occidente, textos lamaicos concernientes a las experiencias de ultratumba y
las posibilidades que se ofrecen entonces al Yo 1. Son textos que
presentan un gran interés, pues en Occidente no existe ninguna idea de esas
perspectivas, sobre todo por causa de la religión que ha predominado aquí.
Además, merecen ser examinadas aquí, pues se trata, tal como han reconocido los
propios traductores 2, de enseñanzas más o menos tántricas.
Aunque la visión del mundo que está en la
base de esos textos sea sobre todo mahayánica, el espíritu de las enseñanzas
ahí contenidas es, en efecto, claramente tántrico. La acción interviene aquí en
el momento mismo de la muerte y más allá de ésta: es una acción destinada a
dejar en suspenso el juego kármico de las causas y los efectos para realizar
finalmente lo incondicionado.
Hace ya mucho tiempo que la tradición hindú, tanto brahmanista como
budista, había considerado además el caso del jivan-mukta, (el que se
libera de los lazos de la existencia estando vivo), y también el del videha‑mukta:
aquel que no alcanza plenamente la liberación más que cuando su espíritu se
separa del cuerpo en el momento de la muerte o en un estado ulterior. Y, como
otras tradiciones, había subrayado la importancia que tiene para la ultratumba
la forma y la disposición del espíritu con las que se enfrenta a la muerte.
Pero sólo el tantrismo formularía una verdadera «ciencia de la muerte»
propiamente dicha dando un particular relieve al principio de la «libertad del
agente» para los destinos del más allá.
Sin embargo, no puede aplicarse este principio a la gran masa de hombres
para los que la muerte representa una crisis profunda. El cambio de estado que
le corresponde se acompaña de una especie de desfallecimiento, y mediante un
encadenamiento casi mecánico y fatal de las causas y los efectos (siendo las
causas todo lo que se ha realizado en una vida dada y que ha tenido incidencias
profundas) llamado karma, se fijará una nueva vida condicionada, que no
sólo estará ligada a la anterior por ninguna continuidad de la conciencia
verdaderamente personal («como una llama enciende otra»). Ha podido observarse
que uno de los sentidos del pasu —hombre ordinario, encadenado— es el de
ser «víctima sacrificial», animal de sacrificio; ello nos remite a una de las
dos vías de ultratumba que cuenta la tradición hindú, al pitri-yana. En
ésta, que es aquella que se ven obligados a seguir la mayoría de los hombres,
la muerte tiene precisamente un efecto disolvente para la personalidad, que se
fundiría de nuevo en las fuerzas ancestrales de su raíz, para nutrir nuevas
vías como un animal sacrificado a los dioses. Entonces sólo subsistiría el
mecanismo kármico del que hemos hablado. Pero en lo que concierne a la otra
vía, la «vía de los dioses», deva-yana, esta doctrina no da en general
mucha importancia a la libertad del agente; concibe los diferentes cambios de
estado, finalmente hasta la Gran Liberación, según un modo casi automático,
como los efectos puros de una fuerza y un conocimiento precedentes 3. Los textos de los que
vamos a hablar conciben, por el contrario, un nivel más alto de indeterminación
y de libertad, así como la posiblilidad de dirigir los procesos extraterrestres
«de la misma manera que se conduce a un caballo por la brida». En «el paso
estrecho y peligroso del bardo» (bardo es la palabra que designa al más
allá), pueden detenerse los determinismos kármicos (incluso aquellos que
«habrían conducido al más profundo de los infiernos»), puede llegarse a la Gran
Liberación, o al menos puede provocarse un destino mejor.
Pero, repitamos, que estas posibilidades no se ofrecen a todo el mundo. Eso
supone que en la vida ya se ha recorrido un fragmento de la Vía; que de manera
general se ha buscado ya lo incondicionado sin llegar al final, pero habiendo
desplazado en cierta medida el centro desde uno mismo hacia la existencia samsárica
pura. Así, los textos ponen siempre el acento en «la gran importancia que tiene
el haber experimentado». En el caso de estas personas, también la muerte se
presenta más o menos con los rasgos que tiene para los pasu: interviene
en un momento dado, bajo la acción de causas extrañas. Las enseñanzas orales
tienden a hacerse de manera que esto no represente una interrupción y que, por
el contrario, se pueda sacar partido de los estados in extremis o
póstumos en los sentidos de los fines ya perseguidos durante la vida.
