Arquetipos femenino y masculino
Paul
Evdokimov
La
femme et la salut du monde.
Desclée
de Brouwer 1978
5. Después de haber especificado las dimensiones de la
reflexión, es justo decir unas palabras sobre el método y el principio que se
van a dirigirla. Digamos lo esencial ahora mismo: es de primera importancia metodológica remontar al plano universal y común del destino humano,
antes de cualquier diferenciación de tipo masculino y femenino. "No
podemos se puede estudiar las particularidades del ser humano sin un concepto
general del hombre 10. Sin una metafísica, sin el
remonte hacia los orígenes, el ser humano jamás podrá ser percibido, siempre
habrá un residuo irreducible a la historia, a la pura fenomenología. Solamente después
se podrá abordar, la constitución arquetípica y la diferencia entre los estados
carismáticos del hombre y de la mujer. Esto sin olvidar que, incluso en esta
diferencia, quedan determinados por la tarea común; y que es precisamente el
lugar de decir: Que el hombre no separe lo que Dios ha unido (MATE.19, 6): lo
masculino y lo femenino en su complementariedad.
Las estructuras más profundas y escondidas del mundo
empírico corresponden a las leyes del espíritu. Estos son los dones y los carismas
que determinan y normalizan lo psíquico y lo fisiológico. No es porque, en su
cuerpo, la mujer es capaz de dar a luz por lo que es maternal, sino es de su
espíritu maternal que viene la facultad fisiológica y correspondencia
anatómica. De la misma manera, el hombre es más viril y físicamente más fuerte
porque, en su espíritu, hay algo que corresponde a la "violencia" de
la cual habla el Evangelio. Es necesario reestablecer la verdadera jerarquía de
principios y comprender que normativamente lo fisiológico y lo psíquico dependen
del espíritu, lo sirven y lo expresan. Otra enseñanza nos viene del dogma. A
nivel trinitario, cada persona significa las otras dos, nunca se puede aislar
uno de ellas del pleroma trinitario; Dios es trino y uno a la vez. Del mismo
modo, en la cristología, en la unidad de las naturalezas humana y divina en
Cristo, cada una es inseparable de la otra ("sin confusión y sin
separación") y no tiene sentido más que en relación con el complejo Crístico,
en función de lo que representan las dos naturalezas unidas: la Encarnación. Es
partiendo de su convergencia inicial y de su florecimiento en la gloria de la
Parusía que cada naturaleza se explica y
recibe su significación cristológica primaria; lo que muestra en el icono de la
Virgen sosteniendo al niño Jesús no es el icono de la Virgen, sino el de la
Encarnación (lo humano y lo divino unidos). Es la Encarnación la que define el
lugar y el papel de la mujer hecha Teοtokοs (Madre de Dios) y el niño Salvador.
Es ella también, quien inicia a esa otra significación del mismo icono: la Virgen
es el lugar de la presencia del Espíritu Santo y el niño el lugar de la
presencia del Verbo; los dos juntos
10. P. HAERLIN, Der
Mensch. Zürích, 1941, p. 91.
Traducen en lo humano el rostro misterioso del Padre. El comienzo
y el fin explicar lo que está entre los
dos y la diferenciación se integra y recibe todo su significado de la unidad
suprema. Finalmente el fresco de s. Calixto (II s.) muestra el trípode
Eucarístico: una mujer está de pie en "oración"; es el Obispo y la
Iglesia, es la imagen de la liturgia; es sólo de este conjunto litúrgico que cada
personaje saca su propio significado. Aislados sólo representan una
fragmentación sin efectos; la liturgia ya no está allí y las funciones
litúrgicas, las dignidades carismáticas se desvanecen.
Estos ejemplos son suficientes para demostrar para hacer
ver que la especificación carismática que determina lo masculino y lo femenino viene
de la realidad común. Esto se da desde el primer momento al principio como
fuente y a continuación se propone como un fin a alcanzar, pasando de la diferenciación
de los elementos complementarios a su integración final en el Reino. Es esta totalidad
de la visión la que dirige la composición de nuestro estudio y sugiere el nuevo
método, la nueva manera de plantear el problema: hay que partir de la
antropología, identificar su estrecha correspondencia con el ministerio
común del Sacerdocio Real y captar aquí su orientación esencial escatológica.
Por lo tanto, es examinar la existencia histórica a la luz del alfa
y del omega.
Si la mujer está ligada ónticamente al Espíritu Santo, este
vínculo no tiene ningún significado de valor universal y significado más que si
el hombre de su lado está ónticamente ligado
a Cristo. Los dos lo cumplen juntos, en
relación recíproca, la tarea propuesta. Así que lo que una mujer está llamado a
hacer en el mundo no es ningún tipo de cooperación de esfuerzos o colaboración
que son pragmáticamente útiles y justificadas, sino la creación junto con el
hombre de la toda nueva realidad de lo masculino y lo femenino formando el
cuerpo del Sacerdocio Real. Así, la unidad de la vida conyugal no está justificada
en sí misma, porque no es una unidad cerrada en sobre lo terrestre sino ya el uno
abierto sobre el siglo futuro y que va más allá de las condiciones de este
mundo. Es por esta apertura, como dice S.
Pablo, que su misterio es grande (EFE.
5:32). Así , para s. Juan Crisóstomo, "el matrimonio es la imagen no de alguna cosa terrestre sino
del cielo 11",
representa el Reino de Dios,
11 P. G. 61, 215; 62, 387.
y sólo su presencia por anticipación lo justifica. La
mujer, bíblicamente, no es una sierva ayudante, sino una contraparte; frente al
hijo de Dios se pone la hija de Dios; el uno completa al otro; en el Señor, dice
s. Pablo, ni el hombre sin la mujer, ni
la mujer sin el hombre (1 COR. 11, 11).
Ahora podemos entender mejor, por ejemplo, la famosa
sumisión de la esposa a su marido según el pensamiento paulino, sumisión, que
ha sido tan abusada en la historia. No se trata en absoluto de una sumisión
pura y simple: cualquier mujer, ser débil, está sometida al hombre fuerte, una
situación de facto erigida en norma. En el pensamiento de s. Pablo, la esposa
está sometida a su marido como la Iglesia es a Cristo (cf. EPH. 5, 22-24), lo
que quiere decir únicamente cuando el marido representa verdaderamente al Señor
y está dispuesto a dar su vida por su mujer; por lo tanto, en presencia del don
de sí total y recíproco y en función del Reino de Dios. Por otra parte, cuando
las relaciones alcanzan esta resonancia eclesial, pierden toda especificidad jurídica; en términos de
amor neumatóforo 12 la sumisión en tanto que ley
ya no significa ya nada; superada se convierte en "el todo otro” del Reino porque: allí donde está el Espíritu, allí está la libertad (2 COR. 3,
17).
12. Que lleva el espíritu Santo.
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