domingo, 26 de mayo de 2019

Arquetipos femenino y masculino (Paul Evdokimov)



Arquetipos femenino y masculino

Paul Evdokimov
La femme et la salut du monde.
Desclée de Brouwer 1978

5. Después de haber especificado las dimensiones de la reflexión, es justo decir unas palabras sobre el método y el principio que se van a dirigirla. Digamos lo esencial ahora mismo: es de primera importancia  metodológica remontar  al plano universal y común del destino humano, antes de cualquier diferenciación de tipo masculino y femenino. "No podemos se puede estudiar las particularidades del ser humano sin un concepto general del hombre 10. Sin una metafísica, sin el remonte hacia los orígenes, el ser humano jamás podrá ser percibido, siempre habrá un residuo irreducible a la historia, a la pura fenomenología. Solamente después se podrá abordar, la constitución arquetípica y la diferencia entre los estados carismáticos del hombre y de la mujer. Esto sin olvidar que, incluso en esta diferencia, quedan determinados por la tarea común; y que es precisamente el lugar de decir: Que el hombre no separe lo que Dios ha unido (MATE.19, 6): lo masculino y lo femenino en su complementariedad.

Las estructuras más profundas y escondidas del mundo empírico corresponden a las leyes del espíritu. Estos son los dones y los carismas que determinan y normalizan lo psíquico y lo fisiológico. No es porque, en su cuerpo, la mujer es capaz de dar a luz por lo que es maternal, sino es de su espíritu maternal que viene la facultad fisiológica y correspondencia anatómica. De la misma manera, el hombre es más viril y físicamente más fuerte porque, en su espíritu, hay algo que corresponde a la "violencia" de la cual habla el Evangelio. Es necesario reestablecer la verdadera jerarquía de principios y comprender que normativamente lo fisiológico y lo psíquico dependen del espíritu, lo sirven y lo expresan. Otra enseñanza nos viene del dogma. A nivel trinitario, cada persona significa las otras dos, nunca se puede aislar uno de ellas del pleroma trinitario; Dios es trino y uno a la vez. Del mismo modo, en la cristología, en la unidad de las naturalezas humana y divina en Cristo, cada una es inseparable de la otra ("sin confusión y sin separación") y no tiene sentido más que en relación con el complejo Crístico, en función de lo que representan las dos naturalezas unidas: la Encarnación. Es partiendo de su convergencia inicial y de su florecimiento en la gloria de la Parusía que cada  naturaleza se explica y recibe su significación cristológica primaria; lo que muestra en el icono de la Virgen sosteniendo al niño Jesús no es el icono de la Virgen, sino el de la Encarnación (lo humano y lo divino unidos). Es la Encarnación la que define el lugar y el papel de la mujer hecha Teοtokοs (Madre de Dios) y el niño Salvador. Es ella también, quien inicia a esa otra significación del mismo icono: la Virgen es el lugar de la presencia del Espíritu Santo y el niño el lugar de la presencia del Verbo; los dos juntos


10. P. HAERLIN, Der Mensch. Zürích, 1941, p. 91.

Traducen en lo humano el rostro misterioso del Padre. El comienzo y el fin  explicar lo que está entre los dos y la diferenciación se integra y recibe todo su significado de la unidad suprema. Finalmente el fresco de s. Calixto (II s.) muestra el trípode Eucarístico: una mujer está de pie en "oración"; es el Obispo y la Iglesia, es la imagen de la liturgia; es sólo de este conjunto litúrgico que cada personaje saca su propio significado. Aislados sólo representan una fragmentación sin efectos; la liturgia ya no está allí y las funciones litúrgicas, las dignidades carismáticas se desvanecen.

Estos ejemplos son suficientes para demostrar para hacer ver que la especificación carismática que determina lo masculino y lo femenino viene de la realidad común. Esto se da desde el primer momento al principio como fuente y a continuación se propone como un fin a alcanzar, pasando de la diferenciación de los elementos complementarios a su integración final en el Reino. Es esta totalidad de la visión la que dirige la composición de nuestro estudio y sugiere el nuevo método, la nueva manera de plantear el problema: hay que partir de la antropología, identificar su estrecha correspondencia con el ministerio común del Sacerdocio Real y captar aquí su orientación esencial escatológica. Por lo tanto, es examinar la existencia histórica a la luz del  alfa y del  omega.

Si la mujer está ligada ónticamente al Espíritu Santo, este vínculo no tiene ningún significado de valor universal y significado más que si el hombre de su lado está ónticamente  ligado a Cristo. Los dos lo cumplen juntos, en relación recíproca, la tarea propuesta. Así que lo que una mujer está llamado a hacer en el mundo no es ningún tipo de cooperación de esfuerzos o colaboración que son pragmáticamente útiles y justificadas, sino la creación junto con el hombre de la toda nueva realidad de lo masculino y lo femenino formando el cuerpo del Sacerdocio Real. Así, la unidad de la vida conyugal no está justificada en sí misma, porque no es una unidad cerrada en sobre lo terrestre sino  ya el uno abierto sobre el siglo futuro y que va más allá de las condiciones de este mundo. Es por esta  apertura, como dice S. Pablo, que su misterio es grande (EFE. 5:32). Así , para s. Juan Crisóstomo, "el matrimonio  es la imagen no de alguna cosa terrestre sino del cielo  11", representa el Reino de Dios,

11 P. G. 61, 215; 62, 387.

y sólo su presencia por anticipación lo justifica. La mujer, bíblicamente, no es una sierva ayudante, sino una contraparte; frente al hijo de Dios se pone la hija de Dios; el uno completa al otro; en el Señor, dice s. Pablo, ni el hombre sin la mujer, ni la mujer sin el hombre (1 COR. 11, 11).

Ahora podemos entender mejor, por ejemplo, la famosa sumisión de la esposa a su marido según el pensamiento paulino, sumisión, que ha sido tan abusada en la historia. No se trata en absoluto de una sumisión pura y simple: cualquier mujer, ser débil, está sometida al hombre fuerte, una situación de facto erigida en norma. En el pensamiento de s. Pablo, la esposa está sometida a su marido como la Iglesia es a Cristo (cf. EPH. 5, 22-24), lo que quiere decir únicamente cuando el marido representa verdaderamente al Señor y está dispuesto a dar su vida por su mujer; por lo tanto, en presencia del don de sí total y recíproco y en función del Reino de Dios. Por otra parte, cuando las relaciones alcanzan esta resonancia eclesial, pierden  toda especificidad jurídica; en términos de amor neumatóforo 12 la sumisión en tanto que ley ya no significa ya nada; superada se convierte en "el todo otro”  del Reino porque: allí donde está  el Espíritu, allí está la libertad (2 COR. 3, 17).

12. Que lleva el espíritu Santo.

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