El conocimiento claro y objetivo de estos estados forma el punto de
partida: son indicados con la precisión de un Baedeker; Woodroffe dijo
exactamente: una guía del viajero a los otros mundos' . Pues al mismo
tiempo que una descripción de esos estados que debe permitir la orientación,
se suministra sus sentidos y se indica las actitudes que hay que adoptar en
cada uno de ellos. Tal es el contenido del Bardo-Thódol, el Libro
tibetano de los muertos, al que se lo ha comparado con el Libro egipcio
de los muertos * y con algunos tratados medievales, como, por ejemplo, el Ars
moriendi5 Pertenece a la categoría de los terma o «revelaciones secretas», y
tiene por tanto un carácter de tratado iniciático. Según la tradición, habría
sido redactado en su forma original por el taumaturgo Padmasambhava, enviado
al Tíbet en el siglo vnI; él lo mantuvo oculto, pero luego sus discípulos lo
dieron a conocer.
En cierto sentido, tiene un carácter de viático: es leído por los lamas a
aquellos que están a punto de morir para prepararles con respecto a lo que va a
suceder. No está del todo excluido que se mantenga un contacto, es decir, la
posibilidad del maestro de sostener el alma mágicamente tras la desaparición
del cuerpo para infundirle un poder de memoria y de conocimiento, lo que
supone, evidentemente, la presencia de un gurú de un rango
verdaderamente superior. Pero el conjunto pertenece a un cuadro esencialmente
iniciático. Además, una antigua enseñanza griega decía también que «aquel que
no ha sido iniciado y queda así totalmente lejos de su cumplimiento está
sumergido en el fango, tanto en esta vida como, con mayor razón, en la otra». Y
encontramos igualmente la importante idea de las «iniciaciones dobles», las de
aquí abajo, que son preparaciones para las de ahí arriba 6. En cuanto a las
segundas, pueden corresponder a las experiencias vividas en el bardo, de
las que se habla en los textos tántricos tibetanos.
Sin querer tratar el problema general de ultratumba, hay que retomar aquí
lo que ya hemos dicho sobre el capricho reencarnacionista. Sobre todo desde el
punto de vista budista (y el Mahayana es una forma de budismo), el hombre, en
tanto que individuo, no forma una verdadera unidad, es un agregado de estados,
de conciencias y de elementos. Lo que bajo forma de «vida» preexiste
generalmente antes del nacimiento y continúa tras la muerte no es un «Yo», sino
la fuerza central que ha provocado ese agregado y que, después de que éste se
ha disuelto con la muerte, determinará de nuevo, según las causas inmanentes
despertadas en la existencia precedente o que no hayan sido agotadas en ella.
Podría decirse que esta fuerza es el «Yo samsárico», si no fuera porque son
términos casi contradictorios. A este respecto, el budismo utiliza la palabra samtana,
que quiere decir corriente, flujo, encadenamiento de estados. No se trata
del principio transcendente sivaico, pues aquí ha sido casi sumergido por la
Sakti en tanto que «deseo», fuerza ciega e irracional, sedienta de vida y
extravertida, y no se trata ya del Yo individual al que el hombre puede
referirse, pues éste no concierne más que a una sección o una parte de ese
flujo, condicionada por la unidad contingente de un agregado dado 7.
Por tanto, el agregado se disuelve con la muerte, el ser uno engendra seres
diversos («nutre» seres diversos), conciencias variadas que seguirán cada una
su propia ley. Permanece la forma central agregadora (con ella se. relaciona el
antarabhava del que hemos hablado, cf. pp. 209-210), capaz de volver a
tener descendencia, de manifestarse de nuevo en tal o cual plano de la
existencia condicionada, y no forzosamente en el plano humano o terrestre 8.
En el caso de las personas que se han entregado a disciplinas iniciáticas o
a las que circunstancias muy particulares han conducido a «aperturas» análogas,
las cosas son diferentes, pues en ellas la fuerza samsárica que hemos llamado
no es la única que actúa y sobrevive; también está presente un verdadero Yo,
bajo las especies de un principio extrasamsárico que guarda su forma propia,
aunque separada de todos los elementos físicos y sutiles que están
exclusivamente ligados a la condición humana 9. A ese Yo le queda un
margen de libertad, una indeterminación virtual por relación a las leyes
kármicas. La palabra tibetana bardo se compone de bar, que quiere
decir «entre», y de do, «dos», por lo que significa «entre dos». Por eso
se ha traducido generalmente como «estado intermedio», en el sentido de estado
colocado entre una «vida» y otra. Pero el sentido principal nos parece más bien
el de «estado entre los dos», en el sentido precisamente de estado incierto, de
estado todavía no determinado en una dirección única (cruce de caminos =
alternativa); los traductores de este texto han tenido que seguir en muchos
puntos esta interpretación. La enseñanza oral se fundamenta, pues, sobre la
indeterminación que los estados póstumos y el momento mismo de la muerte
ofrecen a aquel que, habiendo seguido una disciplina espiritual durante la
vida, evita y supera la crisis desfallecedora inherente al cambio de estado.
Éste puede guiar su propio destino. Y si sus fuerzas no son suficientes para
que realice enseguida la liberación suprema, se le indican los medios de evitar
lo peor y elegir una manifestación nueva de sí mismo en el mundo condicionado.
Los textos hablan sobre todo de tres bardo:
tres planos de indeterminación, correspondientes a otras tantas bifurcaciones
o desvíos y a lugares jerárquicamente ordenados: el chikhai-bardo, el
chonyid-bardo y el sidpa-bardo. Son tres niveles, en cada
uno de los cuales se encuentran puertas sucesivas. El que no lo logra en el
nivel del primer bardo, tiene la posibilidad de rehacerse en el nivel
del segundo; si también en él fracasa en la prueba, tiene todavía la
posibilidad de un tercer bardo que concierne a manifestaciones bajo
formas más condicionadas. Pero es posible que en el nivel del tercer bardo la
acción fracase también; es el caso en el que los residuos samsáricos guardan
tal fuerza que neutralizan las iniciativas del principio-Yo. Entonces el
proceso se desarrolla como en el caso de un pasu, de un ser ordinario.
No puede hablarse de una verdadera continuidad; la muerte no ha despertado a un
«Vivo», sólo la fuerza samsárica agregadora actúa según el mecanismo de las
causas y los efectos del que hemos hablado, bajo el signo del deseo, de la
«sed», de manera que engendra un nuevo fantasma de vida individual.
Podemos examinar ahora una tras otra las
diversas posibilidades que ofrece la ultratumba. En el centro de toda enseñanza
práctica encontramos la doctrina mahayánica, tántrica y vedántica de la
identidad. No hay diferencia entre el Yo y el Principio; el hombre en su
esencia es el principio, pero no lo sabe. Es libre cuando, superando
la «ignorancia», realiza esta identidad reconociendo la ilusión metafísica de
todo lo que presenta los rasgos de un «otro», de otra realidad, ya sea natural,
divina o demoniaca. Este conocimiento consume todo lazo y destruye todo
espectro del más allá. Siempre de nuevo, en cada fase, el texto exhorta a
aferrarse sólidamente a esta verdad. Ella es la clave de todo.
Por otra parte, hay que aprender ante todo
la «técnica de la muerte». Lo mismo que es engañosa la actitud de abandono
tamásico, que adoptamos todas las noches al acercarse el sueño, también lo es
aquélla, mezcla de orgasmo, de angustia o de torpor, que es la propia de la
mayor parte de los hombres en el momento de abandonar este mundo. «Una fe
indomable, unida a una serenidad suprema del espíritu, es necesaria en el
momento de la muerte ").» El espíritu no debe vacilar; no hay que dejar
que el espíritu sea errante, ni siquiera un instante 11. Es preciso cortar toda atadura, acallar todo odio 12. En el momento del cambio de estado tendrá una importancia
capital no servirse de imágenes religiosas, sino reevocar lo que se ha
realizado del más allá de la vida en la vida, y atenerse firmemente a ese recuerdo,
teniendo presentes al mismo tiempo en el espíritu las enseñanzas relativas a la
fenomenología de ultratumba. «Cualesquiera que sean las prácticas religiosas
que pueden haberse seguido, se dice 13, se
producen en el momento de la muerte diversas ilusiones desviadoras... haber
adquirido la experiencia estando vivo es muy importante: los que han conocido
el Principio de su conciencia y han tenido así experiencias adecuadas,
disponen de un gran poder ante las alternativas (bardo) ofrecidas en
el momento de la muerte, cuando surge la luz clara.»
He aquí una fórmula que se pronuncia junto
al lecho mortuorio: «Oh noble Un Tal, ha llegado para ti el tiempo de buscar la
vía. Tu aliento va a cesar. Tu maestro te ha puesto ya en presencia de la luz
resplandeciente. Estás ahora cerca de experimentarla en su realidad en el
estado de bardo, en donde todo es semejante al vacío y el cielo sin
nubes, y donde el intelecto desnudo, sin tacha, es como un vacío transparente
sin circunferencia y sin centro. Debes de esta manera reconocerte a ti mismo
residiendo en este estado. Yo mismo, en este instante, me coloco ante ti 14.» Así pues, en ese momento, el más importante de toda la vida, es
necesaria una presencia suprema en sí misma.
La fenomenología de la muerte se transmite
en estos términos: «La luz [como los aspectos visibles de la realidad] está
sumergida y el elemento grosero [el cuerpo, la sensación del cuerpo] está
sumergido. Los pensamientos desaparecen. Lo sutil [se trata aquí no de la forma
sutil, sino de ciertos fenómenos sutiles que intervienen en el momento de la
separación] desaparece 15.» La desaparición de la luz sensible y
del sentimiento del cuerpo se describe en los mismo términos que el paso a
través de los elementos del que hablaba la antigua misteriosofía, en la que se
la provocaba experimentalmente o se anticipaban las transformaciones que
sobrevienen de manera natural con la muerte: la tierra se disuelve en agua, el
agua en fuego, el fuego en aire, el aire en éter 16. Se trata de estados inferiores en los que «cae completamente la
percepción de toda cosa material, donde desaparece [el sentimiento] del
elemento grosero». Habría también, paralelamente, una reabsorción de los
sentidos, la conciencia de la vista se apagaría la primera, después la del
olfato, después la del gusto, después la del tacto y después la del oído. Los Upanishad
enseñan que en este estado todas las facultades son absorbidas de nuevo en
su raíz, en el manas, y después en la fuerza vital; después de que la
separación ha tenido lugar, ésta, forma sutil y luminosa, es el vehículo del
espíritu de aquellos que estando vivos han participado del conocimiento
durante los cambios de estado sucesivos 17.
Además, es posible que este paso a través de los elementos no deje de tener
relación con los chakra inferiores, es decir, que tenga una cierta
relación con la disolución de la parte «elemental» del agregado humano. El
«aire» corresponde al chakra del corazón, y el espacio comprendido
entre éste y el chakra del éter puede ser considerado como aquel donde
tiene lugar, en la muerte, la verdadera crisis de la conciencia individual, tal
como diremos ahora.
Los textos dan algunos signos
particulares, interiores y exteriores, que anuncian el cambio de estado. El
moribundo percibirá exteriormente una luz primero blancuzca, semejante a la
claridad lunar, y después rojiza. El comentario del texto observa que se trata
aquí de las mismas impresiones que tuvieron, en una especie de éxtasis, ciertas
personalidades europeas a punto de morir cuando pronunciaron palabras como
éstas: «La Luz», o «Más Luz» (mehr Licht!, Goethe), o «¡La Luz ha
surgido!»; ignorando la verdadera naturaleza del fenómeno, estas personas
pueden haber creído entonces en una trasfiguración, cuando se trataba de
cambios psico-físicos en la facultad de la vista provocados por el proceso de
la muerte, y que en el profano presentan un componente emotivo muy fuerte (tal
como se dice en mecánica) 18. Interiormente, por el contrario, uno se
vería invadido por una especie de «humo» (que oscurecería el espíritu). Ése es
el momento de la crisis. La supera aquel que, gracias a la disciplina del yoga
a la que se había entregado anteriormente, consigue en ese instante guardar «su
espíritu libre de formaciones mentales». Entonces, «las experiencias de este
proceso, recién nacidas, desaparecen en el estado natural de calma» 19.
Esto puede llegar, pues, sin discontinuidad
al punto culminante, que es el de la fulguración de la luz transcendente puesta
al desnudo por la disolución de la concreción física individual en el momento
de la separación completa (según el texto, esto se produciría tres días y
medio o cuatro días después de la muerte). • En los otros, por el contrario,
intervendría un paréntesis hecho de desfallecimiento, de inconsciencia, del que
sólo se saldría tras este periodo; periodo que es también aquel en el que los
componentes y las «conciencias» secundarias del ser humano devienen gradualmente
autónomos y siguen su propio camino, terminando a menudo en la zona de las
«influencias errantes», reserva de fuerzas personales, inferiores o residuales
que son en gran parte lo que da nacimiento a la fenomenología «espiritista» y
mediumnística 2O. Durante un cierto tiempo, puede
subsistir una forma relativamente única, una especie de doble, de imagen
apagada y automática del difunto; es como un segundo cadáver, cadáver psíquico,
que ha dejado tras él.
Tras este desvanecimiento, la conciencia
despertaría en un estado de lucidez sobrenatural y conocería la experiencia
decisiva, aquella en la que se manifiesta de manera fulgurante la luz absoluta,
primordial («en medio de esta luz, el sonido de lo absoluto con una voz
violenta como el fragor de mil truenos que estallarán al mismo tiempo»). Ésa es
la prueba. El Yo debería vencer todo terror y ser capaz de identificarse con
esa luz, de reconocerse en ella, pues puede decirse que, metafísicamente, ella
es su naturaleza. Ser capaz de esto quiere decir que se alcanza la Gran
Liberación en un instante, que se realiza lo incondicionado. Todo karma, todo
residuo, queda destruido. El texto dice que esto debería ser como un
reencuentro con «un conocimiento antiguo». Es la unión en una sola cosa —«como
el agua de un río se reúne con la del mar»— de lo que era adquirido y no lo era
21, siendo adquirido el conocimiento, la
luz que se había alcanzado durante la vida, lo no adquirido, la totalidad de
ésta que se manifiesta.
Pero es posible también que esta prueba no
sea superada, puede dejarnos aterrorizados; puede que no tengamos la
intrepidez, el impulso casi sacrificial, la lucidez necesaria para la
identificación fulgurante y la desaparición completa, instantánea, del velo de
la avidya, de la ignorancia transcendental. Entonces se ha fallado en
esta prueba, la primera, la más alta posibilidad de la ultratumba; se desciende
un grado, se pasa del chikhai-bardo al choniyd-bardo: se
pasa a planos en los que se proponen al muerto elecciones semejantes, con la
diferencia de que ya no se trata de experiencias liberadas de la forma. Surge
por el contrario un mundo fantasmagórico de visiones y apariciones que
presentan un carácter semejante al sueño. De hecho, sería engendrado por una
imaginación pasada al estado libre, que no está sujeta ya al control de los
sentidos y que, con ello, adquiere, reforzados, los caracteres de lo que
habíamos llamado imaginación mágica. Con una vehemencia elemental, la
imaginación es llevada a engendrar visiones del mismo género con la proyección
y la exteriorización del contenido de la conciencia, de la subconciencia y de
la fuerza que estaban encerrados en la parte oculta y subterránea del ser
humano. Es también el plano de una liberación posible para aquellos que no
conciben lo incondicionado en su pureza metafísica, sino bajo la forma de una
figura divina cualquiera, de un símbolo, de una imagen cultural. Aquí es
decisiva la capacidad de superar el espejismo y alcanzar un estado de
identificación con —este mundo fantasmagórico. Es una prueba de dos grados. .
El principio no aparece ya, pues, en su
naturaleza libre de formas, fulgurante; se sensibiliza ante todo bajo las
apariencias de diversas imágenes divinas, majestuosas y espléndidas, que se
presentan una tras otra en siete días: evidentemente, el día tiene aquí un
sentido simbólico. Un día puede incluir lo que para los mortales corresponde a
épocas enteras, y ello si es posible establecer una correlación temporal.
Cuando todavía no ha sido superada una aparición, se presenta otra el «día»
siguiente. Y superar, ya lo hemos dicho, quiere decir identificarse. «No
desfallezcas, exhorta el texto, supera toda atadura [en tu naturaleza finita].»
Sea lo que sea lo que aparece, debe ser percibido como un reflejo. «¡Oh noble!
Estos reinos no son nada del exterior... las divinidades no vienen ya de
ninguna otra cosa; existen desde toda la eternidad en las facultades de tu
propio espíritu. Reconoce que es ésa su [verdadera] naturaleza.» Se propone esta
fórmula propicia-dora: «Alejado todo miedo o terror [ante cualquier aparición],
que pueda yo reconocer todo lo que veo cómo un reflejo de mi conciencia. Que
pueda no temer el lazo (tantas) divinidades benefactoras (como) terribles, simples
formas de mi propio pensamiento 22.» Si no
es posible hacerlo, «cualquiera que haya sido la contemplación o la devoción
que se haya practicado durante la existencia humana», el terror y la angustia
surgirán; se retrocederá ante el esplendor y el poder de esos espejismos y se
fallará así ante la Liberación.
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